La guerra secreta 1939-1945 – Max Hastings
Max Hastings es un historiador británico de la Segunda Guerra Mundial de esos que habitualmente nos gustan en LPD: bastante ecuánime y moderado en sus juicios de valor, a la par que incisivo e interesante en la narración. Por eso, porque lo tenía bastante bien conceptuado (y me había leído ya sus libros sobre el final de la guerra en Europa, en el Pacífico, y la guerra desde la perspectiva de Churchill), me agencié el que había publicado más recientemente sobre los servicios de espionaje, a pesar de que ya venía avisado por un comentario sobre su parcialidad: para Hastings, avisa en la introducción del libro, gente como Edward Snowden son traidores a su país, y deberían ser juzgados como tales.
Y, en efecto, La Guerra Secreta no decepciona: es tan parcial como ya se temía yomismo (el comentarista de LPD), y más. Todo el libro, y eso quiere decir todo, sus casi 700 páginas, está trufado de comentarios de señor del ABC que sobran un tanto, y cada vez hastían más. Da continuamente el coñazo con lo buenos que eran los anglosajones, el Imperio de la Libertad, frente a los malvados totalitarismos. Los espías rusos en Inglaterra y EEUU son TRAIDORES, los espías en Alemania y la URSS, patriotas. Todo así. Al final, para rematar, vuelve a hablar de Snowden para explicar cómo por su culpa los maravillosos servicios de espionaje de EEUU han quedado en tela de juicio en el contexto de la Guerra contra el Terror que estamos viviendo.
Es sorprendente encontrarnos una evolución tan rápida (igual es que sus otros libros eran traducciones de trabajos de hace veinte años, pero no creo) en una persona que, hasta la fecha, no había dado síntomas de chochez à la Félix de Azúa. Ahora, en cambio, es de esos que le dices la palabra “Madura” o “China” y ya saben cómo reacciona. De hecho, lo sabes de antemano, porque –insisto- SIEMPRE reacciona de forma absolutamente previsible frente a todo lo que está contando. Por si teníamos alguna duda de que los nazis y la URSS son malísimos en todo, ahí está el autor para recordárnoslo, una y otra vez. Y el que gracias a ello nos enteremos de maniobras particularmente divertidas (por lo chungas y enrevesadas) de los soviéticos no invalida la evaluación general que merece tanta parcialidad:
Uno de los ardides más cínicos de Beria se produjo en agosto de 1941: se lanzó a un grupo de agentes del NKVD, disfrazados de paracaidistas nazis, sobre la región autónoma alemana del Volga, con intención de probar la lealtad de sus ciudadanos. Aquellos pueblos en que se ofrecía cobijo a los recién llegados fueron masacrados por entero; la población superviviente de toda la región acabó deportada en Siberia y Kazajistán (págs. 232-233)
Churchill, en cambio, nunca se equivoca, y es más, tiene una inteligencia superior para analizar las situaciones, y una intuición que da gusto verla: ¡acierta donde otros habrían fracasado! De los proyectos de Churchill para hacer un portaaviones de hielo, desembarcar en los Balcanes, en absurdas islas del Egeo, en Noruega, en todas partes menos en Francia, ni una palabra. ¡Y eso que el propio autor se encargó de contárnoslo en su anterior libro!
La parte más divertida del libro es la que, en realidad, no se centra en la Segunda Guerra Mundial (lo cual tiene mérito en un libro que lleva “1939-1945” en el título), sino en lo sucedido en los años posteriores: el espionaje de la URSS en los países occidentales, sobre todo en EEUU, que les permitió, entre otras cosas, obtener la bomba atómica cuatro años después. Tan abundante y profunda llegó a ser la penetración del espionaje soviétivo que, según Hastings, toda precaución era poca:
Las acusaciones presentadas en la década de 1950 por el senador Joseph McCarthy, que llevó a cabo una cacería de brujas en un clima de histeria y paranoia, en algunos casos carecían de fundamento, pero en líneas generales tenían motivos sólidos. Centenares de estadounidenses que simpatizaban con la izquierda, y unos pocos que trabajaban por dinero, vendían de forma sistemática secretos nacionales a Moscú (pág. 460).
