Dark (Netflix, 2018)

AVISO DE EXENCIÓN DE RESPONSABILIDAD: este artículo contiene varios OJOCUIDAOS (a.k.a. Spoilers), el primero de los cuales es que la vida es sufrimiento y carece de sentido alguno, que nuestra inteligencia, más que una bendición, es una maldición por recordarnos a cada rato el despiadado destino que nos espera, y que todos vamos a morirnos sin haber podido ver todas las series que realmente merecen la pena. Ah, y también revelaremos casi todos los aspectos de la trama de la serie de Netflix “Dark”.

 

Komischere Sachen

Tal vez se lo hayamos dicho en alguna ocasión: vivimos en la Era de la Series. Una forma de cultura que ya nació global, por así decir, lo que plantea interesantes evoluciones. Al contrario del cine, que nació de forma local, y solo a partir de los años 30 desarrolla un “lenguaje” global (impuesto por Hollywood mayormente) que acaba con todas las escuelas nacionales, las series nacieron globales y pasada la fase inicial están intentando desesperadamente poner algo de colorido local para distinguirse. Es el caso de Netflix, que hace unos años empezó a poner pasta para producciones de marcado carácter local, pero destinadas a un público global hambriento por algo diferente. España contribuyó a esto con La Casa de Papel, que Netflix convirtió en un fenómeno social que llegó hasta Latinoamérica, Corea y la India, y de esa política netflixera nació también esta serie, que me imagino que en el pitch meeting se vendería como “un Stranger Things en alemán con Schopenhauer de guionista”.

Dado que “Stranger Things” también es de Netflix, cabe preguntarse porqué Netflix iba a producir simultáneamente dos series tan similares (NOTA: lo de la similitud es cosa mía, las pocas personas con las que he comentado la serie dicen que no lo ven). Bien: resulta que, aunque usan la misma fórmula, no son lo mismo. Yo he tardado un rato en darme cuenta por culpa de mi acendrada germanofilia, pero es así: si me preguntasen “¿te irías de copas (y lo que surja) con los protagonistas adultos de la serie?”, la respuesta sería un rotundo NO. NO, porque todos son unos tristones de caballo, con algún dramón personal o familiar rondándoles como una gran nube oscura, y cualquier mínimo consumo de alcohol puede acabar en un suicidio colectivo por exceso de pesimismo y Weltschmerz. Los americanos, más espabilados, sí han montado en Stranger Things un elenco con el que te irías de copas y a cantar karaoke hasta que salga el lucero del alba.

(A cambio, a estos alemanes yo les compraría sin dudar un coche de segunda mano, a los americanos de Stranger Things en cambio no; y por la misma, cuando los americanos dicen “te quiero” me parce un mero plot device, pero en boca de estos alemanes perdidos en esos bosques donde lo más interesante de los últimos 400 años han sido el paso del ejército sueco en 1630 y el paso del Ejército Rojo en 1945 –y ya casi deseas que vuelva a pasar alguien porque temes morir de aburrimiento-, en boca de estos alemanes, digo, una declaración de amor es la salvación del mundo, la razón de todo, lo que justifica toda esta mierda que nos rodea, incluso cuando lo dice un abyecto cabrón, o qué cojones, precisamente por eso.)

La fórmula de Stranger Things es la misma que usa Stephen King (que ya analizamos aquí), y se aplica rigurosamente también en DARK: en la primera escena, algo horrible (en este caso, un suicidio), luego un niño que desaparece (pero en vez de en el Upside Down acaba en la Alemania rural de los años 80), luego mucho indicio y mucho amago de que va a pasar algo igual de horrible (pero no pasa – bueno, en realidad sí, pero a gente que no te importa) generando tensión que se resolverá en el season finale, niños (adolescentes realmente) que tienen que resolver las cagadas de sus mayores, una ominosa mega-instalación tecnológica… vamos, que está todo. Pero lo vemos de todas formas por el colorido local.

Porque la serie tiene lugar en la Alemania profunda, y no puede menos que apelar a nuestra enfermiza germanofilia. Pero no una Alemania profunda cualquiera, no la tópica de Lederhosen, iglesias con torres acebolladas y música de acordeón. No, esto es distinto. Si alguna vez toman un coche o un tren en Berlín y se alejan en línea recta de la ciudad, los primeros 200-300 kilómetros no ofrecen otra cosa que el paisanaje de la serie: un territorio tan llano que hace que Valladolid parezca un cantón suizo, cubierto por lo único que crece aceptablemente bien en los magros suelos de la “caja de arena” que es Brandemburgo (Prusia, sniff, para los fans): famélicas coníferas más estiradas que un oficial prusiano, creando bosques enormes atravesados por la ocasional autovía/línea de alta tensión, y un montón de lagos ahí perdidos. En cuanto a la fauna humana, los asentamientos de la zona y sus habitantes han pasado por la historia sin hacer mucho ruido, pero con una serie de hitos muy prusianos y muy alemanes: antes de la cristianización (tan tardía que cae en el siglo XIII) no hay nada que reportar, y después… pues en el siglo XVII se dedican a exportar a pastores y misioneros embebidos de pietismo luterano; en el XVIII, coraceros y granaderos para los ejércitos prusianos de las Guerras de Silesia, en el XIX, emigrantes que colonizan ellos solitos el medio oeste americano, en el XX, funcionarios tanto para la Gestapo como para la Stasi, y en el XXI… pues ya no queda mucho material humano que exportar con la implosión demográfica y todo eso (en la serie son todos más alemanes que Lutero, aunque les han puesto una compañera de clase de origen africano para que no cante demasiado).

