“Poderes y Tronos” – Dan Jones
“Una nueva historia de la Edad Media”
¿Todavía hay algo nuevo que decir sobre la Edad Media? Pues sí, claro: no hay más que ver como el mercado inmobiliario está dividiendo la sociedad entre terratenientes y siervos de la gleba, cómo se asemeja inmigrantes=bárbaros invasores, la popularidad de obras de fantasía en un contexto así como medieval, y la cotidianeidad de pandemias y cultos milenarios. Y finalmente el insufrible lameculismo que se ha montado con ocasión del deceso de la monarca del Reino Unido. Desde los sindicatos hasta la Comunidad de Madrid (en este caso probablemente una mezcla a partes iguales entre servilismo monárquico y “que se jodan los progres”, que a la larga acabará prevaleciendo sobre los Blas-de-Lezo-te-escupiría-en-la-cara-Isabel), todo el mundo parece considerar que es un periodo fetén. Así que claro que tiene su interés: la “Historia” como ciencia no es más que un diálogo entre el pasado y el presente. Y como el presente siempre cambia, el diálogo cambia con él y hay que revisarlo. Así mantenemos ocupados a los historiadores. Jones, en concreto, es moderadamente revisionista. Y ya sé que al oír “revisionista” inmediatamente pensamos en indigentes mentales que se han encontrado en el altillo los libros de texto de la década de 1940 con los que estudiaba su abuelo y ahora defienden esa cosmovisión como algo rompedor, pero tranquilos, Jones no tira por ahí. Lo que a él le interesa es revisar, a la luz de nuestro mundo actual de migraciones, epidemias y cambio climático (la obra es de 2021), el periodo conocido como Edad Media.
El primer uso de la expresión es del siglo XVI, por parte de un historiador protestante, John Foxe, que dividía la historia en tres grandes épocas: empezando por el Tiempo Primitivo, cuando el cristianismo estaba perseguido y oculto, y terminando en “nuestros días actuales”, cuando se habría abierto camino la VERDAD. Como Foxe era protestante, para él la VERDAD era el protestantismo. Y entre ambos, lo intermedio, el relleno entre que el cristianismo se vuelve mayoritario y Lutero nos trae la VERDAD, pues la Edad Media. Curiosamente, Foxe usó literalmente esa expresión, pero posteriormente en lengua inglesa se usó el plural, Middle Ages (“Edades medias”, “medieval” en cambio es del XIX). Razonable, porque meter en una sola “edad” mil años de historia es casi demasiado reduccionista. Dan Jones, siguiendo el plural, divide el periodo en cuatro “edades” sueltas:
Imperio: años 410 a 750
Dominio: años 750 a 1215
Renacimiento: años 1215 a 1347
Revolución: años 1348 a 1527
Tales fechas a los historiadores españoles sin complejos les parecerán completamente aleatorias, porque para el nacionalismo español la Edad Media es lo que cae entre el final de su utopía perfecta (la Caída del Imperio Romano “bueno” en 476), y el primer intento serio de revivirla (Imperio global libre de moros y judíos a partir de 1492), pero precisamente por ello resulta tan interesante este libro, aportando una visión nueva frente a las ranciedades habituales.
Parte I: Imperio (410 a 750)
Para ser un libro sobre la Edad Media, Jones dedica bastante espacio, un 10% de nada, a hablarnos del Imperio Romano. Pero es que, argumenta, durante los primeros siglos de la Edad Media la gente aún cree vivir en “el imperio romano”, las continuidades no se pueden ignorar, y por todas partes hay intentos de revivir la gloria pasada. Los bizantinos intentan a pura yoyah reconquistar la cuenca mediterránea, los godos se montan temporalmente una unión capaz de reunificar la parte occidental, incluso las conquistas musulmanas (se lo advertimos: es revisionista) se pueden interpretar como un intento más, con los árabes imponiendo su idioma/religión como sucesores del latín/catolicismo (lográndolo, de hecho, en la ribera sur), y los turcos bautizando un sultanato con el nombre de “Rum” y gobernando posteriormente desde Constantinopla para dejar clara su aspiración a suceder a los romanos. Roma, en suma, está en los huesos del ideario medieval.
La fecha del comienzo, 410, hace referencia al saqueo de Roma por los visigodos, pero en realidad hay varios hechos relevantes en apenas un lustro: en 406, cruzan el Rin varias confederaciones de bárbaros, y al año siguiente Roma retira las legiones de Gran Bretaña para hacerles frente. Es en este caos que los visigodos, asentados desde hace años en los Balcanes, se ponen en marcha sobre la Ciudad Eterna, y el resultado es un 11S: poco daño efectivo, una vez que se posa el polvo y se hace balance, pero un daño simbólico tan grande que pondrá el mundo patas arriba.
Todo esto ya lo conocerán. Jones aquí empieza a meter algunas referencias a Lo Moderno. Los bárbaros como migrantes, claro, pero ojo: migrantes climáticos. Resulta que entre 350 y 370 hay una sequía brutal en el norte de China que obliga a migrar a sus habitantes (que no eran otros que los hunos), que sobre el 370 llegan al Volga y empujan a los pueblos allí situados, que son precisamente nuestros viejos conocidos los godos. Una generación después, los hunos vuelven a avanzar y empujan a vándalos, suevos y alanos sobre el Rin. Resulta además que hacia 400 se acaba el óptimo climático romano, medio milenio de buen tiempo alrededor del Mediterráneo, y las cosechas se vienen abajo. Cambio climático se combina con (y es causa de) carencias de suministros y migraciones, y provoca tremendo colapso civilizatorio.
