“Autumn in the Heavenly Kingdom” – Stephen R. Platt

Algunas reflexiones previas

Esta crítica de libro hará de vez en cuando menciones al tema de la religión. Dada la temática del libro, no hemos podido evitarlo. A priori es un tema peligroso para la salvación de nuestras almas, pero si la Conferencia Episcopal no tiene miedo de ir al infierno, ¿por qué íbamos a tenerlo nosotros? Y además, puede que ustedes se lleven una sorpresa. En todo caso, esperamos que al menos sirva para que el lector entienda porqué el estado chino (popular) es tan alérgico a las intervenciones extranjeras, porqué las autoridades chinas son tan quisquillosas con el cristianismo en China, y por qué es tan importante para nuestra salud mantener a los misioneros a la mayor distancia posible. Todo esto, a través de este estupendo relato sobre el Taiping Tianguo que nos trae Stephen R. Platt, profesor de historia imperial china en la universidad de Massachusetts.

El Taiping Tianguo es el “Reino Celestial de la Gran Paz”, in0cente nombre que hace alusión a un conflicto bélico que duró de 1851 a 1864 y costó unos 20 millones de muertos (según las estimaciones más realistas, aunque hay estudios que lo eleva a 50, 70, y hasta 100 millones, lo que lo convertiría en el más sangriento de la historia en proporción a la población mundial del momento). Lo cual es un cierto shock: imaginen pasar por todas las fases del sistema educativo occidental, del biberón de preescolar al botellón del paraninfo (e incluso, como le pasó a Platt, pasar un año entero en China), y encontrarte de repente con que tus profesores de historia se olvidaron mencionarte una guerra mundial adicional. O que hubo una cuarta guerra carlista, entremezclada entre las otras y con un millón largo de muertos, pero que no se menciona “porque no aporta nada”.

Se podría argumentar que la China de 1850 y sus conflictos internos nos pillan lejos. Bueno, puede que los amantes de Isabel II sean más importantes que 20 millones de chinos muertos, pero quienes argumentan esto no tienen reparo en explicarte largo y tendido las hambrunas y atrocidades del Gran Salto Adelante, junto con una amable insinuación de que el divorcio/el matrimonio homosexual/una ley anti-desahucios/votar “al coletas”/cualquier idea más o menos innovadora de la izquierda es el primer paso hacia una nueva Revolución Cultural que acabará con todos los españoles de bien en campos de reeducación. Mi no entender. Es casi como si hubiese un interés inconfesado e inconfesable porque no nos enteremos de que las masacres de millones de personas no las causan solo los comunistas maoístas, sino que también pueden causarlas los monarcas autoritarios, los iluminados religiosos y las intervenciones humanitarias.

 

Amor fraternal, perdón cristiano, y más muertos que la Primera Guerra Mundial.

Amor fraternal, perdón cristiano, y más muertos que la Primera Guerra Mundial.

 

Opositando a Hijo de Dios

Empezamos la materia hablando de Hong Xiuquan. El bueno de Xiuquan nació en 1814 en el seno de una familia pobre del sur de China, si bien alguno de sus ancestros había sido un hombre con posibles, y eso aún flotaba en la memoria familiar. De modo que cuando Xiuquan empezó a destacar en el colegio, la familia Hong decidió echar toda la carne en el asador con él para ver si lograba entrar en el servicio imperial y así traerle nuevo brillo al nombre familiar. Xiuquan se aprendió de memoria las obras de Confucio y se presentó por cuatro veces a las durísimas oposiciones para el servicio imperial, fracasando en todas ellas (las oposiciones consistían en encerrar durante tres días a los aspirantes en celdas o jaulas de mimbre para que de forma anónima respondieran a preguntas escritas; solo el 1% lograba aprobar). El último fracaso le provocó una crisis nerviosa que le llevó a una especie de coma, y durante un tiempo yació medio muerto y tuvo una serie de visiones: en la primera, una figura paternal de larga barba dorada se quejaba porque los hombres no le veneraban a él sino a demonios. En otra, un hombre que se identificaba como hermano de Xiuquan le daba una espada para expulsar a los demonios de China. En una tercera, Confucio se arrepentía de su falta de fe y se convertía a la causa del Padre Celestial. Y luego va tu madre y te dice que hagas una oposición, que así se vive tranquilo. Qué sabrá ella.

Xiuquan en principio tampoco supo qué hacer con sus visiones, y empezó a ganarse la vida como profesor (freelance, no funcionario), hasta que en 1843 empezó a hojear unos panfletos que un misionero evangelista le había dado en Guangzhou (también conocida como Cantón). Y hoygan: ¡todo encajaba con sus visiones! El hombre de la barba dorada que le había hablado era Dios Padre, el de la espada era Jesús, y él mismo era el hermano menor del Mesías, elegido para traer el cristianismo a China. Ni corto ni perezoso, se fue corriendo al rio a bautizarse a sí mismo, tiró las imágenes y obras de Confucio, y comenzó a predicar.

 

El hermano (adoptado) de Jesucristo.

El hermano (adoptado) de Jesucristo.

 

El primer converso fue su primo Hong Rengan, con quien empezó a ganar numerosos adeptos entre los Hakka (minoría étnica de la que ambos formaban parte), para poco a poco expandirse por toda la provincia de Guangxi, atrayendo especialmente a los pobres, los cuales en algunos casos quemaban sus casas antes de unirse a Xiuquan. Pero mientras el movimiento alrededor de Xiuquan crecía y se enfrentaba a los confucionistas y a las autoridades imperiales, Rengan se vio separado de ellos y acabó refugiado en la colonia británica de Hong Kong. Allí pasó algunos años aprendiendo las ciencias y la historia de los occidentales, y lo que es más importante: contándoles su versión de los Taiping, que es como se llamaba el movimiento de Xiuquan. Esta versión (“somos pobres campesinos sometidos por autócratas extranjeros que solo queremos abrazar la fe de Cristo en libertad”) es la que alcanzaría Europa e influiría en el posicionamiento de las potencias europeas, que ya tenían que vigilar con un ojo a sus opiniones públicas. También es nuestra principal fuente sobre los comienzos del Reino Celestial, la cual ha adquirido así un sesgo muy marcado (el libro apenas detalla los comienzos y se centra sobre todo en lo ocurrido a partir de 1858).