 

El Fritz vive, la lucha sigue.

 

De modo que Winden, que es como se llama el pueblo ficticio (supuestamente está en la República Federal, pero tanto los bosques brandemburgueses como toda esa “modernidad avejentada” en las salas de estar y en las casas gritan “RDA” hasta ensordecer), en una vuelta al siglo XIII, llegó a un pacto con el lejano emperador del Sacro Imperio, que ahora se llama Bundeskanzler y reside en Bonn. Este les plantó una central nuclear ahí en mitad del bosque y ahora viven básicamente de eso, y a cambio los dejan en paz, muchas gracias, ya nos gobernamos nosotros. Los jefes de la policía, de la escuela, los médicos o el cura son todos gente del pueblo de toda la vida, en algunos casos hasta viven en las mismas casas que sus padres. Y no, no es que las hayan heredado: los padres las compran, crían allí a los hijos, en algún momento los hijos llegan y dicen oye, que estamos preñados y nos casamos, y los padres les dejan la casa y se van a algún apartamento viejo, pequeño y feo en un bloque de VPO en alquiler (pasa 2 o 3 veces, pero es que no son más de 5 familias). MUY alemán, aunque el más alemán de los sacrificios es decirles a tus hijos “oye, si no te apetece, hoy te saltas el colegio y hacemos algo juntos” (también ocurre un par de veces).

Total, que en este pueblo donde solo los frikis perdidos de la Guerra de los Siete Años aguantarían más de tres días empiezan a pasar cosas: desparece un niño, luego otro, y un tercero, luego aparece uno muerto, caen pájaros del cielo, toda una manada de ovejas amanece víctima de ataques cardiacos… cualquiera diría que todas las teles de Alemania estarían abriendo informativos desde la plaza del pueblo, o que la gente le prohibiría a sus hijos salir de casa, pero nada: las teles ni se acercan, y los niños de 10 años siguen yendo como cada mañana al colegio andando por un sendero a través de un bosque que incluso Caperucita Roja solo pisaría acompañada por la selección canadiense de leñadores.

 

Las cosas del tiempo

El fulcro de la serie, al contrario que en Stranger Things, no es un monstruo sino una cueva tenebrosa. Pronto averiguamos porqué: la cueva permite en determinadas circunstancias y momentos viajar en el tiempo. Concretamente, en ciclos de 33 años, desde el 2019 en que está ambientada la serie a 1986 (o a 1953), porque -casi- todos los viajes en el tiempo de la serie tienen esa limitación, son de múltiplos de 33 años porque te llevan “al mismo punto en otro ciclo” (el famoso ciclo-en-el-que-se-repite-todo de 33 años que en realidad dura 19 pero no nos venía bien de cara al guion, ya saben). Como esto es Alemania, los mismos edificios sólido-brutalistas del hospital, la policía o el colegio sirven para varias épocas (vamos, que en realidad parece más bien una movida de presupuesto), simplemente pones un par de coches de época y actores con cardados, y listos.

Aunque la elección de los años 80 parezca otro paralelismo con Stranger Things, no lo es. Stranger Things no pretende -solo- apretar un poquito la tecla de la nostalgia de la EGB. Las producciones de época son también una estupenda excusa para los guionistas para no estrujarse las meninges: piensen en la cantidad de películas anteriores a los años 90 que carecerían totalmente de sentido si los protagonistas tuviesen teléfonos móviles. Hemos creado un mundo tan seguro, previsible y conectado que para sentir un poco de emoción hay que sacar los móviles de la ecuación, así que rodamos en los 80 (reconozco que algo en mi cerebro se gripaba al ver esos años 80: ¡los viajes en el tiempo deben partir de los 80, no llegar allí!) y tan panchos. Pero DARK tiene lugar mayormente en 2019, hay móviles – y eso no lastra la historia, porque aquí los guionistas se han currado una buena historia, no una sucesión de “momentos trailer”.