Resulta además que Roma era un estado esclavista, uno de los más puros que haya existido jamás. Con una brutalidad interna de la que no somos conscientes (probablemente nos explotaría la cabeza), que trajo la tan añorada “estabilidad”, pero que también implicaba que grandes partes de la población no moverían un dedo por salvar el invento. Y efectivamente: las hordas bárbaras crecieron una barbaridad reclutando esclavos para sus filas. El esclavismo se hizo sentir durante varios siglos más, pues los esclavos se convierten en agricultores atados a la tierra, lo que conocemos como servidumbre. Servus, precisamente, era el nombre romano para los esclavos, nuestra palabra “esclavo” es medieval y hace referencia al hecho de que muchos de los esclavos medievales eran eslavos.
En 541, podemos hacer nuevos paralelismos: una terrible pandemia, la plaga de Justiniano, arrasa el mundo (el propio Justiniano, aunque enferma de ella, no la llama así; para él es “la Educación de Dios”). Como es natural, afecta más a las grandes ciudades, y eso dio al traste con el intento de Justiniano de restaurar el imperio. Aún así, el hombre lo deja para aguantar medio milenio más en una posición muy top, y además se casca un par de códigos legales que fueron la admiración de toda la Edad Media. Al mismo tiempo, Justiniano cerró la Academia de Atenas, y el mundo intelectual romano se volvió cada vez más cerrado y obsesionado con argumentos teológicos.
Menos de un siglo después de Justiniano, aparecen en escena los últimos que intentan restaurar el imperio romano: los árabes y su fulgurante expansión bajo los cuatro primeros califas, y luego bajo la dinastía Omeya. Monoteísmo, obediencia política y uniformidad religiosa se vuelven todo uno. Y por supuesto, dar yoyah a sus vecinos.
Un sentimiento similar subyace también al notorio canto de los seguidores del Millwall FC, tan familiar a los seguidores del fútbol inglés desde los años 70: “No one likes us/We don’t care”
Las conquistas musulmanas, además, recuerdan mucho a la expansión romana: romanos y árabes conquistan territorios muy extensos, pero al principio se contentan con dominar los puntos clave, generalmente ciudades en las que asientan colonos (cuidando que no se mezclen demasiado con los nativos) y desde donde ya empieza la lluvia fina de la romanización/arabización, que suele tardar un par de generaciones. Durante ese periodo, a los nativos les suelen dejar ejercer su religión en paz (aunque los musulmanes te cobran un tributo, la Yizia), pero poco a poco empieza a perfundir la dominación. Por ejemplo, los árabes acuñan nuevas monedas en las que ponen la imagen del califa, a imitación de las monedas romanas, y que le den mucho a la prohibición de ídolos. Además, las monedas de oro, los dinares, se fabrican todos en Damasco para centralizar la economía, aunque las administraciones locales emiten dirhams de plata y cobre. Para el año 700, ya empiezan a islamizar a saco, y en la década de 740 llegan a su apogeo: un califato unido desde Finisterre hasta China.
Sin embargo, esta fulgurante expansión de 120 años es todo lo que históricamente van a lograr: el año 750, una coalición de sunníes (el cisma con los chiíes ya existe, pero aún no tiene la profundidad que tendrá), persas (que se han resistido a la arabización) y otros malos musulmanes (que se preguntan por qué los carguitos se los llevan siempre los del clan de la Meca, que vendrían a ser un “Islam M30”) se juntan y deponen a la dinastía reinante de los Omeyas, aunque dejan escapar a uno que llega a Córdoba e independiza Al Andalus. Los nuevos amos del corral, los Abásidas, mueven la capital de Damasco a Bagdad y se alejan así de Constantinopla, aceptando que no se la van a coger. También intentan integrar a los no árabes, e incluso descentralizan parte del poder en gobernantes locales llamados emires. Desde entonces los dominios árabes no han crecido. Sí ha crecido el islam, pero sin la arabización de sus fieles, la escritura árabe por ejemplo no se ha extendido desde 750. Es con este cambio en el mundo musulmán, finiquitando la última opción serie de restaurar el Imperio Romano, que Jones da por terminada la primera edad media.
Parte II: Dominio (750 a 1215)
Se habrán dado cuenta de que llevamos tres siglos de medievo y España solo aparece como nota a pie de página cuando es conquistada por otros. Aunque esto nos pudiese llevar a pensar que Jones es un negrolegendario que odia a España, lo cierto es que Jones (especializado en el periodo medieval tardío británico) trata igual a su Gran Bretaña nativa, lo que llevaría al extremo centro a pensar que es comunista, que es peor que negrolegendario porque el negrolegendario al fin y al cabo solo se equivoca de amor y de odio, el comunista en cambio enmienda a la totalidad porque odia a todas las naciones. De nuevo, no es más que la pura y simple verdad que Europa occidental en este periodo es una esquina olvidada del mundo e incluso dentro del mundo euro-mediterráneo, donde no ocurre mucho de interés, pero eso va a cambiar.
