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Black Sails

Una serie para todos

Imagine que ha invitado a dos amigos, y quieren poner algo en la tele. Y resulta que uno de sus amigos es de la Izkierda Anticapitalista, y el otro es un liberal de VOX. No lo dude: póngales esta serie y los tendrá a los dos encantados. A uno, porque los protagonistas son una banda de anarquistas libertarios que viven en una democracia asamblearia, lo comparten todo, funcionan a base de cooperativas autogestionadas, y retozan alegremente un@s con otr@s sin estar atados por las cadenas del heteropatriarcado opresor. Al otro, porque se trata de emprendedores hechos a si mismos, residentes en un paraiso fiscal, que retienen lo que es suyo sin temer a nadie, nacidos de algo tan noble como la privatización de la guerra, y que aspiran a desmontar las estructuras del estado español para integrar sus recursos en el libre mercado vía asalto de sus galeones (y encima, ¡funcionan con el patrón oro! ¿Se puede ser liberal y pedir más?).

 

Sacando los Ferrero Rocher televisivos

 

Corsarios vs piratas

Los protagonistas son una tripulación pirata, comandada por James Flint, y que cuenta entre sus miembros a un tal John Silver, que son evidentemente el capitán Flint y el Long John Silver de la novela “La Isla del Tesoro” de Stevenson, para la que esta serie se supone que es la precuela, mezclados con personajes históricos de la edad de oro de la piratería [1]. Aclaramos por si acaso la diferencia entre piratas y corsarios: un pirata es un señor, con su parche, su pata de palo y su barco, que se dedica a asaltar otros barcos en alta mar para robar, secuestrar y vender como esclavos a su tripulación. Y un corsario pues lo mismo, pero con un documentillo llamado patente de corso, otorgado por un soberano (generalmente un rey), que le obliga a limitar sus correrías a los enemigos de dicho soberano, y a los tiempos de guerra. A cambio, puede usar los puertos del soberano para vender su mercancía o reclutar hombres. Y siempre tiene que pagarle un 20% del botín.

Esta privatización de la guerra en el mar fue muy popular durante los siglos XVI y XVII, hasta el punto de que ladrones piratas corsarios como Francis Drake o John Hawkins fueron elevados a la nobleza. Ingleses, franceses y holandeses los usaban de forma regular para minar el poder español en el Caribe. Pero a principios del XVIII el poder español ya no es lo que era, y además se produce un cambio en los demás reyes: eso de “soy rey por la gracia de Dios y por eso no tengo que justificar nada de lo que hago, ni tengo escrúpulos en pactar con bribones y llevarme parte del botín de lo que no deja de ser un vulgar ladronzuelo con pretensiones” ya no queda bien en las portadas del ABC (en aquel momento, una publicación joven y rebelde). La perniciosa Ilustración, corruptora de mentes, está empezando, sabeh?, y lo de follar, matar y rapiñar como vulgares reyes godos [2] ya no se considera un privilegio natural de la institución: hay que empezar a cultivar cierta imagen de cercanía, amor a la patria y preocupación por la chusma plebe los súbditos, y dejar los negocietes chungos (en manos de un yerno, por ejemplo). Vamos, lo que nos están colando ahora en España con tres siglos de retraso.

 

Corsarios del siglo XXI.

 

Se da el caso, además, que ingleses, franceses y holandeses tienen colonias propias, que viven del comercio, y este comercio se está viendo afectado. ¡Nuestros emprendedores se están pasando de entusiasmo! ¿Será que el capitalismo desatado y sin límites no siempre es bueno? El caso es que los ingleses buscan alguna manera elegante de librarse de su criadero de empresas en el Caribe. Es en este punto –año 1715- cuando arranca la serie: con el rey de Inglaterra lanzando una campaña para limpiar de piratas las Islas Bahamas, justo cuando la tripulación del capitán Flint está a punto de lograr el mayor botín pirata de la historia: el Urca de Lima, con parte del tesoro español a bordo.

