“La trama político-militar diseñada para fracasar de la que se benefició la Corona”
Ver series españolas [1] (y mucho españolas [2]) no es el único vicio que tengo. Ocasionalmente, me compro libros escritos por militares españoles [3]. Por salir de mi cámara de eco, airear la mente y todo eso. Este en concreto va sobre el gran clásico de las teorías patrias de la conspiración: el golpe de estado del 23 de febrero de 1981, o 23F para los amigos. Un potaje al que no somos ajenos [4] aquí. ¡Ni siquiera es el primer relato del día de autos escrito por un militar [5] que les exponemos en esta su página amiga!
Hay que decir que el libro empieza bastante bien: es decir, dando caña a los Borbones, empezando con Fernando VII, y culpándolos de todas las desgracias de España. Ahí nos podemos enganchar. No obstante, el tratamiento varía. Fernando VII es el Felón Supremo, Isabel II y Alfonso XII en cambio no reciben demasiada cera. De Alfonso XIII, hasta se arranca a decir que
En oposición a su imagen pública, en privado Alfonso XIII era un hombre de talante muy liberal, carente de cualquier tipo de puritanismo y con un sentido de la moral bastante abierto comparado al del su propio tiempo (tuvo cinco hijos extramatrimoniales). Su intromisión en la vida política, más allá incluso de lo previsto en la Constitución, que se caracteriza por el “regate corto y la manipulación de voluntades”, se conoce con el nombre de ‘borboneo’.
Cinco hijos extramaritales, ¡qué moderno! Incluyendo dos con las institutrices de sus hijos (a eso hay que darle un par de vueltas para apreciarlo en toda su borbónica grandeza: Alfonso paseando aburrido por palacio, se cruza con la niñera, y nada, que allí mismo le hace un bombo; y posteriormente repite con la sucesora). Habría que ver si hablaríamos de modernidad, liberalismo y apertura moral si la de los cinco hijos extramaritales hubiese sido Victoria Eugenia de Battenberg, que me da a mi que no (aunque viendo como salió la camada [6], difícilmente habría empeorado el material genético), que lo que aquí se plantea (el marido hace lo que le da la gana, y la mujer en casa y con la pata quebrada) no es ni moderno, ni liberal, ni abierto, sino un esquema que ya olía a rancio cuando el primer barco fenicio arribó a nuestras costas.
El caso es que Alfonso XIII, con todo su borbónico talante, al final tampoco se salva, merced a su cobardía ante la proclamación de la Segunda República, donde abdica “sin ninguna necesidad” y sale corriendo a París, tan deprisa que se deja atrás a su mujer e hijos, y básicamente por eso tuvimos una república, sentencia Candil. Y con esto ya puede pasar al gran entrante borbónico (porque el plato principal, obviamente, es Campechano): don Juan de Borbón, al que no ahorra ni un epíteto.
Sobre Don Juan, desde hace tiempo hay una campaña en marcha para rehabilitarle y vendérnoslo como un dechado de virtudes, poco menos que un luchador por la democracia. La motivación es transparente: hay que ofrecer argumentos de que la monarquía puede ser democrática, así que promocionamos a un Borbón que “se enfrentó [7]” a Franco. En este hilo [8] tienen todas las manipulaciones expuestas con maestría (y que se comentan solas): que “defendió la democracia liberal [9] tras la guerra civil” (aquí la palabra clave es “tras”, porque a los 10 días del Glorioso Alzamiento Don Juan ya cruzaba la frontera en Navarra ofreciéndose voluntario para matar rojos), que “le plantó cara a Franco en los 40 [10]” (en cuanto se dio cuenta de que haciéndole la pelota no iba a lograr el trono), que quería “una monarquía para todos los españoles [11] y no una monarquía falangista” (concretamente desde 1945, hasta entonces no había tenido empacho en preguntar en la Alemania nazi [12] si les interesaba una entrada española en la Segunda Guerra Mundial, que con él de rey no sería problema), que sacó valientes manifiestos contra Franco [10] (el primero de ellos [13], qué casualidad, apenas dos días después del desembarco aliado en el norte de África [14]), que “Franco temía a los monárquicos [15]” (¡un Franco tan monárquico que Alfonso XIII fue su padrino de bodas!), y que Don Juan engañó a Franco [16] metiendo a su hijo Juan Carlos en España (no incompatible con afirmar que Franco sabía cada paso de Don Juan [17]). Vamos: que si Francisco Franco Bahamonde y Pablo Iglesias Turrión coinciden ambos en que Juan de Borbón era un chaquetero arrastrado e impresentable, no se debe a que Franco e Iglesias sean “antiliberales [18]”: se debe a que es verdad, como sabe cualquiera que haya estudiado mínimamente a esta familia.
