Historia de Venecia – John Julius Norwich
John Julius Norwich es un autor del que ya hemos hablado en esta página varias veces. Autor de una magnífica historia del Imperio Bizantino y de un libro sobre el Mediterráneo entendido como espacio histórico, Norwich es un diplomático británico reciclado a historiador que aún hoy, a su más que provecta edad (creo que bordea ya los noventa) continúa lúcido y escribiendo libros de Historia. Norwich escribe muy bien, con destreza y sentido del humor. Y además, es el suegro del gran Antony Beevor, así que lo tiene todo para concitar todas nuestras simpatías y aprecio por su trabajo.
Por desgracia, este libro resulta bastante menos interesante que los anteriores. Es muy lineal en su desarrollo, se pierde en minucias y, en cambio, no resulta demasiado claro ni demasiado provechoso en los aspectos centrales que relata. Demasiado poco para un libro demasiado largo (750 páginas). Aunque, por supuesto, esto no significa que carezca de valor. Precisamente porque el tema del que habla tampoco es que sea el Juego de Tronos de la Historia (eso le correspondería, más bien, a la Segunda Guerra Mundial), sus contenidos resultan interesantes. Si, por razones tan absurdas y ridículas como incomprensibles, Usted es fan de la República de Venecia, o le interesa saber algo sobre el tema, aquí cuenta con material de sobra para hacerse una idea.
En lo que a mí respecta, se me hace difícil perdonarle a Venecia su papel fundamental en la caída del Imperio Bizantino (oiga, cada uno tiene las obsesiones que quiere, y esta es una de las mías), merced a la conquista de Constantinopla en la Cuarta Cruzada de 1204. Los cruzados, liderados por el vengativo dogo-abuelo Enrico Dandolo (96 años), que a pesar de su ceguera acaudilló a las tropas con resolución en los momentos de mayores dificultades (hagan Ustedes los chistes que quieran sobre abuelos ciegos de 96 años combatiendo con bravura contra quién sabe qué; yo me los guardo, que no quiero que me pongan un favorito y dentro de dos años la Once me crucifique).
Pero, al mismo tiempo, es también difícil no reconocer la épica de su historia, el mérito de constituir una República en un mundo plagado de monarquías y pactos dinásticos; una República, además, rodeada por territorio del Sacro Imperio Romano Germánico, pero que no pertenece a él; estrechamente ligada en su trayectoria con el Imperio de verdad, el Bizantino, primero como vasallos, después como aliados, a continuación socios comerciales, archienemigos y de nuevo socios comerciales, pero esta vez con el Imperio Bizantino en posición subalterna. Una República que tiene que ejercer una consumada habilidad diplomática y jugar con sabiduría sus cartas para poder sobrevivir y prosperar.
De hecho, Venecia se expande notablemente en lo que es su edad dorada (la Baja Edad Media, en particular los siglos XIV y XV), a costa de ambos Imperios: del Imperio Bizantino, al que le birla un montón de islas y posesiones estratégicas en el Mediterráneo Oriental (Dalmacia, Durazzo, Creta, Corfú, …) y, sobre todo, del que adquiere su fortaleza económica mediante el control de las rutas comerciales. Y del Imperio Romano Germánico, más concretamente el mejunje de reinos, repúblicas y ducados del norte de Italia, de donde Venecia consigue, en sucesivas guerras, más y más territorio en la Terra Firma, es decir, el territorio italiano que hay más allá de la laguna en la cual se erige Venecia.
Aquí reside, según Norwich, una de las explicaciones de la decadencia veneciana a partir del siglo XVI: Venecia se mete en un territorio que le cuesta defender y la hace vulnerable, frente a potencias continentales con ejércitos enormes y más experimentados. Se pasa los siglos XV y XVI guerreando por unos territorios en los que se halla en desventaja. Porque dos son, dice Norwich, las fortalezas venecianas, en las que sustenta su Imperio: la flota y el comercio. La flota le permite mantener su talasocracia (el rosario de islas y enclaves del Imperio veneciano), y sobre todo defender Venecia de cualquier invasión. Resguardada por la laguna y por la flota, Venecia puede permanecer años y años inexpugnable, por mucho que le conquisten todo lo demás. Es un poco lo mismo que vivió Atenas durante la Guerra del Peloponeso: mientras Atenas dominase los mares, nada sería irreparable. Pero desde el momento en que los espartanos logran hundir la flota ateniense, la guerra estaba decidida, pues Atenas ya no podía presentar batalla en otros lugares, ni abastecerse ni, en definitiva, impedir una invasión.
