Con esto de la crisis 2008-2020 de la que, como es sabido, estamos saliendo desde 2009 con un ímpetu y unos brotes verdes que no se puén aguantá (y con España en cabeza, oiga) no sólo hay perdedores. Ya se sabe que, a río revuelto, ganancia de espabilados y de economistas calvos. De modo que por mucho que tengamos a no pocos griegos bien cabreados a otros les está yendo francamente bien con las turbulencias. Y no hablamos sólo de los navieros que siguen sin pagar impuestos o todos los que se han llevado el dinero a Suiza o los diferentes paraísos fiscales que ofrecen los propios estados miembros de la UE, ¡que aquí no nos privamos de nada, oiga! Ni siquiera hablamos de los amigos de la casta griega y de la Troika o de los que trabajan en el BCE o que organizan modelos de defraudación fiscal a gran escala con la ayuda del presi luxemburgués de la UE. No, nos referimos a esa supuesta izquierda que no hace más que quejarse de esto de la crisis y va de sacrificada y solidaria pero ahí los tienes, a los tíos, vendiendo libros como descosidos gracias a ella y comiendo luego ensaladas y pescado para cenar en horario europeo y que las fotos salgan con buena luz para darnos más rabia, como si tal cosa, los muy aprovechados. Los tenemos en muy diversas versiones, surfeando la ola de este repentino interés de todos por la cultura griega, tras más de 2.000 años en los que, la verdad, como que todos habíamos pasado de ellos. Y van desde el escritor de novelas policíacas como Markáris que ahora vende libros como rosquillas en toda Europa y que seguro que come pescaíto frito de ese de lujo de verdad, fritito en su buen aceite de oliva y no en roña, el muy marquesito; a economistas metidos a ministro e icono pop de la resistencia contra el Capital, pero escrito siempre con C de caviar beluga, porque alguien que tiene novia y vive en un piso con una terraza con plantas está claro que está demasiado acostumbrado al lujo como para declinar nuestro alfabeto, o el suyo, ya puestos, de otra forma.
“Así vive el populismo”, que nos dice la prensa patria. ¡Y recuerda que es todo gracias a que la crisis le ha hecho vender libros como un vulgar capitalista!
Así pues, para evitarles a todos nuestros lectores, como es nuestra costumbre en estos casos, pasar por el trago de tener que dedicar parte de su dinero (o de su precioso tiempo de pirateo, gentileza de Fedea y sus enlaces a las obras de estos autores en repositorios pirata [1] mientras aprovechan para criticarlos acerbamente porque se han equivocado en una inicial de un autor citado) a enriquecer más aún a estos cheguevaras de la plutocracia internacional, LPD ha pasado por las horcas caudinas del capitalismo, una vez más, por sus lectores y se ha comprado The Global Minotaur: America, the True Origins of the Fianancial Crisis and the Future of the World Economy (Economic Controversias) [2] en su edición de 2013, donde el autor se marca un epílogo dedicado a españolear sin disimulo, que podría portar por título “Yo ya lo dije” y subtítulo “Cómo todo mi libro se ha confirmado punto por punto y seguimos en la mierda, a diferencia de lo que los losers del BCE y economistas oficiales que no ligan ni la mitad que yo decían que iba a pasar”. Aprovechando que el resto del país está de procesiones de Semana Santa, pues, parece un buen día para charlar de lo que cuenta Varoufakis, entre botella de champagne y copita de vino blanco para ligar con rubias o sus clases de piano, sobre la economía global.
