Elías Querejeta
El proyecto disidente
Dentro de unos años, cuando se haga balance en nuestro país de todo lo que se ha destruido en nombre de la prima de riesgo, ocupará un lugar predominante el cine español. Porque el proceso de aniquilación de la sanidad y la educación está teniendo una cierta contestación que, aunque insuficiente, por lo menos pone al descubierto una estrategia que nuestros gobernantes de derechas querían ocultar. Pero con el cine español ha sucedido una cosa curiosa, una cierta sensación de alivio por su desaparición como industria. Se trata de un colectivo al que se ha elegido como chivo expiatorio de los males de nuestra sociedad. Desde el “no a la guerra” y el “hay motivo” de 2003-2004, se ha intensificado una brutal campaña político-mediática contra una industria que se resistía a estar del todo domesticada.
Esta renuncia al servilismo y a la domesticación nunca ha sido, con todo, una directriz global del cine español sino que ha estado encarnada por una serie de profesionales que se han resistido a seguir las modas, es decir, a bailar al son que iban marcando las conveniencias y pasteleos políticos. Sin duda, Elías Querejeta era uno de los que estaba al frente y en la sombra a la vez, trabajando incesantemente desde una perspectiva que resulta ejemplar: la consideración de que el cine es una herramienta de reflexión y contestación, un instrumento que tiene que situar al espectador en el centro del debate ya que las películas, como manifestaciones culturales que son, siempre elaboran un diálogo con el contexto social en el que se realizan.
Esta premisa resultaba radicalmente moderna en los años 60, cuando inició Querejeta su carrera importando a España las propuestas de renovación del cine europeo de las nuevas olas. Y lo sigue siendo en la actualidad, con unos dirigente rearmados y dispuestos a acabar con la cultura de una vez por todas. Así lo vemos en películas como Noticias de una guerra, que se oponía, en pleno debate sobre la memoria histórica de las víctimas del franquismo, al intento de la clase política actual por masacrar todo aquello que critique las miserias que se ocultan tras las grandes palabras como “consenso”, “pacto de Estado” o “progreso”.
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Pero Querejeta no era un tipo que pensase en la cultura como una cuestión de minorías. Al contrario, su obra muestra que los debates tienen que llegar a la mayoría. Es así como en su obra vemos una influencia fassbinderiana al introducir, en la modernidad europea de los años 50 y 60, la tradición de la industria del cine clásico norteamericano. Fassbinder venía a decir que él quería hacer en Alemania lo mismo que se hacía en Hollywood (producción de películas en serie) pero llevando a primer término el debate ideológico, sin ocultarlo. Su objetivo era evitar la derechización de la sociedad a través de la educación audiovisual. En Querejeta también se ve este objetivo y ese camino: en una industria tan precaria como la del cine español, llegar a producir más de 50 películas sin renunciar a unos postulados de izquierdas confirma el aprendizaje de la lección del cine estadounidense, la producción en serie.
Porque el cine de Hollywood ha sido, en sus estructuras, un cine de productores. Uno de los nombres más paradigmáticos es el de Irving Thalberg, el todopoderoso productor de la Metro en los años 30, que falleció a los 37 años de edad. Thalberg puso en primer término la responsabilidad del productor, poniendo en vereda a los directores y actores. Fue él quien acabó con la carrera de Erich von Stroheim, que nunca entendió que el cine es también una industria con un presupuesto económico que no se puede desmadrar. Y fue él quien hizo que los hermanos Marx firmasen un pacto con el diablo: si los Marx querían seguir haciendo películas, tenían que olvidarse de la radicalidad política de Sopa de ganso y someter su anarquía a una línea argumental tontorrona y recurrente, la de ayudar a una pareja de enamorados a consumar su felicidad. Los Marx siguieron haciendo películas, sí, pero siguiendo el modelo de Una noche en la ópera, es decir, siguiendo las pautas establecidas por el productor que moldea los mensajes que tiene que digerir el público.
Querejeta aprendió bien la lección y siempre entendió el oficio de productor dentro de estas claves. Sus distanciamientos con Carlos Saura o Víctor Erice son, como en los casos anteriores, problemas de gestión de ideas y de la confusión, por parte de ciertos cineastas, entre cultura y negocio. Su trabajo como productor consistió en estar pendiente de esta dualidad, de mirar a la taquilla sin renunciar a sus ideas. Y ahí queda una trayectoria modélica en películas como El espíritu de la colmena, El desencanto o Los lunes al sol. En todas ellas se mete el dedo en la llaga y no es hasta tiempo después cuando se comprueba lo oportuno que fue hacerlas en su momento. Pocas películas muestran el proceso de demolición de todo un sistema como lo hace El desencanto, pocas han presentado la soledad y el silencio de la postguerra como El espíritu de la colmena, y poquísimas películas españolas han presentado el problema del paro con la crudeza de Los lunes al sol. Siempre insertándose en unos modos narrativos europeos: el retrato de lo cotidiano, del día a día, de las pequeñas cosas que nos van sucediendo y a las que no les damos importancia.
