Hitler – Joachim Fest
A veces parece que en LPD dedicamos todo nuestro tiempo libre a leer biografías de Hitler y de los demás jerarcas del nazismo, libros sobre el Tercer Reich o la Segunda Guerra Mundial analizaos desde las perspectivas más diversas o novelas que tengan algo que ver, de algún modo, con un periodo tan convulso. Y sí, así es: ¿pasa algo? Aquí hemos reseñado libros sobre la Segunda Guerra Mundial escritos por Richard Overy, Michael Burleigh, Mark Mazover, además de, por supuesto, la monumental monografía de Antony Beevor al respecto. Naturalmente, también nos hemos acercado a biografías de gente tan fascinante como Albert Speer, o a aspectos concretos de la guerra, como los bombardeos sobre Alemania (El Incendio, de Jörg Friedrich), o el Día D, acontecimiento sobre el cual reseñamos un breve librito del propio Antony Beevor.
En este contexto, la pregunta pertinente no sería la que igual alguno de Ustedes está pensando: ¿es que no tienen nada mejor que hacer que leer libros sobre este tema?, sino la pregunta retórica: ¿es que acaso hay algo mejor que hacer que leer libros sobre dicho tema? Pues la verdad es que no; bueno, no sé, me apunta un amigo desnaturalizado que quizás sea mejor aún leer libros sobre la Segunda Guerra Mundial mientras uno recibe sexo oral, pero me permito matizar que no está claro que sea mejor, porque igual pierdes la necesaria concentración, y que en todo caso lo uno no quita lo otro. ¡En LPD nos gusta tanto leer sobre la Segunda Guerra Mundial como al Campechano ayudar a las empresas españolas a conseguir contratos a cambio de nada! ¡De NA-DA!
A lo que íbamos: ¿merece la pena leerse esta biografía sobre Hitler, de Joachim Fest, con la inversión de tiempo y energías que supone (1100 páginas como 1100 soles)? La respuesta breve es que, sin duda, sí. Ahora, pasemos a los motivos concretos.
El primero: Joachim Fest es un historiador alemán especializado en la época del nazismo. De hecho, la afamada película El Hundimiento se basa en una obra suya, del mismo título. Todo esto nos permite salirnos algo de la a veces opresiva hegemonía de la historiografía anglosajona, no exenta de efectos secundarios (Inglaterra buena, los demás malos, como en “Combate moral”, de Burleigh).
El segundo: el último libro de Fest es una autobiografía de 2007, poco antes de su muerte, titulada “Yo no”. Lo que quería decir con ese título, para entendernos, es: yo no colaboré con el nazismo, a diferencia de ese, ese, y ese de más allá, que son todos unos putos criptonazis que intentaron lavarse la cara, sobre todo Jürgen Habermas, mi archienemigo, filosofillo de poca monta que se las daba de demócrata progresista pero a los 14 años bien que formó parte de las Juventudes Hitlerianas, y tan es así que escribió una carta a un amigo explicándole lo cojonudo que era Hitler. Y cuando el amigo, 30 años después, le sacó la carta para avergonzarle (así son los alemanes, amigos, con su implacable persecución de todo lo que les incomoda), Habermas, el eximio filósofo… SE LA COMIÓ. Y con ello, digerida la carta, pretendía ocultar su nefando pasado ¡Pues no! ¡Ah, se siente, no haber sido nazi hace setenta años! ¡Jódete, Habermas, so nazi, que eres más nazi que la perra y el fotógrafo de Hitler juntos!
En resumen: que Fest decidió que su legado, su texto autobiográfico, sirviera para sacar pecho y, sobre todo, para poner en evidencia a los demás. Chapeau. Este hombre es un redomado hijoputa, de esos que llegan a caer bien, de lo hijoputas que son. Razón de más para leernos su libro de Hitler: un hijoputa así no se detendrá demasiado en explicarnos, párrafo tras párrafo, que Hitler era mu malo, que eso ya lo sabemos, y se centrará, en lugar de ello, en profundizar en la personalidad de Hitler y las razones de su éxito.
Que esto es, en efecto, lo que hará Fest: una monumental descripción psicológica, con notable capacidad de penetración, de la figura de Hitler, muy superior, en ese aspecto, a cualquier otra biografía o acercamiento que yo me haya leído del personaje. Tiene otros defectos que, a mi juicio, juegan en su contra, fundamentalmente que deja a veces de lado la contextualización histórica y que es demasiado lineal en la narración temporal (lo que significa que le dedica el mismo espacio a los años veinte que a los años treinta, y más que a los años cuarenta). Por esa razón, yo me seguiría quedando con la biografía de Kershaw (a la que Fest menciona en el prólogo en plan “bueno, se lee bien, pero no aporta nada nuevo”), pero oiga, que, como hemos aprendido al principio del artículo, cuando hablamos de Segunda Guerra Mundial una cosa no quita la otra.
