Gueto, la película perdida de la propaganda nazi
La vigencia que está adquiriendo en los últimos años el cine documental es innegable. Diversas circunstancias contribuyen a ello, pero no habría que dejar de lado un momento político internacional muy convulso que está empujando a diversos cineastas a tomar partido e involucrarse. No deja de ser singular el caso de realizadores como Basilio Martín Patino y su película Libre te quiero, realizado el año pasado y que reflexionaba sobre las movilizaciones del 15-M. Es curioso su caso porque representa la vuelta a la superficie del cine documental, después de pasar una larga travesía en el desierto en las décadas de 1980 y 1990, caracterizadas por la banalidad política más absoluta. En lo que se refiere a España, fueron los años de la cultura del pelotazo y la corrupción, institucionalizada por los dos grandes partidos políticos. Ahora que el sistema ha hecho crack, vuelven a tener peso voces como las de Martín Patino alertando de una crisis institucional, tal y como ya había hecho en los años 70 con películas como Canciones para después de una guerra.
El interés por el documental no es una rareza española. Se trata de una inercia internacional, que se explica también por la demanda de saber, por parte de la ciudadanía, cosas más profundas que contemplar la última explosión made in Hollywood. Las derivaciones que está adquiriendo el género, dotándolo de una mayor interactividad y de una total implicación del espectador (como sucede en los idocs), dan buena cuenta de la creciente presencia del documental en las pantallas, en la televisión y en la celebración de festivales temáticos por todo el mundo. Pero, además, el documental está reivindicando su capacidad para desmontar la propaganda oficial de los distintos gobiernos y sistemas, tanto en el momento presente (el modelo de Michael Moore), como los hechos del pasado. Entre estas últimas, se encuentran las películas que intentan arrojar más luz sobre los crímenes del Holocausto.
Así sucedía en la película Shoah, en la que Claude Lanzmann ofrecía, a través de testimonios de diversos supervivientes, una reivindicación de la necesidad de luchar contra las políticas de amnesia que, desde diversas instancias, intentan pasar página sobre lo ocurrido. Uno de los momentos más escalofriantes de la película era la intervención de Jan Karski, que en 1942 consiguió infiltrarse en el gueto de Varsovia para informar al gobierno polaco en el exilio de las condiciones de vida del gueto. El retrato que hacía era desolador, de una crudeza que hacía que películas como El pianista parecieran de Walt Disney. En un momento de su declaración, Karski se veía obligado a parar por las lágrimas que le producían el recuerdo de los hechos.
Hace tres años, se estrenó Gueto, la película perdida de la propaganda nazi (Shtikat Haarchion), una película dirigida por Yael Hersonski, que nos permite intuir esa realidad que describía Karski en los entresijos de la propaganda nazi. Porque lo que hace la película es recuperar fragmentos de una película inacabada que realizaron los nazis en el interior del gueto de Varsovia, filmada en mayo de 1942, dos meses antes de que empezaran las deportaciones masivas desde el gueto hasta los campos de exterminio. La película nazi quedó incompleta y sin editar, pero sí se conservaron las latas con el material filmado, compuesto por dos tipos de secuencias: en primer lugar, escenas cotidianas en el gueto, del día a día en las calles; en segundo lugar, puestas en escena de momentos en apariencia irrelevantes, en los que se veían a judíos comprando carne en el mercado o poniendo los cubiertos sobre la mesa en sus casas para comer. En realidad, la película nazi trataba de enviar un mensaje bien claro: en el gueto se podía vivir y había hasta clases sociales, con judíos ricos que ignoraban las condiciones de pobreza de sus vecinos.
Con todo, esta propaganda no puede ocultar del todo lo que sucedía en el gueto. Hay un momento en el que los nazis dejan a unos judíos muertos sobre una acera y ordenan a otros judíos que pasen al lado de los cadáveres sin mirarlos siquiera. Lo que se trataba de expresar era la supuesta indiferencia y egoísmo de todo el pueblo judío, pero las imágenes no podían ignorar que se morían las personas por la calle. Hay otros momentos que resultan hasta grotescos, como cuando filman una reunión en el interior de la casa de Adam Czerniakow, líder del Consejo Judío del gueto, adornada para la ocasión con candelabros de nueve brazos y con toda la parafernalia estereotipada. En otra secuencia, los nazis filmaron una circuncisión, realizada a toda prisa y sin ningún tipo de higiene.
