1927: un verano que cambió el mundo – Bill Bryson
Bill Bryson tiene la capacidad de convertir en apasionante cualquier tema sobre el que escriba. El senderismo, la ciencia, la vida privada, Shakespeare, … Todos son temas potencialmente interesantísimos, pero hay que saber hincarles el diente para que interesen a los lectores no especializados en la materia. Bryson sabe hacerlo, puesto que es un gran divulgador. Con el libro que tenemos entre manos, que es un compendio de temas aparentemente deslavazado, lo vuelve a hacer.
¿De qué temas? Pues de todo un poco:
Babe Ruth marcó 60 home runs. La Reserva Federal cometió el error que precipitó el crack de la bolsa. Al Capone disfrutó de su verano de esplendor. Se grabó la película sonora El cantante de jazz. Se creó la televisión. Fue la época dorada de la radio. Sacco y Vanzetti fueron ejecutados. El presidente Coolidge decidió dejar la presidencia. Empezaron las obras del Monte Rushmore. El río Misisipi se desbordó como nunca hasta ese momento. Un loco de Michigan voló una escuela por los aires y mató a cuarenta y cuatro personas en la peor masacre de niños ocurrida en la historia de Estados Unidos. Henry Ford dejó de fabricar el Modelo T y prometió dejar de insultar a los judíos. Y un chaval de Minnesota atravesó el océano en avión y cautivó al planeta con una intensidad desconocida hasta entonces (pág. 534).
Todos estos acontecimientos tienen algo en común: sucedieron en el verano de 1927 en Estados Unidos. Un verano mágico, una conjunción planetaria. O al menos, eso dice Bryson. Uno tiene la sensación de que si hubiera cogido el otoño de 1925, la cosa también habría sido mágica. Que el autor escoge este verano, fundamentalmente, para hablar de los dos temas que le interesan (el vuelo de Lindbergh sobre el Atlántico y la temporada de béisbol de los Yankees de Nueva York) y lo demás viene por añadidura, como pegamento para hacer un libro sobre 1927.
Es verdaderamente notable que, incluso en el caso de aquellos lectores a quienes los dos temas estrella no nos interesen nada (el béisbol) o más bien poco (el vuelo de Lindbergh), así y todo, el libro siga siendo fascinante (incluyendo los mencionados focos de atención principales). Bryson hace una historia de los “felices 20” en EEUU, con su crecimiento y riqueza desaforados, con una sociedad en efervescencia en todos los ámbitos. Con un irreductible optimismo por el futuro que se combina con gravísimas tensiones y conflictos sociales.
Destaca Bryson continuamente la pasión con la que se mueve la gente casi por cualquier cosa. El público se congrega en torno a Lindbergh allá donde va, por miles, decenas de miles o cientos de miles de personas. Pero también va en masa al cine, a un mitin político, a observar cualquier novedad. Ahora cuesta Dios y ayuda congregar a más de veinte personas en cualquier acto público, porque la gente tiene muchas cosas que hacer, muchas actividades de ocio, muy poco tiempo, y demasiada oferta. Así que lo que es darle a “Me gusta”, “FAV” y “Tal vez asista”, todo eso lo que haga falta. Pero ir, lo que se dice ir… Eso es otra cosa. O traes a Pablo Iglesias (o al que salga en la tele en el sector de que se trate) o no hay nada que hacer.
Pero en los años veinte la capacidad de fascinación del público era mucho mayor, y además no existían redes sociales, ni televisión, y muchos aún no tenían radio. Así que las masas se hacían continuamente presentes y donde ahora tenemos visitas y retuits entonces teníamos individuos apelotonados fácilmente entusiasmables. Curiosamente, el público se movía en masa por casi cualquier cosa… salvo por el béisbol. Los estadios estaban casi siempre vacíos (dos mil o tres mil personas de afluencia media en la mayoría de los campos) y la mayoría de los equipos languidecían tristemente. Hasta que aparecen Babe Ruth y los Yankees, un equipo mágico y ganador que consigue llegar a los corazones de todo el mundo. O algo así. Porque incluso Bryson flaquea aquí, con el béisbol, al tratar de comunicarnos la ilusión y el entusiasmo por ese peñazo de deporte, en lo que constituye sin duda la peor parte del libro.
