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Agente Rivera reloaded

Dice la sabiduría popular que segundas partes nunca fueron buenas, y el imaginario marxiano insiste en aquello de la tendencia irremediable de la Historia a repetirse como farsa después de la tragedia inicial. Existe pues una tendencia, particularmente acusada en el caso español -y ello desde distintas sensibilidades ideológicas y territoriales, a entender la Historia en clave cíclica -Segunda Restauración, Segunda Transición, Segundo 1898, Edades y Siglos de Oro y de Plata- y no continua, susceptible de evolución autónoma y no sujeta a patrones prefijados.

En el ciclo que se inició con las elecciones europeas de 2014 y culminó en las pasadas elecciones del 20-D hubo apelaciones constantes a la Transición tanto desde las filas de más o menos el establishment -la evocación general del espectro de Adolfo Suárez tras su fallecimiento, las glorificaciones al monarca emérito y al entrante en su entronización- como por parte de las nuevas fuerzas en disputa: recordemos el “¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión [1]?” como sublema de la primera campaña de Podemos, y las referencias constantes al espíritu de 1979 respecto a las Municipales y a la victoria del PSOE en 1982 para las Generales de 2015, respectivamente. Las referencias flotaban en el aire a esa Transición e inicios de los 80 idealizados en la Cuéntame como Pasó anterior a las denuncias por fraude fiscal: sin paro, sin reconversión industrial, sin años de plomo ni récords europeos de violencia política. “El Espíritu del Tío Cuco”, como diría el conciliador Jordi Évole, el artista anteriormente conocido como “El Follonero”.

El ensueño del pasado imaginado se rompió en las negociaciones y debates de investidura para llegar maltrecho a la consiguiente “campaña de desempate” o “segunda vuelta”. Súbitamente, el tono se volvió bronco, terminándose el espejismo de la “nueva política” basada en el sempiterno sueño pollavieja de una esfera pública sin conflictividad para desembocar en un un universo referencial mucho más identificable para el público: unos segundos 1990, que vienen evocándose de forma persistente desde que el cenagal de la corrupción en el PP y el PSOE empezara a recordar a la Tangentopoli italiana de 1992. Volvió a la vida José Luis Corcuera como tertuliano y Manuel Campo Vidal como moderador, el dóberman en campaña y el underdog demoscópico, la  omnipresente corrupción y sus jueces estrella, el sorpasso, Margarita Robles, Josep Borrell, Julio Anguita, el CDS y la cal viva de los GAL. Solo nos falta Antonio Anglés en la fiesta.

Fue a finales de aquellos 1990 sin referentes en los que había caído el Muro de Berlín, se había terminado la Historia según Fukuyama y la izquierda y la derecha según Giddens, cuando la juventud de instinto contestatario, desencantada con la izquierda institucional, empezó a buscar sus ídolos en la cultura pop y especialmente en el cine. La respuesta individual al sinsentido del modelo de vida y consumo occidental entronca tres de las películas mainstream norteamericanas de más éxito de aquél 1999, como respuesta personal y reactiva (American Beauty) nihilista y (auto)destructiva (Fight Club) y, aún más interesante, con una dinámica agregativa relacionada con el incipiente movimiento ciberpunk (The Matrix).

Todo ello no dejaba de responder a un caldo de cultivo real: en aquella misma Norteamérica de 1999, en la Seattle de la industria tecnológica comenzaría a principios de diciembre el movimiento antiglobalización como respuesta a la cumbre de la OMC que debía celebrarse en ésa ciudad. Internet, Indymedia y los nuevos perfiles de activismo se unieron a los antiguos para crear nuevos formatos de movilización, debate y organización que marcarán a varias generaciones de activistas. La tesis doctoral [2] del propio Pablo Iglesias -que se da a conocer por primera vez en 2001 a propósito de la contracumbre de Génova [3] versa fundamentalmente sobre violencia política y movimiento antiglobalización: tal es su influencia sobre el presente.