“Excelencia, en el futuro dirán que usted fue socialista y yo liberal.” “Dame yates y llámame tonto, Juanito.”
Don Juan es uno de los más excelsos ejemplos de que los Borbones, del primero al último, jamás han creído en nada ni han defendido nada. Nada que no sean sus amantes, su patrimonio, sus negocios chungos, y el trono que hace posible todo lo anterior. Don Juan no hizo otra cosa que arrastrarse ante quien pudiese darle el trono: ante Franco primero, ante los nazis después, ante los Aliados finalmente, a quienes ofreció una España democrática y liberal mientras las consignas falangistas de su última carta a Franco aún no estaban secas del todo. Que Franco acabara haciendo una voltereta similar no quita que jamás le perdonara la jugarreta, que se tomó casi como algo personal, y esa, más que ninguna otra, es la razón de que Don Juan nunca llegara a reinar. Franco al final se mantuvo fiel a la línea designada por Alfonso XIII, pero saltándose a Don Juan y dándole la corona a su hijo Juan Carlos, que no tuvo inconveniente en tomarla pisoteando los derechos de su propio padre (en el libro no se menciona, pero Campechano –que de toda la vida se llama “Juan” y así le ha llamado siempre su familia- tuvo el “detalle” de no reinar con el nombre de “Juan III”, ya que ese hubiese sido el nombre y número que su padre hubiese usado, y en su lugar eligió el nombre doble “Juan Carlos”). Aconsejado, según Candil, por la pequeña camarilla de cortesanos que se había montado, y en la que ya estaban algunos personajes como el futuro general Armada o Torcuato Fernandez-Miranda, deseando pillar poltrona en cuanto muriese Franco y corriera el escalafón.
La Transición
Con esto llegamos a la Santa Transición, origen uno y trino de nuestra democracia. Y Candil empieza a exponer su teoría fundamental: en concreto, que los Borbones son unos felones (y ojo: aquí incluye a Preparado, en plan “mucho discursito del 3-O [19], pero bien que apoyasteis esta Constitución y sus felonas autonomías que son el origen de todo”) y que Campechano vendió a España por treinta monedas de plata. La venta, al parecer, consistiría en la existencia del Estado de las Autonomías, y en la legalización del Partido Comunista de España, el PCE. Le asiste en ello Torcuato FM, que maquina para tumbar a Arias Navarro (el presidente del gobierno que Campechano ha heredado de Franco) y le aconseja a Campechano colocar de presidente del gobierno, en julio de 1976, a un jovencito Adolfo Suarez [20].
¿Y por qué cae Arias Navarro? Hay más o menos un consenso de que cae porque intenta pasar unas reformas muy lampedusianas del sistema político, impuestas desde arriba sin hablar con la oposición, cambiando cuatro cosillas y vendiéndolas como “apertura democrática”, pero que en realidad eran continuismo puro. Luego, ya según si es usted resentido y mal español, esto provocó una fortísima reacción popular, con huelgas y manifestaciones, que mostraron que la gente no estaba dispuesta a tragar, y si es usted lector del ABC pues Campechano, en cuyo corazón ardía el imparable deseo de traernos la Democracia De Verdad, aprovechó para cambiarle por Suarez. Y luego está Candil, que cree que Campechano desde el día uno estaba maquinando entregarles el poder “a los marxistas” para que estos le perdonaran el origen franquista de su monarquía (instaurada, no restaurada, por Franco).
“Gloria al Plan Campechano, Adolfo.” “Y a los Iluminati, Santiago.”