En el año 751, puntual para el comienzo de la “segunda edad”, Childerico III se corta la coleta. Por favor no se lo tomen como una metáfora: Childerico es el último monarca merovingio, la dinastía que ha unificado Francia gracias a reyes como Clovis (un señor de la guerra cuyas fazañas harían sonrojarse al cártel de Sinaloa) y que se caracteriza por no cortarse nunca ni el pelo ni la barba. Pero ya han decaído tanto que el poder real lo ostentan los mayordomos de palacio, los cuales escriben al Papa preguntando que quien debe ser rey, el nominal o la persona que tiene el poder. El Papa de Roma, achuchado por los lombardos, ve abierta la posibilidad de hacer amigos nuevos, y les dice que el rey debe ser quien ostente el poder. Pipino el Breve afeita entonces a Childerico como símbolo de su deposición, le manda a un monasterio, y se hace coronar rey de los francos con la bendición del Papa, a quien a cambio hace un regalito de nada que persistirá once siglos como los Estados Papales. La nueva dinastía se llamará “carolingios”, en honor a Carlos Martel, un señor que logró una victoria totalmente sobrevalorada sobre los musulmanes, reivindicada por toda la extrema derecha de Europa (excepto la española, que prefiere Covadonga) como “la crucial derrota del islam”. Jones, ese aguafiestas, aclara que mucho más importantes fueron las derrotas en los asedios a Constantinopla (655 y 717) y el fallido intento de conquistar China (717 también), lo de Poitiers solo fue una razzia.
Esta feliz alianza entre Francia y el Papado culmina en el hijo de Pipino, Carlomagno, que unifica en un peazo reino casi toda Europa occidental, o al menos lo que se considera el “núcleo”: Francia, Alemania, el Benelux, norte de Italia y España. Hasta la UE, nadie ha sido capaz de unir todo esto de nuevo (de manera permanente). Su eficiente administración lo mantiene todo unido, e incluso innova inventando las letras minúsculas (para ahorrar papel). Finalmente, en el año 800, y aprovechando que en Constantinopla (por primera y única vez en 1500 años de emperadores romanos) hay una mujer al mando, el Papa León III declara el trono vacante y corona a Carlomagno como “emperador romano”: el occidente latino se ha soltado de la tutela bizantina y ahora volará solo. Jones en general parece aprobar la narrativa de que ese núcleo franco-germano se “inventa” el medievo occidental latino (feudalismo-caballeros, cristianismo cachas, obispados, universidades un par de siglos más tarde, Imperio, uso del latín…) y luego lo exporta-proyecta al resto de lo que luego hemos dado en llamar “Occidente”, con Francia encargándose de Gran Bretaña (vía invasión normanda), España (inmigración franca a Castilla y León, incluidos consortes reales) y Portugal (donde la monarquía la fundan unos franceses), mientras Alemania/Sacro Imperio se encarga de “pacificar/civilizar” a escandinavos, polacos, checos, bálticos y húngaros.
En esta Segunda Edad ya empieza a figurar también España, con esa mezcla de turismo y religión que nos caracteriza hasta hoy: por un lado, el camino de Santiago (junto a San Pedro del Vaticano, la única tumba de un apóstol en el occidente latino), por otro, con el mecenazgo de los reyes hispanos a los movimientos cluniacenses y cistercienses, los dos grandes movimientos de renovación del monasticismo en esta era. Resulta que los reyes hispanos hacen la guerra al moro infiel, y claro, ahí muere mucha gente, lo que hace necesarias muchas oraciones. Pero los reyes hispanos, con igual alegría (¡y puede que incluso mayor!), aceptaban un impuesto de los infieles para no atacarles, y eso ya era más peliagudo teológicamente. De modo que hay que “lavar” ese dinero, ¿y qué mejor forma que darles un buen pellizco a los monjes de Cluny (donde va a haber un altar solo para rezar por el rey Alfonso VI)? Por no hablar de todos esos nobles que invierten partes de su fortuna en misas por sus almas.
Piensen en las compensaciones de carbono de compañías modernas e individuos que están interesados en reparar el daño hecho al medio ambiente mediante viajes de larga distancia, transportes, calefacción excesiva, etc […]
Un tropo del temor capitalista tardío es quejarse de una economía digital en la que el dinero se gasta en servicios y productos que no tienen ninguna existencia tangible fuera del reino de los servidores informáticos, enriqueciendo vastamente a un pequeño grupo de compañías y sus ejecutivos. Es tal vez reconfortante pensar que en la Edad Media una economía comparable ciertamente ya existía.
La prosperidad que permite despegar a cluniacenses y cistercienses, explica aquí Jones, es porque el clima echa una mano, y los años 950 a 1250 ven el Óptimo Climático Medieval, con buenas cosechas y crecimiento de la población. ¡Otra vez el clima! La gente se anima a viajar, sobre todo a Compostela, y precisamente los cluniacenses siembran el Camino de Santiago con hostales y monasterios, en impresionante sinergia público-privada.
Finalmente, esta es la época de los caballeros. Jones inaugura la Era Caballeresca (siempre indicando que esto es un proceso largo y bla bla bla) en 955 a las afueras de Augsburgo, cuando la caballería pesada del Sacro Imperio barre al invasor húngaro. Los magiares habían sido una especie de “vikingos terrestres”; paganos salvajes que asolaban las tierras de los buenos cristianos, cultivando una reputación similar a una banda de moteros. La batalla de Lech (en el rancionalismo alemán, el equivalente a las Navas de Tolosa) rompe de un golpe la superioridad de los húngaros, que se retirarán hacia la Gran Llanura Panonia (dejando despoblado el valle del Danubio, que será repoblado con bávaros, dando lugar a la moderna Austria) y una generación después aceptarán oficialmente el cristianismo.
