“1491: Las Américas antes de Colón” – Charles C. Mann
¡Ah, el Extremo Centro! La entrañable gente que primero te dice que ya basta de excitarse y cabrearse por cosas de hace ochenta años, y luego se excita y cabrea por cosas de hace 500, o 5000, o 15000, o incluso 30000 años. En serio. Bueno, en puridad, hablamos de extremocentristas distintos, unos son españoles y otros estadounidenses. Pero como nuestro centro apolítico ni de izquierdas ni de derechas es tan intelectualmente estéril que desde los tiempos de Richard Nixon se lo copia todo al centro apolítico ni de izquierdas ni de derechas de los Estados Unidos de América, es evidente que en nada y menos copiarán esa parte del discurso. Es más, ya lo han hecho: el presente libro de Charles C. Mann, de 2006 pero traducido ahora al castellano, ha sido recibido por los sospechosos habituales con los aullidos habituales de Leyenda Negra-Nos Odian-Viva España.
Oficialmente el tema del libro son las Américas antes de Colón, pero luego resulta en buena parte “las peleítas y pullitas intelectuales a la hora de construir el consenso científico sobre las Américas antes de Colón”. Es decir, un “Sálvame Antropología”, pero que apreciamos en homenaje a San David Graeber. Lo que Mann pretende es publicar el consenso moderno en un libro popular, a la vista de que los materiales que se enseñan en las escuelas siguen tirando en muchas ocasiones de teorías antiguas y desacreditadas (básicamente: que los indios llegaron tarde, eran poquitos, poco sofisticados, y apenas impactaron en el continente), y decirnos que tenemos mucho que aprender de los indios (término que usa “a falta de algo mejor” y porque los propios nativos americanos con los que él habló durante la elaboración, desde Alaska hasta Tierra del Fuego, lo usaban sin problemas).
Primera Controversia: la Hora Cero
La polémica arranca ya con la llegada del homo sapiens a las Américas, porque ni en eso hay consenso. Bueno, sí lo había en los buenos viejos tiempos, los años de 1960. Entonces, la teoría prevaleciente era que los primeros humanos habían cruzado el Estrecho de Bering hacía 15.000 años. Esta teoría tenía un pequeño problema: que casi todo Canadá estaba cubierto por dos enormes placas de hielo, la Laurentina y la Cordillera, pero un arqueólogo presentó un modelo que afirmaba que hubo una breve ventana de un par de siglos durante los cuales el Estrecho de Bering seguía seco pero ya se había abierto un Corredor entre ambas placas. Encima, al final de dicho Corredor está el yacimiento de Clovis, el más antiguo de las Américas, estimado en unos 14.000 años de antigüedad. Adicionalmente, en el milenio posterior es cuando se extinguieron casi todos los grandes mamíferos pleistocénicos en Norteamérica, lo cual se explicaría por la aparición del mayor depredador del reino animal: el humano (lo que de paso permitía una pullita a los progres, que en los años 60 estaban reivindicando al nativo americano como Buen Salvaje en armonía con la naturaleza, y a los que ahora se podía replicar con en realidad eran carnívoros feroces y extinguieron todo lo que fuera más grande que un bisonte, ¡jajaja, estáis owneados!). Es decir, que todo parecía encajar de maravilla y no se cuestionó. Más concretamente, no se cuestionó en los departamentos de antropología de las universidades estadounidenses, que eran las que cortaban el bacalao y defendían a machamartillo el “consenso Clovis”: una teoría de un estadounidense que situaba el yacimiento más antiguo (y “padre” de todas las culturas amerindias) en Estados Unidos y permitía dar collejas a los hippies, ¡qué más quieres!
Sin embargo, la teoría tenía sus puntos débiles: apenas había evidencia de grandes mamíferos en el Corredor durante la época en cuestión, 14000 años no parecía suficiente para explicar la enorme diversidad lingüística del continente (solo en California había más de 80 lenguas en cinco grupos lingüísticos, Europa entera se las arregla con cuatro y uno es el euskera), y por alguna razón no paraban de aparecer yacimientos más antiguos todavía, y además en Sudamérica, a cuya edad habría que sumar entonces un par de milenios para que los indios llegaran desde Alaska. Dichos yacimientos se cuestionaron desde las universidades estadounidenses hasta los límites razonables e incluso un poco más allá, pero ahora el consenso es que el poblamiento se produjo mucho antes que 13.000 a.C. ¿Cuánto? Pues tampoco hay consenso, desde 20.000 a 30.000 e incluso 40.000 años hay de todo.
