Babylon Berlin (Sky, 2017)

Das Fernsehen

¡Qué placer vivir en la Edad de Oro de las Series de Televisión, y recorrer el mundo, de Baltimore a Estambul, disfrutando de lo mejor (o de lo peor) de cada país! Sin embargo, se detecta en nuestros viajes desde el sofá una significativa ausencia, especialmente sangrante dada nuestra germanofilia: Alemania. ¿Por qué? ¿Por qué un país de 80 millones de habitantes, con otros 20 millones más de europeos lingüísticamente asimilables, se está dejando pisar por vecinos mucho más pequeños? Tras un importante trabajo introspectivo (vamos, que no tenemos ni idea, pero nos gusta opinar), hemos llegado a la conclusión de que: primero, precisamente el tener un mercado tan grande te quita el incentivo de esforzarte por exportar tus productos culturales (¡total, si al final llega Merkel y lía a Rajoy para comprar toneladas y toneladas de metraje!); segundo, tener una financiación independiente de los PGE (y recaudada por una agencia independiente, la GEZ, universalmente vilipendiada en Alemania como la Gebühren-Stasi o la GEZtapo, tanto que la han tenido que renombrar) también evita tener que pensar cómo atrapar al espectador extranjero de alto poder adquisitivo; tercero, la amplia producción alemana, que existe, es -¿cómo decirlo?- MUY alemana: las películas de sobremesa ya las conocemos, pero además tienen seriales enteros en la misma onda, y una especialidad de difícil traducción pero muy popular, una verdadera institución, el Tatort, con 50 años y 1200 emisiones.

Pero el caso es que parece que han decidido ponerse las pilas, construir un escenario bien guapo y caro, y presentar un producto apto para el mercado internacional (curiosamente, el doblaje al castellano impone muchas veces el “usted” cuando en el alemán original usan el “tú”, ¡somos nosotros los que nos empeñamos en ponerlos como unos estirados!). El resultado es una serie de época ambientada en uno de los periodos más fascinantes de la historia de Alemania, la República de Weimar, en cuya ecléctica estética se inspiran también los títulos de crédito y algunas escenas. Más en concreto, su apestosa, babilónica y decadente capital, Berlín, una ciudad que ya hacia 1850 tenía poco que ver con la Prusia circundante, y que ha seguido siendo un cuerpo extraño dentro de las sucesivas Alemanias. En la Alemania bismarkiana, era la capital casi por falta de una alternativa clara (Potsdam estaba demasiado asociada a los Hohenzollern, y Frankfurt, la más viable, estaba contaminada de liberalismo). En el Tercer Reich, era la hermana fea (se programó una amplia cirugía estético-fascista para arreglar esto) de la “capital del movimiento”, Múnich. Posteriormente, fue rara avis por partida doble: islote de la RFA en “la zona” (sostenido con subvenciones a saco, y eximiendo del servicio militar a sus habitantes, razón por la que se convirtió en el sumidero de toda la juventud izquierdista/pacifista/pordiosera), capital de ese extraño engendro llamado RDA, y escaparate artificial de lo mejor del COMECON. Con la reunificación, los nuevos amos de Europa no sabían muy bien qué hacer con esa ciudad, el equivalente urbano a ese pariente extravagante y algo loco con el que no quieres que te sienten en las bodas. Se decidió llevar allí la capital por apenas 338 votos contra 320. Aquello fue la salvación para una ciudad, en palabras de su alcalde, “pobre pero sexy”. Desde entonces, pues ya se ha acercado mucho al resto de capitales europeas: subida desbocada del precio de la vivienda y del alquiler, surgimiento de barrios hipster/gafapasta cuya economía se basa en señores con pinta de leñadores tejiendo suéteres, zonas peatonales llenas de franquicias multinacionales e indistinguibles de sus equivalentes en París, Beijing o Lima, y proyectos inmobiliarios cada vez más locos. Es decir, la misma mierda que en todas partes: “rica y poco sexy, pero el dinero te compra lo que natura no te dio”.

 

Gracias por nada, globalización.

 

Ya vienen

Pero vamos, todo esto aún no se veía venir en mayo de 1929, cuando arranca la serie. No se veía venir nada de nada, de hecho. Pero nosotros lo sabemos: “ellos” ya vienen. Quedan meses para que estalle la Gran Depresión, y 3 añitos para que todo acabe. Solo que “ellos” no terminan de venir. De hecho, hasta el final de la segunda temporada, no hay ni rastro de “ellos”. Para el papel de malos la serie recurre a lo que podríamos llamar los “proto-ellos”: veteranos resentidos, reaccionarios, conservadores, gente desesperada y encantada de oír a un demagogo decirles que la culpa es de “otros”. Sí, ya, both sides, no hace falta que comenten, pero si realmente lo piensan mejor no vean la serie, porque esta se marca un buenismo izquierdista hiperlativo desde el primer episodio: los buenos son los rojos. Pero no unos rojos cualesquiera, sino los troskos de la 4ª Internacional. Los cuales, respetando las tradiciones, a los cinco minutos son purgados de entre los vivos por los estalinistas (dado que la organización troska se había aliado con una rusa blanca –cosas del líder, que quería metel.la– que intentaba recuperar el oro de su familia, tentados estamos de decir que se lo habían buscado).