Jones colorea un poco la vida y el ethos caballerescos con dos figuras: una es Rodrigo Díaz de Vivar (con dos cojones, Jones les sitúa a sus compatriotas la ciudad de Valencia como “a medio camino entre Barcelona y Denia”, aunque debería haber usado Benidorm). El otro personaje es William Marshal, “el mejor de los caballeros”. Nacido como cuarto hijo en una familia de la baja nobleza acaba sirviendo consecutivamente a cinco reyes Plantagenet (¡y eso que estaban enfrentados entre ellos!) y estuvo presente en el lecho de muerte de tres de ellos (y el quinto estuvo en el suyo), sirviendo siempre con inquebrantable lealtad a cada uno, incluyendo un viaje de dos años a Tierra Santa simplemente para dejar un abrigo sobre la tumba de Jesucristo. Aparte, fue un consumado guerrero, tanto en la guerra como en los numerosos campeonatos (“un deporte mezcla del elitismo del polo, apuestas arriesgadísimas, la brutalidad del rugby profesional, y los requisitos técnicos de la lucha en jaulas”), ganando más torneos que Rafa Nadal. Desmontó en combate a Ricardo Corazón de León (y pudiendo matarle le dijo “el Diablo te matará, no yo” – normal que Ricardo luego le reclutara) y disputó con 70 años su última batalla, que aseguró la independencia de Inglaterra después de que el desastroso reinado de Juan sin Tierra casi la convirtiera en dependencia francesa. La verdad es que a mi Marshall me resulta más interesante, perdonen la herejía.
La aparición de caballería pesada implica profundos cambios en el orden social europeo. Armadura y armamento, caballos, ayudantes… tener un caballero listo en el frente de batalla cuesta tantos recursos como generan diez familias de campesinos. Y de los castillos, que aquí empiezan, ya ni hablamos. La única forma de financiar esto es el “feudalismo” (que nunca llegó a existir tal como lo describe el ideal): el rey da tierras a los barones, y los barones dan pequeños feudos a sus caballeros, cuyos habitantes campesinos tendrán entonces que sostener a dicho caballero. Todo esto, a cambio de asistencia militar. Y como todo grupo de gente que se gana la vida ejerciendo la violencia por dinero (ya sean soldados, policías, mercenarios o sicarios), desarrollan un ethos y un elaborado código con el que vender que ellos no son unos simples asesinos. De aquí va a salir esa imagen de los caballeros como abnegados sirvientes a una “dama” o como compositores de poemas. William Marshal sin duda aspiró a representar este ideal, pero el 90% de los susodichos seguramente eran bastante más cínicos al respecto.
El caballerismo no solo sirve para montar una especie de Formula 1 medieval: también se puede usar en otro componente esencial para entender la Edad media: las cruzadas. Una canción popular francesa las describía como “un torneo organizado por Dios entre el Cielo y el Infierno”. Las tres primeras todavía tenían un cierto espíritu idealista, no incompatible con masacrar a la población civil de las ciudades conquistadas porque son putosmoros (cuando Saladino recuperó Jerusalén expresamente renunció a masacres para marcar diferencia, por cierto que Saladino unificó el mundo musulmán derribando a los Fatimidas chiíes, razón por la que los chiíes no le aprecian demasiado). Sin embargo, a partir de la Cuarta es el despiporre: el ejército de cruzados llega a Constantinopla en 1214, deciden que ya va siendo hora de poner en su sitio a los griegos estos, y saquean la ciudad.
Otros esfuerzos se dirigen al Báltico y a Iberia: en 1147, una flota de cruzados ingleses y frisios camino de la Segunda Cruzada toman Lisboa. Pero al poco las cruzadas se vuelven instrumentos de política papal (Inocencio III predicó cinco cruzadas, preparó una sexta e inspiró una séptima –ninguna a Jerusalén, aunque una de ellas llevó a las Navas de Tolosa, que es casi más importante, porque Jesús, de haber podido elegir, obviamente habría preferido nacer en Sierra Morena), o simple negocio conquistando tierras llenas de paganos a los que esclavizar, o una forma de poner firme a la gente en casa y erradicar herejías.
Finalizamos esta “Edad” con el gran comodín que la Historia le otorga a Occidente: la dominación mongola del espacio euroasiático. Casi desde la nada, Chinggis Kahn (¿o ustedes todavía dicen Genghis?) conquista medio mundo, convirtiendo en cenizas una docena de civilizaciones y creando así las condiciones para que ese pequeño y atrasado apéndice de Asia llamado Europa se ponga en cabeza un par de siglos más tarde. Su imperio sería la fantasía de muchas de nuestras derechas más desacomplejadas, pues se decía que una mujer con una olla llena de oro sobre la cabeza podía recorrer el imperio mongol de un extremo a otro sin temer nada (y esquivando cadáveres a cada tres pasos, se entiende). Algunas veces, la mujer de la metáfora está desnuda, pero eso igual ya no es tan del agrado de nuestras derechas, que una cosa es la propiedad privada y el patrón oro, y otra muy distinta volver a casa sola, borracha y desnuda desde Karakórum y pretender que no te pase nada.