Las imágenes cuentan con el contrapunto del diario de Czerniakow, que se suicidó en cuanto empezaron las deportaciones, y que recogió por escrito el testimonio del proceso del rodaje de la película. Además, se ofrece la declaración de uno de los cámaras, Willy Wist, que tuvo que filmar incluso cómo se arrojaban los cuerpos desnudos al interior de las fosas comunes. El material filmado es confrontado con algunos supervivientes del gueto, algunos de aquellos niños que hoy son ancianos y que contemplan la película en una sala de proyección con los ojos bien abiertos y con el gesto descompuesto. Una de las ancianas incluso retira los ojos de la pantalla, llegando a declarar: “No puedo dejar de pensar, viendo estas imágenes, que en cualquier instante puede aparecer por ahí mi madre”.
A finales de los años 90, apareció un rollo extra de la película nazi, formado por las escenas eliminadas, un siniestro making off en el que se ve cómo se repetían una y otra vez las escenas para conseguir el efecto perfecto. La película de Hersonski las incluye al final, desmontando la propaganda y desvelando que el documental, lejos de ser un género aséptico que se limita a mostrar “la realidad”, se encarga de construirla. Lo bueno es que su cometido también es desmontar las mentiras propagandísticas, como sucede en esta película. Estamos, en definitiva, ante una cinta especialmente terrorífica sobre el Holocausto, no sólo por las imágenes de las fosas comunes o de las montañas de excrementos, sino especialmente por ese retrato de la vida cotidiana, una cotidianeidad dominada por el pánico expresado en la mirada perdida de los habitantes del gueto, que no pueden evitar mirar a la cámara pidiéndole al espectador algún tipo de auxilio.
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Comentario de Nacho Pepe (27/10/2013 18:04):
En fin, que el documental se está post-modernizando y ya hemos llegado al meta-documental. Dentro de poco los deconstruirán y los servirán humeantes y licuados.
Comentario de Teodoredo (28/10/2013 09:26):
Cómo debe de estar aburrida la gente del tema holocausto que todavía nadie se ha molestado en hacer notar que la menorah tiene siete brazos y no nueve.
Saludines
Comentario de Manuel de la Fuente (28/10/2013 10:52):
Teodoredo, en la película sale con nueve brazos, y Czerniakow lo menciona explícitamente en su diario.
Saludos.
Comentario de Teodoredo (28/10/2013 11:33):
don Manuel,
tiene usted toda la razón: la omnisciente wikipedia explica que la menorah que usan en la dichosa hanukkah (una de esas fiestas chungas que tienen ellos) tiene nueve brazos. Corto y pego:
The Hanukkah menorah (Hebrew: מנורת חנוכה m’noraht khanukkah, pl. menorot) (also Hebrew: חַנֻכִּיָּה hanukiah, or chanukkiyah, pl. hanukiyot/chanukkiyot, or Yiddish: חנוכּה לאמפּ khanike lomp, lit.: Hanukkah lamp) is, strictly speaking, a nine-branched candelabrum lit during the eight-day holiday of Hanukkah, as opposed to the seven-branched menorah used in the ancient Temple or as a symbol. The ninth holder, called the shamash (“helper” or “servant”), is for a candle used to light all other candles and/or to be used as an extra light. The menorah is among the most widely produced articles of Jewish ceremonial art. The seven-branched menorah is a traditional symbol of Judaism, along with the Star of David.
Saludines
Comentario de Manuel de la Fuente (28/10/2013 20:12):
Gracias por el apunte, Teodoredo! Es que resulta que me pasó como a ti, creía que eran siete y me fijé especialmente en ese fragmento.
Un abrazo.
Comentario de jose (31/10/2013 12:19):
Los judíos son como los gitanos pero con más dinero y más cultura -sobre todo escrita-. En todos lados los odian por ir a lo suyo y ser más inteligentes, obteniendo más éxito con menos esfuerzo que los “gachés” -como ellos dicen “goyim” o algo así, pero es lo mismo-. Es muy extraño el tema este de los nazis. De hecho, los judios (jázaros con mezcla semita) son probablemente el pueblo más inteligente del globo, como muestran las estadísticas. Superhombres vaya. Miren a Eistein, R. Kuzweill o yo que se Marx, Freud…
Cuando veo cosas como lo de los nazis o lo de los cosacos en Polonia me estremezco ante la inmensidad de la estupidez y maldad humanas.
