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“Making Money” – Terry Pratchett

Siempre se van los mejores

Hace poco, el 12 de marzo del presente año, falleció el escritor Terry Pratchett. Como somos unos cabrones desagradecidos (y yo al menos si siento que tengo que agradecerle muchas horas de diversión), no le dedicamos ni un obituario. ¡Ni siquiera tenemos criticadas sus novelas! Lo cual, teniendo en cuenta que tenemos reseñados a varios escritores gordos y calvos [1] que escriben fantasía, es simple y llanamente imperdonable. Porque Terry Pratchett juega en otra liga. Al sumergimos en su mundo de magia y fantasía puede parecer que solo se trata de ganar dinero hilando aventuras sencillitas de final feliz con chistes fáciles, pero eso es solo la superficie. En cuanto profundizamos, nos salta a la cara un tesoro literario al nivel de Charles Dickens, y un autor con un corazón de oro del tamaño de un balón de fútbol reglamentario, además de un humanista convencido y británico hasta las cachas. A todos nos va a visitar la Parca algún día, pero leyendo una novela de Terry Pratchett uno casi se reconcilia con ella.

 

Cuando no está de servicio, la Muerte resulta ser bastante maja.

 

Reconozco que mi relación con la obra de Terry Pratchett ha rozado durante mucho tiempo lo enfermizo. Empecé a leerle con la primera edición (creo) que hizo Martínez Roca en España, una en tapa dura fracasada que acabó vendiéndose de saldo a 500 pesetas el ejemplar y cuyo redactor de los textos de solapa intentaba –en vano- ser tan gracioso como el autor. Cuando llegó a mis manos Lores y Damas [2] (una edición en alemán, porque en España no estaba publicado) me lo leí del tirón, acostándome a las 6 de la madrugada del día siguiente. Repetí la jugada con El Quinto Elefante [3]. Tengo una primera edición en tapa blanda de Rechicero [4] a la que le faltan doce páginas y con la numeración incorrecta. Tengo la edición de Plaza & Janés de ¡Guardias! ¡Guardias! [5] con el texto de contraportada erróneo y que, por alguna extraña razón, titularon “¡Guardias! ¿Guardias?” Todo este maltrato por parte de los editores españoles me llevó, a partir de Pies de Barro [6], a comprarme los libros en inglés, cosa que les recomiendo vivamente si su dominio del ánglico da para leer un libro. Y he perdido la cuenta de las veces que me he leído Dioses Menores [7] (¿cómo no adorar a un hombre que explica que “la diferencia entre un demonio y un dios es la misma que entre un terrorista y un guerrero de la libertad”?). Y si ustedes ahora piensan “¡que adolescencia más triste!”, yo les digo: yo a Terry Pratchett y a esa adolescencia no los cambio ni por toda la juerga, la dronja y la promiscuidad adolescente que vivieron mis compañeros (bueno, igual si mis compañeros hubiesen vivido algo de eso, me lo pensaría, pero lo cierto es que no se comían un colín y su vida intelectual se limitaba a comprar el Marca para jugar a la Liga Fantástica).

 

El Mundodisco

Me considero, por lo tanto, un fan entregado en lo que se refiere al Mundodisco, que es el mundo de fantasía donde Terry Pratchett ubicaba sus novelas. Un mundo plano portado por cuatro elefantes que cabalgan a lomos de una tortuga cósmica llamada Gran A’Tuin. Este mundo, creado a base de meter en una batidora todos los clichés de las novelas de aventuras, fantasía, magia, mas unos cuantos juegos de rol y folklores de todo tipo (todo ello unido por la vasta cultura general que atesoraba Terry Pratchett, tanto más meritoria teniendo en cuenta que Pratchett abandonó el colegio con 17 años para trabajar de periodista y que se agenció sus conocimientos a base de leer “every book you really ought to read”), se convierte en manos de Pratchett en una mera excusa para contar historias.