Parte III: Renacimiento (1215 a 1347)
Un cliché dice que en la Edad Media había tres grupos: los que rezaban, los que luchaban y los que trabajaban. Jones utiliza la tercera parte del libro a diseccionar un poco mejor dichos grupos, dejando de lado el rollo político (es decir, lo que cierta gente considera que es “política”, que es el rollo “imperios, batallas y reyes”; suele ser la misma gente que cree que los sueldos, alquileres y libertades fundamentales no son políticos), porque no hay un evento claro en 1215 para indicar que aquí termina una “Edad” y empieza otra. Está, claro, la Carta Magna, aunque Jones es demasiado educado para destacarla demasiado, por muy fetiche que se haya convertido:
Un interesante paralelismo en tiempos modernos es el rumor que circuló en Inglaterra durante el confinamiento del COVID-19 en otoño de 2020: los dueños de negocios se convencieron unos a otros que, si publicaban copias de la Carta Magna en sus negocios, estaría exentos de instrucciones gubernamentales para suspender el comercio.
También hay un concilio, pero lo más relevante que sale de ahí es la obligación de confesarte anualmente. Más importante, seguramente, fuera la conquista de China y fundación de Beijing por parte de los mongoles, pero no deja de parecer una fecha puesta a boleo.
El periodo en sí parece simplemente una prolongación recargada del anterior: más “feudalismo”, más cruzadas, más población – al menos al principio, en 1250 acaba el mentado óptimo climático y a principios del XIV hay una serie de hambrunas en Europa. La población tampoco disminuye significativamente (todavía), pero sí se empieza a estancar, y hay una sensación generalizada como de agobio, de “aquí no cabe ni uno más”. Piensen en el “no hay para todos” actual. Al mismo tiempo, empiezan a surgir pequeñas islas “capitalistas” en el océano feudal: las repúblicas italianas de Génova, Venecia, Pisa, Amalfi, Florencia… y, también, las primeras universidades. Que al principio solo son criaderos de administrativos dedicados unos años al botellón y al estudio a partes iguales, pero que con el tiempo serán los viveros donde nacerán nuevas y sorprendentes ideas (tampoco parece tan difícil: en Cluny, centro de toda la sabiduría monacal, apenas tenían 600 libros). Martín Lutero, mismamente, publicará sus 95 tesis siendo profesor de teología en la Universidad de Erfurt. ¡Un woke medieval! Los mercaderes, finalmente, los cubrimos con Marco Polo, cuyo viaje a China abre los ojos de Europa al ancho mundo más allá de su limitado horizonte.
Parte IV: Revolución (1348 a 1527)
La divisoria 1347/8 no requiere demasiada presentación: es el año que la peste llega a Europa. Su origen y naturaleza no están del todo claros, pero parece haber un cierto consenso que la creación del imperio mongol (y la facilidad que dio para viajar por toda Eurasia) fue instrumental en su propagación. Y como en otras epidemias modernas (Jones ocasionalmente mete guiños al COVID) viene en olas. La primera, 1347 a 1351, es la más mortífera, matando entre un tercio y la mitad de la población europea. Pero es que luego vienen más: 1361, 1369, en los años 1370, y de nuevo en 1390. Un periodo de decadencia, muerte y fin-del-mundo, que cambió totalmente la sociedad y precipitó el final de la Edad Media, un verdadero “cisne negro” histórico.
Habiendo vivido una pandemia ustedes mismos, no les sorprenderá lo que pasó después: los mandamases intentaron a toda costa que todo siguiera como antes. Resulta que la elevada mortandad había dejado libres un montón de tierras de cultivo y creado una enorme carestía de mano de obra, lo que ponía a los siervos/peones en condiciones de exigir mejores sueldos y condiciones. ¡La magia del mercado! Pero ya saben cómo va esto, en el XIV y ahora: el Dios Mercado es sabio cuando aumentan los beneficios empresariales, pero si por alguna carambola loca beneficia al populacho ya están los explotadores pidiendo intervención estatal que ríanse ustedes del maoísmo. En Inglaterra, los jefes se sacan una Ordenanza y Estatuto de los Trabajadores que aspira a mantener la “Vieja Normalidad”: prohibido exigir salarios por encima de niveles pre-pandemia (la inflación, en cambio, no se controló), obligación de trabajar para todos los menores de 60, ilegalización de la mendicidad y el vagabundeo, prohibición de mudarse sin permiso del señor. Y esto no eran tigres de papel: un par de generaciones después, dos tercios de los casos tratados por la justicia real eran conflictos laborales.
Esta actitud -despreciar a los pobres excepto para que ocasionalmente te recordaran a Jesús- era muy típica de las sociedades aristocráticas de la Edad Media tardía. Pero en las fauces de una pandemia era también peligroso. El azote de la Peste Negra al mundo occidental era más que solo una inconveniencia financiera a solventar mediante legislación. Trajo un inmediato y repentino reajuste demográfico – y movió el poder más firmemente hacia la gente común. En consecuencia, la segunda mitad del XIV vio un aumento de levantamientos populares violentos contra las autoridades establecidas.