El dilema central de la serie no es tanto si los viajes en el tiempo son posibles, sino si se puede cambiar el tiempo mismo, el curso de la historia. Todo acompañado de largos debates filosóficos en alemán, donde hablan del dichoso ciclo de 33 años en el que todo se repite, las estrellas se alinean y todo está conectao, y si te fijas muy mucho ves multitud de detallitos repetidos en los distintos momentos del tiempo conectados por el agujero de gusano bajo la central nuclear.

 

Como son alemanes añaden “aunque es solo una teoría.”

 

Las cosas de lo Núcelar

Ya que estamos, vamos a generar un poco de polémica gratuita con lo de los átomos. En la serie, lo que abre el agujero de gusano es una central núcelar construida en 1953. Bueno, en realidad es cuando pusieron la primera piedra, de forma anacrónica porque la primera central núcelar alemana se inauguró en 1960. Y el “incidente” que lo abre todo ocurre en 1986 (y en aras del equilibrio se abren dos agujeros, a 1953 y 2019, 33 años al pasado y futuro), así que realmente no importa que en 1953 allí solo haya un descampado. El caso es que los que hacen la serie son unos malditos rojeras, o bueno, siendo Alemania, unos malditos verderas, echando pestes sobre esta forma de energía tan segura. Tan segura tan segura, que ni siquiera hay un almacén final de residuos (Endlager, en la más bella de las lenguas después del castellano y de aquellas que tengan relevancia constitucionalmente reconocida en su terruño, estimado lector), y toda la mierda radioactiva de los últimos 60 años está almacenada en almacenes “intermedios” (Zwischenlager). De la búsqueda de un Endlager y de desmontar todo lo irradiante se ocupa el Estado, no vayamos a molestar a toda esa pobre gente que está ahí generando valor, fisionando el uranio átomo a átomo.

Pero el agujero de gusano en la cueva causado por la central no es la única vía para viajar en el tiempo, hay algunos más: unas máquinas con relojitos y funda de madera noble (a veces parece que todo quisqui tiene una, pero realmente es siempre la misma máquina en diversos momentos del tiempo), y una especie de esferas negras amorfas que contienen “un pedazo de Dios”.

 

Dios es una práctica final del curso de 3D Studio bastante apañada.

 

Los protas (la serie es coral), en general, se dividen en tres grupos: aquellos que les pasan desgracias sin más, aquellos que dan tumbos por el tiempo (y les pasan desgracias), y aquellos que intentan que sus tumbos por el tiempo eviten de alguna forma las desgracias. Las desgracias, en este contexto, no son, que sé yo, evitar la Segunda Guerra Mundial y sus 50 millones de muertos mediante la aplicación de un picahielos al lóbulo occipital de cierto pintor austriaco, sino evitar un par de muertes, una docena a lo sumo, y un par de matrimonios incestuosos. Bueno. Hoygan, que aquí se respeta el posibilismo como opción vital, pero para ese viaje temporal no hacían falta tantas alforjas.

 

Eterno retorno

Como los aliados del comunismo que dirigen la serie saben que hay que ser ambicioso en esto de los viajes temporales, al final de la primera temporada meten un viaje a 2052 en el que se revela que la central núcelar estalló/cascó/no funcionó tal y como sus apologetas decían, se ha montado un Chernóbil en el corazón de Europa que ha servido de catalizador cuántico para no sé cuántas catástrofes globales más, y el pueblo de Winden ahora es una zona muerta habitada por pandillas con una estética Mad Max/guerra de Ucrania. (También hay que decir que todo el mundo va con chaquetas bien forradas, de modo que parece que el Invierno Nuclear ha evitado que el Cambio Climático convirtiera a Alemania en un país mediterráneo – ¡jajaja, perroflautas, os pillamos!). Y así ya tenemos una motivación un poco más fuerte para la segunda temporada: salvar a Winden (y al mundo entero) del Apocalipsis. Un Apocalipsis tan grande que las fechorías del pintor austriaco palidecen al lado.

Así, en la segunda temporada, empezamos a ver más y más viajes en el tiempo, y te quedas con la duda de “¿están cambiando la Historia? ¿Lograrán alterar los acontecimientos?” Teoría apoyada por ciertos comentarios de “hay un resquicio”, “he visto otro futuro”, y por nuestro instintivo deseo de que sí, que somos dueños de nuestro destino y podemos cambiarlo todo, el futuro no está escrito porque lo escriben los pueblos. Pero los guionistas, aconsejados por Schopenhauer, ya se encargan de aplastar nuestro espíritu una y otra vez (pero no sin darnos una y otra vez esperanzas, para que duela más y se note que vivimos en el peor de los mundos posibles).