 

Con todos ustedes, Gran A’Tuin. De esto, Pratchett ha sacado 41 novelas sin aburrir en ninguna. Ahí te quisiera yo ver, J.K. Rowling.

 

Las primeras novelas, claro, se basan en el chiste fácil, pero a partir de Mort [8] y especialmente de ¡Guardias! ¡Guardias! [5] la cosa empieza a cambiar. En ¡Guardias!, Pratchett introduce la figura de Sam Vimes, comandante de la Guardia Nocturna, un cuerpo de la ley tan patético que hace que la Policía Municipal de Matalascañas parezca la Guardia de la Noche [9]. Sam Vimes es un borracho cínico incapaz de mantener la boca cerrada, pero tiene un gran corazón (y es el protagonista de la mejor novela negra con viaje en el tiempo [10] que yo haya leído jamás). A través de él y del ciclo de novelas relacionadas con la Guardia Nocturna de Ankh-Morpork, Pratchett nos cuela media docena de buenas novelas de detective. En otro ciclo de novelas, las relacionadas con la Muerte (un esqueleto de dos metros de altura, con guadaña, capa negra y un caballo llamado Binky; en las primeras novelas en castellano, por obra y gracia de los traductores, era un personaje femenino, cosa que tuvieron que corregir a partir de El Segador [11]), nos filosofa acerca del significado de la existencia. En el ciclo de las brujas, con la bruja jefa Esmeralda “Yaya” Ceravieja, habla de la vida en general y de cómo la gente prefiere engañarse a sí misma. Y paro ya porque les tendría que relatar el Mundodisco entero.

 

La crítica

A todo esto, como la excusa para este post es una crítica literaria, vamos a ponernos con ella. La novela, “Making Money” (en castellano como Dinero a Mansalva), se inserta en un ciclo que podemos llamar “Modernización de Ankh-Morpork” y que arranca con las últimas novelas, una vez que Pratchett ha agotado el rollo mágico-medieval y busca mostrar cosas nuevas. Ankh-Morpork, la ciudad más grande del Mundodisco, concebida en las primeras novelas como una Nueva York medieval, ha evolucionado hasta convertirse en una especie de Londres victoriano, con sus minorías étnicas, su telégrafo óptico, sus primeros periódicos, su tecnología vagamente ciberpunk… y su sistema bancario, en manos de banqueros privados. El protagonista, Moist von Lipwig (“Húmedo von Mustachen” en la traducción al castellano; en serio, el Programa de Protección de Testigos de la Interpol debería tener un departamento dedicado en exclusiva a los traductores de Terry Pratchett), es –en apariencia- un probo funcionario y director de la Oficina de Correos que de repente tiene que gestionar el primer banco de la ciudad, cuyas acciones están repartidas entre los miembros de una familia de ricachones, los Lavish, enfrentados entre sí… y con el 51% siendo legalmente propiedad de un caniche, que está a cargo del propio Moist.

Los ricachones y el mundillo financiero del Mundodisco en general veneran un tótem que igual nos suena: el patrón oro. Toda moneda emitida debe estar cubierta por oro en las cámaras acorazadas de los bancos. Lipwig argumenta que es absurdo basar la moneda en sacar metales brillantes de la tierra para enterrarlos de nuevo bajo tierra pero en forma de lingotes, y se propone sacar moneda fiduciaria para dinamizar la economía de la ciudad (y de paso prestarle medio millón de nada al gobierno para unos proyectos de obra pública que tienen pendientes por ahí). El libro es del año 2007, pero el debate nos viene que ni pintado con la crisis del oro, perdón del euro.

 

“Whatever it takes to make you laugh.”