Estos levantamientos incluyen a las Jacqueries francesas, los ciompi florentinos o las remensas catalanas, aunque Jones aquí ya va a lo suyo y se centra en la revuelta inglesa por antonomasia, el Gran Levantamiento de 1381. Como en general solo nos han llegado las versiones de los vencedores, estas revueltas suelen ser descritas como ustedes se imaginan: violentas, injustificadas, y sin seguir los cauces previstos por la ley (en realidad la ley no preveía cauces, pero de haber existido habrían sido incluso más inútiles que los de hoy). Sin quitar que hubiese violencia (dirigida generalmente hacia aquellos que los rebeldes percibían que les habían “fallado”), las retribuciones de los nobles fueron totalmente desproporcionadas y guiadas por un supremacismo sui generis que de vez en cuando conviene repasar por lo bien que expresa ciertas posiciones sin máscaras ni nada:
[respuesta de Ricardo II a los rebeldes] “Condenados hombres, detestables en tierra y mar y que deseáis igualdad con los señores, no merecéis vivir […] rústicos sois, y seguiréis siendo, permaneciendo en la servidumbre, no como antes sino más dura y estricta. Porque mientras vivamos y, por la Gracia de Dios, gobernemos el reino, lucharemos con mente, fuerza y medios para suprimiros para que el rigor de vuestra servidumbre sea un ejemplo para la posteridad.”
[…]
El mensaje era claro: cualesquiera que hubiesen sido las miserias sufridas por las clases bajas durante un siglo de hambre, plagas, guerras y cambio climático, sufrirían aún más si se atrevían a olvidar su sitio otra vez. No fue ni la primera ni la última vez en la historia que una revolución sería exageradamente aplastada. No habría otra rebelión popular en la Inglaterra medieval durante casi setenta años.
Lo “gracioso” es que Ricardo II había accedido a ciertas demandas un poco antes, mientras aún se veía en desventaja, considerándolas “justas y necesarias”, hasta que pudo darle la vuelta al partido. Pero ciertas cosas no tenían marcha atrás, y un siglo más tarde la servidumbre, aunque formalmente persistía, ya era cosa del pasado. Y con ella todo el feudalismo: en vez de “yo te doy tierras, y tu me prestas servicio militar”, los reyes tiraron de impuestos para montar ejércitos.
Como ya sabemos, una crisis del fin del mundo es una oportunidad para aquellos innovadores religiosos que saben leer a los consumidores y quizás puedan introducir su mercancía en el tradicionalmente cerrado mercado de las creencias. El problema es que no hablamos de un monopolista cualquiera, sino de EL monopolista: la Iglesia. Normal que las primeras start ups como la de Jan Hus acabaran quemadas. Pero contribuyeron a degradar la supremacía papal a un “bueno, es tu opinión”. Particularmente en lo relativo a las indulgencias, surgidas a raíz de que los Laboratorios Teológicos se inventaran el purgatorio en la década de 1160, y los CEOs vieron una forma de monetizarlo a full, sobre todo a raíz de la aparición de la imprenta.
…la gente común abrazó los tiempos cambiantes. Los Perdonadores no estaban forzando un producto no deseado sobre consumidores recalcitrantes. Todo lo contrario. Como usuarios de los medios sociales del siglo XXI, hombres y mujeres medievales abrazaron a la carrera un sistema que les ofrecía algo que querían, incluso aunque los convirtiese a todos en nodos de beneficio de un sistema demasiado grande para entender. Y no deberíamos juzgarlos demasiado severamente por ello. En un mundo occidental devastado por la Muerte Negra y atormentado por infinitas guerras menores, esta vía para asegurarse contra las torturas de la condenación debió parecer necesaria y bienvenida. Solo fue gradualmente, tras más de medio siglo, que la industria de las indulgencias se convirtió en el objetivo de una crítica erudita, y aún más antes de desencadenar una revolución cultural con todas las letras.
Lo que provocó el vuelco fue, en esencia, simple codicia. En 1470 el papa Sixto IV, el notorio y extravagante pontífice cuyos enemigos le acusaban de toda clase de depravación sexual, y murmuraba que regalaba birretas de cardenal a los muchachos que le gustaban, descubrió que sus gastos se le multiplicaban […][es por Sixto que la Capilla Sixtina tiene su nombre].
Uno de los métodos favoritos de Sixto era vender indulgencias, y no solo para beneficio de los vivos. Calculando que el mercado podía crecer exponencialmente si las indulgencias se vendían a todas las almas, al margen de donde residieran, Sixto fue el primer Papa en afirmar que las indulgencias podían ser compradas para los muertos.
Las indulgencias finalmente fueron impugnadas por Martín Lutero… con la suficiente suerte que enlazaron con otras candentes cuestiones políticas, y ahí ya se lió parda. Pero Jones tampoco termina la Edad Media con las 95 tesis de 1517, sino con otro acontecimiento. Uno, además, que todos los banderita-con-pulsera-de-España admiradores de Carlos V que te recitan el número catastral de cada iglesia quemada durante la Segunda República suelen pasar por alto al hablar de “los momentos más gloriosos de nuestra historia”: el Saco de Roma.
