“Son periodistas, pero no tontos”
Hace diez años, se vivió uno de los escándalos políticos más alucinantes y bochornosos de la historia de las instituciones democráticas en España. Los diputados socialistas madrileños Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez se ausentaron de la Asamblea de Madrid, lo que provocó que Rafael Simancas no pudiese ser elegido presidente de la Comunidad Autónoma tras el resultado electoral obtenido dos semanas antes. El golpe fue de tal calibre que se convocaron nuevas elecciones, aupando a la presidencia a Esperanza Aguirre con mayoría absoluta.
Con todo, el escándalo no fue sólo político, sino también mediático. Porque desde el mismo momento en el que los tránsfugas huyeron de la votación, empezaron a surgir sospechas sobre las verdaderas motivaciones de Tamayo y Sáez para traicionar a su partido. De inmediatos surgieron infinidad de nombres de particulares y empresas pertenecientes a un conglomerado urbanístico y especulativo con un fin bien trazado: la elección de Simancas era malo para el negocio y convenía que ganase el PP las elecciones a toda costa para poder ir adelante con los distintos planes urbanizadores y con la privatización de la sanidad y la educación.
Estas sospechas siguen siendo, diez años después, eso, sospechas. Porque ahí está el escándalo de unos medios de comunicación que han sido incapaces de seguir la pista de las sospechas y denunciar los entresijos de una operación que alteró la política madrileña y española. Lo realmente vergonzoso es que una sociedad viva con un escándalo político de primer orden ante sus narices y que los medios de comunicación sean incapaces de explicarles a sus ciudadanos qué sucedió realmente y por qué es tan sencillo para cierta clase política tomarse a pitorreo el resultado de unas elecciones democráticas.
Para corroborar el engaño mediático, Felipe Serrano, periodista de la Cadena Ser, acaba de publicar el libro El tamayazo. Crónica de una traición, conmemorando el décimo aniversario de tan infame efeméride. El libro trata de explicar en qué consistió el tamayazo y se sitúa el periodista en una incómoda posición: como alguien que quiere desvelar la verdad (porque eso es lo que dicen que hacen los periodistas) pero también como alguien que actúa con objetividad. ¿En qué quedamos? ¿Quiere el periodista relatar los hechos existentes o quiere removerlos para averiguar la verdad? La empanada mental se manifiesta ya en el prólogo del libro, cuando el autor escribe, refiriéndose al tema que va a tratar:
Material de alto voltaje, ya lo creo, aunque aquí no se juzga nada (…) Lo que viene a continuación es una crónica periodística. Un reportaje desprovisto de cualquier elemento de ficción. Un relato frío y desapasionado, riguroso con los hechos. Porque no ha sido misión de quien firma el relato reinterpretar la historia del tamayazo, sino indagar en ella, levantar acta, aportar novedades, situarla en un contexto más amplio y contarla de forma fidedigna (pág 15)
Es muy gracioso cómo los periodistas españoles suelen apelar al adjetivo “periodístico” para no decir nada. Y es gracioso también un bagaje teórico y argumentativo tan pobre que lleva a que el cronista de turno confunda “un relato desapasionado” con una falsa visión de la objetividad. Eso significa que el periodista se ha leído rápidamente a Truman Capote y Tom Wolfe y que cree que el periodismo consiste en contar las cositas, con cierta distancia, exponiendo los hechos sin más. Eso sí, con “criterios periodísticos” y “sin juzgar”.
Pues no. Las cosas no son así. Los periodistas norteamericanos indagan, se apasionan, juzgan los hechos que tienen delante y se inmiscuyen en la acción política. Porque el periodista tiene que juzgar, reinterpretar continuamente la historia oficial y no contar las cosas de manera fidedigna, sino aportar un nuevo relato de los hechos. El objetivismo del “nuevo periodismo” estadounidense de los años 60 no consiste en reproducir como un papagayo las notas de prensa, sino en crear nuevos relatos, darle la vuelta a los datos ya conocidos. Por eso, es imposible, además, eliminar los “elementos de ficción” de los trabajos periodísticos. Truman Capote llenó A sangre fría de elementos de ficción, porque cualquier reconstrucción de un diálogo o recreación de un hecho supone ya un “elemento de ficción”. El periodista juzga, claro que sí, y, de hecho, ésa es su función: fiscalizar al poder, desvelar sus mentiras y juzgar las informaciones oficiales.