¿Cuál es la personalidad que bosqueja Fest de Adolf Hitler? Claramente la de un psicótico, totalmente desprovisto de empatía por nadie. Hasta ahí, nada nuevo. Pero también de alguien tremendamente hábil para detectar las debilidades de los demás y para aprovecharse de ellas en su propio beneficio, lo que explica, en gran medida, su éxito en la paulatina escalada hacia el poder, e incluso en las primeras decisiones que adopta una vez comenzada la guerra. Y de alguien, por último, con una pulsión destructiva verdaderamente aterradora que está presente desde el principio: tendencias suicidas nunca consumadas hasta que se vuela la tapa de los sesos en el búnker de Berlín, tendencia a realizar apuestas de “todo o nada”, … Y, por supuesto, el desalmado afán por destruirlo todo y a todos, tanto en la victoria contra sus enemigos (salvaje campaña en el Este, Holocausto judío y de otras minorías, como gitanos y homosexuales) como en la derrota con su propio pueblo, que, según él consideraba, debería inmolarse en un final wagneriano una vez asumida su incapacidad para vencer a sus enemigos. Y lo mismo debía ocurrir, en órdenes cursadas que después no se aplicarían, con la propia Alemania: debían destruirse todas las infraestructuras básicas para impedir que los Aliados pudieran aprovecharse de ellas, y sobre todo para llevar hasta sus últimas consecuencias, hasta el exterminio, la derrota de Alemania:
Su concepto sobre la conducción de la guerra, que no era más que la estrategia del grandioso hundimiento, le inspiró sus últimas decisiones (…) Debían ser demolidas todas las empresas industriales y abastecedoras, pero también todas las instalaciones precisas para el mantenimiento de la vida: los almacenes de víveres y los sistemas de canalización, las centrales transformadoras, cables de alta tensión y torres de emisoras, las centrales telefónicas, el tendido eléctrico y los depósitos de piezas de recambio, los documentos de los registros civiles y de empadronamiento, así como todos los registros de cuentas corrientes de los bancos; incluso estaba prevista la destrucción de los grandes monumentos artísticos, en caso de que hubiesen sobrevivido a los ataques aéreos: edificios históricos, castillos, iglesias y teatros dramáticos y de ópera. La naturaleza vandálica de Hitler, que siempre estuvo latente bajo su delgada capa de cultura burguesa –el síndrome de barbarie-, surgía ahora sin máscara alguna. En una de las últimas conferencias sobre la situación se quejaba (…) de no haber desencadenado una revolución al estilo clásico. Tanto la conquista del poder como la anexión de Austria se habían visto afeadas por el “defecto estético” de una resistencia inexistente. De otra forma, “hubiésemos podido destrozarlo todo”, manifestaba Goebbels, mientras Hitler se lamentaba de sus numerosas concesiones: “Uno siempre se arrepiente, después, de haber sido demasiado bueno” (págs. 1007-1008).
Aunque obviamente se centra en la figura de Hitler, y a pesar de que su enfoque deja de lado algunas cuestiones contextuales, la obra sí que narra con precisión los motivos que explicarían el éxito de Hitler en Alemania, de tipo económico (la Gran Depresión y las reparaciones de guerra de Alemania), nacionalista, y también político y social, deteniéndose con cierta delectación en explicar cómo los partidos conservadores alemanes ya habían virado hacia el autoritarismo antes de la llegada de Hitler a la Cancillería del Reich, y cómo, cuando éste llegó, le cedieron gustosos todo el poder. Y lo hicieron porque la democracia no era para ellos –para la mayoría de ellos- algo que tuviera ningún valor, sino un fastidio que había que quitarse de en medio para volver al Estado autoritario prusiano de toda la vida, convenientemente radicalizado con la excusa de que la izquierda era más mala que nunca. De manera que aquí no vamos a encontrar una explicación complaciente, de esas que le gustan tanto a cierta derecha española, en plan “es que la República de Weimar ya andaba muy mal, y claro, pues hubo que apoyar a Hitler, qué remedio”. Y esto, conviene decirlo, resulta especialmente reconfortante si tenemos en cuenta que Fest era un historiador eminentemente conservador; y que, de hecho, defendió sus postulados conservadores desde una plataforma tan privilegiada como la sección de Cultura del Frankfurter Allgemeine Zeitung.
