Capítulo CXXII: Alfonso X, el Gafapasta (II): Cultureta con subtítulos y sucesión dinástica
La obsesión de Alfonso X por aspectos periféricos de su reinado, como la cultura o la política exterior, le generó problemas internos cada vez de mayor importancia. El Rey Sabio no se preocupó de crear redes clientelares suficientemente densas que le profesasen fidelidad a él y sólo a él; no arrebató privilegios sólo a unos mientras se los daba a otros que hiciesen de contrapeso; no cultivó suficientemente la amistad de los poderosos. Y, naturalmente, este tipo de imprudencias, en España, se pagan. Carísimas. Esto era igual de cierto entonces que ahora.
Alfonso no sólo no complació a los nobles, sino que llevó a cabo una activa política de cesión de privilegios a las ciudades, propiciando la alianza bajomedieval entre burgueses y monarcas que acabaría confluyendo en las monarquías absolutistas de la Edad Moderna. Pero aquí estamos en el principio de ese proceso. Los nobles gestionan un modelo de sociedad en el que ellos mandan; ostentan el poder, y lo ejercen. ¡Y de repente les viene un Rey modernillo, rarito, con no se qué historias absurdas de ciudadanos libres y de que cedan sus derechos a los demás, con lo que les ha costado ganárselos, apropiárselos y montar un sistema en torno a ellos para seguir mandando!
Naturalmente, en 1272 estalla una importante rebelión nobiliaria contra Alfonso X. Al grito unánime de “¡queremos nuestros chollos! ¡Queremos nuestros chollos!” (incluso se oyó algún grito desgarrador en plan “¡preocúpate por los niños con sarna de África y déjanos en paz!”), los nobles se alían con los benimerines y con el Reino de Granada para que le monten follón al Sabio, mientras se exilian a Granada con sus ejércitos negándose a luchar al lado del rey, adelantándose con esto varios siglos a la doctrina gandhiana de la no violencia y la resistencia pasiva. Al final, tiene que ser el primogénito de Alfonso, Fernando, quien pacta con los nobles (“tranquilos, pensaremos alguna disposición para que todo vuelva a ser como antes”) y éstos vuelven al redil.
Fernando es uno de los personajes más importantes de la Historia de España; no porque hiciera nada importante (de hecho, lo más importante que hizo en su vida fue lo que acabamos de relatar), sino porque el pueblo, o la nobleza, o su padre, o algún amigo cabrón del colegio, le puso un mote que hará fortuna y trascenderá fronteras y religiones: “Fernando de la Cerda”.
Así dicho, la cosa parece una ordinariez. Pero no es lo que parece. Lo que parece, para entendernos, es que algún contertulio de la Intereconomía de la época se dedicó a propalar epítetos contra la pareja de Fernando, Blanca de Francia, llamándola cerda y guarra independentista. Pero no, la cosa va de que, al parecer, Fernando tuvo desde pequeño un fuerte, largo y sedoso pelo en pecho (nunca tuve claro si un único pelo o una pelambrera de propio español con camisa abierta de toda la vida).
Pero tanta testosterona no podía ser buena y Fernando muere muy joven, a los veinte años (1275). Afortunadamente, la testosterona sí que le sirvió para engendrar un par de vástagos, llamados, en un nuevo alarde de originalidad genealógica que haría las envidias de los reyes de Francia, Alfonso y Fernando. Pero no se preocupen, pueden olvidarse de ellos, pues la sabiduría popular proveyó un patronímico mucho más eficaz para identificarlos genéricamente: “Los Infantes de la Cerda”.
Así que tenemos una disputa por el trono de las buenas. Por una parte, el segundo hijo de Alfonso X, Sancho, que en principio será el sucesor, según la tradición hereditaria de los reyes castellanos (una vez muere el primogénito, el siguiente en la línea de sucesión es el siguiente hermano varón). Por otra parte, los Infantes de la Cerda, hijos del finado primogénito, a los que el derecho privado romano, compilado en las Siete Partidas por el propio Alfonso X, les otorga la primacía. Es decir, y resumiendo, que Alfonso X crea de nuevo, el pobre, un problema de la nada. ¡Y todo por apelar a la mal llamada cultura de origen extranjero!
