GOP: 100 años patéticos
Como seguramente sepan, este año 2016 se celebran elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América, y aquí en LPD tenemos un mono electoral que nos agradece cualquier cosa para hacer un Especial Elecciones. Hasta que pinchó Jeb Bush hace unos meses, todo parecía indicar que un Bush o una Clinton acabarían en la Casa Blanca, en una tradición -ya sea de presidentes o vicepresidentes- que entonces cumpliría 40 añitos en 2020, (con un interregno de ocho años de Barak Obama, durante cuatro de los cuales una Clinton fue Secretaria de Estado, el quinto cargo más importante del país). Ahora parece que un billonario pirado va a hacerse con la nominación republicana, demostrando al mundo que USA sigue siendo el reino de la meritocracia. Quién sabe, puede incluso que gane, aunque la última vez que los republicanos ganaron unas elecciones sin un Nixon o un Bush en la papeleta fue en… 1928.
Hace poco nos pusimos con los logros de un presidente demócrata [1] (primo lejano de un presidente anterior [2], la “tradición” viene de lejos, aunque al menos eran de partidos distintos). Hoy queremos concentrarnos en el lado republicano. Y lo cierto es que los presidentes que este partido aportó durante los últimos 100 años dan bastante penita. Warren Harding, el primero, apenas duró un año pero lo aprovechó para generar escándalos [3] a puntapala. Herbert Hoover y George Bush padre ni siquiera lograron la reelección, lo que los coloca en la categoría de losers. Gerald Ford tampoco, con el agravante de que ni siquiera había sido votado para su primer mandato. Nixon la logró, pero (tras una presidencia relativamente exitosa [4]) tuvo que dimitir humillado por el escándalo Watergate. Calvin Coolidge y George Bush hijo fueron reelegidos y agotaron sus mandatos… al final de los cuales estallaron las dos mayores crisis económicas del siglo, la Gran Depresión y la Gran Recesión, en gran medida como consecuencia de sus políticas económicas. Vaya panda.
Quedan Eisenhower y Reagan. Apenas dos presidentes de los que estar orgullosos en un siglo. Y aquí se obra el misterio: que solo interesa uno de ellos. En el partido republicano actual, y en casi cualquier foro de derechas (liberal, conservador o mediopensionista y llegando hasta España), Reagan gana por goleada en términos de popularidad [5], mientras Eisenhower es apenas una nota a pie de página, a pesar de que su administración (1952-1960) son los proverbiales “buenos viejos tiempos” a los que todos quieren volver. ¿Cómo puede un actorzuelo que pidió 14 prórrogas y se pasó la Segunda Guerra Mundial [6] haciendo películas de propaganda mientras sus compañeros tenían que irse a pegar tiros, que defendía valores familiares cuando fue el primer presidente divorciado, y que disparó la deuda pública [7]… cómo puede Reagan ganar en popularidad a un militar de carrera que ganó a los nazis, redujo la deuda y fue el último republicano que eliminó el déficit público durante su mandato? Pues en primer lugar, Eisenhower ganó a los nazis, sí, pero Reagan ganó a los soviéticos, mucho más malvados y peligrosos, y encima con un régimen de perestroika que poco o nada tenía que ver con Stalin… ¡y precisamente por eso era tan peligroso! Pero sobre todo, una somera lectura de esta larga y entretenida –aunque limitada, especialmente porque Ambrose es un fanboy confeso de Eisenhower y elimina todo lo que haga feo- biografía sugiere que la deriva derechista del partido republicano en las últimas tres décadas ha dejado a Eisenhower, un aburrido y conservador señor de derechas de toda la vida de Dios, como un peligroso rojeras sin moverse de su sitio.
Un proto-ZP en la Casa Blanca.
Los comienzos
Dwight David “Ike” Eisenhower nació en 1890 en el seno de una familia de origen alemán menonita (¡y con una madre de inclinaciones pacifistas!) y pasó su infancia y adolescencia en Abilene, Kansas, una pequeña ciudad, casi un pueblo, habitado por gentes trabajadoras, religiosas y republicanas hasta las cachas. Una especie de Quintanilla de Onésimo en versión USA. El tercero de siete hermanos varones (todos apodados “Ike”, Dwight en concreto era “Little Ike”), Ike creció en un ambiente muy competitivo, siendo un estudiante bueno pero reservando su pasión para los deportes. Cuando una herida en la rodilla se le infectó y amenazó con matarle, los médicos quisieron amputarle la pierna. Ike, febril y medio comatoso, les paró diciendo que prefería morir a perder la pierna, y se salió con la suya. Tenía 16 años. Ambrose la verdad es que no se explaya mucho más en su infancia, porque no hay mucho más que decir: Eisenhower no tuvo ni grandes epifanías, ni grandes crisis, ni nada similar. Desde siempre fue una persona sencilla, enamorada del buen funcionamiento de las cosas, y que sabía perfectamente quién era y qué quería.
Como la familia carecía de dinero, Ike buscó alguna universidad gratuita y acabó en West Point en 1911, donde su rendimiento académico fue mediano (y bastante malo en disciplina y en las artes creativas: le gustaba pintar y jugar al bridge y al golf, no tenía más hobbies; sus lecturas, incluso 30 años después, se limitaban a novelas de Zane Grey [8]; su incultura era legendaria), pero pudo dedicarse ampliamente a los deportes, que era lo que le gustaba. Sin embargo, en 1912 se lesionó la rodilla y los médicos le prohibieron jugar nunca más al fútbol americano. En un giro revelador, siguió asociado al equipo como animador (dando discursos antes de los partidos) y como entrenador, y descubrió que organizar y motivar equipos se le daba muy bien. Se graduó en 1915, en la clase [9] “sobre la que llovieron las estrellas”, pues un tercio de los 164 graduados acabó alcanzando el generalato, y dos de ellos, Ike y Omar Bradley, llegaron al rango de General de Cinco Estrellas del Ejército.
El jovencito Eisenhower.