 

Pausa para fumar (opio)

A causa de su derrota en la Primera Guerra del Opio (la cual, gracias sean dadas a los Grandes Padres Celestiales de LPD, ya les he comentado aquí), China había tenido que admitir la apertura de ciertos puertos, entre ellos Hong Kong y Shanghái, al comercio con Occidente. Gracias al opio, el volumen comercial con Gran Bretaña era tan grande que China era –junto a los Estados Unidos- el primer socio comercial del Imperio Británico, y el hecho de que ambos fueran a tener guerras civiles al mismo tiempo iba a forzar la mano de los británicos, que no podían perder ambos socios a la vez.

China estaba gobernada desde 1644 por la dinastía Qing, también conocidos como los Manchú, al proceder de Manchuria (lo que hoy sería la esquina superior derecha de la China Popular). Étnicamente, los manchúes estaban más cercanos a los mongoles que a los chinos Han. Pese a los dos siglos de gobierno, no se habían mezclado apenas con la población, y se mantenían como una casta superior, obligando a los chinos a hablar su idioma al tratar con ellos, y a llevar la cabeza afeitada por delante y con coleta por detrás, bajo pena de muerte en caso de desobediencia. Huelga decir que este gobierno, percibido como extranjero y autocrático, era profundamente detestado por los chinos, especialmente en el sur, y el deseo de liberación nacional se fundiría con la promesa de un nuevo despertar religioso por parte de los Taiping.

Era en esta China convulsa en la que los europeos iban a dar un ejemplo de libro de la battleship diplomacy: deseosos de mejorar las condiciones de comercio, franceses e ingleses remontaron en mayo de 1858 el rio Peiho (o Pei Ho, o Hai, o Bai He; vamos, el “Manzanares de Beijing”), capturaron los fuertes Taku y obligaron al emperador Qing, de nombre Xianfeng, a firmar un tratado mucho más ventajoso para ellos. No obstante, los manchúes pidieron un año para que entrara en rigor, previa ratificación. Cuando en junio de 1859 los británicos volvieron con el tratado ratificado y con su flamante embajador, Frederick Bruce, los funcionarios Qing le indicaron que acudiera a Beijing por una ruta terrestre reservada a los pueblos tributarios. Los británicos se negaron, volvieron a remontar el Peiho, volvieron a atacar los fuertes Taku – y se llevaron una sonora paliza, pues esta vez los manchúes estaban mejor preparados. Pero volvamos a los Taiping.

 

La corte del Rey Celestial

Los seguidores de Xiuquan, tras cortarse la coleta y dejarse melena, empezaron a enfrentarse militarmente a los manchúes, derrotando varios de sus ejércitos. Y en marzo de 1853, dieron la campanada con la toma de Nanjing, que convertirían en su capital. La guarnición militar de manchúes fue masacrada sin piedad, incluyendo mujeres y niños. La cosa llamó la atención en todo el mundo: Karl Marx escribió un artículo relacionando a los Taiping con las revoluciones europeas de cinco años atrás y anunciando un nuevo tiempo; en el otro extremo, un periódico de Nueva Orleans se llevaba las manos a la cabeza, hay que ver los chinos, rebelándose contra sus señores naturales los superiores manchúes, a ver si van a darles ideas raras a los esclavos negros. Nanjing era la segunda ciudad de China, capital del rio Yangtzé y de los reinos tradicionales del sur (su nombre significa “capital del sur”), y desde ella podían controlar el tramo medio del Yangtzé y expandirse territorialmente. Vista en el mapa, la expansión puede parecer chiquita, pero no se dejen engañar: lo que cuenta es la franja costera de la derecha, donde vivían y viven el 94% de los chinos. Los dos tercios nor-occidentales de China son desiertos y montañas que hacen que el parking de una estación de servicio castellano-manchega en un mediodía del mes de julio parezca un lugar acogedor.

 

Extensión máxima del Reino Celestial de la Gran Paz. Pequeño pero matón.

Extensión máxima del Reino Celestial de la Gran Paz. Pequeño pero matón.

 

En Nanjing (rebautizada Tianjing), Xiuquan estableció su corte como Rey Celestial, nombrando a un primer ministro, Yang Xiuqing, bajo el título de Rey del Este, aunque a los tres años Xiuquan mandó matar a Yang, a su familia y a sus seguidores, en total unas 6000 personas, un Juego de Tronos enterito, y todo porque Yang también empezaba a afirmar que hablaba con Dios. Con el tiempo, habría un Rey Leal, un Rey Valiente, un Rey del Norte, del Sur, del Oeste… y finalmente, un Rey Escudo, carguito creado expresamente para el hijo pródigo, el primo Hong Rengan, que en 1859 volvió desde Hong Kong con los Taiping y nada más pisar la ciudad fue recompensado con el puesto de primer ministro, para cabreo de todos los oficiales que llevaban diez añitos de guerras y veían como el primo del jefe recién llegado se quedaba con el cotarro.

