“Der Grosse Krieg” – Herfried Münkler
La fiebre de los politólogos
Aquí en LPD somos muy de la Segunda Guerra Mundial, pero eso no debe llevarnos a despreciar el estudio de la Primera como parafilia o herejía apartada de la fe pura. Si me permiten la barbaridad, afirmo que en la Primera hay tanto Juego de Tronos como en la Segunda. Al menos para mi. De modo que hoy les traigo este interesante libro: una obra que aúna tantos tópicos y obsesiones LPDianas -¡la Primera Guerra Mundial! ¡¡narrada por un politólogo!! ¡¡¡y encima alemán!!!- que aquellos que nos siguen como expiación de sus pecados en alguna vida anterior hoy podrán recuperar fácilmente 50 puntos de karma.
Herfried Münkler es, como dijimos, politólogo y no historiador (ni siquiera allí escapan a la plaga), y pretende con este libro cerrar un hueco en la historiografía alemana, que durante demasiado tiempo ha considerado la Primera Guerra Mundial exclusivamente como un preludio de la Segunda. Al ser la Segunda una guerra tan inmoral, los juicios morales se han trasladado a la Primera, cuya interpretación ha sido fundamentalmente una búsqueda de culpables, y el análisis político ha quedado completamente orillado. Destacan aquí sobre todo Fritz Fischer y sus seguidores, que en los años sesenta desataron una virulenta “pelea de historiadores” con su tesis de una Alemania culpable de desatar la guerra para satisfacer sus ambiciones imperiales de dominación mundial. Otros historiadores no llegan a tanto, pero casi todos tratan el periodo 1914-1945 como un todo, como una guerra de 30 años europea. Todo eso no le hace justicia a la Primera, que según Münkler merece un análisis político propio: “La Primera Guerra Mundial fue la incubadora de todas las tecnologías, estrategias e ideologías que desde entonces se encuentran en el arsenal de los actores políticos. Solo por ello merece la pena un cuidadoso estudio de esta guerra“.
El libro es de 2013, listo para el centenario, y en Alemania ha sido recibido con muy buenas críticas y se lo considera el complemento ideal a la obra de Jörn Leonhard ya comentada en esta su página amiga, porque aunque afirma querer dar una imagen total, se centra mucho en lo suyo, es decir, las ciencias políticas. Como realmente vale la pena, yo le perdono también su ambicioso subtítulo “Die Welt 1914 – 1918/El Mundo de 1914 hasta 1918”, totalmente fuera de lugar pues el 80% del libro se centra en Alemania.
El militarismo alemán
No hay análisis político de la Primera Guerra Mundial que se precie que no mencione el militarismo alemán que la precedió. Münkler da una imagen más diferenciada al respecto. Primero, que obviamente no era universal, de hecho Alemania contaba con el SPD, el partido socialdemócrata y pacifista más fuerte de Europa (el “cebo” para convencerlos de que apoyaran la guerra fueron la amenaza de la autocracia rusa –al fin y al cabo, Rusia había movilizado antes que Alemania– y la vaga promesa de reformas, como la abolición de la tremendamente injusta ley electoral prusiana). Y ya en el militarismo realmente existente, había dos corrientes fundamentales: por un lado la antiguo-aristocrática, que veía la guerra como un asunto noble entre profesionales, cargas de caballo al toque de corneta y tal, y que confiaba en resolver una eventual guerra futura mediante una serie de rápidas batallas decisivas para luego volver al business as usual. Y por otro, los totalitaristas, que creían que los cambios tecnológicos obligaban a hacer una guerra industrial, con movilización total de todos los recursos nacionales durante varios años. Corriente esta última ejemplificada en la persona de Ludendorff… que significativamente había sido expulsado del Estado Mayor en 1913. Su relato no gustaba. La corriente aristocrática controló el libreto durante la planificación de la guerra y sus primeros compases, aunque incluso el Káiser ya intuía por donde iba el futuro, con el siguiente discurso de aceptación de la guerra ensalzando la unidad nacional (discurso que Campechano o Preparado podrían soltar en cualquier momento sin que la reacción de la ciudadanía española fuese de choteo universal ante tan vacua pomposidad; otra consecuencia de no haber participado en las Guerras Mundiales y de habernos perdido las principales juergas de los últimos dos siglos):
De corazón os agradezco [a la muchedumbre reunida ante el palacio en Berlín] esta expresión de amor y lealtad. En la lucha que ahora comienza ya no conozco partidos políticos en mi pueblo. Entre nosotros ya solo hay alemanes, y aquellos de los partidos que se pusieran contra mi en la lucha de la opinión [pública], yo les perdono todo. Ahora todo lo que importa es que estemos unidos como hermanos, y entonces Dios llevará la espada alemana a la victoria.
Quizás lo más importante es que este militarismo era sobre todo de consumo interno. El ejército era el último reducto de la aristocracia en un mundo donde el dinero contaba cada vez más, y los nobles intentaban reproducir en él su ideal de sociedad: la clase trabajadora como mera tropa, los burgueses que se aplicaban podían llegar a tenientes (y de hecho, el ascenso social de una familia solía venir acompañado del ascenso a teniente de algún hijo, en plan “os aceptamos entre nosotros”), y los rangos superiores para la aristocracia, con el Káiser en la punta. Un mundillo donde hasta cierto punto el mérito no importaba tanto como el rango, ni tampoco pesaba nada el vil metal, que parecía haberse convertido en el motor de una sociedad que oficialmente aún era profundamente aristocrático-militar. Esto llegaba al punto de que, por culpa del Protocolo Prusiano (donde un general retirado tenía precedencia de rango sobre un obispo, y un teniente coronel sobre un rector universitario) a los cancilleres del Reich les daban junto a su nombramiento un rango honorífico de general, para no tener que ponerse al final de la cola en las ocasiones oficiales.
Por eso el desarrollo de una flota de guerra (un factor que se ha usado una y otra vez para apuntar a la enemistad con Inglaterra) hay que entenderlo en clave más interna que externa: al ser un arma nueva y Alemania un país sin tradición naval, las plazas estaban abiertas a todos. El propio Almirante Scheer, comandante de la Kaiserliche Marine, provenía de una familia burguesa de clase media, algo impensable en el ejército. La flota era inmensamente popular entre las clases medias y burguesas como signo del nuevo tiempo industrial que los había encumbrado, y querían más y más barcos para que “sus” muchachos los comandaran.
Sabiendo esto, la loca apuesta que era el Plan Schlieffen adquiere un significado distinto. Este plan era -entre otras cosas- la única manera de ganar la guerra rápidamente y así a la vez preservar internamente todo como estaba. Una larga guerra, una guerra total como la defendida por Ludendorff, hubiese devenido en guerra de material y desgaste, algo más económico que heroico, y no se hubiese podido ganar sin la implicación máxima de los trabajadores y de la burguesía. Y estos no lo hubiesen hecho sin contrapartidas políticas (al margen de que una guerra larga, además, hubiese significado un sufrimiento inmenso, como dijeron algunos de los militares aristocráticos, que en eso hay que decir tenían toda la razón). Así que, en un gesto de negación de la realidad socio-económica, los altos mandos aristocráticos optaron por el plan que más satisfacía a su ideal social, sin pensar en las consecuencia. El militarismo alemán, si consistió en algo, fue eso: que eran las planificaciones militares las que determinaban los márgenes de actuación de la política y no al revés. Porque en Francia por supuesto que los militares también tenían planes para hacerle la guerra a Alemania invadiendo Bélgica, pero el gobierno civil se impuso y lo vetó para no enemistarse al Reino Unido. Y -por poquito- eligió sabiamente.
