Night Sky (Amazon Prime, 2022)
Lo confieso: he tardado un tercio de la obra, tres capítulos de ocho, en decidir de qué iba esta serie. Y todo para confirmar lo que sospechaba desde el principio: que una serie en la que salen Baby Boomers siempre va a girar en torno a los Baby Boomers.
Sobre los Boomers: ya hemos hablado mucho de ellos aquí, tanto en su versión original como en su remake castizo. Y como generalmente ha sido para meternos con ellos, ahora vamos a decir algo bonito de ellos: si se hubiesen muerto todos apenas pasados los 70 años, habrían pasado a la historia como una generación bastante potable. Con sus cosillas, pero como todos. Y en su defensa diré que ellos mismos, cuando eran jóvenes, no contaban con vivir más allá de esa edad. Al fin y al cabo, es lo que veían en los viejos de su época: gente que trabajó hasta el día de su miserable muerte a los 60 y pocos. Qué menos que montar un generoso sistema de pensiones y facilitar la compra de una casa para que toda esa pobre gente que logre llegar a 65 tenga un buen pasar, pensaron entonces. Pero entonces llegó la medicina moderna, las vacunas para la gripe, alguien les dijo que fumar era malo, entre una cosa y otra se encontraron con 20 años más de vida, y aquí estamos, con una generación acaparándolo todo porque no aprendieron nunca otra cosa: las casas, las cátedras culturales y mediáticas, la política, la economía, en suma, el puente de mando del país. Llevándose así a ojo la mitad de los Presupuestos Generales del Estado, si sumamos pensiones y su parte del gasto sanitario. En casi todas partes donde se parte el bacalao (el Congreso, el IBEX…) tienen metido a un tercio de los suyos. En USA, han puesto a todos los presidentes desde Bill Clinton, incluyendo a la momia actual. Aquí, nos trajeron el Rajoyato, la encarnación más pura de su ideal político, tanto en su versión rodillo (2011-2015) como en su versión Grosse Koalition (2016-2018). Y así desde hace 40 años, cuando se montaron en el machito, y no parecen tener ganas de ceder ni un centímetro mientras la medicina lo permita.
Frente a esto, los que venimos detrás a duras penas hemos podido crearnos algún reducto propio. Por ejemplo, las series. ¿Y qué hacen los Boomers? Montarse la suya propia, que aquí les contamos, protagonizada por una pareja Boomer de libro: se conocieron al son de canciones de Elvis, llevan felizmente casados 50 años en la América profunda del Midwest, y viven en un casoplón de 200 metros cuadrados con parcela a juego, comprado con los salarios de un carpintero y una profesora de inglés. Eso sí, ni Ryanair a Paris ni aguacates, ni pijadas de esas, y con el mismo coche desde 1983, la típica caja de zapatos con ruedas. Que aprendan los jóvenes (y para que no se diga, sus vecinos son jóvenes que se han comprado una casa igual -¡si quieres puedes!- con el trabajo de ella de teleoperadora, y él suyo de… pues no me quedó claro a qué se dedica él, salvo que tiene suficiente tiempo libre para presentarse al consejo municipal).