Teniendo en cuenta su papel en la Segunda Guerra Mundial [6], resulta curioso que Ike no llegara a participar en la Primera [10]. Ni, de hecho, llegara a pegar tiros en persona. Cambiado frecuentemente de destino (se mudó 35 veces hasta llegar a la Casa Blanca), le tocó montar campamentos de entrenamiento, tarea que cumplió con sobresaliente, pero él quería luchar y pidió el traslado a Francia. Cuando al fin se lo concedieron, Alemania firmó el Armisticio una semana antes de embarcar. Pese a los ascensos logrados, Ike empezó a sospechar que le esperaba una vida de burócrata militar. ¿O estaba manifestándose ya el izquierdista objetor que llevaba dentro?
Acabada la guerra pudo formar parte de una comisión dedicada a la evaluación de la nueva arma surgida en la guerra: el tanque. Allí se juntó con George Patton, haciéndose su amigo pese a lo altivo, chulo y engreído que era Patton. ¡Ike se llevaba bien con todo el mundo! Sin embargo, su principal mentor y conocido luego como “el hombre que hizo a Eisenhower”, fue el general Fox Conner [11], jefe de Ike durante tres años en Panamá. Posteriormente, Ike recibió el encargo de redactar la historia oficial del ejército americano durante la Gran Guerra, para lo cual tuvo que viajar a Francia a los campos de batalla (es decir, se ganó un viaje a Europa con gastos pagados para realizar un trabajo académico que luego nadie leyó; izquierda caviar pura), lo cual tuvo el benéfico efecto de mostrarle los campos de batalla de la siguiente guerra.
Desde 1929 y hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Ike siguió siendo una rata de oficina, esta vez bajo el mando directo de dos hombres completamente antagónicos: George Marshall y Douglas MacArthur. Aparte de sus diferencias personales y políticas, también iban a ser los líderes de dos facciones enfrentadas en el ejército durante la guerra, los “Europa primero” y los “Asia primero”. Ike, siempre en su línea de sonriente sunny boy de Kansas, se llevó bien con ambos, y en 1935 fue con MacArthur a Filipinas, donde este debía supervisar la creación de un ejército nacional con vistas a la concesión definitiva de la independencia en 1946. Como a MacArthur le aburrían los detalles, Ike se tuvo que encargar casi de todo, incluyendo reunirse una vez por semana con el presidente Manuel Quezon, aprendiendo mucho sobre la interactuación entre la esfera política y la militar. De hecho, Ike siempre se consideró un político mejor que los políticos, porque según él hacía lo mismo pero sin el fanatismo. En párrafos así uno tiene la impresión de que Ambrose se pasa de amor. También por sus silencios: no se menciona la Gran Depresión, ni tampoco el Bonus March [12], un 15M de veteranos disuelto violentamente por el ejército y en el que Eisenhower participó a desgana.
¡La Guerra!
Finalmente –aunque solo llevamos un 6% del libro- estalla la Segunda Guerra Mundial, justo cuando Ike se ha librado de MacArthur (quien a sus espaldas ha tramado un estrambótico nombramiento como Mariscal de Campo del ejército filipino) y regresado a los Estados Unidos. Estamos en 1940, y aunque sus superiores le tienen en muy alta estima solo es un teniente coronel de 50 tacos algo demacrado. De haberse caído muerto al bajarse del barco (llevaba un lustro en el trópico y fumaba cuatro paquetes de Camel al día desde hacía 30 años), hoy solo sería una nota a pie de página en la historia del ejército filipino. Sin embargo, su carrera está a punto de despegar. Si pensamos que apenas 13 años después va a ser el hombre más poderoso del mundo, se puede decir que es asombrosa.
Al llegar, recibe un nuevo destino, y esta vez al mando de tropas, a las que acompaña entusiasta en las maniobras. En marzo de 1941 es nombrado coronel, tiene un destacado papel en unas gigantescas maniobras [13] que le dan a conocer al gran público, y en octubre asciende a general de brigada (ascensos temporales). En diciembre, los japoneses atacan Pearl Harbor [14], George Marshall le llama a Washington, le incorpora al estado mayor y le manda elaborar una estrategia para Asia (donde Ike asume que las Filipinas se perderán, pero que aún así hay que hacer algún esfuerzo por razones políticas). Seis meses más tarde, como Ike conoce bien la estrategia general y les cae muy bien a los británicos, Marshall le nombra comandante de las fuerzas americanas en Gran Bretaña. En ese momento, apenas son 55.000 hombres (por hacernos una idea, ya que Ambrose no pone ningún contexto, en la Operación Azul [15] participaban 4 millones de soldados), pero Ike da ruedas de prensa muy entretenidas y queda muy bien en las fotos, y vende con maestría ese ingenuo optimismo americano de sencillo chaval de Kansas, lo que le convierte al instante en el favorito de la prensa y mejora bastante la imagen de los americanos entre la opinión pública británica, que por lo demás los caricaturizaba muy adecuadamente con la frase “oversexed, overrated, overfed and over here” (a lo que los soldados americanos replicaban describiendo a los británicos como “underpaid, undersexed and under Eisenhower”).
Como decía una mujer destinada en Gran Bretaña: “todo muy sencillo: a los oficiales superiores femeninos les digo a todo que si, y a los oficiales superiores masculinos les digo a todo que no.”
Eisenhower en todo caso pone todo su empeño en desactivar tensiones:
Eisenhower oyó de una pelea entre un oficial americano y uno británico en el cuartel general. Investigó, descubrió que era culpa del americano, le degradó, y le mandó de vuelta a Estados Unidos. El oficial británico llamó a Eisenhower para protestar: “solo me llamó hijo de puta, señor, y todos nosotros ya hemos aprendido que esto es una expresión coloquial que a veces se usa casi como señal de aprecio.” A lo que Eisenhower replicó: “me he informado de que le llamó a usted un hijo de puta británico. Eso es muy distinto. Mi decisión es firme.”
