Aurora es la novela más reciente del escritor de ciencia ficción Kim Stanley Robinson, muy reconocido por sus anteriores obras, en particular su monumental trilogía sobre la colonización de Marte. Se trata de un autor de ciencia ficción hard, es decir, nada de hiperespacio ni tecnologías “mágicas” para explicar las cosas. Las historias de Stanley Robinson transcurren en un Universo futurista más o menos reconocible desde el punto de vista tecnológico, donde los avances logrados pueden explicarse a partir de las tecnologías que -más o menos- intuimos ahora, y en todo caso son respetuosos con las leyes de la física. Eso explica, de hecho, que sus novelas anteriores se centren sobre todo en la colonización del Sistema Solar, sin aliens y sin surcar el espacio interestelar.
En Aurora, en cambio, el autor nos cuenta la peripecia de una nave generacional, una nave espacial de tamaño enorme que acoge a una comunidad de humanos razonablemente amplia (2000 personas), que surcan el espacio durante casi 200 años, a la décima parte de la velocidad de la luz, hasta alcanzar el sistema Tau Ceti, donde hay un planeta (o para ser más exactos, la luna de un planeta), Aurora, que contiene agua (de hecho, casi toda la luna está cubierta de agua) y una atmósfera respirable. Para qué quieres más, así que en la Tierra del año 2500 y pico deciden enviar la mencionada nave generacional. A partir de ahora, me lanzo a contarles espoilers a mansalva, ojocuidao.
Una nave generacional, como su propio nombre indica, es una nave en el seno de la cual se encuentra una sociedad de humanos que viven y mueren en la nave, a la que les sucede otra generación nacida en la nave, que a su vez engendra una tercera generación, y así hasta que llegan al destino. Es la solución más razonable que puede ofrecernos la tecnología actual para hacer viable un viaje interestelar, porque la nave de la novela surca el espacio a la décima parte de la velocidad de la luz, es decir, la hostia de rápido (30000 kilómetros por segundo, casi como si se tratase de un viaje con destino u origen Madrid-Café Comercial [1]), pero que a los efectos del espacio, claro, hay tanto espacio en él, que incluso estas velocidades son “lentas”, y por eso hay que hacer una nave generacional para llegar incluso a estrellas cercanas.
Claro, sustentar una sociedad compleja de 2000 personas, que además tienen que viajar en el espacio durante 200 años, es muy complicado, aunque sea tecnológicamente factible, supongo, si el Presidente Trump logra que el pueblo americano le garantice diez mandatos seguidos para que él pueda gastarse todo el presupuesto en construir la nave generacional (o que la pague México también, una vez haya terminado de pagar el muro).
En primer lugar, está el factor psicológico. 200 años de viaje implica que la mayoría de los habitantes de la nave no llegarán vivos a su destino, y muchos de ellos ni siquiera podrán consolarse pensando que han salido de la Tierra. A fin de cuentas, la primera generación de la nave está compuesta por voluntarios, cuidadosamente seleccionados, etc., pero la segunda, nacida en la nave, que además morirá también en la nave, muy lejos de atisbar su destino, es otra cuestión. Ellos sí que no eligieron nacer ahí, y su papel, que se resume en mantener la nave y tener hijos, que a su vez tengan hijos, y que tal vez éstos lleguen a ver la Tierra prometida, no parece ningún chollo. De hecho, en la novela esto se pone de manifiesto cuando nos enteramos que a los 68 años del lanzamiento hubo un movimiento revolucionario que estuvo a punto de llevarse por delante la nave, y que provocó profundos cambios para acomodar a los habitantes de la misma y que éstos aceptasen su destino, tan triste como glorioso: morir para servir de abono a las generaciones futuras (en más de un sentido).
