Memorias Líquidas, de Enric González

Periodistas aves nocturnas que escriben a golpe de lingotazo de whisky, humo de tabaco como niebla londinense en la redacción, la rotativa donde se recoge el diario recién hecho, las manchas de tinta que deja en los dedos de esos mismos periodistas que salen a la calle de madrugada dispuestos a dormir más bien poco antes de otra jornada de doce horas. El viejo periodismo. El periodismo. El que ya no existe. El que no existe desde principios de los años noventa.

Pero ese periodismo sí existió e incluso algún joven periodista sigue acogiéndose al relato romántico, a esa épica convertida a estas alturas en caricatura involuntaria, para justificar su trabajo actual tan distinto. Quien no se consuela es porque no quiere. Periodismo de firmas míticas, de periodistas malhumorados, hoscos y solitarios. Periodistas sin cinco años de carrera inútil a sus espaldas. Nunca el tópico de “la escuela de la calle” se pudo emplear con más criterio. Periodistas de verdad cuando era posible que hubiese algo parecido a un periodista de verdad. O a un periodista a secas.

De ahí parte “Memorias líquidas”, de Enric González, nombre de reciente actualidad por acogerse al ERE de El País y posteriormente, y para algunos de forma sorprendente, fichar por El Mundo. En el libro, si vamos del principio hasta el final, deja las razones claras: se niega a trabajar para Juan Luis Cebrián, a quien considera artífice de la destrucción, para su beneficio personal, de lo que fue algo más que un periódico. Suponemos que la fuerza del alquiler a fin de mes es algo demasiado real como para resistirse a Pedro J. y los intereses no muy diferentes de otro grupo de comunicación con otro ERE reciente y en proceso de descomposición que, acogiéndonos a la sentencia de los humoristas Martes y Trece, es lo mismo pero no es igual.

En cualquier caso, y al margen de ese hecho concreto, no cabe duda de que Enric González es un periodista honrado, excelente escritor y corresponsal, comprometido con su trabajo y, en cierto modo, un modelo de trabajador, un modelo de máxima altura. Criticar más allá de lo razonable por este fichaje a alguien así no beneficia ni a los lectores ni a la mejora de la labor en los medios de comunicación, aunque el paso a El Mundo generase una cierta controversia –limitada, por supuesto- en las redes sociales. En cualquier caso, esa aparente contradicción o incoherencia para el lector quizá no lo sea para el periodista.

Como decimos “Memorias líquidas” parte de los inicios de la carrera de Enric González como reportero de 17 años que quería estudiar veterinaria, y llega hasta el momento en que deja El País y decide apoyar de manera más o menos desinteresada el proyecto de página cultural Jot Down, cuya sección editorial acaba de iniciar su andadura precisamente con este libro. Entre los comienzos y el final se resume el paso de este periodista por diversos medios, haciendo especial hincapié por su importancia en El País y en las diversas corresponsalías y guerras que cubrió para dicha cabecera.

El trabajo de Enric González no sólo va cambiando y ajustándose a las variadas necesidades de un diario con tantos recursos -imposibles hasta de soñar para la mayoría de periodistas patrios que se distribuyen sobre todo por medios locales modestísimos- sino que supone también su cambio de mentalidad acerca de un oficio tan apegado al poder y al dinero. Su visión, al principio más inocente y quizá ideologizada, da paso a un realismo o un pragmatismo que en cualquier caso no se aparta de la máxima de esta obra: cada mesa un Vietnam. Esa frase hace referencia a lo que opinaba otro gran periodista , Josep María Huertas Clavería, sobre lo que debía ser el escritorio: una trinchera contra todo el que obstaculizaba su labor, empezando por los jefes del propio medio, por los compañeros con más galones. Cada mesa, un Vietnam.