Sin embargo, las distintas operaciones [16] para una invasión de Francia en otoño de 1942 y primavera de 1943 que Ike había planificado finalmente no se llevaron a cabo. Churchill [17], ya saben, en su particular cruzada [18] no se sabe muy bien para qué. En lugar de ello lanzan la Operación Antorcha, la ocupación del norte de África, con Eisenhower al frente. La operación reveló todas las debilidades militares de Ike: veinte años como oficial de estado mayor no pasan en balde, y Eisenhower se muestra timorato, cauteloso y partidario de seguir siempre el manual. Dada la doctrina militar estadounidense de los últimos 150 años (luchar con suministros ilimitados, medios vastamente superiores y tropas frescas contra un enemigo agotado que lleva varios años de guerra), tampoco es que importara mucho, y contra las tropas coloniales de Vichy hasta los bisoños marines lo tenían fácil, pero lo que estuvo a punto de costarle el puesto fue un estallido de la opinión pública que el mediático Ike ni siquiera había considerado: pensando en salvar el mayor número de vidas posibles, firmó un acuerdo con el almirante francés François Darlan [19], logrando neutralizar a los franceses. Darlan era un notorio colaborador de los nazis, y muchos pidieron la cabeza de Ike, acusándole de fascista, pero Ike insistió machaconamente en las vidas salvadas (1800 muertos frente a los 18.000 estimados) y logró el apoyo de Roosevelt y Churchill, reunidos en Casablanca, y de paso un ascenso –este ya permanente y no temporal- a general de cuatro estrellas para contar con autoridad sobre sus subordinados.
Ya enfrentado a los alemanes, Rommel le meó en la oreja un par de veces en Sidi Bou Zid [20] y Kasserine [21], pero la superioridad material americana y la rapidez de Ike en reemplazar subordinados incapaces acabaron decidiendo la campaña. Conquistada Túnez, Eisenhower y otros pensaron “qué pena desaprovechar todas estas tropas aquí reunidas, ¿porqué no invadimos algo?” y montaron las invasiones de Sicilia e Italia. Ambas, de nuevo, con un exceso de cuidado y planificación: en Sicilia, y pese a que los italianos se rindieron por millares, dos divisiones alemanas retuvieron a 10 divisiones anglo-americanas y finalmente escaparon tras infligir muchas más bajas de las recibidas. Y en Italia, nuevo escándalo por el pacto con Badoglio [22], que a la postre tampoco sirvió para nada porque los alemanes se hicieron con todo el cotarro a tiempo e Italia nunca fue una amenaza estratégica para ellos.
Overlord
Dados estos mediocres precedentes, cabe preguntarse cómo logró Ike que le pusieran al mando de la operación Overlord, la invasión del norte de Francia. Pues fundamentalmente, porque logró que las victorias pareciesen “victorias aliadas”, logradas entre todos y poniendo la causa común por encima de intereses nacionales. Luego, porque en 1943 Eisenhower había dirigido nada menos que tres ataques anfibios y sabía de qué iba el tema. Y por último, un contubernio soviético-iraní le dio el último empujón. ¿No me creen? Lean y juzguen.
El 28 de noviembre de 1943, con los avances en Italia estancados, los Aliados se reunieron en la conferencia de Teherán [23] (¡la conexión iraní!) para coordinar su estrategia. Stalin, saltándose con perrofláutica mala educación el orden del día, preguntó que cuando se iban a dejar de pendejadas en el Mediterráneo para abrir de una vez el Segundo Frente en Francia. Roosevelt le replicó que en verano de 1944, palabrita del niño Jesús, pero Iósif Vissariónovich Dzhugashvili no se contentó y quiso saber el nombre del comandante, a lo que Roosevelt tuvo que confesar que aún no estaba decidido. Demagógicamente, Stalin afirmó que eso demostraba que no iban en serio con el Segundo Frente. La escena debió ser dantesca: toda la bancada soviética, los torturadores y genocidas de la KGB con sus piojosas rastas, coletas y pipas de marihuana, riéndose de los líderes del mundo libre y acusándoles de cobardes. En estos momentos hubiese hecho falta un líder de verdad, un Churchill que mirase a Stalin a los ojos y le dijese con firmeza y dignidad que no iban a tolerar esa falta de respeto, y que la libertad y la democracia exigían que Stalin sacrificase otros dos millones de hombres contra la Wehrmacht, total solo eran rusos, mientras los demás contemplaban el espectáculo a salvo y calentitos desde el otro lado del mar. Pero Roosevelt carecía de la fibra moral de un Churchill o de un Aznar, y cuando Stalin en plena conferencia se sacó una teta para amamantar a Lavrenti Beria (pese a que Churchill, siempre tan concienciado con la conciliación, había promocionado una guardería durante la conferencia), el americano se vino abajo y prometió nombrar un comandante en cuatro días.
“Uy, ya me noto la teta llena. Traedme a Beria, que voy a desatar el terror en el Mundo Libre.”
Esto trastocó el plan original, que era intercambiar a George Marshall (jefe del estado mayor en Washington) y Eisenhower (comandante de las fuerzas en Europa). Esto habría obligado a rehacer un montón de equipos ya formados, y hubiese puesto a Eisenhower al mando de su anterior jefe (y también de MacArthur, con quien no acabó muy bien tras Filipinas). Además, Marshall era demasiado estirado para ser un buen jefe de equipo: en sus memorias, Eisenhower afirma que Marshall solo le llamó “Ike” en una única ocasión -durante el efervescente desfile de la Victoria en 1945-, y que incluso esa pequeña deferencia le asustó tanto que volvió a llamarle como cinco veces “Eisenhower” en la siguiente frase. Nada de esto hacía imposible el intercambio, pero para prepararlo hacía falta un tiempo que –cediendo al chantaje de Stalin- no estaba disponible, de modo que Roosevelt se decidió por Eisenhower como comandante para Overlord, y se lo comunicó de pasada en Túnez cuando volvía a Washington. Ya ven: sin Stalin ni Teherán, Eisenhower jamás habría llegado a presidente.