El mito de Langemarck
Münkler dedica un capítulo entero a la “guerra de las ideas”; los objetivos finales y, de resueltas, las diversas fórmulas de justificar la guerra. Justificación que en Alemania era más compleja que en ninguna otro país. En Rusia el objetivo era el paneslavismo (que al 80% más pobre de la población le traía al pairo, pero ese 80% no contaba para nada en la autocracia zarista), en Austria la afrenta por la muerte del archiduque y la necesidad de lograr un dominio estable sobre los Balcanes, en Francia y Bélgica el elemental hecho de haber sido atacados sobre el suelo nacional (combinado con “al fin recuperaremos Alsacia y Lorena” en el caso francés). Gran Bretaña, como nación mercantil que es, envió a sus soldados profesionales y no recurrió a la movilización forzosa hasta 1916, así que tampoco había que invertir mucho en propaganda para tener al populacho ilusionado. Sin embargo, al soldado alemán que estaba en Flandes pegándose con un gurka nepalí había que ofrecerle una explicación que no se limitase al asesinato de un austriaco en Sarajevo. Y como no la había, más allá del Juego de Tronos, la élite cultural alemana se volcó en justificar la guerra como algo bueno en si mismo, en aberraciones intelectuales que Münkler cita con profusión, como la de este sacerdote:
“¡Qué gran maestro es la guerra! Lo que los hombres no han logrado con todo su esfuerzo y pensamiento, eso lo ha hecho la guerra como por arte de magia: la unión interna de Alemania. Cuando nos fue declarada la guerra, Dios nos ha regalado la paz interna. […] Heil a la guerra, que nos ha traído la paz interna, la paz social. ¡Ha ocurrido por la gracia del Señor y es un milagro ante nuestros ojos!”
Incluso gigantes de las letras como Thomas Mann se sumergían a fondo en estas corrientes:
“Horrible mundo, que ya no es – o ya no será, cuando pase la gran tormenta. ¿No rebosaba acaso este mundo de alimañas? […] El mundo quiere purificarse, quiere la guerra. En esta guerra no luchan, como dicen los periódicos y los señores políticos, los Poderes Centrales contra un enemigo externo, sino que esta Gran Guerra es una guerra civil europea, una guerra contra el enemigo interno del espíritu europeo.”
Este culto a la guerra alcanzó su temprana culminación en el “mito de Langemarck”: durante la primera batalla de Ypres, en el pequeño pueblo belga de Langemarck/Langemark, a diversas unidades alemanas compuestas casi exclusivamente de jóvenes voluntarios de clases altas, estudiantes universitarios o que habían estado sacándose el Abitur, auténticos niños en muchos casos, se les ordenó tomar posiciones enemigas, de modo que -guiados por unos oficiales más infantiles incluso que ellos- calaron bayonetas, desenrollaron la bandera regimental, y al toque de corneta cargaron contra profesionales británicos atrincherados con ametralladoras, cantando Deutschland Deutschland über alles (¡con el picante añadido de que esta canción no estaba bien vista en el Reich guillermino por ser un himno de los revolucionarios de 1848!). Y claro, no sobrevivió ni el tato.
La narrativa que se impuso al poco tiempo (narrativa oficial, Münkler no se corta en citar a otros soldados de ese mismo sector del frente que se referían a los caídos como “die Spinner/los chalados esos”) es que esa parte del “sacrificio” a realizar para ganar la guerra. Es más, que esta era una guerra de sacrificios, que se ganaría porque los alemanes harían más sacrificios que nadie. ¿Y para qué? Este era uno de muchos debates durante la guerra, junto a ¿quién es el verdadero enemigo? Debates inconclusos que nunca cristalizaron en unos objetivos políticos claros y por lo tanto dejaron el libreto más y más en manos de los militares de la cuerda de Ludendorff, partidarios de la guerra total. Los objetivos “finales” se iban modificando al albur de la suerte de armas.
Igualmente, el “enemigo” variaba según como fueran las cosas. Ora era Francia, la siempre pérfida y vengativa, ora era Rusia, llena de brutalidad oriental y mongola, frente a la que Alemania era el muro de contención (muro que requería de unidad y firmeza, como les replicaban los intelectuales del Reich a los occidentales que denunciaban la falta de democracia en Alemania). Pero los juicios más alucinantes, y los que más impactaron en la inteligentsia germana eran sobre Gran Bretaña: para ellos, esta era una guerra espiritual entre el mercantilismo británico y el heroísmo germano. Un mercantilismo que habría infectado todo lo que de bueno y puro tenía la Kultur (Thomas Mann hizo una célebre comparación entre Civilización occidental y Kultur alemana; otros líderes culturales no se cortaron un pelo en decir que “quienes menos derecho tienen a reclamarse como defensores de la civilización europea son aquellos que se alían con rusos y serbios y le ofrecen al mundo el humillante espectáculo de azuzar a mongoles y negros contra la raza blanca”), y que ahora la guerra iba a permitir expurgar, junto a todas esas toxinas de la modernidad como el enfrentamiento entre clases, las divisiones políticas y mil cosas más. A esta gente, las concesiones al SPD no le asustaban por la mera razón de que creían que la guerra, como gran revitalizador del Volk/pueblo, le arrebataría a sus fieles, que ahora volverían a las iglesias y al orden social correcto:
“Si se observa”, así Lemme sobre el periodo anterior a la guerra, “cómo la destrucción de la religión era para muchos la mayor de las tareas [….], cómo una frivolidad moral de emancipación carnal celebraba la falta de moral como nueva moralidad […], cómo no solo la limitación a uno o dos niños se propagaba de manera contagiosa, sino incluso los oradores se atrevían a alabar públicamente el neo-maltusianismo, […], cómo en nuestras universidades la coquetería parisina se extendía – entonces surge la pregunta si tales desviaciones no tenían por fuerza que invocar la justicia divina.”
O mi cita favorita: la carta parroquial de los obispos católicos alemanes del 13 de diciembre de 1914:
“La guerra es un juicio para todas las naciones […] La guerra ha convocado ante su tribunal la moderna, arreligiosa y anticristiana cultura intelectual y ha destapado su falta de valor y soporte, su vacuidad y su dañosidad. Pero también en nuestra patria esta cultura ya había penetrado profundamente, junto con una sobre-cultura anticristiana, antialemana e insana. Con toda su podredumbre, con su descarnado amor al dinero y al placer vacío, con sus apropiantes y ridículos haceres de übermensch, con su imitación sin honor de una literatura y un arte contaminados del extranjero, y con los excesos más dañinos de la moda femenina. Este es el gran pecado de nuestro pueblo y por ello nuestro. Y reclama contrición y penitencia.”
