Caesar: Life of a Colossus – Adrian Goldsworthy
Cayo Julio César es probablemente el romano más conocido de todas las épocas de la historia de Roma. Fue general, político, escritor e incluso sacerdote, y en todos estos campos brilló con luz propia, teniendo una influencia enorme y notoria sobre la Historia. No extraña, por tanto, que abunden biografías suyas, incluyendo esta. Por supuesto, ninguna biografía de César puede superar las de Suetonio y Plutarco, ya que todas son tributarias de estas. Pero acudir a las fuentes tiene el problema de leer a historiadores de otra época, que dan por sentados conocimientos que no tenemos por ser hijos de la nuestra. Incluso para los más frikis de la Historia Clásica, hace falta un cierto contexto. Proporcionar este contexto –suficiente para humanizar y entender a César, pero no tanto como para que se diluya- es el gran mérito del profesor Adrian Goldsworthy, que en esta colosal obra nos acerca al coloso romano, su vida y su día a día; biografía más meritoria por cuanto hablamos de alguien que vivió hace dos milenios y cuya vida, sin embargo, conocemos muy bien (por cierto, la pueden encontrar también en castellano, bajo el sugerente título “César, la biografía definitiva”, por si su ánglico es nivel relaxing cup).
Cuesta imaginarse hoy día a un político como César. Por hacer una comparación absurda con alguno, tomemos a Alberto Ruiz Gallardón (no tan absurda en lo que se refiere a ambición desmedida y ser un figurín): imagínense que Gallardón (nacido en 1958) se hubiese casado sucesivamente con una hija de Franco -en vida de este- y una nieta del Rey, que de joven hubiese sido sodomizado por Nicolau Ceaucescu, que hubiese sido secuestrado por un comando de ETA y que posteriormente hubiese fusilado a todos sus miembros, que hubiese tenido amoríos con la mujer más poderosa de su tiempo –una mezcla entre Ángela Merkel y Carla Bruni- y con las mujeres de Zapatero y Rajoy, y una relación de amante muy especial, duradera e íntima con Ana Botella, que nos hubiese regalado amplias obras públicas de miles de millones de euros (pero ojo: pagándolas de su bolsillo), que hubiese ocupado los cargos de ministro de Fomento, interventor del estado, secretario general de la Conferencia Episcopal y presidente del Gobierno, que tras gobernar descaradamente a favor de Polanco y Botín a finales de los años 90 hubiese sido enviado como delegado del gobierno a Ceuta y Melilla, que con los legionarios y guardias civiles de ambas ciudades hubiese conquistado Marruecos y media Argelia -siendo además el primer occidental en llevar un ejército al Sahel-, que hubiese desatado una guerra civil para llegar de nuevo a presidente, que en esta ocasión gobernara tan bien que se hubiese resuelto la crisis y tuviésemos pleno empleo, que en sus ratos libres hubiese escrito una obra equiparable a El Quijote y combatido una grave epilepsia, y que en 2014 muriese apuñalado en el estadio de la Peineta por unos conspiradores liderados por “uno de los españoles más honestos y prestigiosos”: Jose María Aznar Junior. Pues estamos en 2013 y Gallardón, supuestamente uno de los políticos más extravagantes y “verso suelto” del panorama patrio, apenas ha llegado a miembro de un gobierno al que solo le falta el Ministerio de Andares Raros para irse de gira con los Monty Python. Políticos: antes molabais.
El pequeño Cayo
Cayo, de la gens Julia, de la familia de los César, nació en el año 100 antes de la era cristina, en una antigua familia patricia, si bien algo venida a menos y con considerables adiciones plebeyas. Su padre alcanzó la pretura, pero murió cuando Cayo tenía 15 años, convirtiéndose Cayo en el pater familias, la máxima autoridad del hogar, aunque su madre, Aurelia, ejercería una considerable influencia sobre él durante muchos años más (lo cual entierra el mito de que nació por cesárea: con la medicina de la época, Aurelia no habría sobrevivido). Del resto de su familia, cabe destacar a su tío Sexto Julio César, cónsul en el año 91 a.C., y a su tía Julia, esposa de Cayo Mario, líder del partido de los populares – esto es, los del pueblo, como opuestos a los nobles, los optimates.
Su infancia fue como la de cualquier otro joven patricio, y su educación corrió a cargo de profesores privados que acudían a casa a enseñarle. Lo más relevante de la educación de un joven patricio era, por supuesto, la historia de Roma en general, el destacado papel de la familia del joven en ella en particular, y la conciencia de que se iban a medir sus logros con los de sus ancestros. Así, desde niño, Cayo adquirió una enorme conciencia del lugar que correspondía a su familia y una no menor ambición (impulsada aún más por sus padres al ser el único hijo varón), incluso para un patricio de la época. Ambición que se plasmó en un deseo de figurar y de destacar.
Sus primeras acciones como adulto emancipado dan cuenta de ello: con 16 años se divorcia (o más probablemente anula un matrimonio pactado) de Cosutia, hija de una familia muy rica pero plebeya y sin influencia política, para casarse con Cornelia, la hija de Lucio Cornelio Cina, aliado de Cayo Mario y en aquel momento cónsul y tirano de Roma. Como regalo de boda, Cina le nomina para Flamen Dialis, sacerdote de Júpiter, uno de los pocos cargos públicos reservado todavía a los patricios; es más, reservado para un patricio casado con una patricia por el antiquísimo rito del confaerratio. El cargo, de un enorme prestigio y tradición (una de las muchas supersticiones que lo rodeaban era que al sacerdote solo podía afeitarle y cortarle el pelo un hombre libre usando cuchillas de bronce, señal de la enorme antigüedad del cargo), por un lado habría impedido a Cayo Julio desarrollar una carrera política al uso, pero por otro le habría permitido sentarse en el Senado a una edad muy temprana. Finalmente no llega a ocuparlo porque el Pontifex Máximus, sumo sacerdote que debía confirmar su nombramiento, se negó (el flamen debía ser además hijo de patricio y patricia casados por confaerratio, y Aurelia era plebeya, de modo que en puridad Cayo no podía ocupar ese puesto). Para cuando Cina elimina este inconveniente –vía eliminación del Pontifex-, la guerra civil entre populares y optimates acaba con victoria de estos últimos. Lucio Cornelio Sila, dictador optimate, restaura la antigua constitución patricia y persigue a los partidarios de Mario y Cina. César, con apenas 18 años, está ya muy arriba en la lista, pero Sila en principio se conforma con exigirle que se divorcie de Cornelia. César se niega –único de los partidarios del “régimen” en rechazar una salida tan sencilla, Goldsworthy lo ve como parte de su deseo de destacar a toda costa- y Sila decreta su persecución. Las numerosas intercesiones de familiares y amigos logran que Sila le perdone, aunque no antes de soltar la profética frase: “vigiladle, en este César veo muchos Marios.”
La Reina de Bitinia
Tras este episodio, César pone tierra de por medio y se va a Asia. Asia no era aún el nombre del continente, sino solo de una provincia romana en el oeste de Turquía (igual que “África” denotaba la provincia romana en la actual Túnez). Su padre había sido gobernador de la misma, y César forma parte del gabinete del gobernador actual, distinguiéndose en la toma de la ciudad de Mitilene, en la que gana la corona cívica, la más alta condecoración al valor de la República. Sin embargo, antes se produce un incidente que perseguirá a César toda su vida: el encuentro con Nicomedes de Bitinia.
El incidente tuvo lugar en la corte de Nicomedes, rey de Bitinia, y al parecer fue relatado por unos empresarios romanos que estaban por allí de viaje de negocios. Según el relato, César llegó a Bitinia como enviado especial del gobernador romano, y Nicomedes montó una fiesta de lujo asiático en su honor. El vino, las atenciones, la música, los regalos, el lujo… una cosa llevó a la otra, y hacia el final de la fiesta un César muy animado y embriagado fue llevado a los aposentos de Nicomedes con ropajes púrpuras para lo que ustedes se imaginan.
La homosexualidad, sin ser un crimen penal –aunque lo era en el ejército-, estaba muy mal vista por los romanos, que la consideraban una de las causas de la decadencia griega. Sumado esto al odio que sentían los republicanos romanos por los reyes en general, el hecho de que Nicomedes era un anciano decrépito y que Cayo Julio evidentemente había sido el pasivo, aquello fue un golpe muy duro a su reputación. César siempre negó que hubiese pasado algo, y la mención de aquel incidente era casi lo único que podía sacarle de sus casillas, pero no pudo evitar que le pusieran el mote de “Reina de Bitinia”. Goldsworthy ve el incidente como muy creíble, aunque aclara que las difamaciones de tipo sexual eran muy comunes en Roma.
