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Muere Fraga

Los obituarios suelen tener el problema de que resulta muy poco elegante hacer un perfil negativo de alguien que acaba de fallecer. Por razones obvias, se tiende a endulzar la memoria del fallecido, a restar importancia a sus errores y a magnificar sus aciertos.
Eso no ocurrirá aquí, creo. No ocurrirá, porque a mí Fraga, personalmente, siempre me ha parecido una persona intelectualmente capaz, con más luces que sombras y con un talante democrático manifiesto en diversas etapas de su carrera política, cuyo perfil ha sido injustamente distorsionado por la visión (a mi entender, muy superficial) que desde la izquierda se le ha hecho como una especie de momia insepulta del franquismo. ¡Prepárense para un obituario de LPD que puede rivalizar, con perspectivas de éxito, con el ABC o La Razón!
Las críticas habituales a Fraga le hacen responsable de connivencia con el régimen de Franco. De tratar de mantener las esencias patrias del franquismo una vez muerto Franco. De permitir la supervivencia del franquismo sociológico en su infeliz invento de AP, después transmutada en el PP, el partido hegemónico de la derecha española.
La verdad es que Fraga tuvo una larguísima carrera política , iniciada cuando él era muy joven y al franquismo le quedaban aún más de diez años de vida. Siempre se le ha reprochado su procedencia franquista, como si en España hubiera otra opción de hacer carrera en aquellos años, y siempre se ha tendido a destacar sus episodios grotescos (el baño en Palomares) o su participación en consejos de Ministros sancionadores de penas de muerte (al parecer, se supone que Fraga debería haberse levantado y dimitir ahí mismo, delante del Caudillo; y, desde luego, si lo hubiera hecho sería muy superior la consideración moral que nos merecería, pero también bastante irreal pretender que alguien estuviera en disposición de hacer este tipo de cosas en las estructuras cuartelarias del régimen de Franco).

Pilotando la nave del Estado con mano firme

En cambio, no se tienen en cuenta sus aciertos, como la Ley de Prensa de 1966, que acabó con la censura previa y permitió desarrollar una prensa, más o menos autónoma, en los últimos años del franquismo junto con los medios oficiales. O su alejamiento del franquismo oficial en la agonía del régimen y su inequívoco compromiso con una mínima apertura democrática. La verdad es que, en el momento de la muerte de Franco, Fraga no es un franquista acérrimo, sino un liberal (en el alucinante escenario político del Movimiento, que sólo contemplaba desde la extrema derecha hasta la derecha democristiana) de talante independiente.
Como persona proclive a las ideas geniales, las salidas de tono y los modos impulsivo-autoritarios, Fraga fue una persona a menudo contradictoria, proclive al veletismo político y a los experimentos, en torno al eje conservador en el que siempre se ubicó. Su principal error político se produjo en 1976, cuando decidió fundar Alianza Popular, un cementerio de cadáveres del franquismo que bebía de los procuradores en Cortes y del llamado “franquismo sociológico”, que Fraga intuía mayoritario. Los resultados fueron 16 escaños y un 8% de los votos en las Elecciones de 1977, y, sobre todo, asociar definitivamente a Fraga, en aquellos años, con el franquismo y su visión de la sociedad (por supuesto, por culpa del propio Fraga, que para algo perpetró la genial operación).

La cosa llegó a extremos surrealistas, como en la negociación de la Constitución de 1978: Fraga era uno de los miembros de la ponencia constitucional, pero cinco miembros de su partido votaron en contra (de hecho, la principal oposición a la aprobación de la Constitución Española provino precisamente de ahí; ¡y cuando, décadas después, tienen por fin la posibilidad de cambiarla, ahora quieren mantenerla eternamente inmutable, salvo por los añadidos que de vez en cuando dictan desde el Bundesbank!).
Por eso, cuando AP crece en 1982 a costa del hundimiento de la UCD y se convierte en la oposición al rodillo del PSOE, es una oposición con un recorrido limitado (el que se llamó “techo de Fraga”: poco más de 100 escaños, menos del 30% de los votos. Como Rubalcaba en 2011, para hacernos una idea), incapaz de disputarle la hegemonía al PSOE, que de vez en cuando le dedicaba elogios envenenados a Fraga (“le cabe el Estado en la cabeza”, decía Felipe González malignamente).
Y ello a pesar de que Fraga se inventó en 1982 una coalición (“Coalición Popular”) en la idea de centrar su proyecto político y convertirse en una alternativa viable al PSOE. El proyecto implicaba coaligarse con diversos partidos freaks: el Partido Demócrata Popular (PDP) de Óscar Alzaga y la Unión Liberal (creo que se llamaba así) de José Antonio Segurado. Su fracaso es doble, evidenciado en 1986 por la repetición de los resultados de 1982 y el crecimiento del CDS de Adolfo Suárez, representante de ese centrismo posibilista al que Fraga decía aspirar (ya saben: el inacabable “viaje al centro”).
Además, en su pacto con Alzaga y Segurado Fraga había sido irreflexivamente generoso con ambos en el reparto de escaños. Al día siguiente de constituirse el Parlamento en 1986, Alzaga anuncia que el PDP formará grupo propio con los veinte de diputados que Fraga les había proporcionado, a través de los esforzados votos de señores con bigote y señoras con laca escandalizados/as con lo que contaban en las Terceras de ABC sobre la orgía marxista del PSOE.
Tras el fracaso de 1986, Fraga dimite, el poder pasa al inefable Hernández Mancha, que orquesta una ridícula moción de censura contra el PSOE. Fraga vuelve a asumir el liderazgo del partido, pone al frente de la candidatura del PP en las Elecciones Generales de 1989 a José María Aznar, presidente de Castilla y León, y luego, en 1990, en el mítico congreso del PP en Sevilla, le otorga la presidencia del partido (Aznar le remitió a Fraga una carta de dimisión sin fecha, en plan sumiso, y Fraga, en un gesto característico, la rompió ante todos los delegados y las cámaras de televisión, diciendo que le daba la dirección del partido “sin tutelas ni tutías”).

Ese mismo año, en 1990, Fraga logra la victoria en las elecciones autonómicas gallegas, convirtiéndose en presidente de la Xunta durante 15 años (1990-2005) durante los cuales desarrolló el gobierno autonómico, y su gusto por la propia configuración del Estado de las Autonomías, en direcciones a veces insospechadas (por ejemplo, en el afán por representar internacionalmente al gobierno autonómico), sobre todo si tenemos en cuenta que el Estado de las Autonomías ha sido siempre la bestia negra de la derecha española. Por supuesto, junto con ello también implantó una densa y tupida red caciquil de fuerte presencia en el medio rural, que prolongase eternamente el dominio conservador de la región.
En resumen: se antoja un poco absurdo pretender asociar a Fraga con el franquismo acérrimo, igual que lo es ver en él a un autonomista o a un centrista convencido. Fraga fue, fundamentalmente, un animal político con vocación de poder (o de servicio público, como mejor quieran verlo), forjado en los engranajes del franquismo y sus componendas. Una persona, por tanto adaptable (al menos hasta cierto punto), más versátil ideológicamente de lo que pudiera parecer (sobre todo si le convenía evolucionar), y al que al menos hay que reconocerle que su error de 1977, al fundar AP, al menos logró medio meter en el redil a buena parte de la chavalería (con una edad promedio de 60 años, pero chavalería al fin) franquista en los años de la Transición.

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