Este año la Liga española ha confirmado todo lo que había venido apuntando en los años anteriores: la competición es una mierda. Lo es porque la distancia entre los dos mejores equipos y los demás continúa siendo sideral, y la única competición real, haciendo abstracción del obsceno y pesado, cada vez más, bipartidismo por el título, es la que se da por entrar en los otros dos puestos de Champions League y, sobre todo, la lucha en el barro por el descenso, a la que se apuntan siempre muchos equipos, dado que la mayoría son malísimos y difícilmente podrán dejar de serlo, dado que están quebrados. En cuanto al engendro conocido como Europa League, cuya mejor definición es que el premio por ganarla es jugar otra competición el año siguiente, hay equipos que, directamente, se dejan llevar para ahorrarse el coñazo de tener que jugarla alguna vez.
La novedad de este año es que hemos podido constatar que también los dos grandes, los dos Mejores Equipos del Mundo, son una mierda. Hombre, una mierda pues no sé, pero a nivel europeo bastante flojito. Está claro que llegar a semifinales de Champions es un éxito con el que cualquier entrenador se iría orgulloso y lo incorporaría a su currículum, pero tratándose del Mejor Equipo del Mundo Y del Universo Conocido (MEMYUC) y del que se había convertido en rival a batir por parte del propio MEMYUC, pues que lleguen unos alemanes borrachos y te eliminen goleándote obscenamente como que no impresiona demasiado [1].
Y de cara al futuro las cosas serán aún peores. O mejores, según se mire. En el Barcelona, Rosell continúa, con mano firme, desguazando la herencia de Guardiola, a la vez que emulándole en fichajes carísimos especializados en hacer bicicletas. El síndrome de Joan Gaspart comienza a hacer de las suyas, a la espera de que se jubile Xavi. La ventaja esta vez es que ni siquiera tendrán que pasar dificultades para clasificarse para la Champions, como en los mejores tiempos de Gaspart. El Madrid, por su parte, hará lo que siempre hace: gastar, gastar y gastar, más ahora que le han birlado al genio de las bicicletas y que el entrenador fetiche se ha marchado. Gastar como si no hubiera un mañana, mientras la más reciente incorporación de la cantera, Iker Casillas, celebra su 32 cumpleaños.
Dos equipos millonarios que gastan dinero a espuertas, endeudándose a mansalva (lo cual tiene mérito, teniendo en cuenta lo mucho que ingresan cada año). Por debajo de estos dos, raro es el club que no esté en situación de quiebra técnica. Los clubs arrastran deudas de las que no pueden pagar ni los intereses; no pueden fichar y apenas pueden vender, porque casi nadie en España puede comprar a sus jugadores, y no todos pueden colocarle un jugador a algún jeque árabe o mafioso ruso despistado. Por otra parte, el interés por el fútbol en el público, por increíble que pueda esto parecer, comienza a diluirse. El fútbol, el mayor maná lúdico de todos los tiempos, es tan coñazo, está tan desvirtuado por las jornadas inacabables de las teles, los partidos amañados y la gestión delirante, que quizás en un futuro no sólo sean los estadios los que se vacíen, sino también la audiencia de televisión. Y, si eso pasa, se acabó la burbuja del fútbol. Y, con ella, se acabaron muchos de los clubs españoles de primera y segunda división, desguazados por promotores inmobiliarios analfabetos o en manos de millonarios que fichan estrellitas… Hasta que se cansen del juguete y lo tiren a la basura.
El problema al que se enfrentan los clubs de fútbol es serio. Hasta ahora, han sobrevivido a trancas y barrancas merced a los favores del poder político y al miedo de los acreedores –públicos y privados- por tratarlos como a cualquier otro deudor, no vaya a ser que la masa social del club se les echase encima. Pero entre que dicha masa social es cada vez menor y que la gente ya lo está pasando lo bastante mal como para que no le conmuevan los lloros del presidente del club pidiendo 100 milloncejos de euros de dinero público para arreglarse lo suyo, se antoja más que difícil que la situación pueda prolongarse muchos años más. Si hubiera dinero en el Estado la cosa se arreglaría por la vía de sanear a los clubs como si fuesen entidades bancarias: pagando los pufos privados con dinero público, que para algo está. Pero da la sensación de que ahora ya es demasiado tarde para que cuele algo así. Entre otras cosas, porque es mucho dinero y porque allí estará Bruselas para impedir que semejante cosa ocurra (que, si de Mariano Rajoy se tratase, no me caben dudas de que tomaría alguna medida para que no le emborronasen las portadas del Marca con disoluciones y cosas así).
Todo esto para decirles que, personalmente, casi prefiero que mi equipo, el Zaragoza, haya descendido a Segunda. Para arrastrarse por los campos de España, siempre con la sospecha de amaño de partidos detrás, y para estar en manos de un eximio representante de la clase de emprendedores que se forraron con la burbuja inmobiliaria, mejor en Segunda, donde el fútbol es –dentro de lo que cabe- algo más auténtico, los mercenarios tienden a desvanecerse y algún chaval de la cantera tiene opciones de curtirse. Y, si todo va bien y no ascendemos en digamos dos años, mejor aún: disolución del club y refundación, sin deudas de ningún tipo.