1864

Otra serie danesa

Pensarán ustedes -tras Borgen, Forbrydelsen y Bron/Broen– que tenemos una cierta obsesión con Dinamarca. Pero nosotros, como los Wachovsky, siempre quisimos hacer una trilogía cuatrilogía de series danesas. Y además, estamos ante un país de bolsillo que ha logrado hacer la mejor televisión europea del momento, y encima en la cadena pública DK1. Lo mínimo es interesarnos y preguntar: ¿cómo lo hacen? A eso puede responder esta serie, que a través de las vivencias de varios daneses de la época recrea como vivió el país la guerra de 1864 con Prusia, una debacle que le sentó a Dinamarca como a España le sentó el 1898. Y nos parece que la televisión que hacen nace de la capacidad de una sociedad moderna de enfrentarse a sus mitos sin histerias ni ensoñaciones. Dicho de otra forma: ni Pablo Iglesias con mayoría absoluta y con Juan Carlos Monedero al cargo de RTVE como Minister für Volksauklärung und Propaganda tendrían huevos para hacer una serie equivalente sobre el Desastre de 1898.

 

Tranquilo, Pablo: más se perdió en Schleswig.

Tranquilo, Pablo: más se perdió en Schleswig.

 

La serie arranca en 1851, con la victoria de Dinamarca en la Primera Guerra de Schleswig. Schleswig y Holstein, por situarnos un poco, son dos ducados históricos situados entre Alemania y Dinamarca, que en virtud de un tratado antiquísimo no debían ser separados jamás (o usando las bellas palabras originales en alemán medieval: “dat se bliven ewich tosamende ungedelt”). Holstein, el más sureño, está poblado enteramente por alemanes, mientras en Schleswig el reparto étnico es 50/50. Desde las Guerras Napoleónicas ambos ducados son vasallos del rey danés, pero mantienen sus propias leyes e instituciones, al margen del Reino de Dinamarca. En 1848, al calor de las revoluciones de marzo, la mayoría germana proclama la independencia (solo reconocida por otros estados alemanes). Militarmente el ejército danés no tiene ni media hostia contra el prusiano, pero Prusia está inmersa en desórdenes internos revolucionarios, y la presión de Francia, Reino Unido y Rusia hace el resto. Prusia se retira y los daneses aplastan a las milicias schleswig-holsteinenses. Esencialmente se mantiene el statu quo, pero los daneses lo celebran como si fuese un Mundial de Fútbol.

Sin embargo, siguiendo a la “victoria” de 1851, surge un partido “patriótico” en Dinamarca que aspira a que los schleswigenses hablen la lengua del imperio y se integren con los demás, en vez de insistir tanto en sus fueros y sus cosas y su agresiva e insultante alemanidad. En 1863, y saltándose a la torera los acuerdos internacionales y por supuesto la voluntad de los locales, una nueva constitución declara a Schleswig y Holstein tan danesas como Copenhague. Incluso se prohíbe el uso de la lengua alemana. Lo que el partido patriota danés no tuvo en cuenta es que enfrente aún tenían a Prusia, que entretanto había fichado a sus “galácticos” Otto von Bismarck y Helmut von Moltke, el equivalente político-militar de una delantera Messi-CR7. Bismarck se encargó de que los aliados de Dinamarca la dejasen caer, y Moltke condujo la apisonadora militar. La guerra duró ocho meses, incluyendo negociaciones de paz y un par de operaciones prusianas perdidas por culpa de chochos generales de los tiempos de Napoleón. Dos años más tarde, y otra guerra mediante, los ducados se integraron en Prusia, como parte del proceso de unificación alemana de Bismarck. Pero esa ya es otra historia.