El caso es que la presencia del hombre en las Américas es muy anterior a lo que se pensaba, y eso son varios milenios de actividad humana en los que pudieron pasar miles de cosas. Lo que nos de cabeza a la segunda gran controversia.
Segunda Controversia: los agricultores
La agricultura es la base de nuestra alimentación. Y del gobierno y el estado como herramientas de la sociedad, necesarios para organizar colectivamente los cultivos, construir infraestructuras de regadío cuando es necesario, y proveer una defensa común de todo. Algo absolutamente fundamental, y que solo se ha “inventado” en contadas ocasiones, todas las demás aplicaciones son copias. Las últimas teorías afirman que en las Américas hay dos focos primordiales: el primero, Perú/los Andes, donde domestican la patata hace casi 10.000 años, y hace 5000 ya tenían ciudades. El otro foco es el mesoamericano, donde domestican el maíz (una planta tan artificial que solo puede reproducirse con ayuda humana, y tan antigua que hasta la aparición de los estudios genéticos no se sabía cuál era su antecesor natural, por lo mucho que ha cambiado), los frijoles y las calabazas. Tres plantas complementarias que se plantan juntas en el mismo campo (la milpa), que representan una parte sustancial de la cosecha mundial, y que debemos a 300 generaciones de campesinos mesoamericanos, plantando y seleccionando las semillas que han llevado a las variedades modernas. El maíz era tan fundamental que los mitos mayas decían que el hombre había sido creado por los dioses usando maíz. En fin, una contribución enorme y que no se valora realmente en lo que vale.
Al menos incas y mexicas tuvieron el consuelo de que su historia, mahomenoh, fue recordada y registrada por los invasores, otros pueblos tuvieron que esperar a los arqueólogos de finales del XX. Mann se concentra en dos particularmente: los indios del valle del Mississippi, y los de la cuenca del Amazonas. En general, el prejuicio sobre ambos es que eran bandas de nómadas cazadores-recolectores, incapaces de desarrollar agricultura o de domesticar animales. ¡Qué bueno que llegaran los europeos para poner en valor esos territorios! Pero lo que dicen los arqueólogos es que estas “culturas”, que son las que ven los colonizadores cuando llegan a lo largo del XIX, son vestigios Mad Max de culturas muy superiores, surgidas cuando estas colapsan apocalípticamente. Y son precisamente los europeos los que sirven de catalizadores para ello.
En el tramo medio del Mississippi, la agricultura era muy común (a ellos les debemos la domesticación de los girasoles), con una “capital” muy vistosa en la que se construyó una de las mayores pirámides del mundo. El valle del Mississippi es puro barro y poco más, así que la pirámide se hizo de barro también, pero con mucho ingenio para que no se deshiciera. Como la gente, dejada a su albur, probablemente no se vaya a pasar varios años acarreando cestos llenos de arcilla y amontonándolos para que el jefecillo de turno pueda lucirse, esto significa que había una civilización sofisticada, con su agricultura, sus gobernantes y sus aparatos estatales de coacción. Bajando el Mississippi, en Arkansas, la expedición de Hernando de Soto encontró abundantes pueblos a principios del siglo XVI, pero significativamente no reportaron ver ni un solo bisonte. Siglo y pico después, cuando llegan los franceses desde Luisiana, los pueblos han desaparecido y los bisontes abundan. Fueron las pandemias traídas por los europeos las que acabaron con los enormes pueblos agrícolas, y posteriormente los raids de los esclavistas los que forzaron a los supervivientes a una vida nómada para que no los pillaran.