Treinta años más tarde, en su triunfo por la victoria en las Galias, los legionarios de César, en los tradicionales cánticos burlones, hicieron referencia a este episodio; César reaccionó con un juramento solemne en el Foro asegurando de nuevo que no había pasado nada – aunque más que despejar dudas, hizo un poco el ridículo.
Abogados, adulterios y piratas: los principios de una carrera política
En la década de los 70 César se dedica a perfeccionar sus artes oratorias en la escuela de Rodos, a seducir a mujeres casadas, y a ejercer de abogado (los juicios eran públicos; así César se dio a conocer como brillante orador pese a perder la mayoría de pleitos). También se dedica a pasearse por Roma hecho un pimpollito (Sila había muerto en 78 a.C.), como hacían muchos jóvenes patricios, aunque al contrario que la mayoría, su despilfarro en ropas llamativas -aunque siempre correctas- contrastaba con su frugalidad en el comer y el beber, así como con su casa en el barrio más bien humilde de Subura. La cuestión era destacar, hacerse un nombre, para satisfacer su inmenso ego.
Es posible que en esto esté la explicación de su incansable esfuerzo por seducir a las mujeres de otros hombres. Aunque, como afirma Goldsworthy con flema británica, “no podemos descartar, solo porque es un argumento muy básico, que César tuviese abundante sexo con tantas mujeres solo por el mero placer de tenerlo”, lo cierto es que César podía haber obtenido todo el sexo que quisiera con esclavas o prostitutas, cosa que no estaba mal vista siempre que se llevase con discreción. Que las mujeres seducidas estuviesen todas casadas no debe llamar la atención, ya que las casaban siendo prácticamente unas niñas, se las volvía a casar en cuanto quedaban solteras –para establecer alianzas familiares- y muchas se pasaban años sin ver a sus maridos cuando estos servían a Roma en las provincias. La razón más profunda debía ser la voluntad de César de demostrar que podía ser superior a cualquier hombre, ya fuese en el Foro o en la cama.
En esta época cae también un episodio que revela mucho de su personalidad: durante un viaje por mar, su barco fue asaltado por unos piratas que le tomaron prisionero y solicitaron un rescate de 20 talentos. César se rió de ellos y les dijo que exigiesen 50, que él los valía. Luego, mientras sus sirvientes recaudaban el rescate de 50, César convivió con los piratas sin inmutarse, regañándoles cuando su cháchara no le dejaba dormir, leyéndoles poemas, y afirmando que los iba a crucificar a todos. Los piratas se reían de él… y una vez libre, César reclutó hombres y barcos y capturó a los piratas en la misma playa donde le habían liberado. Pero el gobernador romano no quiso crucificarlos sino venderlos como esclavos (y así embolsarse un beneficio), así que César, contraviniendo órdenes, los crucificó allí mismo, aunque como les había tomado cariño ordenó que los degollaran antes. Dado el extraordinario suplicio de la crucifixión, esto fue un acto de -relativa- clemencia por parte de César, que siempre se mostró magnánimo en la victoria. Cuando Marco Licinio Craso, en la misma época, derrota a Espartaco y crucifica a 6000 esclavos a lo largo de la Vía Apia, no tiene ese detalle.
Calentamiento para el partido
Estamos en el año 70 a.C. César tiene 30 años, ha ejercido el cargo de tribuno militar, ha sido elegido sacerdote (no el Flamen Dialis sino un sacerdocio inferior), se ha hecho un nombre y está dispuesto a volver a entrar en la gran política. Fracasada la vía rápida –braguetazo con la hija del mandamás-, César inicia su “marcha por las instituciones”, siempre dentro de la constitución patricia impuesta por Sila (rechaza unirse a Sertorio o a la rebelión de Lépido, los últimos partidarios de Mario). A lo largo de los años 60 es elegido pretor, cuestor, edil, Pontifex Máximus (nada que ver con el Papado actual, más bien una mezcla entre ministro de cultura y presidente de la conferencia episcopal) y encargado del mantenimiento de la Vía Apia. Pasa un año en Hispania Ulterior como ayudante del gobernador, y vuelve siete años después como gobernador (y se trae como ayudante al hijo del gobernador con el que sirvió; indicio de algún tipo de alianza familiar que era muy común en Roma, y que se extendía a las élites provinciales). Incluso ha pegado un “contrabraguetazo” y se ha casado con Pompeya, una nieta de Sila. Así, para el año 60, está ya listo para dar el salto al puesto más alto: el consulado.
Es importante recordar que durante estos años César aún no es “EL CÉSAR [fanfarria de trompetas]”, sino solo “Cayo Julio, ya sabes, [guiño-guiño] la Reina de Bitinia”, es decir, un senador ambicioso y con futuro, pero solo uno de muchos. Otro es Catón el Joven, que será su gran rival político y del que Goldsworthy destaca paralelismos muy interesantes: también Catón es ambicioso y busca llamar la atención, pero donde César lo hace con extravagancia, él lo hace con un despliegue de viejas virtudes romanas: camina descalzo, rechaza sobornos y combate corruptelas, no usa joyas ni telas de colores, y se adhiere rígidamente a las virtudes de los antiguos, virtudes que seguían en alta estima en Roma incluso cuando ya casi nadie las seguía. También es el hermanastro de Servilia, la amante y confidente de César y madre de Marco Junio Bruto (el Bruto de “tu también, hijo mío”; aunque César le quería como a un hijo por su relación con Servilia, la diferencia de edad de solo 15 años hace muy improbable que fuese su padre).
También andaba por ahí Marco Tulio Cicerón, gran prosista y orador, y que llegó a cónsul (el primero de su estirpe, lo que se denominaba un homo novus) y combatió la conspiración de Catalina. Bastante más voluble que Catón, se vio sobrepasado por los acontecimientos. Es una de las principales fuentes de la época gracias a sus cartas, que mandó publicar. No es objetivo, pero como nos recuerda Goldsworthy, ninguna fuente sobre César lo es.
Pero son dos hombres distintos los que dominan la política en Roma: Marco Licinio Craso y Cneo Pompeyo Magno. Ambos fueron partidarios de Sila y en principio optimates, aunque posteriormente no dudaron en deshacer la constitución silana para agraciarse con los plebeyos con medidas populares (recordemos que populares y optimates no eran partidos como los entendemos hoy, sino más bien corrientes; la política romana es fundamentalmente individual, e importan mucho los logros personales). Craso ha aplastado la revuelta espartaquista, y dedica mucho tiempo a cuidar sus relaciones políticas en Roma. Pompeyo es un general con un impresionante historial de victorias para la república, aunque pasa tanto tiempo en campaña que está algo desconectado del día a día. Indicando claramente por donde empieza a estar el verdadero poder, ambos son los hombres más ricos de Roma, Craso incluso proverbialmente (“rico como Craso” se dice aún hoy; Craso afirmaba que ningún hombre podía llamarse rico si no podía reclutar su propio ejército).
Ese verdadero poder lo usa también Cayo Julio, que al empezar su carrera política ya tiene una deuda de 31 millones de sestercios (para que un plebeyo ascendiera a la clase de los équites, tenía que demostrar un patrimonio de 400.000 sestercios), y no cesa de acumular más en cada cargo. Así, como edil organiza fiestas enormes, y como encargado de la Vía Apia la mejora con fondos propios. Tuvo deudas con varios deudores, aunque poco a poco pasa a ser patrocinado casi en exclusiva por Craso.
En el año 60, Pompeyo y Craso están cabreados con el Senado. El primero ha recibido del Senado un varapalo negándole el triunfo, la confirmación de sus leyes para ordenar el Oriente, y la cesión de tierras a sus veteranos. El segundo ha prestado dinero a unos publicani (empresas que asumían servicios públicos) que habían pagado fuertes sumas en un concurso público para hacerse con la recaudación de impuestos de las provincias orientales, solo para encontrarse que tras las guerras de Pompeyo no quedaba mucho que recaudar, y como buenos liberales -ciertas cosas no cambian- pretendía que el estado los rescatara, a lo que el Senado se negó.
En este momento César retorna de Hispania para recibir un triunfo por una victoria sobre los lusitanos y ser elegido como cónsul. Catón retrasa el triunfo con artimañas parlamentarias para que César no pueda entrar en Roma y presentarse en el Foro como candidato al consulado, como exigía la ley, pero César le sorprende (a él y a todos) saliéndose por la tangente: renuncia al triunfo (un hecho casi sin precedentes en Roma, donde el triunfo era la gloria más alta a la que pudiese aspirar un romano) y se presenta en el Foro, siendo elegido cónsul para el año 59. Ha llegado a primera división. Puede empezar el partido.