Porque es una falacia eso de que se puede escribir sin “elementos de ficción”. ¿Acaso este diálogo que aparece entre José María Aznar y Esperanza Aguirre no es un “elemento de ficción”? ¿O estuvo allí el periodista grabando?
–Yo creo, Esperanza, que si sales investida presidenta aprovechando la desaparición de estos dos, se puede volver en nuestra contra. Nosotros a lo nuestro. Pienso que lo mejor, ya que el problema es suyo, es que impongamos nuestros votos (55) en todas las votaciones, y no que seamos nosotros los que les resolvamos el lío en el que se han metido. Deberíamos ir a unas nuevas elecciones que si, todo va bien, podríamos ganar holgadamente. No sé, ¿qué te parece? –pregunta Aznar, sabiendo de antemano que esa es también la idea de su interlocutora.
–Totalmente de acuerdo, y así lo haremos. El problema es suyo y tampoco es cuestión de darles facilidades –zanja el asunto Aguirre (pág. 45)
El problema de la prensa en España es su partidismo y su seguidismo de las instituciones. La precariedad de la profesión periodística y la dependencia de los medios de la publicidad institucional ha creado un efecto perverso: sólo se recurre a las fuentes que ofrecen estas mismas instituciones para elaborar las noticias. No hay periodismo de investigación y no se buscan nuevas fuentes que puedan contravenir los discursos oficiales. El libro de Serrano es buena prueba de ello porque su investigación se basa en preguntar una y otra vez a los políticos cuáles son los temas ocultos de la operación de Tamayo y Sáez. Y, vaya por Dios, por mucho que le pregunten a Esperanza Aguirre, ésta siempre niega su implicación en la trama. Es un periodismo de preescolar: es como si Woodward y Bernstein hubieran pretendido descubrir el Watergate basándose en entrevistas a Richard Nixon y a Charles Rebozo.
Es otra de las lecciones del periodismo de investigación estadounidense: hay que acudir lo mínimo posible a las fuentes institucionales y siempre para cuestionarlas sin descanso. El libro El tamayazo está construido sobre fuentes institucionales y no hay un posicionamiento valiente del periodista que ponga en aprietos a sus entrevistados. Cuando habla, por ejemplo, con José Luis Balbás (el jefecillo de chanchulleos de Tamayo), le hace una leve insinuación sobre el secreto bancario de Gibraltar, pero ahí queda, sin explicar nada más (pág. 89). Tremenda valentía la del periodista que ha hecho una insinuación sobre cuentas secretas. Otra prueba la vemos cuando Serrano intenta ir al meollo, al negocio del ladrillo. ¿Quién le pone sobre la pista? Un ministro, Fernández Bermejo (pág. 189). Para tirar del hilo, Serrano acude a lo que dicen Esperanza Aguirre y Alfonso Guerra en mítines y actos públicos. Ése es el periodismo de investigación a la española, el que pretende llegar a las cloacas a base de preguntarle lo mismo a los políticos una y otra vez. Es la base de nuestro periodismo: un periodismo de declaraciones y contradeclaraciones.
El libro no arroja ninguna luz sobre el tamayazo. Y el colmo llega al final, cuando el autor promete un capítulo donde se detalla la verdad. Ahí está el título del capítulo: “El ‘Plan B’: La mano invisible”. La revelación más importante del capítulo la realiza el periodista… cuando lee lo que ha escrito en su blog Rafael Simancas al respecto de que los especuladores inmobiliarios compraron el gobierno de Madrid (pág. 224). A partir de ahí, mucha descripción de quién es quién en el mundillo empresarial y político madrileño, sí, pero ni una investigación sobre lo que pasó en 2003 y cuyas consecuencias son más que evidentes. Por eso viven tan plácidamente ciertos políticos y empresarios, sabiéndose impunes. Porque saben que, con una prensa así, pueden seguir robando en la cara de todos los ciudadanos, que tardará en llegar un periodismo incómodo. Al menos, entre la clase periodística tradicional que se limita a pontificar sobre los valores de las “técnicas periodísticas”.