Suarez en aquel momento era poco más que un apparatchik del Franquismo, e ideal para lo que supuestamente tramaba Campechano: era joven (lo que causó buena impresión, tengan en cuenta que el tardofranquismo había desarrollado una nomenklatura que ríanse del PCUS en los 80), no tenía detrás a ninguna familia, pero se llevaba bien con todas, estaría tan agradecido a Campechano y Torcuato FM que obedecería mansamente, y en caso de emergencia siempre se le podría cesar. Suarez no pierde el tiempo, pasa con ayuda de Torcuato FM la Ley para la Reforma Política [21] que desactiva todas las leyes y principios previos del Movimiento Nacional que Campechano había jurado por Dios y los Santos Evangelios mantener y sostener, y convoca las elecciones constituyentes de junio de 1977. Hay que ver lo que vale el juramento de un Borbón, ¿verdad? Y entonces llega la segunda gran traición: la legalización del PCE, dos meses antes de la cita con las urnas, anunciada taimadamente en Semana Santa cuando los militares estaban todos de vacaciones en sus pueblos. Yo había tenido entendido que –como afirma Gregorio Morán [22]– la legalización la promueve exclusivamente Suarez, a espaldas de Campechano y de Torcuato FM, pero Candil afirma que no, que Campechano lo sabía y lo quiso. Una “prueba” sería que Campechano, a la muerte de Carrillo, se pasó por su casa a dar el pésame, cosa que no hizo con varios generales y almirantes, habrase visto.
Sobre la legalización en si, Candil afirma que era innecesaria, que el PCE (eurocomunista desde los 60) era “totalitario”, y que los comunistas eran ilegales en Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Bueno: esto último es mentira. Ni el Partido Comunista de Gran Bretaña [23], ni el Partido Comunista de Estados Unidos [24] han sido jamás ilegalizados. Sí lo fue el KPD [25]… pero no por comunista (la organización sucesora, el DKP [26], era y sigue siendo igual de comunista) sino por sus lazos con la RDA. Esta perorata suya no es incompatible con señalar en seguida los malos resultados del PCE en 1977 [27] y afirmar que “para tan poca gente que les votó, tampoco hacía falta levantar ampollas”. Y claro, que Carrillo e Ibárruri eran personajes siniestros que no inspiraban confianza. Pues igual no, pero a mucha gente tampoco les debía inspirar confianza Arias Navarro, que no le llamaban “el carnicero de Málaga” porque vendiese los mejores solomillos de la ciudad, y al que presentó Alianza Popular para el Senado en 1977. Todo esto no habría pasado con Carrero Blanco, pero la ETA se lo había cargado (y aunque Candil no llega a decir que el río lleva agua, en el apartado dedicado al atentado no se resiste a decir que suena mucho, y que qué coincidencias más raras hubo para que dicho atentado tuviera éxito).
“Carrero, ¿has oído hablar de la Iniciativa Transición?” “No, y no me gusta cómo suena eso.” “Oye, no te mosquees, es el nombre en clave… esto… del programa espacial español.” “Ostras. Cuénteme más, Excelencia.”
En fin, que ya tenemos la Constitución, la democracia y todo lo demás. Estamos en 1980, y las cosas van mal: una crisis económica galopante, casi 100 muertos al año en atentados terroristas, descontento y desencanto. Amplios sectores de derechas piden un cambio de rumbo (a la derecha, claro): que ha estado muy bien todo lo de la reconciliación nacional, y de darle voz y voto a la izquierda para montar la democracia, pero ahora ya toca hacer las cosas bien, y para eso hay una mayoría absoluta UCD+PP (en realidad, CD [28], pero ustedes ya me entienden). Pero nada, que Suarez va a su bola. Incluso, ¡pasa de Campechano! Y lo hace aprovechando un detalle menor pero que ahora, vaya con las moderneces, importa más que la Gracia de Dios: que a él le han votado los españoles y a Campechano no. Hasta Candil reconoce que el referéndum de la Constitución nunca fue un voto por Campechano y la Monarquía (porque de salir el NO, evidentemente, también habríamos tenido Campechano y Monarquía, pero en base a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional; se menciona muy poco, por cierto, que de todas las monarquías disponibles los españoles eligieron abrumadoramente aquella donde el rey pintara lo menos posible, lo que debería ser una pista de lo que piensan de la institución), aunque afirma que si Campechano, en 1977-8, hubiese convocado un referéndum sobre la forma de estado, lo habría ganado. Otra vez la cobardía borbónica, culpable de la falta de legitimidad de la monarquía.
Conspiranoias
A partir de aquí empiezan las idas de olla, mientras Candil desarrolla su teoría con más detalle. Ya saben: Campechano, Borbón sin escrúpulos donde los haya, está dispuesto a todo para mantener el trono. Para hacerse perdonar el origen franquista del mismo, se echa en brazos de la izquierda y los nacionalistas, a quienes promete el oro, el moro y el poder. Primero, legalizando al PCE, luego, con una Constitución que introduce el estado de las Autonomías, y finalmente, organizando un golpe de estado fake, con la intención expresa de que fracasara y así desarmar a las derechas varias y servirle en bandeja una victoria electoral a “los marxistas” (el PSOE ya había dejado de serlo el año anterior [29]), en la esperanza de que entonces estos le aceptarían, mientras la derecha lo haría por tradición, la Iglesia porque estaba metida en “una liberalización desenfrenada”, y las Fuerzas Armadas por disciplina.