El segundo factor, el dominio de las rutas comerciales, está indisolublemente ligado al primero: el dominio del mar que permita desarrollar y defender dichas rutas. Los comerciantes venecianos también pueden presentar batalla y defenderse. La flota comercial, a menudo, funciona como extensión de la flota de guerra. Pero el dominio del comercio va a recibir dos duros golpes sucesivos. El primero, la conquista de Constantinopla por parte de los otomanos, que cierra las rutas comerciales de Oriente a Venecia, y les obliga a buscar alternativas, más difíciles y precarias, a través de Egipto. Además, la aparición de los otomanos supone enfrentarse a un poderoso enemigo, con una flota que rápidamente alcanza una dimensión mayor que la veneciana, y con apetencias por los territorios que Venecia había “heredado” del Imperio Bizantino (hete aquí la útil metáfora sobre cómo debilitar a un archienemigo débil y aprovecharse de él puede conducir a su sustitución por un nuevo archienemigo mucho más peligroso y hostil que el anterior).
El segundo, la apertura de nuevas rutas comerciales derivada de las exploraciones portuguesas de África, su llegada a la India y (sobre todo) el descubrimiento de América por parte española en 1492. A partir de entonces, las rutas comerciales varían y se reubican en torno al Océano Atlántico. Los centros comerciales del norte de Europa se revitalizan (Amberes, las ciudades hanseáticas) y aparecen nuevos enclaves (Lisboa, Sevilla), mientras que el Mediterráneo se vuelve progresivamente irrelevante. Y, con él, Venecia.
Esto, a su vez tiene una consecuencia tecnológica muy importante, que es que los barcos venecianos, fundamentalmente galeras de remos, se quedan rápidamente anticuados frente a los barcos oceánicos, mucho más poderosos y con mejores prestaciones. Ante esta carrera tecnológica, Venecia, que ya no tiene el poder económico que tenía antes, se resigna a construir galeras: menos eficaces, pero mucho más baratas (construidas, de hecho, en serie en el Arsenal, los astilleros venecianos, según una fórmula de trabajo que, como todo, fue muy innovadora cuando se ideó, en la Edad Media, pero progresivamente se convierte en… medieval).
El canto del cisne veneciano se produce en la batalla de Lepanto. Sólo en esta batalla consiguen vencer, por fin, a los turcos. Lo consiguen merced a la alianza con España (qué casualidad… una Monarquía. ¿Ven cómo la Monarquía llega ahí donde la República no puede? ¡Déjense de tonterías de representatividad y confíen en los mejores! ¡Confíen en Preparado y su expediente de aprobados raspados en la Autónoma de Madrid con profesores dispuestos a todo, incluso a aprobarle, con tal de complacer!). Destruyen la flota otomana… Y un año después los otomanos y sus aliados, los piratas berberiscos, han reconstruido la flota, incluso han botado una más grande, y son más fuertes que nunca. Nada ha cambiado. Y nada cambiará, al menos para bien, en el caso de Venecia.
Hay cierto renacer en el XVII gracias al declinar otomano, pero es un espejismo: la República de Venecia, antaño determinante en la política mediterránea, incluso europea, ahora es un pequeño país más, impotente ante el juego de las grandes potencias, los Estados-Nación configurados a partir del siglo XVI. Un país que acaba desapareciendo a finales del siglo XVIII, absorbido por Napoleón en su conquista de Italia. Cuando acaban las guerras napoleónicas, Venecia no recupera ni siquiera una sombra de independencia, sino que pasa a estar sometida a la casa de Habsburgo hasta 1866, cuando se une al nuevo reino italiano.
En el camino, queda una larguísima historia de casi 1400 años, que comienza con la fundación de Venecia en el siglo V, por parte de individuos que huyen de los visigodos y de Atila. Buscan un lugar inexpugnable, y lo encuentran en la laguna. Desde entonces, se constituyen como República, con un depurado sistema de división de poderes que recuerda algo a la República romana y su aversión por los reyes. El máximo dirigente, el dogo, es escogido por un grupo de 480 notables a partir del siglo XII, con el objeto de limitar su poder. Como esta reforma también implica dejar de lado al pueblo llano, puede considerarse que Venecia es desde entonces una república oligárquica.