En segundo lugar, está el problema de sustentar durante tanto tiempo un ecosistema necesariamente limitado, aunque la nave sea enorme, y esté dividida en distintos biomas (espacios que simulan el clima y el terreno de diversas partes de la Tierra), que a su vez ofrecen una síntesis de los productos (minerales, y sobre todo biológicos) de la Tierra, necesarios para sobrevivir en la nave y también, una vez llegados a Aurora, para colonizar el planeta. En esta cuestión se centra Stanley Robinson, y su veredicto es pesimista: sencillamente, no es posible. Los ecosistemas tan limitados, y tan prolongados en el tiempo, son insostenibles. Para cuando llegan a Aurora, tras 200 años de viaje, los habitantes de la nave son significativamente más endebles (más bajitos, más débiles, y sobre todo con menos esperanza de vida) que los que abandonaron la Tierra. Y además, el ecosistema compuesto por los diferentes biomas de la nave da ya claros síntomas de agotamiento.
Esto puede parecer poco relevante, dado que, a fin de cuentas, la nave ha llegado a su destino. Pero, una vez los primeros humanos descienden a Aurora, y comienzan a explorarla, uno de ellos tiene un accidente que le rasga el traje espacial, se hace una herida en una pierna,… Y por ahí entra una bacteria, o virus, o lo que sea, mortal, que se cepilla a decenas de humanos en cuestión de días. Y a los que no, los asesinan sus compañeros de la nave para impedir que puedan volver.
Es tal el trauma ante la aparición de este prión asesino (eso se supone que es, un prión, como el de las vacas locas, pero mucho más eficaz al matar), que los habitantes de la nave ni se plantean la posibilidad de, pese a todo, tratar de colonizar el planeta. Así que algunos postulan tratar de colonizar otro planeta de ese sistema, una especie de equivalente a Marte, pero otros proponen, sencillamente, dar media vuelta y volver a la Tierra. Una opción que a mí me parece surrealista, desde el punto de vista de las premisas de la historia, es decir: que todos esos humanos llevan ahí siglos esperando llegar a un objetivo. Llegan… ¡Y entonces descubren que su objetivo es una mierda y deciden pirarse! Aunque también es verdad que ese es el único momento en el que pueden decidir volver, porque la opción de dar media vuelta en mitad del viaje no era viable, dado que la nave tardó décadas en decelerar.
A partir de ahí, la novela se centra en los habitantes de la nave que han decidido volver, y pasa de los que se quedan en el sistema Tau Ceti. Y su vuelta pone de manifiesto con mucha más claridad las limitaciones del ecosistema restringido de la nave: los nutrientes se agotan, la fertilidad de los humanos de la nave se reduce al mínimo, la biodiversidad se va al carajo y paulatinamente han de convertirlo todo en tierras de cultivo, que a pesar de ello no dan de sí lo suficiente para los humanos que vuelven a la Tierra, … La solución a tanto drama proviene, precisamente, de la Tierra, donde unos cosmonautas rusos han descubierto un método experimental de hibernación que les ha mantenido con vida durante cinco años. Los habitantes de la nave deciden aplicárselo a lo bestia (más de un siglo) y dejan la nave en manos de la simpática IA que maneja casi todos sus aspectos, y que en algunas ocasiones clave llega a interferir con las decisiones de los humanos, en plan computadora de 2001, pero en versión simpática y propositiva.
Cuando, finalmente, los supervivientes llegan a la Tierra, siglos después, se acaba de concretar la pesimista hipótesis del autor: ninguna de las naves enviadas a colonizar otros sistemas solares (que fueron decenas, y no sólo la que protagoniza la historia), en apariencia, ha tenido éxito. Al menos, no se sabe nada de ninguna de ellas, llegasen o no a su destino. Y en todas ellas se manifestaron parecidos -o peores- problemas que los que han experimentado los habitantes de la nave generacional. No es posible asegurar la supervivencia a largo plazo de un ecosistema restringido, y aunque así fuera carece de sentido colonizar otros sistemas solares. Si están muertos, porque será muchísimo más difícil colonizarlos con éxito que hacer lo propio en el Sistema Solar, donde se cuenta con el enorme taller de mantenimiento logístico de la propia Tierra. Si están vivos (y esto me parece quizás más discutible), porque la vida que haya será diferente a la de la Tierra y se la llevará por delante, humanos incluidos. Así que, a no ser que aparezca un planeta totalmente igual a la Tierra, más vale centrarse en el Sistema Solar y dejarse de gaitas.