Pese a lo poco meritocrático de su ascenso, Hong Rengan demostró ser un primer ministro muy capaz. Su primera medida fue una muy sensata operación de relaciones públicas para atraerse a los occidentales, a los que tenía bien calados de sus tiempos en Hong Kong. Resulta que bajando el Yangtzé desde Nanjing, uno llega a Shanghái, que guarda la desembocadura del rio y controla su comercio marítimo. Allí, junto a la antigua ciudad china, habían montado sus concesiones comerciales los europeos. Rengan invitó a un puñado de predicadores y misioneros evangélicos británicos a que subieran desde Shanghái a verle. Los recibió llamándolos “hermanos cristianos”, rezaron juntos, cantaron himnos, les aseguró enfáticamente que su principal preocupación -y la de su primo el Rey Celestial- era cristianizar China, y les dejó caer (de pasada, como quien no quiere la cosa) que respetarían e incluso ampliarían el comercio con Occidente. Como prueba de su fe, los misioneros pudieron ver las estatuas e imágenes tradicionales destruidas – cosa que les alegró sobremanera, y uno de ellos escribió con evidente Schadenfreude que se iban joder bien los franceses (por católicos), que la nueva China iba a ser protestante y a perseguir a los idólatras. El hecho de que en su subida a Nanjing hubiera tramos enteros del Yangtzé tapizados con cadáveres que bajaban hacia el mar lo atribuían en su entusiasmo a suicidios masivos (que los había, por parte de las mujeres cuando corrían peligro de caer en manos de un ejército enemigo). Rengan, efectivamente, los tenían bien calados. A ellos y a los propios chinos, pues se alejó de los programas de expropiaciones masivas de los años anteriores, y reintrodujo a Confucio en las oposiciones del estado Taiping, con el argumento de que era un hombre sabio y respetable, y que el único error había sido convertirle en un dios.

El entusiasmo de los misioneros, en todo caso, chocaba con Frederick Bruce, quien tras el fracaso de 1859 se asentó en Shanghái. Bruce, ignorante del país y del idioma, era un firme legalista y consideraba que los Qing eran el gobierno legítimo, ¡y eso pese a que estaba esperando una expedición de castigo contra Beijing por la derrota en los fuertes Taku! A los Taiping los consideraba unos rebeldes contra la autoridad legítima, y cuando el Rey Leal avanzó contra Shanghái para capturar la parte china de la ciudad (mandó cartas avisando que los hermanos cristianos no tenían nada que temer, que respetaría las concesiones, y que había dado orden de ejecutar a cualquier soldado que tocase a un occidental; Bruce ni siquiera las abrió), los soldados británicos la defendieron, mientras los franceses quemaban salvajemente los suburbios para que los Taiping no pudiesen usarlos. Los Taiping, que de no ser por la intervención occidental seguramente habrían vencido, se retiraron confusos.

A Bruce pronto le surgió una voz de protesta: Thomas Taylor Meadows, funcionario británico que manejaba una amplia red de informadores y conocía bien el país. Meadows argumentaba que las revoluciones eran parte esencial de la historia de China, ya que servían para purificar periódicamente el anquilosamiento en que caía China tras varios siglos de gobierno dinástico. Involucrarse en las mismas era una mala idea: si se apoyaba al bando perdedor, solo se prolongaría la guerra y el sufrimiento. En cambio, si se apoyaba a los ganadores, el gobierno resultante sería débil, y los gobiernos débiles solían ser siempre cobardes y crueles. Si los Taiping iban a gobernar China, había que dejarles. A lo que Bruce respondió que el cristianismo del Reino Celestial o bien era pantomima, o si era verdadero hacía imposible que la sociedad china los aceptara como regentes, así que en cualquier caso había que tratar con los Qing. Meadows pronto fue desplazado a un puesto donde diera menos la lata, y sus argumentos no serían escuchados.

 

Aquí estamos a lo que estamos.

Aquí estamos a lo que estamos.

 

La Segunda Guerra del Opio

Finalmente, en agosto de 1860, un contingente británico, apoyado por otro francés, se dispuso a vengar la derrota del año anterior. Al mando iba James Bruce, octavo earl de Elgin y llamado comúnmente Lord Elgin, Alto Comisionado para China y más tarde Virrey de la India. Y además hermano del embajador frustrado Frederick Bruce, que a ver si se creen que la muy liberal Britania en el muy liberal siglo XIX era más meritocrática que el Reino Celestial (el padre de ambos, el séptimo earl, fue “el” Lord Elgin que robó el friso del Partenón que hoy pueden admirar en el Museo Británico). Los enfrentamientos entre China y los anglo-franceses en los años 50, culminados con esta campaña de verano-otoño de 1860, suelen resumirse bajo el epígrafe de Segunda Guerra del Opio, y supusieron una humillación nacional enorme para los chinos, que a pesar del gobierno Manchú se seguían viendo como el ombligo del mundo y a los demás como fantasmillas de más allá del muro.

En esta tercera ocasión, los europeos atacaron los fuertes Taku por tierra, masacrando a los defensores a cañonazos con sus nuevos cañones Armstrong (luego vieron que las autoridades imperiales habían atrancado los fuertes por fuera para que las guarniciones no pudiesen rendirse). Según avanzaban hacia Beijing, el emperador Xianfeng mandó emisarios. Una delegación europea negoció con ellos, pero su negativa a que el embajador británico hiciese la postración ritual del kowtow ante el emperador hizo imposible un acuerdo. Los negociadores europeos fueron tomados rehenes, y Xianfeng mandó un contingente de 40.000 manchúes a caballo para acabar con Lord Elgin (que solo traía unos 3.000 soldados). Los Armstrong hicieron picadillo a la caballería manchú, y Xianfeng huyó de la capital. Los europeos se plantaron en Beijing, y al ver que varios de sus negociadores habían sido torturados hasta la muerte por ling chi (“la muerte de los mil cortes”, que consistía en descuartizar al condenado cortándole lentamente en trocitos), Elgin ordenó quemar el Palacio de Verano del emperador. Antes, eso sí, lo saquearon a fondo; un oficial se llevó un perro pequinés que obsequió a la Reina Victoria con el nombre de “Looty” (“saqueíto” o “botincillo”).

 

“¿Quemáis un tesoro cultural cien veces más grande que El Escorial y al perro le ponéis ’Looty’? El Ling chi es demasiado bueno para vosotros.”