El caso es que esta idílica pareja se enfrenta al “hecho biológico”: a ella no le queda mucho (con 73 años, aunque confieso que yo ya tengo una edad que eso me parece joven para morir – ¡y hasta para pagar la hipoteca!), y tienen que decidir qué hacer con su pequeño secreto en el sótano, que resulta ser… un portal interestelar. Sí, cáguense, en la primera escena ya te enseñan que existe ese portal, y te crees que aquí hay material para hablar durante horas, pero no, la serie ipso facto se dedica el resto del episodio piloto a hablarnos de sus cosas Boomer, de la enfermedad de ella, la memoria de él, la próstata ya no es lo que era, de que sus amigos Boomer están todos viejos y decrépitos también, de lo mucho que quieren a su nieta…
Portales
A todo esto, ¿cómo llega un portal interestelar al sótano debajo de la casita de las herramientas? Pues no nos lo aclaran, simplemente “está ahí”. Bajas al subsuelo, avanzas 10 metros en un túnel cutrecillo, llegas a una especie de cápsula, cierras la puerta, hay un fogonazo, abres la puerta, y ale, ya estás en una casa en otro planeta. Una casa que es una especie de observatorio, con un ventanal del 15 que mira sobre un planeta desierto bajo un cielo muy chulo y evidentemente no terrestre. Y ya está, no hay más. Bueno, sí, una puerta al exterior, pero los Boomers probaron a sacar afuera un par de ratones y no duraron ni un minuto, así que ni pensarlo. Cualquiera diría que deberían contarle esto a las autoridades y que sea investigado, para el bien común o para descartar peligros y amenazas, pero como buenos Boomers dicen “¿y perder nuestro estupendo observatorio privado? Ni de coña” y en eso se queda la cosa durante varias décadas, aunque ahora con la enfermedad de ella empiezan a pensar si contarlo. No al público, claro, sino a su nieta para que lo disfrute ella en privado.
Sin embargo, este no es el único portal: apenas nos hemos acercado al punto de saturación Boomer, la serie salta a Argentina, donde en un rincón remoto de la pampa una madre y su hija quinceañera viven en un rancho criando llamas andinas y vigilando una vieja iglesia semiabandonada. La niña como que está un poco harta de todo: de los rumores sobre el “culto” que al parecer montó su abuelo, de vivir en mitad de la nada (y eso que todos los días su madre la baja a la escuela de la ciudad, en lo que parece un viaje de casi una hora), de no poder hacer amigos y sobre todo de no poder metel.la con la alegre chavalada de su edad. Pero la madre le cuenta que ellas custodian un Gran Secreto (y teniendo kilómetros cuadrados de pampa desierta por alguna razón prefiere contarlo en un local público de la ciudad). Que resulta ser otro portal interestelar, situado debajo de la iglesia donde rezan todos los días.
Es decir, que tenemos dos “portales”, uno en Farnsworth, Illinois, y otro en la Pampa argentina. ¿Qué puede unir a estos dos lugares? Correcto: ambos formaron parte en su tiempo del IMPERIO ESPAÑOL bajo Carlos III de Borbón. Bueno, Illinois, si nos ponemos estrictos, solo bordeaba la Luisiana Española, pero moralmente (¿y qué puede ser más importante que la moral?) Illinois era tan española como Gibraltar. ¿Acaso Colón no tomó posesión del continente americano entero? En fin, todo esto para decirles que, si esto ocurriera en el mundo real, el PP y VOX dirían que la Agencia de Gestión de Portales Interestelares tiene que tener su sede en Madrid, vamos, que va de suyo, y que si no está allí la culpa es de la Leyenda Negra, pero sobre todo de Podemos y Sepulturero Sánchez.
Volviendo a la serie, al poco surge un tercer portal. Este está en Newark, Nueva Jersey (pero aún al oeste de la línea de Tordesillas, eh, así que esa sede guapa y los carguitos que vaya ya al Barrio de Salamanca, ¿cómo que no?, ¡Perroxanxez traidor!), y además se puede llegar desde Argentina. Sí, sorpresa, los portales se pueden conectar y programar, no siempre llevan a un observatorio estelar en otro planeta. De hecho, llevan tan pocas veces a otro planeta que piensas que, al margen de la primera escena del episodio piloto, lo de llamarse “Night Sky” no tiene mucho sentido.