Al final Alfonso muere abandonado por casi todos sus hijos y controlando sólo una parte del reino frente a las aspiraciones de su hijo Sancho, que se declara en rebeldía con el apoyo de los nobles, y que pasará a suceder a Alfonso X (a pesar de que el Sabio lo desheredó en su testamento).
En resumen, el pobre hombre vio cómo la mayor parte de sus empresas fracasaron, en el interior y en el exterior. Vivió a la sombra de los grandes éxitos de su padre, Fernando III, cuya pesada digestión (incorporar un montón de nuevos territorios a la Corona y repoblarlos) se le atragantó. Y murió traicionado por la mayoría de sus hijos, a los que les legó un problema dinástico que se arrastraría durante décadas (el de los Infantes de la Cerda, vellosos e hirsutos como nadie).
Pese a todo ello, el balance de su reinado, en la lejanía, es positivo. ¿Positivo? Sí, amigo lector: positivo, paradójicamente, por antiespañol. La importancia de su producción cultural es ingente. De indudable valor compilatorio en el caso de sus historias de España (sí, España. ESPAÑA, con todas las letras, por si ha quedado alguna duda) y del mundo, así como de las obras de carácter jurídico; y de cierto valor literario y/o costumbrista, en las demás. Alfonso X el Sabio nos lava un poco la cara en el exterior, que buena falta hace.
Cabe señalar que, por supuesto, el estilo de Alfonso X el Sabio en su producción bibliográfica emana directamente de las mismas fuentes que el de otros grandes gurús culturales españoles, como Ana Rosa Quintana. Al igual que Ana Rosa, Alfonso X no escribía sus obras, sino que trazaba las líneas maestras de lo que quería, se lo hacía saber a los equipos de trabajo sobre los que ejercía su mecenazgo, y a vivir. Cría fama de Sabio a golpe de talonario, pon la firma y échate a dormir. El Rey Sabio supo ver en qué consiste la auténtica cultura, que es muy similar a la investigación de altura en la Universidad: muchos trabajan y sólo uno (el que está en la cúspide) se lleva el crédito, o su mayor parte.
Pero aquí no hablamos de una presentadora de televisión o de un mandarín universitario; hablamos de un rey medieval. Parece mucho más razonable, visto lo visto, la apropiación del esfuerzo de otros por parte de Alfonso X. Entre otras cosas, porque dicha apropiación era mucho más explícita: durante su reinado, La Escuela de Traductores de Toledo alcanza su máximo esplendor. Así que hay que decirlo de nuevo: el saber antiguo entra en Europa gracias primero a Al Andalus y después a la Escuela de Traductores de Toledo. Y esto no es que arregle mucho el páramo cultural español que contemplamos, pero con algo habrá que hacer patria, que ya hace mucho que España no gana el Mundial.
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Comentario de LadyJane (18/02/2011 01:27):
Estimado Guillermo.
Pese a la aparente frivolidad con que abordas la figura de Alfonso X, justamente llamado El Sabio o, si lo prefieres más ajustado a lo que debió ser la realidad de su época: El Mecenas (pues eso, y no un “paganegros” como Ana Rosa y tantos otros me parece que fue el creador y mantenedor de la Escuela de Traductores y de la convivencia de las tres culturas: cristiana, judía y musulmana en su reino), creo que lo haces para quitar hierro a un asunto que a los profanos puede parecer pesado, como es esto de la Historia, que en serio y de verdad nos interesa a cuatro gatos, honorable grupo en el que te incluyo y me incluyo.
El arrebatar a la nobleza su anterior poderío incontrolado, fundamentalmente dotando de Fueros garantes de derechos y libertades a las ciudades (no olvidemos la frase: , aplicable a los siervos de la gleba que cogían el portante y marchaban hacia esos reductos urbanos donde la sociedad medieval, mediante un maridaje interesante para ambas partes entre la realeza y la naciente burguesía se estaba reinventando, no fue una iniciativa exclusiva de El Sabio-Mecenas. Ya Alfonso VIII, tras la reconquista de la ciudad de Cuenca, la dotó como primera medida de un Fuero modélico, ejemplo de respeto a la convivencia de las tres culturas, filosofía más que razonable que fue recogida por monarcas posteriores de diversos reinos, hasta llegar a los lúgubres inicios de la Edad Moderna hispana con SS MM Los Reyes católicos, que se cargaron de una patada cualquier atisbo de convivencia tolerante.