De Overlord y la liberación de Francia ya se ha escrito mucho [24], así que no vamos a excedernos aquí, sobre todo porque Ike, de nuevo, no hizo nada del otro mundo salvo balancear egos. Que no es poco, teniendo en cuenta la colección de ególatras que jugaban en su equipo (Omar Bradley, George Patton, Winston Churchill y Charles De Gaulle, con Bernard Montgomery como primadonna absoluta), pero de ahí a igualarle a Julio César y Guillermo el Bastardo (únicos, según Ambrose, en lograr una conquista exitosa a través del Canal), hay un trecho. Eisenhower tenía sus defectos, aunque a diferencia de otros comandantes era muy consciente de ellos y sabía montarse un equipo que los compensara. Así se explica su insistencia en retener a Patton, a pesar de los continuos escándalos [25] en los que este se metía: Patton tenía la agresividad de la que Eisenhower carecía, y que Eisenhower supo usar bastante bien para salir de las playas de Normandía.
Con la superioridad de medios, la victoria estaba cantaba, pese a fracasos como la operación Market Garden [26], que Ike sin embargo defendió como “una buena idea” toda su vida. Falló en muchos detalles (que Ambrose intenta exonerarle, que si Monty tal, que si falta de información… ¡cuando el propio Ike asumía como propia la responsabilidad!). En las decisiones importantes (elegir Normandía, atacar en frente ancho, interpretar el contraataque en las Ardenas, política de personal) lo hizo bien o tuvo suerte, pero la frase con la que Ambrose cierra este capítulo, “fue el general más exitoso de la mayor guerra jamás librada”, es sin duda exagerada.
(Nota: Ambrose en origen publicó dos biografías de Ike, una para su etapa como militar y otra para la presidencia, aparecidas en 1983 y 1984, que luego fusionó en el presente libro, aparecido en 1989. Yo supongo que la frase de marras sería el final de la primera, aunque no hay una divisoria clara.)
Posguerra
Ambrose también se pone de parte de Ike con respecto a lo que más tarde sería considerado su mayor error: no llegar a Berlín antes que el Ejército Rojo. Eso (y haber contactado directamente con el malvado Stalin para coordinar los ataques finales) fue muy criticado, aunque había razones militares muy sensatas: los soviéticos estaban más cerca, el camino desde Holanda pasaba a través de zonas pantanosas y con muchos lagos, la inteligencia advertía de un posible plan de los nazis de atrincherarse en los Alpes y usarlos como reducto para una guerra de guerrillas (por eso Ike priorizó el avance hacia el sur), y finalmente tampoco tenía mucho sentido sacrificar los 100.000 soldados que estimaban los planificadores solo para tener que devolverle Berlín a Stalin de todas formas, pues el reparto de Alemania estaba pactado desde Yalta. Así que Ike hizo caso omiso a Churchill y su insistente discurso “necesitamos tomar Berlín o los rusos se van a creer que lo han hecho todo ellos“. Posteriormente lo lamentó cual plañidera y aseguró que le pareció un error no haberlo al menos intentado, pero -significativamente- eso fue después de iniciar su carrera política en el partido republicano. Absolutamente nada de lo que dijo o escribió en 1945 o justo después indica que dudara ni un solo momento de las razones militares.
Estamos, claro está, en los años de abierto izquierdismo de Ike, en los que manifiesta sinceramente su fe en la alianza con la URSS y en las intenciones pacíficas de esta. Incluso viaja a Moscú en agosto de 1945, donde conoce a un Stalin muy campechano, aunque los lanzamientos de las bombas nucleares sobre Japón enfrían un poco los ánimos de sus anfitriones. En sus ansias infinitas de paz, Ike incluso relevará de su comando a Patton, que se negaba a desnazificar Baviera y hablaba de “empujar a los rusos hasta el Volga”.
Confraternizando con el enemigo.
Tras unos meses de comandante de la zona americana, Ike es nombrado jefe del estado mayor en Washington, donde intenta parar la histeria anticomunista insistiendo en que la URSS está tan arrasada por la guerra que no podrá librar otra en 20 años. Mientras, empieza a surfear sobre una ola de popularidad inusitada: todo el mundo le invita a dar discursos, y su círculo social empieza a llenarse de potentados y empresarios, un grupo conocido como “la pandilla”, aunque Ambrose nos asegura que no es que Ike se viera obnubilado por el gran dinero, ¡es que los ricachones están obnubilados por Ike! Surgen, naturalmente, las primeras voces de “Ike for President”, sin que esté afiliado siquiera a ningún partido político.
Ya en 1947 –y siempre según el propio Ike- el presidente Truman le propone un trato para las elecciones de 1948: Ike para presidente y Truman como su vicepresidente. En aquel momento, las posibilidades de Truman de ganar se consideraban ínfimas, y Ike rechazó lo que le pareció un intento del partido demócrata de usar su popularidad para salir del agujero. En el lado republicano también tenía sus fans, pero las élites del partido estaban sólidamente con Thomas Dewey, de quien creían que ganaría y gobernaría hasta 1956, fecha en que Ike sería demasiado viejo. El ”Sherman” [27] de Ike en 1948 estaba pensado como un “no para siempre”. En junio de ese año, Eisenhower se licenció, pero en vez de buscarse trabajo en la economía privada –por supuesto, le llovieron ofertas para ir a consejos de administración y aportar su infatigable energía a la creación de riqueza- se colocó… en la universidad. Y ni siquiera para dar clases, sino como presidente de la Universidad de Columbia. Puro sesteo universitario-podemita, por si lo dudaban. Tras escribir también sus memorias de la guerra, tituladas Cruzada en Europa, todo parecía indicar que Ike se iba a convertir en un entrañable jubilado en un rancho de juguete en algún lugar cálido del sur, jugando con sus nietos mientras cobraba de la teta del estado.
El salto a la política
Todo esto se viene abajo el 2 de noviembre de 1948. Truman, ese contable gris de Missouri, ganó contra todo pronóstico, e incluso arrastró al partido demócrata, que recuperó las mayorías en el Congreso y el Senado. El partido republicano, que ya se veía derogando el New Deal, se quedó con un palmo de narices.
La herencia recibida de la Gran Depresión: ni siquiera Metroscopia pudo impedir una quinta administración demócrata consecutiva.