Mitad y tres cuartos de lo mismo pasó en el Amazonas: la primera visita, de Francisco de Orellana, hablaba de un asentamiento tras otro a lo largo del río, todos con pinta de ser permanentes. Una afirmación que posteriores estudiosos pusieron en duda, pues sería imposible mantener a tanta gente en el Amazonas, que es poco más que un “desierto húmedo”: apenas un par de pulgadas de tierra fértil sobre suelo pelado. Como la jungla es implacable, si abres un pequeño descampado en mitad de ella, a los tres años lo ha reclamado (por eso la tradicional agricultura de tala y quema de los nativos es bastante sostenible, siempre y cuando se limite a pequeñas milpas aquí y allá, lo que no es sostenible en cambio es ir arrancando cada años cien hectáreas en los márgenes para que los amigos de Bolsonaro puedan vendernos más Big Macs), aunque de todas formas el suelo estuviese agotado para la agricultura. Sin embargo, los antropólogos, esos rojeras, ahora afirman que una alta densidad de población sí sería sostenible mediante dos trucos que han descubierto recientemente. El primero, talar árboles “inútiles” y en su lugar plantar fruteros. Los indios amazónicos, básicamente, convirtieron el Amazonas en un enorme jardín frutal, donde incluso hoy hay zonas en las que uno de cada cuatro árboles da frutos comestibles. El segundo es la agricultura altamente intensiva, para la cual desarrollaron una pequeña maravilla que hoy se estudia como base para una agricultura sostenible a nivel mundial: la terra preta de indio, “tierra negra del indio”. Un sustrato altamente fértil, creado a partir de mezclar durante siglos carbón vegetal, residuos orgánicos (especialmente restos de pescado), excrementos y arcilla (a menudo en forma de fragmentos de cerámica, que demuestran su origen antropogénico), y que en algunos sitios alcanzo varios metros de grosor, frente a unas pocas pulgadas de tierra aprovechable en el resto de la jungla.
Pero incluso los indios de los westerns, retratados como ignorantes cazadores de bisontes, eran ingenieros agrícolas a escala enorme: crónicas de europeos que viajaban por sus tierras en el XVII y XVIII hablan de que, cada año a final del verano, desataban inmensos incendios para eliminar arbustos y así aumentar las praderas, y con ellas sus animales de caza preferidos. También ellos protegían a los árboles fruteros, especialmente los que daban algún tipo de nueces, más fácilmente transportables y almacenables. Gracias a siglos de quema y plantación, en los bosques desde Canadá hasta Georgia uno de cada cuatro árboles llegó a ser un castaño.
Las sofisticadas civilizaciones
La “cultura madre” de las Américas, comparable a Egipto para el mundo mediterráneo, fueron los olmecas, surgidos alrededor de 1800 a. Chr. en el sur de México. El nombre originalmente pertenecía a un pueblo muy posterior y que no tiene nada que ver, pero que por error y comodidad ha acabado siendo usado para lo que todos dicen que se debería llamar “Cultura de La Venta” pero que nadie llama así porque la verdad no tiene el mismo glamur. “Olmec” en nahuatl, significa algo así como “los hombres del caucho” (del que ya hemos hablado aquí). Los olmecas son famosos por sus gigantescas estatuas de cabezas humanas, y por la invención -probablemente la primera del mundo- del número cero. En el istmo mexicano también se desarrolló el primer calendario. O más bien tres calendarios: uno de 365 días (más preciso que el usado en Europa), uno ceremonial de 260 días (no sabemos muy bien porqué, la teoría es que es el mínimo común multiplicador de 13 y 20, dos números sagrados), y finalmente la Cuenta Larga, una cuenta día a día desde un punto fijo establecido miles de años atrás, el 11 de agosto de 3114 a. Chr. (el paralelismo pertinente es que usted y yo tenemos libre los domingos simplemente porque hace un múltiplo de siete días, hará unos tres o cuatro milenios, una tribu en Oriente Medio decidió que ese particular día era domingo también), y que se escribe separando por puntos, como una dirección IP: el 1 de enero de 2023, por ejemplo, será 13.0.10.3.3.
Las fechas de calendario eran tan auspiciosas que mucha gente se ponía de nombre su día de nacimiento, un número seguido del nombre del mes, que solía ser algún animal o evento natural: Ocho Venado, Seis Mono, Nueve Hierba, Seis Lagarto, Trece Serpiente… Así hemos podido determinar al primer amerindio con nombre propio de la historia, un zapoteca llamado Uno Terremoto que murió sobre el 750 a. C.
