Goebbels – Ralf Georg Reuth
En todo en esta vida hay niveles de frikismo. También respecto al Tercer Reich. El nivel básico es conocer a Hitler. Los levemente interesados ya conocen a sus jerarcas (Göring, Himmler, Goebbels, Speer…). Los especialistas te pueden contar durante horas cosas de gente como Manstein, Rundstedt o von Paulus. Y así seguiríamos, hasta la cúspide, donde habita gente capaz de comprar libros con títulos como Diario de un ingeniero químico en Ploesti 1942-1944 (relacionando el menú del comedor con la distancia al frente ruso) y pasarse horas discutiendo detalles del contenido. Admitiendo humildemente que aún no tenemos ese nivel, hoy empezamos más abajo, con el Ministro del Reich para Ilustración Popular y Propaganda Paul Joseph Goebbels.
¿Por qué Goebbels?
En primer lugar, porque me encontré este libro por 3€ en el mercadillo de caridad de una iglesia. Sé que esto no aporta mucho contenido, pero me hacía ilusión decir que fue la Iglesia quien me acercó a Goebbels.
En segundo lugar, el texto de la solapa anuncia una “biografía completamente nueva” (tampoco se emocionen, la obra data de 1991), gracias a “material inédito”, principalmente diarios personales, cartas, composiciones personales de sus primeros años… y el autor hace uso extenso del mismo. A veces demasiado, no hay párrafo que no lleve algún tipo de cita, y aunque los delirios de grandeza del Goebbels adolescente resultan interesantes desde la perspectiva del “yo ya sé a dónde lleva esto” (e inquietantes porque piensas que en el fondo cualquiera pudo escribir cosas similares con 17 años), llega a ser incómodo saltar del autor a Goebbels y vuelta todo el rato. En total, hay 200 páginas de notas muy técnicas y bibliográficas. Se nota que sujeto y objeto son alemanes.
En tercer lugar, el autor es un joven historiador alemán, cuya primera obra se titula “Entscheidung im Mittelmeer: die südliche Peripherie Europas in der deutschen Strategie des Zweiten Weltkrieges 1940 – 1942”, que dan ganas de leerla solo por el nombre y nos intuye un autor que algún día publicará el Diario de un ingeniero químico en Ploesti. Además, ha escrito biografías de Hitler, de Rommel, y de Angela Merkel. Le va la marcha.
En cuarto lugar, de todos los jerarcas del régimen nazi, Goebbels es el más parecido a Hitler. Sobre todo, porque hace todo lo posible por parecerse. Mientras los demás tienen sus propias agendas, Goebbels siente tanta admiración por el Führer que le imitará en todo, incluyendo el suicidio final. Goebbels vendría a ser un Hitler 2.0, un mini-yo de Adolf. Lo cual, cuando ya tenemos leídas todas y cada una de las biografías del hombre, cuando ya conocemos hasta sus notas de Primaria mejor que las de nuestros propios hijos, cuando nos barruntamos, en suma, que el hombre ya no da más de sí… nos deja aliviados. ¡No hay que dejarlo! ¡Podemos repetir todo el proceso con el “otro” Hitler!
El mini-yo de Hitler
Entrando en materia, ¿Cuáles eran las semejanzas entre ambos? Pues aparte del final, también el principio, la extracción social: ambos provenían de familias de clase media-baja, con padres que con esfuerzo y tesón habían ascendido en la escala social. El de Hitler llegó a funcionario de aduanas, el de Goebbels desde mozo de oficinas a procurador. Ambientes cerrados, algo rancios, mucha iglesia católica (para sosiego de la hinchada católica, aclaro que el libro lo compré en una iglesia protestante, y que Goebbels acabará siendo ateo), mucho respeto por la autoridad, mucho “esfuerzo”, “trabajo” y camisas bien planchadas, y la sensación de “somos alguien”, aunque en el fondo están tan pringados como los obreros a los que desprecian. Y debajo de todo, el temor inconfesado de perderlo todo, dejar de ser “alguien”, y volver a la casilla de salida. “Milquinientoseuristas” los han llamado por estos foros. Me vale.
Esto es importante porque de esos ambientes se reclutará gran parte de la militancia y de los votantes nazis. Cuando la Gran Depresión haga temer a esas clases sociales que dejarán de ser “alguien”, Hitler y Goebbels jugarán con esos miedos como si fuesen un piano hasta llevarse el gato al agua voto a la urna.