El fallecimiento de Elías Querejeta certifica también la defunción de un cine español y de una industria tal y como la hemos conocido hasta ahora. El proceso de demolición es total, y falta por ver si los proyectos y enseñanzas de Querejeta encuentran su eco en fórmulas que hagan frente a las avasalladoras políticas que pretenden acabar con todo lo que no sea entidades bancarias y clubs de fútbol. De momento, estas políticas están dando sus frutos y el cine español, como estructura, está totalmente liquidado. Se siguen haciendo algunas películas, sí, pero más como testimonios aislados que como reflexiones coherentes y articuladas que les planteen a los espectadores las preguntas oportunas. Querejeta planteó muchas cuando había que plantearlas. Ahora queda, visto su persistente legado, una cierta esperanza de que se pueda seguir haciendo en tiempos cada vez más difíciles.
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Comentario de Caliban (09/06/2013 14:41):
Acertado retrato de las luces y sombras un personaje peculiar, indisoluble de la historia del cine español de los últimos 50 años, que se dice pronto. Y si bien es cierto que se le puede echar en cara ese continuo cálculo entre taquilla y libertad creativa que, en algunos casos, terminaba distanciándolo de algunos de los mejores directores con los que trabajó, también es verdad que al final ha terminado por ser un tuerto en el país de los ciegos, en el país de los productores que ven el cine como contabilidad, de los espabilados arribistas y los recolectores de ayudas y créditos oficiales como razón única y última de su interés en el medio. Y esto, junto al desprestigio y a la propaganda interesada es lo que ha acabado demoliendo lo poco que quedaba en pie de la “industria”, no nos engañemos.
Pero según se han ido cerrando las pocas vías que quedaban en el sistema “estandar”, se han ido abriendo otras, más independientes y autónomas, y también más precarias, sí, pero que precisamente por eso han permitido ejercicios más arriesgados, originales y combativos tanto a nivel de creación como de producción y distribución. Así sea. Si no nos queda más, y eso parece, pues que entre el aire y veamos al final en que queda.
El lado positivo es que un arte como el cine difícilmente morirá. No lo ha hecho en la gran mayoría de países que han pasado, y pasan, por situaciones económicas y sociales peores que la nuestra. Ahí están las muestras de vitalidad del cine del sudeste asiático, latinoamérica o europa del este.
Comentario de paco (11/06/2013 10:39):
una pension menos!!!
Comentario de Cossack (12/06/2013 09:54):
Juas. El cine español “na industria que se resistía a estar del todo domesticada”. Y el mercado editorial una industria donde el respeto a la inteligencia del lector prima sobre el beneficio rápido, no te jode.
Lo que pasa con el cine español es que se trataba de una industria sometida a una estricta ortodoxia política, eso sí, solo de parte del espectro político español, mientras captaba dinero de todos los españoles, la mayoría de los cuales no son de su cuerda.
Que sí, que hay otros negocios que hacen lo mismo. Mal por ellos, y ya se criticarán en su momento. Pero ahora toca hablar de cine, y lo cierto es que a muy pocos en la industria del cine español se les ocurre pensar “Oye, ¿y qué quiere ver el público?”.
Comentario de Manuel de la Fuente (12/06/2013 10:57):
Cossack, es que eso que dices forma parte del estereotipo.
En cualquier caso, aunque fuera cierto que el cine español no se pregunta lo que quiere ver el público, prefiero eso mil veces más que lo que sí dice el cine de Hollywood: “Nosotros vamos a decidir por ti lo que quieres ver”.
Comentario de N (14/06/2013 15:16):
Lo que el público quiere ver son películas de elfos y enanos o vampiros adolescentes, no olvidemos a los zombis….
Gracias a ese público tan instruido ahora las ventas de vaselina se han disparado. Además es mejor meterse con el cine español que con la conferencia episcopal o el real Madrid por la misma razón que cuando un grupo de macarras apalizan al más débil siempre es más conveniente ponerse del lado de los macarras y pegar tu también lo más duro posible.
Comentario de Álvaro (14/06/2013 15:33):
¿podríamos hacer una lista de películas de izquierda peligrosa y ofensiva subvencionadas y ponerlas al lado de todas las películas subvencionadas ese año y comprobar cuánto se ha subvencionado la ideología siniestra?
Comentario de juan carlos I (15/06/2013 02:19):
A mi, una “industria” que no tiene a Juanma Bajo Ulloa secuestrado bajo chantaje para rodar “Airbag 4” es una putisima mierda, como cine, y como industria.