He tenido que simplificar mucho, pero en esencia no creo haber aportado ningún dato falso ni manipulado o manipulador.
Te seguiré en tu erudito empeño.
Saludos, una nueva amiga.
Comentario de Guillermo López García (18/02/2011 02:55):
Gracias por tu comentario, LadyJane, muy estimable en el fondo y en la forma. Esta Histeria de España funciona un poco en este plan (tienes aquí la sección completa: http://www.lapaginadefinitiva.com/seccion/historia/histeria-espana/); comunicando los hechos históricos por la vía de caricaturizarlos, pero siendo -en la medida en que los conozco, pues sin duda tendré mis lagunas, como todo el mundo- respetuoso con lo que se supone que ocurrió.
Es cierto que el proceso de emancipación de las ciudades respecto de la nobleza es anterior a Alfonso X (de hecho, las ciudades siempre fueron, incluso en la Alta Edad Media, el principal contrapeso a los señores feudales, por la existencia de ciudadanos libres, clases medias, comercio incipiente, … Una sociedad mucho más compleja que el sistema, basado en los campesinos, del feudalismo); cuando digo que aquí estamos al principio del proceso, me refiero al proceso de emancipación de los monarcas respecto de los señores feudales que llevará a las monarquías absolutistas, y que se produce a lo largo de toda la Baja Edad Media.
Un cordial saludo
Comentario de LadyJane (18/02/2011 14:54):
La Edad Media -y eso sin entrar en la división discutible entre Alta y Baja EM, es, creo yo, uno de los períodos más complejos, de más difícil estudio y que más cargan -de cara al público- con estereotipos de toda laya, muy alejados de lo que debió ser la realidad, en la Hª de Occidente.
No obstante, o quizá por todo lo anterior, su investigación es de lo más apasionante.
Saludos.
Comentario de Lluís (18/02/2011 19:14):
#3
Quizá esa complejidad se deba a que es un periodo de unos 1000 años, definido con criterios casi igual de rigurosos que los empleados para trazar las fronteras africanas.
Eso, sin contar con que se ha definido desde la óptica europea occidental, a chinos, indios, vietnamitas, nigerianos o aborígenes australianos, creo que a esos, los periodos en los que nosotros hemos dividido la historia, les deja bastante fríos.
Comentario de Bah (18/02/2011 19:29):
Abundando en lo que dice LadyJane, es interesante como en varios lugares de Europa, y en los reinos hispánicos sin ninguna duda, el advenimiento de la “Modernidad” se fragua a costa de derechos políticos y civiles consolidades durante el Medievo. Así “Bobyto” termina por consolidar el poder real contra las ciudades y con el apoyo, más o menos coyuntural en un primer momento, de la nobleza mientras culmina en Castilla la demolición del legado de Alfonso Gafapasta en los más diversos ámbitos. Bueno, sobrevivió en un curioso reducto, en el código de la esclavitud en la América Española, que es como si del legado de Guardiola sólo sobrevive el recuerdo de Chygrynsky.
Las historias lineales y finalistas que no por casualidad se han transmitido al gran público, no pueden evitar reforzar los estereotipos que menciona LadyJane porque de lo contrario no serían capaces de encajar este tipo de contradicciones. Pero uno lee las Partidas y las encuentra más “modernas” en espíritu que las cazas de brujas de los príncipes renacentistas alemanes, que Lutero, que las guerras de religión o, sin irse tan lejos, que el Santo Oficio. Vamos, que lo señores de Cádiz en 1812 se encontraban más cerca de Alfonso X que de Felipe II o incluso Carlos III.
Por supuesto gracias por el nuevo capítulo, tan bueno como de costumbre. Tan bueno y tan esperado.
Un saludo.
Comentario de emigrante (19/02/2011 17:34):
Incluso si Alfonso X hubiera sido analfabeto y hubiera firmado los papeles con la x que acompaña su nombre, merecería el apodo de Sabio. El legado cultural que nos dejó le pertenece por derecho de mecenazgo, muchos otros reyes jamás pusieron un maravedí en I+D. Cuando una película gana un Oscar (o un Goya) son los productores quienes suben a recogerlo, los que ponen la pasta.