Otro tema muy común en la literatura producida durante la guerra es el énfasis que se hace, en todos los autores, de la camaradería en las trincheras, y de como el desafío común niveló las diferencias de clase en Alemania, para espanto de los viejos generales aristócratas. Con un interesante matiz: los de “izquierdas” lo tomaron como un “sí se puede (eliminar las fronteras de clase)”, mientras los de derechas lo retrataron como “solo la guerra lo puede (eliminar las fronteras de clase)”. La guerra como fin en si mismo y la sacralización del sacrificio heroico, finalmente, fueron piezas fundamentales de la estrategia alemana a partir de 1916, cuando a la superioridad material aliada había que oponerle una “superioridad humana” – y cuando todo empezaba a estar perdido, el sacrificio por el sacrificio, sin más. El objetivo de la guerra, en retrospectiva, no había sido la victoria, sino el Erlebniss:
“Este es el nuevo hombre, el Sturmpionier, la selección de Mitteleuropa. Una nueva raza, inteligente, fuerte y llena de voluntad […] Esta guerra no es el final, sino el principio de la violencia. Es la fragua donde el mundo es martilleado en nuevas fronteras y con nuevas comunidades. Lo esencial no es porqué luchamos, sino cómo luchamos […] La lucha, la acción de la persona, incluso para la más pequeña de las ideas, pesa más que toda reflexión sobre el bien y el mal.”
(Ernst Jünger, 1922, La guerra como experiencia interior)
Armas nuevas, odios viejos
Volviendo a la sencilla suerte de las armas, en el Este, Ludendorff “se estaba conquistando un pequeño reino en el Báltico”, bromeaban sus compañeros. Falkenhayn le había asignado ese escenario secundario para que no se llevara el mérito de la ofensiva de Gorlice-Tarnow. Lo que Falkenhayn no pudo evitar fue que muchos soldados escribieran a casa narrando maravillas de estas tierras nuevas “conquistadas para Alemania”. Malo, porque en primer lugar solo estaban ocupadas, y segundo, ¿quién querría unas tierras llenas de bosques, lagos, montes y demás sin urbanizar y sin apenas población? ¡Pues precisamente por eso! Los que afirmaban que el Volk alemán se había vuelto blando y decadente encerrándose en ciudades industriales creían que la guerra iba a limpiar al Volk de sus pecados y devolverlo a su “estado natural”, y la nueva naturaleza conquistada le iba a dar un espacio donde desarrollarse libremente. Algo que aún no se llamaba Lebensraum, pero que aquí ya asoma la patita (aunque a diferencia de la política de exterminio de Hitler en el Báltico, Ludendorff practicó una política de germanización basada en promocionar a ¡los judíos de habla alemana!), y que nuevamente iba a dificultar las negociaciones para lograr una paz.
Otro impedimento era, curiosamente, el buen hacer táctico de los militares alemanes. Su profesionalidad e inventiva lograron en muchas ocasiones evitar crisis fatales, prolongando así la guerra hasta la crisis final. En general, los alemanes destacaron en la producción de armamento, viejo y nuevo, y en el control de los mil y un detalles de una guerra industrial. Incluyendo el manejo de las enfermedades venéreas, con continuas inspecciones que los soldados, con ese intraducible humor alemán, llamaban “Schwanzparade” y “Giesskanneninspektion“, siempre en línea con lo que era habitual antes de la guerra:
“20 años antes de la guerra, de mil miembros de las fuerzas armadas, en Alemania 25 tenían enfermedades de transmisión sexual, en Francia 42, en Austria 61, en Italia 85 y en Inglaterra más de 170. En 1915 el 22% de los canadienses luchando en Francia recibió tratamiento [por ETS].”
Los alemanes también fueron los primeros empezar con los ataques de gas, campo en el que fueron los más eficientes (aunque de 400 ataques durante la guerra, 350 fueron anglofranceses), si bien sin terminar de creérselo: paradójicamente, la excusa para usar el gas era que “permitirá acortar la guerra“, pero luego el primer ataque del 22 de abril de 1915 (con el que reconquistaron, precisamente, Langemarck), no contó con reservas y apenas ganó unos kilómetros. En sucesivos ataques, el enemigo ya estaba avisado. El efecto más destacado, por improbable, es que el general al mando, Berthold von Deimling, se hizo pacifista y republicano tras la guerra.
En lo estratégico, Falkenhayn sentía un odio profundo a Inglaterra y abogaba por seguir la lucha para forzar una paz con numerosas anexiones, en línea con una corriente muy mayoritaria que ignoraba que cuanto más ganas militarmente, más resistencia política despiertas; por lo tanto, si la base de tu política es el ejército, este tiene que ganar mucho… y tu luego pedir poco, cosa que en Alemania no se daba porque todo quisqui quería anexionarse media Europa:
“Alemana perdió la guerra porque sus élites político-militares no entendieron la paradoja de la política militarizada y no sabían cómo salir del dilema planteado.”
Falkenhayn saboteó los intentos del canciller Bethmann Hollweg de buscar una paz negociada negando que esta fuese posible con Inglaterra, que deseaba aniquilar a Alemania, y que al no poder atacarla directamente lo que había que hacer era noquear a sus aliados. Rusia no se iba a rendir e intentar forzarla era arriesgarse a “hacer un Bonaparte” y perderse en la inmensidad de los espacios rusos, así que solo quedaba Francia, que Falkenhayn se propuso desangrar en Verdún para negociar desde la fuerza (no solo por su posición, sino por lo que Verdún era para la historia Franco-Alemana). Bethmann Hollweg encima tuvo que tragarse su oposición y apoyarle, porque la alternativa era Ludendorff, quien creía en la victoria total mediante la movilización total.
La ofensiva de Verdún trajo también una serie de innovaciones: primero, los lanzallamas, y segundo, el nuevo casco modelo 1916, o M16, conocido coloquialmente como Stahlhelm. Pero finalmente fracasó, y al desastre militar se le sumó el político, pues para realzar la imagen de la familia real el príncipe heredero fue nombrado comandante en jefe de los ejércitos encargados de la tarea; pensando que aquello era pan comido, solo logró granjearse el título de “carnicero de Verdún” y la imagen de un “Drückeberger” que disfruta en la retaguardia de mujeres y bebida mientras 280.000 alemanes caen alrededor de Verdún. Cuando el Káiser abdicó en noviembre de 1918, resultó impensable que le sucediera su hijo.