Lo primero que llama la atención de lo que escribe Varoufakis, más allá del original título de resonancias clásicas y zoofílicas (El Gran Minotauro Global) con el que él llama a la versión 2.0 de lo que en el fondo ya De Gaulle denominó con el habitual ceremonial de la V República francesa como “privilège exorbitant” del dólar consistente en succionar capital de todo el mundo gracias a la supuesta estabilidad que esa moneda garantiza, portaaviones mediante, al sistema de protección del valor del capital financiero a nivel mundial, es que uno lee a Varoufakis y parece estar leyendo a los economistas más clásicos que uno pueda imaginarse. Curiosa situación esta donde los economistas marxistas y los más liberales, los más integrados y los más díscolos, coinciden en analizar lo que está pasando en términos similares (a partir de los 70, y una vez en EE.UU. deciden que no se van a cortar un pelo a la hora de endeudarse para cubrir sus balanzas deficitarias como mecanismos para, mal que bien, tener contentas a las masas a pesar de estar comenzando la liquidación del período de igualación social y económica derivado de la II Guerra Mundial, vamos de burbuja en burbuja para tratar de mantener el invento vivo, convertido en un zombie consumidor de más y más deuda que necesita sí o sí monetizar a gran escala esas deudas, ya sea con maquinistas de imprimir billetes públicas, ya con mecanismos privados para hacer lo mismo) y en valorarlo también de una manera bastante semejante: bien, lo que se dice bien, no pinta la cosa. Por lo demás, igualmente peculiar y curioso es el consenso entre economistas europeos alfabetizados y que además saben sumar, desde Varoufakis a los más famosos ogros ordoliberales, como H.W. Sinn o a los apologetas más significados del nuevo orden capitalista del Financial Times en torno a la idea de que esto del euro tiene mala pinta, sobre todo si seguimos empeñados, como le puede pasar a cualquiera que lea la prensa española o a los expertos con blog sobre el tema que resumen sus artículos pasándolos con un tamiz más “euroobediente” si cabe, con la matraca autocomplaciente de que las deudas de ciertos países, como las de Grecia, sin ir más lejos, pero no sólo esas, son perfectamente normales y bien fáciles de devolver sin excesivo coste social a poco que uno se ponga en serio, dada la orgía monetaria en que estamos inmersos. ¡Barato, barato, que me lo quitan de las manos!, proclama el BCE, a ver si nos animamos… y de paso seguimos avanzando en competir con EE.UU. en eso de ser el puerto más seguro para el capital financiero mundial, protegiendo a quienes nos lo confíen, ya que no tenemos tantos portaaviones como los yankis, con un entramado jurídico dispuesto como ningún otro en occidente a sacrificar el bienestar de sus ciudadanos lo que haga falta en el Altar del Gran Capital (porque esto, y no otra cosa, es la UE a día de hoy).
Resulta curioso comprobar cómo, en pleno proceso de disociación de la democracia y la evolución del capitalismo (¿quién iba a decirnos a los orgullosos europeos que al final el modelo de democracia de China o Singapur iba a triunfar antes en Occidente que el nuestro por allí?), la ecuación “pan y circo” se ha transformado en algo muy parecido a lo que Francisco Franco, siempre un visionario, tenía claro que bastaba a los españoles para estar calmados (un mínimo de bienestar pero sin pasarse) y a los ricachos para estarlo aún más (imperio de la ley y respeto a las reglas por intermediación de un Estado que, sobre todo, pueda aplicar todo el peso de su autoridad a los pobres desgraciados). Económicamente, sin embargo, las tensiones entre la voluntad de aprovechar esta situación para acaparar más y más renta por parte de las elites y la posibilidad siempre latente e inquietante de un estallido que hay que tratar de evitar con cierto apaciguamiento requieren del recurso a burbujas que permitan, como el adornista crítico Streeck ha señalado, “comprar tiempo” al modelo [3], en la esperanza (vana) de estabilizarlo. La paradoja más interesante de todo este proceso, muy mediado estatalmente desde sus inicios, pero ahora escandalosamente gobernado desde un poder público al servicio de las oligarquías (Varoufakis recuerda, con razón, que la orgía de intervención pública que hemos tenido desde 2008 y las ingentes inyecciones de recursos públicos en el sector financiero protagonizadas por la UE o EE.UU. habrían hecho morirse de vergüenza al bueno de Vladímir Uliánov, que con su NPE al lado de esta gente de ahora, los Bush junior, Merkel, Sarkozy o los buenos economistas sensatos y clásicos de la escuela de Chicago, parece un Ronald Reagan de pacotilla que confía muy poco en el estado y mucho en el mercado), es que en realidad ni siquiera una perspectiva capitalista liberal moderada (o, más bien, que precisamente estas perspectivas menos que ninguna otra, en tanto que formalmente meritocráticas y confiadas en la capacidad de discriminación del mercado) puede confiar en que un modelo económico así determinado sea estable. Varoufakis, por ejemplo, insiste mucho en su libro, es el leit-motiv del mismo, de hecho, en la necesidad de contar con válvulas de escape (o sistemas de distribución) de los excedentes que acumulan ciertas naciones. Es algo que cualquier capitalista clásico, de Keynes a un cada día más reivindicado Strauss-Kahn (también por Varoufakis, por cierto, así que el ABC o los Letizios podrían aprovechar esto para acusar a Varoufakis de estar a favor de la violencia sexual contra las mujeres, el proxenetismo, la prostitución y las medias de licra con botas altas) tienen claro y que parece que no acaba de funcionar del todo bien últimamente, con ejemplos directamente verbeneros como el de la Unión Europea. ¡Si hasta los chinos lo tienen claro… y los ingleses les compran el invento [4]!