La primera temporada refleja también el “mayo sangriento”, unos enfrentamientos entre la policía y los comunistas (pero del KPD, fiel vasallo de Moscú en todo, así que mucho cuidado con confundirlos con los troskos, que de hecho serían sus mayores enemigos) que se saldaron con varios muertos (en la serie hablan una y otra vez de 200, una cifra que circuló en los mentideros, pero la realidad parece haber sido de “solo” 33). Enfrentamientos de los que la serie, fiel a su línea política, culpa enteramente a los policías: registran aleatoriamente cientos de viviendas a la búsqueda de armas, pero sin encontrar nada importante, van armados hasta los dientes y con armas de fuego, y apatrullan las calles de la “zona roja” con vehículos blindados y disparando unos calibres que aquello parece la batalla del Marne (y para muchos de los policías más conservadores seguramente aquello era una revancha de dicha batalla contra un enemigo igual de peligroso y mucho más culpable). Y cuando una ráfaga se carga a civiles inocentes, la cosa se barre bajo la alfombra. Not both sides? Simplificando mucho, el papel del partido comunista, el KPD, en la república de Weimar se pueden dividir en tres fases: hasta 1923 más o menos, intentos de capitalizar alzamientos antirrepublicanos de extrema izquierda, y medio instigando algunos, sin que lleven a nada. Posteriormente, Stalin aplica su doctrina del “socialismo en un solo país” y subordina la acción de los partidos comunistas de todo el mundo a los intereses nacionales de la URSS. Para el KPD, esto significa que desde Moscú les dejan ladrar mucho, pero morder poco, ya que Alemania y la URSS, los perdedores y apestados de la Gran Guerra, se necesitan mutuamente (algo que la serie muestra con la Reichswehr evitando la prohibición de tener armas químicas mediante fábricas en Rusia). Desde 1930, finalmente, el KPD se sienta a comer palomitas mientras la Gran Depresión está destrozando el capitalismo y creyendo, los muy pardillos, que al final de este tobogán espera la transición al socialismo. Criaturas. Dicho todo esto: el Blutmai fue una salvajada injustificable y su retrato seguramente es correcto. (Ahora, que los únicos dos “comunistas malos” que nos ofrece la serie acaben resultando ser nazis infiltrados es un giro tan buenista y simplón que hasta una serie española tendría reparos en usarlo.)

Como la serie no puede evitar ser muy alemana, casi todos los personajes están o tristes o cabreados. Los más tristes, de hecho, son los comunistas, lo que refuerza su papel de “personajes más auténticos y alemanes” en la serie. Los de derechas, en cambio, tienden a estar cabreados. Y los únicos alegres son los que van al Moka Efti, la sala de bailes más top de la ciudad, a ponerse ciegos de champán y bailar hasta reventar. La serie nos los presenta como una Alemania alternativa que quiso y no pudo ser, un “¿por dónde podría haber ido nuestro país si estos inocentes jovencitos hubiesen podido decidirlo, en vez de los amargados que no paraban de hablar de la guerra de nosequé y la puñalada por nosedónde?”. Dado que la fiesta de estos inocentes jovencitos tiene lugar encima de una especie de prostíbulo donde los ricachones se entregan a todos los vicios babilónicos con carne fresca que han contratado en la mismita pista de baile, nos hacemos una idea.

Y con esto salimos de Berlín y nos vamos a la segunda parte del nombre, a Babilonia, a hacer las perceptivas interpretaciones chez LPD: en el Apocalipsis de San Juan, la ramera de Babilonia, corruptora del mundo, será derribada y vendrá un reino que durará mil años, al cabo de los cuales llegará el Día del Juicio Final. Babilonia obviamente es la decadente Berlín, el “Reich de los mil años” era uno de los nombres propagandísticos de los nazis para su imperio, y la Batalla de Berlín lo más parecido a un Juicio Final que tuvo esa ciudad. El mensaje es claro y alemán: estamos en la decadencia final, en el foso de nuestros pecados, y la purificación se acerca, con fuego y azufre. ¿Significa esto que Georgy Konstantinovich Zhukov era el Cordero de Dios encargado de leer el Libro de la Vida? (Pensándolo bien, esa interpretación dejaría a Stalin como Dios, así que respondemos claramente que NO.)

 

Agnus Dei qui tollis peccata fascisti, donna nobis pacem.

 

El hilo conductor de la primera temporada, cuando no deviene en cuadro costumbrista del Berlín de 1929, es una película guarrilla que al parecer incrimina al alcalde de Colonia, Konrad Adenauer, a la sazón futuro Adolfo Suarez de la República Federal Alemana y primer canciller de la misma (por la CDU, aunque en el periodo de entreguerras aún era del lobby católico conocido como Zentrum). A mi esto me chirría: Adenauer era un sieso de cuidado, y apenas se le conocieron dos o tres amigos verdaderamente íntimos. Como para que tuviese vicios insondables y hubiese mucha gente sintiendo una profunda lealtad personal hasta el punto de jugarse la carrera y el tipo por él (y efectivamente: al final no era Adenauer el vicioso de la piniculilla, pero habrá dado para un cierto “oh, la serie se atreve incluso con las vacas sagradas de nuestra democracia, qué rompedor”, o en su defecto “eso lo hacéis porque Adenauer es de derechas y ganó cuatro elecciones, envidiosos, con los tótems de la izquierda no hay huevos”).

