“Non-Stop”, la burla del crowdfunding
Vivimos en un mundo hipster. Lo moderno megafashion-osea inunda cada rincón de la cultura porque lo que mola es que estemos todos conectados. Ésa es la aspiración de cualquier adolescente treintañero, estar a la última, abanderar todas las tendencias y repetir en plan loro toda la cultura recomendada por medios underground como Babelia o Rolling Stone. Todo aquello que tenga más de un mes de antigüedad está desfasado, está fuera de ese canon de estupidez que venden las novelas megaprofundas de Javier Cercas y Agustín Fernández Mallo. Cuando se publiquen estas líneas, True Detective habrá pasado de moda, House of Cards será una antigualla y The Wire… ¿quién es el viejo carrozón que aún se acuerda de The Wire?
Lo hipster no es sólo un modo de vida desmovilizador y analfabeto sino también perverso. Antes, existía la precariedad laboral cuando el empresario (emprendedor en jerga moderna) explotaba al trabajador (profesional). Llegó la moda hipster y bautizó el fenómeno como “mileurismo”. Es una etiqueta actual, transgresora, muy del siglo XXII. Lo mismo sucede con el crowdfunding, esa etiqueta perversa que trata de presentar como guay y positivo el desmantelamiento de la industria cultural. Porque lo importante no es si tienes algo que decir, sino que tengas un canal para decirlo: lo importante es estar conectado. ¿No tienes dinero pero tienes mucho mundo interior? Pues recurre al crowdfunding. ¿Qué tienes dinero pero prefieres ir de víctima y que los demás paguen tus genialidades mientras tú lloras y maldices a la industria? La solución es la misma: crowdfunding [acceso al artículo completo]
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