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Kosta (YLE, 2020)

“Quillo, que tieneh menoh luse que Jerlsinki en invierno”

Dinamarca [1], Noruega [2], Suecia [3], Islandia [4]. Todas han pasado ya por aquí. Pero nos faltaba Finlandia para completar el combo escandinavo [5] y proclamarnos Døktøræs ën Lø Nørdicø. Y ahora, al fin, lo logramos. Solo nos ha llevado siete años desde Borgen [6], ¡y las tesis son públicas!

No obstante, se podría objetar que solo tenemos media Finlandia. Esta serie es una colaboración entre la televisión pública finlandesa YLE y la española MediaPro, y transcurre en gran medida en Fuengirola, entre la numerosa comunidad de expatriados (la Costa del Sol, alias Little Finnland [7], debe ser algo así como la trigésima urbe finlandesa por población). El título, de hecho, es un juego de palabras entre “Costa” y “Kosto” (que no es una referencia al hachís, ni tampoco un guiño a sus vecinos suecos [8], sino la palabra finlandesa para venganza [9]).

Los finlandeses, intuimos, son los que han puesto la mayor parte de la pasta, porque si no, no se explica que los personajes españoles no estallen cada dos por tres de incredulidad ante lo FRIOS que son estos nórdicos (las chanzas nórdicas sobre lo incompetentes que son los semi-áfricanos locales, en cambio, sí nos las comemos, si bien es cierto que las ponen en boca de Boomers [10] chauvinistas). Sale una mujer que estaba cuidando de un anciano hasta que se va sin un beso ni un abrazo… y solo al final te das cuenta que era la hija y no una aburrida enfermera buscando largarse. Los policías españoles le comunican a un finlandés que se ha muerto su madre… y lo encaja como si le hubiesen dicho que se le ha olvidado abonar la tasa municipal. Y encima dice que lleva más de un mes sin ir a verla (que sí, que tampoco hay que pasarse con la familia, pero en este caso viven los dos expatriados en Fuengirola, ninguno de los dos tiene un curro de 8 a 5, y ni siquiera parecen intercambiarse un WhatsApp de vez en cuando porque ella llevaba varios días muerta sin que él lo notara). A ratos parece que Finlandia solo existe para que suecos y alemanes parezcan la alegría de la huerta. Luego se quejarán de que hagan chistes de ellos como este:

 

Un finlandés le dice a otro: “¿quedamos para beber?” Dice el otro: “vale.” Se juntan con una caja de botellas de vodka y se ponen a beber, una botella, dos botellas, tres botellas. A mitad de la cuarta botella, uno de los dos suelta un suspiro.

Le replica indignado el otro: “pero a ver, Mikka, ¿hemos quedado para beber o para charlar?”

 

Eso sí: cuando un finlandés muestra una mínima emoción, puedes estar seguro que es de verdad.

 

El caso es que la serie arranca con unos cuantos asesinatos, que tienen que resolver el agente de policía Fran Perea, una novata madrileña sin ningún respeto por la idiosincrasia andaluza, y una detective finlandesa a punto de jubilarse que pasaba por ahí, pero le ha salido el prurito profesional (amén de que han asesinado a la familia entera de su mejor amiga). Luego vienen más asesinatos, una escenita en cada “tipical place” de la Costa del Sol, drama existencial escandinavo (al marido de la detective se le va la pinza con el Alzheimer), una trama inmobiliaria, el obligado suicidio (dos suicidios, de hecho), y mucho ex machina para enlazarlo todo. El resultado no es Dostoievski, pero como se han limitado a ocho episodios de 45 minutos la cosa no se va demasiado de madre.

Sin embargo, la serie conquista nuestro corazón porque por un rato parece que Los Malos Malotes de pantalla final, y aquí llega el obligado DESTRIPE, perdón, el SPÖIIILERELEN, los malos, decimos, parece que van a ser la infame pareja “sanidad privada” + “negocios inmobiliarios”, gestionada por un equipo totalmente transversal de finlandeses y españoles. Reconforta enormemente ver que, más allá de fronteras nacionales, barreras lingüísticas, concebollismo, y el debate pescaito frito vs arenque ahumado (donde yo, por cierto, no tengo empacho en afirmar que la civilización está en el Báltico, e incluso que los escandinavos han logrado evolucionar genéticamente [11], no a una raza superior, pero sí a un plano alimenticio más avanzado), todos estamos de acuerdo en que quienes buscan forrarse con la salud y el hogar de la gente son lo peor que ha parido madre. Joder, ¡es que de ahí debería salir como mínimo una Sexta Internacional Trosko-Errejonista de los Pringados, buscando la Hegemonía sobre la base del resentimiento inmobiliario!