 

Hostias a todas horas en los buenos viejos tiempos

La serie traza un arco desde 1851 hasta 1864 a través de unos personajes que representan a todos los estratos de la sociedad danesa del momento. El “momento histórico”, por así decirlo, de esos 13 años cae en la intemporal categoría de “los buenos viejos tiempo”, en este caso en versión danesa: es decir, un pasado idílico e idealizado, con una nación unida como buenos hermanos, dirigentes paternales y bondadosos, y un pueblo honrado y trabajador, que no tenía “reivindicaciones” ni cosas de esas que envenenan las relaciones sociales. Un relato que encontramos en todas las sociedades, y que generalmente es más falso que un euro de madera.

Por suerte, la serie está realizada por esos corrosivos punkies y reconocidos perroflautas antisistema que son los funcionarios de la televisión pública danesa, y nos muestra la verdadera cara de aquella sociedad. Empezando porque las hostias estaban a la orden del día, en todas partes y en todos los grupos sociales. De padres a hijos pequeños. De padres a hijos adultos. De madres a hijas mayores, si se les ocurría quedarse embarazadas (embarazadas de un pobre, se entiende, con el hijo del barón no habría problemas). De profesores a alumnos. De chavalas jóvenes a hombres que intentan propasarse. De terratenientes a cazadores furtivos. Y cuando un padre se da cuenta de que ha dado una hostia injusta a sus hijos, el resultado no es una escena de lloros y abrimos-nuestros-corazones-para-perdonarnos-como-buenos-cristianos, no: el padre, con la misma cara de icono del movimiento Dogma con la que dio las hostias como panes, dice “como os he dado una bofetada injusta, para compensar ahora tenéis que darme vosotros una a mi. Venga, fuerte y sin miedo.” Cosa que uno de los hijos aprovecha para meterle una yoyah con la mano abierta que le cambia la cara al padre.

Los “buenos viejos tiempos”, queda claro, solo tienen de bueno una cosa: que hay gente que los vive de joven, y son los tiempos de su infancia y primera juventud, del descubrimiento del mundo, del primer amor, y un montón de cursiladas más que son idealizadas por el recuerdo y pintan toda la época de color rosa. ¿Acaso nuestros jubilados no añoran un poquito los tiempos del franquismo? ¿Y qué hay del revival de los 80 entre los treintañeros de hoy? Todo tiempo es susceptible de convertirse en los buenos viejos tiempos de alguien. Así ocurre para los hermanos Peter y Laust, y la amiga de ambos Inge, que durante esos años viven en su pueblo –propiedad de un “Barón” que lo controla todo cual cacique gallego– una idílica juventud que incluye retozar entre las flores y escenas erótico-festivas con menage a trois. Todo está bien en los Bueno Viejos Tiempos.

 

¡Nos han jodido!

¡Nos han jodido!

 

Peter y Laust son hijos de un veterano de 1851 que vuelve con una pierna gangrenosa que le acabará matando, pero que tiene que currar como un cabrón en las tierras del Barón hasta reventar. El Barón, dentro de lo que cabe, no es mala persona del todo. Para su época, puede que incluso ilustrado. ¡Si ni siquiera tiene prejuicios a la hora de contratar a gitanos! Y cuando convence a los chavales de la localidad para que se alisten en el ejército, hasta parece que se cree lo de que verán mundo y se harán hombres. Otra cosa es su hijo, Didrich, que en 1851 vuelve un poco mal de la chaveta y le habla de esta guisa a Laust: “tu padre murió porque no tenía voluntad de vivir. Era un cobarde. Ahora harás su parte del trabajo en la hacienda. Empezarás a las 6:00 y acabarás a las 20:00. Y se dice gracias, pequeño mojón de mierda.” Aunque dudamos si esto es estrés postraumático o simplemente la actitud normal de la aristocracia.

En suma, la serie nos ofrece una imagen muy real de lo que era la vida a mediados del siglo XIX: una sociedad que curraba de sol a sol, donde los oficiales del ejército era poco menos que dioses, donde los niños tenían que compartir camas, donde ser madre sin estar casada era lo más bajo que una mujer podía caer, donde los adolescentes mataban el rato haciéndose unas pajillas juntos, donde los médicos no consideraban un problema el meterse con un caballo en un hospital, donde las madres forzaban los matrimonios de sus hijas, donde los mozos aburridos se follan terneros, donde los políticos creen que sacrificar un tercio del ejército por una cuestión de “honor” es una buena idea… ¡y todo eso en Dinamarca, que era el estado con “la constitución más liberal de Europa” (asunto que meten de vez en cuando, en plan “los prusianos nos odian porque somos libres”)!