La evolución de Goebbels, no obstante, es distinta a la de Hitler. Nace un poco más tarde (1897 por 1889). Una osteomielitis le deja un pie zambo y un crecimiento disminuido (165 cms), lo que le libra de la Gran Guerra pero también le causa profundos traumas y complejos de inferioridad que siempre buscará compensar. Aprovecha los años de la guerra para estudiar, e incluso se saca el doctorado (e insistirá toda su vida en que se dirijan a él como “Herr Doktor”, y hasta visará documentos con “Dr. G.”; similarmente Hitler siempre lleva puesta su Cruz de Hierro; de nuevo la necesidad de “ser alguien”). Trabaja brevemente en un banco (una maldad más de andar por casa, pero el Hitler 1.0 no llegó a vender preferentes a jubilados), acaba en el paro, escribe obras pretendidamente románticas, vive la ocupación de Renania por parte de franceses y belgas, y se lamenta mucho del estado catatónico de su querida Alemania, ansiando, como dice en su tesis, la llegada de un “genio fuerte” que la saque de su postración.
Finalmente encuentra a su “genio”: a raíz del juicio por el “Putsch” de Múnich en 1924, empieza a tomar contacto con el NSDAP, y con un amigo ayuda a montar la asociación local en su patria chica (noroeste de Alemania, cerca de Holanda), y lo más importante, colabora con la revista del partido y da mítines, es decir, perfila el discurso ideológico del partido. Él se siente más cercano a las tesis de los hermanos Strasser, que priman el elemento revolucionario-socialista sobre el meramente nacionalista. Goebbels admira a Dostoievski y otros autores rusos y siente afinidad por Rusia, se define como “un comunista alemán”. ¡Incluso se queja de que Hitler es demasiado burgués!
Sobre junio de 1925 finalmente se produce lo que llevamos 100 páginas esperando: conoce en persona a Hitler, quien había pasado unos meses en prisión, lo cual le había elevado a la categoría de mártir y mesías para muchos. Le decepciona de nuevo que Hitler se incline por los völkischen (dentro de los nacionalsocialistas, los menos revolucionarios y más nacionalistas; la traducción literal sería populares, pero no quiero despertar suspicacias), pero ha llegado a idolatrarle tanto que se autoconvence de que la culpa es de la “camarilla de Múnich”. ¡Su Führer no se puede equivocar! Empieza a verse la subyugación personal que marcará su relación hasta el final.
Hitler, consciente de la división del partido entre social-revolucionarios y völkische, urde una estratagema para debilitar al bando revolucionario: en 1926, nombra a Goebbels Gauleiter de Berlín-Brandeburgo. Con ello se asegura la lealtad personal de Goebbels, que pronto es visto como traidor por los Strasser, y descabeza ideológicamente a los revolucionarios. Goebbels está encantado, aunque Berlín no es una bicoca. Es una ciudad grande, con muchos obreros –y mucha presencia de la izquierda-, lejos de Múnich y de los demás centros nazis, con apenas 500 militantes del partido. Pero Hitler es consciente de que el partido tiene que ganar peso en la capital, y dota a Goebbels de poderes extraordinarios, como el de poder expulsar a miembros sin consultar con la central de Múnich.
(Piensen un momento en lo absurda que resulta la situación si la trasladamos a España: un portugués funda en Barcelona un partido que aboga por la GrossIberische Union y manda a un asturiano a Madrid porque allí no quieren un país más grande sino justicia social.)
Goebbels logra meter el partido en la agenda política de la capital, aunque sea a base de polémicas y de peleas callejeras con los comunistas (cuyo elenco, por cierto, se lee como un who’s who de la futura RDA: Mielke, Ulbricht…). Resulta tan hábil que las autoridades prohíben temporalmente el partido y a él hacer discursos. Sortea esto –y los múltiples procesos judiciales en los que pronto se ve envuelto- con una inmunidad parlamentaria a partir de 1928, pese a que el NSDAP no termina de cuajar y recibe pocos votos. Además, en Berlín siempre serán menos que en el resto de Alemania.