La otra parte más flojilla, como ya se ha mencionado, es la encarnada por el vuelo de Lindbergh sobre el Atlántico sin escalas, de Nueva York a París. Esta parte es muy entretenida en todo lo que se refiere a los preparativos y el vuelo, así como a las tentativas previas de otros aviadores, fallidas y, a menudo, con un desenlace trágico (que no es que uno se ría a carcajadas cuando Bryson cuenta que algún aviador acabó bajo las aguas del Atlántico Norte, no me interpreten mal; no es “entretenido” en ese sentido). Pero luego, cuando Bryson explica el delirio popular que se desata, tanto en Francia como (sobre todo) en EEUU, la cosa se vuelve un poco reiterativa. Y además uno echa en falta el contraste con el “Lindbergh tardío”, el más divertido, con sus declaraciones contra los judíos, su aislacionismo y su fervoroso entusiasmo por los nazis (no decía lo de “divertido” en ESE sentido ¡No me interpreten mal! Por favor, amigo mamporrero del partido político X, haga un pantallazo también de esta parte. No quiero cerrarme para siempre las puertas para ser concejal de mi pueblo).
El resto es todo una maravilla, sin excepción. Los temas que figuran en la cita que he sacado a colación y otros que también aparecen, como la locura de la Ley Seca: cómo poner un sabroso monopolio, que podría dar un montón de dinero en impuestos al Estado, por no hablar de controlar las implicaciones de salud pública y control del crimen, en manos de los delincuentes; ¡qué estúpidos eran en los años veinte! O la figura del campeón de boxeo Jack Dempsey y de las barbaridades que se hacían en ese “deporte” en aquella época; que a mí siempre me ha interesado incluso menos que el béisbol, pero hay que reconocer que gana enteros cuando Bryson se pone a contar cosas como que un boxeador le rompió a otro la mandíbula de un gancho, se la incrustó en el cerebro y, en resumen, le asesinó en el cuadrilátero (quede claro que condeno la violencia inherente al boxeo en cualquier circunstancia, no pretendía frivolizar con el sufrimiento de las víctimas al narrar un acontecimiento sucedido hace 95 años).
Con todo, Bryson alcanza los mejores momentos de su libro al hablar de la figura de Henry Ford, fundador de la empresa del mismo nombre y muchimillonario arquetípico merced (sobre todo) a la invención del modelo Ford T, que extendió entre la clase media estadounidense lo que hasta entonces era un producto de lujo. De Ford destacan sus peculiares ideas fijas, su ausencia de formación, su antisemitismo, sus filias y sus fobias. Y, por encima de todo, su invención de “Fordlandia”.
Como es normal, los costes de la producción de vehículos dependían del precio de las materias primas necesarias para su construcción. Casi todas ellas estaban disponibles en EEUU, de manera que Ford lo que hizo fue comprar las compañías del ramo (de cada sector necesario para proporcionar materiales para la construcción de automóviles) y así crear un sistema autosuficiente, sin que los pérfidos extranjeros judíos (no lo pienso yo, estoy proyectando lo que diría Henry Ford. Es una broma. ¡UNA BRO-MA! ¡Perdón, perdón!) pudieran poner en peligro la salud de su compañía.
Pero había una materia prima que era imposible (en la época) conseguir en EEUU, y era necesario importar. Se trataba del caucho, imprescindible para construir los neumáticos de los vehículos (los lectores que hayan jugado al Civilization III ya se harán cargo de lo deprimente que es ser una civilización sin acceso al caucho). El caucho crecía en las selvas brasileñas. Brasil gozó durante varias décadas de un hermoso monopolio que permitió enriquecer a los emprendedores que se hicieron con las concesiones y por ello era bueno para el país. Pero los británicos hicieron lo que mejor se les da: robar innovar. Pillaron árboles de Brasil y los replantaron en otras zonas del mundo, hasta que lograron hacer crecer árboles del caucho en el Sudeste Asiático, y además que crecieran muchos más árboles en extensiones mucho menores.