 

PIRATEX35: protagonistas cotizantes

Capitán Flint: capitán de la nave Walnut y protagonista principal. En términos empresariales, es la transfiguración de Steve Jobs al mundo pirata: un dirigente carismático y visionario con una ambición totalmente desmedida. Su tripulación le adora y respeta, aunque él les miente y manipula como a vulgares fanboys en la presentación del nuevo iPhone. Su relación con Apple Inglaterra es sencilla: “¿Pedir perdón? Que me lo pidan ellos a mi”. Tiene un plan para las Bahamas, que por desgracia no pasa por adelantarse dos siglos a Las Vegas, sino por convertirse en un reino independiente de hombres libre con él como rey.

Eleanor Guthrie: hija de Richard Guthrie, y apoderada de sus negocietes chungos (comprarles a los piratas mercancía robada para venderla como legítima en Boston, y venderles a su vez provisiones y armas a los piratas) en New Providence, en las Bahamas. Como hija de un padre explotador, suponemos que lo que más le pega es ser la hija de Amancio Ortega. Como buena capitalista, no le hace ascos a nada (esta frase tiene su doble sentido, por cierto), y preside ocasionales Consejos de Administración Piratas donde solo falta que alguien se saque un powerpoint con sinergías.

John Silver: simpático emprendedor que se alista en la tripulación de Flint cuando su barco es asaltado y los marinos masacrados (él se esconde en la bodega y afirma ser el cocinero). Su simpatía y habilidad para conspirar pronto le hacen ascender, aunque si recuerdan su aspecto en “La Isla del Tesoro”, sabrán que no sale demasiado bien parado. Es el Jenaro García de la piratería, merced a un papelito cuyo valor no para de subir en New Providence gracias a oportunos rumores que él mismo esparce, y que va a hacer muy rico a quien lo compre.

Max: amiga “especial” de Eleanor, socia de John Silver, juguete de Anne Bonny, y representante de la clase obrera en la isla (¡alguien tiene que trabajar al fin y al cabo!). Es decir, es la que se lleva los palos. Al menos, hasta que decide putear a sus compañeras del sindicato meretriz.

Billy Bones: contramaestre del Walnut, también sale en la Isla del Tesoro. Billy representa un arquetipo que no nos esperamos: ¡un pirata honesto! Honesto y desbordado por las circunstancias. El Goirigolzarri de los mares aceptará comandar una nave llena de desaprensivos. Si el barco vuelca, ¡hoygan, hice lo que pude!

Richard Guthrie: padre de Eleanor y el Amancio Ortega de las Bahamas, como dijimos. Dedicado al prestigioso oficio de gobernador, mientras gana una fortuna con fábricas en el Sudeste asiático el comercio de mercancías robadas. Hombre que va por libre, hasta que finalmente la Corona inglesa intenta arrestarle. Entonces ve la luz y decide meterse en el Consejo Empresarial para la Competitividad traicionar a sus hasta ahora socios, los piratas, para congraciarse con el rey.

Robert Gates: segundo de a bordo de la Walnut. Al igual que Billy, otro pirata que va de honesto. En su caso, y como recompensa, no le equiparamos a un empresario sino a Cándido Méndez: su tarea es representar los intereses de la tripulación, aunque luego siempre opta por ponerse del lado del patrón para que no peligre el mando de la nave. Hará falta poco menos que un asesinato para que empiece a reconsiderar su posición de mediador neutral. ¡Todo sea porque no peligre este estupendo marco de relaciones laborales que permite la creación de riqueza, que estamos todos en el mismo barco!

Capitán Bryson: un capitán que también vive de la piratería, pero él no es un sucio pirata, no, él solo transporta los bienes para la familia Guthrie. Llegado el momento, sufrirá una OPA hostil por parte de Flint, que solo desea trocear su barco y quedarse con las partes más beneficiosas (concretamente, sus cañones de 12 libras).