Al final de la segunda temporada ya parece claro que no, que el tiempo estaba atado y bien atado, nada que hacer, no podemos escapar a nuestro destino… pero en la última escena aparece un resquicio distinto. Efectivamente, no podemos cambiar nuestra historia… pero a lo mejor sí la de otros mundos. Y así los guionistas nos traen una vuelta de tuerca más para la tercera temporada: realidades paralelas. El mismo pueblo, la misma gente, pero con algunos sutiles cambios: el terapeuta ahora es cura, el heavy ahora es gótico, el tuerto ahora es manco, el adúltero compulsivo ahora… también es adúltero compulsivo, pero engañando a otra. Y el apocalipsis también se produce, aunque el resultado es que el Winden de 2052 es indistinguible de un pueblo manchego en agosto, todo arena y secarral, pero para ellos es el fin del mundo, claro. Y la verdad, resulta un poco raro que hayan nacido exactamente las mismas personas, cualquiera diría que una mínima alteración cuántica ya hará imposible que el espermatozoide correcto de entre 300 millones gane la carrera, pero bueno, aceptamos pulpo y tira millas. Ambos universos intercambian personajes, que, ya que no pueden alterar la historia en su mundo, tal vez puedan hacerlo en otro en el que no existen.

Aquí los guionistas están jugando con fuego, porque esto ya es estirar un poco demasiado el chicle. Ya estábamos esparciendo demasiada historia sobre un pan que se expande de 1888 a 2052, y ahora encima toca hacerlo por duplicado. De hecho, al poco de entrar en la tercera temporada, ya parece que estamos ante el equivalente guionista de sacarse la chorra: “en esta historia tan retorcida, con tantos viajes en el tiempo, te voy a incluir más y más escenas y tú vas a pensar ‘no, ya toca que se líen y salgan incoherencias’, pero no, no van a salir, hemos hecho un guion alemán hasta en eso, alles solide”. Y efectivamente: todas las escenas -al margen de que sean necesarias o no- de alguna manera encajan, no contradicen lo ya establecido, y al final ves que ENCIMA eran necesarias para explicarlos todo (o al menos hay coherencia en más de un 90%, que ya es más que en fábricas de tráileres como LOST, el Ministerio del Tiempo o Estoy Vivo). Me quito el sombrero.

También es cierto que hay un poco de cansancio, un poco de “pero por qué insistes con estos personajes, si ya la trama la llevan esos otros”, y repitiendo los tópicos anteriores, pero en otro mundo; vamos, que la serie se vuelve bastante lenta en la tercera temporada. Y el eterno amagar con algo bueno para acabar rompiendo una y otra vez por lo malo, por “el malo ya lo sabía, era parte de su plan”, pues está bien llevado y tal, pero entendemos que no todo el mundo disfruta con este eterno pesimismo y desesperación existencial. Por eso la izquierda a la izquierda del PSOE no se come un torrao.

 

La PSOE, en cambio, sabe perfectamente qué televisión quieren los españoles.

 

Poco a poco se va mostrando qué es lo que pasa: todo es una inmensa partida de ajedrez pentadimensional y multitemporal que están jugando dos Boomers entre ellos (empezaron como Millennials, pero tras tanto viaje en el tiempo ya tienen la edad perfecta para cobrar la pensión “que nos la hemos ganado” y votar al PP a tiro fijo). Ambos hablan todo el rato de que “esto es una lucha entre el Bien y el Mal, entre la Luz y las Sombras”, pero sinceramente, al final parece que se trata de mantener los activos inmobiliarios a salvo del Apocalipsis.

 

Los Serrano pero agradecido

Como los showrunners decidieron sabiamente que la tercera temporada sería la última, no vayamos a liarla demasiado, la temporada también se dedica a hacer limpieza con los protas, narrándonos sus -generalmente desagradables- muertes (y en algunos casos sus nacimientos y padres, que muchas veces resultan ser viajantes en el tiempo), atando cabos sueltos, a veces un poco precipitadamente, y finalizamos con ¡¡AVISO SPOILER!! el plato fuerte: no son dos mundos, ¡son tres! En el principio era el mundo original, tan único y singular como España para VOX, pero donde un señor no logró superar la muerte en accidente de su hijo e invirtió 15 años en construir una máquina del tiempo para poder viajar atrás y salvarle. Pero dicha máquina no furruló bien y creó una bifurcación del mundo original en 1986 que resultó en los dos mundos enfrentados y entrelazados, atravesados por viajes temporales, sin comienzo ni final aparentes, creciendo como fractales alrededor de ese “accidente” en 1986. Ese es el origen, y es la razón de que todos nuestros razonamientos “pero como pudo pasar esto sin antes lo otro, la pescadilla que se muerde la cola, es imposible salir de la charca tirándote del pelo a ti mismo, blablabla” no sean más que cháchara que podemos ignorar, al menos durante el instante preciso de la bifurcación. O algo así.

