Magallanes – Stefan Zweig
A Stefan Zweig, uno de los escritores favoritos de LPD, se le dan particularmente bien las biografías históricas, porque sabe comunicar perfectamente el espíritu de la época que narra y también sabe describir, con gran precisión y profundidad, las personalidades cuyas peripecias nos cuenta. Ya analizamos hace unos años la estupenda biografía de María Antonieta. La que tenemos ahora entre manos, más breve, y quizás más apresurada, aun así no decepciona.
La mayor parte de la gente piensa que la historia de la Humanidad puede resumirse en una sola frase: ESPAÑA. Y probablemente sea así, pero, si queremos ser más precisos, otra forma de resumir mucho el asunto es analizarlo como el trajín sistemático de mercancías exóticas de Este a Oeste: ellos nos daban seda, especias y porcelana y nosotros les dábamos metales preciosos. Habla bastante a favor de Occidente que, a pesar de este estado de las cosas, el balance Este – Oeste estuviera bastante compensado incluso antes del desarrollo de las armas de fuego.
Uno de los monopolios más rentables era, sin duda, el de las especias. Durante siglos, los musulmanes aprovecharon su control de las rutas comerciales (desde la China, India y el Pacífico Sur a través de Oriente Medio) para establecer una serie de aranceles y derechos de paso que enriquecían a los intermediarios, hasta el punto de que el valor de algunas especias, al peso, acababa siendo superior al del oro. En concreto, el control del comercio desde las islas Molucas, en el archipiélago indonesio, donde grandes cantidades de especias (nuez moscada, clavo, canela, pimienta, …) eran vendidas a precios ridículos en su origen, aportaba enormes beneficios.
A lo largo del siglo XV, Portugal, aprovechándose de las mejoras en el arte de la navegación, logra establecer una ruta marítima paulatinamente más prolongada que, rodeando África por completo, alcanzara por mar la India, la península de Malaca y, finalmente, las islas Molucas. Sucesivas expediciones llegan más y más lejos, y van fundando en puntos estratégicos de la costa diversos fuertes dispuestos a mantener el control del comercio y ser ellos en adelante, en lugar de los malvados moros, quienes expolien a placer a los ineptos nativos y a los ansiosos consumidores occidentales.
Como es sabido, la expedición de Colón en 1492 tenía por objeto llegar a las Indias por el oeste. Colón propone inicialmente el proyecto al rey portugués, que lo rechaza. Sólo entonces se reúne Colón con los Reyes Católicos, que deciden apoyar la empresa. Pero la expedición acaba topándose con otro continente, que en principio podrá explotarse en beneficio de Castilla (el tratado de Tordesillas de 1494 acaba otorgando a los portugueses una pequeña fracción de Sudamérica, que, ante el descontrol español, acabará convirtiéndose en una colonia gigantesca, el actual Brasil).
De manera que, aunque España cuente con un nuevo continente por conquistar, explotar y, lo que es más importante, evangelizar, la ruta de las especias seguía siendo un monopolio portugués. En apariencia, el nuevo continente abarcaba toda la tierra de norte a sur, convirtiéndose en un muro infranqueable. El paso por el norte estaba cegado por el hielo y todo indicaba que por el sur ocurría lo mismo. Sólo en su parte central, en Panamá, el continente se estrechaba lo suficiente como para plantearse establecer algún tipo de ruta marítima que acabase llegando a las Indias (tras una penosa escala en tierra para cruzar el estrecho). Pero, en todo caso, se trataba de una ruta claramente no competitiva con la controlada por los portugueses.
En estas que aparece Magallanes en la historia. Se trata de un hidalgo portugués que cuenta con amplia experiencia en la navegación (y, precisamente, en la ruta de las especias), y que parece saber, o intuir, que existe un paso marítimo practicable en el extremo sur de América. Magallanes, como Colón, cree que la ruta por el oeste es más corta de lo que realmente es (Colón se encontró con un continente; Magallanes se encontrará con un océano gigantesco, que ocupa la tercera parte de la superficie terrestre), y así se lo hace saber al rey portugués. Este, demostrando una vez más, y por si hicieran falta más pruebas, que Portugal no es sino una provincia española algo descarriada, lo mantiene años y años y años esperando una respuesta burocrática que nunca llega. Magallanes espera y espera, hasta la desesperación, rellena todos los impresos por triplicado, los sella con pólizas, hace largas colas en ventanillas para que luego le digan “no, no es aquí” o “le falta la firma del burgomaestre en la página 26″… Pero no sirve para nada. Así que Magallanes acaba haciendo lo mismo que Colón: abandona Portugal y se dirige a la moderna, eficaz y rica España para hacerle la misma propuesta.