Además, a finales del siglo XIII se establece que sólo pueden formar parte del Gran Consejo los que acrediten que en el pasado familiares suyos habían sido parte del mismo. ¡La Casta! Lo gracioso es que eso no hizo que decayese el número de miembros, sino que en 50 años se multiplicó por tres, de 480 a 1212 (¡La Casta, otra vez!). A su vez, sobre este Gran Consejo hipertrofiado se ubica un Consejo de los Diez, que funciona como un Consejo de Ministros del dogo, pero con muchísimas atribuciones (sobre todo, en materia de espionaje y represión, que conformarán parte de la leyenda veneciana como avezados diplomáticos y espías).
Finalmente, queda la elección del dogo, un prodigio de complejidad y diversificación del poder que muestra el miedo a que algún grupo pudiera hacerse con el poder absoluto:
El día señalado para la elección, el miembro más joven de la Signoria tenía que acudir a orar a San Marcos. Luego, al salir de la basílica, debía abordar al primer muchacho con el que se cruzara y llevarle al Palacio Ducal, donde se hallaría reunido el Gran Consejo en su totalidad salvo aquellos de sus miembros que aún fueran menores de treinta años. El joven, al que se denominaba ballotino, se encargaría de extraer al azar las papeletas de la urna. La primera extracción servía para que el Consejo escogiera a treinta de sus miembros, y la segunda para seleccionar a nueve de esos treinta. A continuación, los nueve tenían que elegir a otros cuarenta, cada uno de los cuales habia de contar al menos con siete nominaciones. Luego, se recurría a una nueva tanda de extracciones para reducir los cuarenta a doce, cuya tarea consistía en escoger a veinticinco miembros que, esta vez, necesitaban al menos nueve votos cada uno. Esos veintinco volvían a reducirse a otros nueve que, a su vez, escogían a cuarenta y cinco, con un mínimo de siete votos por cabeza, de los que el ballotino escogía once nombres. Estos once tenían ahora que votar por cuarenta y uno –con nueve votos como mínimo- y eran estos últimos los encargados de elegir al dogo (…)
Pero todo lo anterior eran tan sólo los preliminares que permitían comenzar la elección propiamente dicha. A continuación, cada elector escribía el nombre de su candidato en un trozo de papel y lo depositaba en el interior de la urna, tras lo cual se recogían y leían las papeletas para elaborar una lista de todos los nombres propuestos, independientemente del número de nominaciones de cada uno. A continuación, se escribían nuevamente los nombres en sendos trozos de papel que eran depositados en otra urna, y de ellos se extraía uno. Si el interesado estaba presente debía retirarse en compañía de cualquier otro elector con el que compartiera apellido mientras los demás debatían su conveniencia para el cargo, y luego debía regresar para responder a las preguntas pertinentes o para defenderse de cualquier posible acusación. Por último, se celebraba una votación final: si obtenía los veintinco votos necesarios era declarado dogo; en caso contrario, se extraía otro nombre, y así sucesivamente (páginas 213-214)
Este sistema, que desde aquí le recomendamos a Mariano Rajoy para implantarlo para la elección de alcaldes (siempre y cuando se parta de la base de que el ballotino, el muchacho inocente, sería un chaval de Nuevas Generaciones de 37 años), propició que los dogos fuesen, al menos, individuos socialmente reconocidos. Pero también provocó que, en un contexto en el que la aristocracia veneciana consideraba su máximo deber llevar una vida de servicio al Estado (a “su” Estado, en plan pujolista), el puesto de dogo se otorgase a individuos con una larga trayectoria, un poco como broche de oro o premio final. Es decir, que la mayoría de los dogos eran carcamales (¡La Casta!), seleccionados ya con setenta u ochenta años. El caso de Enrico Dandolo tal vez fuera el más espectacular, pero en absoluto resultaba extraño.
En resumen: un libro que sería magnífico si tuviera 300 páginas, pero con 750 se hace bastante pesado. ¡Menos mal que está LPD para reducírselo a Ustedes a un solo post! Y, por supuesto, incorporando los chascarrillos al uso de Norwich, como esta maravilla sobre el Papado en el siglo X:
De entre todas las instituciones, el papado era la que presentaba una imagen menos edificante, encabezada como estaba por seres como Juan X, estrangulado en Castel Sant’ Angelo por la hija de su amante para que ésta pudiera sustituirle por su hijo bastardo concebido de otro papa anterior; o Juan XII, consagrado a los diecisiete años de edad y durante cuyo reinado, según Gibbon, ‘nos enteramos con considerable sorpresa de que el palacio lateranense había sido convertido en escuela de prostitución, así como de que sus violaciones de vírgenes y viudas disuadían a las peregrinas de visitar el sepulcro de San Pedro ante el riesgo de verse forzadas por su sucesor durante el piadoso acto’ (página 76).
