HOY A LAS 19.00 EN EL CENTRE CULTURAL LA NAU DE LA UNIVERSITAT DE VALÈNCIA PRESENTACIÓN DEL LIBRO [1], CON PARTICIPACIÓN DE ANDRÉS BOIX, AUTOR DE LA RESEÑA. PONEMOS HOY EN PORTADA DE NUEVO EL TEXTO A MODO DE RECORDATORIO.
Con eso de que ayer se manifestaron unos cuantos catalanes, en una nueva demostración clara de que, como nos explican durante todos los veranos desde hace ya tres años, el independentismo está muerto en Cataluña y de que, como nos explican los medios siempre a posteriori, en realidad es que son todos unos paletos de pueblo manipulados [2] que, además, aunque parecen muchos, en realidad se están manifestando a favor de la Tercera Vía, del PP y del PSC, [3] parece razonable reflexionar sobre esto que está pasando en España. Ocurre, sin embargo, que es un aburrimiento hacerlo a partir de reiterar una y otra vez lo mismo. ¡Esto no es como un periódico español o un blog regeneracionista, donde les contamos una y otra vez lo mismo pero cambiando los adjetivos [4]! Así que he pensado que mejor ponerme a leer algo por ahí original sobre el tema. Pero claro, esto es España. ¡No es tan fácil encontrar algo que no abunde en la lógica al uso, con una exposición que no se aleje en nada de lo que uno sabe de antemano que le va a contar su autor a partir de su experiencia y periplo vital!
Peor bueno, a veces las casualidades y la edición digital le ayudan a uno. Enfrentado a la disyuntiva de comprar entusiasmado la recopilación que acaba de editar El País con las cosas que dicen los popes del casticismo como Soledad Gallego, Lluís Bassets, Vargas Llosa o los impagables Elorza y Esteso o apostar por algo marginal, pues me puse a leer ayer el libro que publicó hace unos meses una joven editorial on-line que se llama Uno y Cero [5] (que da la casualidad que es un proyecto en el que participa gente muy próxima a esta página), escrito por Ángel López García-Molins sobre España, el Estado español (o como quieran llamarlo) o, más bien, sobre las dos cosas ligeramente diferentes que, en realidad, una cosa y otra son, a juicio del autor. Ángel López, para completar el disclaimer de quien esto escribe, es padre de un amigo mío, a saber, de aquí el compañero Guillermo, conocido de todos por estos lares [6], pues a fin de cuentas es el fundador de esta página. Sirva esta advertencia preliminar para que tengan en cuenta este vínculo y valoren, en consecuencia, hasta qué punto son o no fiables las alabanzas que pueda hacer yo al libro (o las críticas, que a fin de cuentas pueden estar fundadas en que un día hace 20 años ese señor que ha escrito el libro no nos dejara acabar una gloriosa partida de PC Fútbol [7], total, porque llevábamos ya como veinte horas dedicados al tema). Sirva también esta advertencia, ya puestos, para que se animen, si les ha enternecido lo del PC Fútbol, a comprar el libro y a fisgonear un poco en las cosas que están publicando en esa editorial [8], que tiene cosas raras e interesantes (entre otras, el especial Sanitat Valensiana que se ha ido publicando por entregas en LPR [9]).
Entrando ya en materia, la reflexión de Ángel López me resulta interesante, sobre todo, porque llega a conclusiones no demasiado alejadas de las mías a pesar de estar planteada y construida sobre unos moldes necesariamente bien distintos. El libro trata de explicar que una cosa es España (que sería algo más, parece que la mera unión de quienes vivimos en ella y tendría que ver también con los pueblos que en ella moran y que a lo largo de la Historia habrían ido dejando un poso cultural común que nos convertiría en una Nación… creo que Ángel López cree algo más en la identidad nacional que yo y le da algo más de valor a la hora de hacer análisis sobre el funcionamiento de las instituciones) y otra bien distinta el Estado, organización y entramado burocrático (pero también las castas que habitan allí y se mimetizan con él) que rigen los destinos del país. Intenta explicar el libro, y lo hace de manera muy interesante, acudiendo a la historia y a la literatura, a un repaso a la cultura nacional dominante, que nuestro Estado es un desastre. Incluso, que es particularmente desastroso para ciertas partes y zonas de España (como resultado de la Historia, de nuevo, y de que las castas que lo encarnan, claro, tienen sus preferencias e intereses). Y, a partir de esa exposición, documentada e inteligente, indaga en hasta qué punto es normal que los catalanes no anden del todo contentos. Cosa que le parece normal, sí, porque el Estado en cuestión es un desastre, pero sólo hasta cierto punto, porque ese Estado es desastroso para todos, no sólo para los catalanes… ¡y tampoco nos quejamos tanto!. En definitiva, el Estado estaría perjudicando a España, a toda ella. Y hay que arreglarlo… pero eso tampoco justificaría cualquier cosa.