Por un lado, por tanto, estaban más avanzados que en Europa – pero por otro no inventaron la rueda, o al menos eso dicen esas viejas teorías con las que en parte se sigue educando a los niños. En realidad, sí la tenían, pero la consideraban un juguete sin utilidad práctica. Mann aquí acude en ayuda y explica: sin animales de tiro (salvo las llamas en los Andes – pero allí las carreteras son tan empinadas que literalmente las construían como escaleras; a las llamas les da igual, pero los caballos españoles no podían avanzar), las ruedas no sirven de mucho. Y en terrenos húmedos, mejor usar trineos (que sí tenían). Pero es que muchos inventos “obvios” no lo son tanto, Mann pone varios ejemplos: los egipcios tardaron dos milenios en importar la rueda de Mesopotamia, y Europa estuvo usando el arado romano -que simplemente usa un palo para abrir un surco- hasta el siglo XII, en vez del arado con vertedera para volcar la tierra que se conocía en China desde hacía siglos.
Las armas de fuego también se han usado para señalar la “superioridad” europea, pero lo cierto es que se tardaba una eternidad en cargar, y el alcance era menor que el de una flecha. Una vez que los indios aprendieron que las explosiones no eran poder divino, las armas dejaron de asustarles. Los últimos reductos incas, de hecho, casi lograron fabricar su propia pólvora durante su lucha final contra los españoles. Los europeos, en cambio, adoptaron encantados las ropas de algodón, los mocasines y las canoas indias. En cuanto a las herramientas, las culturas andinas quizás no tenían la habilidad metalúrgica de los europeos, pero les superaban ampliamente con los textiles y las fibras: las usaban para hacer las paredes impermeables de sus botes, para sus armaduras, y para puentes que cruzaban barrancos enormes sin ningún problema.
Sobre incas y aztecas, particularmente estos últimos, pesa el sambenito de “realizaban sacrificios humanos”. De eso ya hemos hablado por aquí, equiparando las evisceraciones aztecas con la quema de herejes, pero hete aquí que Mann da un paso más allá y se pone más progretarra incluso que nosotros (solo para Inglaterra, aunque sacar tu propia mierda antes de acusar con y-tu-más siempre es signo de decencia), comparando los 3000-4000 sacrificios anuales aztecas con todas las ejecuciones en Inglaterra desde 1530 a 1630, unas 75000, que corregidas por población serían el doble de lo que estimó el mismísimo Cortes. Ejecuciones para más inri causadas porque el código penal de la época, llamado por ello Código Sangriento, preveía la pena de muerte para unos 200 delitos, incluyendo cualquier robo por valor de más de doce peniques (el precio de una oveja). Y esto siguió hasta mucho después de que Cortés plantara la cruz en el templo de Huitzilopochtli, y con el evidente fin de defender el patrimonio de los ricos y nada más, los aztecas al menos creían sinceramente que estaban salvando el mundo alimentando a los Dioses con sangre. Así que menos ínfulas, dice Mann.
Con los incas, Mann establece un curioso paralelismo: resulta que el imperio inca, amén de ser bastante eficaz en “pacificar” a sus súbditos, tenía también planificación económica y especialización (para crear dependencias comerciales entre los diversos territorios), y movimientos masivos de poblaciones para diluirlas unas con otras, obligándolas a comunicarse usando la “lengua de todos los incas”, el quechua. Y se las arreglaron para funcionar sin dinero y sin mercados, planificándolo todo desde arriba. Los incas, pues, dice Mann, eran los maoístas-estalinistas de las Américas, una metáfora que no podemos sino abrazar con entusiasmo, ya que por una vez pondrá a los tankies del lado de los indígenas y además permitirá al Partido Popular de Extremadura sacar pecho con que ellos vencieron al estalinismo dos veces.
Gracias al incaismo realmente existente, los incas montaron quizás el imperio más grande del mundo en ese momento, al menos en sentido norte-sur: se extendía sobre 32 grados de latitud, como de San Petersburgo a El Cairo, e incluía desde desiertos a junglas, y de planicies costeras a cordilleras de 7000m, para escarnio de los eco-arqueólogos que afirman que una civilización necesita amplio espacio geográfico coherente para desarrollarse. Los incas planificaron culturas y economías para elevaciones distintas, y las obligaron a comerciar entre ellas bajo la sabia guía del inca; “archipiélagos verticales” los llamó un antropólogo. 25.000 millas de carreteras empedradas vertebraban su imperio, y lo administraba una escritura basada en cuerdas y nudos, el quipu, la única escritura tridimensional del mundo (antiguamente se creía que era solamente una forma de contabilidad, pero nuevas investigaciones sugieren que los incas podrían haber estado a punto de desarrollar una literatura con ellos). “Inca”, por cierto, era el título del soberano, a su estado lo llamaban Tawantin Suyu, “las cuatro esquinas del mundo”. De no llegar Pizarro (y la viruela), aventura Mann, los incas podrían haber creado una especie de utopía estalinista perfecta y muy duradera.