Y Ustedes dirán: ¡loco! ¡Seguro que tendría que esperar años y años hasta que le dieran una respuesta! Pero Magallanes también aprendió otra cosa de Colón: en España la Administración es tan ineficaz como en Portugal… Salvo que tengas algún contacto. Con un buen enchufe, las cosas van más rápido. ¡Miren a Urdangarín, fue entrevistarse con Camps y en tres días le soltaron tres millones de €!
Así que Magallanes se va a vivir a Sevilla, donde rápidamente hace un “duquesa de Alba”: emparenta con una doncella de posibles cuyo padre le presenta gente de la Casa de Contratación de Sevilla, que a su vez le pone en contacto con el joven Carlos I. Al futuro emperador le hace gracia el proyecto y decide darle todo su apoyo. De manera que en sólo unos meses, y con Magallanes como jefe supremo de la expedición, se armarán cinco barcos, repletos de víveres y mercancías de bajo coste (palas, espejos, anzuelos, y cosas así) que se trocarán por especias a los incautos nativos. Forman la expedición 265 personas.
El viaje transcurre sin novedad hasta llegar a la enorme desembocadura del Río de la Plata, que Magallanes confunde con el paso hacia el océano Pacífico. Durante días y días navegan por el río hasta que descubren su error. Ese retraso les obliga a hibernar durante meses en un páramo desolado, en el extremo sur de América (curiosamente, muy cerca del estrecho que les acabará llevando al Pacífico).
Cuando llevan unas semanas en la Patagonia, aparece una diversión: un indígena gigante que se acerca a los barcos con curiosidad. La primera reacción es de alegría y entusiasmo fraternal al entontrar un semejante en ese lugar remoto:
Su apetito les hace olvidar lo corto de su propia ración. Con los ojos encandilados ven a aquel nuevo Gargantúa sorberse un cubo de agua y zamparse media canasta de galletas como si fueran un par de nueces. ¡Y qué jolgorio cuando, al presentar dos ratas a su voracidad, las engulle en vivo, sin siquiera quitarles la piel, dejándolos entre el horror y la risa! (pág. 163)
Naturalmente, y tras establecer una relación de confianza con los indígenas, Magallanes y los suyos pasan a la fase dos: apresarlos para llevárselos a España:
Llenan las manos a dos de los gigantes de tal cúmulo de regalos, que necesitan todos los dedos para que no se les escape el botín, y en esta situación enseñan a los bienaventurados un objeto más precioso, luciente y sonoro: un par de grilletes, y les preguntan si no les agradaría ceñírselos a los pies. Los pobres patagones ríen de oreja a oreja y cabecean, embelesados, soñando con el tintineo con que aquellos objetos sonoros acompañaría su paso. Aguantando con las manos crispadas los regalos, miran, bajando la cabeza, aquella hermosura de fríos anillos que les rodean las articulaciones y hacen una música tan alegre (pág. 164)
Poco después, retoman la marcha y encuentran, por fin, el estrecho. Pero la navegación por el mismo resulta particularmente intrincada. Y, naturalmente, hasta que no llegan al Pacífico no existe la seguridad de que realmente sea el paso buscado, y no otro callejón sin salida más. Pierden un barco en el estrecho, y otro más deserta y vuelve a España por su cuenta. Con los otros tres afrontan la travesía del Pacífico: 110 días seguidos en el mar, con un sorbo diario de agua pestilente y galletas podridas mezcladas con serrín. Las ratas se convierten en un suculento manjar. El escorbuto hace estragos. Ahora ya no hay escorbuto porque te tomas un flash de coca-cola, un par de donuts o una hamburguesa, y arreglado. Pero entonces la gente moría que daba gusto: ¿comer fruta y verdura? ¡Antes la muerte!.
Y lo peor de todo es que, justo cuando Magallanes logra el triunfo y alcanza las Filipinas, muere en una expedición punitiva contra un reyezuelo, a la que se dirigen en plan sobrado, como exhibición de poderío. Ante esta muestra de flaqueza de los conquistadores, los filipinos atacan a traición y se cepillan a unos cuantos miembros más de la expedición. Los supervivientes han de huir apresuradamente.