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Comentario de Atlas (02/08/2014 14:37):
Cuénteme como uno de esos raritos a los que la historia de la Serenísima le pone mucho, don Guillermo. A pesar de sus pegas, el libro parece interesante. Habrá que echarle un tiento… y ya de paso, leerse de una vez la “Breve Historia de Bizancio”, que otra de mis filias es la historia de ese rinconcete de la Europa medieval tan habitualmente ninguneado.
Comentario de emigrante (02/08/2014 20:19):
Hombre, acostumbrado a votar listas cerradas donde la mayoría de los nombres no te suenan de nada, la idea de comprobar el curriculum de cada candidato y depurarar las listas varias veces como que me resulta bastante atractiva.
Comentario de Andrés Boix Palop (02/08/2014 23:12):
El sistema de elección, en efecto, debiera ser considerado seriamente por Mariano Rajoy para ofrecer un pacto a Pedro Sánchez con la finalidad de liquidar las aspiraciones de los Pablemos varios que amenazan a la patria. Pero estaría bien perfeccionarlo un poco, así que yo llamaría a los expertos del parlamento valenciano que llevan años dándole vueltas al tema y que hagan una propuesta.
Respecto de Venecia, y el triste sino de ciertas potencias, alguien tendría que explicar qué tipo de penitencia y castigo les ha deparado la Historia, convirtiendo su ciudad en un parque temático de la mierda turística elevado a una potencia que los demás sólo podemos imaginar en nuestras peores pesadillas. Si Barcelona no ha sido castigada ni una décima parte y ya está destrozada (supongo que, en este caso, por estar llena de defraudadores que nos avergüenzan al resto de españoles de bien y probos y temerosos cumplidores de nuestras obligaciones fiscales), ¿qué culpa tremenda está expiando Venecia?
Por último, Guillermo, dos pequeñas aclaraciones sobre Preparado I. Estudió en la Autónoma, no en la Complutense. Y no sacaba aprobados, sino heroicos notables en una carrera del nivelazo de Derecho, pero porque los profesores les tenían manía, como es manifiesto. También es cierto, eso sí, que el chaval logró esos resultados con todo el contra, incluyendo el regalito envenenado de que le pusieran como preceptores a personas como Carmen Iglesias o el mismísimo Peces-Barba, que ya me dirás cómo superar semejante hándicap mejor de como lo hizo el Borbón ahora al mando de la Casa.
Comentario de Guillermo López García (03/08/2014 00:38):
A mí se me cayó por los suelos el mito de la Serenísima, precisamente, cuando estuve en Venecia (hace más de veinte años), y ya entonces eran patentes el caos, la suciedad, el repugnante olor y, sobre todo, la invasión turística desaforada. Todo emanaba decadencia, pero nunca le vi el encanto a dicha decadencia (a mí ver palacios cayéndose a pedazos, por algún motivo, no me causa sino melancolía). Una pena, por contraste con lo que siempre había sido Venecia para mí (y, supongo, para cualquier niño): canales, carnavales, góndolas, Marco Polo, … una República aventurera y compleja, pequeña pero matona. Luego caí en la cuenta de que los venecianos destruyeron el Imperio Bizantino y ni siquiera el papel estelar de Venecia en Indiana Jones y la última cruzada logró paliar mi indignación.
Todo lo cual no implica que su historia no sea interesante; lo es, y mucho. De hecho, por eso me decepcionó un tanto el libro. Esperaba más de un autor como Norwich enfrentándose a su especialidad (con una sentida introducción en la que explica que, en realidad, el auténtico especialista en Venecia era su padre, que viajaban allí continuamente, pero que murió antes de poder escribir el libro y por eso él tomaba el testigo y lo publicaba décadas después).
Andrés, ya me habías dicho lo de los notables, pero leí por ahí que eran más bien aprobados. Soy consciente de que, en realidad, que le pusieran notable es incluso más humillante, sobre todo con esos profesores. Pero en pro de la verdad, necesitamos que algún confidencial publique su expediente.
Comentario de Gabriel Doménech Pascual (03/08/2014 19:56):
En el libro de Acemoglu y Robinson hay un capítulo interesante sobre Venecia, en el que tratan de explicar su auge y decadencia:
http://www.nytimes.com/2012/10/14/opinion/sunday/the-self-destruction-of-the-1-percent.html?pagewanted=all&_r=0
Vale, de acuerdo, estos tíos (como buenos economistas que son) simplifican que da gusto, pero no deja de tener interés.