Toda teoría de la conspiración que se precie necesita tener un grano de verdad. La forma más sencilla es tomar un hecho impepinable, inventarte una movida loquísima basada en oscuras intenciones y rumores que te ha contado “gente de toda confianza”, y luego usar el hecho impepinable como prueba. En este caso, Campechano quería legalizar a la izquierda totalitaria y entregarles el poder, y el hecho impepinable de que el PCE efectivamente fuese legalizado y los socialistas ganaran por mayoría absoluta y gobernaran 13 años, ¡es la prueba de que quería hacerlo! Porque así funcionan las cosas en el Ejército: los oficiales quieren algo, y ese algo se hace. En ese contubernio estarían los grandes felones de España, según Candil, empezando por Gutiérrez Mellado:
Hoy se le venera [a Gutiérrez Mellado] por todos los papanatas del espectro político y militar en España como a uno de los artífices de su renovación.
Gutiérrez Mellado se propuso realmente nada menos que la incapacitación de los ejércitos como un posible obstáculo al cambio político que se pretendía. No le preocupó para nada la tendencia de este ni adonde podía llevar a España en última instancia. Toda historia tiene su cara oculta, y Gutiérrez Mellado, sin duda, está mejor en la historia, al lado de los Condes de San Julián, Bellido Dolfos, o incluso el doctor Negrín, o el general Julio Rodríguez, hoy en Podemos, y otros pintorescos personajes de la política partidista de España.
Siguiendo con Sabino Fernández Campos, “discípulo aventajado de Maquiavelo por excelencia”, y acabando con Adolfo Suarez:
Adolfo Suarez, en realidad, puede ser considerado un arribista del final del régimen de Franco, poco formado políticamente y algo desorganizado, pero con cierto carisma y con una meta única en su vida: llegar al poder. Fallecido Franco se mostró leal al débil poder inicial de Juan Carlos para, tras su designación a dedo como jefe de gobierno, convertirse, después de las primeras elecciones, en el incierto timonel de la Transición; tan incierto que tendría que renunciar al poder en favor de otro miembro de su partido –Leopoldo Calvo Sotelo-; y tan incierto que, cuando presentaría su renuncia, Juan Carlos, en una actitud típicamente borbónica, se limitaría a decirle a Sabino Fernández Campos: “oye, este se va”. El circo estaba por comenzar.
“A mi dádmelo hecho”
La creciente impopularidad de Suarez llevó a mucha gente a quejarse al rey, quien en su borbónica plenitud supuestamente le dijo a todo el mundo lo que quería oír, pero añadiendo “a mi dádmelo hecho”: es decir, contad conmigo para bendecirlo todo después si sale bien. Y quien más se tomó esto al pie de la letra fue Alfonso Armada. Armada es el plato fuerte del golpe, si prescindimos del aderezo chusco-castizo de Tejero. Luchó en la Guerra Civil siendo un chaval, como le pilló el gusto se alistó después en la División Azul (jurar lealtad a Hitler y participar en un cerco con más muertos civiles que toda la Guerra Civil [30] es algo que compartieron casi todos los jefes de estado mayor del franquismo y del primer posfranquismo, incluyendo a Jaime Milans del Bosch y, ya puestos, también Gutiérrez Mellado), y a la vuelta se hizo instructor en academias militares. Allí Franco le asignó de tutor al Joven Campechano (que lo necesitaba: afirma Candil que su paso por el mundo académico militar fue tirando a mediocre), y se hicieron íntimos.
“Aquí está la chuleta para el examen de Tácticas de Carros, y también tengo a un chaval muy espabilado preparando el trabajo sobre Combate Urbano.” “Me caes bien, Alfonso, ¿lo sabías?”
Aparte de presidir [31] la Cruzada Pro Decencia, Armada también tenía muchas ganas de ser presidente del gobierno. Como Franco al nombrar gobiernos, aparte de observar un exquisito equilibrio de poder entre las familias del Régimen, siempre nombraba a gente muy allegada y leal a su persona, Armada creyó que arrimándose a Juan Carlos él también podría ser ministro o presidente, así que pronto formó parte del séquito campechano como Secretario de la Casa Real. En 1977, le tuvieron que cesar por enviar cartas con el sello de la Casa Real pidiendo el voto para Alianza Popular, pero como su corazón era puro, a cambio fue nombrado segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, cargo desde el que creyó que podía “dárselo hecho” al Number One.