Hemos comparado a Adenauer con Adolfo Suarez porque ambos iniciaron nuevos regímenes que intentaron por todos los medios hacer creer al mundo que no tenían NADA que ver con el régimen anterior; pero emocionalmente a nosotros Adenauer nos recuerda mucho más a Mariano Rajoy y su legendaria capacidad de aguante: Adenauer fue 16 años seguidos alcalde de Colonia, más de lo que duró la propia República de Weimar. Con 73 años llegó a canciller. De manera similar, suponemos, a cuando el Cónclave Cardenalicio no entiende bien lo que quiere el Espíritu Santo: se opta por un Papa vejete con un pie en la tumba como solución de compromiso, y en tres años si eso ya volvemos a quedar y lo resolvemos mejor. Pero Adenauer hizo un Rajoy de libro, ocupó el cargo durante 14 largos años (lo mismo que toda la República de Weimar, y dos añitos más que los “mil años” del Tercer Reich), y fijó los contornos de la política alemana para 30 años (acercamiento a Francia, integración en la CEE y la OTAN, no reconocimiento de la RDA), jubilándose con 87 en plena posesión de sus facultades mentales. En cuanto a su catolicismo, permítanme un chiste de los años 50:

 

Audiencia de Adenauer en el Vaticano. El canciller y el Papa llevan encerrados hablando una hora, dos horas, tres horas. Al cabo de cuatro horas, un cardenal osa asomarse. Ve a Adenauer sentado en el trono de San Pedro, y a Pio XII arrodillado ante él y suplicando: “Pero Konrad, créeme, ¡yo ya soy católico!”

 

Y sobre todo hay que reconocerle una línea programática (“¡nada de experimentos!”) tan seductora (50.2% del voto en las elecciones de 1957) que deja todas las campañas de Rajoy a nivel perroflauta.

 

Volviendo a “ellos”, que es lo que les atrae a ustedes, viciosos, lo dicho: ni siquiera aparecen en la primera temporada, ni casi en la segunda. Lógico: en 1929 aún eran totalmente marginales, la principal amenaza a la república venía de los círculos reaccionarios, conservadores y nacionalistas, que bajo la bandera del “patriotismo” querían reforzar el principio de autoridad para así fortalecer el país y vengar su honor mancillado. Vamos, lo que en todas partes del mundo viene siendo “la derecha”. Estos son los protagonistas y malos “oficiales”, pero con un lenguaje y unos enfoques que hasta el más tonto puede ver que “ellos” no tendrán ningún problema desde estos círculos, sino más bien toda la ayuda del mundo, cuando llegue la hora.

Como la serie está muy bien hecha (a nivel de producción, impecable), triunfó y ya preparan la cuarta temporada. Con los previsibles vicios: los actores se te suben a las barbas y empiezan a exigir cosas, qué se yo, “quiero una escena para mostrar mis dotes de bailarín”. Pero chacho, que interpretas a un tieso de cuidado y más beato que el propio Adenauer, “ah, pues que sea en un sueño”. La segunda temporada también profundiza en los politiqueos weimarianos que al común de los mortales igual le hacen cambiar de canal, pero que a nosotros nos atraen si cabe aún más. Claro, esto hace que el guion flojee: quieren hacer un retrato de época preciso, y toman muchos atajos. Y como a la gente tampoco le gustan demasiado los politiqueos incesantes, de vez en cuando hay que compensar, por ejemplo, con mi escena favorita: la del avión.

 

“¿Listos para perder vuestra virginidad aérea?”

 

Resulta que el ejército alemán tiene una serie de unidades secretas, la “Reichswehr Negra”, para reconstruirse a espaldas del Tratado de Versalles. Una de esas unidades está construyendo (con ayuda de Stalin, que así aprende a fabricar aviones, ¡win-win!) una nueva Luftwaffe en Lípetsk, una ciudad a 300 kilómetros al sureste de Moscú. Así que el jefe de la policía, necesitado de pruebas, simplemente mete al prota en uno de esos aviones que parecen hechos de uralita corrugada y lo manda para allá, a sobrevolar una base en pleno territorio soviético a 2000 kilómetros de Berlín, hacer unas fotos, y volverse. El avión es una Ju 52/3m, que en realidad no voló hasta 1930, pero les perdonamos el anacronismo (al prota le obligan a sentarse en una caja porque “es un avión de carga, no hay asientos” – chachos, ¿y entonces para qué hay tantas ventanas?). Como todo este arco solo sirve para darle un poco de tensión al episodio, le meten todos los generadores de suspense posible: se atrancan los cuernos al despegar; hay tormenta; le cae un rayo al avión y se le apagan los motores en pleno vuelo; en la base los reciben con fuego de Flak; y para hacer las fotos abren la puerta en el aire y se asoman sin más seguro que otra persona sujetándote del cinturón (para asomarse han traído al fotógrafo oficial de la policía, un señor que había soltado tres frases en temporada y media, porque claro, sabemos que el prota no va a morir de una manera tan tonta). ¡Y todo para hacer unas fotos que demuestran algo que ya es un secreto a voces entre los políticos berlineses!