Menos mal que McCarthy tomó cartas en el asunto. Pero, aun así, no crean que eso sirvió para acabar con el problema: ¡los rojos se agarraban como lapas a sus nefandos ideales, incapaces de rendirse a la evidencia de una sociedad objetivamente mejor!
Es de suponer que los espías soviéticos, venidos de la sociedad más represiva y austera sobre la faz de la tierra, al llegar al hotel Taft en Nueva York, la primera parada habitual, debían de quedar embelesados ante la abundancia, el oropel, el glamour y la inagotable energía de Estados Unidos. Pero solo ‘se independizaba’ –desertaba- una cifra sorprendentemente baja e incluso quienes escribieron sus memorias mucho tiempo después del Terror prodigan pocos elogios hacia Estados Unidos. La mayoría parece haber vivido en una burbuja gris dominada por rectitud socialista y las costumbres rusas (pág. 462).
Este sesgo ideológico echa a perder buena parte del trabajo (y no porque sea un sesgo contrario a PABLO, como me apresuro a clarificar: tampoco me gustaría un libro “combativo” desde la izquierda, menudo coñazo). La cuestión es: ¿merece la pena leérselo, a pesar de ello? Pues la verdad es que no, porque el problema no es sólo ese, sino un discurso bastante plomizo y plano que enhebra prácticamente todas las explicaciones, y que le hace perder mucho interés al libro. Al menos, en la versión en español. Parece mentira que una cuestión tan dada a la especulación y lo novelesco como el espionaje caiga en ese tipo de problemas, pero así es (quizás para que nadie le acuse de fantasear, el autor confunde el fondo con la forma en la manera de protegerse de ese riesgo).
Más allá de estos dos problemas, ¿qué podemos extraer del libro? Por un lado, la idea de que el espionaje no fue tan importante, y desde luego no lo fue la parte más “romántica”, la de los espías en territorio extranjero que se disfrazaban de camareros, le servían sabrosos platos veganos a Hitler y aprovechaban para poner la oreja a ver qué se cocía en el alto mando alemán, o la actividad de la Resistencia en diversos países (en lo que coincide también con Beevor y, bueno, con cualquier historiador no francés).
Hastings destaca, incluso, que más importantes que los espías de las novelas fueron los análisis de estadísticas, noticias de prensa, etc, y demás fuentes públicas, para extraer conclusiones útiles sobre el enemigo. En concreto, se centra en la División de Investigación y Análisis (R&A) del OSS estadounidense: un fascinante macrodepartamento universitario sui generis dedicado a desarrollar trabajos de fuste académico, elaborados por gente tan citada en LPD como Herbert Marcuse. No se trata de espionaje, sino de análisis, muchas veces más útil que las veleidades e invenciones de los espías. Aunque por otro lado, a veces se perdían en generalidades y eran muy lentos (¡listillos universitarios!):
La R & A, más que cualquier otra organización, estuvo más cerca de materializar la opinión del oficial de la Marina británica Donald McLachlan, quien defendía que un trabajo de la inteligencia bien llevado debía manejarse como un procedimiento académico. Algunos de sus informes eran descabellados, pero otros dejaban ver las sobresalientes capacidades de sus autores. La R & A generó materiales más deslumbrantes que los publicados por el MI6, el Abwehr o –por lo que sabemos hasta la fecha- el NKVD y el GRU. A menos que los servicios de inteligencia lograsen infiltrarse de forma extraordinaria en las altas esferas enemigas o de los futuros enemigos, como sucedió en el caso de Richard Sorge, atendiendo a las palabras de Hugh Trevor-Roper: ‘se podían obtener más deducciones de un estudio inteligente de las fuentes públicas que de cualquiera de los ‘agentes fiables’ pero poco inteligentes que escuchaban por el ojo de la cerradura o se sentaban a beber en los bares’. Buena parte de los triunfos de la R & A consistió en el intenso aprovechamiento de las fuentes abiertas, además de las secretas (…) Una de las quejas relativas a los resultados de la R & A se centraba en el hecho de que al equipo de operaciones le costaba convencer a los académicos para que estos preparasen resúmenes en tiempo real sobre aquellas cuestiones que los comandantes debían abordar en cuestión de horas o de días. Los intelectuales en la división preferían trabajar durante semanas, si no meses, en asuntos relativos al ‘marco general’ (págs.. 382-383).