Una serie de incompetentes portugueses se suceden en el mando y se dedican a navegar sin rumbo por el archipiélago de la Sonda. Hasta que, por fin, asumen el mando españoles, que a los pocos días llegan sin dificultad a las islas Molucas (¿casualidad? Yo no lo creo. El enfoque de Zweig es muy pro Magallanes, pero nosotros sabemos que todo el mérito, como siempre, corresponde a los españoles). Allí se hinchan a comprar especias y dividen la expedición en dos, puesto que uno de los barcos ha de repararse e intentará volver por la nueva ruta americana (no lo conseguirá). El barco restante, el Victoria, gobernado por Juan Sebastián Elcano, continuará por el oeste con un cargamento de 24 toneladas de especias. Pero siempre eludiendo a los portugueses, que buscan acabar con ellos para impedir cualquier amenaza a su lucrativo monopolio.
Elcano dirige bien su nave, pero aparece de nuevo el problema del hambre: hartos de la repugnante galleta de barco, los tripulantes del Victoria deciden abastecerse en las Molucas, de cara a su regreso, con ingentes cantidades de carne. Pero hacen la típica chapuza española: la salan mal y se les pudre enseguida. Comienzan a caer como moscas por falta de alimento (¡y en un barco lleno de suculentas especias que no pueden sazonar nada!). Algunos proponen rendir la nave a los portugueses en Mozambique y salvar así la vida, pero Elcano lo tiene claro: “antes la muerte que entregarnos a los portugueses”. Recuerden que, además de español, Elcano era vasco. Y con esto no decimos nada y lo decimos todo.
Por fin, y contra todo pronóstico, 18 tripulantes logran llegar a Sevilla, tras tres añazos de navegación. La descomunal epopeya genera la admiración de toda Europa y el éxtasis patriótico en España. Que se manifesta, como siempre, rezando:
Conmovidos, no pueden apartar los ojos de los dieciocho hombres del Victoria que salen del barco y, semejantes a esqueletos, pisan la tierra vacilantes, como contando los pasos, flacos, terroso el color, agotados y enfermos, héroes innominados que han envejecido diez años durante aquellos tres interminables. Rodéanlos, jubilosos y apiadados; les ofrecen manjares y bebidas reparadores, los invitan en sus hogares, les hacen contar una y otra vez sus aventuras, sus penalidades. Pero los repatriados rehúsan. Más tarde habrá tiempo para eso. Ahora han de cumplir la primera obligación, el voto que hicieron hallándose en trance mortal: la peregrinación a la iglesia de Santa María de la Victoria y de Santa María Antigua. El pueblo, guardando respetuoso silencio, forma una doble hilera para ver pasar a los dieciocho supervivientes, descalzos, vistiendo túnica blanca, con sendos cirios encendidos, hacia la iglesia. Quieren dar gracias a Dios en el mismo sitio donde se despidieron, por la inesperada gracia de haberlos salvado de apuros tan grandes y devuelto a su patria (pág. 241)
Se trata de una increíble hazaña más que España proporciona al mundo, para asombro de todos. El español, hercúleo, puede pasarse ocho siglos reconquistando un país. Puede conquistar media América con menos de mil hombres. Puede dar la vuelta al mundo en un cascarón. Puede joderle un imperio a los gabachos a navajazos. Puede ganar un Mundial venciendo en todas las eliminatorias por 1-0. Así es España. VIVA ESPAÑA!!!!
La Tierra tiene puestos sus lindes y la Humanidad disfruta de su conquista. Con esta jornada histórica queda ensalzado el orgullo de la nación española. Bajo el pabellón español empezó Colón el descubrimiento del mundo, y bajo el mismo pabellón lo ha completado Magallanes: en un cuarto de siglo, la Humanidad ha aprendido más sobre su habitación terrestre que durante los miles y miles de años anteriores. Instintivamente, la generación que, en la dicha y la embriaguez de la gloria, ha presidido esta transformación en el solo espacio de una vida, se siente poseída de esta realidad: un tiempo nuevo, la Edad Moderna, ha comenzado (pág. 243)
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Comentario de emigrante (08/03/2012 15:39):
Amén.
Comentario de Regularizado (08/03/2012 15:58):
Magnifico post, Guillermo, sobre una gran novela.