Hasta aquí más o menos hay consenso. La duda es: ¿hasta qué punto estaría informado Campechano de lo que tramaba Armada? Porque todo aquel que tramaba con Armada, evidentemente, pensaba que detrás estaba el rey. Armada le conocía desde hacía años, tenía acceso a Palacio, ¡si había sido tutor y secretario real! Y efectivamente, hubo muchos encuentros y llamadas telefónicas entre ambos en los meses previos al golpe. Desde la postura “Don Juan Carlos no sabía nada, el vil villano Armada mintió al afirmar que tenía su apoyo”, hasta “el ciudadano Borbón era el elefante blanco”, tienen ustedes para todos los gustos. Y luego está Candil, que afirma que Campechano estaba totalmente en el ajo… ¡pero para engañar a Armada, para que este diese un golpe, entre chusco y bufonesco, que permitiese a Campechano congraciarse con la “izquierda marxista” entregándole el poder y salvando la democracia!
Pero mientras Armada iba hablando con la gente y convenciéndola de subirse al carro, Campechano celebra la famosa comida de las pistolas en la Zarzuela [22]. Primero llama a Suarez, “oye, pásate a comer que te cuento unas cosas”, al llegar a Zarzuela Suarez se encuentra a la plana mayor de los militares, entre el primer y el segundo plato Campechano dice “si me excusáis, voy al baño”, y en esos diez minutos los militares le dejarían las cosas claras a Suarez. Así que Suarez, por eso y porque el partido se le estaba convirtiendo en una jaula de grillos, por cosillas como la Ley del Divorcio y las autonomías, aparece el 29 de enero en la tele diciendo eso tan bonito de que dimitía porque “no quiero que la democracia sea, una vez más, solo un paréntesis en la historia de España”.
La dimisión “irrevocable” (luego se volvió a presentar en 1982) bajo la atenta mirada de Campechano.
Con los militares algo más contentos, Campechano seguramente respiraba aliviado. Pero Alfonso Armada veía que el billete a la Moncloa se le escapaba. ¡Con un presidente que no fuese Suarez ya no había causa para un golpe! Bueno, la ETA, los comunistas y las autonomías seguían ahí, claro, y el Búnker [32] no necesitaba nada más para sacar los tanques, pero probablemente el pueblo no entendería que no se le diese al menos una oportunidad al nuevo. Así que había que dar el golpe antes de que Calvo Sotelo fuese investido. La investidura misma era ideal, porque se tendría cautivo a todo el gobierno. Armada contaba con poder dar su discurso al Congreso, prometiendo un gobierno de “unidad nacional” con representantes de todos los partidos, ser investido esa misma noche, y que luego Campechano lo bendijese todo. Y según Candil, Campechano le hizo creer que sí, claro, tío, totalmente, tira millas, mostruo, cuando realmente ya habría pactado con las izquierdas y la ETA su sacrificio.
El propio Juan Carlos, y la reina Sofía, serían objeto de múltiples insultos y abucheos, en 1981, con ocasión de una visita a la casa de juntas de Guernica, y a pesar de ello, no se emprendió acción legal contra los culpables. ¿En qué país civilizado del mundo cabe considerar aceptable que se insulte públicamente al jefe del Estado? […] Tanto los nacionalistas catalanes como los vascos conocían las diversas teorías [152] y que era posible, incluso, la formación de un gobierno militar con el general Armada como presidente, con el apoyo del monarca. No hay ninguna explicación lógica para tanta pasividad, como no sea que estaba enterados, y de acuerdo.
(Nota 152: de acuerdo con relatos posteriores, cuando se informó, por parte de miembros de la UCD, al líder nacionalista vasco Xavier Arzalluz del PNV, sobre el posible “cambio de timón” y que “el nuevo presidente del gobierno podría ser un general de confianza, Arzalluz respondió “Oye, y ¿por qué no un obispo?”)
Candil llega incluso a afirmar que la huelga de controladores aéreos del 27 de enero de 1981, “disparatada, apresuradamente organizada”, tenía como objetivo sabotear el congreso extraordinario de la UCD en Palma de Mallorca, y así ganar un poco más de tiempo para Armada. Huelga convocada por la UGT, es decir, por el PSOE, como “prueba” de que este estaba en el ajo.