Estos políticos berlineses son en muchas ocasiones personajes reales, para ahondar en el carácter histórico: salen Gustav Stressemann (bien plasmado), Franz von Papen (ídem), y Paul von Hindenburg (bastante mal porque sonríe todo el rato, y desde luego demasiado bajito para los dos metros del Generalfeldmarschall). El primero, preocupado por mantener la república, y los demás, conspirando para tumbarla. A Stressemann por cierto nos lo presentan -igual que a muchos otros personajes, y esto para mi es uno de los grandes aciertos de la serie- con Schmisse, algo también MUY alemán de la época pero caído en desuso: en el siglo XIX, las asociaciones de estudiantes universitarios, las Burschenschaften (unas de las agrupaciones más rancias, elitistas, clasistas, nacionalistas e imperialistas de la Alemania guillermina, que ya es decir) solían organizar “mensuras”, duelos con sable entre estudiantes, sin máscaras ni protecciones ni mariconadas de esas. Como resultado, muchos estudiantes acababan con cortes en la cara, los mentados Schmisse, que además llevaban con orgullo y como marca de clase alta y bravura, “yo fui universitario y me batí por mis colores”. Si se fijan, en la serie salen bastantes personajes con Schmisse, y no son heridas de guerra, sino amables indicadores de que el personaje en cuestión es un rancio y seguramente milita en el bando de los “malos”.

 

Otto Skorzeny, ese simpático jubilado alemán en la España de Franco, también tenía los dichosos Schmisse.

 

Decadencia

En la tercera temporada la serie empieza a dar más metraje a las movidas íntimas de los protas, sin que decaiga el drama de la caída de la República, anunciada al final de la temporada por el Jueves Negro, que se lleva por delante media economía y a cuyo rebufo “ellos” van a asaltar las instituciones. Sí, “ellos” al fin empiezan a asomar, como los mamporreros de los “proto-ellos”. Los “proto-ellos” creen que pueden usar para sus propios fines a esa simpática chavalada, algo bulliciosa y fogosa (pero con su corazoncito muy alemán y mucho alemán, que es lo que importa, al fin y al cabo), para que sacudan el árbol y así los señoritos de toda la vida puedan recoger las nueces. La serie no ahorra en mostrarnos lo miserables, rastreros, malvados y pagafantas que son “ellos” (incluyendo a un proxeneta de la peor calaña al que parece que han metido simplemente para que diga “los nazis sois lo puto peor, en serio, y lo digo yo que de escoria sé un rato”), amenazando a niños de teta para chantajear a la madre, todo con tal de echarles la culpa a los comunistas de sus fechorías. Mientras, los “proto-ellos” se reúnen de etiqueta para escuchar música clásica, cuidar las tradiciones, y derribar las instituciones democráticas, que la cosa está yéndose de madre con el populacho decidiendo en igualdad de condiciones con los señores, habrase visto, menos mal que hay un “populacho bueno” que se pegará con el “populacho malo” y así creará el caos que justificará la vuelta del estado monárquico-autoritario anterior a la Revolución de Noviembre. (Una fórmula muy común en aquellos años; solo recordar que en el manifiesto del 17 de julio del Caudillo se justifica lo que iba a venir por la violencia entre falangistas y comunistas: “a tiro de pistola y ametralladoras se dirimen las diferencias entre los asesinos que alevosa y traidoramente os asesinan, sin que los poderes públicos impongan la paz y la justicia”.)

 

Pasado ese punto, en España el “populacho bueno” ya no hizo falta porque para estas cosas los señoritos prefieren llamar directamente al servicio.

 

Luego está la trama de la película. Se ve que la gente que hace series (sea en Alemania, en España o en la Conchinchina) aún no se ha librado del todo del sambenito “bueno, esto es para televisión, el verdadero arte sigue estando en el cine”. El cine sigue siendo el rey. De modo que como homenaje a la rica tradición alemana de cine de Weimar, dedican una trama entera al rodaje de una película cinematográfica tope expresionista, donde son asesinados la actriz, su sustituta, la sustituta de la sustituta, y un técnico de luces. Todo por darle continuidad a personajes de las temporadas anteriores pero sin nada que ver con el resto de la serie, y rendir homenaje a “Metrópolis”.

 

Babilonios

Gereon Rath: policía que deja su puesto en la provinciana y tranquila Colonia para irse a Berlín a cumplir el sueño de su vida: bailar breakdance en los garitos más tirados de Neukölln, y así olvidar que está enamorado de la viuda de su hermano, desaparecido en la guerra. Interpretado por un actor que se ha teñido de moreno y que a mí físicamente me recuerda vagamente a un amigo aragonés de pura cepa que vive, precisamente, en Berlín.