Stefan Zweig vuelve al Océano Pacífico (ya glosó su descubrimiento por Balboa en las “Horas Estelares” como uno de los grandes momentos de la historia humana) y narra su sometimiento por parte de los españoles, y aunque hoy nos pille en las antípodas, llevará para siempre un nombre español.
Y sin duda la narración sería aún más épica si el cronista del viaje no hubiese sido un italiano, de nombre Antonio Pigafetta, que ni siquiera nombra a Elcano.
(Pequeña anécdota que muestra lo clemente que es Dios con los españoles: al volver a España, los sobrevivientes descubrieron que el calendario que llevaban iba un día adelantado [estilo “Vuelta al Mundo en 80 dias” pero al revés] y que habían celebrado mal el día del Señor, pero Dios no es rencoroso y solo mató a 247 de ellos)
Comentario de Garganta Profunda (08/03/2012 16:29):
Porque me dice que es del Zweig ese…que yo pensaba que su autor era el insigne “Jaime de Andrade”…
Comentario de SinanPacha (08/03/2012 17:47):
Grande el libro, mejor el post, si cabe. Para los interesados en Gloriosas Gestas Hispanas les recomiendo una obrita de Alianza Editorial llamada “El Oceano Pacífico: Navegantes españoles en el siglo XVI”, para su edificación y placer, pues pocas naciones pueden compararse a la nuestra en esa mezcolanza de irresponsabilidad total y tamaño de los atributos masculinos. O si no ya me contarán, irse a ver qué hay más allá de la Isla de Pascua con una mierdabarco, llegar a Australia, naufragar en el Mar de Coral y aún así conservar las Marianas, Carolinas y Palau hasta que el gringo -traicionero por naturaleza, amén de protestante y peor aún liberal- nos las arrebató traicioneramente en el noventa y ocho (los pobres infantes de marina españoles, tras la primera tanda de cañonazos, se acercan en una chalupa a pedirles pólvora para sus piezas, creyendo que les acababan de saludar: las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado en su mejor acepción).
Comentario de XxI (08/03/2012 18:54):
El eterno sino de los españoles: no nos respetamos a nosotros mismos ni a nuestros antepasados. Si oyes hablar mal de España o de los españoles, en alguna parte del mundo, casi seguro que entre los ponentes hay un español. Tenemos mucha culpa todos a todos los niveles y durante muchos siglos, porque cuando oímos o leemos despotricar gratuitame contra España o los españoles, o sea nosotros, reímos la gracia y posiblemente aportamos más insultos de nuestra cosecha.
Y siguiendo la tradición le atribuimos al portugués Fernando de Magallanes como el primero que dio la vuelta al mundo y sin embargo fue el español Juan Sebastián Elcano.
Probablemente me va a caer la del pulpo.
Comentario de emigrante (08/03/2012 19:13):
#5
Te equivocas, XxI, solo está permitido hablar mal de España a los españoles. Cuando lo hace algún extraño enseguida cerramos filas para defender la honra, aunque sin barcos. Por ejemplo, cada vez que se oye mentar a los PIIGS suenan tambores de guerra y Contador no se dopa.
Comentario de Chon (08/03/2012 19:37):
En “La Isla del día de antes” comentaban que cuando llegaron a Sevilla, al haber hecho la ruta oeste-este, los cuatro navegantes que quedaban se dieron cuenta de que les faltaba un día. Que habían hecho la de Willie Fog pero al revés, para resumir. Los españoles, con excelente criterio, pensaban que era un castigo divino, que les robaba un día de sus vidas, por no haber ayunado en Viernes Santo. Lo que no decía es si se pasaron por el forro los tres viernes santos o sólo uno. ¿No dice nada Zweig de esta otra muestra de idiosincrasia española?
Comentario de Alberto Secades (09/03/2012 04:41):
El artículo estaba siendo realmente interesante hasta que los comentarios de actualidad (Urdangarín y la Duquesa de Alba) hicieron que perdiera el interés por continuar la lectura.
Y es una lástima.