En la famosa escena de la película, Neo eligiendo el botellín rojo

En la primera The Matrix bajo una atractiva y futurista estética ciberpunk se explicaba una historia muy marxiana, casi en términos que podrían suscribir Gramsci y especialmente los teóricos de la Escuela de Frankfurt: en un mundo post-apocalíptico en el que la acción humana ha acabado con la incidencia de luz solar sobre la superficie terrestre, los humanos viven subyugados y crecen dormidos en pseudo-granjas para que los impulsos eléctricos de sus cerebros sirvan de suministro energético a la casta de máquinas dominante, a la que denominaremos MACHINIBEX-35. Hasta aquí la explotación en su sentido más brutal, lo que Gramsci denominaba la infraestructura, las relaciones económicas de dominación: de los campos de algodón de Alabama al palco del Bernabéu; del derecho feudal de pernada hasta las correrías del amigo de Sus Majestades y directivo de OHL Compiyogui con su tarjeta black en ristre y el comisario Villarejo como escudero.

Pero para encubrir su explotación descarnada, las máquinas crean un singular dispositivo: un vasto sistema operativo denominado Matrix donde los humanos creen estar viviendo sus vidas al modo del siglo XX y relacionándose entre sí, procurando con su actividad los impulsos eléctricos necesarios para el sostenimiento de las máquinas y a la vez con estímulos suficientes para su desarrollo personal y entretenimiento. Este mundo virtual responde de forma bastante fidedigna a lo que Gramsci denominaba superestructura, los elementos culturales e institucionales que modelan la sociedad donde se desarrolla la vida pública y social.  Y de forma muy similar a como teorizaba Herbert Marcuse en “L’Homme unidimensionnel“, en el mundo de Matrix se lleva el papel de la comunicación de masas y el control mediante el consentimiento y la seducción hasta las últimas consecuencias. He aquí la TDT, las licencias de radio y nuestro ejemplar sistema concesional oligopolístico, envidia de toda Europa.

Aunque la oposición a las máquinas en el mundo de Matrix deriva de una acción individual -la famosa pastilla roja o azul- ésta pasa por una acción colectiva, volviendo a Marcuse, “despertar del sistema y organizar la solidaridad […] contra la explotación”. Sin embargo, y aunque existe una ciudad humana enteramente independiente del sistema llamada Sión, formada por humanos aparentemente emancipados -un gigantesco Ca’n Vies o Patio Maravillas en el subsuelo- el movimiento de resistencia coincide en que la clave para la victoria es librar la batalla no sólo en el mundo real o físico -el de la infraestructura- sino también de conectarse al sistema donde se encuentran la inmensa mayoría de los humanos, intentando subvertir sus reglas. Neo, el protagonista, asume su transformación en ilusionista dentro de un sistema operativo del mismo modo que Pablo Iglesias se convierte en tertuliano televisivo para hacer política -y que Gaspar Llamazares se toma la lección de forma demasiado literal para acabar en Second Life tan a solas como en la vida real.

Sin embargo, el sistema también tiene sus instrumentos defensivos: como creadores del sistema operativo, los directivos del MACHINIBEX-35 tienen sus agentes particulares dentro de Matrix para servir de contrapunto a las amenazas internas y externas al sistema. Enfundados en un perfecto traje con corbata, son programas con un cometido y función concreta, con notables habilidades y recursos a su disposición, y, siempre, un pinganillo en la oreja para recibir instrucciones de sus jefes. El más destacado de ellos es el agente Rivera-Smith: el más insistente y servil de los agentes de Matrix [4] persigue con ahínco al protagonista y tortura a alguno de sus socios de coalición hasta cantar victoria antes de tiempo, vistas las encuestas y felicitaciones que recibe por el pinganillo desde el Palco del Bernabéu. Sin embargo, cuando sus constantes vitales están ya a cero, Pablo-Neo recuerda que al final todo se trata de un programa y un juego de expectativas, consigue vender ilusión, remontar y enviar al Agente Rivera a un cuarto puesto, acabando con sus sueños de promoción a Champions y recordando al espectador que la épica existe, no hay rival pequeño, partido a partido, ens llevarem ben d’hora, etcétera.

