“La Utopia de las Normas” – David Graeber
Hace pocos días, el 2 de septiembre, con solo 59 años, David Rolfe Graeber dejaba este valle de lágrimas, dejándonos a todos un poquito huérfanos. ¿Cómo no amar a un hombre que dice que el problema de la clase obrera es que es demasiado buena? Graeber se definía a si mismo como “un antropólogo que a veces hace cosas anarquistas, porque el anarquismo es algo que se hace, no que se es, así que por favor no me llamen el antropólogo anarquista”. ¿Y cómo hablaron todos los medios de él en su muerte? Correcto: como el “antropólogo anarquista”. Tampoco ayuda que uno de sus tres opus magnum se llamara “Fragmentos de una Antropología Anarquista” (los otros dos son “Deuda: los primeros 5000 años” –ya reseñada por estos lares– y “Bullshit jobs” – ídem). Hoy, en cambio, y como homenaje, vamos a revisar una de sus obras menos conocidas.
Reseñar una obra de Graeber no es fácil: el hombre tenía tendencia a saltar constantemente entre puntos y a perder el hilo. En este caso, es aún más complicado: de entrada, el hilo es mínimo, pues esto es esencialmente una colección de tres ensayos (mas una introducción y un apéndice) vagamente relacionados con un tema para el que tampoco propone nada, porque, afirma, “aún no hay nada hecho; ni siquiera tenemos un vocabulario para hablar de ello”. Su única propuesta, en consecuencia, es acuñar un término: Graeber afirma que nuestra sociedad está inmersa en un proceso que llama “burocratización total”. Los tres ensayos examinan dicho proceso desde tres puntos de vista diferentes: la violencia, la tecnología, y la racionalidad.
Los antropólogos son esos simpáticos señores a los que imaginamos estudiando a tribus salvajes en selvas lejanas. Una ciencia pensada para examinar a personas tirando como a morenas, con huesos atravesando la nariz, pero totalmente inútil en el Primer Mundo, donde no tiene sentido investigar porque claro, ejem, nuestro funcionamiento viene dictado por el “sentido común”, ¡somos sociedades RACIONALES!

Si hubiese cobrado dinero por hacerlo, sería racional.
Que un antropólogo dirija la vista hacia nosotros, igualándonos en cierto modo con los mentados cazadores-recolectores del Kalahari, resulta para cierta gente una ofensa… aumentada porque los antropólogos son la rama académica más izquierdosa de las ciencias sociales, y sus conclusiones y estudios tienden a ser extremadamente favorables a posiciones de izquierdas.
¿Por qué lo llaman burocracia cuando quieren decir control social?
“Burocracia” fue un término que tuvo su momento álgido en los años 70. Antes, no parecía preocupar tanto, y desde entonces, su uso ha disminuido. Sin embargo, afirma Graeber, la burocracia sigue estando alrededor nuestro, más que nunca de hecho, pero por alguna razón se ha vuelto invisible. ¿Por qué? Pues esencialmente porque desde los setenta ha habido un triunfo de la derecha, de sus ideas sociales, y sobre todo de su lenguaje, donde la “burocracia” es por definición estatal, pública y tiránica. Pasarte media hora navegando por el árbol de voces robóticas de una compañía privada para reportar que te han cobrado tres euros de más en la factura de enero, entonces, no es “burocracia” sino “libertad”. Un triunfo ante el que la izquierda, que según Graeber debería ser anti-burocrática, no ha encontrado aún un lenguaje propio y ha asumido mansamente el de la derecha, pero para implementarlo con rostro humano. A Bill Clinton, por ejemplo, le encantaba usar a todas horas la palabra “burócrata” – hasta que a raíz del atentado de Oklahoma decidió que ese lenguaje denigraba a los servidores públicos y creaba un caldo de cultivo para ciertas actitudes.
Es decir, que vemos la burocracia como el rostro de un sistema político tiránico. Pero antes esto no era así sino al revés. Luis XIV, tirano absolutista, tenía quizás unos pocos centenares de funcionarios para gobernar su reino, los regímenes burgueses del siglo XIX en cambio multiplicaron por mil el número de burócratas. Su burocracia era vista como necesaria para construir una sociedad igualitaria y liberal: unificando mercados locales en grandes mercados nacionales, proveyendo a todo el mundo con la misma educación y oportunidades, y aplicándoles a todos las mismas leyes. Sobre 1900, la opinión generalizada era que las empresas deberían funcionar como la burocracia estatal, y no al revés. El ejemplo invocado por todos era la oficina de correos alemana: un servicio público, funcionando como monopolio, que repartía cartas hasta el pueblo más remoto, varias veces al día incluso, y cuya eficiencia, eficacia y ecuanimidad eran considerados el mayor prodigio de la época. Admirada por igual por Max Weber (que veía en ella el ejemplo de una burocracia impersonal que tratara a todos igual) y Vladimir Lenin (que quería organizar la URSS al completo sobre estas mismas bases y objetivos). Y cuando los americanos tomaron el relevo de los británicos como organizadores de la economía mundial, no lo hicieron en forma de imperio sino de burocracia internacional (IMF, Banco Mundial, GATT, Naciones Unidas…). Sin embargo, desde entonces, especialmente a raíz de la revolución conservadora de los 70, los burgueses han dado un giro de 180 grados para afirmar que los burócratas, en vez de construirlo, entorpecen el mercado.
Esta aparente paradoja –que las políticas para reducir la interferencia gubernamental en la economía acaban generando más regulaciones, más burócratas y más policía- se puede observar tan a menudo que […] propongo llamarla “la ley de hierro del liberalismo”:
Cualquier reforma del mercado, cualquier iniciativa gubernamental para reducir regulaciones y desatar las fuerzas del mercado, tendrá el efecto de incrementar el número de regulaciones, de papeleo y de burócratas.

Fun fact: en 2004, Rusia tenía más funcionarios –“civil servants”- que en 1992, justo al acabar la URSS, 1.26 millones frente a 1 millón. La transición del comunismo al capitalismo no redujo el estado sino todo lo contrario (doblemente remarcable porque tanto la población como la economía de Rusia se contrajeron en el periodo y había mucho menos que administrar).