Tuvo más importancia, en cambio, la descodificación de las claves secretas del enemigo (los japoneses y los alemanes), y sobre todo la descodificación de la máquina alemana Enigma por parte de los británicos, para la guerra submarina, para anticiparse a sus maniobras, lanzar técnicas de contrapropaganda que enmascarasen las iniciativas propias, etc. Que tampoco funcionaban siempre a la perfección (en fecha tan tardía como diciembre de 1944, los Aliados occidentales se ‘comieron’ totalmente la ofensiva alemana en las Ardenas), pero que tuvieron una importancia significativa para decantar decisivamente el conflicto en sus momentos álgidos (1942-1943).
Hastings considera que, desde el momento en que entra la URSS y, sobre todo, los EEUU, en la guerra, nada podía provocar un cambio en su resultado final. Tampoco el espionaje, que, en todo caso, pudo acelerarlo o facilitarlo (pues si algo queda claro en el libro es que los alemanes, y no digamos los japoneses, eran unos incompetentes en la materia). La verdad es que aquí da la sensación de que Hastings cae en cierto determinismo histórico influido por el relato posterior y el potencial industrial, económico y humano de las dos partes en conflicto; y, sobre todo, por el resultado, claro. Pero hay una serie de acontecimientos que podrían haber funcionado de manera muy diferente –perjudicial para los Aliados- sin mediar el espionaje. Sobre todo, en dos momentos centrales:
– Por un lado, la invasión alemana de la URSS, o mejor dicho los meses posteriores a la invasión. La invasión en sí se la come Stalin con patatas, negándose a aceptar nada de lo que le dicen sus propios servicios de inteligencia, ni mucho menos los avisos de los británicos, en plan paranoico: toda la información está viciada, todo es desinformación; ¡todo el mundo intenta engañarme, salvo el Führer! (en descargo de Stalin, tal vez el hombre estaba demasiado ocupado escribiendo cosas sobre socialismo científico, sobre lingüística, economía, o montando juergas y purgas a saco, o recibiendo cartas de gente e incluso contestándolas, como nos dicen todos los historiadores que hacía continuamente). En cuestión de meses, los alemanes están a punto de cepillarse al Ejército Rojo, y llegan a las puertas de Moscú. Ahí, son frenados por las divisiones siberianas que envían los rusos a toda prisa para sostener el frente y contraatacar. Divisiones que llegan gracias al aviso del espía soviético en la embajada alemana en Tokio, Richard Sorge, que asegura que los japoneses no atacarán la URSS, y se decantarán por ir contra los Aliados occidentales (como así harían).
– Por otro lado, el Día D. Los Aliados montan una complicadísima operación de engaño, que incluye crear un falso Ejército, bajo el mando del general Patton, que supuestamente tendría que desembarcar en el paso de Calais (el brazo de mar más estrecho, y más lógico). Para cuando los alemanes se percatan de que el verdadero desembarco es en Normandía y, sobre todo, de que éste será el único desembarco, ya es muy tarde.
En otros éxitos o fracasos (según se mire) del espionaje en la Segunda Guerra Mundial (como la batalla de Midway, la Operación Torch en el Norte de África, Pearl Harbor, incluso la guerra submarina), puede argumentarse que no habría cambiado el resultado final. Pero aquí, la verdad, a mí no me parece tan claro. Tal vez Alemania habría vencido (o habría sufrido una derrota mucho menos total y aplastante) si hubiera logrado vencer a la URSS en 1941-42. Y habría que ver qué habría sucedido con los Aliados occidentales si el Día D hubiera fracasado. Probablemente Alemania habría acabado perdiendo igual con los rusos, para desesperación de Hastings; pero habría sido mucho más costoso, y las consecuencias sociopolíticas, mucho mayores, con una Europa controlada por Stalin (menos España, claro; ¡con España no se habrían atrevido!).