“¿Quemáis un tesoro cultural cien veces más grande que El Escorial y al perro le ponéis ’Looty’? El Ling chi es demasiado bueno para vosotros.”

 

El Imperio Contraataca

Pese a las humillaciones sufridas ante los occidentales, los manchúes no se habían olvidado de los Taiping, a quienes combatían desde el comienzo de la revuelta. Entra en escena Zeng Guofan, a quien Platt nos presenta como el anti-Hong Xiuquan: también procedía de una familia humilde, pero él sí logró aprobar las durísimas oposiciones a todos los niveles, hasta lograr el ingreso en una elitista academia imperial en Beijing. Pero la falsedad y el politiqueo imperantes en la capital asquearon al joven Zeng, que se echó en brazos de un culto/secta/escuela de pensamiento, llamado Neo-Confucionismo, que aspiraba a revivir las enseñanzas del Viejo Maestro, con cosas sencillas como la autodisciplina, no salir por las noches, madrugar mucho, meditar una hora al día, o no empezar un libro hasta terminar el anterior. Solo le faltaba tener un calendario con gatitos y frases inspiradoras de Paulo Coelho, y un CD de cánticos de ballena en el coche. Si los Qing pretendían convertir una revuelta en una guerra de religión, no podían encontrar a un hombre mejor. Al encontrarse por motivos personales en su provincia natal de Hunan cuando estalló la revuelta en 1852, Zeng Guofan recibió el encargo de organizar la resistencia a los Taiping. Para ello, desarrolló una milicia completamente nueva, la adoctrinó con ideología confucionista a raudales, y la financió muy generosamente con los impuestos que extrajo a las clases altas (las cuales no es que se sintieran ni muy manchúes ni muy confucionistas, pero por entonces los Taiping tendían en lo socioeconómico a una especie de Teología de la Liberación, y por ahí ellas no pasaban). Tras algunos fracasos iniciales por su nula experiencia militar, cedió el mando táctico a oficiales capaces –Bao Chao sería su general más eficaz- y logró frenar la expansión Taiping hacia arriba del Yangtzé.

El año 1860 trajo grandes cambios para él. En primavera, Hong Rengan, como flamante primer ministro de los Taiping, lanzó una campaña que desbarató a los ejércitos imperiales que sitiaban Nanjing (campaña que llevó a los Taiping a las puertas de Shanghái, que habrían tomado de no ser por Frederick Bruce). En los combates resultaron muertos los generales manchúes, de modo que Zeng Guofan, quien hasta entonces solo era otro gobernador local más con una misión de mera contención de los Taiping, se convirtió en el comandante supremo del Imperio en el sur. En octubre, los manchúes firmaron con Lord Elgin el tratado de paz que les reconocía a los británicos mayores derechos a comerciar, navegar el Yangtzé, y estacionar un embajador en Beijing. Y como el emperador Xianfeng se negaba a retornar a Beijing, se hizo cargo del gobierno su hermano menor, el príncipe Gong, quien compartía el punto de vista de Zeng de que los occidentales solo eran unos bárbaros que a la larga no podían conquistar China, “una enfermedad de los miembros”, mientras los Taiping eran “una enfermedad de los órganos”, pues aspiraban a arrebatarles a los manchúes el Mandato del Cielo. Gong dio prioridad a la lucha contra el Reino Celestial, incluso a costa de humillarse ante los occidentales todo lo necesario (lo que incluía, almas sensibles abstenerse, no sea que se desmayen, ¡¡no poder llamar a los británicos Yi –ó ““, si nos ponemos puristas- en documentos oficiales!!).

Insertamos aquí una pequeña anécdota que nos ilustra el carácter de Gong y los intríngulis de la monarquía como forma de estado en su versión chinesca: resulta que bajo los Qing, no heredaba automáticamente el hijo mayor, sino cualquiera de los hijos según el criterio del padre. El emperador Daoguang (el que gobernaba durante la Primera Guerra del Opio), padre de Gong y de su hermano Yizhu, comandó a ambos a su presencia y les preguntó que harían si fuesen emperadores. Gong enseguida le soltó una larga lista de reformas muy sensatas. Yizhu en cambio se arrojó al suelo y lloró. Preguntado por qué lloraba, dijo que si fuese emperador eso solo podían significar que su augusto padre había muerto, y el mero pensamiento le llenaba de una pena inmensa. Adivinen quien se quedó con el premio: en 1850, Yizhu ascendió al trono como emperador Xianfeng. Por eso se hundieron los Qing: ¡porque no elegían al más pre-parado sino al mejor hijo! (En defensa de Daoguang, diremos que en 1831 tuvo que matar a otro hijo suyo que conspiraba para arrebatarle el trono, lo cual puede haberle inclinado a favorecer al hijo más cariñoso.) Como Gong era chino suponemos que la tenía pequeñita y por eso se sometió pese a estar mejor preparado. En otras partes del mundo, su equivalente habría matado a su hermano en un accidente de caza o similar y se habría quedado él con el cotarro. Siempre por el bien de China, ojo.

 

Relaciones públicas

Pese al incidente de Shanghái, Hong Rengan no renunciaba a atraerse a los occidentales, cuyas armas modernas podrían haber inclinado la balanza del lado de los Taiping hasta casi el final de la guerra. Para ello, Rengan se sirvió de una colección de misioneros occidentales, a cual más chalado, para influir en la opinión pública occidental. Estos misioneros escribían cartas a los periódicos que incluían perlas que parecían sacadas de la Guerra de los Treinta Años:

 

¿no sería mejor, desde un punto de vista más elevado, que media nación fuese exterminada, en vez de persistir en su error, si con ello la otra media pudiese ser llevada al buen camino?