La dictadura militar
Finalmente, en agosto de 1916, se produce el relevo: Falkenhayn, que se equivocó al afirmar que Rumanía nunca se inmiscuiría, es despachado a contener las consecuencias de la entrada rumana en la guerra (y en pocos meses les da una paliza de campeonato y conquista el país entero, señal de que su razonamiento “los rumanos no lucharán porque no están preparados” no era tan descabellado). En su lugar, Hindenburg asciende a jefe del estado mayor (y detrás de él Ludendorff, que es el cerebro de la pareja). Un ascenso hasta cierto punto esperado y cultivado por una caterva de periodistas y “creadores de opinión”, que basándose en el “mito de Tannenberg” pedían “llamar de una vez a Hindenburg y que ese resuelva la guerra sin los complejos tontos de los políticos que nos impiden ganarla“. Una apelación al mito de Bismarck y al hueco que este había dejado, hueco que solo el general, con su gravitas rajoyana (es decir, no hacer nada y poner siempre cara de tranquilidad mientras Ludendorff se encargaba de todos los detalles), podía rellenar. Un mito que asustaba al Káiser, que veía peligrar su poder, pero al que no pudo resistirse más cuando perdió la fe en Falkenhayn tras Verdún. Una inmensa estatua de Hindenburg de madera, levantada tras Tannenberg muy cerquita del Reichstag en Berlín, servía como ominoso anticipo de la llegada de la dictadura militar a Alemania.
Münkler también dedica su capitulito a estudiar la guerra en el mar… que es casi siempre la pre-guerra, pues todas las decisiones vitales estratégicas ya estaban tomadas antes de 1914, y los barcos ya construidos. La única batalla importante, la de Jutlandia, ocurrió porque ambas armadas se equivocaron y creyeron que se enfrentaban solo a una parte de la flota enemiga, pero no hubo cambios estratégicos pese a la victoria táctica alemana.
La única consecuencia fue el recurso, visto que la flota de superficie no era capaz de romper el cerco, a la guerra submarina ilimitada, que los militares aseguraban que podía ganarse. Otra manifestación de la corriente ludendorffiana de “para ganar la guerra, solo hay que dejarse de complejos y mariconadas”. Cuando los submarinos no cumplieron, esto se plasmó en el olvido de la posguerra pese a su alta tasa de bajas (la mitad de los soldados de la U-boot-Waffe no volvió a casa). Todo el mundo conoce al Barón Rojo, pero nadie a Lothar von Arnauld de la Perière, que hundió 189 mercantes y dos buques de guerra.
La decisión de Hindenburg/Ludendorff de lanzar la guerra submarina sin restricciones es considerada uno de los mayores errores de Alemania, si es que no el mayor. Políticamente, desde luego, está a la altura de la invasión de Bélgica. La intención era que Gran Bretaña sufriera igual que estaba sufriendo Alemania por culpa del bloque naval, pero la consecuencia fue que Alemania sufrió aún más. Hasta ese momento, Alemania aún había podido aprovisionarse mal que bien vía los neutrales, pero una vez ganada la enemistad de Estados Unidos, los neutrales menores no pudieron resistirse a las “sugerencias” de UK+USA de reducir su comercio con Alemania. Münkler (recuerden: politólogo) les dedica un emocionado homenaje a los intelectuales que habían jaleado la guerra sin restricciones, con una interesante observación:
“Significativamente los científicos e intelectuales que proporcionaron el fuego de cobertura propagandístico para la guerra submarina sin restricciones eran abrumadoramente representantes de disciplinas donde se daba más valor a la intencionalidad de la acción que a su efecto funcional. El ascenso que las Ciencias Sociales experimentaron frente a la Humanidades tras la guerra tuvo mucho que ver con los errores políticos y malos consejos de los Intencionalistas. […]
Las Humanidades, que siempre habían argumentado con el “corazón puro” y la “recta intención”, fueron puestas bajo supervisión social-científica. El documento intelectual de esa supervisión es la conferencia de Max Weber de 1919 “La Política como Profesión”, donde Weber postuló el primado, en política, de la ética de la responsabilidad frente a la ética de la actitud.”
Las finanzas
Sobre las finanzas de la guerra, Münkler relata una interesante anécdota: resulta que las autoridades alemanas aún tenían 250 millones de marcos de las reparaciones francesas de 1871, apiladas en una fortaleza en Berlín. En plan recuerdo de la victoria, “si nos volvéis a atacar os derrotaremos con vuestro propio dinero” o algo así. El caso es que con eso se hubiese podido pagar la guerra durante apenas dos días. Las finanzas se convirtieron en “los tendones de la guerra” (aunque esa expresión ya es de los aqueménidas; esto es algo que ha cambiado poco en 3000 años).
Los impuestos directos seguían siendo competencia de los “länder”, el Reich solo tenía los impuestos indirectos, lo que significó un problema gordo para la financiación de la guerra. Ya la construcción de la flota había sido un rompecabezas financiero (que motivó la introducción de un curioso impuesto, el impuesto especial de vinos espumosos, que también financió los U-Boote de la Segunda, y aún sigue existiendo, aunque no sé que estarán financiando con él a día de hoy). Como una reforma fiscal en profundidad hubiese tocado temas políticos, se dejó todo como estaba y se recurrió a la deuda pública y bonos de guerra. Bonos comprados con entusiasmo por toda la sociedad alemana… que después estaba dispuesta a seguir al abismo a Ludendorff y sus encantadores de serpientes en pos del “Siegfrieden” (“paz de la victoria”), pues solo así cobraría los bonos. Obligación de pago que limitaba, de nuevo, el margen político para negociar una paz, pues la idea inicial era devolver los bonos con las reparaciones de guerra. Otra de las consecuencias de haber confiado en una guerra rápida: cada mes adicional hacía subir el coste más allá de lo esperado. Hasta otoño 1916, la guerra costaba 2000 millones de Reichsmark al mes. En octubre 1916 el Hindenburgprogramm disparó el coste a 3000. En octubre 1917 a 4000. El último mes de la guerra, octubre 1918, llego a 5000. Otoño de 1916 fue probablemente la última oportunidad de terminar una guerra que no destrozase del todo el orden anterior.Al mismo tiempo, la cosa también potenció el estado social: el estado alemán exigió sacrificios inmensos, a veces incluso de la propia vida, pero a cambio cuidó de viudas y huérfanos, creando exigencias y mentalidades donde no se pudo dar marcha atrás al reloj. Y dado el nivel de impuestos alcanzado para financiar la guerra, era difícil argumentar que esos nuevos sistemas sociales no se podía pagar.
El final
Finalmente, en marzo de 1918, Ludendorff, tras haber eliminado a Serbia, Rumanía y Rusia, se lo juega todo en una última ofensiva en el oeste antes de que el apoyo de los americanos resulte crucial. Con la superioridad táctica alemana, se logran grandes avances de terreno… pero ninguna victoria estratégica. En cambio, se han quemado los últimos cartuchos, y la superioridad aliada empieza a empujar el frente de vuelta a Alemania.