Por último, Fest tampoco pone paños calientes, como es lógico, respecto de la actitud pacata y vergonzosa de las potencias occidentales y su estrategia de apaciguamiento “paz en nuestro tiempo” casi a cualquier precio, y que llegaba a extremos a veces ridículos. Sirva de ejemplo la actitud del embajador inglés durante la época de la reinstauración del servicio militar obligatorio en Alemania (1935):
Cuando Hitler (…) llegó a la embajada inglesa, junto con Göring, Ribbentrop y algunos ministros más de su gabinete, el señor y dueño de la casa, sir Eric Phipps, había alineado en el salón de recepciones a sus hijos, quienes extendieron sus pequeños brazos hacia Hitler con el saludo alemán, pronunciando un vergonzoso “Heil!”. (pág. 693).
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Comentario de Alexandre (01/04/2013 00:31):
Sobre el tema, nada.
Sobre leer y sexo (oral o no): http://claytoncubitt.com/hysterical-literature/
Comentario de Mouguias (01/04/2013 01:05):
Hombre, la verdad, por lo que leo viene este señor a decir lo mismito que Sebastian Haffner ya condensó en ciento y poco páginas.
Hitler es el personaje mas asombroso de la historia. Creo que si hubiera vivido en tiempos de Herodoto, pensariamos que su biografia es puro mito y que mira estos antiguos, menudas trolas se montaban en la cabeza. Esa maldad demoniaca, ese ascenso imparable y esa caida catastrofica, arrastrando al mundo entero, parecen pura mitologia.
No os avergonceis de ser adictos a la IIGM, la cosa se explica sola: no ha pasado nada interesante desde entonces.
Comentario de Beltza (01/04/2013 13:46):
Hombre Mouguias yo estoy encantado de que no haya pasado nada “interesante” (al margen de la guerra fría, el genocidio ruandés, la desintegración de yugoslavia, la revolunción iraní, la descolonización, la independencia de Timor Leste, las revoluciones árabes y la destrucción de la ¿unión? europea) pero yo se lo achacaría más a la perspectiva histórica, al paso del tiempo vamos; que el café aún no está templado para según que temas. Cuando acaben de exprimir la 2GM me imagino que continuarán con los inicios de la guerra fría y Kwame Nkrumah -aunque este último tiene menos boletos, por ser negro obviamente-.
La realpolitik que nos desgobierna desde hace tiempo no deja mucho sitio ni a la poesía, ni al heroísmo, ni al idealismo, ni a la locura megalomaníaca. Aunque que un tio adiestrado por la CIA fuese el responsable del mayor ataque contra suelo norteamericano desde la 2GM no deja de tener cierta justicia poética…
“Uno siempre se arrepiente, después, de haber sido demasiado bueno”
A mi me pasa lo mismo.
Esta frase la podría haber escrito Shakespeare para su Ricardo III.
Comentario de Eye (01/04/2013 16:52):
Que Hitler tenía ciertos rasgos psicóticos no lo niega nadie. Erich Fromm ya lo dijo hace cincuenta años.
Lo que me intriga es cuántas de sus decisiones delirantes vinieron motivadas por su abuso de drogas. A partir de 1941 Hitler vivió cada vez más en la nube, manteniendo una actividad febril gracias a las anfetaminas y sabe Dios qué más. Hacia el final de la guerra estaba totalmente ido y sufría unos cambios anímicos brutales, supongo que a causa del cansancio, la tensión y los vaivenes de los estimulantes. Es una faceta de la locura de Hitler de la que no se suele hablar demasiado, y sin embargo a mí me parece interesante: un país dirigido por un yonqui con periódicos síndromes de abstinencia no puede terminar bien.
Comentario de Perri el sucio (01/04/2013 20:26):
Eye, es triste de decirlo, pero en aquellos años las anfetas eran el no va más, no se conocían aún bien sus efectos secundarios a largo plazo (y lo que se intuía no le importaba demasiado a nadie). Normalmente los soldados aliados y alemanes en grandes operaciones recibían dosis para estar a tope- ya tú sabeh, y donde eso era un lujo de alta tecnología, como en españaña, recurríamos al “saltaparapetos” (brandy de garrafón) y similares. En realidad coger un libro de historia estando totalmente sobrio nos hace perder mucho del contexto de la mayoría de grandes decisiones desde la edad del hierro, al menos.