Cuenta la leyenda que Ike se sentó esa misma noche a redactar una hoja de ruta para llegar a la Casa Blanca en 1952. Hoja de ruta que consistía en negar rotundamente que quisiera llegar a la Casa Blanca mientras evitaba posicionarse sobre asuntos partidistas y cultivaba una imagen de preocupación por la política exterior, que necesita muchos pactos de estado, la pobre. El salto vino en 1950: en junio, estallaba la Guerra de Corea, en julio, Ike visitó a un grupo de republicanos notables en un resort de California [28] (donde conoció por primera vez a un joven Richard Nixon), y en diciembre, era nombrado Comandante Supremo de la recién fundada OTAN. Todo ello en línea con su cháchara de “a ver, que sé que soy perfectamente capaz de ser presidente, pero no me apetece serlo… aunque una gran amenaza para la nación me haría reconsiderarlo.” Esa “excusa” la encontró en la amenaza comunista, llegando al punto de decirles a sus amigos –ricachones con conexiones, recuerden- que una nueva victoria de los demócratas en 1952 iba a significar la deriva definitiva del país al socialismo y a la dictadura, y que sería la última vez [29] que votasen libremente (aún así, todavía en 1951 Truman le ofreció de nuevo la candidatura demócrata).
Pero una cosa es lo que dices, y otra lo que haces: como Comandante Supremo se dedicó a pedirles a los europeos que aumentaran su potencial militar, incluyendo presionar a Francia para otorgar la independencia a Indochina y repatriar las 10 divisiones que tenía desplegadas allí. ¡Incluso llegó a flirtear con la idea de meter a Yugoslavia en la OTAN! Finalmente, como el más probable candidato republicano, el senador Robert Taft [30], era abiertamente hostil a la Alianza, Ike dio el paso y a finales de 1951 se postuló como candidato para meter un poco de sentido común en la política exterior republicana (con la interior siempre estuvo de acuerdo), cuya Vieja Guardia era capaz de exigir una intervención armada para liberar Europa del Este al mismo tiempo que se negaba a aportar un centavo para defender Europa del Oeste por medio del Plan Marshall y la OTAN. Con su perfil apolítico (y gracias a sucias triquiñuelas políticas de sus asesores, así como el apoyo de Nixon, que arrastró a la delegación de California y se ganó así ser su vicepresidente), Ike ganó la nominación republicana, y gracias a su popularidad y energía ganó las elecciones presidenciales, con el clásico discurso republicano: no a los impuestos, no al déficit, no a la inflación, los afroamericanos mismos derechos pero la sociedad aún no está preparada, no al comunismo en todas sus formas. Específicamente, no a la traición de Yalta, y denuncia de la “pérdida” de China. (Ike había implementado lo de Yalta como comandante militar en Europa, y lo de China había ocurrido durante su mandato como Jefe del Estado Mayor, sin que en ninguno de los dos casos manifestara desacuerdo, reparos o amenazara con dimitir, pero “hey, I’m just a simple country boy from Kansas!”)
Presidencia
¿Significa todo esto que en el fondo no era el izquierdista que decimos? Naaa, puro postureo. A los seis meses de mudarse a la Casa Blanca, y tras hacer campaña con las “traiciones” de Yalta y China, Ike perpetró la “traición” de Corea y detuvo la guerra (con un armisticio que aún sigue vigente y da bastantes problemas [31] amén de situaciones surrealistas [32], pero en eso algo tendrán que ver los otros presidentes de los últimos 60 años). Lo de Yalta fue peor, porque la Vieja Guardia preparaba una resolución de total repudio al tratado, mientras que Ike, en un clásico “donde dije digo digo Diego”, afirmaba que Yalta estaba bien, solo que la URSS había violado “su espíritu”. Pero cuando la pelea estuvo a punto de separarle del partido y dejarle políticamente muerto, en palabras de Ambrose, “de todas las personas del mundo, precisamente Stalin acudió en ayuda de Eisenhower”: el 5 de marzo de 1953 moría el dictador soviético, y ante la posibilidad de un cambio de dirección en la URSS y un deshielo, los debates sobre Yalta se archivaron.
“Va por ti, Ike. No me falles.”
Ike remató el cambio de rumbo con su segundo discurso más conocido, “oportunidades para la paz”, un panfleto digno de Gandhi:
“Cada pistola fabricada, cada navío de guerra botado, cada cohete disparado significan, al final, un robo a aquellos que pasan hambre y carecen de comida, que tienen frio y carecen de ropa. Este mundo en armas no solo está gastando dinero, está gastando el sudor de sus trabajadores, el genio de sus científicos, y las esperanzas de sus hijos. El coste de un bombardero moderno es un colegio de ladrillos en 30 ciudades. Es dos plantas eléctricas para dos ciudades de 60.000 habitantes. Es dos hospitales completos. Es cincuenta millas de pavimento de cemento. Pagamos medio millón de fanegas de trigo por cada caza. Pagamos por un destructor con los hogares de 8000 personas… Esta no es una forma de vida aceptable. Bajo la amenaza de guerra, la humanidad cuelga de una cruz de hierro.”
Despachados los asuntos simbólicos, Ike pudo dedicarse al fin a los asuntos importantes: carguitos (montó un gabinete formado por “ocho millonarios y un fontanero”), déficit y defensa. Como toda persona de bien, Ike sentía que gastos e ingresos tienen que estar equilibrados. Como buen republicano, no creía en las zarandajas de “a lo largo del ciclo”. No obstante, y al contrario que los actuales talibanes republicanos y sus franquicias en todo el mundo (para quienes el déficit no es más que una excusa para reducir el estado y así poder bajar impuestos), Ike pensaba que el control del déficit era un fin y no un medio, y no se le caían los anillos para, primero, recortar gastos en Defensa –haber sido lobista militar le ayudó a saber que los militares siempre piden más de lo que necesitan- y, segundo, mantener los impuestos altos, logrando así el ansiado equilibrio.