Tercera Controversia: números y muertes
Y con esto llegamos a la polémica estrella, al punto final, al picor ineludible. ¿A cuánta gente mató el Encuentro Colombino? Campo de batalla donde se cruzan dos escuelas, los High Counters y los Low Counters, que defienden una población para las Américas o muy alta (más de 100 millones para todo el continente, con 20-25 respectivamente en los núcleos irradiadores de México y Perú, cuando España y Portugal juntos apenas sumaban diez) o muy baja (quizás un millón para todos los Estados Unidos y nueve para todo el hemisferio). La cosa se las trae porque de los primeros censos españoles se puede, entonces, determinar a cuanta gente mató la llegada de los Conquistadores. Puede que una quinta parte de toda la Humanidad se muriera en el siglo posterior a la llegada de Colón. Muertes, eso sí, causadas en su inmensa mayoría por enfermedades, no por atrocidades deliberadas.
Lo de las enfermedades también se puso en duda durante algún tiempo: en Europa, las peores plagas recordadas (la de Justiniano y la Peste Negra) causaron una muerte atroz, pero “sólo” de un 30-40% de la población. Y no conllevaron un colapso civilizatorio, ni una conquista extranjera. Tasas de mortandad de un 95% en 130 años parecen inverosímiles (y desde cierto digamos “buenismo” se han criticado como un intento de disimular masacres coloniales), pero tienen explicación, según Mann.
En primer lugar, los amerindios se vieron expuestos no solo a una, sino a varias enfermedades nuevas a la vez. No es lo mismo tener un siglo para recuperarte de la peste antes de pasar a la viruela y cinco lustros antes de que llegue el sarampión, que recibir el paquete entero al mismo tiempo. En segundo lugar, la ausencia de grandes mamíferos en las Américas implicó una incidencia de zoonosis muchísimo menor. Esto explicaría también porqué apenas hubo enfermedades (con la posible excepción de la sífilis) exportadas de América a Europa. Los sistemas inmunes de los nativos, aunque eran muchísimo más fuertes que los europeos cuando se trataba de combatir parásitos, no estaban muy optimizados para luchar contra los bacilos. En tercer lugar, la poca diversidad genética: algunas personas las pasan peor que carracuca con ciertas enfermedades y apenas notan otras, y para otras es al revés, en lo que es un proceso complejo que vamos a resumir con “está en los genes de cada uno”. Sin embargo, los millones y millones de nativos americanos eran todos descendientes de esos pocos miles de siberianos que cruzaron el Estrecho de Bering 30000 años antes (cuando llegaron los rusos a Siberia en el siglo XVI, se repitió la misma extinción masiva entre los nativos). El material genético del que disponían era extraordinariamente poco diverso. Por poner un ejemplo, el 95% de todos los indios -y hasta el 99% en Sudamérica- tienen grupo sanguíneo cero. Y los monocultivos es lo que tienen: si llega el patógeno adecuado, adiós muy buenas.
No hace falta decirlo, pero Mann por si acaso lo hace: la homogeneidad genética no es necesariamente un problema per se. Enfermedades de base genética como la esquizofrenia, la fibrosis quística, el asma o la diabetes juvenil eran desconocidas entre los amerindios. Y por supuesto una variedad genética limitada no implica para nada “inferioridad genética”.