Aquí es cuando va a nacer la Dolchstosslegende o “leyenda de la puñalada trasera”: el mito de que los ejércitos alemanes, pese a sufrir ciertos reveses, aún podían ganar la guerra (o al menos lograr una paz honrosa) y que fue la traicionera acción de “los políticos” la que hizo inútiles los sacrificios de cuatro años. Una mentira que envenenará la política durante la República de Weimar e incluso seguirá viva en la derecha política alemana hasta bien entrados los años de la RFA, y que Ludendorff alimentará miserablemente para lavar su completo fracaso como militar y estratega. Münkler no se mete demasiado en los detalles porque, francamente, es un tema revisado mil veces por los historiadores, que han aportado testimonios y pruebas de sobra de que el ejército alemán de otoño de 1918 estaba a punto de descomponerse: entre la gripe española, la mala alimentación y la falta de transporte, las tropas ya no eran capaces de seguir luchando, mucho menos de lanzar ofensivas. Lo que Münkler sí investiga un poco más es la situación política a finales de 1918, donde obviamente no hay nada de traición sino todo lo contrario. Todos, incluso los partidos contrarios a la guerra, están parados sin saber qué hacer: “en Viena, Berlín, Praga o Budapest el poder estaba tirado en la calle, a la espera del primero que quisiera hacer algo con él.”
Finalmente, son detonantes externos (de las élites en el caso de Alemania, de los aliados en el caso de Austria) los que provocan las revueltas desde abajo en octubre de 1918. En Austria-Hungría, los Catorce Puntos de Woodrow Wilson provocan que en Praga se proclame la independencia de Checoslovaquia. Al momento, los húngaros les siguen, en plan “no tenemos nada que ver con Austria señor Wilson y por favor no haga mucho caso a las autoproclamadas minorías dentro de la Gran Hungría, que en realidad son todos húngaros dentro de la diversidad”, pero de nada sirvió: en Trianon les quitaron el 70% del territorio para repartirlo entre los vecinos. Mejor les fue a los eslovenos, croatas y serbios, también levantiscos por la gracia de Wilson, que acabarían reunidos en el nuevo estado de Yugoslavia. Con el estado en descomposición, Austria finalmente firma un armisticio.
En el caso de Alemania, no había minorías a las que los aliados pudiesen apelar para fomentar la división interna, pero militarmente la guerra estaba perdida igual. Aquí el detonante de los cambios fue el intento de las élites de implicar a la oposición en el desastre que se avecinaba. Algo así como “si, vale, ya habéis protestado por la guerra, pero es el momento de asumir responsabilidad de estado y actuar todos unidos por el bien de Alemania y los alemanes”. Concretamente, las élites lo intentaron con una reforma que convirtió a Alemania en una monarquía parlamentaria… durante 13 días. Demasiado poco, demasiado tarde: la situación ya estaba más allá de cambios graduales. Por culpa de un prurito de última hora (la orden a la Flota de hacer una última salida suicida) estalló la revolución de noviembre y el Káiser salió por piernas. El SPD tomó el poder casi porque no le quedaba otra, y la aristocracia y los militares lo perdieron. Como posteriormente fue un gobierno moderado liderado por el SPD quien tuvo que firmar el Tratado de Versalles, la derecha ya tenía munición para campañas y campañas contra los “criminales de noviembre”, los “traidores de Versalles”, contra la traición a las “víctimas” y los caídos, y en general contra la anti-Alemania que quería acabar con todo lo bueno del Reich y romperlo para dárselo a los franceses porque en realidad odiaba a Alemania y bla bla bla que ríanse de El Mundo con el 11-M y la estrategia comunicativa de la derecha española en 2004-20011, pero vamos, como dos gotas de agua. Culminadas además de la misma manera: preparando el terreno para la toma del poder merced a una apabullante crisis económica.
La digestión de la guerra
En los capítulos finales, Münkler nos dedica una análisis político pata negra de la guerra en su conjunto, más algún what if, y paralelismos con el presente. Entre estos, una comparativa entre la Alemania Guillermina y China: dos países que económicamente han pegado un enorme salto adelante en pocos años, pero cuya prosperidad depende de importaciones de materias primas que navegan por mares controlados por sus rivales. China en particular está asustando a todos sus vecinos, consolidando así alianzas que la rodean y que pueden desatar las mismas paranoias “estamos asediados” que en Berlín en 1914. Sobre las enseñanzas de la guerra, Münkler hace un repaso a la historiografía y sus grandes saltos, en el marco de la moderna historia de Alemania: si hasta 1989 se le daba mucha importancia a la política interior (porque la Alemania en que vivían los historiadores tenía muy limitada su política exterior), ahora la cosa se ve más equilibrada. También canta las alabanzas del Imperio Austro-Húngaro, que en la perspectiva de los siguientes 100 años parece un oasis de paz, y sugiere que la Unión Europea, más que por la reconciliación franco-alemana, merece la pena por su capacidad estabilizadora de los Balcanes, dando una perspectiva a países demasiado pequeños para valerse por si mismos.
Quizás la mayor cesura intelectual de la guerra es que representó una quiebra del optimismo histórico del siglo XIX. Nietzsche ya lo había anunciado, pero las batallas de desgaste lo hicieron obvio. La burguesía alemana obtuvo poder político… y perdió el relato interpretativo de la realidad, es decir, no supo qué hacer con ese poder. Por eso en 1933 lo entregó sin resistencia. Por todo ello, la Primera Guerra Mundial, en su preparación, desarrollo y digestión, permanece como un ejemplo de libro de todo lo que se puede hacer mal. Juego de Tronos y Juego de Tontos a la vez. Solo por eso compensa sobradamente el estudio de la misma, y la lectura de este excelente libro. Incluso –mi herejía final- por encima de la Segunda. Cierro con una última cita de politología pata negra que les certifica el tope máximo de puntos de karma, y recuerden: en su próxima vida, pórtense mejor.
“También los viejos cristianos”, así Max Weber en el discurso La política como oficio “sabían muy bien que el mundo es regido por demonios y que quien trabaja con los medios de la política, es decir, con poder y violencia, cierra un pacto con poderes demoniacos; y para sus acciones no es cierto que del bien solo nazca el bien y del mal solo nazca el mal, sino muchas veces lo contrario. Quien no puede ver eso, es políticamente un niño.” […] Los alemanes, así lo veían ellos, habían ido a la guerra con las mejores intenciones, pero entonces surgieron en lugar de los objetivos políticos razonables otros absurdos y megalomaníacos, a los que les siguió la caída en el vacío político. Los alemanes, como Max Weber no se cansaba de repetir, no habían estado a la altura necesaria para el juego con los poderes demoníacos – y por eso habían perdido la guerra.
Compartir:
Tweet
Comentario de Baturrico (14/09/2016 07:44):
En esta línea que aplaudimos… ¿Para cuando una crítica de “Los Thibault”, suculentísima novela-río centrada en los prolegómenos la II Guerra Mundial, y que se culmina en su último volumen en verano de 1914? Un tanto olvidada hoy, el premio nobel que lleva nos habla de su peso. La burguesía, la religión, el socialismo, el antimilitarismo, la propaganda… una buena introducción al siglo XX y las desgracias que llegarían después.
Comentario de Guillermo López García (14/09/2016 08:50):
Maravillosa reseña. Me han gustado particularmente las referencias a los obispos alemanes, claro preludio del comportamiento de los patrios durante nuestra Cruzada. Felicidades!
Comentario de Teodoredo (14/09/2016 14:15):
Supongo que el sarao éste le pilló a Thomas Mann en su etapa cavernícola-pepera, aunque no lo he visto en el enternecedor manifiesto de los 93, donde sí figuran prominentes como Max Planck o Felix Weingartner. Aparte de intelectuales rendidos al discurso del poder cual redactores jefes de Prisa o Vocento, ¿no habla de voces discordantes como las que sí que había en Austria?