El triunvirato
Durante su consulado del año 59, Cayo Julio se dedica a aprobar todas las leyes que Pompeyo y Craso desean. Sorprendentemente, Craso apoya las pretensiones de Pompeyo, y este las de Craso, cuando ambos habían estado enfrentados hasta ese momento. César ha muñido un acuerdo entre los tres para provecho mutuo, llamado el Primer Triunvirato, y los senadores optimates no logran hacerle frente. Para blindar el acuerdo, César casa a su hija Julia con Pompeyo.
El resultado del consulado de César y Bíbulo (los años recibían los nombres de ambos cónsules, pero César eclipsa tanto a su colega Marco Calpurnio Bíbulo que los cronistas hablan en broma del año de Julio y César) es enormemente satisfactorio para los tres: los veteranos de Pompeyo reciben tierras, Pompeyo su triunfo y la confirmación de su reordenación del Oriente, los amigotes emprendedores de Craso una rebaja de un tercio de lo que deben a la república, el propio Craso es rehabilitado y ve posible volver a ser cónsul algún día, y César… ¿qué gana César, que ha puesto la cara durante todo el año?
César gana un gobierno proconsular. Existía la costumbre de darle a un cónsul saliente el gobierno de una provincia lejana durante un año. Pues bien, César logra no una sino tres provincias, y no por uno sino por cinco años, con varias legiones bajo su mando, y con libertad para elegir a sus oficiales. En el año 55 a.C. el triunvirato se reúne de nuevo, y el poder proconsular de César (que ya ha dejado de ser el socio menor del triunvirato para ponerse en igualdad con Craso y Pompeyo) será prorrogado otros cinco años. Craso y Pompeyo accederán al consulado ese mismo año, y viendo lo bien que le va a César se piden su propio poder proconsular. Craso se marcha a Siria, y empujado por su codicia empieza una guerra con el Imperio Parto. Los partos le capturan y en un descarado plagio de Juego de Tronos le ejecutan volcando una copa de oro fundido en su boca. Con su muerte, acaba el triunvirato; y el Senado lo aprovecha para camelarse a Pompeyo –Julia había muerto durante un parto-, temeroso del poder que está acumulando César, que acaba de completar su particular Tour de Francia.
La Guerra de las Galias
Hay biografías de César que se centran solo en la parte militar (despreciando la política, cuando para un romano no había realmente diferencia entre ambas). Para esos biógrafos, la chicha empieza aquí: con una guerra colonial de siete años de duración, sin ninguna justificación más allá de su sed de fama y fortuna, y en la que mueren tal vez un millón de galos. Puede que fuese un coloso, pero no era buena persona (aunque visto en el contexto de su época, no era excepcional, e incluso podía ser relativamente clemente, siempre y cuando no le perjudicara). Con la excusa de ayudar a una tribu amiga de Roma, César empieza a intervenir en los asuntos galos, cada intervención lleva a otra, y cada victoria romana a una nueva coalición gala hasta que la última coalición es destrozada en la batalla de Alesia en el 51 a.C.
Goldsworthy recalca una vez más que es esta guerra la que crea el mito de César. Hasta ese momento, la carrera de César realmente no tenía nada de excepcional. Aparentemente era rápida y brillante, pero es que tras la guerra civil y las muchas muertes en la élite senatorial había sitio y cargos para que un joven pudiese ascender deprisa. Y tampoco es tan joven: Alejandro Magno conquistó medio mundo y murió a los 33 años, Aníbal empezó la Segunda Guerra Púnica con 29 años, y Escipión el Africano le derrotó en Zama con 34 años. Cesar tiene 41 años, no ha conducido tropas salvo una campaña fácil contra los lusitanos, y no es más que un ilustre ex-magistrado enviado a administrar una provincia.
A todo esto, que su objetivo fuesen las Galias resultó casi accidental. En principio César recibe la Galia Cisalpina (la de “este lado de los Alpes” visto desde Roma, es decir, el valle del Po) e Iliria, y sus primeros movimientos de tropas sugieren que pretendía ganar fama y gloria con una guerra hacia el este, hacia los Balcanes. La muerte fortuita del gobernador de la Galia Transalpina (“más allá de los Alpes”: valle del Ródano y sur de Francia) le hace recibir de carambola una tercera provincia y más tropas. Miel sobre hojuelas, debió pensar, pero entonces la tribu gala de los Helvetii inicia una migración que trastoca el equilibrio entre tribus, tiene que empezar a mediar, y en algún momento decide que su gran campaña será en la Galia.
Durante sus campañas, César se revela como un auténtico genio militar, y explota hábilmente sus triunfos para ganarse a los romanos, que les tenían un miedo ancestral a los galos desde que estos conquistaran y quemaran Roma en el 390 a.C. Para ello escribe su obra más famosa, De Bello Gallico, publicada en varios tomos (uno por año, seguramente durante los inviernos que obligaban a parar la guerra) y probablemente dirigida al pueblo llano, a tenor de lo mal que suelen quedar los oficiales nobles, y lo bien que deja César a los legionarios y centuriones. Se la considera todavía uno de los mejores clásicos en lengua latina, a pesar de no dejar de ser pura propaganda (disfrazada de imparcialidad al escribir de si mismo en tercera persona). Inteligentemente, también realiza incursiones perfectamente calculadas en Germania y en Britania. No puede conquistar estos territorios (pese a su rimbombante propaganda, los medios materiales son claramente insuficientes), pero sus acciones le servirán para presentarse ante los galos como su defensor frente a los germanos, legitimando parcialmente el dominio romano, y para convencer a los britanos de que dejen de ayudar a sus levantiscos primos galos.
Marcia su Roma
En 50 a.C. la Galia está “pacificada”. Roma en cambio es un hervidero, merced a un regalo envenenado que César ha dejado atrás: Publio Clodio Pulcro, según Cicerón un camorrista, mafioso y terrorista de la peor especie, siembra el terror en Roma. A su muerte en 52 a.C., sus seguidores incendian el Senado. Solo la intervención de Pompeyo, investido de poderes especiales (consul sine colega, cónsul único, ya que el título de dictador recordaba demasiado a Sila) por los optimates, restaura el orden.
Los historiadores no se ponen de acuerdo en porqué César apoyó a Clodio como tribuno de la plebe. Clodio había sido la causa de su divorcio con Pompeya Sila a causa de un supuesto amorío que llevó a César a decir aquello de “la mujer del César no solo tiene que ser honesta, sino parecerlo”. Todo esto mientras César seducía a las mujeres de Pompeyo y de Craso, y mantenía durante años una relación con Servilia, esposa del cónsul Silano, así que los líos de cama tampoco debían ser un gran problema en Roma. Algún autor especula que César esperaba que Clodio la liara parda, para poder volver de las Galias con el prestigio conseguido, restaurar el orden y convertirse en el hombre más poderoso de Roma. Si ese era su plan, los optimates se le adelantaron con el nombramiento de Pompeyo.
Para el año siguiente, César quería ser cónsul. El Senado, dominado por los optimates, le exigió que depusiese su mando sobre las provincias y legiones de la Galia. César respondió ofreciendo aceptar si Pompeyo también renunciaba a sus cargos. El Senado interpretó esa respuesta como lo que era -un desafío a su autoridad- y le proclamó enemigo público. Los tribunos de la plebe, sintiéndose “inseguros”, huyeron de Roma al campamento de César a pedirle “auxilio”. César no duda: sus soldados cruzan el rio Rubicón, frontera norte de Italia y que ningún general armado puede cruzar sin permiso del Senado, e inician su Marcha sobre Roma.
Goldsworthy prosigue la biografía de forma desapasionada, pero nosotros nos detendremos un minuto aquí. Porque este es el punto donde César deja de ser un curioso señor de la antigüedad para convertirse en un modelo, inspirador, ejemplo o espanto para la época actual. Me refiero al hecho de que César acaba de convertirse en un golpista fascista de libro. De hecho, acaba de inventar el fascismo (o al menos ha asentado el modelo estético que seguirán fascistas de toda laya en el futuro).
Con eso no me refiero a que César fuese un nostálgico del régimen marianista, ni que se pasease por tertulias soltando exabruptos mientras decía que la sanidad pública era un atentado intolerable a su libertad individual. Para todo eso, ya tenemos la palabra “facha”, un término tan manido que ya casi solo significa “opuesto a progre” en nuestro diccionario político (el mismo diccionario que define “progre” como “todo lo que no sea facha”). Con fascista quiero decir que César y sus palmeros, en lo subsiguiente, adoptan un discurso que se puede resumir en: “es hora de dejar los politiqueos y hacer las cosas. Solo un hombre fuerte puede resolver los problemas de Roma. Solo un hombre no contaminado por el sistema lo hará. Mientras mis tropas y yo nos sacrificábamos por todos en la Galia, politicuchos cobrando suculentas dietas han sangrado al pueblo de Roma y ahora van a por los tribunos y a por mí, a por el campeón del pueblo. Apoyadme y con las virtudes militares y el entusiasmo de la juventud devolveremos a Roma a sus días de gloria. Lo único que pido es que se respete mi dignidad.”