Está también la duda de cómo cruzaron las enfermedades el charco. Porque el viaje tardaba varios meses, y en ese tiempo la enfermedad debería propagarse entre las tripulaciones hasta curarse todos o morir. Mann dedica un buen número de páginas a una teoría: que el vector no fueron tanto los españoles, sino sus cerdos. Hernando de Soto, primer europeo en darse una vuelta bien amplia por todo el Deep South (que describió como “muy poblado”), llevaba varios centenares de cerdos consigo. Muchos escaparon… y 130 años más tarde, cuando llegaron los franceses, aquello era un erial. Eso sí, con muchos cerdos salvajes para cazar. Las pandemias europeas habían exterminado las culturas amerindias, los supervivientes debieron sentirse a lo Mad Max – y desarrollaron culturas Mad Max, de nómadas a la caza de bandadas de palomas migratorias y de las manadas interminables de bisontes cuyo número explotó usando como pastos las antiguas tierras de labranza. Así es como los redescubrieron los europeos siglos más tarde, creyéndose que aquello siempre había sido así, cuando era el resultado de un violentísimo ajuste del ecosistema americano por la súbita casi-extinción del homo sapiens.
Las enfermedades, eso sí, contribuyeron muchísimo psicológicamente a la conquista: los españoles creían ver la mano de Dios en el desvanecimiento de los ejércitos mexicas… y lo mismo los nativos, que creían que sus dioses habían capitulado. Ellos mismos, en las crónicas que han dejado, generalmente no juzgan moralmente a los españoles ni a Cortes, como mucho dicen “mira, vieron una oportunidad y la aprovecharon, como haríamos todos”. Es realmente sorprendente lo mucho que Mann se esfuerza en aclarar que nadie acusa de nada a los españoles – y lo poco que le sirve, porque le atacan igual. Y por supuesto, si Europa no fue invadida ni en 541 ni en 1347, es por el pequeño detalle de que todos sus vecinos se vieron afectados por la misma pandemia.
A partir de esto, ya decimos lo obvio: los españoles tendrán “responsabilidad” pero obviamente no tienen “culpa”. Apenas entendían lo que era una enfermedad, creían que lo causaban miasmas o la voluntad divina, y su intención no era extinguir a los nativos (la idea era someterlos a servidumbre o esclavizarlos, o si no los españoles habrían tenido que trabajar la tierra ellos mismos, ¡y hasta ahí podíamos llegar!). Y nuestra reciente experiencia con la covidia debería habernos mostrado que, una vez establecido el contacto, mantener una cuarentena efectiva habría sido poco menos que imposible. Habría requerido unos dirigentes perfectamente conscientes de todas las implicaciones y decididos a mantener cero contactos, y una población de millones dispuestos a seguir instrucciones de aislamiento y contención durante décadas, todo ello sin tecnología moderna. Todo para quizás perder “solo” a la mitad de la población cuando se produjera el inevitable primer contagio, y confiar en que el resto logrará desarrollar defensas antes de la llegada masiva de europeos. El rol de los españoles en todo esto fue simplemente el llegar en el momento álgido de las pandemias, cuando mexicas e incas estaban más débiles, y cepillarse a la clase dirigente aprovechando las peleas internas de los nativos.
Valoración
Pues muy buena, la verdad. Cuestionando un montón de prejuicios, explicando las nefarias vías por las que estos llegaron a ser tan preeminentes, y presentando un interesante y muy sugestivo cuadro alternativo, basado además en abrumadores descubrimientos científicos de los últimos 30 años que por alguna razón están tardando mucho en perfundir al público general. Cuesta creer que esto deba desatar las furias de los patriotas sin complejos de ambos lados del Atlántico, pero resulta que sí. La razón de esto, el mecanismo psicológico, lo insinúa el propio Mann, probablemente sin querer: eso que llamamos “civilización” (y que los patriotas sin complejos siempre afirman defender porque es lo más sagrado e importante) es algo que se ha “inventado” apenas un par de veces a lo largo de la epopeya humana, el resto de las apariciones son imitaciones de los originales. Ni la rueda, ni el alfabeto, ni la metalurgia se inventaron en Europa. Los manuales sin complejos registran cuatro “civilizaciones originales” (Nilo, Mesopotamia, Indo y Huang-He, también conocido como Río Amarillo), cuando quieren ser rompedores a lo mejor hablan de una “vía amerindia”, pero según Mann no hay una vía sino dos: las Américas hacen la Revolución Neolítica dos veces, de forma prácticamente desconectada porque domestican plantas distintas. Una es en Perú y la otra en México. Dos revoluciones neolíticas enteras, con toda su civilización de milenios detrás, borradas a principios del siglo XVI por el equivalente renacentista de concejales de VOX-Extremadura.