Todo cambia con la Gran Depresión, que dispara el número de parados (hasta los 6 millones en 1932) y desata un enorme descontento ante el que la política se muestra incapaz de reaccionar, entre otras cosas porque la arquitectura institucional de la República de Weimar es muy endeble. Llamados a votar cinco veces en dos años sin resultados visibles, los ciudadanos empiezan a desconfiar de la clase política. Es el momento de los vendedores de crecepelo políticos, y Goebbels vende su producto con gran eficacia, hasta el punto de que Hitler le nombra Reichspropagandaleiter (coordinador de propaganda para toda Alemania, que en aquel momento aún llevaba el nombre oficial de Deutsches Reich). No obstante, contrariamente a lo que parece visto desde lejos, ese ascenso no fue tan inevitable, y vino acompañado de graves tensiones dentro del partido. Mientras las SA exigían cambios fundamentales y una revolución social, Hitler usaba a Göring y sus contactos para introducirse en la alta sociedad nacionalista, a la que promete que se limitará a repudiar el Tratado de Versailles y a aplastar a los sindicatos. Se produce un alejamiento de las bases del partido de sus élites, y el NSDAP llega a las elecciones de 1932 casi escindido y a punto de quebrar.
Tres cosas lo salvan: uno, una generosa inyección de capital por parte de ciertos capitanes industriales; dos, el control total de Röhm y Goebbels sobre las SA y los medios de propaganda; y tres, la habilidad de Hitler de mantenerse fieles a los barones (con la notable excepción de Gregor Strasser). Los diarios de Goebbels dan cuenta de cómo se siente apoyado por Hitler: “El Führer me apoya”, “el Führer me ha prometido…”, “el Führer entiende…”, cuando la verdad es que Hitler no se casó con nadie, jugó siempre a varias bandas, y simplemente se limitaba a decirle a todo el mundo lo que quería oír. Durante un tiempo, cuando parece que el NSDAP puede ganar las elecciones, Hitler incluso hará profesiones de lealtad a la legalidad de Weimar mientras Goebbels azuza a las masas y denuncia el parlamentarismo. ¡Hitler el moderado, frente a las bases enloquecidas!
Finalmente, las guerras de camarillas dentro del establishment y el vacío de poder causado por un Hindenburg medio senil permiten a Hitler la formación de un gobierno de coalición (sin Goebbels – ¡castigado por demasiado radical!). Casi de inmediato, alguien incendia el Reichstag (atribuido a veces a Goebbels, pero casi seguramente obra de Göring), y los nazis lo usan como excusa para culpar a los comunistas, dar un semigolpe legal y convocar nuevas elecciones, aunque pese a contar con dinero, con el aparato del estado y con el talento de Goebbels, solo llegan al 44%. Máscaras fuera, dirá entonces Hitler, y forzará la aprobación del Ermächtigungsgesetz, base legal de la dictadura. Ha llegado el Tercer Reich.
Aquí acaba la primera parte del libro. Lo que empezó como biografía, se convierte a partir de 1926 en un manual de conquista del poder que deja un regusto amargo. Porque a nosotros-los-demócratas nos gusta pensar que la democracia funciona, y que ante una gran crisis o injusticia la solución es simple: fundar un nuevo partido político, establecer un programa racional, creíble y de consenso, comunicárselo al público, ganar las elecciones y aplicarlo. Pero lo cierto es que me cuesta encontrar ejemplos de que esto haya funcionado (y el principal que encuentro –el Partido Republicano de Estados Unidos ante el tema de la esclavitud- deprime viendo que resultó en una cruenta guerra civil).
En contraste, el Manual Nazi de Conquista del Poder parece funcionar muy bien: primero, fundar un partido protesta y capturar el descontento de la gente. Segundo, crecer a toda costa, y si alguien te dice que no se puede unir a nacionalistas conservadores y a partidarios de una revolución socialista en un único partido, pues llamas a tu partido nacional-socialista y te quedas tan pancho (¿para cuándo un Partido Definitivo?). Tercero, no pierdas el tiempo con un programa, que solo creará disensiones y escisiones, y permitirá a tus enemigos atacarte con tus propios papeles. Cuarto, vocea el descontento para calentar a las masas. Quinto, cuando ya tengas la oportunidad de ganar, acalla o elimina a los elementos radicales del partido para darte un aura de respetabilidad, o argumenta que eres el único que puede pararlos.