Ello creó una crisis sin precedentes en Brasil, y Ford decidió aprovechar la oportunidad. Le compró al gobierno brasileño una superficie de 25000 kilómetros cuadrados (equivalente a la extensión de la Comunidad Valenciana, con todos sus chiringuitos playeros y horribles construcciones de Calatrava cayéndose a pedazos dentro) para montarse ahí una plantación gigante de caucho. ¿El precio? Precio de emprendedor occidental poderoso que negocia con un gobierno tercermundista: cuatro chavos al contado y un ridículo 9% de los beneficios de la empresa, de haberlos.
Ford llamó a la capital de su nuevo país “Fordlandia”, y se dispuso a hacer lo que haría cualquier persona razonable convencida de su superioridad racial: montar un pueblo del Midwest estadounidense en mitad de una selva tropical. Y allí que envió Ford a miles de trabajadores especializados para montarse su capital, con sus contrucciones prefabricadas según el clima de Michigan, sus iglesias presbiterianas y sus clubs sociales. Todo occidental, salvo los salarios.
Inexplicablemente, la cosa no salió bien. La gente voluntad ponía, pero el medio ambiente se empeñaba en seguir siendo tropical. Por otra parte, las plantaciones nunca llegaron a ser ni remotamente rentables (en sí, es decir, con independencia de los enormes costes derivados de montar Fordlandia). Y luego los trabajadores tenían que hacer frente a problemillas de salud sin importancia:
Una incomodidad agónica lo poblaba casi todo. El río estaba plagado de unos pececillos llamados candirú o pez vampiro, que podían colarse por cualquier orificio del ser humano (casi siempre por el pene), y después desplegaban unas espinas puntiagudas y con ángulo hacia atrás que impedían la extracción del animal. En la tierra, las larvas del tórsalo o Dermatobia hominis se metían en la piel y desovaban; las víctimas se enteraban de la presencia del insecto cuando veían algo que se les hinchaba dentro o cuando las ampollas explotaban y de ellas salían las nuevas larvas (págs. 314-315).
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Comentario de mictter (01/09/2015 07:43):
Buf, si yo llego a ver la primera cita, se me cae el libro de las manos en el acto. Menos mal que la resistencia que te da trabajar en el sector académico te ha entrenado para enfrentarte a cualquier cosa (aquí, haciendo suposiciones alegremente).
¿Un mundo en el que la gente se movilizaba para cualquier cosa menos para contemplar a millonarios analfabetos echar un partidillo? Qué envidia.
Lo de los americanos y el béisbol es incluso peor que aquí el fútbol. Con eso de que lleva muchos más años con el estatus de entretenimiento respetable, la probabilidad de que cualquier texto largo esté plagado de alusiones, metáforas y bonitas anécdotas beisboleras se acerca peligrosamente a 1.
Comentario de Superpato (01/09/2015 09:49):
Yo he llegado al punto de tener que racionarme los libros de Bryson para que no se me acaben. Y eso que “Una breve historia de casi todo” me lo he leido tres veces. Si mis cálculos no me fallan me quedan 3: este, uno sobre Inglaterra y el chico centella, que lo tengo empezado y viene a ser como este que reseñas pero en los 50 y con muchos toques autobiográficos.
Luego le dices a tus conocidos que estas apasionado por la lectura sobre una ruta senderista y te miran raro. Si no conoces su estilo (y que el supuesto tema del libro es en realidad una excusa para una gran digresión), a priori parecen tochos infumables.
Comentario de Latro (01/09/2015 09:50):
Uno de mis traumas de mi formación tropical es el puñetero beisbol. Si ya mi naturaleza friki implica que el deporte me la trae mas que al pairo, la obsesión venezolana por el beisbol (“deporte” que sólo es superado en aburrimiento por segundo por el cricket) lograba desprender autenticos ataques de “apaga esa TV pero ya joder”.
Aparte de ser un deporte donde los “corredores” son gordos como focas y el reglamento tiene mas recovecos que todo Juego de Tronos, tiene un particular hecho diferencial que conseguia hacer que le odiase como no odiaba a ninguna otra actividad física para gente capaz de cordinar sus ojos y sus brazos: resulta que un partido de beisbol, de llegar empatados a la novena entrada, CONTINUA todas las entradas que haga falta para tener un ganador.
Con lo que si tu estabas esperando a ver una pelí luego, sorpresa, como sean 2 equipos de muñones olvidate del asunto.