 

Hong Rengan también mandó una carta a los británicos a Shanghái, lamentándose de lo ocurrido y echando la culpa a los franceses, “pero vosotros británicos sed nuestros amigos y hermanos, porfa porfa”. Pero británicos y franceses andaban más preocupados por no quebrar la neutralidad a que los obligaba el tratado de paz, y porque los rusos se acercaban desde el norte ofreciendo ayuda a Xianfeng (bueno, ofreciendo ayuda y haciéndose cargo de los territorios más allá del rio Amur, que según ellos si los anglo-franceses no habían ocupado Beijing de forma permanente era por la amenaza rusa). Y además, algunos aspectos de la doctrina cristiana Taiping no les terminaban de gustar, como el hecho de que el Rey Celestial había revisado el dogma de la Santísima Trinidad para decidir que el Espíritu Santo era, en realidad, el segundo hijo de Dios, es decir, él mismo. (Y bueno, también estaba el hecho de que los Taiping odiaban el opio y ejecutaban a todo el que lo comerciara e incluso consumiera, con lo que el comercio del mismo se resintió un poco.)

En la primavera de 1861, Zeng Guofan y los imperiales pasaron a la ofensiva, poniendo sitio a la ciudad de Anqing, plaza fuerte indispensable para avanzar desde el interior rio abajo hacia Nanjing. Los Taiping mandaron al oeste al Rey Valiente y al Rey Leal, que empujaron hacia atrás a las tropas de Zeng, quien se salvó por pura casualidad de no ser capturado. Finalmente, el Rey Valiente llegó a las puertas de la ciudad de Hankow, desde donde podía cortar los suministros a las tropas que sitiaban Anqing. Aquí, mil kilómetros tierra adentro y a meses de viaje de Lodres, se produjo otra de esos momentos “british diplomacy rules the world” tan propios del siglo XIX: Hankow era una de las nuevas ciudades abiertas para comerciar con los británicos merced al tratado, y se encontraba allí en ese momento un tal Harry Smith Parkes. Parkes era uno de los negociadores capturados y torturados durante la campaña de Beijing del año anterior, y estaba en Hankow solo en calidad de intérprete, pero habló con el Rey Valiente y le insinuó que Gran Bretaña no vería con buenos ojos que los Taiping capturaran uno de los puertos abiertos al comercio occidental. El Rey se lo tomó literalmente como una amenaza directa de un oficial británico, y sabiendo que Hong Rengan quería a toda costa congraciarse con ellos, paró su avance. Con la pausa, los manchúes pudieron traer refuerzos a Hankow. Al no recibir el refuerzo del Rey Leal, el Rey Valiente se retiró. Intentó aliviar el sitio de Anqing, pero fracasó. Ocho mil de sus soldados, que se rindieron bajo promesa de cautiverio, fueron ejecutados. Anqing cayó al final del verano de 1861, y sus habitantes supervivientes fueron masacrados por los manchúes. La guerra se convertía más y más en un exterminio mutuo: según un testigo, por aquella época las orillas del Gran Canal estaban literalmente “blancas de huesos humanos”. Platt afirma que por parte de los Taiping las atrocidades solían ser cometidas por elementos descontrolados, y cuando había generales cerca las tropas solían comportarse (excepto cuando se trataba de manchúes, que eran exterminados sin contemplaciones). En las matanzas, los imperiales claramente se llevaron la palma, arrasando regiones enteras para que la guerrilla Taiping no pudiese sobrevivir.

 

Los manchúes eran maoístas pero no lo sabían.

Los manchúes eran maoístas pero no lo sabían.

 

Hechos sucesorios

El 22 de agosto de 1861, moría exiliado en su palacio de caza el emperador Xianfeng. Fíjense que los Qing eran una dinastía tan poco borbónica, que con todas las amantes, concubinas y esposas que tuvo solo logró engendrar un único hijo varón, quien le sucedió como emperador Tongzhi. Como Tongzhi solo tenía cinco añitos, Xianfeng nombró un consejo de ocho regentes en su testamento, cuyos edictos, no obstante, debían contar con la aprobación de dos mujeres: Ci’an -la viuda de Xianfeng- y Yehonala -la concubina/madre de Tongzhi, seguramente como vía de legitimar al consejo, que contaba con manipular a ambas mujeres a su antojo. Los regentes eran “halcones manchúes” que odiaban a los británicos, y su gobierno probablemente habría empujado a Gran Bretaña a los brazos de los Taiping, pero no contaban con Yehonala. Elegida concubina a los quince años, madre de Tongzhi a los veinte, tenía veinticinco cuando murió Xianfeng. Aprovechando que su hijo Tongzhi volvía a Beijing un día antes que los regentes con el cuerpo de Xianfeng, Yehonala se alió con el príncipe Gong, que contaba con el apoyo de las tropas y de la población de Beijing. Cuando los regentes llegaron al día siguiente, fueron arrestados y llevados ante un tribunal, donde Yeholana declaró que se habían aprovechado de la enfermedad de Xianfeng para dictarle el testamento (que de hecho estaba escrito del puño y letra de uno de los regentes, Sushun, por lo débil que estaba Xianfeng). Se los condenó por traición y por haber aconsejado a Xianfeng que torturara a los emisarios europeos. Cinco regentes fueron desterrados, otros dos ahorcados, y Sushun decapitado en el Mercado del Repollo de Beijing. Yeholana se hizo cargo de la Regencia como la Emperatriz Madre Cixi y manejaría desde la sombra a todos los gobiernos chinos hasta 1908, mientras Gong se convertía en su consejero principal. (Desde LPD, y ante una hipotética Regencia Letizia con su cuñada Elena de Borbón como Presidenta del Gobierno, solo nos queda añadir: “¡larga vida al rey!”)

 

La Emperatriz Madre Cixi, vestida por Pertegaz.

La Emperatriz Madre Cixi, vestida por Pertegaz.