Y bueno, sobre Prep I. Si sólo hay que verlo hablar.
Comentario de Andrés Boix Palop (04/08/2014 10:20):
Respecto de la brillante carrera de Preparado:
http://elpais.com/diario/1993/06/19/espana/740440816_850215.html
Si El País dice “notable” y se ve obligado a aclarar que es “notable alto”, creo aue no hace falta hacer más preguntas, señoría.
En cuanto a “la Serrata” y Acemoglu y Robinson, el libro es interesante porque te aporta ese vector de análisis pero, como dices, simplifica que da gusto. Y, claro, cuanto más cerca te pilla la historia, pues más te das cuenta. Su capítulo sobre Venecia peca mucho de eso (“tengo un palo, mi teoría de las instituciones inclusivas, y todo son clavos”) porque, además, supongo que como europeos, por ser más conscientes de qué va el rollo, le vemos más las costuras a una explicación que no tiene en cuenta la evolución de Europa una vez liquidado el feudalismo hacia Estados-nación potentorros, por no hablar de imperios cachas, mientras además la tecnología militar empezaba a suponer que la protección que históricamente había proporcionado la laguna ya no fuera tal. Todo lo cual son “pequeños factores” que no estaría de más considerar para entender el colapso del modelo veneciano.
Comentario de JoJo (04/08/2014 11:40):
Parece que os han leido: http://elpais.com/elpais/2014/07/31/eps/1406830600_168597.html.
No sé qué se puede hacer con el turismo de masas, todas las ciudades con gran atractivo turístico están igual. Yo viví siete años en Barcelona y a la zona de las Ramblas sólo iba cuando me visitaban familiares o amigos. En Venecia puede haber mucha masificación pero no creo que llegue al punto de cochambrismo turístico de Barcelona: en las Ramblas hay que ir esquivando grupos de ingleses/as borrachos/as celebrando despedidas de soltero/a, guiris borrachos tirados en mitad de la calle, gente paseando en bañador, carteristas cada dos metros… Dentro de un par de meses me voy a vivir a París y una vez allí podré juzgar como local los efectos del turismo. Pero como visitante, he visto que hay masificación pero no el turismo gamberro de Barcelona. En realidad, ése sólo lo he visto en BCN y en la costa… española.
Comentario de CusCus (04/08/2014 11:44):
Jojo, se puede cobrar al turista (en Meknès, Marruecos, 2,5€/noche a cada guiri) e invertir eso en, p.ej. parar la decadencia y no en campañas de apoyo al turismo como en Cataluña.
Por parar la decadencia, se pueden entender muchas cosas, desde subsidiar a los charcuteros para vender chorizo y cecina en vez de montar un chiringuito degustación tapas-sangría hasta, directamente, limitar el número de turistas por la vía del elitismo. Entendiendo élite por pagar 2,5€ al día.
Comentario de CusCus (04/08/2014 11:44):
Pero bueno, dejemos para los expertos como parar dicha decandecia. A mi, en particular, me gusta Oriol Bohigas como experto. Lo contrario de lo que diga él.
Comentario de emigrante (04/08/2014 13:35):
Venecia ya era turística antes de inventarse el turismo. Yo diría que desde los tiempos de Giacomo Casanova. Sobre todo la aristocracia inglesa era muy aficionada al norte de Italia, quizá inspirados por Lord Byron. Ahí están películas como “Muerte en Venecia” o “Habitación con vistas” para que nos hagamos una idea de que esta tendencia se remonta a hace más de un siglo.