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Comentario de Trompeta (11/07/2016 21:36):
Bueno pues gracias por la reseña Don Guillermo, otro libraco que me apunto para no perder el tiempo con él.
“para Hastings, avisa en la introducción del libro, gente como Edward Snowden son traidores a su país, y deberían ser juzgados como tales.”
Sería divertido saber la opinión del susodicho sobre los ya dimitidos responsables del Brexit.
“Churchill, en cambio, nunca se equivoca, y es más, tiene una inteligencia superior para analizar las situaciones,”
Creo que los que “disfrutaron” de La batalla de Galípoli o batalla de los Dardanelos tienen una idea bastante distinta por no hablar de cuando Stalin se le meo en la cara cuando se quedó con Polonia tras la gran guerra patria.
En fin, serafín cada uno cuenta la cosa como le va.
De todas formas como aquí dicen hay muchos discursos modelnos posmodelnos (hembrismos,podemismos,libeggggagismos)
http://www.terceracultura.net/tc/?p=6065
Comentario de Latro (11/07/2016 22:47):
Yo voy por la mitad y si, me chirriaron ya algunas cositas ; lo de Snowden sobraba, por ejemplo, y el “que guapo Churchill” también, aunque si refleja un punto importante, la diferencia entre las democracias, aún con personalidades fuertes, donde se puede discutir, y el “no hay huevos a decirle esto a Hitler/Stalin ni que tengas todas las pruebas en la mano”
Pero… aparte es que la traducción es infumable. Tiene errores a mansalva. Si le vuelvo a leer que no se quien conocia a no se quien mas de la “Iglesia de Cristo”, para referirse a Christ Church en Oxford…
Comentario de Latro (11/07/2016 22:58):
Ah, y también compro la tesis principal; el espionaje puede ayudar, pero como ya sale en el libro, muchas veces por mucho que tengas la información si no hay los medios no te sirve de nada.
Y claro, la diferencia entre el papel de la inteligencia de señales y la “humint”, que siempre queda mas peliculera en la mente de todos los involucrados, pero que luego 3/4 partes de los mismos resultan ser unos fantasmas…
Comentario de Armin Tanzarian (12/07/2016 08:46):
“Ahora, en cambio, es de esos que le dices la palabra “Madura” o “China” y ya saben cómo reacciona.”
Con “Madura” ¿estaba pensando en una MILF o en el presidente de Venezuela? Lo digo porque las reacciones no son las mismas. No en mi caso, por lo menos.
Comentario de lovelesss (12/07/2016 13:22):
Por si os interesa, entrevista al Hastings en el A Vivir que son dos días, sobre el libro. Ya me chirriaron algunas cosas cuando la escuché…
http://cadenaser.com/programa/2016/04/14/a_vivir_que_son_dos_dias/1460630988_240558.html
Comentario de hglf (12/07/2016 18:24):
Saludos
Muchas Gracias al profe López por comentar el libro.
Y a “lovelesss” por pasar los audios. No tengo tiempo para poder escucharlo todo. Pero de los 10-15 minutos escuchados, Mr. Hastings me parece un señor con ideas mas o menos claras. Mas claras que las mías seguro. Cuando hablan sobre que el coraje se va perdiendo con la edad,… pues resulta obvio solo después de haberlo planteado. Es decir, se aparta de la imagen de Hastings que me hacia al leer el comentario del libro.
En fin, para intentar forzar un “Juego de Tronos” aquí, el Snowden ese me parece mas traidor que héroe. Es decir, imaginen si alguno aquí se pusiese a contar los secretos mejor guardados de LPD, el password, o el nombre de usuario de alguno de los editores.
Saludos
P.D. Portugal se las volvio a meter eh?
Comentario de Lalo (12/07/2016 19:50):
Entonces para usted no existe el concepto de complicidad penal tal y como desarrolla su argumento.