En cuanto a lo de Fordlandia, hay un libro completo dedicado al asunto al que le tengo echado el ojo pero aún on me he agenciado. Ahora, no se que es lo que cuenta Bryson, pero por lo que tengo leido, la importancia del candirú en el fallo del proyecto queda bastante mas abajo del asunto de Ford imponiendo la abstinencia de alcohol en su ciudad, cosa que los locales y no locales por igual no se tomaron muy bien, como es normal. Es que sin alcohol en cantidades industriales no hay cristo que soporte vivir en el culo del mundo rodeado de selva, por mucha iglesia presbiteriana o lo que sea.
Comentario de Guillermo López García (01/09/2015 10:20):
A mí el béisbol sólo me interesó cuando era niño. Y no, por supuesto, el engendro del béisbol profesional, sino el ad hoc que jugábamos en mi barrio. Supongo que sería un modelo universal con adaptaciones concretas en cada caso, pero jugábamos con pelotas de frontón que se golpeaban con la mano, y que te lanzaba un pitcher de tu equipo (los otros tenían que intentar coger la pelota antes de que cayera al suelo, y en ese caso pasaban a ser los bateadores; si llegabas a diez carreras antes de que eso ocurriera, ganabas). Eso sí que era béisbol, joder, y no la porquería esa de señoritas que se inventaron los yanquis con sus manos gigantes y sus bates.
Comentario de Latro (01/09/2015 10:26):
Es que el otro gran coñazo del beisbol es la obsesión americana con las estadísticas, para consumo de el tipico cuñao que pretende ser mejor entrenador que el entrenador pero ahora para remate tiene “datos” que le indican que es evidente que jamás debió poner a Joe Dumb a batear en ese momento, porque su promedio de darle ante lanzadores zurdos de signo Piscis con estreñimiento en noches de luna a tres cuartos que coincidan con el tercer dia después de su cumpleaños es cinco décimas mas bajo que el de…
Yo lo de darle con un palo a una pelota y mandarla al quinto pino todavía lo puedo entender, que no hacer, pero que esto sea popular entre la misma gente que piensa que jugar al D&D es un coñazo, no.
Comentario de mictter (01/09/2015 11:00):
En mi barrio se jugaba con un palo gordo y con una pelota de tenis. En cada partida se modificaban las reglas, por lo que el típico hijo de emigrantes a Alemania que aparecía cada verano creía que era un juego totalmente distinto del que había el año anterior.
Cuando algún afortunado recibió un bate de regalo, y la gente empezó a cumplir los 11 años, hubo que dejarlo: cada vez que alguien atinaba a la bola la mandaba a la estratosfera.
Comentario de Superpato (01/09/2015 11:17):
Nosotros también jugabamos a eso, que llamabamos “picher” y era una mezcla extraña entre beisbol y mate (o balón prisionero). La verdad, bastante más agil y entretenido que el beisbol original.
Lo del cricket ya es otro mundo, con partidos que duran días. El propio Bryson se dedica a burlarse de lo aburrido que es en su libro sobre Australia.
Comentario de Johnnie (01/09/2015 11:19):
Precisamente me he leído el libro durante este mes y coincido bastante con el análisis. Para mi, todo lo relativo a los vuelos está muy bien, salvo por el post-vuelo de Lindbergh, que más que transmitir lo que sentía la muchedumbre consigue transmitir lo que debía sentir el propio Lindbergh: tedio, agobio y, a veces, terror.
Son geniales las anécdotas de Henry Ford, del presidente Coolidge, de Babe Ruth, de Capone y también de toda esa cantidad de cuasi-anónimos que contribuyeron a hacer de los años 20 (los hermanos ferroviarios, Ponzi el gran emprendedor, los anarquistas que ponían bombas en sitios elegidos, básicamente, al azar…) una década muy entretenida.
Aunque lo que uno saca en claro del libro es lo que dice al principio del, creo, penúltimo capítulo: de todos los nombres con los que se suele llamar a los años 20, quizás el que se echa de menos es “los años del odio”. Nunca, ni antes ni después, en la historia de la humanidad tanta gente a odiado a tanta gente con tanta saña y, sobre todo, con menos motivo.