Una de las razones para esta evolución es que la economía “burguesa” ha pasado de muchas pequeñas empresas familiares en el siglo XIX (donde el dueño solía, tampoco diremos arrimar el hombro como uno más, pero al menos estaba ahí, y los beneficios en general se reinvertían), a unas pocas megacorporaciones en el siglo XX (donde los beneficios van a los accionistas, que ni siquiera están ahí sino navegando en yate por las islas griegas). Megacorporaciones que evidentemente están mucho más cómodas repartiéndose mercados en situación de oligopolio que compitiendo de verdad. Pero si la gente se diese cuenta de que las corporaciones desde hace décadas ni invierten, ni innovan, ni compiten, ni nada de lo que se supone que hacen, la conclusión obvia sería que para eso nacionalizamos el sector, lo llevamos como la oficina de correos, y nos ahorramos darles beneficios a accionistas. De ahí el interés en denunciar lo ineficaz y tiránico de la “burocracia”, apoyado a saco por toda la “clase gerencial” de las corporaciones, que desde los 70 ha crecido exponencialmente añadiendo un montón de bullshit jobs a la economía, y cambiado su –tampoco muy pronunciada- lealtad hacia sus trabajadores por una lealtad con los accionistas y poderes financieros, actuando como el brazo armado de estos últimos.
Este proceso se ve acompañado de otros, que Graeber nos describe para acabar concluyendo que las megacorporaciones y el estado, lo público y lo privado, han acabado fundiéndose, produciendo ese proceso de “burocratización total” para maximizar la extracción de rentas financiarizando todo lo financiarizable: casas, créditos estudiantiles, financiación de cualquier tipo de compra…
Todo esto no es más que la preparación para el plato gordo, lo que Graeber maneja mejor que nadie: la mirada del antropólogo desnudando la cháchara para llegar a lo esencial. Que es que hemos llegado a un divorcio total entre los medios y los fines sociales. Los medios son totalmente racionales (y por eso toda la sociedad tiene que “burocratizarse” para ser racional y permitirle a cada individuo la maximización de su beneficio), pero los fines no: no sabemos qué hará la gente con sus beneficios maximizados, porque eso nace de sus “valores” y no nos incumbe. Esto es, en cierto modo, la utopía liberal total, y nos parece tan evidente que tiene que venir un antropólogo a decirnos que en casi cualquier sociedad humana conocida esto no es así: en casi todos los tiempos y lugares, la forma en que haces una cosa es la expresión más pura de lo que eres. Que ganar un montón de dinero siendo un redomado hijoputa en el mercado y luego donarlo a ONG’s que provean caridad en tu vida privada es, simplemente, absurdo. No solo eso; al dividir el mundo entre dos esferas, cada una de ellas intentará invadir a la otra. Y así nos encontramos con que algunos vean la racionalidad del mercado como un valor absoluto y que debemos crear una sociedad donde todo sea “racional”, ya sea por la vía pública o privada.
Cualquier renovación de las izquierdas tiene que atender a todas estas razones. El proceso, por desgracia, apenas ha empezado, y el propio Graeber afirma que su obra solo es un apunte para intentar empezar a marcar las lindes, y poco más (bueno, y cobrarte 13,99€). Una de las lindes es la contradicción interna de la izquierda: que desde siempre, la izquierda ha sido crítica con la burocracia, incluso que representa lo contrario a la burocracia (el slogan “la imaginación al poder” lo resume muy bien – la imaginación vendría a ser lo opuesto a la burocracia), pero que sus mayores conquistas, o al menos las más visibles (sanidad y educación universales, estado social…), son fuertemente burocráticas. Atacando el componente burocrático, la derecha ha logrado derribar en gran medida las propias conquistas sociales porque la izquierda no tenía nada que oponer. Y así sigue.
Primer ensayo: violencia
¿Violencia? ¿Hoy? Que dices, quillo, si eso es una cosa como fea y demodé, ¿verdad?, en estos tiempos basados en el conocimiento, la interconectividad sin fronteras, las sinergias público-privadas y otras chuminadas letizias resumidas en los Power Points de la Escuela de Verano 2018 de Ciudadanos. Sin embargo, Graeber le hace un feo inenarrable a toda la Letiziada afirmando lo contrario: que todo el orden social actual se basa en que, si se te ocurre saltarte dicho orden (por ejemplo, colándote en la mentada Escuela de Verano sin acreditación), tarde o temprano aparece el Hombre con la Cachiporra.

Graeber: “Cuando alguien habla de “libre mercado”, lo mejor es empezar a buscar al Hombre con la Pistola. Nunca está lejos.”
Metámonos pues a fondo a analizar la violencia. La violencia es muchas cosas, pero principalmente es una forma de lograr que otros hagan lo que tú quieres. Es más: de todas las formas para convencer de algo al “otro” (negociación, persuasión, engaño, apelación a ideales…), es la única que no exige entender al “otro”. Luego, una vez que has sometido al “otro”, ya no tienes que usar la violencia, porque con la mera amenaza te basta. La amenaza, de hecho, ni siquiera tiene que ser explícita, porque llegado un punto está tan interiorizada en el discurso que parece algo “lógico”. Y lo mejor es que ese trabajo de interiorización lo hace el propio “otro”, racionalizando en su cosmovisión su situación actual para no volverse loco.
Para no ponernos hegelianos perdidos, Graeber nos cita las comedias de Hollywood de los años cincuenta. En ellas hay un lugar común mil veces repetido: los hombres no entienden a las mujeres. Ya saben: “son adorables, son hermosas, hay que amarlas, pero macho, entenderlas no hay quien las entienda, somos especies diferentes”. El chiste se viene reproduciendo desde entonces, incluyendo una reciente película del supermacho Mel Gibson (sí, la mitad de los universitarios españoles no habían nacido cuando se estrenó, ¡permítanme agarrarme al lenguaje para no sentirme viejo!) donde llegaban a la conclusión de que la única manera de entenderlas era que te cayera un rayo encima. Con notable éxito de público, hasta en sus versiones castizo-hispanas. Pareciera que el chiste refleja alguna realidad “los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” subyacente, ¿no?
Quizás la mejor manera de desmontarla es darle la vuelta: y al revés, el chiste no funciona. Las mujeres nunca parecen tener problemas para entender a los hombres, ni en las películas ni en la realidad (esto los hombres lo explican recurriendo a místicas irracionales, como la “intuición femenina”).
La explicación es bastante obvia: las mujeres entienden a los hombres porque no les queda más remedio. En cambio, en una sociedad tan patriarcal como la América de Eisenhower, donde hasta el más zote puede confiar en la incesante presión sociocultural del “hija, búscate marido o te quedarás para vestir santos, ¡que ya tienes 22 años!” para encontrar una pareja que le reciba por las noches con las zapatillas, el periódico y la cena hecha… ¿para qué va a esforzarse en entender a las mujeres? Lo mismito se puede observar en cualquier lugar donde haya una marcada asimetría de poder. Jefes que no conocen ni el apellido de sus subordinados. Aristócratas incapaces de sentir empatía con los campesinos. Mayorías étnicas que no entienden a las minorías con las que conviven. Y una amplia literatura de funcionarios coloniales del XIX incapaces de desentrañar a los nativos. En cambio, campesinos, minorías, nativos y subordinados tienen unos conocimientos asombrosos (explicados con la “sabiduría popular” o el “instinto de los salvajes”) de sus superiores, de sus estados de ánimo, y que te va la vida en no llamar la atención el día siguiente a que el Real Madrid haya encajado una manita.