Como Berlín bien vale una misa, Gereon acepta encubrir las burradas del mayo sangriento para lograr una promoción, de paso encubre un asesinato propio, revela que –afectado por una neurosis de guerra– dejó tirado a su hermano en tierra de nadie durante la guerra (condenándole a la muerte, se implica), acaba preñando a su cuñada, rompe con ella, y descubre que la piniculilla guarrilla era de su padre. Padre que además no oculta que, en su opinión, volvió de la guerra el hijo equivocado.

 

Babilonia la que me desayuno todos los días.

 

Charlotte Ritter: la típica chica del Berlín de la época, “Lottchen” vive de presentarse cada mañana en comisaría para optar, cual jornalero andaluz seleccionado en la plaza del pueblo, a un jornal haciendo el papeleo menor. Luego por la noche va a la discoteca más top de la ciudad, a bailar, beber champán, y ejercer así como un poquitillo la prostitución. Como Berlín sigue siendo Alemania, esto no es un problema, pero sí lo es, y GRAVE, que no esté registrada y tenga los papeles preceptivos. Se mete a investigar tramas raras porque quiere entrar en la policía Y Ser Un Ejemplo Para Todas Las Mujeres En Esta Sociedad Tan Machista.

Helga Rath: cuñada/amante de Gereon, y presidenta de la asociación de viudas de guerra. Se va de Colonia a Berlín para poder estar abiertamente con Gereon, “alles ist möglich in Berlin” (“todo es posible en Berlín”, que parece ser el equivalente alemán de “de Madrid al cielo”). Por desgracia, una vez allí resulta que el hombre ha cambiado de perspectiva sobre la vida (amen de arrastrar un complejo de culpa por abandonar a su hermano), tenemos drama, y la buena de Helga acaba liada con un fabricante de armas que se forró con la guerra en la que ella perdió a su marido.

Moritz Rath: hijo de Helga y sobrino de Gereon. Un chaval (aunque Producción ha tenido la mala pata de que el actor creciera como medio metro entre 2017 y 2019, dos temporadas más y el “chaval” estará listo para el draft de la Basketball-Reichsliga) un poco respondón que inocentemente va a caer en las redes de una especie de proto-Hitlerjugend. Normal: en vez de recoger hojarasca por las calles como las organizaciones católicas, los niños nazis hacen cosas más molonas, como disparar flechas con punta letal o entrenar técnicas de supervivencia. La madre se niega, claro, pero dado que el chaval tiene unos 14 años y va a estar en la mejor edad para 1939, es mejor que se vaya preparando.

Bruno Wolter: jefe de Rath, comisario superior del Departamento de Buenas Costumbres, que es la muy alemana manera de llamar a Antivicio. Desprecia a todos los que volvieron del frente “tocados”, aunque con el alcoholismo de su mujer Emmi en cambio es bastante tolerante. Metido hasta las trancas en una conspiración con los señoritos de toda la vida para que las cosas vuelvan a ser como antes, haciendo acopio de armas y todo, también gusta de aprovechar su posición en Antivicio para poner la mano (y otras partes de su anatomía) en el burdel del Moka Efti. Como es un poco chulito rollo “me fumo un cigarro en tu cara”, no vivirá para verlos a “ellos”, aunque tiene madera de Obergruppenführer.

Alexei Ivanovitch Kardakov: el líder de los troskos berlineses. Enamorado de una rusa blanca, lo que será su perdición. La Revolución es una amante celosa, y la Revolución Permanente ni te cuento. Sobrevive a palizas, disparos y caídas, así que no podemos dejar de ver un parecido con Rasputín.

Alfred Nyssen: trasunto ficticio de Fritz Thyssen, el magnate del acero que financió a Hitler. Aunque no sabemos si eso te convierte necesariamente en nazi (su militancia en el partido desde 1933 ya es otra cosa), porque Thyssen en realidad los financió a todos. Hasta 650.000 Reichsmark (el salario anual de la época era de unos 2000 marcos) llegó a donar a diversos partidos de derechas, todo con el mismo objetivo, ya saben: restaurar el honor y la posición de Alemania en el mundo, aplastar al “comunismo” (que para esta gente incluía al SPD), y ya de paso posibilitar suculentos contratos armamentísticos. Cuando sus admirados “patriotas” pactaron con el “comunismo” (¡pero con el de Stalin, no con los amariconados socialdemócratas esos!), el pobre Fritz se lo tomó tan mal que se exilió en Suiza.

 

“¡Todos los caminos del marxismo llevan a Moscú!” (Cartel de la CDU de 1953; aquí solo sacaron el 45%.)

 

En la serie presentan a Nyssen como un playboy engreído y bipolar, jugando a salvador de la patria y sirviendo de hombre de paja para los tejemanejes de la Reichswehr en Rusia. Como le pillan, su madre le borbonea de la empresa. No porque esté horrorizada porque su hijo haya ayudado a los señoritos a saltarse el Tratado de Versalles, claro: la gute Frau debe haber nacido en el apogeo de la Confederación Germánica, y ver desfilar posterior y sucesivamente los regímenes de Prusia, la Confederación Alemana del Norte, el Imperio Alemán y la República de Weimar le debe haber quemado a fuego la divisa “a estar con el que toca, y cuando toque otro pues con ese”.