El 23-F
Bueno, que llegamos al día de autos. Que debería haber sido la primera investidura de Calvo Sotelo, el viernes 20 de febrero.
Aunque puede resultar cómico, de acuerdo con lo manifestado por uno de los capitanes de la Guardia Civil que intervinieron, una de las razones por las que se aplazó la operación hasta el lunes 23, fue debido a que al ser el día 20 un viernes, iba a resultar complicado reclutar al personal necesario, ya que los viernes por la tarde, la preocupación esencial del personal de tropa era irse de fin de semana lo antes posible. Es difícil imaginar que esto pudiera ocurrir en una fuerza tan profesional como la Guardia Civil –y no tengo palabras para describir mi propio pensamiento al respecto…
Al no lograr Calvo Sotelo la mayoría absoluta hubo que esperar 48 horas, aunque siendo el 22 un domingo, el presidente del Congreso, Landelino Lavilla, lo aplazó al lunes. El resto, pues ya saben: Tejero llega con los guardias (una improvisación tan chusca que según Candil desmiente que aquello pudiese ser un golpe “serio”) y ocupa el Congreso “en nombre del Rey”. Casi inmediatamente, salen los tanques a la calle en Valencia, pero “conduciendo por su carril e incluso respetando las señales de tráfico […], ¿puede alguien imaginar un golpe de estado con semejantes características?” Pero Suarez y Gutiérrez Mellado se envalentonan, y entonces hay disparos al techo. Aquí el pronunciamiento chusco y bufo ya empieza a ser más serio. Disparar al techo frente a un grupo cautivo y desarmado es “violencia”, al menos para el 90% de la gente. Eso no tiene ya excusa y la gente no va a tragar nada que de ahí salga, y eso lo puede ver cualquiera con una mínima sensibilidad democrática. Como esto excluye a tantísimos militares españoles, estos siguen adelante con el golpe (para ellos, pronunciamiento) y Candil con sus paranoias.
…disparando ráfagas de subfusil hacia el techo, que en ningún caso alcanzaron a ninguno de los presentes ni supusieron peligro real para nadie –y todo aquel que entienda de armas de fuego comprenderá mi aseveración- y que, tras cesar los disparos, supuso la calma absoluta de los parlamentarios […] Mi valoración, que presento al lector, es muy distinta y lejos de la heroicidad que la memoria oficial nos ha venido presentando, está la realidad de que –por muy terrorífico que todo aparentase ser-, los que conocemos la realidad de España y lo que significa la Guardia Civil, sabemos que nunca el Instituto Armado habría asesinado a sangre fría, y menos a un presidente del gobierno…
Presented without comment.
Aquí, Armada, en vez de ir directo al Congreso, llama primero a la Casa Real para darle a todo una pátina de respetabilidad, “que me ofrezco a ir e intentar resolverlo todo”. Pero Sabino Fernández Campos, vaya hombre, no le deja hablar con Campechano y le ordena quedarse quieto. Pero en vez de olerse la trampa del Rey, Armada acabaría yendo al Congreso por iniciativa propia y le explica a Tejero, “mira, déjame hablar con los diputados, y los convenzo para hacerme presidente de un gobierno de unidad nacional que los incluya a todos.” “¿A los comunistas también?” “Sí, también a ellos.” “Mi general, respetuosamente: para eso no he asaltado el Congreso”. Ahí se le acaba la cuerda a Alfonso Armada: Tejero no le deja hablar. Un par de horitas después, tras un montón de llamadas telefónicas desde Zarzuela (de las que no sabemos nada porque no se han desclasificado), Campechano sale por la tele vestido de capitán general y dice “militares a casa, yo con la Constitución”. Profundas convicciones democráticas, dirá el ABC (sin reírse), se rajó del golpe, dirán otros, y para Candil estaba ejecutando el último acto de un plan maestro. Plan maestro en el que, por supuesto, no pueden faltar los malos malísimos:
Ahora que se ha puesto tan de moda, casi en todo el mundo occidental, revelar los intereses y capacidad de Rusia en influir en las decisiones de política interior de muchos países, viene al caso revelar la satisfacción de la Unión Soviética ante el resultado del recurso del Gobierno de Calvo Sotelo [tras el juicio por el 23F], prueba de que, en Moscú, tenía lugar un escrupuloso seguimiento de todo lo que había sido el golpe de estado. Sin afirmar que Moscú tuviera relación con el veredicto, se puede dejar en el aire tal hipótesis […] La Unión Soviética, en 1981, estaba muy interesada en seguir el rumbo de España y en ver como acababa todo, dado que su objetivo era que no se transformase en un punto firme de la OTAN, como efectivamente no ocurrió, dado que, aunque España ingresó en la Alianza, no se unió a la estructura militar hasta 1996, ya cuando la URSS había desaparecido como tal.