La peculiar visión de cierta derecha española sobre los votantes de izquierda entra en el mismo paquete.
Graeber (que hizo su tesis y vivió varios años allí) pone como ejemplo de tales relaciones a Madagascar, donde en 1895 los franceses se hicieron cargo y abolieron la esclavitud. Mission civilisatrice y tal. Al mismo tiempo, impusieron un gobierno colonial basado exclusivamente en su fuerza y tecnología superior. En lógica consecuencia, los malgaches concluyeron que -aunque ya no había esclavitud entre ellos- todos habían sido convertidos en esclavos del estado francés. Con las familias que habían tenido la mayoría de esclavos aportando ahora la mayoría de funcionarios de la burocracia colonial, con la lengua francesa convirtiéndose en ny teny baiko, “el lenguaje de las órdenes”.
El poder que emana de la violencia, es, en otras palabras, la libertad de no tener que preocuparte de otros, el no tener que hacer “labor interpretativa”, como lo llama Graeber. Ya lo hacen ellos por ti, esforzándose por entenderte y conocerte. Y como el conocimiento lleva a la empatía, las víctimas de violencia estructural suelen empatizar bastante más con los beneficiarios que al revés. Empatía que seguramente es (después de la violencia) lo que mantiene tales relaciones en marcha. ¿Y dónde entra aquí la burocracia? En la gestión de esta disonancia:
Lo que quiero argumentar es que las situaciones creadas por violencia –particularmente violencia estructural, que defino como amplias formas de desigualdad social cimentadas en última instancia por la amenaza de daño físico- invariablemente tienden a crear el tipo de ceguera voluntaria que normalmente asociamos a procedimientos burocráticos. Hablando en plata: no es que los procedimientos burocráticos sean estúpidos, o que produzcan comportamientos estúpidos –aunque también- sino que invariablemente son maneras de gestionar situaciones sociales que de entrada son estúpidas porque están fundadas en violencia estructural.
Parte de esto es la policía: hoy en día, enseguida pensamos en aguerridos y bregados héroes que van derrapando por la M30 mientras intercambian tiros con el asesino en serie al que persiguen. Pero la inmensa mayoría de policías no hace eso, sino cosas más mundanas como expedir DNI’s o tramitar denuncias. Incluso los pocos que trabajan en la brigada de homicidios suelen dedicar el 95% de su tiempo al papeleo. Su trabajo, más allá de la mística de “servir al público” (no mencionado en su juramento, que sin embargo tiene a bien mentar a España, la Constitución y al Rey), es hacer que se cumplan las regulaciones. La imagen de héroes la ha configurado la cultura popular americana… aproximadamente a partir del mismo momento en que dicha cultura popular dejaba de construir la imagen de héroe del cowboy (al que pintó como aguerrido constructor de una América Libre a base de matar indios, cuando el 95% de su existencia era dejarse los huesos en un trabajo durísimo para enriquecer a los dueños de la industria cárnica). Culturalmente, afirma, Graeber, los policías son cowboys pero en un entorno burocrático. Todo para combatir nuestro miedo a que nuestra burocrática sociedad vaya a acabar para siempre con la heroicidad, el carisma o el romanticismo (y ya de paso hacernos olvidar que los policías son principalmente burócratas con pistola).

Le cambias el poncho por un archivador, y ya tienes a Harry el Sucio.
Cuando en el debate político se nos dice (también por izquierdas “responsables”) que “seamos realistas”, lo que en realidad se nos está diciendo es “tomaros en serio el efecto de la amenaza sistemática de la violencia”. Y aunque hay izquierdistas de hecho piensan mucho en la violencia, en general la izquierda nunca le ha dado el valor fundacional social que le da la derecha. La izquierda, dice Graeber, se funda en una “ontología política de la imaginación”. Sí, es posible darle todo el poder a la imaginación frente a la violencia… pero vayamos haciéndonos cargo de que esto requiere de mucho, mucho trabajo.
Segundo ensayo: tecnología
El segundo ensayo parece haber sido escrito para nosotros. “Nosotros” siendo la generación sándwich, encajonada entre quienes se colocaron en buenos puestos y pagaron sus hipotecas hace más de veinte años, y los muertos de hambre que vienen detrás. Es decir: los cuarentones que nos criamos entre los 70 y los 80, creyendo aún en un futuro brillante, y que nos hemos encontrado con mierda y más mierda (menos de la que comerán los Millennials, pero para ellos todo siempre ha sido una puta mierda y a nivel de expectativas puede que lo lleven mejor).
Cuesta creerlo, pero hubo un tiempo en que el futuro, en las obras de ficción o en pronósticos reales, era mejor que el presente. Regreso al Futuro II fue quizás la última película en pintar un futuro más o menos chulo y con coches voladores. Desde entonces, solo tenemos distopías cibernéticas asquerosas (toda la serie Matrix), apocalipsis nucleares (Akira, toda la serie Terminator), sociedades que han caído en algún tipo de fascismo basado en datos (RoboCop, Starship Troopers, Gattaca, Minority Report, Los Juegos del Hambre), colapsos medioambientales (Waterworld, Doce Monos, Hijos de los Hombres, Interstellar), o simplemente que todo el mundo es pobre (no como antes, que solo eran pobres los que no eran blancos). El futuro, nos gritan a la cara, es UNA PUTA MIERDA.
¿Porqué?
Una obvia respuesta es que durante la Guerra Fría había que tener algo más que al Hombre de la Cachiporra para tener quieta a la plebe. Porque al otro lado del Muro, pues Cachiporra tenías toda la que quisieras y más, pero –al menos en teoría- se estaba trabajando en un mundo mejor, donde algún día fábricas 100% robóticas escupirían gratis todos los bienes de consumo necesarios, liberándonos para una vida dedicada a las musas, con el ocasional viaje vacacional a Marte. Entre Cachiporra Forever y Cachiporra con Utopía, igual la gente empieza a dudar. Así que había que ofrecer algo más que las migajas del pastel (y como vemos ahora, una vez ganada la Guerra Fría ni eso). De hecho, es difícil no ver la serie original de Star Trek como un “comunismo, pero que funciona porque está hecho por americanos”: los robots se encargan del trabajo sucio, el dinero es una curiosa antigualla, y el estado parece ocuparse de todo. Sí, camaradas cuarentones: esa es la promesa con la que crecimos. ¿Lo recordáis? Un futuro Star Trek/Los Supersónicos, para el año 2000 como muy tarde. Una promesa, ya lo podemos decir, rota para los restos. ¿Entendéis ahora el motivo de vuestra desazón existencial y cultural?