En la tercera temporada le dan un poco más de cancha, iniciando una relación con Helga Rath. Como está un poco bipolar y loco, reconoce antes que nadie que el mercado de valores está bipolar y loco, y va preparando el terreno para cuando la economía explote, para echarles la culpa de todo a los judíos y sus conspiraciones, e ir preparando un giro antisemita en Alemania. De hecho, en un nuevo giro buenista que daría vergüenza al más subvencionado de los productores españoles, le pintan como el culpable del hundimiento de la Bolsa, al movilizar mucho dinero para hacer un short sell que hunda el mercado de valores (mercado ya recalentado, claro, pero vamos, que el hombre arrima la aguja al globo para que todo estalle, poder culpabilizar a los judíos, y ya de paso llevarse un dinerito).

Trochin: diplomático soviético en Berlín. En una curiosa concesión al burguesismo, en la embajada el embajador soviético viste un feo uniforme estalinista, pero cuando salen él y sus matones van de traje como burgueses con ínfulas.

El Armenio: inspirado vagamente en Giánnis “Giovanni” Eftimiades, un griego con pasaporte italiano que fue el dueño del Moka Efti. Aquí le pintan como un jefe del hampa berlinesa, tocando todos los palos: extorsión, prostitución, drogas, rodajes cinematográficos y suponemos que inversiones inmobiliarias.

August Benda: el jefe de la policía política prusiana. Policía encargada de luchar, ya saben, “contra los extremistas de ambos bandos”. Como podrán imaginarse, con un bando leña al mono que es de goma, y al otro lo tienen dentro. Tan dentro, de hecho, que “ellos” usarán los departamentos políticos de la policía política prusiana como base para montar la Gestapo. Sin embargo, el menda Benda (inspirado más o menos en este caballero) sí parece sinceramente comprometido con la República, de modo que además de la leña a los unos, también intenta dar leña a los otros (aunque a los unos les manda vehículos blindados artillados y a los otros citaciones judiciales escrupulosamente legalistas, que aún hay clases). Consecuentemente, serán los otros los que decidan acabar con él, culpando de ello además a los unos. Su trágico final viene a ser metáfora de la República de Weimar: buenas intenciones condenadas al fracaso porque los “ellos” y los “proto-ellos”, francamente, son unos cabrones sin remedio.

 

“¿Cómo prefiere que le llame, señor judío: socialdemócrata o socialcomunista?”

 

Stephan Jänicke: un pagafantas existencial que parece incapaz de dañar a una mosca, y cuya presencia en el cuerpo de policía, francamente, no nos explicamos. Bueno, en realidad sí: que se dedica a espiar a Wolter por encargo de Benda. En su caso, las buenas intenciones condenadas al fracaso se combinan con inocente incapacidad.

Dr. Völcker: médica y comunista. Se dedica a atender de gratis a enfermos que no pueden pagarse un médico (pero poniéndoles mala cara cuando salen sus vicios burgueses, ¡las formas, las formas son lo que acaba empujando a la gente a votar facha aunque no quiera!), y a ser la “cara” de la Partei cuando los guionistas quieren que la Partei se posicione o actúe sobre algo. Tiene un toque “oficialidad de la RDA”, una Erich Mielke en femenino y sin sentido del humor, para que no se diga que son demasiado flojos con los rojos.

Ernst Gennat: jefe de la policía criminal de Berlín, al que todos llaman “Buda”, por lo orondo de su presencia. Personaje real, que desarrolló métodos científicos para el análisis de las escenas del crimen, y al que entiendo incluyen en la serie en plan “mirad, los americanos no lo inventaron todo en el género policial y procedimental, en realidad el pionero fue un alemán, ¡oeee!”, que reivindicar la inventiva de un compatriota frente a los pérfidos anglosajones no es privativo de las series españolas.

Kurt Seegers: miembro del estado mayor de la Reichswehr. No sé si el nombre es un guiño a Hans von Seeckt, pero le pegaría. Lo que ya no le pega en absoluto es que, a mitad de la tercera temporada, se le inventen un par de hijas que deben rondar los 19-20 añitos: un poco extraño para un caballero que tiene pinta de haber dirigido cargas de húsares en Königgrätz y Dybbøl. Encima la niña mayor le ha salido comunista (estudiante de derecho, ¿es que no hay comunistas de clase obrera?), y lo dice abiertamente en las soirees derechosas a las que el padre la arrastra, “venga, hija querida, hazlo por mi y tócanos algo en el contrabajo”. Señores guionistas: así no es como funciona un milieu y menos en esos tiempos, aquí están ustedes proyectando biografías más propias de generaciones posteriores.

Katelbach: judío, austriaco y periodista, lo que le pone en el punto de mira de los “ellos”, de los “proto-ellos”, y de su casera, que cobra los alquileres de higos a brevas. Personaje secundario cuyo propósito es ilustrarnos como los “ellos”, los “proto-ellos” y los caseros se dedican a aplastar cualquier disidencia y cualquier desafío a su siniestro poder atacando –impunemente- al eslabón más débil de la democracia. Aunque en un giro errejonista en la tercera temporada, acaba prácticamente liándose con su casera. Si no los puedes derrotar, únete a ellos.