Los guionistas podrían haberse quedado aquí, y dejar la historia como autoconclusiva y bonita, una metáfora criptomarxista perdida en el mar de los metarelatos hollywoodienses. Sin embargo, decidieron continuarla no una sino dos veces con notables malas valoraciones -al menos en contraste- por parte de crítica y público. En la segunda parte, “The Matrix reloaded” puesto que el protagonista seguía con su gesta, los responsables de la franquicia no tuvieron a bien crear un adversario nuevo: no apareció ningún anodino registrador de la propiedad intelectual con un ejército de 123 gatitos robóticos y sacos de pienso radiactivo para sustituir al carisma del Agente Rivera.

Sin embargo optaron por lo fácil: los responsables decidieron que, lejos de ser enviado a la papelera de reciclaje como los programas inútiles, el Agente Rivera resurgiese, ahora como virus descontrolado y sin pinganillo. El Rivera 2.0 es capaz de contagiar a otros su discurso y hasta su efigie, no obedece a nadie más que a sí mismo y su única obsesión es acabar con Pablo-Neo a cualquier precio, cumpliendo para lo que fue programado pero sin ninguna medida ni estrategia racional. Tanto es así que puede acabar siendo un problema para los objetivos del MAQUINIBEX-35 y la obtención de una cómoda mayoría de centro-derecha para otra legislatura de recuperación de impulsos neuronales, 2 millones de humanos para 2020 y reducción de impuestos a las máquinas con SO Windows XP y Vista. Y, claro, la presencia en pantalla de Smith-Rivera cientos de veces no consigue tapar su inconfundible olor a Raúl González Blanco en el Mundial de 2006. No acaba de funcionar.

Por la diversidad, vote Ciudadanos

Para alguien como Rivera que de forma tan insistente ha buscado a Adolfo Suárez como referente resulta casi paródico como, en la actual aceleración del tiempo político, ha quemado etapas a nivel comunicativo. Si lo miramos a través del retrato que hizo Gregorio Morán del abulense en “Adolfo Suárez, ambición y destino” si el Rivera de 2015 quería parecerse al primer Suárez aunque se le vieran bastante las costuras como acabó pasando en las elecciones del 20-D -algo arribista pero audaz, forjador de acuerdos por su delicada posición- el de 2016 se ha acabado pareciendo más a la lenta agonía del Suárez del CDS: acuerdos sin criterio, poder y dinero a cualquier precio, para acabar vendiendo el partido e intercediendo en favor de Mario Conde ante la Corona. Rivera, como en tantos otros aspectos bebe mucho más del relato tópico de la Transición, de Cuéntame y los reportajes de Victoria Prego que de ninguna fuente histórica seria, e intenta imitar, no al Suárez real con luces y sombras que conoció Morán sino a la hagiográfica caricatura que hicieron de él los medios y personajes públicos que hicieron todo lo posible para acabar con su carrera hasta el punto de alentar, promover y hasta ejecutar un golpe de estado.

 

Un ejemplo palmario de su desorientación es la larga pantomima de acuerdo con el PSOE, abocado al fracaso desde el minuto 0 -puesto que, en contra de lo que afirmaba toda la prensa, no bastaba con la abstención de Podemos, eran necesarios votos a favor del PNV, Compromís e IU que ninguno de los dos partidos se molestó lo más mínimo en cosechar. Sabiendo que según las distintas encuestas alrededor de un 60% de los electores de Ciudadanos provenía del Partido Popular y que las mismas apuntan a que alrededor de un 75% de sus votantes potenciales prefería y prefiere un pacto con el mismo PP, sólo un suicida hubiera apostado por una operación de ese tipo tras el batacazo electoral -frente a sus expectativas- del 20 de diciembre.