Así que los protas principales viajan por una especie de protector de pantalla de Windows 95 hasta llegar a 1971 en el Winden del mundo original, donde arreglan el problema evitando la muerte del hijo… y luego se disuelven en una especie de chispitas cuánticas. Y con ellos sus universos respectivos, y todo el inmenso sufrimiento acaecido en ellos, en lo que viene a ser una especie de “Die Serranen”, solo que en vez de un sueño de Resines todo ha sido un deja vú de Hanna Krüger. El Tiempo Se Ha Sanado A Si Mismo. Al final solo permanece el mundo original, que se supone que es el nuestro, donde no hay apocalipsis sino solo mierdecillas de andar por casa, ya saben, pandemias mal gestionadas, peak everything y guerras en Ucrania. Se reúnen allí los únicos protagonistas que no deben su existencia a los viajes en el tiempo (son seis pelados), y nos enteramos de que el cura ahora está felizmente casado con un hombre trans, la esposa del policía odia ferozmente la sencilla vida de pueblo (pero está en paz consigo misma – ¡gracias a estar soltera y sin hijos!), y la maquinadora compulsiva nunca llegó a serlo y ahora se lleva bien con todo el mundo. Y a este episodio lo llaman “El Paraíso”. Así corrompe la televisión a nuestros hijos, señores.

 

Windereños

Parte del atractivo de la serie es el reparto, elegido con mucho ojo porque para cada personaje hacen falta actores de dos o más edades, que además pongan todos la misma cara (de sufrimiento, generalmente). Caras, encima, tan alemanas que nuestra germanofilia nos pide Currywurst de acompañamiento. Eso sí: a ratos tanta gente resulta confusa y te puedes perder, por suerte las mujeres toman los apellidos de sus maridos y eso alivia un poco recordar los emparejamientos.

 

Ciento y la madre. ¡Y todos importan!

 

Jonas Kahnwald: adolescente atormentado, y prota principal. O al menos eso parece, porque es el primero al que seguimos, pero luego seguimos a otros (algunos resultan ser los Jonas del futuro, aunque joder, cómo ha cambiado el chaval a lo largo de su vida), y el pobre Jonas solo recupera protagonismo hacia el final de la primera temporada. Eso sí, a lo grande: saliéndose del tríptico 1953-1986-2019 para acabar en 2052, con Winden convertida en un desierto posapocalíptico-nuclear. En el apartado de desgracias de Jonas están el suicidio de su padre, el hecho de que ese padre no era quien parecía sino un viajante en el tiempo… y derivado de esto el hecho de que el crush de Jonas, con el que se enrolla (a espaldas del novio de ella, que además es el supuestamente mejor amigo de Jonas), resulta ser su tía carnal.

Jonas se chupará, entre otros, unos 12 meses en 2052, algunas décadas en el siglo XIX, un par de lustros en 2030-40, y una breve visita a 1921. Cuando llega a esta, por cierto, no sabe ni qué año es, pero cuando le preguntan de donde viene sabiamente dice “del [Frente] Este”, lo que confirma la rotunda alemanidad de su carácter, o al menos su respetable conocimiento de cómo despertar simpatías en tierras germanas. Por todo ello, Jonas es quien más se aproxima al arquetípico “héroe alemán”, convenientemente analizado aquí. Aunque sin llegar del todo: le lastran las ganas de metel.la con su tía carnal, y eso embadurna levemente su imagen inmaculada, amen de lastrar el desarrollo porque todo el rato nos tememos una resolución tipo “fue el HAMOR (por muy incestuoso que sea) lo que evitó el fin del mundo”.

 

Hanna Kruger-Kahnwald: madre de Jonas. Con ella la duda es si son más las desgracias que padece que las que causa. Probablemente lo segundo: su mayor desgracia es el suicidio de su marido… pero a los cuatro meses ya está retozando alegremente con otro, a quien luego decide joder la vida cuando él corta con ella. Y luego otro, y otro… todos con algo en común: son policías, se ve que Hanna tiene ahí un fetiche. Las mentiras y maquinaciones de Hanna, de hecho, son uno de los pocos puntos de la serie donde la maldad humana logra, siquiera furtivamente, acongojarnos más que la implacable certeza del destino que ya está escrito. Y todo porque la buena señora anda bebiendo los vientos por un macarrilla de instituto (en su versión 1986, aunque la obsesión permanece una vez él funda una familia y se hace policía). Aún así, probablemente no se merece el final que le sirve la serie.

 

Ulrich Nielsen: policía en Winden en 2019. En una concesión al chiste fácil, en 1986 resulta que era punky/macarra. Pero tranquilos, que es la única concesión al humor fácil del personaje, con el que los guionistas se han cebado a niveles de psicopatía. Primero, resulta que Ulrich perdió a su hermano Mads allá por 1986, desapareció y nunca se supo qué ocurrió con él. Lógicamente, esto deja tocada a toda la familia, empezando por la madre, que ha perdido un poco el contacto con la realidad. El padre de Ulrich, en cambio, sigue lúcido. Resulta que tenía una amante y estaba con ella la noche que desapareció su hijo. Y encima, cuando parece que Ulrich ha logrado superar el trauma y montarse su propia familia feliz con tres hijos, la desgracia vuelve a golpear y desaparece su hijo pequeño… mientras él tiene una amante (que además resulta ser una stalker manipuladora a niveles enfermizos).