Punto final
Resulta que el señor que -para alegría de tanto ornitólogo- nos trajo los aguiluchos bicéfalos tenía en 1526 un ejército estacionado en Italia. Uno que tras la derrota húngara en Mohács probablemente debería salir pitando hacia el Este para defender a la cristiandad, pero eso significaba dejar Italia en manos de sus enemigos, incluyendo al Papa Clemente VII. Un ejército, además, al que no pagaba y cuyos soldados estaban un poco cabreados. Así que Carlos V empezó a insinuar que podría levantar el pie en la lucha contra la herejía luterana, y además reforzó su ejército italiano con contingentes alemanes, mayormente luteranos. Para la primavera de 1527, esta abigarrada tropa (compuesta más o menos a partes iguales de italianos, españoles y alemanes) de 20.000 hombres estaba escapando al control de su borbónico general, así que decidió ponerlos en marcha hacia la Ciudad Eterna para pedirle parné a Clemente. El 6 de mayo, se preparó para ordenar un asalto.
Con un ojo en los españoles, prometió que, si Roma caía, sería el comienzo de una conquista mundial, en la que seguirían toda Italia y Francia, tras lo cual Carlos V lideraría a sus ejércitos contra los otomanos antes de “llevaros en victoria a través de Asia y África… donde tendréis oportunidad de mostrar al universo entero que habéis sobrepasado la gloria de los incomparables ejércitos de Darío, Alejandro Magno o cualquier otro soberano conocido por la Historia”. Volviéndose a los alemanes, les habló de la corrupción del claro católico […] tomar Roma, les dijo, realizaría el sueño de “nuestro infalible profeta, Martín Lutero” […] Había algo para todos. Borbón metió a sus hombres en un frenesí y luego los soltó.
Borbón vivió tres horas más, hasta que un arcabuz le atravesó la cabeza, tras lo cual no quedó nadie con autoridad para parar la orgía y destrucción que se desató cuando el ejército saltó los muros.
El Saco de Roma en mayo de 1527 duró más de una semana. Al grito de “¡España! ¡España! ¡Matar! ¡Matar!”, tropas imperiales recorrieron la ciudad. Acabaron con los defensores delante de San Pedro y la ciudad fue suya. Clemente se refugió en el Castel de Sant’Angelo. […] Reliquias, incluidas las cabezas de San Pedro, San Pablo, San Andrés, junto con fragmentos de la Vera Cruz y de la Corona de Espinas, fueron pisoteadas en la furia. Un grupo vistió a un burro con ropajes sacerdotales y mató a un hombre de la iglesia cuando se negó a alimentar al animal con la eucaristía […] Monjas fueron violadas. Sacerdotes asesinados en sus altares […] El Papa y sus allegados permanecieron un mes en Sant’Angelo, saliendo el 7 de junio a cambio de 400.000 ducados. Incluso entonces, Clemente se quedó por su propia seguridad. Solo salió de incógnito en diciembre. Para entonces, alrededor de 8000 romanos habían sido asesinados por las tropas imperiales. Y posiblemente el doble murieron por otras causas: las enfermedades arrasaron con la población, gracias a las tropas invasores y las condiciones deplorables.
[…] El emperador estaba encantado cuando llegaron las noticias a su corte: un observador dijo que Carlos se rio tan fuerte que apenas pudo terminar su cena. El Papa estaba en su poder. Italia seguiría pronto. Aunque vendrían otros desafíos durante su reinado, este fue un momento decisivo.
El Saco de Roma sirvió de catalizador para un montón de acontecimientos: en Inglaterra, Enrique VIII, fidei defensor, viendo que el Papa seguramente ya no le permitiría divorciarse de la tía de Carlos V, separó su iglesia nacional de Roma, creando la Iglesia Anglicana. En Italia, los fugaces sueños de unificación murieron hasta el Risorgimento, y el Renacimiento expiró a falta de dinero para pagar a tanto artista (iniciándose, según Jones, “una nueva edad de oro en la Península Ibérica” en la que “El Escorial se convirtió en el palpitante corazón de la sofisticación europea”). Francia, por su parte, viendo que el papado pasaba a ser el perrito faldero de la Casa de Austria, se buscó una nueva alianza con el Imperio Otomano, algo por lo que generaciones de cruzados medievales (la mayoría de los cuales vinieron de Francia) seguramente se revolverían en sus tumbas. Gracias a esta alianza, que duró hasta Napoleón, los Balcanes rotarían alrededor de Constantinopla hasta la Primera Guerra Mundial. Siguiendo en Francia, la caída de Roma dio alas a una Reforma francesa, que 40 años más tarde daría origen a las Guerras de Religión francesas. Y por supuesto, teológicamente, el Saco llevó al Concilio de Trento, redibujando toda la doctrina católica para 300 años.
La verdad, definir un “punto final” siempre es problemático, porque la historia es una mezcla constante de rupturas y continuidades. Jones parece haber querido estirar al máximo el periodo, y llegado a este punto pues señalamos las consecuencias metiendo cuantas más mejor, y decimos “pero esta es otra historia, y merece ser contada en otra ocasión”. Es un barrer para casa, pero cuando está bien hecho lo perdonamos. Como es el caso.
La Edad Media no murió exactamente en las calles de Roma en 1527 – pero después estaba claro que algo se había perdido, y que nunca volvería.