Beltza, creo que lo que el camarada mouguias quería decir, o al menos como yo pienso, es que desde entonces no ha pasado nada interesante: mayormente, grandes potencias acorralando en callejones a países pequeños para pegarles palizas (o países pequeños usados como títeres por las potencias), hasta llegar al colmo en ese campo que es la moda de los drones. En la IIGM el que quería ser/seguir siendo potencia se lo tuvo que currar. Vale, se lo curraban por la vía de sacrificar a sus clases populares tanto en el frente como en la retaguardia como si esto fuera el euro, pero hay que reconocer que incluso los yankis tuvieron que sudar un poco para sacar la cosa adelante.
Comentario de JoJo (01/04/2013 23:02):
He aquí algunos de los tratamientos que el doctor Morell le aplicaba a Hitler: http://es.wikipedia.org/wiki/Theodor_Morell
Lo que me extraña es que tuviera que suicidarse y no la palmara por sí solo.
Comentario de Beltza (02/04/2013 00:07):
“En la IIGM el que quería ser/seguir siendo potencia se lo tuvo que currar.”
Pues tal y como está el orbe, con los yankis en decadencia -los bolivarianos les tienen revolucionado el patio trasero-, con los chinos/indios/brasileños asomando la patita, los rusos diciendo “esa Osetia es mia, y abkhazia también”, y europa germanizándose (o implosionando, vaya usted a saber) nos espera un comienzo de siglo la mar de entretenido oiga. Yo me conformo con que no acabemos a tortas nucleares.
Comentario de emigrante (02/04/2013 09:56):
Lo que más obsesiona a los alemanes de esta parte de su historia no es si Hitler se drogaba o si la locura la traía de casa sino la respuesta social. Es decir, el hecho de que todos le siguieran como lemings de cabeza al precipicio incluso al final cuando ya era evidente el sinsentido de la guerra y todo el III Reich. Que nadie fuera capaz de pararle los pies o siquiera fuera consciente de aquella locura, parecían españoles en plena burbuja inmobiliaria. Aparte del atentado de Stauffenberg y las travesuras de los hermanos Scholl no hubo ni oposición ni resistencia.
Comentario de desempleado (02/04/2013 10:49):
Si hoy en día escuchan “inflación” y se ponen como motos, imagínense a finales de los veinte.
Guillermo: “Explicar a Hitler” de R. Rosenbaum.
Comentario de Eye (02/04/2013 11:44):
Que las sociedades sigan ciegamente a sus líderes, por desastrosas que sean las consecuencias, es algo más habitual de lo que nos gusta creer. No creo que haga falta mencionar el estalinismo o Ruanda en los años noventa. El caso es que, nueve veces de cada diez, los fascistas tenían razón y Unamuno se equivocaba: vencer es convencer, o al menos lo hace mucho más fácil.
Somos primates gregarios, como los chimpancés. Tendemos más a acatar la autoridad que a cuestionarla, por no hablar ya de enfrentarnos a ella abiertamente. En contra de lo que muchos parecen pensar, el espíritu crítico no es algo que aparezca espontáneamente en la mayoría de las personas. A este respecto el experimento de Milgram es instructivo.
Ahora, los dictadores del siglo XX han hecho un gran servicio a las charlas de salón de la posmodernidad. “¡Condeno a Hitler! ¡Condeno a Stalin! ¿Verdad que soy un tío maravilloso?”. Ah, sí: ¡aparentar superioridad moral nunca fue tan fácil! De ahí la que le cayó a Günter Grass cuando reconoció su servicio en las Waffen SS. Media Alemania colaboraba con el régimen porque no había otro modo de sobrevivir, Grass era un crío de diecisiete años, y la decisión de ir al frente tenía cierta lógica cuando tu país estaba siendo invadido por extranjeros, aunque fuese a las órdenes de los nazis: los fariseos que se le echaron encima no perdieron un segundo pensando en estas circunstancias, lo importante era dejar claro que “él es malo, nosotros mejores”.
Comentario de Regularizado (02/04/2013 12:05):
Leí el libro y efectivamente reparte la atención de forma igual a cada periodo. Pero es que el libro no se llama “Hitler haciendo esas cosas que tanto morbo nos dan”, ni tampoco “Adolf: sus mediocres comienzos”, sino “Hitler”, porque quiere incluir ambas cosas.
El problema de todas las biografías, es que llega un momento donde resulta dificil separar a la persona del personaje histórico. Lo que hacía Hitler en la Viena de 1910 es genuino de él, las decisiones que toma en 1940 responden también a las voluntades de otros. Por eso, a partir de 1920 más o menos, la obra pasa de ser una biografía a ser un libro de historia.
A mi me gustó especialmente por eso, por rellenar el hueco relativo que tenía yo antes del golpe de 1923.