Al final, Martin McFly solo acertó con Donald Trump de presidente.
Graeber lo resume en la pregunta “¿Dónde coño están los coches voladores que nos prometieron?” Y luego elabora: vale, no hay coches que vuelen, pero ¿acaso no tenemos otras maravillas tecnológicas que asombrarían a las gentes de los años 60? ¿Todos los avances en tecnologías de la información? ¿No fliparían al infinito al ver nuestras películas de Star Wars? Pues no, porque las gentes de los años 60 se esperaban que tuviésemos esto. Pero the real thing, verdaderas naves y verdaderas pistolas láser, no simples animaciones por ordenador.
Se puede objetar que todo aquello no eran más que fantasías para niños, pero casi todas ellas (naves espaciales, semana de 25 horas laborales…) se podían encontrar en revistas serias, en sesudos libros, y en la ciencia ficción hard. Todo el mundo daba por seguro algún tipo de futuro brillante, o al menos mejor. Hoy ese futuro sobrevive como un lugar común, una fantasía estandarizada. Los niños crecen sabiendo lo que son un hipermotor, un campo de antigravedad, o un generador de fusión, pero con el mismo valor que una estaca, un crucifijo o un ajo en una historia de vampiros: meras convenciones literarias, no algo que algún día pueda llegar a ser real. ¿Quizás no eran realistas? Es una posibilidad, pero Julio Verne fantaseaba con viajes a la luna, aviones, submarinos, comunicación inalámbrica… y apenas 80 años después, casi todo se cumplió.
El progreso tecnológico realmente existente es también el resultado de prioridades en la investigación. Y a mediados de los 70, cuando a la URSS se le empezó a acabar el fuelle, los fondos empezaron a mudarse de la carrera espacial a las tecnologías de la información… que son también las tecnologías que permiten un mayor control social y laboral, en suma, mayor burocratización. Son tecnologías que simulan cosas, hasta el punto de hacerlas más reales que la realidad, y han configurado una sociedad donde aparentemente no puede haber nada nuevo, solo simulaciones de cosas pasadas. A esto, algunos lo han llamado “posmodernismo”. Por qué no. Pero es importante recordar: aunque nuestras modernas zapatillas de deporte tengan más tecnología dentro que el Programa Apolo (que alguien, un poco en guasa, pero solo un poco, llamó “el mayor logro de la Unión Soviética”), no han salido de una factoría robótica, sino que las ha cosido en México o Indonesia la hija de algún granjero arruinado por las políticas de la WTO. Debajo de los adoquines hípsters del posmodernismo, estaba la arena de la playa donde atracaban los barcos negreros.
Se podría objetar también que tampoco ha habido muchos avances allí donde se han hecho inversiones. Igual es que hemos llegado a algún tipo de meseta. Sabemos las sumas que gasta el Pentágono, pero los drones aún están teledirigidos, y no solo no tienen rayos láser: es que el arma favorita de todo el mundo –¡incluso de los soldados americanos!– sigue siendo el buen viejo AK47. Graeber saca el punto porque es honesto y piensa que es una objeción válida, pero para refutarlo saca a su vez la burocratización. En este caso, de la ciencia y el I+D. Hoy día, afirma, los investigadores están tan ocupados con papeleos, publicaciones requeridas y vainas similares, que no les queda casi tiempo (y pone su propio caso: su universidad le pide que rinda cuentas de a qué dedica su tiempo; para tareas administrativas hay treinta opciones diferentes, pero no hay ninguna para “escribir un libro”). Cada vez tenemos más papers sobre “imaginación” y “creatividad”, en un entorno cada vez más hostil a la imaginación y a la creatividad. Y es que históricamente, imaginación y creatividad siempre han sido el dominio de personajes excéntricos, brillantes pero poco prácticos, que no encajaban en estructuras burocráticas. Si quieres avances, dice Graeber, déjales su espacio. La Gran Bretaña del siglo XIX les dio una salida como vicarios anglicanos: ganaban poco dinero y tenían que irse a pueblos en el culo del mundo, pero tenían tiempo y soledad para sus cosas. El siglo XX los colocó como profesores universitarios: tres cuartos de lo mismo (hablamos de la primera mitad del siglo, ojo, cuando era un mundillo bastante más libre que ahora). Pero ahora ya no tienen sitio. Una carrera como la de Jack Parsons (brillante ingeniero, fundador del JPL, y en sus ratos libres líder de grupos ocultistas orgiásticos y mago aficionado) hoy sería imposible.

Lo que solía ser la vida intelectual universitaria se ha convertido en esto.
La cosa se vuelve otra vez política cuando Graeber vuelve a los clásicos, Marx y Engels. Sí, ahí los tienen, sentados en Londres en 1870 y admirando cómo el capitalismo desata las fuerzas productivas, revolucionando continuamente los medios de producción industrial mediante saltos tecnológicos sin precedentes, en una carrera que, según ellos, eventualmente socavaría su propia base. Y Graeber pregunta:
¿Es posible que tuviesen razón? ¿Y es posible que en los sesenta los capitalistas, como clase, empezasen a darse cuenta también?
El argumento específico de Marx es que, por razones técnicas, el valor –y por tanto el beneficio- solo podía ser extraído del trabajo humano. La competición fuerza a los capitalistas a mecanizar la producción y a reducir salarios, pero, aunque esto beneficia en el corto plazo a la empresa individual, en el largo plazo reduce la tasa de beneficios de todas las empresas. Los economistas llevan dos siglos discutiendo al respecto. Pero de ser cierto, la inexplicable decisión de los industriales de no invertir en el desarrollo de factorías robot, y en su lugar desplazar las fábricas a China o al Sur Global, tiene todo el sentido del mundo.
[…]
Tenemos que repensar algunas de nuestras más básicas asunciones sobre el capitalismo. Una es que el capitalismo es de alguna manera idéntico con el mercado, y que por tanto ambos son contrarios a la burocracia, que es una creación del estado. Otra es que el capitalismo es de natural tecnológicamente progresista. Parece que Marx y Engels se equivocaron aquí. O para ser más precisos: tenían razón al insistir que la mecanización de la producción industrial acabaría destruyendo el capitalismo; se equivocaron al predecir que la competición obligaría a los productores a mecanizar a pesar de todo. Si no ocurrió, solo puede ser porque la competición no es tan esencial al capitalismo como ellos asumieron.