César no marcha directo a Roma sino que persigue a Pompeyo y a los líderes optimates, que huyen hacia el sur y saltan a Grecia, para reunir un ejército en las provincias orientales. César retorna, se lleva seis legiones a Hispania y derrota allí a las tropas fieles a Pompeyo cerca de Ilerda (Lérida). En la propia Italia apenas hay enfrentamientos, salvando algún asedio que se suele resolver por las buenas. César es magnánimo y perdona a todos.
César en todo momento sostiene que se ha visto obligado a dar este paso porque los optimates amenazaban su dignitas. El hecho de que, ante su obvia ilegalidad, no saltasen ejércitos “con solo patear el suelo”, como decía Pompeyo, es prueba para bastantes historiadores de que la república está políticamente exhausta: el dinero y las relaciones personales lo eran todo. Todo estaba tan podrido que la llegada de un hombre como César era vista como una liberación por muchos, o al menos con indiferencia por la mayoría.
César vuelve a la carrera de Hispania a Roma, se hace nombrar dictador y cónsul, y pasa a Grecia a combatir a los optimates, a los que derrota en la batalla de Farsalia, perdonando de nuevo a los que se rinden, incluyendo a Marco Junio Bruto. Pompeyo escapa a Egipto, inmerso en una guerra civil, y el bando del rey Ptolomeo le asesina para congraciarse con César, que llega a las pocas semanas. No obstante, la hermana del rey, Cleopatra, logra llegar hasta César (oculta en una cesta de ropa sucia y no enrollada en una alfombra como a veces se dice) y convencerle de que la apoye a ella. Luego se van de crucero por el Nilo, así que no hace falta mucha imaginación para ver los “argumentos” de Cleopatra.
Pero los pompeyanos siguen sin rendirse, y César tiene que volver corriendo a Roma a ordenar cuatro cosillas, para salir enseguida hacia África, donde derrota al pompeyano Quinto Metelio Escipión en Tapso. Ante la noticia, Catón el Joven se suicida atravesándose las tripas con su espada (la herida no resulta mortal y le cosen, pero Catón –al que no le faltaban arrestos- abre las costuras con sus propias manos y se desangra). Nueva vuelta por Roma, y nueva salida hacia Hispania, donde el gobernador ha resultado tan impopular que las tropas y los nativos se han unido a los enemigos de César, y dos hijos de Pompeyo han tomado el poder. César los derrota en la batalla de Munda (escenario no localizado con precisión, pero cerca de Córdoba), y al fin puede volver triunfante a Roma. Ya no quedan enemigos.
Los Idus de Marzo
Tampoco iba a quedarse mucho tiempo en esta ocasión. Las fuentes aseguran que estaba preparando una campaña en el Este (Balcanes y valle del Danubio, y posiblemente una expedición contra los partos para vengar a las legiones de Craso) cuando fue asesinado.
Sus asesinos eran en gran medida senadores y optimates indultados. No tuvieron gran problema, pues César ya no usaba guardaespaldas y –viendo a Bruto entre los conspiradores- ni siquiera intentó huir. La excusa para matarlo fue que quería proclamarse rey (Marco Antonio, en calidad de sacerdote, le había ofrecido una corona semanas antes; César la rechazó, pero es evidente que era un montaje, aunque no sabemos si para sondear al pueblo o para dejar claro que él no aspiraba a ser rey), aunque ya tenía poderes comparables a un rey. Bruto y otros, seguramente, pensaban que no era compatible con la dignidad de una república el que los acuerdos se tomasen a puerta cerrada y de acuerdo con los designios de un solo hombre (aunque ciertamente todos ellos –o sus familias- se habían beneficiado de las decisiones unilaterales de Sila 35 años antes), incluso a pesar del buen gobierno de César: codificación de leyes, creación de colonias, reducción del número de paniaguados… claro que las fuentes que nos hablan de su buen gobierno proceden del Imperio, y los emperadores estaban muy interesados en dejarle en buen lugar ya que su legitimidad se derivaba de César.
Para mantener esa ficción de “no es un golpe, es liberar a Roma de un tirano” Bruto y los demás líderes acordaron que solo se mataría a César, pese a que algunos conspiradores, más realistas, querían cargarse al menos a Marco Antonio. Tendrían razón, pues tres días después, en el funeral de César, Marco Antonio hizo una lectura pública de su testamento (si quieren que se les pongan los pelos de punta, lean la escena en Shakespeare) y, viendo que el pueblo respondía, los llamó a vengar a su campeón. Los conspiradores tuvieron que huir, y se inició un nuevo ciclo de guerras civiles, más crueles aún que las anteriores, y que terminó 15 años después con la victoria de Octavio, sobrino-nieto de César, su heredero principal, y futuro emperador Augusto.
Augusto es considerado como el primer emperador por haber fundado la institución del Principado, aunque él se estilaba como el heredero de César, adoptando, al igual que todos sus sucesores hasta el fin del Imperio, el nombre de “Cesar” (de ahí que Jesucristo dijese “al César lo que es del César”, refiriéndose al emperador Tiberio), y Suetonio titula su biografía de los doce primeros emperadores –incluyendo a Cayo Julio- “Vida de los doce Césares”. Es difícil saber si el Principado o algo similar era la intención de Cayo Julio César. No tenía sucesor (Marco Antonio le fue útil, pero demostró ser un fantoche, y Octavio por entonces solo un adolescente odioso), ni realmente algún plan a largo plazo para la República, todo su accionismo parecía servir solo para encubrir una falta de ideas. Tal vez eso explique el fatalismo con el que encaró su muerte.
La muerte de la República
César, con toda su brillantez, fue un hombre de su tiempo, e hijo de una República moribunda. La causa de su decadencia ha sido analizada miles de veces, normalmente para reflejar obsesiones o temas de actualidad del analista, así que con su permiso y si todavía siguen allí después de este mamotreto que me estoy marcando, vamos a añadir las nuestras. Porque la historia no es inocente, y el análisis de épocas pasadas es la base para el análisis de la actual, y si justificamos las acciones de César, estamos invitando a Gallardón a que ocupe la Moncloa con ayuda de Ana Botella y de la policía municipal de Madrid para vertebrar España a golpe de chotis.
La República Romana fue un estado muy exitoso, al menos mientras permaneció siendo una república con una fuerte clase media de granjeros-artesanos con un respeto reverencial a la ley y a las virtudes de los antiguos. Esas virtudes hicieron que Roma se sobrepusiera a los más duros golpes (por ejemplo prohibían ceder ni un ápice, aunque eso hizo que las guerras civiles fuesen más cruentas aún al no hacer posibles las salidas negociadas). Aníbal derrotó a sus legiones por docenas, y no podía creer que no solo no se rindieran –ni siquiera tras Cannae y con los cartagineses a las puertas de Roma-, es que seguían dando guerra 20 años más hasta la victoria final. Pero con la victoria sobre Cartago, Roma se convirtió en la potencia hegemónica del Mediterráneo, y adquirió amplias provincias con poblaciones que no tenían los derechos de los ciudadanos romanos, ni siquiera de los aliados latinos. La explotación despiadada de estas provincias enriqueció rápidamente a una minoría, mientras muchos campesinos habían perdido sus granjas durante las campañas de Aníbal, o se arruinaban debido a las importaciones de trigo barato de las plantaciones de esclavos de Sicilia, y se iban a vivir a Roma como proletariado urbano, dedicándose básicamente a vivir de subsidios y a tener hijos (el nombre viene de proles, “hijos”), mientras vendían su voto a los demagogos de la minoría rica. El aumento de la desigualdad propició que los líderes ricos tuviesen demasiado que perder y por tanto se aferrasen al poder. El paso del Rubicón de César tiene que verse en este contexto: sabía que los optimates le iban a quitar todo si volvía a Roma sin ejército. Incapaz de reformarse o de acabar con la sangrante desigualdad económica –que llevó, como siempre hace, a una desigualdad política-, la República se convirtió en el campo de juego de los oligarcas, que en plan Los Inmortales lucharon hasta que solo quedó uno. Que se llamara rex, imperator, princeps o caesar augustus era lo de menos.