Obviamente, hay propuestas de articulación alternativa, pero pasan todas ellas por cosas desagradables hasta la náusea como moderar ciertas ganancias del capital (particularmente en su versión financiera) e incrementar la redistribución. ¡Vade Retro, Satanás! Es más, y dada la naturaleza díscola de las democracias cuando la gente se toma en serio que votar a partir de la condición de clase y económica puede tener sentido (vean el ejemplo de Venezuela, vean, y tiemblen), puede hasta augurarse sin temor a equivocarse demasiado que tarde o temprano estas alternativas tendrán su predicamento, cuando el proceso de artificial mantenimiento de la ficción de poder adquisitivo de las clases trabajadoras occidentales se venga abajo y nos enfrentemos a un proceso de empobrecimiento del que los griegos nos han dado un buen ejemplo. No porque el avance tecnológico no permita estándares de vida más elevados para casi todos si mejor distribuidos, sino simplemente porque distribuir, lo que se dice distribuir, los de arriba sólo lo hacen si se les obliga a punta de pistola (y no están en una urbanización de lujo de esas con seguridad privada y vallas), de ojiva nuclear soviética que permita a los trabajadores del mundo que hay alternativa o de “empoderamiento ciudadano” descontroladamente bolivariano (ya sea en la versión “democracia chavista”, ya en la versión “toma de la bastilla con horcas y antorchas en mano”, elijan el modelo que más les guste). Fuera de esos casos, las cosas tienden a seguir su curso thermidoriano habitual y quienes mas tienen suelen preferir que ya vayan redistribuyendo otros, mayormente los trabajadores con nómina y eso. Es lo que ha pasado en España, por ejemplo, país conocido por tener a unas elites buenísimas y nada acaparadoras que si acaso han pecado de algo han sido de ser “excesivamente redistributivas [5]” y donde, oiga, aún así, pues ha pasado lo que ha pasado. ¡Imaginen lo que es la tendencia natural capitalista cuando las elites son menos bondadosas que las nuestras y están menos preparadas que Felipe VI!
Así pues, y es la sensación que se le queda a uno tras leer el libro de Varoufakis y tener más o menos poca capacidad para oponer buenas razones a sus argumentos, la cuestión viene a ser cuánto tiempo y cómo esta huida hacia adelante de monetarización y apalancamiento a base de deuda pueda durar sin explotar del todo pero, sobre todo, una vez explote, qué capacidad efectiva de respuesta pueda tener la ciudadanía en un entorno de enorme degradación de la idea democrática y donde instrumentos como la Unión Europea están justamente diseñados para cortocircuitar las posibilidades de que la ciudadanía medie en las decisiones económicas (recuerden, esto del dinero es un asunto “técnico” donde los haya, que ha de ser decidido por expertos ajenos a presiones populistas y esas cosas, por el bien de todos, como nuestro querido Banco Central Europeo, así que quiten sus sucias manos, y sus sucios votos, de aquí) y de controlarlas u orientarlas en beneficio de la mayoría. Mientras tanto, disfrutemos del espectáculo y sus nuevos números a mayor gloria del capital financiero y su salvaguarda a costa de todos: mientras las democracias populistas monetarizan deuda para pagar servicios sociales, nos dicen, lo que es irresponsable, aquí monetarizamos a razón de más de 3.000 eurillos de nada por Europeo para comprar activos financieros tóxicos a la banca, en lo que es un Quantitative Easing responsable y de gente seria. Todo sea por seguir dando de comer, mientras se pueda, a la bestia. Con significativos apoyos de quienes tienen poco que perder con esto, lo cual no depende sólo de ser un plutócrata de la Casta. Recuérdese, por ejemplo, que en el último libro de la Trilogía sobre la Crisis de Márkaris, Pan, Educación, Libertad, Grecia ya está fuera del euro… y hay por ello agresivas manifestaciones de ancianos jubilados contra sus nietos, a los que acusan de querer cargarse el futuro del país (o al menos de los próximos diez años de país) por haber votado a favor de la salida del euro.