 

Casi al mismo tiempo, acontecimientos al otro lado del planeta iban a cambiar radicalmente la situación: en abril de 1861 comenzaba la Guerra de Secesión Americana. Con ella se venía abajo casi toda la industria británica, pues las fábricas textiles de Lancashire importaban tres cuartas partes de su algodón de los Confederados (que ahora estaban sometidos a bloqueo naval por la Unión), y exportaban la mitad de su producción al lejano oriente. Aunque los chinos también cultivaban y procesaban algodón, sus métodos tradicionales no podían competir en precio con la industria moderna británica, incluso contando con los dos meses de viaje en barco. Ahora esto se vino abajo, y en noviembre el paro en Lancashire superaba el 60%. Ante el creciente descontento interno, las autoridades empezaron a desarrollar una serie de alternativas, resumidas básicamente en: puesto que los chinos acaban de abrir unos cuantos puertos más al comercio, vamos a aprovecharlos y a comerciar a saco con China. Incluso, vamos a hacernos cargo del comercio intrachino. Para ello, claro, necesitaban una China estable, de modo que ni de coña iban a reconocer a los Taiping como beligerantes (a los Confederados los reconocieron a las pocas semanas). Unido a los prejuicios que abrigaban y alimentaban muchos de los oficiales británicos en China, ocultando información clave, la intervención humanitaria empezaba a tomar forma.

Por el lado Taiping, Hong Rengan había caído en desgracia, y la amistad con los occidentales ya no era tan prioritaria. Los Taiping capturaron Ningbo, uno de los puertos abiertos del tratado, pese a los intentos de la diplomacia británica por evitarlo. Finalmente, cuando el Rey Leal (Li Xiucheng, pero vamos a dejarlo en Rey Leal, si les parece) se acercó de nuevo a Shanghái, los británicos –y con ellos los franceses- dejaron de lado todo intento de aparentar neutralidad y se dispusieron para intervenir, aunque solo tenían unos 2.000 soldados. A los 10.000 milicianos locales ni los consideraban una ayuda… ni tampoco lo hacían los propios shangaianos, significativamente, que prefirieron encomendarse a Frederick Townsend Ward, una figura que les he escatimado hasta ahora. Este buscavidas montó una tropa de mercenarios pagada por los empresarios de Shanghái, llegando a casarse con la hija del mayor banquero de la ciudad (el prometido de la chavala había muerto antes de la boda, haciéndola “incasable” para cualquier chino). Hay por allí una biografía suya con el revelador título de Devil Soldier.

El ejército montado por Ward, el “Cuerpo Armado Extranjero”, pronto les ganó alguna batallita a los Taiping merced a sus armas superiores, siendo rebautizado al instante como “Ejército Siempre Victorioso”. Su mera existencia fue vista como un insulto por Zeng Guofan, que optó por enviar un ejército propio a Shanghái, para que la defensa de la ciudad no fuese mérito exclusivo de los occidentales. Para ello tuvo que contratar barcos británicos a un precio escandaloso, que transportaron a miles de soldados imperiales Yangtzé abajo, ante las mismísimas narices del Rey Celestial en Nanjing, bajo la –acertada- suposición de que los rebeldes no abrirían fuego sobre el Union Jack. Los mismos barcos y la misma ruta los había pedido Hong Rengan para aliviar el cerco de Anqing, pero le habían dicho que no por eso de la Neutralidad y tal. En 1863, los británicos incluso les montaron/vendieron una flotilla de cañoneras de rio a los Qing, que así consolidarían su dominio del Yangtzé, aunque por un tema de mando no se llegó a entregar. Y como regalito adicional, le trajeron a China una epidemia de cólera (traída casi seguro de la India, donde era endémica; no era una enfermedad desconocida para los chinos, pero en las ciudades atestadas de refugiados y con la canalización colapsada causó estragos).

 

Frederick Townsend Ward: ladrón, mercenario, pirata y emprendedor. Suena para la presidencia de la CEOE.

Frederick Townsend Ward: ladrón, mercenario, pirata y emprendedor. Suena para la presidencia de la CEOE.

 

En septiembre de 1862, Ward murió de un balazo. Su sucesor al frente del Ejército Siempre Victorioso, un americano de nombre Henry Andres Burgevine, solo duró unos meses debido a ciertos desacuerdos sobre la financiación (incluyendo un asalto a la casa del ex – suegro banquero de Ward, con puñetazo a la cara incluido, para lograr fondos), momento en que los británicos se dejaron de zarandajas y nominaron directamente a un oficial inglés, Charles “Chinese” Gordon. Gordon era uno de esos oficiales británicos, todo flema, tradición y stiff upper lip, que construyeron el Imperio Británico casi sin querer. La principal diferencia con sus equivalentes hispanos es que Gordon era una persona totalmente asexual que a la tierna edad de 14 años ya manifestaba su deseo de ser un eunuco. Al final su deseo incluso se cumplió (no por emasculación, sino ingresando en el Cuerpo de Ingenieros, que viene a ser casi lo mismo). Pero Burgevine no se tomó a bien su despido, acudió a Beijing, volvió a Shanghái con una carta del príncipe Gong instando a su reincorporación, descubrió que la carta no llevaba órdenes sino solo “recomendaciones”, volvió otra vez a Beijing, volvió a Shanghái con las manos vacías y sin comando – y harto del trato recibido reunió a unos 70 oficiales europeos del Ejército Siempre Victorioso, robaron entre todos una lancha cañonera, y se unieron a los Taiping. Allí, la afición de Burgevine a la bebida hizo que se lo quitaran de encima cuanto antes.

Finalmente, Gordon, que había empezado creyéndose el rollo rebeldes-malos-manchúes-buenos de Frederick Bruce y compañía, tuvo que descubrir que los imperiales ejecutaban por desmembramiento a guarniciones Taiping que se le habían rendido. La noticia llegó a Gran Bretaña y el escándalo fue mayúsculo, y el gobierno de Palmerston se vio forzado a asumir una neutralidad permanente. Pero cuando esta finalmente se adoptó en verano de 1864, el objetivo ya estaba cumplido: el comercio con China se había triplicado con respecto a tres años atrás, salvando a la economía británica del desastre causado por la Guerra de Secesión. Y a estas alturas la ventaja otorgada a los manchúes había condenado al Reino Celestial, con los ejércitos imperiales convergiendo sobre Nanjing cual soviéticos sobre Berlín.