Comentario de ming (03/04/2013 12:15):
Una maldición china dice “ojalá vivas tiempos interesantes”. La IIWW lo fue. Sólo la cantidad de muertos (unos 60 millones) ya indica lo que fue. Como borrar en cinco o seis años España y pico. Por fortuna para nosotros, lo más interesante que ha acontecido desde entonces hasta nuestros días ha sido saber que el presidente Clinton se encontraba hablando con el mando supremo de la OTAN a propósito del bombardeo de posiciones serbias mientras Mónica le abrillantaba el misil. Esto sí que no sale en Herodoto, Mouguias.
Comentario de Regularizado (03/04/2013 19:27):
@ming, más bien 8 años, que los japoneses ya llevaban dos años haciendo barbaridades en China cuando empezaron los tiros en Europa. Y en efecto, somos afortunados por vivir tiempos aburridos. En cuanto llegó la crisis nos hemos dado cuenta todos.
¿Habrá algún Hitler en potencia metiéndose en un DAP ahora mismo?
Comentario de Destripaterrones (03/04/2013 20:55):
También sería interesante saber si toda esta producción cultural sobre la WWII obedece tan sólo a un interés genuino de la gente por conocerla, o bien es buscado. Lo digo porque esta guerra constituye el relato legitimador del orden mundial de la Guerra Fría, orden mundial que quedó dislocado, pero no liquidado, con la caída del Muro de Berlín, y que es en el que actualmente nos encontramos.
Comentario de Regularizado (04/04/2013 08:18):
@Destripaterrones
Yo creo que lo primero: suele haber mucho mayor interés (morboso, evidentemente) por lo malos que fueron los nazis que por lo heróicos que fueron los aliados (que además, a poco que se investigue, se ve que también pasteleaban que daba gusto).
Hay que decir que en cuanto a relatos de buenos y malos, cuesta encontrar unos malos más malos que los nazis.
Comentario de parvulesco (04/04/2013 21:47):
#14 +100 Pues de lo segundo hay mucho. No pelas a millones de personas con bomba nuclear incluida sin relato legitimador. Por qué nadie habla de la Primera?
Comentario de JoJo (05/04/2013 09:16):
Tranquilo, Parvulesco, el año próximo se cumple el centenario del inicio de la I GM, así que las editoriales se están reservando.
Comentario de Otto von Bismarck (05/04/2013 10:34):
#17 DiJcrepo.
Efectivamente la 1ªGM deberá retomar algún protagonismo y los ñiñicoh en los coles harán trabajos muy monos. Pero será transitorio. Una cosa que tienen las guerras es que la última sobrescribe a la anterior. Hay un túnel en París muy famoso porque una petarda británica que estaba saliendo con un moro y que era ex del futuro rey de Inglaterra se mató con un coche en una persecución con paparazzis. Épico, sin duda. La plaza sobre ese puente se llama así porque fue la primera batalla que ganaron los aliados de entonces en la Guerra de Crimea. En los iuesei las pelis se hacen ahora sobre la guerra del Golfo, pero sobre la actual, no sobre la primera. Y raramente alguna sobre la de Vietnam. Que ya no está de moda. La 2ªGM sigue molando solo porque es la más grande que ha habido, y que siga siendo así por muchos años oiga.
En el caso de España, pues los pobres cineastas ahí siguen con la Guerra Civil, Perejil no da para mucho. Si hicieras una peli sobre el desastre del 98 o sobre las guerras carlistas los cinco primeros minutos tendrían que consistir en una voz en off en plan la Guerra de las Galaxias contando de qué coño va eso.
Comentario de galaico67 (05/04/2013 11:03):
Se olvida de las Guerras de la Morería, pero por el bien de la amistad entre pueblos hermanos, ver a hispanos destripados por buenrollistas mogrebies ó a mogrebis gaseados ó pasados a la bayoneta por buenrollistas legionarios no toca.
Aparte de que la historia no iba a dejar en buen lugar a ciertas dinastias…y eso tampoco toca
Comentario de Beltza (05/04/2013 13:36):
#18 #19 El general Silvestre (amigo personal de Alfonso XIII) y su magnífica maniobra militar en Annual, Monte Arruit etc… dan para una buena peli, y los rifeños no tendrian ni que aparecer en la peli más que como enemigos lejanos. Si guionizasen “Imán”, de Ramón J. Sender, no habria demasiados problemas -al margen de dejar al ejército español a la altura del barro-. Y los ataques aéreos con Yperita (gas mostaza) sobre las propias tropas españolas por culpa del caprichoso viento no tendrían desperdicio, escena digna de Valle Inclán.