César fue solo uno más de los jugadores de este juego. Más hábil que la mayoría, sin duda, hasta el punto de que redefinió el concepto de liderazgo para los siguientes 2000 años. Roma estaba ya muy podrida, y no logró reformarla, si es que acaso lo intentó en lo fundamental, abriendo así el camino al Imperio como alternativa a las luchas de oligarcas. Lo cual no quita que su biografía sea fascinante, y un espejo en el que conocer aquella época. Si estas Navidades buscan un regalo para algún aficionado a la historia clásica, se la recomiendo.
Compartir:
Tweet
Comentario de galaico67 (26/12/2013 19:57):
Hola, muy buenas…
Desluce un poco el texto que a la conspiración de Catilina la conviertas en Catalina.
Por otro lado, lo de la homosexualidad está un poco resumido. Yo tenía entendido que quizá estuviera mal visto tener una pluma del copón o derramar aceite, pero el DPC no estaba mal visto si era por puro vicio. Otra cosa era TPC y amorrarse al pilón, que estaba ya no mal, sino peor vistas. Bueno, que el tema de la moral sexual romana, con tanto esclavo/a suelto por ahí, las alegres viudas y los milites dandolo todo por la patria a cientos o miles de kilometros era bastante abierta.
Aun así, y a pesar de su supuesto desfase con Nicomedes, yo siempre pensé que lo de maridos, guardar a vuestras esposas y esposas guardar a vuestros maridos, era por si los alanceaba el divino Julio…
Otra cosa, la proletarización del romano hay autores que la atribuyen a la necesidad de campañas militares prolongadas, que empezo con Anibal. Como los soldados tenían que ser ciudadanos, al abandonar la propiedad para ir a guerrear por esos mundos de dioxx, acumulaban deudas varias y, al final, tenían que entregar la tierra.
Comentario de Ramonehead (26/12/2013 22:25):
Yo creo que mas que indiferencia ante el golpe de estado de Cesar por parte de la sociedad romana, pesaba el miedo por las relatívamente recientes purgas durante la dictadura de Sila. El campo estaba abonado para una nueva dictadura.
Comentario de Francesc Miralles Borrell (26/12/2013 22:49):
Magistral la crítica y el resumen de su vida, en especial la comparación con Gallardón.
Respecto al texto y al comentario de galaico, creo que en las bios sobre César no se profundiza demasiado en el contexto, en especial el anterior a la guerra civil de Mario y Sila: la campaña contra los germanos, la Guerra Social con los itálicos -y la subsiguiente extensión de la ciudadanía romana a los aliados itálicos, y aún más atrás en las reformas de los Gracos.
El ejército de César -igual que el de Pompeyo- sólo tiene sentido en un contexto de ejército proletario. Al contrario de lo que dice Galaico, éste no viene por un empobrecimiento o proletarización de los propietarios rurales -un fenómeno que sí se da pero a menor escala- sino al aumento de la población urbana a partir de la Segunda Guerra Púnica. Hasta fines del siglo II a.C solo los ciudadanos con propiedades -capaces de pagarse su armamento militar- pueden participar en el ejército.
El cambio se produce por simple urgencia: en el 105 a.C los germanos aniquilan un ejército de alrededor de 120.000 soldados regulares romanos, la práctica totalidad del ejército de ciudadanos de las primeras clases y nobles.
El general, entonces cónsul, Cayo Mario, recurre por primera vez a un ejército proletario, con armamento y sueldos a cargo del Estado para concluir la campaña en Numidia. Usa a los capite censi, censados por cabezas, que ni tan siquiera aparecían en el registro como individuos, lo que actualmente conocemos como proletariado urbano. Este es el cambio trascendental: se dan armas e instrucción a las clases bajas, y a cambio esperan una remuneración, que es en tierras a modo de colonización en provincias conquistadas o problemáticas.
Este cambio de equilibrio explica que las clases bajas, que habían luchado inútilmente contra la aristocracia reclamando que se repartiesen los lotes de tierra del ager publicus -grandes propiedades de titularidad estatal en la propia Italia y en las provincias conquistadas- tengan por fin los medios para participar en política de forma efectiva -y coactiva- para exigir políticas de redistribución. Pronto empezarán a preocuparse por el precio del trigo y otros aspectos de interés público.
Cuando César entra en política, el ejército es ya una carrera profesional más o menos funcionarizada, la institución está más o menos perfilada. Además, a pesar de ser un noble hereda el legado familiar de Cayo Mario y su conexión con las demandas de las clases bajas. Mario y Sila habían inaugurado la política de masas: el partido silano-conservador también se nutría de veteranos procedentes de las clases bajas que reclamaban -y obtuvieron- reparto de tierras.
Lo más interesante del siglo I a.C romano es la transición de un estado de pequeños propietarios con una república de tipo “ateniense”
a un estado grande con problemas más complejos, y la irrupción de la política de masas, con todas sus contradicciones. Y creo que son aspectos que no se abordan demasiado en las biografías, más interesadas en juicios morales respecto al personaje, y menos en el contexto.
Perdonen el ladrillo.
Comentario de de ventre (26/12/2013 23:29):
como superromanófilo que soy, tengo la suerte de haberme leído este mamotreto este verano. magnífico sobre todo por las explicaciones del contexto y el significado de cada cargo y paso político de los protas.
como superlpdfilo que soy, me temo que el artículo se ha pasado de extenso y de escasez de la retranca habitual . . . no sé, comparar a césar con zapatero o a cicerón con juan cruz.
en fin, si a mi me lo preguntan, no se lo pierdan
j
Comentario de galaico67 (26/12/2013 23:45):
Coño, Mr Miralles, que yo no me refería a las mulas marianas, sino a lo que escribe Carlos de “…mientras muchos campesinos habían perdido sus granjas durante las campañas de Aníbal, o se arruinaban debido a las importaciones de trigo barato de las plantaciones de esclavos de Sicilia…” y que de ahí en adelante, cuando se le daban tierras a un ciudadano romano, o era al finalizar una campaña militar o era en un limes donde seguir siendo soldado a tiempo parcial. Porque las tierras de Italia ya serían, hasta el desmadre gótico, de la oligarquia.
Comentario de Francesc Miralles Borrell (26/12/2013 23:54):
#6 Por lo que yo tengo entendido, el grueso de las demandas era el “ager campanus”, la tierra alrededor de Capua y el interior de Campania, que venía a ser el botín de la guerra contra los samnitas, aún anterior a las Guerras Púnicas. Es cierto que hay un proceso de empobrecimiento y proletarización, pero también pesa el hecho de que las conquistas y la marcha de la economía estimulan el crecimiento de la población urbana, también en las ciudades itálicas. Era solo una matización ;-)
Comentario de parvulesco (27/12/2013 00:19):
Hey, que la diferencia básica entre Roma y las polis griegas era su definición del extranjero… Ya desde sus escarceos con la liga latina que los primeros siempre fueron flexibles en integrar a los vencidos.
Comentario de Perri el Sucio (27/12/2013 00:23):
hombre, sr francesc, lo de atenas no es una república, sino una democracia. Es algo muy distinto, tanto así que la institución de los EEUU está hecha a partir de la comparación entre ambos tipos de estados (y explica el nombre de sus dos partidos actuales).
Comentario de Francesc Miralles Borrell (27/12/2013 00:34):
Bueno, yo veo que en lo esencial -democracia reservada para un sector de la población definido por nacimiento y renta, magistraturas electivas por tiempo limitado, etc- no difieren demasiado. En todo caso, me refería a que la República Romana se movió en una transición desde un modelo más o menos parecido al ateniense a uno autocrático, quería poner más énfasis en la transición que otra cosa ;-)
Comentario de JoJo (27/12/2013 11:03):
Magnífica reseña. Creo que igual pido el libro a los Reyes Magos. Pero una aclaración: el rito del matrimonio se llamaba confarreatio y su anulación diffarreatio. No me acuerdo mucho del derecho romano (hace tantos años que lo estudié) pero es que unos amigos míos frikis montaron unas nuptiae romanas divertidísimas.
Comentario de Pablo Ortega (27/12/2013 17:36):
Buen artículo, pero confundís fascismo con anti-política (anti-política de la que por cierto ustedes no han hecho más gala por que no han podido). El anti-político no es siempre, ni tiene por que serlo, un fascista. Un fascista es aquel que busca que todos piensen igual que él, reprimir toda forma de pensar que no sea la suya, totalitarismo, pues. Ya otra cosa es que sea imposible ser fascista sin ser anti-político. Entiéndase como anti-política el despreciar a la política como profesión y campo de acción, el “todos son corruptos” y cosas por el estilo.