Ambrose pasa de puntillas por asuntos algo sórdidos como lo de Irán [33] y las discriminaciones que dan comienzo al movimiento por los derechos civiles. También las histerias del senador McCarthy, a las que Ike reacciona de forma, para Ambrose, totalmente ecuánime: sin mover un dedo –para no darle publicidad, que McCarthy solo quiere llegar a presidente, el muy trepa, y ¡coño!, al fin y al cabo solo persigue comunistas- hasta que algún amigo/protegido/nominado de Ike grita “¡que soy compañero!” mientras está recibiendo hostias como panes ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses [34], momento en que Ike salta valientemente a la palestra… para amonestar a McCarthy haciéndole el vacío, o algo similarmente inocuo, y el marhuendismo de Ambrose ya deja de ser entrañable y directamente pasa a ser irritante (la única crítica es que las prerrogativas presidenciales que obtuvo Eisenhower las usó Nixon para intentar tapar el Watergate). Pero de nuevo todo esto es puro postureo, porque tras cederles media Corea, media Alemania y media Europa a los comunistas, Ike también les cede medio Vietnam mientras hace oídos sordos a cinco peticiones distintas del estado mayor y de su gabinete, casi unánimes, para que use armas nucleares tácticas contra la China popular. Y para más inri, plantea unos recortes en Defensa que le critican hasta desde el partido demócrata, que por cierto en 1954 recupera de nuevo las mayorías en el Congreso y el Senado (cabe decir que no por la política exterior, sino porque el secretario de Defensa –y ex-presidente de General Motors – comparó a los parados con “perros vagos”).
No obstante, en 1955 las cosas mejoraron: Ike logró una distensión con China, e intentó otra con la URSS en Ginebra de la que no salió nada firme, pero quedó un espíritu de entendimiento, y el lustro 1955-1960 fue -salvo por la crisis de Suez- de relativa calma. Pero sobre todo se aseguró la victoria electoral por la gestión de la depresión post-guerra de Corea: con un presupuesto equilibrado (recortando gasto militar, recuerden) y a pesar de que/gracias a que (tachen al gusto) Ike subió el sueldo mínimo de 75 centavos por hora hasta 1$, la economía entró en un boom, incluyendo astronómicas ventas de coches que motivaron una masiva inversión en carreteras federales, bajando el paro al 4%.
Subir un 33% el sueldo mínimo con la inflación al 1%. Con republicanos así, yo también me hago conservador.
Y ya sé que esto es un dato muy cuñado, pero no me resisto a darlo por lo que ilustra del optimismo de la época: sobre 1955 el baby boom de postguerra llegó a su pico, con la tasa de fertilidad alcanzando los 3.7 niños por mujer, el nivel más alto del siglo y un valor sin paragón en una economía industrial madura (España no alcanza ese nivel desde los años 30). En estos años, Eisenhower está creando la legendaria clase media americana, la que con un solo sueldo era capaz –sniff- de sostener cuatro churumbeles, mandarlos a la universidad, comprar una casa, un coche enorme y un televisor (cuando una tele era “alta tecnología”), y veranear en Hawái, que puso un hombre en la Luna con las sobras que le quedaban, y que al igual que Ike yace muerta y sepultada en algún lugar del Medio Oeste. Pero en 1956 lo que había era un optimismo rayano en la euforia, la gente estaba on fire y se palpaba una reelección masiva: Ike ganó 57-42 y se llevó todos los estados salvo los del Sur. Tan bien iba todo que los demócratas hicieron más hincapié en su edad (66, de cumplir el segundo mandato se convertiría en el presidente más viejo ever) y su salud (un infarto en 1955 y una ileítis) que en otra cosa.
La reelección también puso a prueba su relación con Nixon: Nixon era su cordón umbilical con el partido, un republicano pata negra que actuaba de machaca de Ike mientras este se las daba de estadista integrador. Aquí Ambrose –sabiendo ya como acabará Richard “Tricky Dicky” Nixon- nos mete otra de sus marhuendadas e interpreta las acciones de Ike en plan “Eisenhower se olía que Nixon no era trigo limpio, pero su sentido de la lealtad le impedía simplemente despedirle“, así que le sugirió que se ofreciese a cambiar su puesto de vicepresidente por el de Secretario de Comercio para ganar algo de experiencia en un puesto ejecutivo, pero Nixon se plantó y Ike tragó por lealtad mal entendida.
Segundo mandato
Ya durante las elecciones, Eisenhower dio de nuevo muestras de su acendrado izquierdismo al no hacer absolutamente nada ante la intervención colonial de la URSS en Hungría. El hecho de que al mismo tiempo sus aliados Francia, Reino Unido e Israel estuviesen haciendo una intervención igualmente colonial en Egipto pudo contribuir, pero en línea con su ZP-ismo rampante aquí se puso de lado del Tercer Mundo y de los árabes contra la troika interventora sionista, que tuvo que retirarse humillada. Y para Hungría, amplió todo lo que pudo el cupo de inmigrantes y refugiados. Refugees Welcome!
Pero el mayor shock del mandato iba a ser la Crisis del Sputnik [35]: el 4 de octubre de 1957 la URSS lanzó el satélite homónimo, pulverizando con ello la auto-imagen de los Estados Unidos como líder en todas las áreas tecnológicas y culturales. La histeria colectiva desbordó lo razonable (y ayudó a Ike a tapar su pusilanimidad en el tema de los derechos civiles [36]), con todo el país pidiendo inversiones masivas en armas, cohetes y portaaviones nucleares. Y Eisenhower se plantó. Desde su punto de vista, si la URSS no temía a seiscientos bombarderos nucleares listos para atacar, tampoco tendría miedo de setecientos, y mandar un cohete al espacio no tenía nada que ver con lanzar una bomba y llevarla a la coordenada correcta. Para lo demás, creó la NASA, pero como agencia civil. Ambrose apunta a esta actitud como la más definitoria de su presidencia: todo lo demás, el boom económico y la política internacional, lo habría logrado cualquier otro en su lugar, pero la histeria armamentística en concreto solo Eisenhower –con su experiencia militar y su carácter- la pudo llevar como la llevó, negándose a ceder e incluyendo peticiones al Congreso para ayudar económicamente a las nuevas naciones independientes del planeta a alcanzar rápidamente un nivel de vida aceptable. Porque verán: Eisenhower tenía la extravagante idea de que la principal razón de la gente para abrazar el comunismo no era una exposición excesiva a teatros de marionetas [37], sino la insatisfacción con condiciones de vida injustas e insuficientes, y que cada dólar invertido en mejorar la vida de la gente, en casa o en el Tercer Mundo, ahorraba diez dólares en armamento (que constituía el 60% del gasto federal, de ahí que controlar el déficit pasara por controlar el gasto militar). Pero el Congreso no lo vio así, y Eisenhower siempre lo consideró su mayor fracaso como presidente. Si, hamijos regeneradores partidarios de un sistema electoral mayoritario [38]: tener muchos distritos electorales llenos de paletos incapaces de ver más allá de Alabama te llena el Congreso de políticos paletos incapaces de ver más allá de Alabama. Mira tu.