Resumida en estos términos, la tesis del libro no sólo es interesante sino que se puede compartir en gran parte [10]. Por ejemplo, escribía yo el año pasado por estas fechas, a cuenta de la vía catalana, que el independentismo catalán es sobre todo síntoma de un Estado que funciona de modo muy deficiente y de unas instituciones muy poco integradoras y nada atentas a lo que piensan los ciudadanos. Y que, por esta razón, tarde o temprano, el modelo hará crisis, ya sea en Cataluña, ya en otro sitio, ya sea por el separatismo, ya por otra cuestión, como no montemos una buena “vía española” que integre mucho mejor a la ciudadanía en la toma de decisiones y que logre un modelo de gestión más eficiente y un reparto de cargas y beneficios más sensat [11]o.
Además, me resulta particularmente interesante que la conclusión última del libro se pueda parecer a cosas que yo he escrito en LPD por venir, como decía al principio, de una persona que analiza la cuestión desde un prisma bien distinto. Ángel López es lingüista, estudió la carrera antes de que muriera Franco y tiene una formación de esas que se suelen denominar “clásicas”, algo que deja un poso constante en el libro. Yo me dedico a una cosa pedestre como es el Derecho administrativo, que busca resolver problemas prácticos, que es una especie de fontanería jurídica aplicada a las instituciones, y que por mucho que nos empeñemos, como todo lo jurídico, tampoco tiene mucha mayor densidad intelectual. Soy, además, más joven que él y he crecido educado, por ello, en un entorno diferente, porque en el colegio celebrábamos la Constitución, el día de la paz, los juguetes bélicos eran de mal gusto y que una niña vistiera de rosa y no jugara a fútbol con nosotros resultaba hasta sospechoso. Además, teníamos delegados de clase y una idea construida casi de niños de que tenemos derecho a decir lo que pensamos y a participar en cómo nos organizamos.
Por esa razón, para mí el Estado es probablemente menos sagrado de lo que los es para el discurso del libro, y también por esa razón también presto menos importancia a los supuestos “errores” y “excesos” que puedan venir desde Cataluña y que supuestamente puedan suponer un riesgo para la convivencia. Sinceramente, me da un poco igual. No analizo esto en términos de una España que existe y es bueno que exista por una serie de lazos y tradición comunes y que sería, por ello, bueno en sí mismo preservar y proteger (incluso, como argumenta Ángel López, frente al propio Estado, que estaría perjudicando a su misma supervivencia). Para mí, en cambio, España es o no es útil desde una perspectiva más pragmática: si es un instrumento útil de convivencia y para proteger debidamente a sus ciudadanos, dándoles un entorno que sea el mejor posible para que se desarrollen en igualdad. Si fuera fácil cambiar España, mañana mismo, por otra estructura que hiciera mejor esa función, apoyaría ese cambio sin dudar. Me cuesta entender que haya un cierto “dolor” por parte de la exposición del libro en que España, o su Estado, no funcione bien. Una agonía, al estilo del clásico “me duele España” , que tiene como componente muy importante la idea latente de que España (que no su Estado) es algo bueno en sí mismo y que, precisamente por esta razón, merecería un Estado a la altura. Yo no tengo tan claro que ambas cosas sean, o puedan ser, distintas.