 

Solidaridad Imternasional esijte.

 

Pero nuestro gozo en un pozo: al final los asesinatos (mejor dicho, algunos de ellos, porque resulta que ahí la gente mata con una facilidad pasmosa, será el tener en casa todas esas armas de fuego [12]) se deben, efectivamente, a una venganza, perdón, un Kosto: en concreto, una chavala que sufrió abusos sexuales en un campamento religioso de verano (pero luterano, eh), y ahora se va cargando a las madres de los violadores mediante sobredosis de insulina. Hoygan, ¿y por qué a las madres? Vale que el público objetivo de la serie parecen ser las señoras de 50 años para arriba y lo esencial de un slasher [13] es que te identifiques con la víctima, pero ¿no hay ni un pelín de sororidad en la tierra de los lagos?

No obstante, nos salva de la decepción el que expliquen los abusos como “joder, eran los noventa y todos estábamos montados en el dólar gracias al despegue de Nokia, que parecía que podías hacer lo que quisieras y con la paga extra comprarte un chalet en la Costa del Sol”. Porque los noventa, ya podemos decirlo, fueron una década obscena, en la que florecieron los valores sociales que ahora nos tienen en un DEFCON 2 permanente. Es que incluso podemos fechar científicamente su pico: el 4 de mayo de 1997. Ese día, domingo, la Fox Broadcasting Company estrenó la bomba noventera definitiva, conocida asépticamente como el episodio 4F19 de los Simpson, y titulada “El enemigo de Homer [14]”. Un episodio donde es introducido en el Universo Simpson una persona trabajadora, honrada, honesta, heroica incluso… y lo único que le pasa son desgracias, y la gente se ríe de él, incluso en su funeral, con un alegre sadismo que va más allá de lo habitual y revela el ethos de toda una época, donde lo que importa es ganar, salirte con la tuya, y reírte de los que se quedaron atrás. Eso fueron los noventa, señores, y ese es el legado de los Boomers, magistralmente resumido en 22 minutos [10]. No cuesta nada imaginarse a media docena de adolescentes fineses viendo este episodio ese mismo 4 de mayo de 1997, y diciendo un mes más tarde en el campamento de verano, “qué aburrimiento, esto es un rollo, ¿por qué no nos acostamos por turnos con la novia de Saimö?”

 

Millenial vs Boomer. Nos lo frotaron en la cara y no quisimos darnos por enterados.

 

Kosteros

Andrés Villanueva: Fran Perea como agente de policía. Quiero aclarar que no he visto Los Serrano, y que los chistes de este párrafo pueden haber sufrido a causa de ello. Por ejemplo, no me había enterado hasta ahora (bueno sí, pero lo había olvidado por completo) que Los Serrano lo había petado más en Finlandia [15] que El Ala Oeste en los departamentos de Periodismo y Ciencias Políticas del mundo mundial [16], y que Fran Perea es un superestar [17] y un sex symbol [18] en aquella tierra, con más tirón que los propios actores finlandeses. Total, que en un fanservice que habrá levantado volcanes de pasión en Helsinki (no descartamos que por la fascinación algún espectador incluso haya dejado enfriarse el té un par de grados por debajo de la temperatura óptima de consumo), los guionistas finlandizan a su personaje mediante una novia finlandesa (para justificar que sepa chapurrear un par de palabras en suomen kieli). Novia que fue asesinada en sus narices dos años atrás, dejando a Fran desde entonces en un pozo de depresión muy escandinavo.

 

Nuestro Jed Bartlet.