Charles Vane: este emprendedor está basado en una figura histórica [3], lo que no quita que le hayan metido un grimoso culebrón como ex pareja de Eleanor. Bruto como un arado oxidado, representa a los piratas “sin complejos”. Como empresario que empezó siendo “bueno” (robaba, pero a los españoles) y luego se convirtió en “malo” (seguía robando, pero ahora a sus anteriores jefes) tras pasarse de listo y creerse “yo estoy aquí por mis méritos, no porque los de arriba me dejan”, poca duda queda sobre a quién se parece: Juan Villalonga [4]. Defenestrado de Telefónica su barco, liderará junto a un montón de perroflautas una iniciativa de la Nueva Economía para barrer los modelos de negocio obsoletos de New Providence.

Jack Rackham: otro histórico [5], similar al anterior, aunque con Anne Bonny como pareja estable. Frente a la brutalidad de Vane, no obstante, Rackham es más bien el tipo enrollado que te ahoga en su cháchara insustancial. Es decir, un Rodrigo Rato que vende preferentes y luego si caen no sabía de nada. El problema de Rackham es su talento limitado (hay que ser tonto para tener un burdel en una isla pirata y encima perder dinero), y que no vende a ágrafos jubilados, sino a los más brutos de su tripulación, que amenazan con darle unas yoyah que ríase usted del 15MPaRato [6].

Anne Bonny: tercera histórica [7]; mujer pirata en un tiempo donde esto no se estilaba precisamente porque se creía que las mujeres a bordo daban mala suerte (los piratas, al contrario que los del IBEX, si tenían principios irrenunciables aunque les costase el botín). Tiene una reputación de asesina despiadada, pero luego le asoma el corazoncito con Max. Si en algún momento de la serie aparece Mary Read [8], no habrá duda: son las Koplowitz.

Mr. Scott: consejero de Eleanor, a la que traiciona optando por su padre, que le recompensa, no como un capitalista, sino como un padre: con una lección que le dará sabiduría para toda la vida. Eso de recompensar con dinero está sobrevalorado, ahora lo que se lleva son contratos no remunerados para aprender. En cambio, la falta de lealtad y el cambiarse de empresa tienen su recompensa.

Mrs. Barlow: esposa/pareja del capitán Flint, a la que le gustaría dejar las cuitas del Nasdaq para cotizar en una bolsa tranquila y prestigiosa -la de Boston, por ejemplo- porque ya está harta de engañar a la CNMV sobre las bases de su riqueza.

 

¿Es digna de abordar?

La serie evidentemente busca el toque HBO (sangre, sexo y recreaciones históricas impactantes), y mayormente lo consigue. Otra cosa, ya más cuestionable, es su tendencia –que por desgracia comparte con muchos productos similares- a culebronizar el relato. Bajo la premisa “los personajes históricos también son personas humanas”, los guionistas empiezan a liarla con las cuitas emocionales y sentimentales de los protagonistas. Que miren, no dudo que las tuvieran, pero también las tiene Paqui la cajera del AhorraMás, y no creo que por eso vayamos a ponernos a ver una serie sobre reponedores titulada “Black Shelves”. ¡Si tienes piratas, haz una serie de piratas! Haz escenas de acción, abordajes, festines y duelos con sable; si usas la palabra “amor” más a menudo que la palabra “botín”, estás teniendo un problema con tu serie de piratas.

 

¡Fuera tortolitos! ¡Queremos nuestra serie pirata! ¡Con casinos! ¡Y furcias!

 

En el lado bueno, y quitando la parte culebrón, al menos la recreación histórica está lograda, y sobre todo acaban con esa loca idea de los piratas escondiendo grandes tesoros en islas desiertas, que Stevenson ha implantado en el imaginario popular. Porque a ver: ¿realmente nos creemos que los piratas tienen una ética protestante y webberina de ahorro y acumulación de capital para invertirlo en barcos más grandes con los que lograr botines aún mayores, para así acumular aún más capital en sus islas/bancos del tesoro, en una subida exponencial –pero no una burbuja, eh- que resuelva para siempre las crisis económicas? No, los piratas tienen claro que mañana mismo pueden morirse, y para eso mejor gastarlo todo en ludopatía, productos etílicos y experiencias eróticas. Si en España hubiésemos hecho lo mismo durante aquellos años dorados, otro gallo nos cantaba. O no, pero que nos quitaran lo bailado.

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