El mínimo común denominador de “Lo Progre”, desde el PSOE más caciquista hasta el anarcocomunismo más kropotkinista, es el creer en una sociedad mejor, en la mejora social. Para ello, es imprescindible poder imaginar alternativas. Conocerlas, estudiarlas, inspirarse en ellas. Pero, sobre todo, creerlas posibles. Si no creemos que otra vida y otro mundo son posibles, “Lo Progre” carece completamente de sentido. De ahí la insistencia de “Lo Facha” en que “no hay alternativa”, y en denigrar como inviable, adanista, ilusa o tiránica cualquier cosa que se salga del “sentido común”. Desde su punto de vista, la existencia de varias civilizaciones viables y florecientes en las Américas, y organizadas de una forma tan diferente a lo que se estilaba en Europa (con sus cosillas y tal, pero generalmente sin nobleza ni propiedad privada de los medios de producción, y ahí está la línea roja que ningún español de bien puede cruzar so pena de convertirse en progremita de la ETA islámico-catalana), es una afrenta al “consenso que nos dimos entre todos”, una herejía sociológica. Especialmente en el capítulo final, en el que Mann (no sé si porque se lo cree de puro anarco-idealismo, o por joder) canta las alabanzas de las sociedades nativas de Norteamérica, y nos recuerda que cuando los colonos anglosajones se llevaban a indios de todas las edades para integrarlos en sus asentamientos, estos escapaban en cuanto podían, pero cuando un anglosajón se iba con los nativos, luego no quería volver ni a tiros a la “civilización”. Algo que no fueron anécdotas, sino que ocurrió suficientes veces para ser un hecho contrastado. Mann nos habla del profundo sentido cívico/comunitario de los nativos, de su igualitarismo a ultranza, y de su altísima estima de la libertad, que habría inspirado todo lo que hay de bueno en la Constitución de los Estados Unidos (esto último es como decirle a un facha español que la Constitución del 78 es buenísima, pero que las partes buenas están inspiradas en el Califato de Córdoba) y que asombró y asombra a gentes de todo el mundo que luchan por ella. Y que tenemos mucho que aprender de ellos. En fin, que muy bueno, y que siempre vale la pena apoyar a aquellos que no tienen miedo a atraer sobre si las iras del malismo.
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Comentario de emigrante (14/11/2022 15:42):
Magnífico post como siempre, ya tenía ganas de otro.
Sobre los primeros pobladores, además del consenso Clovis, circula por ahí desde hace tiempo la hipótesis Solutrense que sostiene que los angolquinos serían descendientes de los cromañones europeos. También están los polinesios que pudieron llegar a las costas de Sudamérica y llevar a Chile gallinas que ponen huevos azules. Los últimos pobladores “originarios” en llegar serían los esquimales, lo que los convierte en una civilización circumpolar.
La revolución neolítica siempre se basa en lo mismo, independientemente de donde surja, una base de cereales complementada con legumbres para corregir las carencias nutritivas de la monotona dieta vegetariana. Así tenemos arroz y soja en lejano oriente, trigo y lentejas en próximo oriente y maíz y frijoles en mesoamérica. La excepción serían los incas y sus patatas lo que los hace algo especial.
Quizá la diferencia clave entre las civilizaciones americanas y las del Viejo Mundo está en el hecho de no tener ganao. Más allá de las zoonosis o la fuerza de trabajo, en ganado te permite explotar el entorno con mucha más eficacia. La maquinaria digestiva de los rumiantes puede obtener energía de sustancias que no son aprovechables de otra manera. El ganado te permite explotar terrenos no cultivables como pantanos, bosques o alta montaña. También es una fuente de abono. Supongo que el hecho de vivir entre volcanes y no necesitar fertilizar la tierra también contribuyó a prescindir de la domesticación.
Por otro lado, eso de provocar incendios para generar pastos para las manadas de bisontes también es una forma primitiva de ganadería, no? Supongo que además de perseguirlos para cazarlos también intentarían conducirlos a las zonas ya preparadas. Y luego irlos cazando poco a poco el resto de la temporada. Ganadería pero sin convivir con el ganado.