Por supuesto, la falta de un programa concreto también es un inconveniente, porque en el fondo no puedes convencer a nadie, ya que no tienes de qué convencerle. Goebbels sabía –esa fue su gran aportación al ascenso nazi al poder- que ese vacío ha de llenarse de alguna manera, y lo llenó con una persona. Sin programa no hay debate y todo se limita a tener o no tener fe –a la religiosa manera: sin razón ni esperanza cierta- en esa persona. Así, por medio de la fe, Goebbels superó su propia división interna entre creer en el Führer y ver que Hitler no apoyaba sus tesis revolucionarias, y eso es esencialmente lo que transmitió a las masas durante el ascenso al poder. Como anotó en su diario: “nunca habrá millones dispuestos a morir por un programa económico o por una idea, pero si por un evangelio.”
Juego de Tronos en Berlin-Mitte
La segunda mitad del libro (la obra no está dividida en partes sino en capítulos, pero se ven claramente bloques temáticos) ya cuenta el periodo de Goebbels como Reichsminister für Volksaufklärung und Propaganda (él quería poner Kultur en vez de Propaganda, pero Hitler se lo camela una vez más y acaba convencido de que la idea es suya), ministerio creado ad hoc para él, dicen que con Hindenburg murmurando “vaya, ahora el trompetista también quiere ser alguien” mientras firmaba el decreto el 14 de marzo de 1933.
Para asentar su dominio sobre su cortijo, Goebbels se rodea de gente del partido, todos muy jóvenes (casi ninguno superaba los 30), muy leales, y pese a todo ello muy capaces, para lograr su propósito final: usar el control para moldear a los alemanes a imagen y semejanza de las masas del partido. Contrariamente a su imagen de dominador total de los medios culturales, había partes que no llegó a controlar. Para asegurar su poder, Hitler creó una maraña administrativa con competencias repartidas y solapadas, al lado de la cual el sistema autonómico español parece diseñado por Descartes. Goebbels en teoría es responsable de la prensa, pero no de la editorial del NSDAP, que llega a controlar la mayoría de las cabeceras del Reich. Aunque eso le daba igual, creía que la radio (y la televisión, el día en que se materializase) era el medio adoctrinador por excelencia: uno puede detenerse durante la lectura de un periódico para reflexionar, pero no puedes detener a un orador.
Los primeros años están caracterizados por sus continuas peleas con otros jerarcas nazis por las competencias: con Göring tiene varios encontronazos, y nunca congeniarán, ya que Goebbels siempre vio en Göring a “un seboso reaccionario”, y este debió pensar en Goebbels como un mero advenedizo. Al Ministro de Exteriores le roba varias competencias de representación exterior, porque la propaganda no se limitará al interior; en el exterior, Alemania se venderá como el dique de contención del bolchevismo, aunque de 1933 a 1936 con el subtítulo “una Alemania nacionalsocialista es el mejor garante de la paz”. Incluso es el responsable de negociar el Tratado Polaco-Alemán de No Agresión de 1934 (risas enlatadas aquí). Le roba a Exteriores incluso la residencia oficial del ministro, anexa a la Cancillería del Reich, para estar más cerca del Führer. Reuth cuenta aquí una ilustrativa anécdota: el matrimonio Goebbels invita a Hitler para mostrarle la decoración, y este lo alaba todo hasta que ve unas acuarelas que le parecen horribles. Azorado, Goebbels se libra inmediatamente de ellas, pese a que cuando las adquirió le parecieron maravillosas.
Sin embargo, el enfrentamiento con más chicha es el que mantiene con Alfred Rosenberg, uno de los ideólogos del partido y guardián de las esencias. Mientras Rosenberg quiere deshacerse de “los de la ceja” (ustedes ya me entienden), Goebbels solo quiere eliminar a los más contestatarios y usar al resto como escaparate de la nueva Alemania. Al final la cercanía al Führer compensa, y Goebbels se sale con la suya. Quizás para demostrar que no ha olvidado sus orígenes, Goebbels empieza a repartir estopa propagandística entre los judíos. Ya había llegado al antisemitismo antes de unirse al partido, pero es a raíz de la lectura del “Mein Kampf” que atribuye todos los males del mundo a los judíos, tanto el “capitalismo judío” como el “bolchevismo judío”. Incluso hay momentos en que Hitler le frena porque quiere usar a los judíos como rehenes frente a las potencias occidentales, mientras Goebbels quiere eliminarlos cuanto antes.
