Oblómov – Ivan Goncharov
Hacía tiempo que no me leía una novela decimonónica rusa de las de toda la vida, sus aristócratas venidos a menos, sus pretenciosos funcionarios del Estado y sus ampulosos militares, todos ellos interactuando en una plácida vida muelle sostenida sobre el paternalista régimen de servidumbre de los mujiks, que eran esclavos de los señores por su propio bien. Una maravilla.
Oblómov, escrita en 1859, tiene de todo eso y más. Inacabables descripciones, tormentosas relaciones, personajes que sufren porque el mundo les ha hecho así, súbitos cambios de humor que funcionan directamente como auténticas montañas rusas (jajaja, ¿lo pillan? Si casi estoy por comprarme una pajarita de giro automática y ponérmela mientras escribo esto) cuando hablamos de sentimiento. Porque, amigos, nada hay más imprevisible, más embelsado, más intenso, más espeluznante, en suma, que un ruso enamorado. Leyendo cómo funcionaban los aristócratas enamorados según nos lo cuentan las novelas rusas, hoy te amo, hoy te odio, hoy no me suicido porque mira, porque prefiero que mi arrebatadora pasión aniquile mi mente a mayor velocidad que mi cuerpo, uno no puede sino pensar que, a fin de cuentas, quizás no estuvo tan mal que los bolcheviques les arrebatasen el poder a los rusos blancos.
Porque imagínense ustedes un mundo en el que fueran estos rusos tan poco equilibrados los que hubieran tenido el dedo sobre el botón, en vez de grises funcionarios bolcheviques con muy poca pinta de dejarse llevar por desaforados amoríos. Un ruso blanco, en las relaciones diplomáticas, hoy me ofendo, hoy te doy abrazos de amor eterno, hoy eres mi peor enemigo, hoy te escribo una larguísima carta explicando todos los pormenores del torbellino que tengo por mente para disculparme, hoy pulso el botón. Fin. ¿Alguien tiene alguna duda de que la época más peligrosa, con más probabilidades de que estallase una guerra nuclear, no fue la guerra fría, ni esta hermosa época en la que Occidente monta golpes de Estado en el perímetro ruso que luego les salen rana, sino la época intermedia? Es decir, el período de Boris Yeltsin, ese pedazo de ruso blanco despilfarrador, incompetente y borracho. Puede que una juerga en la que se beban toneladas de vodka no sea un motivo muy impresionante para comenzar la III Guerra Mundial, pero eso no significa que resulte menos probable.
Vayamos con la novela. Oblómov tiene aristócratas de poca monta, tiene parvenus, tiene kulaks, tiene petimetres, tiene esforzados trabajadores deseosos de complacer a sus amos, tiene lánguidas doncellas rusas. Tiene, en resumen, lo de siempre. El interés y originalidad de esta novela reside en el arquetipo de su protagonista, Oblómov, joven hacendado de –relativamente- noble alcurnia. Porque Oblómov es la quintaesencia de la molicie y la desidia. Se pasa el día en su habitación, dormitando, comiendo y bebiendo, incapaz de llevar a cabo ninguno de los proyectos que afirma estar pergeñando (Oblómov se pasa la vida procrastinando). Todo se hará mañana, la semana que viene, el año que viene; nunca hoy.
La gente que rodea a Oblómov, si le quiere, se desespera con él; si no, se aprovecha de él. Oblómov, por su parte, deja hacer, mientras le dejen en paz. Su vida es un monótono discurrir de un día tras otro, en el que sólo le atormenta la posibilidad de que algo cambie en su plácida rutina. Como, además, Oblómov cuenta con una hacienda de 300 siervos que le proporciona una importante renta anual, tampoco tiene de qué preocuparse.
Sin embargo, en un determinado momento todo cambia. La razón es la que cabría esperar: una mujer, una deliciosa jovencita que, más o menos alentada por el mejor amigo de Oblómov, logra sacar a nuestro protagonista de su letargo. Oblómov se enamora y su vida se convierte en un vaivén constante. Pasiones desenfrenadas, solemnes declaraciones, corazones inflamados,… Pero, poco a poco, la naturaleza de Oblómov se impone sobre su pasión, y acaba por concluir que el amor está muy bien, pero es muy cansado. Así que abandona a su amada, se recluye en su desidia una vez más, y acaba liándose con su casera, mujer lozana que cocina muy bien. Su mejor amigo se lía con su ex, y Oblómov suspira, satisfecho: el amigo le hace un favor, menos lío. Ahora puede tumbarse a la bartola tranquilamente y disfrutar de los manjares que le cocina su casera.
Enfundado en su batín, Oblómov ve la vida pasar mientras él intenta vivirla lo menos posible. O eso, o que es un miembro de las clases privilegiadas con la vida resuelta y nunca dará un palo al agua. Y, la verdad sea dicha, la cosa no cambia mucho si eres rentista que vive en su habitación, o emprendedor colocado en la empresa del padre con un puesto simbólico que se pasa la vida de juerga en juerga (o imponiendo sus ideas geniales en la empresa, para sufrimiento de sus empleados), o peor aún: heredero con ínfulas culturales que se dedica a dar el coñazo a todo el mundo con sus creaciones. Si bien se piensa, la figura de Oblómov es la menos dañina de las tres: parasitaria, por supuesto, pero al menos no utiliza su dinero y poder para dar aún más el coñazo.