Un anti-político, alguien que mira con desprecio las instituciones democráticas valiéndose de la excusa de turno (corrupción, crisis económica, humillación nacional, etcétera), ya es otra cosa.
Comentario de tabalet i dolçaina (27/12/2013 19:54):
Señor Pablo Ortega, a otro perro con ese collar de que la LPD es anti-política. Todo lo contrario es Pro-Política, en mi modesto entender lo que si que es anti-partidista (yo voto a mi partido aunque se presente la cabra de la legión. Llevo siguiendo esta pagina desde más o menos el año 2001 y la encontré seguramente buscando información sobre a saber que guilipollez. LPD siempre ha sido anti-partidista que creo que no es lo mismo que ser anti-política. Alguien quien es anti-política lo que busca en el fondo es no preocuparse mucho por las cosas que haya un alguien (rey, obispo, líder o Caudillo) que le diga como hay que hacer y pensar y que deje las cosas importante en la gente que sabe y que se dedique a trabajar sus 12 horitas, por un salario de mierda , y ha desfogarse si quiere con el furgol o cualquier gilipollez y que como estamos en democracia cada cuatro años se acerque, si le viene bien y no esta en la playa con la parentela, a tirar un papelito con unos nombres que no conoce pero que son los buenos, porque yo el líder lo digo . Esto es lo que siempre a combatido esta Santa Casa.
Comentario de Gekokujo (27/12/2013 23:12):
En la era digital y de los pdf estoy considerando seriamente comprar el libro.
Saludos.
Comentario de Caliban (28/12/2013 00:45):
Sr Ortega, con todo el respeto, empieza a hacerse usted bastante cansino con sus filípicas que, por regla general, no solo de entrada apuntan mal, sino que además hierran el disparo sobremanera. Y añado que me ha extrañado sobremanera que no haya aprovechado que el Tiber pasa por Perugia para despotricar del malvado chavismo comeniños y de la prístina pureza del protestantismo. Está perdiendo reflejos.
Perdonen los demás está intrusión y continúen con la discusión del tema del artículo, por favor, que merece la pena.
Comentario de Schwejk (28/12/2013 16:50):
¿Y no se habla de oriente en este libro?
Lo digo porque se puede establecer otro paralelismo entre la caída de la república (romana, por supuesto) y la llegada de la dictadura imperial. Por lo visto cuando la sociedad romana entra en contacto con culturas como la egipcia o la persa en la que el poder político y religioso son una misma cosa se produce una curiosa involución política; los emperadores al igual que las satrapillas orientales asumen todo el poder (político, religioso y militar).
Y en la actualidad parece que surge una extraña fascinación por el capitalismo asiático que viene de dictaduras como China o semi democracias como Singapur.
Comentario de Pablo Ortega (29/12/2013 15:12):
La anti-política, señores, es precisamente ese “anti-partidismo” (pues una cosa es partidismo y otra es fanatismo, que es lo que lleva a muchos a votar por su partido aunque pongan de candidato a un mono) del que hablan. El pensar que TODOS, absolutamente todos los partidos políticos son una mierda sin molestarse siquiera en mirar antes su liderazgo e ideología para ver si merecen o no un apoyo, crítico por supuesto. Yo no soy de los que sigue ciegamente a un partido.
Y ya que querían que yo hablara de Chávez, voy a hablar de Chávez. Fue justo el desconfiar totalmente de todo partido político y el auge de la anti-política en los años 90 lo que le permitió resugir al viejo militarismo de la sociedad venezolana -que se las había apañado para sobrevivir en más de 30 años de democracia- lo que llevó a Chávez al poder. Anti-política no es solo aquel que no quiere asumir sus responsabilidades políticas y las deja en manos del Führer de turno.
Cuidado, que podéis emprender la misma regresión, pues en España sigue vivo el militarismo, en forma de franquismo sociológico.
Comentario de Carlos Jenal (29/12/2013 15:21):
@Schwejk: no, el libro es solo biografía, y trata muy poco de su paso x Oriente. La parte política es genuinamente LPD.
Gracias a todos x sus aportes y correcciones,y perdonen q no responda mas ampliamente xo estoy en el pueblo y escribo desde un movil.
Comentario de de ventre (29/12/2013 20:34):
secundo a Calibán, sr. ortega en estos días tan llenos de amor y tolerancia, permítame que le diga que no da ud. pie con bola.
básicamente sus comentarios se suelen ajustar tanto al tema como esto
http://www.youtube.com/watch?v=8mzfyVluiIU
j
Comentario de Pablo Ortega (30/12/2013 07:18):
@de ventre: tampoco pretendía ajustarlos al tema. Solo quería aclarar que César no inventó el fascismo. El fascismo es mucho más que anti-política.
Comentario de Otto von Bismarck (30/12/2013 11:41):
Henoragüena por el pograma sr. Jenal, le ha salido un artículo muy bueno y viril.
Por otra parte, opino que Pablo Ortega tiene razón, joder, como no la va a tener si se está inventando tanto la definición como los conceptos para que se ajusten a lo que le interesa. ¡Bravo!
Comentario de Latro (30/12/2013 12:04):
Hace unos meses que leia un poco sobre historia de Roma y en el libro en el que lo leía hacia hincapié en que, por mucho que Roma es nuestra madre y que la cultura occidental le debe mucho y todo eso, es un error tratar a los romanos como si fuesen occidentales del siglo XXI. Porque podian ser tan “exóticos” para nuestra mentalidad como cualquier otro pueblo que nos fuese mas extraño.
La religión, por ejemplo, era algo completamente distinto para un romano que para lo que vino después; era una responsabilidad cívica que se tomaba ya fuese para adivinar que pedian los dioses para dar su favor o levantar sus castigos, o simplemente para, resumiendo, sobornarles. Pero eso, que se hacia no por devoción personal ni por crecimiento espiritual ni por asegurarse un sitio en el paraiso o nada de eso mas “moderno” (o asi), se hacia porque es lo que se hizo siempre (concepto que para los romanos tenia muchisimo valor), porque el buen funcionamiento de la ciudad lo requiere. Igual que mantener el orden y hacer obras públicas. Hacer X ritual antes de emprender una tarea Y era tan necesario en su mentalidad como reunir a las tropas o cobrar impuestos y mas o menos igual de “espiritual”.
No se si a los romanos la ruptura de Cesar con el sistema establecido (que no fue nunca total porque, de nuevo, a los romanos les horrorizaba la idea de eliminar algo tradicional; lo que hacian era vaciarlo de contenido y dejarlo ahi igual, aunque ahora sus funciones la llevara otra institución) les sonase a fascismo o tuviese las mismas implicaciones; bueno, de hecho lo que acojonaba a muchos era simplemente la idea de tener un rey, y asi les vino, que terminaron con emperador. Pero si que viene a ser el protomodelo de esas soluciones personales carismáticas muy al gusto de nuestros fascistas modernos, el hombre providencial por encima de las instituciones que viene a “arreglarlo” todo. Pero esa es la lectura de los fascistas hacia Cesar. La de Cesar y contemporáneos… pues bueno, ya vemos que no hizo gran diferencia institucional, no revolucionó nada, no disolvió ni reconstituyó nada profundo en el funcionamiento de la república… aunque si que el precedente de llegar a gobernar a base de cuantas legiones te seguian.
Comentario de de ventre (30/12/2013 16:29):
sinceramente, sr. ortega, no me esperaba a la inquisición española!
sr. latro, el precedente fue Sila.
j
Comentario de Latro (30/12/2013 16:48):
#22 Pues también es verdad. Aunque lo del Rubicón quedo asi como que mas teatral :-P
Comentario de tabalet i dolçaina (30/12/2013 17:20):
Por lo poco que se de historia de Roma, Cesar, Pompeyo o Sila lo que buscaban era ser el Primer inter pares. Es Augusto quien de verdad se carga la Republica Romana eliminando buena parte de la clase dirigente de las antiguas familias patricias y otorgando cargos y prebendas a gente que se lo debía todo a él e instaurando un régimen monárquico con sus cortes, validos, y demás oropel cortesano. No sé quien dejo escrito que detrás de un gran rey le sucede en el mejor de los casos un persona corriente, después viene un mediocre y finalmente un loco o un compendio de las dos. Si tomamos a la dinastía juliana, tenemos que después de Augusto nos viene Tiberio (sombras con algunas luces), Calígula (loco), Claudio (viejo chocho) y Nerón (loco y tirano) y para terminar una guerra civil (el año de los cuatro emperadores). se ajusta bastante bien a la teoría.