 

Terry Pratchett aborda el tema con lo que –a los que intentamos sobrevivir a la crisis del patrón oro, perdón de nuevo, euro- nos parece una muy británica y algo ingenua fe en el sistema capitalista victoriano como el menos malo de todos. Que no es lo mismo que decir el mejor: ya la novela anterior de Moist von Lipwig, Cartas en el Asunto [12], trataba de grandes inversores sin escrúpulos que compran una próspera compañía y le sacan el máximo beneficio a costa de hundirla a base de recortes en seguridad y mantenimiento. Pratchett no se corta un pelo al describir la esencia del negocio bancario como un “a ver hasta donde podemos llegar”, y en pintar al ciudadano medio de Ankh-Morpork, sea emprendedor, asalariado o mendigo, como simpáticos egoístas siempre a la caza del dólar. Son estos homo economicus cuñadicus quienes solo aceptarían el rollo de la moneda fiduciaria “mientras haya oro en la caja fuerte del banco, porque así el banco está obligado a comportarse, es de cajón”.

Sin embargo, todas estas ideas sobre el valor, el dinero, el patrón oro y un largo etcétera, solo se exploran (ni eso, se explican) en unas pocas páginas, el resto se construye en cierto modo alrededor. A ello contribuye que Terry Pratchett como narrador encontró pronto su molde y no le gustaba cambiarlo. Ya haga esta exploración de la macro-economía, rinda homenaje al periodismo que ejerció [13], o haga una parodia chorra de los tópicos atribuidos a Australia [14], casi todos los libros del Mundodisco tienen entre 400 y 500 páginas (si me perdonan la excepción de Eric [15]). Y hasta Ladrón del Tiempo [16], más o menos, casi todos se las arreglan sin capítulos ni nada (Pratchett argumentaba que la vida no acontece en capítulos cerrados). Esto provoca que algunos libros parezcan estirados, y otros se queden cortos. Making Money probablemente está entre los segundos, y solo se mantiene a costa de reducir la trama secundaria del malo malote (reduciéndolo a un malo ridículo de pacotilla, lo que sacrifica el conflicto entre el buenos y malos que suele estar presente en casi todas las novelas, aunque como diría Yaya Ceravieja: “quienes hablan del bien y el mal le dan demasiado al coco, lo importante es hacer lo correcto”), reutilizar personajes ya conocidos, y porque al lector que se esté leyendo esta 37ª obra del Mundodisco se le presupone un conocimiento suficiente de las 36 anteriores como para no necesitar largas explicaciones y contextos varios de como es Ankh-Morpork. Coño, ¡que es la 37ª! ¿Hay alguien que vaya a ver la 37ª película de Woody Allen pensando que va a remover los cimientos de su mundo?

Al final, tras algún moderado enredo, varias conspiraciones menores y algunos divertidos retratos (crear personajes y retratarlos adecuadamente es lo que mejor se le da –se le daba- a Terry Pratchett), el patrón oro de Ankh-Morpork queda expuesto como el fraude que es. Como les conozco y no quiero que me dejen los comentarios perdidos de economía y política monetaria, incluyo aquí un spoiler más para detallar un poco más el caso: resulta que en la caja fuerte del banco no había oro para cubrir la moneda. Y desde hace años, además. Solo lingotes de plomo pintados de amarillo, porque los Lavish se iban llevando el oro según les surgía algún capricho (y por lo que insinúan, es práctica común en todos los banqueros de la ciudad). De modo que la economía de la ciudad ha funcionado perfectamente hasta ahora… sin estar cubierta por oro, es decir, porque la gente se fiaba de la moneda sin más. ¡Ya tenían moneda fiduciaria!