Una anécdota de 1937 sirve para ilustrar estas rencillas entre los jerarcas: Goebbels quiere arrebatarle a Ernst Hanfstaengel ciertas competencias. Para ello, le desacredita ante Hitler diciéndole que Hanfstaengel ha puesto en duda el valor de las tropas alemanas que luchan en la Guerra Civil Española. Hitler monta en cólera, y Goebbels se ofrece a organizar la venganza: Hanfstaengel recibe un sobre cerrado y se le ordena tomar un avión. Una vez en el aire, abre el sobre, que contiene un pasaporte falso y la orden de trabajar “como espía para Franco en el territorio de la España roja”, a donde el avión le lleva. Hanfstaengel suplica a los pilotos, que permanecen impasibles mientras anuncian por radio las etapas del vuelo (falsas, pues el avión vuela en círculos sobre Alemania). Llegada la noche, aterrizan en una pista abandonada al este de Leipzig y le echan del avión a patadas. “Que haga su viaje español por Sajonia”, escribe Goebbels satisfecho en su diario.
Aun así, Hitler aún no confía mucho en Goebbels, pues es casi el último en enterarse del golpe contra las SA. Acompaña a Hitler durante la ejecución del mismo, y posteriormente dirige la campaña para justificarlo, recreándose en las “perversiones sexuales” vistas (varios destacados jefes de las SA eran homosexuales). La eliminación de las SA representa también el fin del último bastión de los partidarios de la revolución social, que sigue siendo el ideal de Goebbels, pero su subyugación a Hitler ya es tal que hace la voltereta mental sin despeinarse y pasa a defender a las fuerzas reaccionarias y nacionalistas con las que Hitler se ha aliado.
Con el control cada vez mayor de los nazis sobre el estado, puede comenzar la expansión exterior. El primer paso es el retorno de la región del Sarre de Francia a Alemania, tras un referéndum con un 90% de votos a favor tras una amplia campaña de propaganda dirigida por Goebbels (aunque él esperaba un 95-98%). Le sigue la remilitarización de Renania, de la cual Goebbels también es de los últimos en enterarse, y las crisis de los años 1938-1939 (Austria, Checoslovaquia), en las que Goebbels aparece muy poco, debido a una crisis matrimonial causada por la chiquillada de tirarse a todo el elenco femenino de la UFA y mostrarse abiertamente con una amante, la actriz Lisa Baarova. Significativamente, Magda Goebbels no acude a su abogado… sino a Hitler, que condiciona la continuidad de Goebbels como ministro a la continuidad de su matrimonio.
Lo más interesante de la crisis es que revela lo solo que está Goebbels realmente: aquí descubre que fuera de su ministerio no cuenta con ningún apoyo. Göring y los “reaccionarios” no mueven un dedo, dentro del partido Borman y Rosenberg mueven los hilos contra él, y la sociedad biempensante no ve con buenos ojos sus escapadas sexuales. Es “el hombre más odiado de Alemania”. Lo que le sostiene, de aquí hasta el final, es únicamente el propio Hitler, en cuya herramienta se ha convertido.
Mira mamá, ¡en la cima del mundo!
Goebbels admira cómo Hitler ha restaurado el honor de Alemania evitando la guerra, pero cuando esta llega en 1939, se asusta. No obstante, lego en temas militares, se cree todo lo que el Führer le dice: que durará poco, que el objetivo sigue siendo acabar con el judaísmo, que el pacto con la URSS es solo temporal… Todo esto lo repite en los medios que controla, que van cambiando con el tiempo puesto que el Juego de Tronos continúa. Su éxito en la propaganda es relativo, pues el pueblo alemán nunca llega a entusiasmarse con la guerra, pero logra que nunca haya revueltas. La gente seguirá a los nazis hasta el final.
Cuando las cosas se tuercen militarmente en Stalingrado, Goebbels es de los primeros jerarcas en reaccionar, con su más conocido discurso, que introduce el concepto de “Guerra Total”, que le merece grandes alabanzas por parte de Hitler. Su reacción relativamente tranquila y leal durante el golpe del 20 de julio de 1944 parece borrar las últimas reticencias, y se convierte en el principal apoyo de Hitler durante el final del conflicto, recibiendo amplios poderes para movilizar los recursos en el frente doméstico. Con Göring enganchado a la morfina y Himmler negociando con los Aliados occidentales a espaldas de Hitler, será Goebbels quien acompañe a su Führer en los últimos días en el bunker. Firma como testigo en su boda con Eva Braun (igual que Hitler firmó en la suya con Magda Goebbels), y recibe su recompensa: en su testamento político, Hitler le nombra Canciller del Reich (pero nombra Presidente del Reich al Almirante Dönitz, que firmará la rendición unos días después). El Reich de Goebbels, en ese momento, se reduce a unos pocos kilómetros cuadrados alrededor de la Cancillería, pero él lo ha logrado: está en la cima del mundo.