El recurso a Marx, claro, siempre lleva aparejada la objeción “la URSS fracasó, la economía planificada no funciona, vete a Cuba”. Ignorando que en los años 40 y 50 esa sociedad fracasada que no funcionaba derrotó a los nazis, lanzó al espacio al Sputnik y a Gagarin, y lograba crecimientos económicos de más del 10%. Ahí había poca chanza y sí mucho pánico en las élites occidentales. Y por supuesto, y a pesar de toda la propaganda sobre el libre mercado, la base de todo el poder americano se sostenía y sostiene sobre una planificación estatal que no llamamos comunista por decoro, pero que incluye cantidades ingentes de gasto público en investigación, empresas industriales de propiedad pública, e incluso sanidad pública para cualquiera que haya vestido el uniforme. Pero a Graeber, bendito sea, las objeciones cuñadas le dan igual, y destaca de la URSS una cosa con una expresión muy Graeber: “tecnologías poéticas”, no dirigidas a controlar a la gente sino a mejorar el mundo. Porque, aunque ahora veamos al Politburó como una colección de grises burócratas, esos fósiles tenían una imaginación y unos sueños hoy impensables: el programa espacial, desviar ríos enteros, abastecer al mundo de energía barata, acabar con el hambre en el mundo mediante cultivos de algas, y claro, una Revolución Mundial. Hoy todo esto parecen locuras pasadas de vodka, pero en su momento se les dedicaron ingentes recursos.
Entonces, ¿qué hacer? De entrada, conviene no sobreestimar la importancia de la tecnología en configurar hacia dónde va la sociedad. Muchas veces es al revés: la sociedad empuja ciertos desarrollos tecnológicos por encima de otros. Una vez lograda la superioridad militar sobre la URSS, y para lograr la victoria de Estados Unidos en lo que Graeber llama “lucha de clases global”, había que controlar también a los disidentes en casa y tener a todo el mundo tieso y firme. Aún seguimos esperando una cura para el cáncer o el resfriado común, pero tenemos drogas (Prozac, Ritalin, Zoloft) para que las demandas de la nueva sociedad no nos vuelvan locos.

¿Estás triste por la explotación? No estés triste por la explotación.
El caso es que incluso los defensores del capitalismo, a la vista de cómo está todo, poco a poco están dejando de afirmar que es un buen sistema, para afirmar que es el único sistema posible – o al menos el único para una sociedad tan tecnológicamente sofisticada como la nuestra. Sociedades anteriores, más primitivas, podían ser más diversas: ahora ya no es posible. Sí, están diciendo lo que están diciendo: que el progreso tecnológico ha limitado nuestras posibilidades sociales. Y usted, Graeber y yo que pensábamos que era al revés, qué ingenuos. E incluso si fuese cierto, ¿vale también para tecnologías futuras? ¿Puede llegar algo nuevo, de la mente de algún genio loco, y cambiarlo todo? Aquí, dice Graeber, hay una contradicción que no son capaces de tapar muy bien: el neoliberalismo se presenta sin alternativas… pero no puede afirmar que el desarrollo tecnológico haya terminado. Por eso tenemos “avances” (¡un nuevo iPhone cada seis meses!) que no llevan a ninguna parte. Ni llevarán nunca, salvo que lo cambiemos todo.
Tercer ensayo: racionalidad, valor y superhéroes
El tercer ensayo (y junto a él el anexo, que aparentemente es un ajuste de cuentas entre Graeber y la tercera peli de Batman de Christopher Nolan, pero que desarrolla un poco más los puntos del ensayo desmenuzando las bases filosóficas de los superhéroes) trata de racionalidad. Y de que, vaya hombre, a veces nos gustan las burocracias. Y nos gustan por lo mismo que por lo que las odiamos: porque son predecibles e impersonales.
De entrada, habrá que definir: ¿qué es la racionalidad? Durante casi toda la historia del pensamiento occidental, el propósito de la “razón” es contener nuestros instintos más básicos. Es lo opuesto a lo “salvaje”, donde se incluyen el juego y la creatividad. Los grandes pensadores (es decir, los pensadores bendecidos por el establishment) siempre han tendido a ver la imaginación como algo vagamente demoniaco y a contener. Pero en los últimos dos o tres siglos, coincidiendo con el surgimiento de las burocracias, la racionalidad ha pasado de ser un fin a un medio. Algo que no tiene que ver con la moral. La razón no puede decirnos qué queremos, solo puede decirnos cómo conseguirlo. Ambos conceptos aún conviven, por lo que resulta tan difícil a veces ponernos de acuerdo en qué significa la racionalidad. Solemos decir que es la racionalidad lo que nos distingue de los animales. Pero, dice Graeber, si definimos “racionalidad” como la habilidad para evaluar la realidad tal cual es y llegar a conclusiones lógicas, los animales son racionales: evalúan su situación y resuelven problemas constantemente. Tiene mucho más sentido usar precisamente la imaginación como la facultad que realmente nos distingue.
La cada vez mayor burocratización ha llevado a una reacción de la imaginación: nuestra cultura popular ha desarrollado mundos “de fantasía” que son lo opuesto a la insípida maquinaria estatal de hoy en día. Ojalá tener a Graeber para analizar el revival Blas-de-Lezo-Reconquista-Y-Tercios-de-Flandes en la literatura contemporánea española, que creo que abastece la misma necesidad profunda que El Señor de los Anillos, pero nos tendremos que contentar con su análisis de la fantasía heroica.
Tolkien y sus diadocos crean mundos explícitamente antiburocráticos, donde todo está basado en relaciones personales y hay especies no humanas que desafían al principio uniformador de la burocracia, mundos llenos de magia, tradiciones y otras vainas místicas. Cuando los héroes tienen que obtener llaves mágicas y enfrentarse a hechizos y acertijos, a veces parece una parodia de trámites burocráticos igual de incomprensibles. El sistema político es invariablemente una monarquía benévola, cuya legitimidad deriva del carisma del líder (de Aragorn en este caso, pero si no se renueva constantemente se corrompe, véase Denethor, lo que obliga a que la guerra sea una necesidad continua). Mientras, el reino de los malos, Mordor, está industrializado y burocratizado. Ambos reinos se presentan como opuestos absolutos, el Bien y el Mal, abocados a una guerra absoluta entre ambos, donde uno tendrá que aniquilar al otro.

¿Estás seguro de lo que haces, Frodo? No vamos a defenderle nosotros, pero Sauron nos trajo la Seguridad Orca y construyó mucha vivienda pública en Minas Morgul.
Un relato que, en general, leemos realizando una evidente proyección a la Edad Media. Lo gracioso (y esto Tolkien evidentemente lo sabía, pero sus modernos seguidores no) es que esto es completamente contrario a lo que era la verdadera Edad Media. En la Edad Media no había “guerras absolutas”, al contrario: para los nobles, incluso las batallas eran “juegos de honor”, y el objetivo era capturar para pedir rescate, no aniquilar (aunque de vez en cuando se iba la mano, claro). Y los principales ideólogos de la época, los teólogos cristianos, diseñaban un Cielo donde reinaba una jerarquía de ángeles que Graeber no puede evitar ver como una versión extragrande de la burocracia romana bajo-imperial. Cuando Europa estaba dividida en pequeños reinos, todos soñaban con estar inmersos en una jerarquía cuasi-burocrática y racional que diese sentido al cosmos.