Comentario de Superpato (01/09/2015 11:21):
@mictter
La combinación Bate de beisbol + pelota de tenis también la he sufrido yo y era como disparar con un cañon de 70mm. Si no tenias la suerte (?) de darle a alguien, esa pelota no la volvías a ver.
Comentario de desempleado (01/09/2015 13:46):
Un servidor estuvo en fordlandia y la experiencia es, como poco, chocante.De repente te encuentras en lo que parece ser un decorado de película gringa literalmente en medio de la selva amazónica. Se encuentra relativamente cerca de Santarem. Si contratas un guía es fácil llegar.
Comentario de Trompeta (01/09/2015 20:42):
“O la figura del campeón de boxeo Jack Dempsey y de las barbaridades que se hacían en ese “deporte” en aquella época; que a mí siempre me ha interesado incluso menos que el béisbol”
Asín que Guillermo además de ser lo que es , no le gusta el boxeo.Pues bigotón para usted por moñas
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En otro orden de cosas muchas gracias por el articulo,muy interesante y ameno,especialmente por lo de los “pececillos llamados candirú o pez vampiro” me han dado una idea genial para el gulag que estoy planeando para separatas, pagafantas , Yehudas de la vida y feminazis.
Lo de Fordilandia digno de Fitzcarraldo, y es que todo el mundo puede equivocarse, que se le va a hacer.
Comentario de Trompeta (01/09/2015 23:24):
Por cierto, que despues de leer las condiciones ambientales de Forlandia en este JRANDE articulo y otras fuentes, esta claro que de aquella no habian llegado al nivel de neoliberrismo troika que exigía tan magna empresa.
Hoy se rifarian el ir los parados de varios paises, con esta cara e satisfacción
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Por mi parte, creo que sería el sitio ideal para retirar a nuestros políticos
Comentario de Pululando (02/09/2015 10:49):
Caramba, veo que el béisbol “de la casa” era un juego bastante extendido por el país. Nuestra versión era con tabla y pelota de tenis… pero la mayor innovación era la de jugar sobre un pentágono en lugar de un rombo. Vaya usted a saber por qué.
En fin les yas les dejo volver al libro.
Comentario de Gekokujo (03/09/2015 08:35):
Este artículo tiene un tufo antisemita… has perdido un seguidor.
Comentario de Gekokujo (03/09/2015 08:36):
¡Es broma, es broma! XD
Comentario de emigrante (04/09/2015 15:26):
En mi pueblo al baseball lo jugábamos a mano y lo llamábamos el basque.
En cuanto al año del Señor de MCMXXVII como el autor es gringo se han pasado por alto los acontecimento nacionales. Lo más destacado es la Generación del 27, pero es que por aquel entonces andábamos por las nubes, literalmente.
El vuelo del Plus Ultra se adelantó en un año al de Lindberg (un hermano del piloto presumía entonces de ser el general más jóven de Europa desde Bonaparte).
Se funda Iberia y los principales aerodromos nacionales mientras el autogiro daba vueltas por ahí.
La liga de fútbol no se empezó a jugar hasta un año después y al athletic todavía no se le conocía como Atlético-aviación.
La Hispano-Suiza hacía mejores coches que Ford ganando Indianápolis al año siguiente. También producía motores de aviones. Como ven todo muy aeronáutico.
Comentario de Llamadme Israel (07/09/2015 12:47):
Tangencialmente: ¿ha leído “la conjura contra América”, de Philip Roth?
Es una maravilla.
Comentario de Johnnie (08/09/2015 09:52):
emigrante:
No sólo, aunque la verdad es que Bryson atenta contra nuestra dignidad nacional. Lo que quiero decir es que hubo más hazañas voladoras y el libro menciona unas cuantas (el primer cruce del Atlántico sin paradas lo realizan en 1919 Alcock y Brown, luego hay por ahí un italiano fascista que también se dedica a cruzar el océano hacia 1927 dando saltitos como el Plus Ultra, y el mismo Lindbergh estableció varias récords simplemente llevando al Espíritu de San Luís de costa a costa con una parada en San Luís para saludar), pero se olvida de la española, supongo que porque a continuación no se dedicaron a ir de ciudad en ciudad por EEUU haciéndose los héroes (para eso los españoles siempre hemos tenido el DF y Buenos Aires).