Lo que me suena raro es que un libro escrito por un politólogo parezca hacer tan poco hincapié en el magnífico papel del SPD, ese precedente de libro para todos los partidos socialdemócratas ansiosos por abrirse de patas ante todo lo que huela a militarismo, plutocracia y SdE.
No me quisiera despedir sin un estentóreo ¡Dios castigue a Inglaterra!
Comentario de Latro (14/09/2016 19:41):
No se si lo de “que ríanse de El Mundo con el 11-M y la estrategia comunicativa de la derecha española en 2004-20011” es una errata o simplemente una profecía.
Comentario de Toño (14/09/2016 21:33):
#4, un servidor ampliaría el periodo de fechas a 1931-2016. Ocurre, que muchas veces cuando leo escritos, comunicados o así de la actual derechona española, quedo transpuesto y me parece estar leyendo textos de hace decenios. Su estrategia mental sigue invariable disimulando viejas amistades, catolicismos ultramontanos y al ilustre militar innombrable a quien tanto deben.
#3. Me sumo a su estentóreo grito. Unos geniales expertos en tirar la piedra y esconder la mano, y en adaptar la Historia a sus intereses.
Comentario de Oliveral (14/09/2016 22:35):
Pues si consiguen sacar a Mariano de la Moncloa (hay que ver cómo se suben estos estupefacinetes…) con un gobierno de lo que sea, lo único que sacaré en positivo es que regrese aquella romántica época gloriosa de lucha y se repita la época de las grandes manifestaciones de la España Verdadera. Estoy ansioso por poder ir. Es muy emocionante ver a tantos millones de españoles de verdad manifestándose con una voz común. No pienso perderme ni una. ¡Ni una! Y el discurso conservador de 2004-2008 (entre 2008-2011 la estrategia fue esperar en silencio) va a ser una broma comparado con lo que va a ser si además no gobierna “el que ha ganado las elecciones”. Sólo por eso merece la pena un gobierno de lo que sea contra el PP.
Comentario de Lluís (15/09/2016 07:03):
#6
Pues oiga, si le va la marcha, lo mejor es que vayamos a unas terceras elecciones, que ya sabe, a su lado un holocausto nuclear quedaría al nivel de una reyerta entre bandas en un polígono de las afueras, por lo menos eso es lo que dicen los que cobran para decirnos lo que hemos de pensar.
Comentario de Teodoredo (15/09/2016 08:19):
Del 2008 al 2011 ¿espera en silencio? ¿Mande? Si precisamente lo bueno de que ganara el PP fue que los energúmenos se callaron.
Comentario de Lluís (15/09/2016 10:07):
Pues en comparación con lo que había sido la legislatura anterior, esa fue casi una balsa de aceite. Aunque sólo fuese porque al final las mentes rectoras del PP entendieron que (1) el PSOE no necesita a nadie para hundirse, basta que les dejen a ellos solitos, y (2), salir de las cavernas para ocupar las calles sirve, básicamente, para mentener movilizados a los electores de los demás partidos.
Comentario de Casio (15/09/2016 13:29):
Pues sí, como se ha dicho , lo siguiente es agún librejo sobre la postguerra , y el papelón del SPD destrozando la revolución anticapitalismo con Ebert en el papel de Corcuera en 13TV , pero tirando de pistola y pactando con la ultrederecha militar. Como Corcuera.
Y el libro es otra prueba más de que Alemania mola un huevo, es el corazón infernal de Europa.
Comentario de Casio (15/09/2016 13:35):
Para ver el papelón que hizo la socialdemocracia alemana tras el fin de la guerra recomiendo “La revolución alemana de 1918” de Sebastian Haffner. Muy bueno.
Comentario de Teodoredo (15/09/2016 13:48):
Sin desmerecer para nada lo que vino después, suculento como ello solo, yo estaba pensando más bien en la traición primigenia, la de apoyar a saco la entrada de Alemania en la guerra y dar su visto bueno a los empréstitos de ídem.
Comentario de Y (16/09/2016 08:49):
“Su estrategia mental sigue invariable”
Desde tiempos de Tutmosis III Faraón de Egipto
Al igual que las agujetas nos recuerda nuestro pasado celular, la columna nos recuerda que somos cordados y las manos que somos primates …
Pero, claro, Darwin llega en un momento de prepotencia racista europea y les sirvió a los europeos para sentirse más ‘evolucionados’ que los primitivos, y luego se sumó (ca. 1947-1974) el escalón del final de la Edad del Hierro … dando la tonta sensación de que la Historia trazaba en lo económico como una a modo de cuestecilla, camino hacia arriba o incluso rampita pa’rriba que nos llevaría a la luna
Ja, ja, y rejá
La dura realidad es que en la historia humana el paso del tiempo devora lo nuevo y solo queda lo viejo
(De hecho el gustito de este foro es que nos podemos echar unas risas con carcas de la época de Suetonio)
Comentario de Y (16/09/2016 10:51):
“También los viejos cristianos”, así Max Weber en el discurso La política como oficio “sabían muy bien que el mundo es regido por demonios”
Sí, eso está sacado de textos de época altoimperial de un pequeño movimiento de oposición al imperio que duró bien poco
Es un caso espantosamente redondo: textos desasosegantes cargados de dolorida esperanza. Y ná, pues para empezar el último texto (ca. 120) de esa colección de documentos históricos de época altoimperial va y dice “en qué ha quedado la esperanza, nuestros padres murieron y todo sigue igual que antes como desde el principio de la creación” (2 Pedro 3,4) [jooder el tío es más exagerao que yo que sólo me remonto a Tutmosis III]
Y para rematar la faena los romanos a partir del siglo IV se llamaron cristianos como los fanáticos del siglo XIX en esta diocesis hispaniarum ahora se llaman liberales y la noche es el día y de día es de noche en un permanente 1984 de doble pensar y doble decir
el mundo es regido por demonios, “el mundo todo está bajo el maligno” (1 Juan 5,19)
los malos espíritus -tenebrosos, maléficos y pestíferos-, lo demoníaco … y para colmo lo satánico
son fuerzas muy poderosas
a los espíritus ahora le llamaríamos “software” o programas de control mental o algo así, qué sé yo, digo esto porque como yo vivo atrapado en el Siglo I en cuanto comienzo a usar jerga arcaica la gente se me asusta
para lo demoníaco usaríamos jerga biológica
¿Y lo Satánico?
Esto es otro tema, es un cóctel explosivo, un nudo de muchos hilos, identidades colectivas (A=A) + programas de control mental + cerebro de chimpancé + “la serpiente primordial que se llama Satanás” como leemos en el Libro de la Revelación, el cerebro de reptil y supongo que otras cosas más pues estos asuntos son complejos
ser libre es decir estar libre del terror y la miseria es difícil en un mundo regido por malos espíritus, con una fuerte presencia de lo demoníaco y para colmo con una enorme capacidad de desencadenar lo satánico como vimos en Europa con partido de ida y partido de vuelta en el fin del mundo ( -1914/1945) del mundo del pan de trigo, el ajo, el aceite de oliva y el vino tinto
Comentario de Greñas (19/09/2016 22:25):
Ese tal Pedro, del Alto Imperio Romano, me da que era un poco punky. En el siglo XX en la margen izquierda de la ria de Bilbao lo habría dicho de otra manera.