Desarrollo
El desarrollo de la cosa va por dos vías: las vivencias de las mujeres argentinas, y que de repente los Boomers tienen un visitante vía portal, un chaval joven, aparentemente humano, pero que asegura haber perdido la memoria. ¿Y qué hace la gente en estos casos? Pues acogerle en su casa, contratarle, darle 5000$ en billetes pequeños y de numeración no consecutiva, cosas de esas. ¿Cómo, que ustedes no hacen eso con misteriosos desconocidos que afirman haber perdido la memoria? Pues será porque no son parte de la generación más generosa de la Historia, los Boomers, que si Jesucristo hubiese elegido las décadas de 1980-1990 para venir al mundo se habría vuelto a casa sin hacer nada, que el mundo entonces era la perfecta utopía cristiana.
Poco a poco (es decir, MUY lentamente) la serie también nos empieza a explicar cosas. Para empezar, los portales estos tienen unos 300 años y fueron creados por ¿alienígenas? que al parecer engancharon a unos cuantos humanos para ayudarles y hacer el mantenimiento, y para ello optaron por la probada fórmula “culto de los antiguos astronautas en Cuarto Milenio”, es decir, presentarse como ángeles divinos y encomendarles una Misión, o algo así. La familia argentina, de hecho, resulta ser parte de ese culto, aunque hoy en día el culto está en franca decadencia y se dedica a perseguir a apostatas que quieren salirse. Quitando los rezos, recuerda a ciertos partidos de izquierda de cuyo nombre no logro acordarme.
Los vecinos del Portal
Franklin York: el Boomer. Interpretado por JK Simmons, que siempre es una garantía de calidad. Aquí le toca interpretar al “viejo cascarrabias pero con corazón de oro”, cosa que hace muy bien. Apartándose del tópico Boomer (el humor Boomer se puede resumir como un stand-up comedian gritando que odia a su mujer), está muy enamorado de su mujer, pero a veces teme que esto no es recíproco. De hecho, el personaje entero es la viva imagen de cómo se idealiza esta generación a si misma: duro de pelar, independiente, capaz de montarse unos trajes espaciales en su pequeño taller, pero con un corazón de oro. El hijo nacido de un polvo entre Clint Eastwood y un Osito Amoroso.
Irene York: la Boomer. Esposa de Franklin. Al igual que él, todavía intentando superar el suicidio de su hijo Michael, solo que a ella se le da peor. Como Irene es un poco más “intelectual” que Franklin (era profesora de literatura), le da más al tarro, y por eso proyecta sus sentimientos, primero sobre el portal (“tengo que saber qué es antes de irme”) y luego sobre el chaval al que encuentra dentro. Resulta que, en su último encuentro con Michael antes de que él se pegara un tiro, ella le soltó un “discurso Boomer” pata negra: deja de llorar, es hora de que asumas la responsabilidad por lo que tienes, tienes que esforzarte, yo ya no te puedo ayudar, etc. Es decir, el discurso generacional de los Boomer, pero olvidando la regla de oro: ¡a tus hijos no se les aplica, ellos tienen que heredar tus propiedades limpias de polvo y paja y saltarse todas las reglas!
Denise York: la Millenial, hija de Michael y nieta de Franklin e Irene. Estudiante en Chicago, hereu designada del casoplón (y con ello del portal), se preocupa por sus abuelos, pero tampoco hace mucho más. Emocionalmente, su aportación está en llorar un poco ante la tumba de su padre antes de soltar el “rollo millenial”, ya saben: me siento perdida en mi propia vida, no sé lo que estoy haciendo ni lo que quiero hacer, a lo mejor abandono todo. Una actitud completamente normal en alguien que solo ha vivido los últimos 25 años, y contestada normalmente con un “rollo Boomer” de sois unos trapos, la generación blandengue, en mis tiempos cuando teníamos dudas nos poníamos hasta el culo y al día siguiente tirábamos p’alante. Solo que aquí le sirve a JK Simmons para interpretar a un Boomer Comprensible que abraza, consuela, y sobre todo Entiende y Da Soporte Emocional.
Con Irene, en cambio, Denise tiene una relación más tensa, llegando hasta el punto de decirle “no te gusto porque soy negra”, en la única -y estúpida- concesión al wokeismo de toda la serie.