Yo a veces me angustio pensando que no estoy suficientemente al día en mi sector laboral, pero viendo que se puede llegar a coronel con tan evidentes lagunas se me pasa un poco: en realidad, Calvo Sotelo sí nos metió al 100% en la OTAN, incluyendo la estructura militar, y fue Felipe González quien nos sacó de la dichosa estructura cuatro años más tarde para hacer como que cumplía con aquellas promesas que le habían aupado al poder. Ah, y el ingreso de 1996 (y el posterior tratado con EEUU) fue contrario en al menos tres puntos a lo que ponía en la papeleta del referéndum, sin que a Aznar se le pasase por la cabeza hacer otro.
Con el “de entrada” ya deberíamos haber sospechado.
La verdad, para ser un libro sobre el golpe del 23F sale muy poco del 23F, ese día se ventila en cuatro páginas, sintetizadas en que “si se nota a la legua, es todo fingido, por eso Carrillo, Gutiérrez Mellado y Suarez no se tiran al suelo, ¡sabían que era un montaje!” Todo el relato de Candil se centra en los cotilleos de antes, y que fulano se vio con mengano y que zurantagano fue a una cena donde estaban perrozano y gatozano. Luego, largos análisis para diferenciar entre “golpe de estado” y “pronunciamiento”, y que el primero es malo (y que quien más “golpes” ha protagonizado en la historia de España, ¡incluso por delante de las Fuerzas Armadas!, es el PSOE), pero el segundo no es para tanto. La lógica “pronunciamiento y no golpe” alcanza cotas excelsas con la ocupación, la noche del 23F, de los medios de comunicación por parte de militares. En concreto la ocupación durante unas horas de Prado del Rey, que se realizó completamente sin violencia, en serio, puro guante blanco de los caballeros oficiales destacados allí, sin más que una tanqueta y un pelotón arma en ristre afuera en la puerta. Así que, ¿cómo va a ser un golpe? Y tampoco puede faltar la breve, pero obligada –que esto es España- llorera corporativa. En este caso, que, en contra de los prejuicios de la gente,
una de las grandes contradicciones del legado del régimen de Franco es que, como herencia, dejó, en realidad, unas fuerzas armadas muy débiles, anticuadas, y atrasadas en el concepto global de lo que es la defensa moderna. […] Es cierto que el proceso de transición y consolidación a la democracia posterior al régimen de Franco fue posible gracias a la postración y al deterioro del ejército existente en 1975, opinión sustentada por uno de los ministros de defensa […], y que se impuso como principal misión precisamente esa: eliminar la herencia recibida y deteriorar profundamente a los ejércitos, en modo a que nunca pudieran suponer una cortapisa, que no amenaza, al poder político. […] En 1972, las partidas militares (57.500 millones) fueron superadas por primera vez por las de otro departamento del gobierno (Educación y Ciencia, 59.200 millones). En 1975, los gastos de los tres ejércitos ocupaban ya solo el 15% del presupuesto.
Y yo me pregunto: ¿este señor no tiene nadie que le diga que pare? ¿De qué contradicción habla usted, mi coronel? ¡Las Fuerzas Armadas franquistas eran exactamente como debían ser! Parece mentira que un señor con tanto estudio y tanto mundo y tanto Master in USA no se haya dado cuenta de algo tan sencillo: en cualquier dictadura, la primera tarea del ejército no es “la defensa moderna”, sino aplastar revueltas internas. Un ejército “moderno” (es decir, con mucha tecnología, mucho avioncito AWACS y pijadas similares) no sirve para eso: no se pueden reprimir huelgas con un escuadrón de cazabombarderos. Bueno, por poder sí se puede, pero te cargas la fábrica y eso ya no. Tener un ejército mazado solo sirve para poner nerviosos a tus vecinos, que igual te montan entonces una intervención humanitaria preventiva (lo cual en el franquismo no iba a pasar, ya que el único interés que podría haber tenido Europa en invadirnos habría sido para esclavizar a nuestra población y esquilmar nuestros recursos, y eso ya se lo ofrecía el propio franquismo convirtiendo a España en un destino low-cost para turistas y fábricas de toda Europa), pero por el dinero de un F18 te montas un par de regimientos de fusileros, que serán muy anticuados y atrasados en el concepto global de la defensa moderna, pero para disparar a manifestantes en Hernani te valen de sobra. En los últimos 300 años, nuestras fuerzas armadas no han cumplido ni una sola vez su cometido de “defensa” frente al invasor: en 1808 tuvo que ser el pueblo el que se encargara de echar al francés, en 1823 los 100.000 hijos de San Luis no encontraron apenas resistencia, y no entramos a comentar la presencia de ejércitos extranjeros en 1936 porque nos salimos del foco. Eso sí, guerras civiles y coloniales, las que usted quiera y más.