Comentario de hglf (13/07/2016 14:38):
¿Se refiere a mí?
No, no conozco el concepto de complicidad penal. ¿Por qué motivo se aplica al caso de Snowden?.
Comentario de yomismo (14/07/2016 11:56):
Pues si, al final lo acabe, pese a la parcialidad que supura y al desorden absoluto en el desarrollo de todo, un puro caos.
Y esperando que los de Despertaferro me traduzcan todos los tochacos de Glantz del frente del este, me he pasado una temporada a la la guerra de de los 30 años y de los 80 años, que se esta publicando mucha cosilla interesante en castellano, de momento el primer volumen del señor Guthrie:
http://www.edicionesplatea.com/batallas-de-la-guerra-de-los-treinta-anos-william-p-guthrie/
Que los originales en ingles no son precisamente baratos.
Tras la lectura, ganas de volver a jugar a los soldaditos:
https://boardgamegeek.com/boardgame/101682/saints-armor
Comentario de yomismo (14/07/2016 12:49):
es evidente, algun problema de cache en la red
Comentario de Lalo (14/07/2016 18:49):
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/05/07/actualidad/1431011491_487140.html
Comentario de esmolensqui (16/07/2016 19:26):
Seguramente la conozcan ya pero por si acaso alguien no:
Rubicón. Serie USA. Una temporada. Trata de una agencia de inteligencia americana, que existe en la realidad, que no tiene agentes operativos sino sólo analistas. Su función consiste en recibir información de todas las demás agencias, analizarla y evaluarla. La serie no se renovó y esto dio lugar a la leyenda de haber sido vetada por el gobierno federal debido a su excesivo realismo.
Comentario de Guillermo López García (19/07/2016 09:02):
#10 Disculpe, yomismo. Su mensaje se había quedado en la cola de moderación (cualquier mensaje con varios enlaces va allí), y como estamos a medio gas postelectoral no había visto los mensajes hasta hoy
Comentario de Fulano (19/07/2016 12:22):
A mí lo que más me molesta es su tendencia a juzgar a los personajes de los que habla en términos, digamos, estéticos. En varios momentos emplea expresiones como “melodrama barato” o semejantes.Como decimos en Asturias, “había que vete a ti” en esas situaciones.
Aun así, si uno tiene un poco de interés en el tema, merece la pena. Y si no se pasa el mono, estan los libros de Ben McIntyre, que son más entretenidos y mejor escritos, aunque quizá menos rigurosos.
Comentario de Latro (19/07/2016 13:11):
#14 Tampoco cargaría mucho contra Hastings por eso; es que la historia en si da para todo.
Por ejemplo, yo me lei la historia del Agente Zigzag en un libro de McIntyre y si, es muy interesante, pero… siempre te queda la duda. Que McIntyre nunca despeja, a veces recalca, pero en general se pone del lado “heroico/romántico” del personaje… pero ahi queda esa duda, de decir… ¿de verdad este señor no seria un absoluto fantasma, un vividor con mas cuento que moral, vamos, lo que habia sido toda la vida, que en vez de tener ese episodio de “valentia moral” en la guerra, fue dando tumbos y tuvo suerte?
Igual con su libro sobre los agentes de la “Double Cross”. Si geniales, y si, historias asombrosas, pero tiene cada momento de melodrama barato, documentado por los mismos “controladores”, en plan no se si a la señora esta le estamos dando la coba o la importancia suficiente como para que no nos traicione por simple despecho o por sentirse ignorada…
Comentario de Latro (19/07/2016 13:17):
#14 Ahora que medio recuerdo alguno de los detalles, el gran drama del asunto era una espia francesa a la que le prometieron y le juraron que le llevarian a su perro a Londres y … sabra dios donde termino el animal (muerto, seguramente) y de ahi las dudas ante su posible reacción y “fiabilidad” de no hacerse triple agente por vengarse de los que le perdieron el chucho y…
Si eso no es melodrama barato ya me dirá usted donde está el listón :)