Comentario de tabalet i dolçaina (30/12/2013 17:22):
primus inter pares, quería decir jodidos excesos navideños
Comentario de hglf (30/12/2013 20:42):
Hola
Pues vaya,estos romanos estan majaretas
Me sorprendió la cifra de bajas en el comentario #3 del senor Francesc Miralles. Por un tema de matemáticas poblacionales. Luego, leyendo la WIKIPEDIA, esa cifra parece ser bastante aproximada. ¿Pero de qué tamaño era la ciudad de Roma en esa época?. Qué tipo de mujeres habrán sido las de esas epocas, para tener tantos hijos, llevándolos luego a tales matanzas. Supongo que en esa cifra estará englobada las tropas de los aliados italianos, que para esa epoca aún no eran considerados ciudadanos romanos.
Y sin embargo me sigue pareciendo exagerada (para aquellas épocas).
A comienzos del siglo I DC he leido que el número de Legiones romanas era de 28 ( aprox 28*6000 = 168 000 legionarios), supongo que sin contar los auxiliares no de Italia, sinó de las provincias romanizadas.
Sobre lo de Cesar como precursor del fachismo. Pues puede ser, pero se podria mirar atras en los ejemplos de las ciudades-estado griegas, o en los generales de Alejandro. El caudillo, su fuerza de choque, y su peña.
Ah! Feliz año 2014.
Comentario de Pablo Ortega (30/12/2013 23:59):
Ya que ustedes dicen que yo ando inventando los conceptos y definiciones de la política (sigo esperando una sola felicitación real de LPD a un político, aunque sea del Partido X), les voy a poner acá la definición que da la RAE de lo que es el fascismo. Aunque seguro para ustedes la RAE es una cuerda de intelectuales subvencionados que ocultan por alguna macabra razón el verdadero concepto de fascismo:
“Movimiento político y social de carácter TOTALITARIO que se produjo en Italia, por iniciativa de Benito Mussolini, después de la Primera Guerra Mundial.”
Que puede que ser anti-político es ser anti-partidista, sí. Pero eso es por que a fin de cuentas, por más repungante que sea, los partidos son los medios de expresión de la ciudadanía en una democracia. Son los representantes de la ciudadanía. Y aunque se corrompan y se alejen de los intereses del pueblo como pasó en Venezuela, si el pueblo les sigue votando, es por que acepta ese estado de cosas, por lo que siguen siendo sus representantes al menos hasta que al fin el pueblo abra los ojos y decida dejar de votar por corruptos.
Comentario de galaico67 (31/12/2013 11:07):
Yo entiendo a Nerón, se lo juro por Snoopy, con esta peña soliviantandole a los esclavos y erre que erre, hablando de su libro todo seguido.
Comentario de varo (31/12/2013 14:00):
A mí las historias de romanos me molan que flipas, sobre todo la de Indro Montanelli, y la serie que hicieron hace poco, y Espartaco, que salía Kirk Douglas. Muy majo todo, pero en serio ¿que César se folló a quién?
No sé mucho de historia, pero si ahora mismo yo no estoy seguro de si Churchill era un gran hombre que salvó Inglaterra y el mundo civilizado o un patán que, si por él fuera, habría empezado la tercera guerra antes de acabar con la segunda, ¿me dicen ustedes que pueden saber a ciencia cierta que César era de los que tiraba a dos bandas, que Marco Antonio era un fantoche, y que Tiberio tuvo más luces que sombras? ¿aquí se explican hechos razonablemente probados o simple tradición cultural?
Comentario de galaico67 (31/12/2013 14:16):
Onvre, de Churchill tenemos pruebas escritas de que era un HDLGP, si se trataba de la victoria del Imperio Británico y del mantenimiento de las rancias tradiciones conservadoras…del divino Julio tenemos que conformarnos con los PioMoas y Hugh Lo Que Sea de la época, y de jugar a los rompecabezas – que si una estela por aquí, que si una fundación por allá, una tribu germana que desaparece de los papeles por aculla – porque está claro que lo que es microfilmado o en archivos RAR no dejo nada.
Quien cuente con más ¿soportes? documentales gana, hasta que alguien consiga más puntos y le dé la vuelta a la tortilla
Comentario de E. Martin (31/12/2013 14:27):
Ese momento escalofriante en que te das cuenta de que Roddy McDowall se acaba conviertiendo en Brian Blessed…
Comentario de Lluís (01/01/2014 18:45):
#29
El problema es que, como dice Galaico, tenemos muy poca información de la época. Y todas de los vencedores, porque no queda nada de lo que hubiesen podido escribir galos, helvéticos, germanos y demás pueblos a los que Roma “civilizó” en su día.
De hecho, algunos historiadores modernos no tienen tan clara la labor civilizadora de Roma. Si, hicieron algunas carreteras y algunos acueductos, pero no se cortaban un pelo a la hora de exterminar a otros pueblos. La actividad de César en la Galia hoy se catalogaría como “genocidio”, igual que la de Trajano en la Dacia. De hecho, los galos asesinados o esclavizados (que viene a ser lo mismo, los esclavos en las minas no solían envejecer) se cuentan por millones, un logro que daría envidia al mismísimo führer, en la Polonia o la Ucrania de 1940 había mucha más gente que en la Galia del 50 a.C. y, además, en la época de Julio César las matanzas tenían que perpetrase de forma mucho más artesanal, no había metralladoras o Cyclon-B.
No sé si alguien lo habrá hecho antes, me gustaría recomendar el libro “Roma y los bárbaros”, de Terry Jones y Alan Ereira. No es que tengan que ser necesariamente más objetivo que Cayo Suetonio, pero por lo menos sirve para tener una segunda opinión.
Comentario de Trompeta (03/01/2014 03:30):
De hecho el Fuhrer quería copiar al imperio romano, pero le faltaba mucha de la mano negociadora de los antiguos.
El divide y venceras no lo dominó más que con su camarilla y a nivel domestico.
Aparte que para los romanos, los germanos solo eran una panda de subdesarrolados a tener lejos o para explotarlos.Lo que pensaba el Adolfo de los eslavos.
Claro que luego pasó lo que pasó.
A unos y al otro.
Comentario de galaico67 (03/01/2014 10:50):
“Aparte que para los romanos, los germanos solo eran una panda de subdesarrolados a tener lejos o para explotarlos.”
Naaa, que va…no tuvo nada que ver con que se comieran a las cuatro legiones de Varo y que detrás del Rhin estuviera Asia entera empujando, año tras año durante 400 años, ora por el Rhin, ora por el Danubio, buscando hacer sus compras en el “Corte Romano” y salir por patas sin pagar.
Una de las cosas menos consecuentes que se pueden hacer en Historia es descontextualizar. Los romanos mataron y esclavizaron, si, en la medida de sus posibilidades. Se pulieron un par de millones de celtas al mismo tiempo- en sentido literal- que pactaban con otros millones y siempre se acordaban de cierto celta y galo que se fue de viaje turistico por Roma y les explicó graficamente la diferencia entre ser ganador y perdedor. Eran tiempos sin términos medios, los perdedores en cualquier sitio no se quedaban a lamerse las heridas mientras el ganador se volvía a su casa con el botín a desfilar por la Gran Avenida.
¿Que se les puede echar en cara? Su organización, su sentido del honor y su pragmatismo pero achacarles “genocidio” es excesivo. No tenían ningún problema con las razas ni con los pueblos, solo con el oro y los bienes disponibles. Como todos antes y después que ellos.
Comentario de JoJo (03/01/2014 13:06):
#32 Si los pueblos conquistados por los romanos no tuvieron su versión escrita de los hechos es simplemente porque la mayoría de esos pueblos no tenían sistema de escritura. La tradición oral puede durar siglos o desaparecer de un día para otro, depende de las circunstancias. Sólo llega a perdurar eternamente cuando alguien decide ponerla negro sobre blanco (sean las sagas islandesas o los cuentos populares alemanes de los hermanos Grimm). Además, los idiomas germánicos se escriben con el alfabeto latino porque fue el primer sistema de escritura con el que esos pueblos tuvieron un contacto durardero.
Y sí, los romanos convertían en esclavos a los pueblos conquistados pero no por crueldad (aunque luego fueran muy crueles con los esclavos… o no, de todo había) sino por una cuestión económica. La mano de obra eran los esclavos, su economía era esclavista y su expansión territorial se debía en gran parte a la necesidad de seguir suministrando esclavos para el trabajo. Seguramente ésta es la razón también de que Roma no tuviera un gran desarrollo tecnológico a lo largo de su historia, al menos en lo referente a actividades básicas como agricultura o ganadería y en cambio sí la tuviera en otros sectores como ingeniería. Si la mano de obra es gratis o muy barata, la eficiencia de los medios de producción importa menos. Y también ésta es otra de las muchas razones (imposible hablar de todas) por las que Roma se vino abajo: a raíz de los otorgamientos de ciudadanía latina, primero, y ciudadanía romana, después, a la mayoría de habitantes del Imperio, la producción de alimentos se encareció porque había que empezar a pagar a los jornaleros.