La cosa no dura mucho, aunque da para que Goebbels ofrezca una paz a los rusos “para luchar juntos contra las plutocracias occidentales”, en un último coletazo del revolucionario social. Los rusos lo rechazan y Goebbels se suicida junto a su mujer (la cual previamente mata a los seis hijos chicos con cápsulas de cianuro), tras dejar escrito un alegato final del que cree que generaciones futuras se servirán de inspiración para erradicar el judaísmo de una vez por todas. Inútil también, porque su asesor Werner Naumann afirmó haberlo perdido al escapar de Berlín.
¿Merece la pena el libro?
Pues para 3€ no está mal, pero si hubiese palmado 15 ya me habría defraudado un poco. El libro cuenta una biografía con multitud de detalles, y muchas anécdotas que revelan bastante del personaje, pero apenas proporciona una visión global, y deja en el aire ciertas preguntas: ¿por qué exactamente Goebbels se sometió a Hitler hasta tal punto? ¿Por qué se apuntó tan entusiásticamente a la persecución de los judíos, y cuál fue su papel concreto en ella? Con tanto diario y tanta carta, y apenas se profundiza psicológicamente. Es más, parece que en los momentos en que más hace falta una profundización, el autor se retira y pone citas aún más extensas, en plan “que Goebbels hable por sí mismo”. ¡Pero si este hombre, aparte de mentiroso de tomo y lomo, era un consumado maestro en mentirse a sí mismo! Los diarios los escribió con visos a su publicación 20 años tras su muerte, de hecho a partir de de 1941 los dicta a un secretario, y son más una justificación de su vida que una reflexión, ¡si lo último que hace antes de pegarse un tiro son anotaciones para la posteridad! (El disparo es lo que se escenifica en El Hundimiento, aunque la autopsia rusa no revela ninguna herida de bala y si restos de envenenamiento.)
Como soy yonki de cualquier detalle sobre el Tercer Reich, pues digo Danke Herr Reuth, pero la biografía definitiva de Goebbels aún está pendiente.
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Comentario de Judge Dreed (31/07/2013 13:53):
“(Piensen un momento en lo absurda que resulta la situación si la trasladamos a España: un portugués funda en Barcelona un partido que aboga por la GrossIberische Union y manda a un asturiano a Madrid porque allí no quieren un país más grande sino justicia social.)”
Absolutamente magistral!!!
Comentario de Eye (31/07/2013 14:04):
A mí Goebbels siempre me ha parecido el más interesante de los jerarcas nazis. Además, ¡fue casi el inventor de la propaganda moderna! Apelar a las emociones en lugar de los argumentos, «Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá»… Nuestras escuelas de márketing estarán siempre en deuda con él.
Comentario de Latro (31/07/2013 14:32):
Hombre, tengo entendido que lo de Doktor en Alemania es muy importante. O sea, que no es que fuera manía de Gobbels, es que ahí todo dios que se saca un doctorado y un PhD insiste en que se le nombre como Doktor X, PhD, que para eso se lo curró.
Comentario de Carlos Jenal (31/07/2013 15:03):
Latro, yo no tengo problema en llamar “Doktor” al doctor al que trato en calidad de tal, pero si coincido con él en una ocasión social, boda o similar, me chocaría que me exigiese ese trato, como creo que le pasa a la mayoría de los alemanes.
Y si, en Alemania puedes llevar el “Dr.” en el pasaporte, son bastante estrictos, pero Goebbels usaba su grado académico como un título nobiliario.
Comentario de Caliban (31/07/2013 15:09):
#2 La impronta de Goebbels ha sido importante en el mundo de la propaganda y las “relaciones públicas”, aunque creo que se puede decir que el padre del invento fue Edward Bernays, curiosamente un judío de ascendencia austriaca y sobrino de Freud (al que mangó sus teorías sobre el inconsciente colectivo para aplicarlas en el entorno del naciente consumismo capitalista).
Lo que no se si el primero tenía conocimiento de la obra del segundo.