Me ha resultado graciosa esa máxima que no conocía y me atrevo a meter aquí con toda la desfachatez mi experiencia personal insignificante en comparación, insignificante tanto por el tipo de medios en los que he trabajado como por la pobreza de intenciones del periodismo (o “periodismo” mejor dicho) con el que muchos compañeros y yo nos hemos topado desde más de una década antes de que diera comienzo la crisis. Pues bien, sin conocer esa máxima era frecuente en muchos lugares en los que he estado dos frases. La primera, y totalmente en consonancia: “Estamos rodeados de charlies”. La segunda, más directa: “El primer enemigo es el redactor jefe”. No deja de ser curioso que cambie el mundo del periodismo de forma radical hasta quedar casi en nada… pero los “malos” sigan siendo los mismos, bien en un descomunal diario de ámbito nacional en los años 70, bien en una minúscula emisora de radio o televisión de un pueblecito muchas décadas después. Los supervillanos del periodismo ni se crean ni se destruyen… pero es que ni se molestan en transformarse.

“Memorias líquidas” está escrito con el estilo que caracteriza a Enric González, o sea, sencillez, precisión, agilidad y un constante sentido del humor siempre bien ajustado. Se puede decir, acudiendo a los lugares comunes tan socorridos para estas ocasiones, que “se lee fácil” o “se lee del tirón”. Y así es.

Se echa en falta sobre todo mayor profundidad y amplitud de temas, acudiendo a otro lugar común, se echa en falta un libro que no existe. Y es que “Memorias líquidas” sabe a poco debido a la trayectoria de Enric González. Más que de memorias se puede hablar de una especie de liviano anecdotario salpicado con breves y certeras reflexiones sobre el trabajo del periodista. Un libro por tanto ligero que no se corresponde con lo que muchos lectores pueden esperar de una carrera tan destacada durante décadas en el principal diario de España. Está escrito además, por los nombres o acontecimientos mencionados sin contextualizar con notas a pie de página y por ciertas dosis de actualidad, para funcionar como un producto efímero destinado a un público lector habitual de diarios y con más de 30 o 35 años. En cierto modo parece un libro hecho deprisa y corriendo, una crónica larga, muy bien escrita por supuesto pero desde luego no unas memorias o al menos no unas “Memorias sólidas” que con suerte vendrán más adelante, quedando las líquidas en un libro urgente, relativamente superficial y de alcance limitado que hace añorar todo lo  que no se cuenta, todos los asuntos en los que no profundiza, todo aquello que usted siempre quiso saber sobre periodismo y, aun preguntándolo, nadie quiso o le supo contestar. Ay, ahora tampoco. Esperaremos a que Enric González se jubile y tenga más tiempo. Para entonces posiblemente, por el olor que desprende esta profesión, tenga que titular más bien “Memorias gaseosas”.


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  1. Comentario de David S (29/01/2013 19:44):

    En el tercer párrafo se nombra a “Juan Antonio Cebrián” cuando creo que queréis citar a “Juan Luis Cebrián”. ¿No?

  2. Comentario de Alfredo MG (29/01/2013 19:50):

    Un pequeño lapsus por el que hemos humanizado durante un rato a Juan Luis Cebrián, que pasa a ser de nuevo maligno.

  3. Comentario de Mochuelo (30/01/2013 12:05):

    Juan Antonio Cebrián era el de la rosa de los vientos creo, que comparación tan penosa para el pobre

  4. Comentario de Apróstata (30/01/2013 13:29):

    Yo acabo de terminarlo (apenas unas horas hacen falta para eso) y como superfan de este hombre también me ha sabido a poco. Pero sobretodo te deja una sensación de absoluta indignación con el cinismo estratosférico de Cebrián.

  5. Comentario de Don Emilio Butragueño (30/01/2013 16:56):

    “En cualquier caso, y al margen de ese hecho concreto, no cabe duda de que Enric González es un periodista honrado, excelente escritor y corresponsal, comprometido con su trabajo y, en cierto modo, un modelo de trabajador, un modelo de máxima altura.”

    Un ser superior, vaya

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