American Pie XVI: sistemas mayoritarios
Esta pusilanimidad, unida a un cierto enfriamiento económico, propició una victoria arrolladora demócrata en las midterms [39]de 1958 [39], aunque Ike creía que el partido demócrata era en realidad dos partidos unidos bajo una marca de conveniencia:
Un ala consistía en conservadores sureños [racistas], la otra de “políticos radicales”, los gastadores salvajes. Una victoria demócrata significaría innumerables nuevos programas sociales, más dinero para defensa, y bajadas de impuestos, todo lo cual llevaría a inflación incontrolable y un crecimiento imparable del gobierno federal.
Gracias a la Estrategia Sureña [40] de Nixon a partir de 1968, el partido demócrata iba a perder una de esas alas para siempre, y el partido republicano iba a abrazar la vocación paleto-demagógica que luce ahora. Eisenhower fue el último presidente republicano capaz de entenderse con los demócratas, simplemente porque tenía una base electoral lo bastante moderada.
En sus últimos dos años en la Casa Blanca volvió a poner toda la carne en el asador para lograr algún tipo de desarme, pero como primer presidente que tenía vetada la reelección [41] también se convirtió en el primer ”pato cojo” [42] en la Casa Blanca. De modo que -aunque vetó el nuevo bombardero B-70 [43] por caro e innecesario- solo pudo lamentar cómo todos los candidatos prometían más armas contra el pérfido comunismo (sí, la misma demagogia barata con la que Ike había ganado en 1952) y nadie apoyaba su distensión. Empezando por él mismo, que había ordenado a la CIA “hacer algo” con Fidel Castro (aunque Ambrose, siempre al quite, asegura que “en ninguna parte vi evidencia escrita de que ordenara asesinarle, ¡y habría sido impropio de él dar una orden verbal!”). Resulta que al principio Castro era un verdadero problema para Estados Unidos… ¡porque no podían probar que era comunista! Su retórica inicial era “latina”, y le ganó muchos seguidores “latinos” (terminología ambrosiana), lo que dificultaba señalar con el dedo a Moscú y ataba de manos a los demás países de la OEA. Y además, Ike quería pactar con Jruschov una moratoria de pruebas nucleares. Moratoria que iba bien encauzada… hasta que el 1 de mayo de 1960 los soviéticos abatieron un avión espía americano [44] en mitad de su espacio aéreo.
Por supuesto, a estas alturas no nos vamos a rasgar las vestiduras: ambas potencias tenían satélites espía, agentes infiltrados y una sana desconfianza hacia la otra. El problema fue que Ike –en vez de salir y decir “a lo hecho, pecho”-, creyendo que el avión se había estrellado, mintió afirmando que era un avión de observación meteorológica extraviado. Cagada: una semana después los soviéticos mostraron el avión casi entero y al piloto vivo [45]. Y lo peor de todo es que todos los vuelos espía no habían hecho más que confirmar que el potencial soviético era el mismo que Jruschov le había comentado a Ike durante una visita de estado reciente. Pero ahora la distensión se hizo imposible, y Eisenhower solo pudo quedarse los seis meses que le quedaban en la Casa Blanca contemplando como la histeria belicista arrastraba a todo el mundo. Siempre al quite, Ambrose afirma que el apoyo de Ike a Nixon se debía a que “no había un candidato mejor”, ya que Kennedy no paraba de hablar de la desventaja en misiles y de los “diecisiete millones de americanos que se acuestan con hambre” (“¡será que están a dieta!” replicó Ike al oírlo). Pero fue en vano, y Kennedy ganó.
Fue un signo de los nuevos tiempos que al presidente más viejo le siguiera el más joven: en 1965 el 40% de los americanos tendría menos de 20 años. Eisenhower fue el último presidente nacido en el siglo XIX y en apenas unos años no reconocería su propio país. Cuando llegó a su nuevo hogar tras dejar la Casa Blanca fue incapaz de hacer una llamada telefónica sin su secretaria. Mandar a un hombre a la Luna le pareció un dispendio absurdo. No entendió las nuevas expresiones artísticas, ni el movimiento de derechos civiles, ni que a los jóvenes no les bastara divertirse con cervezas y picatostes, o que traicionaran a su país intentando librarse de ir a Vietnam (guerra en la que nunca quiso entrar, pero una vez dentro Eisenhower recomendó ir con todo hasta ganar). En el fondo nunca dejó de ser un chaval del XIX de Abilene, Kansas, y con esos valores montó un país ensoñado pero congelado en el tiempo (se lo pudo permitir porque el resto del mundo aún estaba reconstruyéndose tras la guerra, claro).