 

Hilkka Mäntymäk: la contraparte finlandesa. Una veterana detective a medio gas porque necesita cuidar a su marido, aquejado de demencia senil, Alzheimer, o algo similar que es una puta mierda que te pase, a ti o a un allegado, en Helsinki, Fuengirola o Kamchatka, y que hace que el hombre se vuelva violento. Su depresión y la de Fran Perea hacen que acaben liados, aunque ella tiene una hija lo bastante mayor como para haber hecho de babysitter de Perea.

Luisa Salinas: la compañera novata de Fran Perea. Madrileña, hace bromas sobre los andaluces, sin entender las bromas sobre los españoles que los finlandeses sueltan en su cara. ¡Y son las mismas bromas! El eterno conflicto entre Profesionales-fiables-muertos-por-dentro, y gente-vital-y-alegre-que-no-logra-terminar-nada, que seguramente existe incluso dentro de Finlandia.

 

“En Helsinki tendréis dinero, pero no tenéis ni gracia ni vida.” “Sí, pero en Kuusamo tarda una semana en venir el fontanero porque estáis todo el día de juerga cazando en el bosque.” “¡Ahivalahostia, un reno!” “Из Лаппеэнранты, Я хочу сказать…” “Que hables la lengua de los bosques, russkitufo.”

 

Armando Corea: el comisario de policía, conchabado con la mafia constructora finlandesa que a cambio de su ayuda promete hacerle alcalde de Fuengirola. No sabemos qué nos da más risa, si la idea de que un promotor finlandés con cuatro promocioncillas puede quitar y poner al alcalde del nonagésimo segundo municipio de España, o la idea de que puede llegar a alcalde alguien que no haya chupado rueda como concejal-gregario durante 20 años en alguno de los partidos establecidos.

 

Evaluación

Si han veraneado ustedes alguna vez en la Costa del Sol, pueden jugar a “chupito por cada sitio que reconozca” y llevarse una buena cogorza. Por lo demás, se deja ver, aunque algunos trozos se hacen largos e innecesarios, que ya tiene mérito en una serie relativamente corta. Y luego, aunque esto va por gustos, está lo del idioma: un tercio más o menos es en castellano, otro tercio en finlandés, y otro en inglés, para que se entiendan todos. Y el tercio inglés… pues es como un doblaje malo, que encima lo están haciendo en vivo los propios actores originales. No es que sea un “tuyo argumento captado, misa ayuda”, al contrario, hablan correctamente. Simplemente es totalmente mecánico y falto de alma. Recitan, pero no interpretan. Ya hemos intentado ligar lo suficiente con guiris borrachas para saber que la gente, sencillamente, no habla así en encuentros interculturales. La única que sabe actuar en más de un idioma, la pobre Riita Havukainen, se tiene que echar la serie a la espalda y tirar cual todoterreno del carro en todas sus escenas, hablar medianamente competente en finlandés, inglés e incluso castellano, y ser la vía para que las respetables señoras finlandesas de mediana edad puedan ver realizadas sus fantasías eróticas con Fran Perea, en modo ir-a-apatrullar-cogiditos-de-la-mano, como amigo-que-solo-quiere-dormir-en-tu-sofá, como pagafantas-que-te-paga-el-desayuno-y-le-dejas-ahí-tirado, o finalmente en un Polvo Para Resolver Una Tensión Sexual Inexistente que los guionistas han metido con calzador. La verdad, les pega mucho más llorar abrazados que follar.

En fin, que la serie se queda como un simpático crossover cultural, que hará las delicias de todos los que celebran el mestizaje transfronterizo, cruzado con un thriller nórdico descafeinado, por mucho que le metan los obligados suicidios. Porque lo de poner planos aéreos de una ciudad con sofisticada música electrónica escandinava, pues funciona cuando la ciudad es Estocolmo en invierno, pero con Fuengirola al sol ya puedes poner a los DJs daneses más puntero, que lo que suena en nuestras cabezas es el Caribe Mix 2020: A Tope De Reggaeton. Las policías cooperan con eficiencia y acaban resolviendo los sucesivos misterios, y finlandeses y españoles cumplen con sus papeles, pero sin abusar de estereotipos. Y así se acabó el verano (aunque la serie parece rodada en invierno). El año que viene quedamos para la revancha en la misma playa.

¡Cabrones, los abrazos no valen, esto es demasiado emocional para mí, voy a volverme loco!

 

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