Acaba viajando atrás en el tiempo, dando vueltas como un loco por el Winden de 1953, pero sin que nadie le detenga (por otra parte, si algo sobraba en la Alemania de 1953 son varones en edad militar ligeramente sonados). Y cuando intenta arreglar todas sus desgracias (el “arreglo” consiste en matar a un niño del que sospecha -pero no sabe- que en el futuro no es trigo limpio), lo único que hace es precisamente poner en marcha los acontecimientos que quería evitar. Puro Schopenhauer. Ahora sí que le detienen y le meten en la trena por asesinato. A los seis meses el niño al que todo el mundo cree que mató vuelve a aparecer tan pancho – pero oye, son los años 50, nadie conoce a ese tío y no es del pueblo, así que le dejamos a la sombra y que se joda.

 

Martha Nielsen: hija de Ulrich, y prota principal junto a Jonas. Jonas y Martha vendrían a ser Teseo y Ariadna, unidos por un hilo rojo invisible, o alternativamente, Adán y Eva, llamados a culminar la creación del mundo cometiendo el Pecado Original. La proverbial chica buena de la serie, cuya cara angelical sacan cuando quieren insistir un poco en el punto “juventud inocente” (resulta que el resto de la juventud, incluyendo a su hermano, trapichea con dronja). Si ustedes tienen una formación sólida en los clásicos alemanes, reconocerán en Martha a un personaje salido de una balada de Schiller o Goethe, uno de esos poemas clasicistas donde todos son “holde Jungfrau” y “edler Jüngling”, y se ventilan dramas y tragedias de alcance existencial, generalmente con referencias a los mitos clásicos. Martha concretamente interpreta a Ariadna (“la más pura”) en una obra de teatro escolar, aunque como concesión a la HBOización de la cultura popular a veces se cabrea y grita tacos.

En la tercera temporada, le permiten ser menos holde Jungfrau (visualmente, deja de ser pija y se deja un flequillo que parece que está a punto de irse a incendiar contenedores en Basauri) y estar metida en los trapicheos con sus hermanos y su novio, al menos en el universo paralelo, donde asume el rol de Jonas porque este allí nunca llegó a existir.

 

Una señora en la calle, una abertzale en la cama, una jeltzale en la urna.

 

Charlotte Doppler: la jefa de Ulrich. Policía vocacional. A esta señora la vida también le ha cargado bien de mierda el plato: no sabe quiénes son sus padres biológicos, la crió su abuelo… que sin embargo nunca suelta prenda de sus padres, y para más inri resulta que tampoco es su abuelo, sus padres en cambios son gente que solo se han conocido mediante saltos en el tiempo y el resultado es… perturbador. Tiene una hija adolescente con un pavo insoportable (aunque comprensible con lo que se trae esa familia), otra hija sordomuda (pero bien cabrona), y un marido que tras 20 años de casados ha descubierto que lo que le pone realmente son las pollas, tanto activa como pasivamente. Que a Charlotte la pongan a investigar secuestros y asesinatos de menores le tiene que parecer una agradable distracción.

 

Helge Doppler: Helge también aspira a “más alemán de todos los alemanes de la serie”, por la serie de desgracias que le caen encima. Varios viajes en el tiempo y un intento de asesinato mediante pedradas al cráneo que le dejan trastornado… pero sobre todo la conciencia de que, por culpa de su debilidad mental, ha acabado siendo el instrumento del malo malísimo de la primera temporada, secuestrando a niños para experimentos que terminan generalmente con la muerte de los chavales. Muere intentando matarse a sí mismo – es decir, a su yo 33 años menor, se ve que lo de la causalidad no lo estudió muy bien el hombre, pero no podemos menos que descubrirnos ante tamaña alemanidad en los medios, en los fines y en el sacrificio.

 

Regina Tiedemann: esta señora también está bien jodida, ¡y eso que su familia es de los ricos e influyentes del pueblo! Su abuelo fue policía (aunque acabó alcoholizado perdido), su madre fue directora de la central nuclear (aunque era más fría que los platos precongelados con los que Regina tuvo que criarse), ahora lo es su marido (aunque no es quien afirma ser sino un fugitivo de la ley con identidad falsa – pero la ama, eso sí), y ella regenta el mayor hotel de Winden (si LPD fuese una web etnográfica, y para dentro de 33 años no lo podemos descartar, haríamos un monográfico sobre “hoteles alemanes en pueblos perdidos”, porque vaya tela). Apartado desgracias-sin-paliativos: de niña, Ulrich y su novia la ataron de noche a un árbol en el bosque, de lo que Regina acabó tan traumatizada que no puede andar sola por la oscuridad. Y en la primera temporada, le diagnostican un cáncer de mama en estado bastante avanzado. Como aquí hemos venido a sufrir, nos la muestran en la segunda temporada convertida en una piltrafa humana.