A las pruebas me “repito”.
https://www.youtube.com/watch?v=z4A0KgGorVc
Comentario de Y (20/09/2016 11:21):
Muy bueno, Greñas, muy bueno, gracias, muchas gracias por hacerme sonreir esta mañana, que hashem te bendiga
Comentario de antonio (20/09/2016 15:47):
13.-
”luego se sumó (ca. 1947-1974) el escalón del final de la Edad del Hierro”
Pues si, ese periodo se denomina en economía-política como los ‘Treinta Gloriosos’. Y si, fue un real paso adelante, un ‘’camino-rampa pa’rriba”. Y desde ese momento, el movimiento helicoidal de la historia manda, estamos en el paso atrás, en el cual reaparecen los carcas de Suetonio defendiendo su posición y la de su clase. Su posición económica, desde luego, la determinante: defendiendo lo viejo.
No me parece, en absoluto, que lo viejo impere sobre lo nuevo. Su cuerpo renueva sus átomos cada año y todas sus células cada 7 años, usted arrincona lo viejo (incluido personas si es necesario) cada x tiempo, y los países y sus sociedades también lo hacen con el tiempo (y la violencia, me temo) suficiente.
Comentario de Y (22/09/2016 09:28):
Sí, un escalón
hay una planicie, un escalón, y una planicie
placa tectónica plana, escalón, placa tectónica plana
ha ocurrido una fractura a escala geológica, y el escalón tras el derrumbe de las sociedades agrarias basadas en la tecnología del hierro ha sido visto como (a) una imparable tendencia al alza dentro de (b) una visión lineal del tiempo (que por supuesto culmina en Nosotros los romanos pináculo de la civilización, la razón, la ciencia y la tecnología capaz de invadir la Dacia en tiempos de Trajano y capaz de enviar al infierno a cuatro millones de vietnamitas en tiempos más recientes)
Desde mi punto de vista sesgado, mediterráneo, el burro da vueltas a la noria mientras cambia el decorado, la tecnología y los porcentajes
La Edad del Acero -que los de letras llaman “Hierro”- se suele datar su comienzo en el Levante Mediterráneo circa 1200 aC; pero esto es el sesgo arqueológico de la historiografía que al mirar hacia atrás se va muy hacia atrás, a gran escala se puede decir que la Edad del Acero comienza en 1000 aC – 1000 dC: en las dos esquinas del Mediterráneo el reino de David (ca. 1000 aC) y el reino de Sancho (ca. 1000 dC) son iguales, así que
Hierro Viejo (- 1033 dC)
Hierro Medio (1033-1492)
Hierro Moderno (1492 – 1875/1975)
La Edad del Hierro termina con una revolución del Acero con el método Bessemer …
https://es.wikipedia.org/wiki/Convertidor_Thomas-Bessemer
… Y los grandes acorazados del fin del mundo (-1914)
La Edad del Hierro ha terminado, la historia de las sociedades agrarias mediterráneas basadas en la tecnología del hierro terminó
el primer acorazado de torretas giratorias …
https://es.wikipedia.org/wiki/HMS_Captain_(1870)
… volcó en Fisterra en 1870 cuando navegaba con velacho y gavia, es decir navegaba a vela como las naves fenicias que inauguraron la Edad del Hierro y el Alfabeto, y en 1870 es la Batalla de Porta Pía contra el romano pontífice Pío Nono … Vaticano I y Vaticano II marca muy bien el final de Roma y el final de las sociedades agrarias
En cronología de la colina vaticana también podemos subrayar la fecha del nacimiento y muerte de Pío XII (1876-1958) y el nacimiento de la Eta que es talmente el “ángel (…) purificador/exterminador” de tiempos del lehendakari/gobernador Nehemías y el escriba Ezra pero, claro, la Eta ha fracasado en las provincias forales de Castilla y, en cambio, el Irgún y la Haganá han triunfado a la hora de imponer el terror en la tierra de Canaan (1917-) porque el Antiguo Testamento (esto es la literatura de fantasía de época persa) sólo funciona si quien te promete una tierra es el todopoderoso es decir un imperio, ya el imperio persa ya el imperio romano británico ya el imperio romano norteamericano
Los hebreos del sur -es decir los arabohebreos- al igual que los hebreofenicio del norte llevaban viviendo en la Tierra de Canaan desde tiempos del Todopoderoso Tutmosis III Faraón de Egipto; pero en el año 1917 se enteraron que el Todopoderoso -es decir el Imperio Británico- le prometía su tierra a unos rusos
¿Por qué a unos rusos? Pues porque las élites culturales de tal imperio por un lado tenían en alta estima una colección de libros de fantasías persas y, por otro lado, creían firmemente en la maldita leyenda cristiana. La maldita leyenda cristiana que dice: “los de Jerusalem (…) lo condenaron [el texto habla de un exaltado melenudo denunciado a los romanos por el clan saduceo de los Anás/Ananías/Ananás]” y HaShem se enfadó tanto tanto con ellos que destruyó su Templo hizo las maletas y se marchó de Jerusalem a Roma como nos cuenta Flavio Josefo y Lucas el Viejo y a ellos los dispersó por todo el imperio
Total, que me pierdo, tal vez la señal más clara de que hemos vuelto al principio de la película sea que la mujer está recuperando el poder que tuvo en la Edad del Bronce
Comentario de Y (22/09/2016 10:43):
“Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros” (Emilio Mola)
desencadenar el terror sobre las gentes es un clásico
¿Hay algo más satánico que quemar a alguien en una hoguera?
¿Qué hizo Cayetano Ripoll para ser condenado a muerte en Valencia en 1826 en la plaza del mercado?
