Fruitvale Station (Ryan Coogler, 2013)
Asesinato racial
En el cambio de año de 2008 a 2009, cuando volvía de celebrar la Nochevieja con sus amigos, Oscar Grant, un californiano negro de 22 años de edad, fue detenido por la policía en la estación de metro de Fruitvale de Oakland (California). El motivo de la detención fue una pelea en el interior del metro y en seguida los agentes tumbaron en el suelo a un grupo de negros. En ese grupo se encontraba Grant, al que pusieron boca abajo y dispararon en la espalda. El joven fue trasladado al hospital, se le sometió a una larga operación en la que se le extirpó el pulmón derecho y no consiguió sobrevivir. En cuanto empezaron a difundirse los vídeos de la detención y el asesinato grabados por numerosos testigos en la estación de metro con los teléfonos móviles, se originaron manifestaciones y disturbios clamando justicia. Al final, hubo una serie de ceses en el departamento de policía, el agente declaró que había confundido la pistola con el arma paralizante, y cumplió once meses de prisión por homocidio involuntario. A día de hoy, todas las navidades siguen concentrándose numerosas personas en la estación de Fruitvale.
Ésta es la historia que narra Fruitvale Station, la primera película dirigida por Ryan Coogler y que fue la última sensación del festival de Sundance, consiguiendo los premios más destacados de ése y de otros encuentros de cine independiente. La película está construida con dos flashbacks: el primero articula la historia principal, ya que la cinta arranca con los sucesos del metro para retroceder 24 horas y narrar el último día de la vida de Grant. El segundo flaskhback nos lleva un año atrás cuando Grant cumplía condena por posesión de drogas. Este segundo flashback sirve para situar al espectador en la decisión que toma Grant precisamente en ese cierre del año 2008: dejar del todo el mundo del trapicheo.
Aquí es donde el cineasta toma una opción arriesgada y controvertida: renuncia a un retrato matizado de los personajes para potenciar la denuncia social. Grant es un chico muy, muy bueno, que va y ese mismo día en que muere había optado por el camino recto, por la inserción en la legalidad del sistema. Pese a las dificultades de la integración (le acaban de despedir del trabajo por llegar tarde y no puede pagar el alquiler) y las presiones de tener pareja e hija, apuesta por la vía de la honradez y el cumplimiento de la ley. Es tan buen chico que incluso vemos lo que sufre cuando contempla el atropellamiento de un perro en una calle. Evidentemente, existe la gente honrada que no trapichea, pero este retrato que exagera las virtudes de Grant concentrándolas todas ellas en unas pocas horas podría llegar a resultar chirriante, dado su carácter de cuento de hadas.
No obstante, esto es lo que persigue el director, llegar a un punto en el que quede más patente la brutalidad policial contra los negros a través de un asesinato, uno más, que el departamento de policía resuelve con un simple lavado de cara. Porque la paradoja que muestra Coogler es bien clarita: Estados Unidos es un país que asesina a sus propios ciudadanos, incluso a quienes deciden moverse dentro de los límites del sistema y aspirando al sueño americano, esto es, teniendo una familia y un trabajo decente. La desmesura del suceso de Fruitvale nos muestra el racismo que aún existe en el país, acompañado de una cierta resignación: los culpables nunca responden (o lo hacen de manera insuficiente) y el poder político se limita a aguantar el chaparrón de disturbios en lugar de meterse de lleno en el asunto con reformas estructurales.
Fruitvale Station se ubica, además, en las antípodas expresivas de películas como Elephant, aquella pedantería de Gus Van Sant que nos venía a decir que detrás de las matanzas en colegios estadounidenses suele haber un complejo sexual no resuelto. Aquí el relato es mucho más fluido y Coogler no se esfuerza en demostrarnos que es un tío genial: simplemente se imagina el día a día de unos jóvenes norteamericanos, siguiendo la estela del mejor cine estadounidense contemporáneo. Eso sí, el final abrupto nos indica que esa gran sociedad de la democracia y las banderitas es totalmente depredadora y está construida, en la actualidad, sobre la violencia.
La cinta aún no se ha estrenado en las salas de España, aunque sí pasó por el festival de San Sebastián el pasado mes de septiembre. No obstante, su reputación se ha extendido como la pólvora y verla es todo un puñetazo para el espectador, una llamada al valor movilizador del cine ante las injusticias que se mantienen como situaciones crónicas en las democracias más avanzadas del mundo. Con todas las salvedades que se le puedan poner al modelo audiovisual estadounidense, la producción de cintas como Fruitvale Station y su éxito en circuitos alejados de las grandes superproducciones nos hace pensar que aquí no es que nos quede recorrido, es que estamos en otra galaxia.
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Comentario de Marcos (10/01/2014 13:55):
Joder, ¡qué cosas más raras pasan en EEUU!!
No soy muy listo poniendo vínculos, pero aquí van dos enlaces: el resumen es sencillo. La Ertzaintza mata a un chaval de un pelotazo a bocajarro (tema fumbol)hace año y medio, se evita a toda costa investigar nada, y ahora se premía a los responsables ascendiéndolos.
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/04/10/paisvasco/1334072731.html
http://www.elmundo.es/pais-vasco/2013/11/11/52815a7b63fd3df34c8b4580.html
Con un par.
Comentario de Álvaro (12/01/2014 22:48):
Eso iba a decir yo, que en el salvaje y despiadado EEUU hubo hasta un tío que dimitió ¡que dimitió!
La película no está mal.