Valoración
Eisenhower se tomó la derrota de Nixon en 1960 como un plebiscito contra sus ocho años de gobierno. Cierto que en el momento se consideró una presidencia timorata y fallida, pero el paso el tiempo le ha reivindicado. Especialmente los grandes cambios desde 1989, con la caída del bloque comunista, han llevado a los historiadores estadounidenses a considerar que Ike simplemente hizo lo que pudo con lo que tuvo, que todos los problemas que dejó al final se solucionaron con el tiempo, y que los nuevos problemas que Estados Unidos tiene hoy (crisis de deuda, guerras absurdas en el otro lado del mudo…) no habrían ocurrido de continuar sus políticas. Añadan que durante su mandato no hubo guerras, ni revueltas civiles, ni inflación, ni grandes depresiones, ni watergates, y en cambio un crecimiento acumulado del PIB del 45%, y entenderán que a cualquier estadounidense mayor de 60 años (de clase media-alta y raza blanca, claro) su mandato le parezca el puto paraíso.
Yo mismo confieso que siento debilidad (cortesía de una educación puritano-germana) por gobernantes que intentan eliminar el déficit y reducir la deuda pública que si no tendrían que pagar generaciones venideras, sobre todo si se combina con subir impuestos si es necesario para mantener viable un estado fuerte y sus servicios básicos (cortesía de mis depravaciones titiriteras). Añadan que la biografía de Ike incluye nazis a mansalva y toneladas de cotilleos sobre la Segunda Guerra Mundial [6], y tenemos un producto ganador. Así que ya tiene mérito que Ambrose casi logra que Eisenhower me caiga mal. Y lo logra escribiendo una hagiografía que hace que el ABC hablando sobre Campechano parezca moderadamente crítico. Todo lo que hace Ike es bueno, y si es malo pues fueron las circunstancias y nadie lo habría hecho mejor, que Eisenhower era un hombre sin tacha en lo personal (quitando una “amiguita” inglesa [46] durante los tres años que estuvo en Europa separado de su mujer y mandando a miles de hombres a la muerte, pero incluso a esto Ambrose le da tantas vueltas para, primero, desmentirlo, y luego admitir que bueno, vale, pero no dejemos que esto empañe sus grandes servicios, que ni La Razón hablando de Corinna zu Sayn-Wittgenstein).
Y por supuesto, Ambrose ni menciona un episodio que aquí en España nos pilla considerablemente más cerca, y que es el apoyo explícito de Eisenhower a Franco, empezando por los Pactos de Madrid de 1953 [47] y coronado por una visita de estado en 1959. Apoyo que permitió al régimen franquista tomar oxígeno y lavar su imagen exterior, ¡y España solo tuvo que malvender la soberanía nacional y tragarse cuatro bases militares [48] a cambio de casi nada! Pero esto, claro está, es desde nuestro punto de vista. Desde el punto de vista de Eisenhower, ganar aliados y bases a cambio de migajas y sin pegar tiros fue un negocio redondo. Franco era militar como él y anticomunista, y a Ike eso le bastaba y sobraba [49]. En aquel momento la opinión pública de Estados Unidos estaba dispuesta a pasar por alto ciertas contaminaciones nazis en un aliado contra La Bicha.
Ike también se corrió delante de los Grises.
Y en fin, lo más importante: durante su mandato no se produjo una hecatombe nuclear mundial a pesar de las fuertes presiones que recibió para darle una lección a China, lo que sentó un importante precedente para limitar su uso. Harry Truman, el pequeño y gris contable de Missouri, demócrata él, no supo decir “no” a Hiroshima y Nagasaki. Ike sabía que no tenía por que haber guerra nuclear con la URSS por la sencilla razón de que ambos bandos creían que el otro iba a sucumbir a sus contradicciones internas. Si crees que vas a ganar, ¿para qué arriesgarte a la aniquilación total? Mucho mejor limitar el gasto en armas a lo necesario para asegurar una destrucción mutua, e invertir en mejorar la vida de la gente para que no le apetezca ir a la guerra. Siempre detestó el belicismo, como denunció en su más famoso discurso: el de despedida de la presidencia.
Mientras miramos al futuro, nosotros –ustedes, yo y nuestro gobierno- debemos evitar el impulso de vivir solo para hoy, saqueando para nuestra conveniencia los recursos del mañana. No podemos hipotecar las posesiones de nuestros nietos sin que pierdan su herencia política y espiritual. […]
Esta conjunción de un inmenso establishment militar y una gran industria de armas es nueva a la experiencia americana. Su influencia –económica, política, incluso espiritual- se siente en cada ciudad, cada parlamento, cada oficina del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de este desarrollo, pero no debemos fallar en comprender sus graves implicaciones.
En nuestros consejos de gobierno, debemos guardarnos contra la adquisición de influencia desmesurada por parte del complejo militar-industrial. El potencial para la emergencia desastrosa de poder desplazado persiste y persistirá. No debemos dejar nunca que el peso de esta combinación peligre nuestras libertades y procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado.
Un discurso más hippy no lo logra ni el propio ZP, e impensable en el actual partido republicano. Pero ojo: el actual y el de entonces. Si algo deja claro Ambrose (probablemente sin querer) es que el partido republicano lleva desde el New Deal siendo la encarnación de todas las histerias del capitalismo, en los 50 tanto como ahora. Recurrieron a Eisenhower para disimularlo un poco y volver a ganar la Casa Blanca, pero la Vieja Guardia nunca se bajó del burro, y en cuanto pudo volvió a las esencias y empezó a aupar a los Nixon, Reagan y Bush con el programa de siempre: reducción de impuestos, abolición del New Deal, y muchas armas, todo envuelto en retórica histérica acerca de algún enemigo (los rojos, los hippies, los moros, los latinos…) a punto de conquistar el Medio Oeste. Donald Trump no es un error, sino la consecuencia lógica de todas las políticas republicanas. Y Eisenhower una excepción que hoy no pasaría de las primarias de Iowa. Excepcional también porque Ike es probablemente el único presidente del siglo XX (y ya puestos del XXI) que mató a menos gente desde la Casa Blanca que en su ocupación anterior. Teniendo en cuenta que su arsenal nuclear creció a ritmo de dos bombas al día durante su mandato, tenemos que darle las gracias por no haber crecido en un desierto radioactivo. Pero los premios Nobel de la Paz son para Wilson, Kissinger y Obama. Puta bida tete.
“Señor Presidente, quiero llegar a la Casa Blanca para cargarme todo lo que usted representa.” “I’m too old for this shit.”