 

El final del Reino Celestial

En marzo de 1864, los ejércitos de Zeng Guofan pusieron sitio a Nanjing, y para julio entraron en la ciudad, causando una masacre. El Rey Celestial había muerto unos días antes, al parecer de intoxicación alimenticia; el final de su reinado, cuando no estaba ocupado con su harem, había consistido en nombrar “reyes” a mansalva, más de cien. El Rey Leal fue capturado, torturado, obligado a escribir una larguísima confesión de sus “crímenes” – y ejecutado, pese a las órdenes de Beijing de mandarle vivo al norte. Hong Rengan al principio escapó con el hijo de su primo, el nuevo Rey Celestial, pero ambos fueron capturados y ejecutados (el hijo, un niño de 15 años, por ling chi).

Con esto quedó decidida la guerra. Zeng Guofan, el chupatintas de los Qing, se había convertido en todo un señor de la guerra y en el hombre más poderoso de China. Significativamente, muchos de los que le habían ayudado a aplastar a los Taiping ahora le susurraron que debía usar ese poder para marchar al norte, derrotar a los extranjeros manchúes, y restaurar una dinastía china en el trono. Vamos, lo que había sido el principal punto del programa Taiping. Pero Zeng solo quería volver a sus libros y estudios, y por lo demás era un firme creyente en el Mandato del Cielo, que creía restaurado en los Qing.

 

Zeng Guofan: “Confucio y Leyes Viejas”

Zeng Guofan: “Confucio y Leyes Viejas”

 

 

El triunfo de los Qing (frente a los Taiping y a la media docena de revueltas adicionales que hubo en aquellos años, no se vayan a creer que aquello era tan simple como lo ponemos aquí) solo fue posible gracias a la ayuda de Francia y Gran Bretaña. Con la misma facilidad, estas potencias podrían haberse aliado con los Taiping. Incluso una neutralidad real podría haber redundado en una victoria Taiping en el sur y una división en una China-Norte y una China-Sur, aunque a la larga el programa de Hong Rengan habría hecho al sur mucho más poderoso que el norte. En lugar de eso, Europa obtuvo una China abierta al comercio y anquilosada en un pasado cuasi medieval por 50 años más… que igual es precisamente lo que buscaban (y por eso adoptaron con tanto gusto la versión Qing de la guerra, hasta el punto de que aún hoy hablamos de “rebelión”, no de guerra civil, al referirnos a los Taiping).

Porque hubo alguien que sacó unas lecciones bien aprendidas de aquello: Japón. Los japoneses tomaron buena nota y se abrieron sabia- y voluntariamente (“comercio si, religión no”) a Occidente mientras iniciaban un programa de modernización e industrialización calcado al de los Taiping para alcanzar el potencial militar de los europeos. Cuarenta años después, derrotaban al imperio ruso y empezaban a hacerle un ling chi a China que iba a culminar en las matanzas de la Segunda Guerra Mundial. Si eso lo hizo Japón, una nación de campesinos sometidos a un régimen feudal con apenas la décima parte de población que su vecino chino y sin recursos naturales, ¿qué no habrían podido hacer los chinos de haber seguido el mismo camino? Mi mente enferma ya vislumbra una “China Meijí”, aliada con los Poderes Centrales durante la Primera Guerra Mundial, haciéndole junto a Alemania la pinza a Rusia, “de los Urales para acá todo mío, el resto es tuyo”, y disputándole Indochina al Imperio Británico.

Si, sorpresa: desde LPD afirmamos que la victoria de los Taiping y la europeización y cristianización es lo mejor que le podría haber pasado a China (hablamos obviamente del cristianismo en su versión luterano-evangélica, con su emancipación completa del hombre, sola scriptura mediante, de tradición e ignorancia para someterle solo al escrutinio implacable de su consciencia y a la palabra de Dios interpretada desde la razón, así como su ética protestante-capitalista a lo Max Weber, que una cosa es darle a Lutero lo que es de Lutero, y otra entrar en postureos papistas como ahora hace Pablemos). La derrota de los Taiping en cambio fue una bendición para los occidentales, es decir, para nosotros, que así mantuvimos a China anquilosada en una existencia medieval y hemos retrasado un siglo entero el momento en que, merced a la fuerza económica del Reino Medio (fuerza renacida, no nos engañemos, pues realmente China fue la zona más próspera del planeta durante milenios, y solo en los últimos siglos se estancaron), tenemos que ir a Beijing a hacer el kowtow para que el Hijo del Cielo compre nuestra deuda en los mercados.


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  1. Comentario de Latro (16/06/2015 09:39):

    Ahora solo falta que me haga una recomendación de algun libro sobre los Boxers y ya mi dicha de sinólogo amateur será plena.

    Del libro en cuestion, aparte de la rabia que me da lo que comenta sobre su énfasis en la parte final del conflicto y, sobre todo, en los dimes y diretes y visiones y comentarios y acciones y demás de los “occidentales” en detrimento de los mismos Taiping, he de decir que su reseña es magnifica aunque se deja algunas cosas en el tintero.

    Por ejemplo que el bueno de Rengan no sólo llego con el plan de camelarse a los occidentales con el rollo somos cristianos y os tratamos como hermanos y queremos que volvais y comerciar y todo esto (baza que si bien no funcionó en aquella época dio mucho que hablar porque ahi estaban los Qing empecinados en todo lo contrario y los ingleses empecinados en desempecinarles a base de cañonazos… mientras muchos se preguntaban porque no apoyar a estos que no vienen con rollos de arrastrase y mostrar tributo y …)

    Sus planes para el reino de los Taiping incluian una profunda modernización: veia la necesidad de escuelas occidentales que enseñasen ingenieria, medicina, etc, de ferrocarriles, fabricas de todo tipo, telégrafos, prensa, bancos… vamos, uno de los primeros planes de modernizar China y ponerla a competir en serio en la escena mundial.