 

Valoración

Pues muy buena, y –pese a todo- ni siquiera hace falta ser friki de la historia de Alemania para disfrutarla. Por otro lado, uno no puede dejar de ver los giros, lugares comunes y tópicos de las series policiacas americanas. Como en casi todas las series, por otra parte: el género parece haberse reducido a copiar la fórmula e intentar meter colorido local. Siendo alemanes, pues ese colorido incluye prostitución, culpa, pecado, y la expurgación de toda la pesada herencia histórica del país, repartida sobre una docena de tramas con personajes tirando a trágicos. Los años 1920 son quizás el último momento en que las industrias audiovisuales aún tenían un inconfundible sabor local, y quizás eso explica parte del encanto que Weimar aún ejerce. Desde entonces, Hollywood rules.

A tramos, la serie plantea una duda tan vieja como la propia democracia: ¿es legítima una democracia si en ella grandes masas de población viven en la miseria sin una posible salida? Duda, no les quepa ídem, tan comunista como los guionistas: ¡si te mueres de hambre la culpa siempre es tuya! La serie no ahorra ejemplos de explotación y miseria, y eso que aún no ha empezado la Gran Depresión. Especialmente a través de Charlotte Ritter y su familia, que viven en una cochambrosa vivienda, llena de humedades, sin los servicios más básicos, y teniendo que echar monedas para tener una hora de luz eléctrica. Posteriormente, alquilan una buhardilla para 12 horas al día, turnándose con el otro inquilino. (Obligatorio citar al maestro Terry Pratchett al hablar de infravivienda: “eran viviendas tan cochambrosas que simplemente vivir allí te hacía sospechoso; pero por alguna razón, ser dueño de una calle entera de bloques así solo hacía que te invitaran a las mejores galas”.) La niña de la casa trabaja en un telar y acaba viviendo en la calle, y Lottchen se pluriemplea en mogollón de ocupaciones bastante duras que desmienten cualquier narrativa de “le-falta-cultura-del-esfuerzo”. A la madre, enferma de sífilis y despedida de su trabajo en un matadero, casi te la imaginas votando a Hitler en un momento de debilidad (en la novela, de hecho, lo hace entusiastamente).

Con lo que volvemos a la Ramera de Babilonia: con todos sus fallos, el pecado capital de Weimar fue hacer política por encima del sufrimiento de las personas. Sin atar precisamente perros con longanizas, los alemanes de Weimar podían contar con lentas mejoras… hasta 1929, en que llegó la Gran Depresión (y aquí podríamos empezar a analizar si lo que había antes de 2008, perdónnoséenquéestaríapensando, de 1929, era “real” o solo una enorme burbuja de crédito y deuda inflada durante décadas). Las culpas arrancan en Versalles y están bien repartidas, sin duda, pero cuando el tren de la responsabilidad paró en Berlín, Brüning, Von Papen, Hindenburg y el resto decidieron dejarlo pasar, muchas gracias, que ellos preferían esperar al Deutschlandexpress para viajar en primera clase a Un Reich Nuevo y Grande. Sí, incluso con ese maquinista tan histriónico. Pues tomad dos tazas y decidle adiós a Prusia, Pomerania y Silesia. Por vuestra culpa, por vuestra culpa, por vuestra gran culpa de pecadores babilónicos. Amén.

 

“¡JAMÁS!” (Cartel de la CDU de 1947, con la cosa aún fresquita: 31%. Glups.)

 


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  1. Comentario de devilinside (30/09/2020 09:50):

    Coincido con el autor. La serie en sí no está mal, pero lo que me parece espectacular (y amo Berlín, es una de mis ciudades favoritas, de hecho hasta salí de juerga -o algo así- en la zona de la RDA en su momento) es la ambientación.

  2. Comentario de Sgt. Kabukiman (30/09/2020 09:50):

    Y dark?
    No es lo suficientemente alemana?

  3. Comentario de Casio (30/09/2020 10:07):

    A mí tambien me gustó mucho, y la banda sonora es cojonuda. No llega a los niveles de sordidez de “Berlin Alexanderplatz” pero se acerca.
    Por cierto que tuve la suerte de encontrarme en unas vacaciones en Berlin con el equipo de rodaje que preparaba las escenas del teatro en uno de ellos a orillas del Spree. Uh montón de extras vestidos como en los años 20 deambulando y fumando a las puertas del teatro. Bastante alucinante.
    Para los pedantorros y amantes de las frikadas históricas, Weimar y la historia alemana es nuestro disneyland particular.

  4. Comentario de emigrante (30/09/2020 13:25):

    Yo confieso que a pesar de vivir in situ no veo series alemanas. Mi mujer ve de tarde en tarde el Tatort pero solo cuando salen los comisarios de Munster que resuelven el caso en clave de comedia. El personaje del jefe de patología (forense) es una especie de Sheldom Cooper con raíces aristocráticas. Su ayudante una enana. El comisario tiene un padre taxista exhippie que trapichea con marihuana y lo que se tercie. Y la fiscal es una chimenea andante, siempre con el cigarrillo en la mano, que tiene una voz tan cavernosa que asustaría a Darth Vader.