Similar análisis aplica Graeber a las “sociedades heroicas” de la antigüedad: se desarrollan en los márgenes de los grandes imperios (burocratizados, comme il faut), y en simbiosis con ellos, pero intentando ser lo opuesto en todo. Los imperios tienen escritura, los “bárbaros” permanecen orgullosamente apegados a su cultura oral; los imperios tienen ciudades, los bárbaros viven desperdigados por el bosque/la estepa/los valles; los imperios atesoran riquezas, los bárbaros las regalan e incluso destruyen como muestra de tronío; y en lugar de la burocracia imperial, los bárbaros suelen organizar sus sociedades alrededor de la continua competición entre egomaníacos carismáticos. Orden burocrático contra imaginación desbordante. Quizás el mejor ejemplo es la Guerra de Troya, narrada y repetida hasta el día de hoy. ¿Porqué? ¿Por qué recordamos las movidas de Aquiles, Agamenón o Héctor, y no hay series sobre el Código Civil del Imperio Hitita? Pues según Graeber, porque las sociedades heroicas eran por encima de todo productoras de historias (hoy diríamos “relatos”): todas las sociedades burocráticas, desde Egipto a Babilonia y desde los Ming a la España del siglo de Oro (que prefería evadirse con las novelas de caballerías que criticaba Cervantes en el Quijote, en vez de emocionarse con los Tercios que mandaba a Flandes, ¡hoy es al revés!), siempre tuvieron una amplia literatura sobre las tierras bárbaras, el moderno equivalente a nuestra fantasía heroica. Con fines similares: proponer un escape al mundo actual, pero, en última instancia, reafirmarnos que probablemente este aburrido sistema burocrático es mejor.
¿Y de dónde saca este aburrido sistema burocrático su legitimidad? Pues de la propia legitimidad del estado y su soberano. Lo cual crea una contradicción en el propio corazón de la burocracia. Se la supone imparcial y atada a reglas, pero un soberano, por definición, no está atado a las reglas: tiene que estar por encima de ellas para poder crearlas. Por ello, antiguamente, el origen de la legalidad, la moralidad y la soberanía estaba en Dios. Las revoluciones americana, inglesa y francesa sustituyeron a Dios con “la gente”. La gente había creado las leyes… quebrando las leyes anteriores con su revolución violenta e ilegal. No hay ninguna diferencia entre lo que hace un activista de BLM y lo que hace George Washington.
Para la izquierda radical y la derecha autoritaria, el problema del poder constituyente está vivito y coleando, pero cada una se aproxima de manera diametralmente opuesta a la cuestión de la violencia. La izquierda, escarmentada por los desastres del siglo XX, se ha alejado de su vieja celebración de violencia revolucionaria, prefiriendo formas no violentas de resistencia. Quienes actúan en nombre de algo más elevado que la ley lo pueden hacer precisamente porque no actúan como una turba. Para la derecha, en cambio -y esto ha sido cierto desde la aparición del fascismo en los años 20- la mera idea de que hay algo especial en la violencia revolucionaria, algo que la hace diferente de mera violencia criminal, es cháchara autojustificante. La violencia es violencia. Pero eso no significa que una turba desatada no pueda ser “la gente”, porque la violencia es la fuente real de la ley y el orden político. Cualquier despliegue exitoso de violencia es, por su propia definición, una forma de poder constituyente. […] Después de todo, cualquier organización criminal acaba desarrollando sus propias reglas internas. Tienen que hacerlo, para controlar lo que si no sería violencia totalmente aleatoria. Pero desde el punto de vista de la derecha, eso es todo lo que la ley es. Una forma de controlar la mismísima violencia que la ha creado.
Esto hace más fácil entender la a menudo sorprendente afinidad entre criminales, pandilleros, movimientos de extrema derecha y los representantes armados del estado. Crean sus propias reglas sobre la base de la fuerza. Como resultado, esta gente comparte las mismas sensibilidades políticas. Mussolini aplastó a la mafia, pero los mafiosos italianos aún idolatran a Mussolini.
[…]
En última instancia, la diferencia entre sensibilidades de izquierda y derecha es la actitud hacia la imaginación. Para la izquierda, la imaginación, la creatividad, la producción en general, el poder de crear nuevas cosas y nuevos arreglos sociales, es algo a celebrar. Es la fuente de todo valor real en el mundo. Para la derecha, es peligroso, y en última instancia malvado. El impulso de crear es también un impulso destructor. […] Esta es también la diferencia entre conservadores y fascistas. Ambos están de acuerdo en que la imaginación desatada solo puede llevar a violencia y destrucción. Los conservadores quieren defendernos de esta posibilidad. Los fascistas la quieren desatar de todos modos. Aspiran a ser, como Hitler, artistas pintando con las mentes, la sangre y los tendones de la humanidad.

Todo esto para decirnos que “los superhéroes no son fascistas, sino simplemente personas ordinarias, decentes y super-poderosas en un mundo en el que el fascismo es la única posibilidad política.”
Ya hemos hablado del discreto encanto de la oficina de correos alemana. Los Estados Unidos, por su parte, que durante gran parte del XIX fueron un laboratorio social muy progre, también montaron una oficina federal de correos donde estaban empleados el 70% de los funcionarios federales; tan admirada era la oficina, que se usaba la palabra “postalización” como sinónimo de intervención pública exitosa para asegurar un servicio. Pero “postalización” ha desaparecido del vocabulario público, para ser sustituido por “going postal”: a raíz de una serie de tiroteos en los años 80 por parte de empleados en oficinas de correos, así es como se llama a cualquier tiroteo causado por enajenación mental, sobre todo en entornos laborales. Sobre dichos tiroteos, Graeber cita un interesante estudio sobre su representación en los medios: los reportajes sobre tiroteos son, por su lenguaje y estructura, casi calcos de reportajes decimonónicos sobre revueltas de esclavos. Grandes revueltas no hubo muchas, pero no era raro que un esclavo individual, harto de palizas y humillaciones, cogiera un hacha y la liara parda. Invariablemente, la prensa habla de malicia inexplicable o locura individual, sin entrar en nada estructural, ya sean la esclavitud o las reformas económicas en los 70-80 (antes de las cuales, que cosas, no había tiroteos similares) que destruyeron cualquier tipo de seguridad laboral y estabilidad para los trabajadores.