Buff, vaya rollo que he soltado!
Comentario de Lluís (05/01/2014 09:50):
#34
Incluso según los patrones de la época, el sistema romano era cruel y se recreaba con la muerte ajena.
Una cosa es el desfile de la victoria, incluso reducir a la esclavitud a buena parte de los vencidos. Y otra, jactarse de haber podido ofrecer al pueblo un espectáculo en el que 10.000 gladiadores combatían hasta la muerte entre ellos únicamente para deleite de las masas. Algo que no consta que hiciesen persas, dacios, germanos, hunos,…, no eran hermanitas de la caridad pero parece que eso de disfrutar con la tortura, la agonía y la muerte de los demás era muy romano.
Lo de “tener a Asia empujando detrás” es relativo. Las migraciones de pueblos nómadas son algo presente en toda la antigüedad, y dudo que hubiese muchos periodos de auténtica calma en la totalidad de las fronteras del Rin o del Danubio. Pero el enemigo más formidable se encontraba en el Este, en particular cuando los persas sasánidas desplazaron a los partos y fueron capaces de construir un estado algo más eficiente que el anterior y con una voluntad de expandirse similar a la de los romanos.
Durante siglos, los ejércitos romanos consiguieron rechazar a godos, marcomanos, gépidos, francos y demás, hasta que les dio por dedicarse a las guerras civiles, para un legionario era más apetecible seguir a un comandante hábil hacia Italia con la promesa de recompensas y botín que pasar los inviernos montando guardia tras una empalizada esperando que no le degollasen. Con eso, las fronteras se debilitaron mucho, fue imposible contener a los presuntos bárbaros y, en el mejor de los casos, lo único que se consiguió fue “contratar” a ciertos grupos o tribus para que sirviesen en el ejército o, directamente, se hiciesen cargo de la defensa de una región entera (que así fue como se asentaron los francos en la actual Bélgica allá a mediados del siglo IV).
Comentario de Lluís (05/01/2014 09:57):
#35
Algunos de esos pueblos si que tenían sistemas de comunicación escrita (ahí están, por ejemplo, los íberos), algo que tampoco gustaba demasiado a los romanos porque siempre intentaban asimilar culturalmente a los pueblos sometidos, en particular a las élites, para evitarse problemas. Supongo que sabían que la persistencia de las tradiciones locales podía ser peligrosa, no fuese que organizasen alguna revuelta o algo por el estilo, de ahí que convenía eliminarlo todo, léase por ejemplo los druidas, o de la cultura dacia, de la que no ha quedado más que ruínas.
Comentario de galaico67 (05/01/2014 12:30):
36#Lluis, lo mismito pensaban los romanos de los cartagineses y sus sacrificios a Baal, y de los germanos asando a la parrilla a los prisioneros de guerra o haciendo sacrificios rituales. Repasa tus historias de gladiadores, porque la cosa no era tan clara ni tan calva.
Y en lo referente a las guerras civiles y tal, el Imperio tuvo guerras civiles a mansalva, pero hasta las epidemias del siglo III – no sabemos si peste o viruela, pero algo gordo se trajeron los legionarios de Partia- los ciudadanos romanos “pata negra” fueron capaces de mantener el imperio. A partir de ahí hubo que recurrir a alianzas con tribus, lealtades dudosas y demás historias, que junto con un par de batallitas -guerracivilistas- particularmente sangrientas en los Balcanes, acabaron con las últimas reservas del Imperio de Occidente. Y ya ni había un Mario para levantar un ejercito ni quedaban romanos que sintieran la romanidad, estaban todos muy ocupados defendiendose de las cada vez más frecuentes incursiones y saqueos.
¿Los partos? Pobrecitos ellos. Si los romanos tenían que hacer frente a migraciones provocadas a medias por una pequeña glaciación, a medias por los asiáticos a caballo, los partos tenían que hacer frente a otros asiáticos a caballo y a una política interna tan “civilizada” como la romana. Sino de que iba a andar Teodosio el Grande todavía por ahí, con Belisario haciendo lo que podía en Siria, cien años después de que Roma se hubiera convertido en un todo a cien para los godos.
Así que menos lobos. Si vamos a hablar de matanzas rituales, la religión, nos ha dado ejemplos que dejan los diez mil gladiadores como un ejemplo de jardin de infancia – vease Carlomagno y los sajones, los cruzados, la noche de San Bartolome, las guerras del siglo XVI en Europa-. Si vamos a hablar de esclavitud, unirla al racismo como hemos hecho los cristianos europeos y los arabes, usando, además, castigos que en nada desmerecerían a los romanos, me parece a mi que nos ponen un peldañito por encima.
pero solo es una opinión…
Comentario de Agarkala (05/01/2014 16:15):
Me llama la atención la insistencia en el incidente de Nicomedes de Bitinia, cuando Goldsworthy lo único que le da son visos de credibilidad (porque es imposible demostrarlo). Ojo, que César le sacó al rey lo que no pudo conseguir Lúculo. La envidia en aquellas alturas políticas era muy muy mala, y la difamación, muy extendida.
Aparte la anécdota (corregid lo de Catilina, por favor), cuanto más leo y trato de poner en contexto, más me da la impresión de que el gobierno de la República Romana suponía un desorden producto de la mala digestión senatorial de haber pasado de ciudad-estado tipo griego a imperio mundial. El hueco que no quisieron ocupar, lo ocuparon los militares, hasta que pasó lo que tenía que pasar. Paradójicamente el Imperio trajo paz tras la inestabilidad política y social del final de la República. César lo vio antes que la mayoría.
Comentario de Lluís (05/01/2014 19:28):
#38
Desde que Octavio se deshizo de sus rivales, el Imperio pasó muchas décadas sin demasiadoas guerras civiles. Cierto, las hubo tras el asesinato de Nerón, o el de Domiciano, más algún otro levantamiento esporádico que se saldó con relativa facilidad. Pero poca cosa al lado de las guerras que acabaron con la entronización de Septimio Severo. O lo que vino después del asesinato de Alejandro Severo, 50 años en los que los emperadores reinaron, si mal no recuerdo, una media de 2 años. Y después no es que fuesen mucho mejor las cosas, Diocleciano y Constantino pudieron poner un poco de orden en la trastienda pero no duró. De hecho, los ejércitos romanos sufrieron muchas más pérdidas luchando entre si en apoyo a los diferentes emperadores, usurpadores y pretendientes varios que defendiendo las fronteras. De hecho, la mayoría de invasiones que tuvieron éxito pudieron beneficiarse porque la mayor parte de las tropas que tenían que defender la frontera, o incluso los ejércitos de campaña, habían sido retirados para apoyar a algún bando en un conflicto civil.
Incluso son la crisis económica y la peste, habrían tenido muchos problemas. Las finanzas imperiales eran deficitarias, hacía falta invadir países de vez en cuando para sanear las arcas públicas, a base de botín, venta de esclavos o explotación de recursos naturales. A veces salía redondo (Dacia), y otras veces no compensaba los gastos (Britania), pero a la larga, no quedaron conquistas rentables (Escocia) o no se dejaban conquistar fácilmente (Partia/Persia).
Si, en Persia tenían también sus problemas, pero mientras los partos se llevaron la peor parte en sus luchas con Roma (exceptuando el triunfo contra Craso, que poco pudieron aprovechar), los Sasánidas, en un contexto parecido o peor (la presión nómada no era menor en el siglo IV que en el siglo II), acostumbraron a llevar la iniciativa en la lucha contra Roma, de hecho las victorias de Belisario (que ejerció en tiempos de Justiniano, no de Teodosio el Grande), fueron básicamente defensivas en el Este.
Yo tampoco quería decir que los demás fuesen unos santos, pero lo de los romanos no me parece ni civilizado ni que fuesen menos bárbaros que los bárbaros. Y a fin de cuentas, lo poco que sabemos de las civilizaciones púnicas o celtas, con sus sacrificios rituales o lo que fuese (y dudo que sacrificaran a 10.000 personas en un par de semanas), lo sabemos gracias a las crónicas romanas, porque se aseguraron de no dejar testigos.
Comentario de Lluís (05/01/2014 19:40):
#39,
Bueno, cuando uno lee a Suetonio, hay que tener en cuenta que eso, a veces, parece más la prensa rosa que otra cosa. Y vivió un siglo más tarde que Julio César, por lo que ciertas historias le pudieron llegar deformadas.