Sin embargo, las conclusiones del libro, aun desarrolladas a partir de puntos de partida tan distantes, me parecen muy acertadas. Tienen la virtud de demostrar, además, hasta qué punto es falsa una de las grandes mentiras que se han instalado en los medios de comunicación, que nos filtran la opinión de ciertas elites socioeconómicas instaladas en la capital y que desde allí despliegan sus mercados por todo el territorio que gestiona ese Estado tan deficiente para otras cosas pero tan solícito a la hora de resolverles problemas. Me refiero a la idea de que “fuera de Cataluña y Euskadi” nadie aceptaría que haya que cambiar cosas para dar respuesta a los independentistas. Ángel López es aragonés y vive en Valencia desde hace muchos años, representa a una España que era joven durante la Transición y que no ha tenido nunca veleidades de ruptura, ni de antisistema, ni de kale borroka. Ángel López, por así decirlo, es mucho más “Generación T” que lo que en este país llamamos, para entendernos, “la ETA” (o ahora, más recientemente, “la ETA de Pablemos”). Es una España que, nos dicen, conforma una “mayoría silenciosa” de racionalidad y responsabilidad frente a “aventuras” o “desafíos”. Y, sin embargo, la realidad es muy distinta y demuestra que el problema de España (o de su Estado, que diría Ángel López) no es de generaciones, sino de ideas viejas. Ideas viejas que puede tener alguien por joven que sea, como nos demuestran a diario, por ejemplo, los nuevos y aventajados fontaneros que emergen como cuadros de los partidos del régimen. Porque cuando uno es una persona atenta y formada, que mira a lo que le rodea con cierta curiosidad y distancia respecto de los tópicos, lo que ve, venga de una formación más clásica y enraizada en la idea de España, venga de un entorno más pragmático y postnacional, es más o menos lo mismo: que nuestro Estado no funciona bien, resuelve pocos problemas a los españoles y, además, crea alguno más absolutamente innecesario. Y que, por ello, la verdad, como que un día de estos no estaría de más que nos pusiéramos a la faena de pensar en hacer algunos cambios, dado que todo esto nos perjudica y crea problemas en el día a día.
Estos problemas los tenemos, por supuesto, todos los españoles. Es el español un Estado débil, tradicionalmente incapaz de oponerse a los poderosos para beneficiar a los de abajo (que es, a fin de cuentas, para lo que ha de servir el invento estatal este). Basta ver el desastre educativo, en manos de unas elites que ya se cuidan mucho de emplear la educación para sus intereses, que son segregar y dificultar todo lo que pueden la igualdad de oportunidades. Pero también, porque el Estado se ha construido como se ha construido, y eso el libro lo explica muy bien, a partir de ciertas estructuras, económicas y culturales, los problemas en cuestión se hacen más dañinos en su funcionamiento para con ciertas regiones (y, lo que es la clave, para las personas que allí viven). Como lingüista que es su autor, el libro se detiene, por ejemplo, en el trato a las consideradas “lenguas regionales” por la cultura política y burocrática (el Estado, de nuevo) española dominante. Y a partir de ese ejemplo podemos pensar e imaginar un Estado diferente que enhebraría una España claramente mejor. Como propone el autor, así, respecto del estudio de las lenguas españolas (porque es lo que son) diferentes al castellano, aunque sea a un nivel básico, en las escuelas. O su literatura. O su visualización en los medios de comunicación. Se trata de algo simbólico, quizás, poco relevante, en el día a día, dirán algunos. Pero, en realidad, no lo es. Atender a las necesidades de la gente y sus intereses, a los elementos que permiten tejer una verdadera solidaridad, es lo que luego, poco a poco, acaba llevando, inevitablemente, a construir un sistema más justo y participativo a todos los niveles, desde el económico al educativo. Porque tener en cuenta a la gente y sus necesidades, y lo que piden y quieren, es algo de lo que, una vez uno se habitúa, no se quiere prescindir. Y, así, poco a poco, con todas estas pequeñas mejoras, tendríamos un mejor Estado, a la altura de lo que necesita España. La cuestión, no obstante, es que no sé yo hasta qué punto es tan fácil distinguir al “Estado” de “España”. Estatalista que es uno, o rancio positivista. Para mí, a diferencia de para Ángel López, el Estado y España son una misma cosa, y una cosa que nos jode bastante la vida a los españoles. Aunque probablemente, en el fondo, la diferencia es más de nombres que de cosas.