Y por último, que ya me estoy enrollando, me llama mucho la atención que civilizaciones como Cahokia o Amazonia hicieran puf! y desaparecieran sin apenas tener contacto con los españoles. Mientras que quienes tuvieron que vérselas con los invasores, además de sufrir las mismas enfermedades padecieron también guerras de conquista y la opresión, y sin embargo aguantaron demográficamente mucho mejor. Será que además de las enfermedades los recién llegados también aportaron su medicina para tratarlas (Balmis y su vacuna es el ejemplo más famoso, también está Cabeza de Vaca y sus aventuras como naufrago curandero), o que el mestizaje inmediato introdujo genes europeos para aguantar mejor el chaparrón de enfermedades? Quizá tras la pandemia las dos únicas opciones de supervivencia eran Mad Max o el Imperio Hispánico.
Comentario de Asturchale (17/11/2022 00:48):
Sí que tiene buena pinta. Tenía ganas de encontrar un buen resumen de esas grandes civilizaciones agrícolas de Norteamérica, y de cómo los cazadores de bisontes son apenas los restos “postapocalípticos” de un mundo muy distinto.
Ahora solo falta combinar este libro con “The Comanche Empire” de Pekka Hamalainen, para recordar que los indios norteamericanos vivían en un mundo de violencia endémica, esclavismo y de opresión sobre la mujer.
Para equilibrar.
https://yalebooks.yale.edu/book/9780300151176/the-comanche-empire/
Comentario de Lluís (19/11/2022 17:20):
Lo de generar incendios tampoco es una exclusiva de América, tenía entendido que en África también se practicaba.
Lo que no tengo tan claro es el motivo. Para la agricultura, el motivo real solía ser que quemaban un pedazo de selva, cultivaban allí 2-3 años, con eso el sueldo quedaba agotado, abandonaban esa parcela y quemaban la del lado.
En Europa se optó, y todavía se opta, por resolverlo con la rotación de cultivos (tras el trigo puedes plantar algún tipo de forraje sin demasiados problemas) y el barbecho, dejando reposar la tierra 1 año de cada 2 o 3. Pero aquí seguramente la presión demográfica era superior y la calidad de la tierra muy variable. Una de las teorías sobre la crisis de principios del XIV fue que ya sólo quedaban tierras marginales por roturar y tras casi 3 siglos de expansión demográfica, el suelo ya no daba más de si.
Comentario de el guru (23/11/2022 14:51):
El libro de Hammalainen está realmente bien; tiene cojones que uno de los mejores divulgadores de los indios americanos sea finlandés. Me sorprendieron dos cosas sobre los comanches
1 lo rápido que se produjo el cambio político y cultural de los comanches con la introducción del caballo (los comanches aparecen por primera vez de una escisión de tribus del norte en el 1700 y apenas 30 años despues ya tienen a los españoles pagando tributos; un par de generaciones después ya son los hijos de puta que conocemos de las películas del oeste, y son MUY hijos de puta).
2 lo rápido de su caída por una catástrofe ecológica de su propia creación (de acuerdo con la tesis de este señor finlandés, claro)
#1 y #3
Tenía entendido que los incendios controlados (al menos en los bosques del este americanos) era para crear terrenos de caza, limpiando de vegetación baja y manteniendo los árboles grandes (de ahí las descripciones de los grandes bosques de robles que dejaron los primeros colonos de virginia que en los últimos cincuenta o cien años han quedado bastante reducidos por las polillas, si recuerdo bien)
Comentario de emigrante (24/11/2022 13:48):
#3, #4 Creo que son casos distintos si haces quemas para la caza que si las haces para la agricultura o la ganadería. La quema tradicional en África es para labrar la tierra. Para la agricultura con un par de Ha bastan pero los terrenos de caza son muchísimo más amplios. En el primer caso basta con despejar un trozo en el segundo se cambia todo el paisaje. Un caso parecido al americano es el de los aborígenes australianos que también provocaban incendios con el mismo objetivo, la caza. Por eso los bosques australianos son tan proclives a los incendios, son siglos y siglos seleccionando espécies pirófilas. Con la llegada de los británicos se pararon las quemas controladas y ahora son descontroladas.
#4, los que también eran de etnia comanche eran los aztecas que fundaron el famoso imperio que se encontró Cortés. El azteca pertenece a la misma familia lingüística (el uto) y también lo contaban sus leyendas de como llegaron del norte y se asentaron en mitad del lago Texcoco. Sería un caso precolombino de como los “grigos” invadieron y opromieron a los “mexicanos”.