Comentario de Carlos Jenal (31/07/2013 15:14):
Eye, efectivamente Goebbels tiene mucha chicha, por eso me decepciona la biografía. Uno se espera algo a lo Joachim Fest, y te encuentras a un biógrafo que básicamente farda de lo mucho que se ha empollado la obra de Goebbels. Eso si, las citas de los diarios son una muestra de cinismo que ni nuestros más excelsos publicistas.
Caliban, no recuerdo que el libro mencione a Bernay ni a Freud. Curiosamente el tutor de Goebbels al hacer su tesis dcotoral era un profesor judío.
Comentario de Johan (31/07/2013 17:02):
El cambio de lado de Goebbles parece que se produzco cuando le invitaron a el y a Strasser, en un pueblo medieval donde tenien preparado un espectaculo con uns SA bien maqueadas y los lideres con buenos coches y entonces decidió irse al lado de los que vivian bien comparado con los de las zonas industriales del norte que no tenien un duro y se las tenien a cara de perro con los comunistas.
Comentario de Conde (31/07/2013 17:18):
#4, creo que tiene razón latro, por esa época y esa localización, era lo más normal referirse a alguien como Doctor si tenía el título. Algo en España también hubo, pero no cuajó del todo (se llamaba Licenciado, Ingeniero…) e incluso llegó a nuestra América (actualmente, muchos sudamericanos siguen firmando como Ingeniero Tal y Cual). Por supuesto, con su mujer en la cama, no tendría tantas exigencias. Pero mucha vida social de coleguillas y parranda no tendría, así como amigos, por lo que si toda su interacción social era con gente a nivel formal (y así fue), no es de extrañar que le llamaran Doctor y que incluso si a alguien se le olvidaba, se lo hiciera notar.
Vamos, que no creo que sea reseñable. El resto de lo que aquí cuenta, pues nos dejan más una caricatura que la imagen de una persona. Parece que está todo cuidadosamente seleccionado precisamente para eso, para formarnos la idea del personaje, en lugar de documentar su vida.
Comentario de emigrante (31/07/2013 18:10):
Me parece lógico que fuera el útimo en enterarse de todo ya que su papel era ser el altavoz de Hitler no sería muy prudente que fuera pregonando algunas cosas antes de tiempo como las operaciones militares delicadas. Vamos, todo un marhuenda con cargo de ministro además de título de doctor.
Por mi experiencia he tratado con bastantes doctores alemanes y entre colegas y conocidos se tutean, a los de la generación anterior, casi todos jubilados ya, sí había que tratarles siempre de usted pero dirigiendose a ellos como Herr. Lo de Dr. es algo que se reserva para el timbre de la puerta, el organigrama, los membretes de las cartas, la página web, etc. Nunca te diriges a alguien con ese título.
Entre los políticos sí tiene bastante prestigio por eso todo el que puede se hace con una tesis pero su calidad deja mucho que desear. Desde el caso del exministro Karl-Theodor von und zu Güttenberg se ha abierto la veda y ya llevamos tres ex-doctores y van a por el cuarto, nada menos que el presidente del Bundestag, segunda autoridad del país.
Comentario de Carlos Jenal (31/07/2013 20:19):
Conde, si quiere documentarse de la vida de Goebbels, el libro está hecho expresamente para usted. Si esa es precisamente mi queja, que parece que estamos leyendo sus diarios tal cual, con quién habló qué día y de qué, pero que no nos da una imagen, ni llegamos a conocerle del todo.
Comentario de mictter (31/07/2013 20:23):
Mi cita favorita: “…al lado de la cual el sistema autonómico español parece diseñado por Descartes”
Muy buena crítica, sí señor. Creo que con la que está cayendo y todo todavía nos podemos tener por afortunados porque no esté saliendo un grupo de patriotas parecido…
Comentario de Francesc (31/07/2013 20:50):
Yo, después de leerme la de Hitler y -casi toda- la de Goebbels tengo clarísimo que si esos dos señores hubieran tenido un blog para escribir sus historietas neorománticas -Goebbles- o un Pinterest/Instagram para colgar fotos de sus pinturas -Hitler- nos podríamos haber ahorrado una Guerra Mundial.
Comentario de Bunnymen (01/08/2013 01:04):
Lo de Descartes ha sido de un gout esquis. Lo bueno de esto es que de libros “sosos” al menos se obtienen reseñas divertidas, y sin apoquinar ni 3 euros.