Comentario de Abogangster (09/03/2012 11:13):
Se dice, se comenta, se oye que al parecer todavía quedan plazas de soberanía ejpañola por aquellos mares… hay que mandar a la cabra de la Legión para reafirmar la indiscutible titularidad española sobre aquellos atolones deshabitados del Pacífico, y de paso enviamos a algún promotor para que empiece a edificar al tiempo que se le nombra desde ya presidente del futuro club de jurgol local… ese sería la mejor prueba para demostrar la españolidad de esos territorios
http://www.abc.es/20110701/espana/abci-desconocidas-islas-espanolas-pacifico-201107011608.html
http://www.labrujulaverde.com/historia/%c2%bfislas-espanolas-en-el-pacifico-hoy-en-dia/
http://sentadoenlatrebede.blogspot.com/2010/04/la-decimoctava-comunidad-autonoma-la.html
Comentario de Guillermo López García (09/03/2012 13:23):
Qué maravilla, Abogangster. Tenemos un ridículo atolón dejado de la mano de Dios con el que reeditar ominosos sueños imperiales! A qué estamos esperando para destinar allí a una guarnición y luego olvidarnos de ellos?
# 8 En efecto, es una lástima que un comentario que no te gusta te haga abandonar una lectura que tú mismo considerabas muy interesante
Comentario de fondoy (09/03/2012 16:42):
¿600 toneladas de especias?
no caben ni en tres galeones.
Comentario de Guillermo López García (09/03/2012 17:19):
#11 Tienes toda la razón, Fondoy. A mí también me parecía demasiado, pero me lo apunté al leerlo… Y al revisarlo ahora he visto mi error. No eran toneladas, sino quintales (46 kg). O sea, unas veinte veces menos (24 tn en total). Se me cruzaron los cables. Gracias por el apunte!
Comentario de Asín...nos va (09/03/2012 22:54):
Hay otro librito de “Magallanes” de Laurence Bergreen que está bastante bien. No nos trata mal el inglés (en este caso americano). Las memorias de Pigafetta andan colgadas por la wé.
En general, cualquier libro histórico de la época de las “conquistas” es apasionante. Se matan ahora por escribir “novela histórica” cuando esa propia historia está escrita de primera mano. La “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España” de Bernal Díaz del Castillo, soldado que acompañó a Cortés, acojona. En todas estas obras se percibe lo mismo, y que SinanPacha ha resumido en frase proverbial: “pocas naciones pueden compararse a la nuestra en esa mezcolanza de irresponsabilidad total y tamaño de los atributos masculinos”.
Comentario de Behan (10/03/2012 13:41):
Sobre la exploración del pacífico siempre tuve debilidad por la expedición de Alvaro de Mendaña en 1595 a las Marquesas y las Salomón, perfecto ejemplo de lo que indica en su mensaje SinanPacha, además de ese rasgo tan español que se podría sintetizar en el lema “llévese usted doscientos españoles al otro lado del mundo y vea como le montan una guerra civil a pesar de estar rodeados de potenciales enemigos” que alcanzó la perfección en las guerras civiles del Perú.
Comentario de fondoy (10/03/2012 17:09):
¿Y qué me dicen de Blas de Olezo, o del Capitán Barceló?
De cine en technicolor.
Comentario de Latro (12/03/2012 10:02):
La verdad es que la historia hispánica siempre tiene episodios que le dejan a uno descolocado, aunque reconociéndose en el capítulo descrito.
El otro dia me terminé 1943, un librito interesante de un tio que nos presenta mas o menos las ideas actuales sobre como cambió el mundo con la “primera globalización” surgida del imperio español, que puso en contacto a todo el mundo en una red de comercio, migraciones, intercambio de especies, etc.
Y salia, por ejemplo, la primera noticia que tengo yo de unc onflicto entre vascos y españoles.
En Bolivia.
Por el control de las minas de plata, que estaba casi todo en manos de vascos, y los otros españoles y los criollos querian su parte.
Y los vascos llamaron a… la Corona para que pusiese orden. Y lo puso, a su favor.
Comentario de Wilson Fisk (13/03/2012 18:02):
Chon, no es por ser puñetero (bueno, sí, es por tocar las gónadas :-D ) pero si se quiere hacer referencia a la obra de Julio Verne hay que hablar de Phileas Fogg mientras que si se quiere hacer referencia a los dibujos animados de los 80 hay que mencionar a Willy Fog.
“Siempre hay un gilipollas que todo lo sabe” (y encima, tiene que corregir a los demás :-P )
Pingback de Camps, en Telva: ¡Mariano, dame argo, que me pierdo! | La Paella Rusa (23/03/2012 10:30):
[…] lo que será, pero sabe pronunciar correctamente el nombre de uno de nuestros autores preferidos, Stefan Zweig (puede verse en un vídeo que acompaña a la entrevista en su versión digital de pago). No es que […]