Pero mientras la oficina de Correos sufría recortes de todo tipo, surgía una nueva forma de comunicación con muchos paralelismos: nacida en un contexto militar, capaz de cambiar todos los aspectos de la vida diaria, con una reputación de rapidez insólita, copada por radicales que quieren algo al margen del mercado (y degenerada en un medio de vigilancia estatal y entrega de spam): la Internete. Pasados los añitos iniciales de locura, Internet ha despertado el mismo entusiasmo universal que la Deutsche Post hace 120 años. Ambos, Correos e Internet, demuestran que la burocracia sí nos puede molar: cuando se vuelve tan racional y fiable que ni nos damos cuenta que está ahí. O por usar una expresión caída en desuso: cuando nos liberan.
Conclusiones
Para Graeber, ser buena persona es sinónimo de ser anarquista. Un poco similar a esos apologistas cristianos que te dicen que si eres buena persona es que ya eres cristiano, aunque lo niegues. Algo de apologista del anarquismo tiene, y por supuesto su buena dosis de activismo en Occupy Wall Street, donde algunos le atribuyeron el famoso eslogan “we are the 99%”.
I did first suggest that we call ourselves the 99%. Then two Spanish indignados and a Greek anarchist added the ‘we’ and later a food-not-bombs veteran put the ‘are’ between them. And they say you can’t create something worthwhile by committee! I’d include their names but considering the way police intelligence has been coming after early OWS organizers, maybe it would be better not to.
Graeber descendía de una estirpe de hombres que se tomaron la vida con calma. Él nació en 1961, su padre (que estuvo en las Brigadas Internacionales) en 1914, y su abuelo en 1858. Por desgracia, su vida se ha truncado muy pronto. Vida y obra, en su caso, han quedado igualadas: incompletas, insuficientes, sin redondear, fragmentos de algo más grande aún por hacer. Aun así, sus libros adquirieron suficiente notoriedad como para que las grandes plumas del Komentariado tuviesen que dignarse a prestarle un poquito de atención. Con evaluaciones muy similares: sí, Graeber es una bellísima persona, pero no es muy riguroso y no tiene ni idea de los temas que comenta, muy especialmente la economía. Y además parece pasárselo demasiado bien en su trabajo como para ser serio. Ale, a otra cosa.
Lo gracioso es que lo dicen como si fuese algo malo. Señores Hopinadores y Hexpertos: eso no es una crítica. Eso es un objetivo vital. Obsoletos nos vamos a quedar todos: a la década de nuestra muerte, al año de sacar nuestro libro, al día siguiente de publicar nuestra columna. Ustedes igual aguantan un poco más, que siendo los mamporreros del status les citarán y tendrán más en cuenta, pero no se hagan ilusiones. Y nadie quedará para decir que eran bellísimas personas que han intentado contribuir algo al mundo. De ahí la inquina: Graeber es exactamente lo que ellos querrían ser: pensadores “incómodos” (Graeber fue purgado de Yale), escritor de bestsellers, demasiado elevado para inquinas. Graeber lo hizo todo. Graeber nos tenía antropológicamente calados a todos… y su conclusión era que somos buenos, toma incorrección política. Y leyendo su obra, pues a muchas conclusiones no llegas, pero sin duda te entran ganas de ser una buena persona. Ahí, humanamente, Graeber llegó a lo más top. Qué más puedes querer en la vida.

David Graeber (1961-2020). Rest in Anarchy.
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Comentario de tabalet i dolçaina (14/09/2020 12:03):
“Que ganar un montón de dinero siendo un redomado hijoputa en el mercado y luego donarlo a ONG’s que provean caridad en tu vida privada es, simplemente, absurdo.”; ha sido leerlo y venirme a la cabeza un gallego.
Comentario de rayario (14/09/2020 12:58):
Que maravilla. Descanse en paz. Vaya puta maquina el colega.
Y por aportar algo, “A social dilema”, que están echando en Netflix, va muy en la onda de este hombre.
Comentario de emigrante (14/09/2020 15:34):
Muchas gracias, esto ya empieza a parecer un servicio público para vagos que aspiran a intelectuales, y aquí la mayoría estamos muy a favor de lo público.
La burocracia.
Le ha salido un casi elogio de la burocracia como garantía de igualdad y justicia social. Creo que como con todo existe burocracia buena y burocracia mala. La buena sería la Deutsche Post y la mala serían la Inquisición o el KGB que también tenían mucha burocracia y muy eficiente. Durante el Siglo de Oro la guerra fría (y no tan fría) era entre el catolicismo y el protestantismo. El catolicismo siempre fue mucho más dado a la burocracia. Cuando Cortés llegó a América lo primero que hizo fue nombrar alcalde, alguaciles, etc. todo de manera muy protocolaria y ceremoniosa. Francis Drake en cambio dio la vuelta a Sudamérica abasteciéndose mediante saqueos de asentamientos costeros sin importar si eran españoles, portugueses o indígenas y sin más papeleo que su diario de bitácora. Todos los juicios de la Inquisición Española están documentados y archivados para regocijo de historiadores mientras que en otros sitios se juntaban unos vecinos y linchaban a una pobre mujer por bruja sin perder el tiempo en trámites. Al final ganó el protestantismo en Westfalia supongo que por prescindir de la engorrosa burocracia.
La razón.
En tiempos de la Revolución Francesa llegó a la categoría de divinidad. En el Siglo de las Luces la guerra fría era entre el liberalismo inglés y el racionalismo continental capitaneado por Francia. Ganó el liberalismo en Waterloo, supongo que porque el romanticismo y la épica heroica de los barbaros molan más que el racionalismo científico y académico tan burocratizado.
La tecnología.
No creo que el desarrollo tecnológico implique necesariamente mayor control de las vidas de la gente. De hecho la Iglesia Católica ha sabido ejercer un ferreo control mental con baja tecnología. Desde la Edad Media nos hicieron pasar por el confesionario donde cada uno contaba sus más íntimos secretos y recibía instrucciones de como pensar y sentir corréctamente. La gente se sometía a ese control a cambio de bendiciones para tener buena cosecha o buena salud. Con el desarrollo tecnológico la producción y la medicina mejoraron espectacularmente sin intervención divina y la gente prescindió de los burócratas de Dios. Durante el siglo XX tuvimos la guerra fría, la auténtica, con el resultado que todos conocen. Supongo que porque el materialismo ateo se ahogó en su burocracia y no alcanzó el mismo desarrollo tecnológico que los de “in God we trust”
Comentario de emigrante (14/09/2020 16:16):
La imaginación.