 

Adiós a los buenos viejos tiempos

Aunque lo de los buenos viejos tiempos, como creemos haber dejado claro, es una chuminada causada por un exceso de edad, como la artritis o la demencia senil, hay que decir que esa chuminada es mil veces preferibles a tener que irte a una guerra porque a las élites de tu país se les ha antojado mover la frontera 100 kilómetros al sur, totalmente ciegas a las realidades políticas, sociales y militares, y creyendo que basta con agitar la bandera y gritar “¡a por ellos oéh!” para que el enemigo salga corriendo.

 

Soldados daneses con más moral que el Alcoyano.

Soldados daneses con más moral que el Alcoyano.

 

Es aquí que se acaban los buenos viejos para unos cuantos miles de jóvenes daneses. Unos porque acabarán criando malvas, otros porque ver despedazados a sus compañeros bajo andanadas de artillería los dejará traumatizados de por vida, y para Peter y Laust porque Inge va a acabar eligiendo a uno de ellos por encima del otro. Para no arruinarles del todo la serie, no obstante, vamos a mantener el misterio sobre si elije al chulito guaperas o al tímido sensible (¡ojo, no saquen conclusiones precipitadas, que esto es Dinamarca, con mujeres ilustradas y modernas capaces de ver la belleza interior del chico tímido y leído!)

Aparte de las vivencias de Peter, Laust, Inge y los demás nativos de las tierras del barón, la serie también nos acerca a los grandes protagonistas históricos: están Bismarck y Moltke, presentados no como malvados enemigos de los buenos daneses, sino como unos cínicos que meramente utilizan las oportunidades presentadas por la locura de los dirigentes daneses para sus propios fines. También la reina de Inglaterra y su primer ministro Palmerston, que ofrecen a Dinamarca “sus simpatías”, pero ningún apoyo real; y que intentan gestionar un tratado de paz que fracasa, una vez más, por culpa de los daneses. Prusianos e ingleses (y los gitanos también), por cierto, interpretan sus escenas en sus respectivas lenguas nativas subtitulados, otro detallito que una producción española similar probablemente no incluiría.

Finalmente, están los daneses: empezando por el rey Cristián IX, ascendido al trono en 1863 como primer miembro de una nueva dinastía, la Casa de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, una familia que no cesa de causar pasmo y asombro en el mundo… y que es de origen alemán. Para Cristián IX, eso era un cierto hándicap, así que para ganarse el amor de sus súbditos aprobó una constitución que envió a miles de ellos a la muerte. Posteriormente, y en vista de que la cosa no ha ido como él esperaba, Christián IX da un giro de 180 grados y le ofrece a Bismarck integrar a Dinamarca en la Confederación Alemana (lo que este rechaza, haciendo un chiste sobre los daneses que hoy posiblemente le impediría ser concejal). Se ve que en aquella época no eran tan exigentes con sus reyes como nosotros ahora, porque no solo retuvo el trono sino que además colocó muy ventajosamente a sus hijos, llegando a ser llamado el suegro de Europa. Luego está el general Christian Julius de Meza, un excéntrico militar de 72 años que sin embargo tomó la acertada decisión de retirar el ejército de la primera línea de defensa en Danevirke hasta la línea, algo mejor, de Dybbøl. Su valor y competencia (era de origen español, no les digo más) fueron recompensados mediante un relevo fulminante del cargo. Pero el plato fuerte es Ditlev Gothard Monrad, obispo de Lolland, ministro de financias, de asuntos exteriores y primer ministro de Dinamarca durante la guerra, con ciertos antecedentes familiares de locura, y uno de los principales responsables de la catástrofe. La serie le presenta como un perturbado mental, hábil manipulador y demagogo, e insensible ante la muerte de miles de compatriotas porque lo que realmente le gustaría es metel.la con una actriz de renombre (queremos dejar claro que estamos hablando del primer ministro danés, no de un Borbón).