Viviendo en el temprano siglo XXI, en nuestro propio tiempo de cambio global, podríamos reconocer un poco de todo esto. Nuestro mundo está cambiando alrededor nuestro, a través de una combinación de cambio climático, pandemias, progreso tecnológico, revoluciones en comunicaciones y diseminación cultural, migraciones masivas rápidas e incontrolables, y una reforma de los valores culturales centrada en el individuo. ¿Es posible que no solo podamos interesarnos por, sino incluso simpatizar con, las personas que vivieron la Edad Media? ¿O sería ahistórico? Les dejaré la respuesta a ustedes.
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Comentario de emigrante (12/09/2022 14:29):
Interesante, para el autor la Edad Media va del saco de Roma por los godos al saco de Roma por lo descendientes de los godos y otras tribus germánicas. Supongo que para él el Imperio romano comienza con del saco de Roma por los celtas. Es dificil creer que el asedio de 1527 fuera más trascendental que la caída de Constantinopla o el descubrimiento de América.
El tal Jones no será negrolegendario ni se centrará en Gran Bretaña pero la división que él hace del periodo medieval encaja perfectamente con la historia de las islas:
Imperio: años 410 a 750, es decir, del rey Arturo* a los vikingos. Abarca las invasiones sajonas y la Heptarquía.
Dominio: años 750 a 1215, de los vikingos a la Carta Magna. Invasiones de vikingos y normandos. El rey de Wessex desbloquea la corona de Inglaterra.
Renacimiento: años 1215 a 1347, de la Carta Magna a la Peste Negra. No se sabe muy bien si la corona de Inglaterra pertenece a un noble francés o si el rey de Inglaterra posee media Francia. Eduardo I desbloquea Gales y Escocia.
Revolución: años 1348 a 1527, de la Peste al divorcio de Enrique VIII. Las guerras de los Cien Años y de las Rosas.
“Jones aquí ya va a lo suyo y se centra en la revuelta inglesa por antonomasia, el Gran Levantamiento de 1381” Volvemos a lo del principio, al final la cabra siempre tira al monte.
“Es un barrer para casa, pero cuando está bien hecho lo perdonamos. Como es el caso” Usted mismo lo dice.
*Ya se que el rey Arturo no es un personaje histórico sino literario pero simboliza la retirada de Roma de la provincia británica.
Comentario de emigrante (12/09/2022 15:50):
Los cambios climáticos suelen estar precedidos por erupciones volcánicas. Se cree que la Peste de Justiniano y las hambrunas precedentes fueron facilitadas por la erupción del Ilopango en El Salvador. Es como el efecto mariposa, un volcán estalla en Islandia sin que apenas nadie tenga noticia y el rey de Francia pierde la cabeza. https://es.wikipedia.org/wiki/Laki
Comentario de Latro (12/09/2022 18:41):
La verdad, tendré que leerlo, pero me intriga la justificación para considerar la expansión árabe como Roma 1.35 o algo así
Comentario de Creikord (13/09/2022 15:02):
Es una tendencia historiográfica bastante asentada. Se vienen a la mente autores cono Chris Wickham o Hugh Kennedy.
Gran texto-resumen, como siempre. A la lista de deseados.
Comentario de Latro (13/09/2022 15:24):
No, si no lo dudo, pero estará asentada para los que dominan el tema, por lo que yo me he quedado con la curiosidad de ver el razonamiento
Comentario de emigrante (14/09/2022 12:17):
Se me ocurre por ejemplo que mientras en Europa se implantaba el sistema feudal en el mundo islámico siguieron con el sistema económico esclavista del Imperio Romano. Otra similitud es la fusión de la autoridad política y religiosa en el califa al igual que sucedía con el emperador romano. Mientras que en la Europa medieval el Papa y el emperador eran personas distintas. También supieron mantener mejor la unidad política que en occidente, con la excepción ibérica.
Aunque en la Europa cristiana también tenían esclavos había una diferencia considerable en su número. Esta reducción de la esclavitud no fue tanto por virtud como por necesidad. Con la conversión de Vladimir de Kiev y las cruzadas de los teutones en el Báltico desparecieron los últimos paganos de Europa. Como los curas veían mal eso de esclavizar cristianos se recurrió al sistema de servidumbre. Los árabes en cambio contaban con una fuente inagotable en el África subsahariana. El tráfico de esclavos siguió funcionando a todo tren durante toda la Edad Media y Moderna hasta la época de la colonización europea casi en el siglo XX. El último país del mundo en abolir la esclavitud fue Mauritania en 1980, según la ONU.
Comentario de Lluís (19/09/2022 17:56):
#6
El problema de Roma fue que se le acabó la fuente de esclavos. La conquista de una nueva provincia (Galia, Britania, Dacia,…) y/o aplastar una rebelión proporcionaba miles de nuevos esclavos al sistema, necesarios para latifundios y minas, entre otras cosas. A partir de finales del siglo II, el Imperio pasó a la defensiva, y con eso la posibilidad de obtener grandes masas de esclavos queda muy limitada.
A partir de ahí, supongo que se acostumbrarían a la servidumbre, que no deja de presentar ventajas, por lo menos para la producción agrícola. La esclavitud no desapareció del todo en el Occidente cristiano, en particular en algunas ciudades mediterráneas, empezando por Barcelona. No esclavizaban paisanos, pero no les hacía ascos a pillar esclavos o esclavas de Albania o Grecia.
Comentario de Rosana Tokio (27/09/2022 04:48):
Muy interesante resumen histórico, Roma siempre es precedente histórico para muchas cosas y creemos que estamos mejor. Saludos.