Valoración
Uno de las mayores debilidades del libro (aunque quizás comprensible para alguien con los esquemas mentales propios del ordeno y mando castrense) es que lo reduce todo a peleas internas de las élites: el pueblo soberano sale tres segundos para saludar, OLA K ASE, y adiós. Todo se hace y deshace entre los mandamases, las volubles masas solo sirven de telón de fondo: cabreadas en 1975 y 1981, apáticas el resto del tiempo. Nada de la enorme movilización social de 1976 que tumba al gobierno Arias Navarro y su proyecto de reforma. Nada de las elecciones, donde los comunistas y los franquistas se quedan en porcentajes de un dígito. Tanto atribuirle a Campechano unos poderes descomunales y una inteligencia a juego… y no se da cuenta que eso significa santificar la narrativa del ABC de que, en el fondo, todo se lo debemos a Campechano. Que somos plastilina en manos de Grandes Hombres.
Porque lo de que Campechano tuviese un plan tan enrevesado de traiciones dobles y triples con salto mortal… eso se cae por su propio peso. Si los jaque mates en siete jugadas con tirabuzón funcionasen en política, Albert Rivera ahora sería triple presidente de la galaxia y no chico de los recados deluxe de un bufete de lobistas. El mundo no funciona así. Lo que funciona, lo que triunfa, en política, en la española y en todas las demás también, es el pim-pam-pum más sencillo posible, y quienes triunfan son sus más puros defensores.
“Pim pam pum, don Pepito.” “Pues sí, pim pam pum, don José.”
Y ya la idea de que Campechano hubiese montado todo eso para hacerse querer por unos partidos de izquierda que, recién salidos de la dictadura, no tenían ni media pegada, ni control del aparato estatal, ni nada que se le pareciera, y que en las dos primeras elecciones se habían quedado en el 40% del voto… eso es directamente psicotrópico. A Campechano, como a todos los Borbones antes de él, solo le ha interesado el trono y nada más. ¿Qué cuando llegaron los socialistas en 1982 fue el primero en llamar para felicitar? Sin duda. Pero de ahí a que se la jugara, a riesgo de que le pillaran los militares (que eran, al fin y al cabo, los que tenían la capacidad de echarle), para meter “a los marxistas” en la Moncloa, eso lo podemos descartar.
El libro, al final, es una divertida paranoia, mezcladas en una sucesión de críticas a diestro y siniestro (aunque siempre intentando dejar claro que los militares son los únicos inocentes de todo esto, los pobrecillos), sin dejar títere con cabeza. Algo que siempre es de celebrar, y en línea con otras declaraciones similares de Candil [33], que el hombre no se corta un pelo. Bueno, salvo alguna cosa, porque Candil de vez en cuando le certifica a algún actor secundario de la trama alguna virtud: “fulano, honorable oficial”, “mengano, competente administrador”, “zutangano, hombre de grandes conocimientos”. Solo que a poco que te fijas, ves que fulano, mengano y zutangano siempre caen en una de dos categorías: a) amigos del autor, y b) mentores del autor. Amén de darle siempre la razón a su teoría. Es decir, que la tesis del libro se puede resumir en “mi visión del asunto, siendo personal, es la única correcta, y quien se aparte de ella siquiera sea un milímetro es un felón incompetente inmoral y traidor. En realidad, todos son tontos e incompetentes, muy especialmente los comunistas y la familia Borbón, aunque los comunistas al menos suelen ir de cara. Los únicos respetables son mis amigos/allegados/compañeros de promoción, todos gente honorable y competente, y que además casualmente apoyan mi punto de vista”. O, en otras palabras: el mismo libro que podría publicar cualquier miembro de cualquier sectecilla trosko-izquierdista (solo que la promoción no sería la de la Escuela de Oficiales, sino de la Facultad de Ciencias Políticas) sobre cualquier asunto histórico o de actualidad. Y de eso creo que ya hemos leído suficiente.