el pueblo siempre ha usado el terror contra la población
el pueblo es “el pueblo (de los señores)”
y/o el que controla una identidad/religión
cada julio de cada año tenemos que escuchar en la tele la misma mentira sobre que en esta provincia hubo un golpe de estado, mentira para ocultar la verdad histórica: el pueblo de los señores desencadenó el terror sobre la población comodiosmanda (y para más INRI contra los representantes de un Estado burgués, esto sí que es una novedad y no viene en los textos inspirados)
A Flavio Josefo una vez se le escapa que “los judíos se rebelaron … por animadversión hacia los judíos”: en julio del año 66 en la tierra de canaan la población le declaró la guerra al pueblo (“mi país ha sido destruido por una discordia interna” “una guerra civil” escribe Flavio Josefo); pero en julio del año 1936 en “la tierra del norte/poniente” el pueblo de los señores desencadenó el terror sobre la población comodiosmanda
Comentario de Y (22/09/2016 11:02):
Un día de estos
Un día de estos, ya falta muy poco, está al caer, un día de estos en el ABC leeremos que ese culmen y colofón final del imperio romano/cristiano-germánico que fue “la solución final” en realidad fue cosa pensada y perpetrada por rojos, gitanos, mahometanos, lesbianas y maricones
En fin, un día toca invadir Polonia y otro día toca invadir Irak, los caminos del señor son inescrutables, lo único claro de todo este colosal embrollo es que un buen romano y un buen cristiano siempre justifican el terror: (1) siempre que sea terror del pueblo sobre la población (2) siempre que sea terror de la clase dominante y (3) siempre que sea terror imperial
Corolario “Donald bin laden Rumsfeld”: las bombas buenas viajan en avión, las malas en camión
Comentario de Gekokujo (22/09/2016 12:42):
Hablando de la Gran Guerra una entrevista que añade un poco de perspectiva. Algo había leído al respecto, pero hace una extrapolación al momento actual interesante…
http://ctxt.es/es/20160921/Politica/8504/I-guerra-mundial-desigualdad-pobreza.htm
Comentario de Trompeta (22/09/2016 15:36):
Toma Yehuda ,ahora Y, que a ti te pone el tema de Israel:
https://www.youtube.com/watch?time_continue=5&v=-uFmgtoZ1DM
Comentario de antonio (24/09/2016 08:07):
Sobre los 2 terrores. A) El de los señores. Periodo de efectos: 1980 hasta hoy. La cuesta para abajo. Lenta, inexorable y legalmente. Lo viejo que gana a lo nuevo. Efectos: ruina, por expolio, por transferencia de rentas, de clases medias y bajas, la mayoría social, el 80% de los ciudadanos. La acumulación por desposesión en curso(David Harvey): privatizaciones del patrimonio común( empresas publicas, Welfare Sate), desempleo masivo, salarios a la baja, feudalismo laboral, desahucios, 80.000 dependientes a mejor vida, descenso de población etc.. B) El terror del pueblo: la población se triplica (la mayoría de músculos y tripas vivitos y coleando gracias a él), además de los consabidos números- fríos, ciertos y científicos: más crecimiento, más empleo, más salarios, más vivienda, más educación, más sanidad, más pensiones. Periodo de efectos: 1945-1975, el camino para arriba.
Algunos dicen que los dos terrores son iguales. Los romanos y los cristianos son lo mismo, el pueblo lucha contra la población en guerras civiles, etc.. Nos gobiernan demonios, y todos en sus manos hacemos lo mismo. Este aparente nihilismo sólo suele esconder una explicación: estos paisanos suelen estar del lado, cerquita, a su vera, y, (es el incentivo) disfrutando de alguna prebenda-posición económica,del terror de los señores.
Comentario de Neckbearded Sockshitter (24/09/2016 17:23):
¿Todo va aquí de lo mismo, y comentan los mismos? Llevo unos meses siguiendo la página, y es la impresión que me da, puro onanismo político.
Comentario de Asturchale (25/09/2016 11:08):
Sois una panda de cabrones. Como conseguis deprimirme siempre, joder? Porque ya la reseña del otro tocho sobre la Guerra de los Treinta Años era para llorar, pero esta directamente es para revolcarse por la ceniza y vestirse de tela de saco.
Recordaba, al leeros, algunos articulos de Ortega y Gasset, escritos hacia esta misma epoca. Cosas por el estilo de “la guerra es una manifestacion de fuerzas espirituales”, citando de memoria.
–
Aquellos intelectuales europeos que practicamente eyaculaban hablando de las fuerzas historicas y de la Guerra como manifestacion del espiritu de las naciones, me resultan tan extraterrestres como un canibal de Nueva Guinea. Tucidides me resulta mucho mas cercano, y el tipo vivio dos mil quinientos años antes.
–
Necesito creer que habia algo mas, que alguien nos esta tomando el pelo. Seguro que habia razones perfectamente materialistas y geoestrategicas para destrozar Europa y mandar a diez millones de chavales a la muerte. La codicia al menos la entiendo, toda esta palabreria sobre “purificacion” y sobre la “espiritualidad de la guerra” me resulta demasiado obscena.
–
Por cierto que esta gentuza todavia existe hoy, en el siglo XXI. Cuando entrevistaron a Gustavo Bueno, preguntando por que apoyaba la guerra de Iraq, solto majaderias muy parecidas a las de estos tipos de hace cien años.
“[…]—Usted, ¿qué paz quiere?
—Mi descanso es la pelea, como decía don Quijote.
—No ha habido manifestaciones a favor de la guerra…
—No hay nadie que quiera ir. La guerra no se busca, se encuentra. Está más ligada a los Estados que a la violencia. No son justas o injustas, sino prudentes o imprudentes, según las necesidades de los Estados.
—Hombre, yo diría que parece que el hombre se ha vuelto menos belicoso…
—No. El hombre no se ha vuelto menos belicoso, sino más imbécil.
[…]
—Dice que la paz no es ausencia de violencia…
—La violencia está en la paz. ¿O es que no metemos a la gente en la cárcel para preservar la paz?
[…]
-Yo creo que después del 11-S la guerra era inevitable.
—Pero no ha solucionado nada…
—Hay que dar la cara: es la dialéctica de la historia. No se trata de solucionar, sino de seguir viviendo.
—¿España ha hecho bien retirando sus tropas de Iraq?
—Creo que ha hecho mal: ha parecido complicidad, huida… Ha parecido que seguía el ritmo impuesto por el terrorismo islámico.”
http://fgbueno.es/hem/2004f18.htm
Comentario de Teodoredo (25/09/2016 12:09):
Kolakowski en la segunda parte de “las principales corrientes del marxismo”, en lo que parece ser una pésima traducción, interpretando el punto de Rosa Luxemburg hacia la postura de los socialdemócratas alemanes:
“La concentración en los efectos a corto plazo llevó a los reformistas como Schippel a apoyar el militarismo, pues el crecimiento de los ejércitos y la producción para la guerra reduciría el desempleo y evitaría las crisis aumentando la capacidad adquisitiva. Ésto, según Rosa Luxemburg, era económicamente absurdo, pues las crisis no se deben a un desequilibrio absoluto entre el consumo y la producción, sino a latendencia inherente de la producción a sobrepasar las posibilidades del mercado, y los gastos militares serían sufragados por una u otra vía por la clase trabajadora”.
Cambien militarismo y ejércitos por burbuja y konxtruxión, cambien gastos militares por deuda y estarán en Espéin en el siglo XXI.
Comentario de yomismo (28/09/2016 09:05):
Para aquel que este esperando una traduccion, puede entretenerse con este otro, que no le defraudara en absoluto:
El diluvio. La Gran Guerra y la reconstrucción del orden mundial (1916-1931)de Adam Tooze
Espero ver por aqui una critica del mismo.
Y como ya han dicho, Sonambulos tambien es un ibro recomendable.
Comentario de yomismo (28/09/2016 09:07):
Se me ha pasado preguntarlo antes. Alguien puede opinar del nuevo tocho de Ian Kershaw?
DESCENSO A LOS INFIERNOS: EUROPA, 1914-1949