Oblómov es, en resumidas cuentas, un vago. Ello no le convierte en mala persona; de hecho, su vagancia se compensa sobradamente con su gran corazón, una bondad natural adquirida a base de no conocer ninguna forma de sufrimiento en su regalada vida y de no maltratar apenas a las personas que trabajan para él. Por algún motivo, estas virtudes no fueron consideradas suficientemente poderosas en su día, y la novela se vio como una soterrada crítica a la aristocracia rusa y al régimen zarista; como si Oblómov pusiera de manifiesto que en Rusia, durante el zarismo, una minoría de privilegiados vivían a costa de la inmensa mayoría de la población, esclavizada y reducida a sobrevivir en condiciones de mera subsistencia desde hacía siglos ¡Menuda ocurrencia!
¿Acaso hay alguna relación entre lo que hacía Oblómov –nada- y lo que hacían los demás de su clase? Es decir: reunirse en fiestas de alto copete, con el barón, el comisionado, el coronel, y la exquisita doncella Yekaterina Afanásieva y su madre, la duquesa Irina Ivánovna, para comentar el periódico o el último libro que alguno de ellos había consultado, o ir al teatro, o hacer un viaje a la casa de campo o a un balneario para descansar –de las anteriores actividades- y así día tras día, mes tras mes, año tras año. Es, no sé, como si el modelo social que disfrutamos actualmente no funcionase como funciona por nuestro bien, porque es el mejor de los modelos posibles, sino porque es un sistema de explotación pensado para el beneficio de una minoría de privilegiados; y que aquí, en definitiva, no es vago quien quiere, sino quien puede serlo.
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Comentario de tabalet i dolçaina (10/04/2015 13:41):
Algún descendiente de Oblómov se emparejo con alguna moza de Pontevedra ?
Comentario de mictter (10/04/2015 21:55):
Mientras leía la (muy buena) reseña, no dejaba de pensar en nuestro Karromerov: mismo nivel de competencia, pero con un carguete asesoril para no erosionar el patrimonio familiar, y que las juergas las sigan pagando los mujiks.
Comentario de ieau (11/04/2015 07:11):
Don Guillermo, criticar a los Oblómov, es atentar contra el motor de toda economía. ¿¡Qué hubiera sido del país si ellos no hubieran hecho circular su dinero emprendedor aunque sólo fuera para montar fiestas!?
Comentario de vagonetis (11/04/2015 09:43):
¡Horror! Acabo de caer en la cuenta de que soy una especie de Oblómov sin dinero. O sea, sin encanto ni interés alguno. ¡Gracias, oh, la página definitiva, por abrirme los ojos! Me pongo ahora mismo a emprender. Creo que abriré un bar, nunca hay suficientes. O tal vez una gestoría inmobiliaria, ahora que va a salir el remake de la estafa ladrillil.
¡Un millón de gracias, LPD!
Comentario de Trompeta (12/04/2015 11:06):
Me llena de orgullo y satisfacción este articulo y felicito a su autor.Por fin una reseña al heroe y modelo a seguir por: políticos, asesores, rentistas, catedráticos universitarios y otras malas hierbas de cierto país de cuyo nombre no me quiero acordar porque no se merece que lo asocien a esos hierbajos.
Felicidades un 10, cuando acierta no tengo empacho en decirlo Guillermo.Centrese en los libros y deje las críticas de películas.
Comentario de Trompeta (12/04/2015 11:09):
Perdón me faltaba añadir a las malas hierbas separatas, hembristas, sindicatos, “grandes empresaurios” y transfugas, creo que se sobreentiende pero me gusta ser explicito con las cosas a evitar…
Comentario de kirikiño (13/04/2015 11:09):
A mí me fascina que en los artículos relacionados salga la reseña a la película Mi super ex-novia.
Comentario de Latro (14/04/2015 08:14):
Casualmente, en un foro que frecuento esta un chaval finlandes, justamente ahora, leyendonos un libraco, el “Lector del Éjercito Rojo”, escrito en finlandés para la poblacion finlandesa y de Carelia que se unia a la causa allá por los años de antes de la guerra.
Entre los diversos mini capitulitos del manualcillo estan cositas como historias sobre como en el Ejército Rojo el soldado no tiene que temer que le den palizas dia si, dia tambien, el domingo doble tanda si toca, asi que tranquilo camarada, sólo se te pide que estes calladito y atento para aprenderte las regulaciones y seguirlas por tu propio beneficio. ¡Nada de hacer de siervo sin paga del oficial y de cobrar en patadas!
Tristemente, con casi toda seguridad cualquiera que se leyese el libro y se lo tomase en serio en toda su didactica de “esfuerzate en aprender Marxismo y en ser un buen soldado y subirás en este gran movimiento justo y revolucionario” tuvo un montón de papeletas para ser purgado cuando a la URSS se le pasó el momento internacional-étnico y se decantó por considerar buenos sovieticos a los rusos (algunos, eh) por encima de cualquier otra étnia del no-imperio rojo (porque esos seguro que son unos traidores que estan apalabrando con sus hermanos de fuera una puñalada trapera).
Pero eso. A mucha gente se le olvida que el comunismo tal como lo conocemos si, era una mierda, pero no sale porque una serie de personas se reunen con el objetivo único de joderle la vida al prójimo, sin razón alguna.
Comentario de Andrés Boix Palop (20/04/2015 13:04):
Bueno, el cuñado de Marx fue quien teorizó eso del “droit a la pares”, ¿no? Así que, de alguna manera, está todo muy relacionado. Que se lo digan a la progenie de la familia Rato, si no, por ejemplo.