Como a los buenos cuñados de Ankh-Morpork esto no les termina de convencer, Pratchett acaba usando un Deus ex machina: la puta magia. Resulta que en el Mundodisco abunda la magia, y si necesitas por ejemplo traducir un texto del Umniano Antiguo, en vez de usar Google Translate invocas el espíritu de un catedrático del tema muerto 300 años atrás (la necromancia está prohibida en Ankh, pero el catedrático donó su alma a la ciencia, y la invocación no corre a cargo de un negromante sino del Departamento de Comunicaciones PortMortem de la Universidad Invisible, así que ¡todo legal!). En este caso, la magia viene en forma de golems, ya saben, esas criaturas del folklore judío, hechas de barro con una tablilla consagrada que les da vida y existencia. Golems los hay a cientos en Ankh-Morpork, haciendo los trabajos pesados y tóxicos sin protestar, solo que aquí no están asociados al judaísmo, sino que cualquier sacerdote de cualquiera de las chorrocientas religiones chorras del Disco (Lipwig es observante del rito de Anoia, la Diosa de las Cosas Pequeñas que Perdemos por los Cajones) en principio podría crearlos, aunque el conocimiento exacto se perdió hace siglos. Por eso, la repentina aparición de varios golems nuevos, que amenazan con quitarles el sustento a los trabajadores, es aprovechada por Lipwig como base de su nueva moneda: el patrón golem. Enterramos los golems bajo tierra, y si alguna vez no podemos pagar, los sacamos y que ganen el dinero. Lo cual permite acabar el libro con una moraleja de esas que tanto nos gustan en LPD: lo que crea valor es el trabajo, en cambio el dinero y el oro en sí mismos no tienen valor. El dinero no es más que una convención social, como la escala musical diatónica o el conducir por la derecha: algo en lo que nos ponemos de acuerdo para regular intercambios, pero que debería poder cambiarse sin más cuando deja de servir al bien común. Punto que horroriza a un Lavish, que afirma que el patrón oro es necesario porque sino el dinero “estaría en manos de -¡puaj!- políticos”. Suponemos que aquí es donde empiezan las discrepancias y el debate deja de ser económico y se vuelve filosófico.

 

¡Blasfemia! ¡Herejía! ¡El patrón oro es la civilización!

 

Le echaremos de menos

Más o menos cuando publicó Making Money, Terry Pratchett enfermó de una variante poco común de Alzheimer. Pudo continuar publicando, pero ya no al ritmo de dos libros al año de sus mejores tiempos. Confieso que los libros posteriores ya no los he leído, temiendo que no estuviesen a la altura esperada. A demasiados autores he visto ya arruinar su obra [17] publicando infumables volúmenes que no aportaban nada a lo que crearon en sus mejores años. Ahora me puede la mala conciencia de no haber disfrutado de su obra en vida de Pratchett, y creo que enriqueceré a sus herederos. Solo espero que algo les llegue a los investigadores de Alzheimer.

Los libros de Pratchett han sido traducidos por todo el mundo (con éxito desigual, pues buena parte de la gracia está en como Pratchett maneja el idioma y se inventa jergas y hablas para sus personajes) y adaptados, como corresponde a un tesoro cultural británico, en varios telefilmes de la BBC (con éxito también desigual, pues es difícil trasladar su esencia del papel a la pantalla). Pero al final la pervivencia de su obra, si será recordado como un Dickens o un vulgar, insulso, y olvidado Winston Churchill (no nos referimos al ídolo de nuestros demócratas [18], claro, sino al novelista homónimo [19] de principios del siglo XX que incluso llegó a eclipsar al saltimbanqui de la política británica… quien también probó suerte en el mundo de la fantasía [20]), dependerá de los libros originales. La obra de toda una vida, y a mí me cabe en una estantería. En formato digital seguramente ocupe menos espacio que el tráiler de la última chorrada adolescente [21]. Y ya nunca habrá más. Un poco deprimente, si lo pensamos. Pero así es la vida (y con esto nos despedimos con una cita de Imágenes en Acción [22]): como una película a la que llegas 10 minutos tarde, y nadie te explica nada, y tienes que ir adivinando poco a poco lo que te has perdido. Y nunca te puedes quedar a un segundo pase.

Háganse un favor, y léanse alguna obra suya antes de morir.

 

“I commend my soul to any God that can find it.”

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