Hace unos años conocí a una italiana (de Roma) que me dijo que la mejor época del año para visitar Venecia es en otoño, que bajo ningún concepto fuera en agosto. Y eso es precisamente lo que hicimos hace dos años. Como estábamos veraneando en un camping cercano no era cuestión de dejar escapar la oportunidad de conocer esa maravilla. Cogimos el ferry, nos zambullimos en la muchedumbre y mi mujer se perdió. Al acercarnos al puente de Rialto nos dice “espera que tiro una foto” “Vale, te esperamos en el puente”. El puente de Rialto tiene una calle central y dos más pequeñas por fuera de la arcada. Mis chavales y yo nos sentamos en el primer peldaño de la calle central. Esperamos, y esperamos, y esta mujer que no viene. “Vete a ver que está haciendo tu madre, seguro que se ha metido en otra tienda” le dije al mayor. “No está” me dijo al volver. “Cómo que no está?”. Bucamos por las tres calles del puente deshicimos el camino andado y nada. Nos pasamos el resto de la mañana buscándola por toda Venecia lo cual es una tarea imposible porque aquello parecía el metro en hora punta. Cuando se hizo la hora decidimos volver al barco y allí estaba, y además nos reprochó que nos hubieramos perdido nosotros. Mi mujer, como es guiri, no sabe areciar lo que vale una sombra en agosto y se metió por la calle lateral que primero encontró creyendo que habíamos seguido adelante. Supongo que la traicionó el subconsciente y creyó que el puente era decorado y no había nada detras como el los parques de atracciones, porque la verdad es que eso es lo que parece.
Comentario de Gabriel Doménech Pascual (04/08/2014 15:14):
Acemoglu es turco. La cosa le pilla cerca. Lo de simplificar no tiene que ver con ser americano, sino economista. Lo llevan en su código genético.
Comentario de JoJo (04/08/2014 16:24):
#8 Con la tasa turística empiezan los problemas. En Barcelona se estima que puede haber más de 15.000 apartamentos turísticos ilegales de manera que los visitantes no pagan la tasa ni los dueños de los apartamentos los impuestos. ¿Como se puede esperar turismo de calidad en estas condiciones?
Comentario de CusCus (05/08/2014 08:29):
Perdona, Jojo, pero no. Llevando tu argumento al extremo: no pongamos ningún impuesto ni obligación legal, puesto que hay quienes se los saltan.
Comentario de Gatete (05/08/2014 10:42):
#4, #6 El expediente completo del Preparado lo publicó la hoja parroquial cuando la coronación. No recuerdo los detalles, pero abundaban los sobresalientes. Además de Menéndez, no fueron muchos los que se atrevieron a ponerle un notable. Un par de matrículas para dar color. Ya saben, si «Derecho en la Autónoma con tus propios mentores de palacio de profesores» equivale a «muy preparado», ya no sé qué pondremos en el currículo los obreretes que tuvimos que estudiar à poil.
Comentario de Lluís (05/08/2014 11:25):
#12
La tasa turística es una excusa para liarla. A nadie en su sano juicio se le puede ocurrir que un “impuesto” de 1 € (como el que querían poner en Mallorca) o un poco por debajo de los 3 € (y con un límite y excepciones) por persona y día, va a ahuyentar al turismo. Eso no ahuyenta a casi nadie, bueno, si, si quieres pasar una semana en la Costa Brava por 100 € si que es un incremento, pero en sitios en que se está cobrando 50 € o más por persona y noche, no es gran cosa. Sobretodo, porque en otros sitios de Europa (y en particular, los que nos proporcionan turistas) ya están acostumbrados a pagar esas cosas, y más.
Aquí, cada nueva tasa, o cada subida de impuestos, se utiliza como excusa para justificar el fraude fiscal. Si, a la gente le duele pagar el 21 % de IVA, IRPF, impuesto de sociedades, y cosas así, pero si ponen el IVA general al 10 % tampoco van a arreglar gran cosa, ya que aunque el 21 % es más que el 10, el 10 sigue siendo más que el 0 %.
Eso si, a la hora de exigir, que no falte de nada.
Comentario de JoJo (06/08/2014 10:07):
#13 CusCus, yo no he dicho eso. Simplemente digo que el número de apartamentos ilegales es muy alto, nada raro en el país de la economía sumergida, y de esta manera ni se cobra tasa turística ni se obtiene turismo de calidad ni se integra el turismo en la ciudad ni nada provechoso para la sociedad. Y así nos estamos convirtiendo en la discoteca-burdel-casino-chiringuito de playa de Europa. El nivel de gamberrismo del turismo de aquí no lo he visto ni en Portugal ni en Italia ni en Croacia, por algo será.
Comentario de Pululando (06/08/2014 11:00):
Tostoncico a parte, todo lo que escribe este hombre da gusto leerlo.
Por mi parte mención especial a la gloriosa contribución de la arostocracia francesa al sitio de Candía… episidio para mi totalmente desconocido hasta la lectura del libro. ¡Nunca defraudan!
Comentario de Jordi (08/08/2014 10:59):
Vuestra chanza purulenta cansa.
Comentario de Gekokujo (18/08/2014 13:57):
El retrato de los ballotinos me da escalofríos.
Saludos
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