    Yo lo intenté con Das Boot (el submarino) por ser una adaptación del legendario film de Wolfgang Petersen pero me aburrí después del primer capítulo. La acción transcurre en la imponente base de submarinos de Normandía. La chica que tiene un hermano homosexual y comunista al que destinan por sorpresa al famoso U-Boot y tiene que sustituirle contactando con la Resistencia y no sé qué más. Mientras tanto el jefe local de la Gestapo (el Hombre sin Rostro y maestro de Aria Stark en el arte de mandar gente al otro barrio en Juego de Tronos) anda todo el rato detrás de ella y no se sabe si sospecha y quiere meterle un paquete o quiere meterle otra cosa.

    Haciendo zapping también me paré un rato en la última superproducción televisiva “Oktoberfest 1900”. Las cervecerías de Munich en plan mafias luchando unas contra otras. Los actores hablando Hohdeutsch sin pizca de acento, algo que en la piel de toro habría dado lugar a un agrio debate de ofensas culturales.

  5. Comentario de devilinside (01/10/2020 09:52):

    #4 Es que Das Boot, la serie, es un coñazo largo y aburrido, nada que ver con la película

  6. Comentario de Chuky (01/10/2020 22:17):

    A ver germanófilos, sabemos que a los alemanes les tiran los melodramas que nos endosan para las sobremesas, pero ¿,no tienen películas de humor?, hay humor inglés, comedias francesas, italianas, ¿alemanas?

    En el libro de Enzsenberg sobre von Hammerstein (escribo de memoria) habla de esa colaboración ruso-germana y menciona que Hammerstein aconseja a los rusos mecanizar su ejército, en especial el transporte

  7. Comentario de emigrante (02/10/2020 12:15):

    #6, hombre, en Alemania humor hay mucho y de muchos estilos, otra cosa es que hagan gracia. Quiero decir que es difícilmente exportable. Hay multitud de series y programas de televisión, en cine el que más éxito ha tenido es Michael “Bully” Herbig llevando a la gran pantalla a los personajes de su anterior programma de sketch, la Bullyparade, junto a sus inseparables Christian Tramitz y Rick Kavanian. También hizo una adaptación con actores reales de “Vickie, el vikingo”. Otro humorista que dió el salto al cine ya en los 80 es Otto Waalkes, o simplemente Otto, un humor muy absurdo y descabellado. Pero el original, el verdadero genio con el que empezó todo es el ya fallecido Vicco von Büllow más conocido como Loriot. Él practicamente inventó el humor alemán. De su época (años 70-80) también fue muy popular Didi (Dieter Hallervorden).

    En televisión está el típico formato de late-night show donde Harald Schmidt era el rey cuando yo llegué allá por el cambio de siglo pero enseguida se aupó Stefan Raab. Éste último también es productor musical y ganó Eurovisión en 2009. Hoy en día están “Die Heute Show” a modo de informativo donde comentan las noticias de la semana. Muy mordaz, no deja títere con cabeza y eso en una cadena pública. También está el polémico Jan Böhmerman en “Neo Magazine Royal” al que Erdogan llegó a pedir su cabeza.

    Los programas de sketch y telecomedias ofrecen un humor más inocente. Aquí habría que incluir además de humoristas pata negra a los “actores graciosos”. Me vienen a la cabeza Markus María Profitlich, Bastian Pastewka, Atze Schröder, Christoph Maria Herbst… la lista es interminable, entre las chicas destacan Anke Engelke y Martina Hill, también cabe mencionar a los turcoalemanes como Kaya Yanar o Bülent Ceylan. Son gente que hace de todo y también menudean por los cabarets, teatros, concursos y presentando programas. Otto los reunió a todos juntos en su película 7Zwerge, una parodia de Blancanieves.

    Pero últimente lo que más se lleva es el standup comedy y ahí los reyes son Michael Mittelmeyer, Mario Barth y Dieter Nuhr

  8. Comentario de emigrante (02/10/2020 13:07):

    Ah, y no he mencionado al humor gráfico, Otto y Loriot son también viñetistas y en formato comic destaca el políticamente incorrecto Walter Moers con “Werner” y “Kleines Arschloch” (pequeño hijoputa) que también a sido llevado al cine en formato animación. Sus personajes hablan el acento de Hamburgo. Y ya que estamos con particularismos regionales cabe mencionar al Volkstheater bávaro, un género de teatro con un humor chabacano y simplón a lo Lina Morgan.

  9. Comentario de devilinside (05/10/2020 12:55):

    #6 Pelis románticas -no de empotre- hacen un montón (iba a poner mojón, que como definición no va mal), y las compra TVE.

    Si te gustan las emociones fuertes, el porno alemán ayuda

  10. Comentario de Nex (06/10/2020 09:44):

    Pero hombre, si la cima del humor alemán es:

    There were zwei peanuts walking down the straße, and one
    was assaulted… peanut

    https://www.youtube.com/watch?v=FBWr1KtnRcI

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