Comentario de Wilson Fisk (04/11/2013 17:16):
La menorah de siete brazos no es una invención original judía sino que la “copiaron” durante su contacto con las religiones de Mesopotamia sobre el siglo VI antes de Cristo, cuando Nabucodonosor deportó a mil miembros de las familias israelitas más destacadas, como castigo por asociarse con el faraón egipcio en contra de los intereses de Babilonia.
Comentario de Teodoredo (04/11/2013 19:06):
Va pensiero !
Saludines
Comentario de Wilson Fisk (05/11/2013 13:46):
Teodoredo, sí pero no. Es decir, estaban exiliados pero no eran esclavos. Se trataba más bien de “desarraigarlos” o “desculturizarlos”, es decir, de dispersarlos geográficamente y tratar de asimilarlos a la cultura babilónica.
Se trataba de causar la división y romper su conciencia de pueblo para evitar que en el futuro fueran “líderes rebeldes” o por lo menos se olvidaran de veleidades como asociarse con Egipto, ya que eran supuestamente las élites sociales de la nación israelita. Quién la iba a decir al amigo “Nabu” que dos mil quinientos años más tarde, y dispersados por todo el globo, los judíos seguirían manteniendo una conciencia nacional y la percepción clara de que Palestina es “su tierra”.
Comentario de Teodoredo (05/11/2013 14:57):
Supervillano Fisk,
me temo que mis conocimientos sobre el tema se reducen a una apresurada lectura del pentateuco y de un libro de Montefiore, así que cualquier info extra es bienvenida.
Saludines
Comentario de Wilson Fisk (05/11/2013 16:39):
Básicamente, Israel debía pagar tributo a Babilonia en plan “en lugar de invadirte y dejarte el país hecho unos zorros, mejor directamente me pagas un tributo y yo te dejo seguir existiendo”.
El trato no era malo para los israelitas pero se vía claro que el gobernante de Babilonia, Nabopolasar (sí, da risa incluso después de haberlo leído cien veces) estaba ya viejito y que cuando lo sucediera su hijo Nabucodonosor se iban a acabar las contemplaciones y les iba a anexionar al imperio.
Así pues, los israleitas giraron la vista hacia la otra potencia emergente de la zona, Egipto, y llegaron a un acuerdo con el faraón: lo que prima para nosotros es seguir existiendo como nación y conservar nuestra cultura/religión, así que nosotros te “apoyamos” contra Babilonia y su sucio linaje caldeo a condición de que cuando tú te expandas nos respetes. Y para demostrarle que iban a tope con Egipto, dejaron de pagar el tributo a Babilonia.
Cuando el colega Nabucco llega al poder, a la primera ocasión que tuvo hizo lo que todos imaginamos: conquistar Israel y deponer al Rey que tenían los judíos. Después destierra a mil miembros de las familias más influyentes, con el objetivo de “extrañarlos” culturalmente.
Para cuando estos tipos vuelven a casa (y no por navidad porque ni las saturnales se habían inventado), se traen ciertos cambios en la práctica del judaísmo, ya que la cultura babilónica era como la cultura yankee para nosotros hoy en día, un pastiche sincrético de todas las culturas “asimiladas” por el imperio pero con un extraño atractivo seductor. Entre estas innovaciones se incluye el candelabro de siete brazos.
En resumen, que en efecto fueron desterrados, pero de esclavos nada. Cuando sí fueron esclavos es cuando Egipto conoció su gloria posterior, con el escape gracias a que Charlton Heston abrió las aguas del mar Rojo y demás :-D
Comentario de Wilson Fisk (05/11/2013 16:42):
Se me olvidó mencionar que cuando Nabu entró en Jerusalén, sí es cierto que se produjo la primera destrucción del templo. Eso es lo que le ha hecho pasar a la ¿historia? como alguien malvado malo malísimo.
Comentario de Teodoredo (05/11/2013 17:33):
:O Gracias por el tiempo dedicado a explicar ésto; de todas maneras me suena que, aparte de cargarse el templo, la toma de Jerusalén (todas las que ha habido, de hecho) sí que fue bastante sangrienta.
Saludines
Comentario de Wilson Fisk (06/11/2013 10:58):
Sí que fue sangrienta, sí. Nabucodonosor no era un conquistador julay como el Jerjes de “300”. Nada de satrapías, cuando conquisto una nación es para que todos me laman las sandalias.
Todo un ejemplo para los Supervillanos como yo :-DD