Jude: el chaval que sale por el portal, afirmando haber perdido la memoria. Luego ya se va soltando, y nos cuenta que le tenían preso en un campo, con chip localizador implantado y todo. Chip que se extrae y destruye a las primeras de cambio, aunque el localizador lo tira por el retrete. No sé, Jude, igual no has pensado que estas casas americanas en mitad de la nada no están conectadas a un alcantarillado europeo, sino que tienen pozos negros y allí se va a quedar la radioayuda esa.
Byron: el vecino de los Boomers. Generación X, intuyo: no tiene ni oficio ni beneficio, le sobra tiempo para presentarse al gobierno municipal, y como no logra las firmas suficientes pues las falsifica. Ya hacia el final le sacan un “pasado heroico” (declaró en un juicio contra prácticas ilegales de su compañía, ganándose la enemistad de toda su ciudad, y por eso tuvo que mudarse a Farnsworth), supongo que para hacer creíble su “muerte heroica” como primer humano que sale a la superficie de otro planeta.
Chandra: una enfermera que trabaja en la residencia de ancianos local, donde se le iban los dedos robando cositas a los internos, muchos de ellos dementes que ni se daban cuenta. Por vicio y nada más, porque ha heredado un casoplón de tres pisos de su madre. A ver: es un casoplón americano, 90% madera y cartón, pero a diferencia de la casa de Franklin e Irene esta está en el puñetero centro urbano (“centro urbano americano”, es decir, puedes llegar andando a la mitad de los locales comerciales, siempre y cuando no te importe caminar casi 20 minutos, pero al menos no te vas a la hora).
Stella: argentina y madre, repartiendo su tiempo entre la cría de llamas andinas y la caza y captura, vivos o muertos, de los apóstatas que han abandonado la Comunidad del Portal.
Toni: la hija de Stella, con las ganas y apetitos normales de una chavala de 15 años criada a una hora en coche de cualquier cosa que no sean llamas andinas, iglesias mohosas y un descampado del tamaño de una diputación gallega. Vamos, que está hasta los ovarios de todo, y se toma su primera caza de apóstatas como una gran aventura, al menos hasta que empieza a ver como matan a gente en su cara.
Nick: otro miembro del “culto”, vive en una caravana a las afueras de Newark, NJ, cacharreando con ordenadores y sensores, siempre a la búsqueda del ocasional apóstata. Esto parece una vida cojonuda para un adolescente-veinteañero, pero para un pavo que debe andar ya más cerca de los 40 que de los 30 ya debe resultar un poco pesado. Y efectivamente, Nick está un poco harto de su vida, tiene ganas de metel.la, y a las tres escenas resulta evidente que es el padre de Toni (luego resulta que no, que solo es el tío).
Policía: la autoridad de Farnsworth, Illinois. Los típicos policías majos que conocen a todos los vecinos con nombre y apellidos. Y como hay confianza, hay asco: les pides que investiguen unas huellas dactilares sin causa probable, y oye, lo hacen. Y no solo eso, también te llevan la ficha policial impresa en papel a casa para que te la leas, toma, quédatela, me la imprimo yo otra vez en comisaría.
Valoración
Pues un poco lenta y un poco Boomer, la verdad. A cambio, crean tensión bastante bien, incluso demasiado bien: crean y crean sin resolver, tú les perdonas porque solo son ocho episodios y no han dicho que vaya a haber segunda temporada… pero luego no cierran nada, y ale, ahí te quedas, esperando unos meses. Hasta que te enteras de que no va a haber segunda temporada. Porque así son los Boomers, y así está siendo su pase por este planeta: entrar como un elefante en una cacharrería, dejarlo todo patas arriba, y luego irse para siempre sin resolver nada. ¿Los que vienen detrás? Que se jodan. Haber estudiao.
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