Comentario de JoJo (01/08/2013 18:25):
Y el libro no habla de Magda, la esposa del doctor y primera dama del régimen? Es un personaje muy interesante: al no poder casarse con Hitler, de quien estaba fascinada, se casa con Goebbles, su mini-yo, pero a todos los hijos les impuso nombres que comenzaban por H, incluido el primero, fruto de su primer matrimonio. Ella era la aria perfecta: rubia, inteligente y muy prolífica. Y acudía a las representaciones de teatro y ópera muy elegante, no como algunos jerarcas del partido que se dormían en plena función.
Comentario de Beltza (01/08/2013 23:46):
Jojo
Si, un encanto de mujer y un compendio de virtudes, salvo por lo de envenenar a sus hijos. Me imagino que prefería eso a verlos convertidos en futuros miembros de la Organización de Pioneros Ernst Thälmann en la RDA.
“al no poder casarse con Hitler”
¿Le estubo rondando o qué? Sería interesante ver una cena a cuatro Adolft-Eva-Joshep-Magda, aunque un poco raro que todos intentasen llevarse al huerto a Adolfito.
“Ella era la aria perfecta: rubia, inteligente y muy prolífica.”
Con esa definición hoy en día también tendría una buena cola de pretendientes.
Comentario de Carlos Jenal (02/08/2013 14:09):
JoJo,
El libro habla poco de Magda; al estar muy basado en los diarios, conforme estos se hacen más “políticos”, mencionan menos la vida privada de Goebbels. Lo cual me parece otro gran fallo del libro, ya que tampoco nos adentramos por esa vía en la personalidad del sujeto. Particularmente sus relaciones con las mujeres: la primera novia que le deja por otro con posibles, la “buena amiga” con la que no se casa por ser medio judía, la Baarova con la que se muestra abiertamente, y las docenas y más de actrices que se cepilla, algunas en el propio ministerio. La verdad es que Magda y Baarova solo salen cuando el asunto llega a afectar a su carrera y posición.
La pregunta “¿pero porqué tenía toneladas de sexo con docenas de hermosas mujeres?” puede sonar tonta, pero creo que más allá del “porque puedo” había razones ancladas en la personalidad de Goebbels, y no se analizan.
Lo de los nombres con H parece que era una tradición de la familia del primer marido de Magda, que les puso Hellmut y Herbert a dos hijos de un matrimonio anterior. Harald, el que tiene con Magda, nace en 1921, mucho antes del ascenso de Hitler. Magda se divorcia y se aburre bastante en su pisazo de lujo de Berlin, así que se pasa por la oficina del NSDAP para ocuparse con algo, y allí parece que se prenda de Goebbels, no se si de manera sincera o para acercarse a Hitler, el libro no comenta apenas los motivos de Magda.
Comentario de JoJo (02/08/2013 15:56):
Gracias Carlos, la Sra Goebbles era una “perla” pero su primer marido no le iba a la zaga. Gunter Quandt era un millonario que financió al partido nazi y al Reich, usó mano de obra esclava en sus fábricas y se apropió de bienes y negocios incautados a empresarios judíos. Hace unos años, estando yo en Alemania, emitieron un reportaje sobre la familia Quandt y sobre cómo se habían enriquecido aún más con el nazismo. Al poco, los descendientes anunciaron la creación de una fundación y blablabla….No sé cómo acabó el tema.
Comentario de Guillermo López García (04/08/2013 14:43):
Cojonuda reseña, gracias a Carlos por leerse el libro y resumirlo tan admirablemente. Sobre el entusiasmo del autor del libro por citar profusamente a Goebbels, recuerdo que cuando apareció la biografía de Ian Kershaw sobre Hitler (a finales de los 90) también utilizaba muchísmo los diarios de Goebbels. El motivo era que entonces acababan de salir a la luz, tras el hundimiento de la URSS, y todos los historiadores del ramo se habían lanzado vorazmente sobre ellos. Eso podría explicar que este libro, que supongo que se escribió al hilo de la aparición de los Diarios, muestre tanto entusiasmo al glosar más y más citas directas. Aunque luego el resultado pueda ser un tanto pesado para el lector.
Comentario de Enrique ZZ (23/08/2013 11:05):
Reseña muy interesante, escrita con mucho detalle. Gracias Carlos. Demuestra una vez más, como una actitud servil y mezquina son cualidades necesarias para ascender muy alto en política.