Nadie haría eso, excepto si es alguien que atiende a sus prejuicios antes que a los datos -en contra de lo que proclaman sus voceros- y se ha creído tres décadas de propaganda mediática sobre estabilidad, pactos, generosidad, etcétera. Si es alguien que piensa que la sociedad española valora los pactos transversales, que haya gobierno, el centro, la estabilidad y otras quimeras frente a sus legítimas preferencias a la hora de votar. Sólo, en definitiva, si ha consumido demasiada victoriapreguina [5] en mal estado y cree en el Adolfo Suárez guapo y fumador empedernido que ha visto en Cuéntame y no se ha molestado en leer cómo acabó la UCD y después el CDS y por qué razones.

El Albert Rivera de 2016, como el Agente Smith de las secuelas de Matrix, se halla absolutamente descontrolado y sin ninguna coherencia argumental: con un IBEX-35 que no presta ninguna atención a Ciudadanos y ya ni tan siquiera coquetea con la idea de sustituir a Mariano Rajoy, el partido se limita a enviar mensajes contradictorios sobre pactos, gobierno e investidura que se resumen en que Ciudadanos pactará con quién sea y como sea con tal de tocar poder, con Juan Carlos Girauta contradiciendo abiertamente a Albert Rivera como ya hiciera en las negociaciones con el PSOE. Viajando a Venezuela contra el criterio de PP, PSOE y la diplomacia española en bloque, echando gasolina en el fuego de un escenario complejo en el que se intentan buscar espacios de mediación.

No contento con perpetrar el desastroso debate en el programa de Évole que enterraba en cal viva el “Espíritu del Tio Cuco” sus ataques pueriles en el debate “maduro” “a chino” y el contenido de su vídeo cuñao dan idea de un partido que se encuentra enormemente desorientado y sin un eje estratégico claro para la campaña y la postcampaña. El gran acierto del Ciudadanos reinventado de 2015 e hinchado por los medios fue redibujar el marco político español: de la dicotomía pueblo/élites que marcó Podemos en 2014 se construyó un nuevo/viejo que duró con mejor o peor fortuna hasta final de año. La cuestión del estilo de debate, teóricamente más amable, formaba parte de ese pack. Declaraciones como las de Girauta acusando a Atresmedia de manipular el debate apagando el aire acondicionado hablan por sí solas en éste sentido.

El agente Rivera buscando a sus clones

La decisión de hacerse perdonar su pacto con el PSOE construyendo una campaña anti-Unidos Podemos es difícil que responda a los intereses a escala macro del tipo de agentes que encumbraron a Ciudadanos desde su posición de partido catalán emergente a principios de 2013 a lo que llegó a ser en 2015. La polarización solo conviene a la estrategia de Mariano Rajoy, que ha optado sin embargo por una campaña tranquila, sin estridencias y de perfil bajo. La movilización del electorado de izquierda y su articulación alrededor de Unidos Podemos es teóricamente la peor noticia para el establishment que Ciudadanos dice sostener, además de para sus propios intereses electorales. Es difícil entender como va el elector de orden que quiere parar el comunismo de la V Internacional a preferir un partido veleta que puede pactar con cualquiera al propio PP. Si la concentración de Podemos e IU ya perjudicará a Ciudadanos en el reparto de escaños en provincias medianas y pequeñas, su campaña errática en un sentido polarizador e indefinición pueden llevarles a una auténtica debacle electoral el 26 de junio. Todo se verá.

Para el final, un spoiler o ojocuidao para el lector: al final de Matrix, el comportamiento errático y destructivo del Agente Rivera-Smith, ya convertido en virus incontrolable, obliga al MACHINIBEX-35 a firmar un pacto con los okupas de Neo-Pablo y renunciar a destruirles a cambio de que se ocupen de solventar el problema y reinstalarles el sistema operativo. Eso pasa, sin embargo, en la tercera película. Aún nos queda, pero no duden que los guionistas, y más tratándose de la Histeria de España, aún pueden empeorar.

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