 

Dramón escandinavo

Pese a todas las desgracias de la guerra, los guionistas parecen creer que siempre se puede meter un poco más de drama y sufrimiento, que en este caso van a la cuenta de Inge: engañada por Didrich, privada del amor de todos a los que ella amaba, casada contra su voluntad por su madre (la cual, no sé porqué, físicamente me recuerda mucho a María Dolores Cospedal), y que lamentará sus decisiones durante el resto de su vida en una especie de suplicio escandinavo perpetuo. También hay algo de alegría, que cristaliza en una nueva familia tan moderna (matrimonio interracial con tres hijos de cinco progenitores biológicos diferentes) que los guionistas no dudan en presentarla como la semilla germinal de una nueva Dinamarca más abierta, libre y tolerante que hay que construir entre todos (a ver, entiéndanlo, que esto sigue siendo la tele pública). Porque las élites, representadas aquí por los amigotes de Didrich que evitaron tener que ir al frente, no han renunciado a nada, y menos que nada a mandar en el chiringuito.

 

La serie sienta grande

Aunque la serie es amena de ver (dentro de que va de una guerra y los corruptores de la civilización cristiana que dirigen la televisión pública danesa no se cortan un pelo en mostrarnos todo su horror, muerte, destrucción, casquería y lo que haga falta para que abominemos del militarismo y de nuestra occidental virilidad en general) y está muy bien hecha, uno se queda con la impresión de que a ratos se les ha venido grande a los productores. Es algo ya visto, y que podríamos llamar el “síndrome del presupuesto grande”: con tanta pasta sobre la mesa (unos 23 millones para una serie de 8 episodios, con eso se podrían producir unos 30 episodios de “Águila Roja” ó de “Isabel”) siempre va a haber presiones en el equipo productivo para “meter algo más” y así poder llegar a todos los públicos. En este caso, han metido con calzador la historia de un soldado con algún tipo de poderes psíquicos (había que darle algún papel a Søren Malling) que al final no sirven de mucho porque el hombre no logra ni entregar una carta en condiciones, tramas secundarias de un par de mujeres con sus embarazos a cuestas (hay que atraer al público femenino), y la relación del primer ministro con la vedette de renombre (Sidse Babett Knudsen, otra vieja gloria que suponemos no podía faltar en “la mayor producción danesa de todos los tiempos”). El resultado de estas tramas es que, cuanto más se ha forzado el calzador, más caen los actores en la sobreactuación. A cambio, las escenas de lucha están hechas con bastantes más medios de lo acostumbrado. El resultado general se deja ver muy bien, y desde luego le concedemos el prestigioso “sello de calidad LPD”.

 

Sætte på dit DNI??

Sætte på dit DNI??

 

Con todo, tal vez el giro más forzado de los productores es la narración de toda la historia, que se realiza desde el presente, donde una chavala algo perroflauta (parece que hay que meter como sea a un personaje con dos piercings en la cara, ¡o los jóvenes se irán a ver Gran Hermano!) y un descendiente del Barón leen los diarios y cartas de la época. Lo único de interés que aporta la chavala es un hermano, soldado del ejército danés, al que el gobierno mandó a morir en alguna guerra actual “en un sitio muy seco por ahí perdido” (¿los pancarteros de DK1 saben que por menos de eso en la España de Ánsar te mandaban al ostracismo?), para decir que no hemos aprendido nada de aquella guerra estúpida: los jóvenes cínicos pasan de todo, y a los jóvenes idealistas los mandan a morir por petróleo y negocios en el culo del mundo, ya sea en Dybbøl, Langemark, Tikrit, Dien Bien Phu, o en el Barranco del Lobo.