 

Claudia Tiedemann: madre de Regina, la jefa de la central nuclear en 1986. ¡Una mujer! ¿Cuántas mujeres conocen que estén al cargo de una mina de carbón, eh? Yo, personalmente, a ninguna. Otra prueba más de que apostar por esta energía es lo progre, coño. Por desgracia, Claudia no será directora durante mucho tiempo, porque sin comerlo ni beberlo en seguida llega su yo del futuro, le da una máquina del tiempo y algunas vagas instrucciones, y ale, búscate la vida, tu verás lo que haces con esto. Lo que convierte a Claudia en un puro nudo temporal, un ciclo sin comienzo ni final: se convierte en lo que es porque así la dirige su yo anciano que a su vez fue dirigida por su yo anciano que a su vez… aunque la mujer empieza a sospechar ya antes: su caniche, “Gretchen”, que desaparece en 1953 y reaparece en 1986. Alusiones escondidas: “Gretchen” es el nombre de una protagonista en el Faust de Goethe, donde es famosa por plantear la “pregunta de Gretchen”: en principio una pregunta sobre como lleva uno lo de la religión en este mundo, en sentido más general una pregunta que va a la raíz de los problemas.

 

Schopenhauer también tenía caniches, y cuando se le moría uno compraba uno lo más parecido posible y al que llamaba igual, “Atman”, porque decía que “en su esencia, todos los caniches son el mismo caniche”. Solía pasear con ellos por la vega del Main hablando consigo mismo.

 

Egon Tiedemann: padre de Claudia y abuelo de Regina. Policía en 1953, sigue ejerciendo en 1986, año en que le jubilan por viejo. Desgracias no le ocurren demasiadas (relativamente hablando), más allá de un cáncer por beber en exceso (que tampoco le matará – eso lo hará su hija sin querer). Y que su mujer resulta ser lesbiana. Pero al margen de todo esto, lo suyo es más bien ver que ocurren un montón de cosas raras a su alrededor sin poder entender qué demonios las conecta.

 

Aleksander Tiedemann: marido de Regina. Cosa extraordinaria en Alemania, adopta el nombre de su mujer en vez de al revés, lo que me causó un poco de confusión al principio. Luego te enteras de que era un criminal a la fuga y quería ocultarse. Que haya acabado dirigiendo la central nuclear parece una pullita -una más- a la falta de seguridad. Por todo ello, y por la cara de “secretario de estado de la FDP en los 80 metiendo reformas neoliberales a saco paco” me pareció que iba a ser el malo malísimo. Luego resulta que solo llega a encubridor de los tejemanejes nucleares (aunque sus asesinatos de los años 80 sí son reales).

 

Bartosz Tiedemann: hijo de Regina. Un niño pijo con toda la pasta y facilidades del mundo. Pero como esto no le llena, se mete en el emprendurismo juvenil. Vamos, que trapichea con dronja. Personaje relativamente secundario, hasta que al final de la serie le convierten convenientemente en el ancestro de todos los personajes que no teníamos asignados.

 

Noah: el malo malísimo de la primera temporada. Aparece por la serie posando de cura. No nos aclaran si católico o protestante, se supone que es “pastor genérico de las almas”. Sí, ir de negro con alzacuellos no es prerrogativa de la variedad favorita de Abascal.

 

Otras variedades, hay que decirlo, son más vistosas.

 

El “problema” de Noah es que es un malo en una serie donde todos sin excepción tienen su lado oscuro, sus pecados y sus ambigüedades. Difícil brillar en esas circunstancias, y Noah (aparte de matar a un par de niños, pero que tampoco lo muestran con demasiado detalle) se limita a diseminar mal rollo en todas partes, pero como podía hacerlo tu abuelo al hablar de que se han perdido las buenas costumbres, antes todo era mejor, yo no soy franquista pero.

 

H.G. Tannhauser: el relojero del pueblo, que en sus ratos libres te monta un acelerador cuántico para fracturar la realidad mediante la partícula de Dios. Un secundario a lo largo de la serie, que al final resulta ser el creador del Universo Jonas y del Universo Martha.