    Lo que comenta de la neutralidad es un tema que recorre el libro, causandole al lector con algo de moral unas ganas soberanas de darle bofetadas a cuanto señor británico del siglo XIX aparece por ahi. Entre otros momentos cumbres de la neutralidad – aparte de ese de “como soy neutral os digo donde podeis o no hacer la guerra con vuestro enemigo, eh?” – esta el de un hijode… la Gran Bretaña que tras aceptar una carta de ahora no recuerdo que general Taiping para algun otro… se la queda como souvenir.

    Al final el bueno de Rengan, tras haber perdido posición y prestigio por su relación con los pirados predicadores (a Rey Celestial lo de la competencia en el mercado de pirados no le iba mucho), y luego haber perdido todo, a pocos meses de perder la vida al parecer dijo algo como “nunca he conocido a un occidental bueno”. Comentario un poco pasado ya que por lo visto si tuvo varios que le estimaban – incluyendo algunos que le recomendaron quedarse en Hong Kong – pero vistos los resultados de su estrategia de hermanamiento pues se le tiene que disculpar que estuviese un poco harto ya de tanto capullo blanco…

  2. Comentario de galaico67 (16/06/2015 12:37):

    Me uno a Latro,aunque no se si lo que debemos hacer es darle gracias a los hijos de la GB por ser tan asín…o no, porque el mundo hubiera sido totalmente diferente y, quizá, mejor, ahorrandonos un siglo de masacres racistas en Asia ( los malos no habrían colonizado Morra ni invadido China, ni los franceses Vietnam y los holandeses y británicos hubieran durado dos telediarios…), con un poder quizá más blando del que ahora está creciendo.
    Así mismo reconozco que me hace plantearme el cambiar de aficiones, la historia me ha gustado siempre, pero no puedo permitirme dos vicios a la vez…usted y Guillermo harán que mi alma se pierda.

  3. Comentario de Carlos Jenal (16/06/2015 13:32):

    @Latro ¿Cosas en el tintero? No fastidie, ¡que me ha faltado un poco más y pongo directamente el libro! La verdad es que me queda un libro y ya voy a dejar China por un tiempo.

    @galaico67 Aquí estamos todos para corromperle a usted. Es la finalidad de esta página.

  4. Comentario de Latro (16/06/2015 13:43):

    Jeje, no digo que no, don Carlos, pero es que el libro tiene mucho material :P El resumen ha estado muy bien pero eso, queria destacar que lo de Rengan iba mas allá de hacerle la pelota a los misioneros… o al menos al principio, porque de aquellos planes no quedo nada de nada.

  5. Comentario de galaico67 (17/06/2015 00:13):

    Pues yo soy muy corruptible, eso sí, según como y con qué…poco mérito para LPD es…

  6. Comentario de galaico67 (17/06/2015 11:22):

    Port cierto la frase que debería haber aparecido y el autocorrector del movil ha torturado sin piedad, no es
    “( los malos no habrían colonizado Morra ni invadido China, ni los franceses Vietnam y los holandeses y británicos hubieran durado dos telediarios…),”

    sinó
    ( los JAPOS no habrían colonizado KOREA ni invadido China, ni los franceses Vietnam y los holandeses y británicos hubieran durado dos telediarios…),, lo que creo le da un poquito más de sentido al texto.

  7. Comentario de Destripaterrones (17/06/2015 17:07):

    Es leer que Herr Jenal publica reseña y tirarme de cabeza…el nivel es muy alto y se acaban los calificativos.

    Y ésto sin hacer de menos a Guillermo, que también escribe reseñas excelentes, como prueba la entrada inmediatamente anterior.

    También decir que los comentarios en las entradas donde se reseñan libros suelen estar, en mi opinión, muy por encima de las entradas “de politiqueo”.

    ¿Aceptan sugerencias de libros a reseñar?

  8. Comentario de Latro (17/06/2015 17:18):

    Habia otro detalle muy relevante en el asunto de los exámenes imperiales que me llamo la atención, porque era básicamente que, si bien no habia puestos para todos los que aprobasen, aprobar era un gran prestigio que te permitia triunfar de muchas otras formas.

    Una de las formas era que te pusiesen de examinador en alguna provincia, o sea, que aprobar el examen servia para ser el que le hiciese el examen a los demas para que al aprobar el examen…

    Pero lo que mas me llamó la atención es como se decia, con total naturalidad, que el puesto de examinador era cojonudo, por los muchos REGALOS que recibia de las familias de los que se presentaban.

    Y asi, tan claro. Gürtel académica versión bigote Fu Manchu :P

  9. Comentario de Guillermo López García (19/06/2015 08:36):

    #7 Yo soy el primer fan del señor Jenal y las maravillas que tiene a bien publicar aquí. También me gustan más, en general, tanto las entradas como los comentarios relacionados con críticas de libros o similares que los de actualidad, creo que uno puede aprender más y la discusión es, en general, más sosegada. Claro que eso también lo digo porque soy freak confeso de los libros de historia y además estoy bastante harto de escribir sobre cuestiones de actualidad. ¿Qué haré cuando ya no esté Mariano?

    Sugiera, sugiera lo que tenga a bien indicarnos, y nosotros intentaremos satisfacer sus propuestas con la celeridad habitual

  10. Comentario de Trompeta (19/06/2015 09:24):

    @10 Pues Mas y Duran le estan dando material sobre “implosión,explosión y separación de un partido político” también conocido como “How I fuck your mother´s party, catalonians”…
    Y el articulo muy bien, cuanto más historia y actualidad leo más entiendo a los ermitaños y mejor me caen los animales, menos el animal humano claro.

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