Sacar todo esto en horario de máxima audiencia en una televisión pública requiere valor, pues por supuesto hubo una enorme polémica, que tuvo su lado bueno en un enorme share del 67%, que el director comparó con el de “un discurso de Kim-Jong Il”. El estreno precedió en pocos meses a unas elecciones donde la izquierda “ganó” (según la “doctrina Aguirre” que si sacas un solo voto más que el segundo ya te toca todo y los demás son unos fucking losers) pero perdió la mayoría y ahora gobernarán los liberales, que fueron los terceros más votados. ¿De locos? No, de gente civilizada. Quién sabe, con tanto partido que ahora nos quiere igualar a Dinamarca, igual se nos pega algo…


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  1. Comentario de Teresa (29/06/2015 22:04):

    Jenal, ganas tengo de leerte un artículo sobre True detective 2 season. Hoy me he visto el 2×02 y estoy conteniéndome (la ira y la furia) precisamente con la misma percepción: a Pizzolatto escribir esta serie totalmente solo (porque él lo ha querido así) y cargarse a Fukunaga (por peleitas de egos), y a cambio traerse a un director típico de Hollywood (el de Fast and Furiuous), y ese casting tan de Hollywood again, más la presión de tener que llegar a un nivel HBO, le ha venido no grande, enorme. Encontrarás ambientes y tramas que te recordarán a The Wire, y a Los Soprano, encontrarás exceso de información, aceleres, exceso de protas. Tiene un sinfín de errores de principiante. Hasta David Simon se dejó asesorar en todo momento de un director de “planos”. Mucha tontería el Pizzolatto.

  2. Comentario de Judge Dredd (30/06/2015 09:57):

    Standing ovation, Herr Jenal! As usual.
    A mí la serie me gustó mucho y la reseña me parece increiblemente ajustada a la realidad.

    Yo no entro en lo “viene grande”, pero concuerdo totalmente en que hay por ahí un par de tramas que se pierden y están metidas con calzador. La del redactor jefe de la 1 (no sé si me estoy liando) con sus poderes paranormales es una chapuza que no viene a cuento y la que más canta en mi opinión.

    Después está las operetas del obispo y la primera ministra danesa (no sé si me estoy liando otra vez), que aunque sirven para justificar que el Rouco Varela danés está como una regadera, están muy traídas por los pelos para lo que es el desarrollo de la historia.

    Y finalmente una cosa que apuntan, pero no acaban de disparar en la serie, que es presentar a uno de los soldados prusianos que pasaba por allí por la trinchera como un lector de Marx (Karl, no Groucho) y que empatiza vagamante con sus teorías. Podría tener su aquél si hubiesen desarrollado más, aunque sea vagamente, su influencia o como las revoluciones del período de 1848 pudieron afectar posteriormente a Europa, pero lo dicho: lo meten por allí, parece que, pero a la hora de la verdad nada de nada.

    Y finalmente destacar el papel, porque el tipo es muy bueno actuando, de Pilou Asbaek, el jefe de prensa de la primera ministra danesa. No sé si me estoy liando nuevamente, pero supongo que un país de 6 millones de habitantes, tampoco es que tenga un ejército de actores y, aunque sus series son excepcionales, al final acabas con la sensación de ver las mismas caras en todos los sitios (aunque esto también puede pasar con HBO).

  3. Comentario de kirikiño (30/06/2015 13:56):

    Teresa, anda que no te has marcado un venir a hablar de tu libro,eh. La serie danesa, por su parte, tiene muy buena pinta.

  4. Comentario de Carlos Jenal (30/06/2015 14:18):

    @Teresa
    no me he metido con la segunda de TD porque asumo que no podrán mantener el nivel. En todo caso, Álvaro ya criticó la primera (http://www.valenciaplaza.com/ver/118047/true-detective-no-es-el-caso-asunta–pero-estremece.html ) así que tiene preferencia.

    @Dredd
    El prusiano marxista también me pareció muy interesante, pero se ve que su papel era “humanizar” al soldado prusiano de a pie, no iniciar un debate marxista sobre el papel del militarismo en la economía capitalista…

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