 

Valoración

Dijo Schopenhauer que el hombre está totalmente atrapado en su propia voluntad. Que podemos hacer lo que queramos, pero no podemos querer lo que queremos. Esto es lo que marca la diferencia con nuestro amado género del Nordic Noir, tan caro a esta su página amiga. En las series escandinavas, la vida es un choque sin fin con la maldad oculta en las esquinas de nuestra sociedad. El Mal existe, pero es concreto, en forma de locos que te atacan con una motosierra o que intentan hundirte el cráneo a golpe de adoquín, con abusos sexuales opcionales. La Libre Voluntad existe. Los alemanes, en cambio, han dado una vuelta de tuerca más: el loco que intenta hundirte el cráneo sigue ahí, pero eso solo es el Mal, por encima está la Meta-Tragedia de que ese loco está atrapado en un ciclo del que no puede escapar, y de hecho cualquier intento de escapar solo lleva a que las cosas sean peores. El mundo es una serpiente mordiéndose la cola, y el loco solo una escama del reptil. Romper el ciclo de la eternidad, ese es el desafío ante el que fallamos una y otra vez. Y detrás de cada intento, detrás de cada héroe que creemos que nos salvará, la sospecha de que en el fondo no ha hecho más que empezar otra vez el mismo ciclo de siempre. Lo dicho: estamos atrapados. Todo no es más que una farsa que se repite una y otra vez. Schopenhauer nos lo dijo, pero no, tuvimos que irnos con Hegel, su dialéctica, con el Weltgeist y con el “eso” (y con las mujeres, sobre las que Schopenhauer también tenía sus ideas particulares).

 

“¿Te vienes con nosotros?” “Es que tengo planes.” “Mira, te explico…”

 

Por todo ello, el Geist alemán es el verdadero protagonista de la serie. Sí, solo los alemanes pueden poner a un concepto filosófico como protagonista. La angustia vital que transmite viene más bien de conflictos filosóficos chocando en la eternidad del espacio-tiempo, pulverizando entre ellos a las pobres almas mortales. El Bien y el Mal escandinavos se derriten ante el Geist alemán. Como lo hacemos nosotros. No sabemos si esta es una de las Series Que Hay Que Ver Antes De Morir, pero seguramente acelere el proceso. Avisados quedan.


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  1. Comentario de Sgt. Kabukiman (03/10/2022 15:49):

    Me la trague enterita solo para saber cómo resolvían el pitoste los guionistas.
    En regreso al futuro doc le decía continuamente a martin que no interactuará de ninguna manera con su yo pasado o futuro so pena de cargarse el continuo espacio-tiempo, etc, etc,. Aquí no: los viajeros en el tiempo charlan y/o follan con sus yo pasado o futuro convirtiéndose en sus propios ancestros y, oye, que no pasa nada.

  2. Comentario de Casio (03/10/2022 17:54):

    Yo aguanté temporada y media, y lo dejé porque o sacaba lapiz y papel para entender tanta vuelta de tuerca, o me medicaba. Lástima que ahora a las series les de por retorcer el guión hasta lo inverosimil para intentar sorprender al espectador. Abusan. Y el principal culpable fue Perdidos, que la liaron tanto que no supieron como rematar las historias con u minimo de elegancia y coherencia.

  3. Comentario de emigrante (04/10/2022 09:58):

    Magnífica reseña y justo el día de la fiesta nacional en la que se conmemora la reunificación de las dos Alemanias y termina la Oktoberfest.

    “vivimos en la Era de la Series”

    Me va usted a perdonar pero tengo que contradecirle esta afirmación. En realidad estamos en plena decadencia de la Era de las Series. Dicha era abarca la primera década del siglo XXI y poco más, va desde los Soprano a Juego de Tronos. Es la década de Lost, The Wire, Galactica, Firefly, Roma, El ala oeste… Comparen eso con la fase 4 de Marvel o Los anillos de Benetton. Esta decadencia se deja ver a lo largo de la década siguiente, no hay más que ver la evolución desde las mágníficas primeras temporadas de The Walking Dead o la propia Game of Thrones para acabar de manera decepcionante.

    Naturalmente habrá excepciones, productos infumables de la época dorada y alguna que se salva de las actuales, pero la conclusión que saco es que ha aumentado la cantidad y ha bajado la calidad.

    PD. Dicen que a Lost la mató la huelga de guionistas.

  4. Comentario de Casio (04/10/2022 11:28):

    Por cierto, los paisajes, como señala Jenal, son fascinantes. No se lo digan a nadie pero esa zona entre Berlin y el Baltico, con bosques interminables y oscuros , lagos enormes y apenas habitada por prusianos que apenas han abandonado el siglo XX merecen un viaje. Y apenas sin turismo, gracias al cielo.

  5. Comentario de Rosana Victoria (21/11/2022 05:03):

    Pues ciertamente estamos en la era de las series, es lo que mejor se adapta y sale al mercado. Y lo de Dark, pues ahora sale una nueva serie de los mismos productores, me gustaría oír después tu opinión.

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