La creatividad es un mito, la imaginación humana es incapaz de crear nada verdaderamente nuevo. Lo que hace es generar nuevas combinaciones de cosas que ya conoce. Carl Sagan ponía como ejemplo a los extraterrestres, es imposible imaginárselos. Lo que conocemos de la literatura y el cine como por ejemplo los hombrecitos verdes es un collage. Lo que hace la imaginación es coger la forma humana y el color verde que ya existen y los combina, varías un poco el tamaño y las proporciones y ya lo tienes. El resultado puede ser muy espectacular pero no es algo verdaderamente nuevo. De hecho cuando se descubre una nueva forma de vida en el fondo del mar se suele utilizar el calificativo de “extraterrestre” porque nadie fue capaz de imaginarse algo ni remotamente parecido. Para el avance científico más importante que la imaginación es la curiosidad, pero para ejercerla también hace falta gente que no pierda todo su tiempo en la burocracia.
La violencia.
Creo que es una palabra que se ha banalizado mucho. Para los millenials cualquier cosa que les produzca contrariedad es violencia. A la medicalización del parto la llaman “violencia obstétrica”. Una forma de organización compleja no es posible si sus miembros hacen lo que les apetece. Un estado, una empresa, una cofradía o la peña del Alcoyano necesitan ejercer un minimo de coacción para que sus miembros cumplan sino no funciona. Llamar a eso violencia, pues no sé.
Le acompaño en el sentimiento, Sr. Jenal, sin duda se nos ha ido todo un gran hombre.
Comentario de emigrante (14/09/2020 17:09):
Se me olvidó añadir al final del segundo párrafo de #4 que entonces la burocracia también es una forma de violencia.
Comentario de Iván (15/09/2020 19:57):
Bueno, agradezco este homenaje. En su día, En deuda me revolvió estructuraciones varias y mi pensamiento no ha sido el mismo en muchos aspectos.
Siempre, desde la distancia de aquellos a los que nunca podrás tratar en persona (y te gustaría y sería orgiástico), me transmitió algo muy concreto solo con su sonrisa franca y humilde: que, efectivamente, era una buena persona y gran ser humano. Eso no se perdona desde ningún púlpito, ni religioso ni laico, donde toda alma ha sido subastada.
En estas pérdidas siente uno muy cerca el precipicio ante la nada. Es reconocible a estas alturas de la vida.
Saludos.
Comentario de Iván (15/09/2020 20:00):
….la creatividad sería aquello que nace sin la base de condicionamiento mental (todo lo que hay en la memoria). Negar que exista me parece muy atrevido…. Además antropologica e históricamente hablando, la existencia de la creatividad desde las primeras civilizaciones (conocidas)…. ¿realmente se puede negar?
Comentario de Casio (16/09/2020 12:52):
Tengo que leer a este hombre, gracias por el descubrimiento. Muy interesante esa explicación de cómo el capital está superando el viejo dilema marxista de la caida de la tasa de ganancia. Está claro que es a trav´rs de la globalización de la mano de obra, que sale mucho más barato que fabricar robots superavanzados. ¿como incrementamos la plusvalia ? pues mandando fábricas a Bangladesh, sí, cierto.
Pero tambien abriendo fronteras y permitiendo crecimientos exponenciales de inmigración economica (la población extranjera en España se ha multiplicado por 7, al menos , en 20 años, gracias al generoso cierre de ojos al tema del PPSOE) y acumulándolos en pisos-patera en Usera, Carabanchel o Vallecas. ¿que luego resulta que se contagian a lo bestia y nos hacen campeones de Europa en incidencia del covid? pues es culpa de sus tercermundistas costumbres, IDA ha dicho.
Comentario de emigrante (16/09/2020 13:52):
#7, creo que no se me ha entendido, no digo que la creatividad no exista sino que ésta no puede crear cosas de la nada. Solo trato de ajustar su definición o de explicar su funcinamiento. Es la raíz de la palabra (crear) lo que me chirría. La creatividad es como un niño jugando con Lego que puede combinar las piezas como le dé la gana pero no puede fabricar una pieza nueva.
Antropológicamente las primeras muestras de creatividad fueron fieles representaciones de la Naturaleza en el techo de una cueva. La estatua más antigua que se conoce es una pequeña figurilla antropomórfica con cabeza de león. Sin duda un ser fantástico pero tanto la cabeza del león como el cuerpo del hombre son cosas que su autor ya conocía. Si nunca antes has visto un león es imposible de concebir tal cosa. La mente humana tiene sus limitaciones y creo que reconocerlas no es negar nada.
Todo artista necesita de un modelo real en el que inspirarse https://www.eldiario.es/cultura/libros/grandes-parecidos-patria-aramburu-biografia-exetarra-inaki-rekarte_1_6223879.html
Comentario de Latro (17/09/2020 11:26):
Suena muy chungo decir esto asi a bocajarro, así que voy a poner por delante que lamento la pérdida de Graeber, ha sido un golpe, y el hombre tenia mucho mas que aportar.
Lo que no quita que leyendo esto hay mas que datos para pensar que las criticas sobre la formalidad de los argumentos no es que esten muy desencaminadas, aunque ahora con el tamiz de que también alguno de los argumentos del señor Jenal son igual de endebles. Con lo que componemos mas el problema, porque me encantan sus articulos (que ya son que, casi lo único que se publica aqui), me encantan sus sugerencias, etc… pero volvemos a lo mismo.
Razonamientos como “antes nos vendían un futuro genial y despues un futuro de mierda”, diciendo que primero Regreso al Futuro II y luego Akira, chirrí cuando la primera es del 89 y la segunda… del 88. La distopía futura lleva años con nosotros, o no nos comimos miles de versiones de “la Guerra Fría se hace caliente y al carajo, que volvemos a la edad de piedra”. La “tecnología poética” de la URSS, aparte de basarse en gran parte en una explotación del obrero que esta como mínimo, a la par del capitalismo, nos dió grandes éxitos de la ciencia ficción implementada como secar el Mar de Aral. Y asi.
De nuevo, suena mas chungo de lo que tal vez quiero decir. Porque no es “no leas a Graeber, tiralo a la basura”. Y no me gusta usar palabros tan ridículos de nuestra cultura moderna como “es que es bueno porque inició una conversación”, que dan ganas de vomitar de solo leerlos.
Pero eso, me quedo con que tanto Graeber, como Jenal a cuento de Graeber, hacen pinceladas interesantes sobre muchos temas … pero capaz que temas que luego hay que ir con más rigor a verlos. Porque sí, la imaginación nos ofrece grandes posibilidades. Saber si son reales o imaginarias, eso es trabajo racional.
Comentario de ; ) (07/10/2020 18:51):
Gracias: como siempre, me ha encantado, y da muchas referencias y enlaces útiles. Me ayuda a pensar.
Comentario de emigrante (16/10/2020 06:13):
https://m.youtube.com/watch?v=-9afwZON8dU