Ayer quien esto escribe se puso a ver la Gala de los Goya. No por nada, ni por masoquismo, sino porque comprobar que ni con la expulsión de Casillas en el minuto 1 iba a lograr ganar el Espanyol al Real Madrid en este modelo de liga escocesa o moldava que nos han legado las televisiones hacía que el fútbol de por la noche perdiera la gracia de asistir a alguna nueva exhibición de señorío de Mourinho o Sergio Ramos [1]. Así que, como mucha gente, recurrí al plan B en materia de fair play, saber estar y obcecación a la hora de pretender que todo el mundo tenga que estar de acuerdo con comulgar con las ruedas de molino que a a ellos les convienen: cambié de canal y me dispuse a disfrutar con el espectáculo de los chicos de Ángeles González Sinde.
Por supuesto, fue un gran acierto, ya que la Gala de los Goya 2011 se convirtió en un auto de fe de esos que te abochornan como español pero que, a poco que te distancies un poco y le des al botón del patriomasoquismo, dejan momentos para el recuerdo y permiten no pocas risas. Conviene recordar que esta ha sido la primera gran exhibición de músculo del grupo que controla la llamada “industria del cine” español desde que nos informaron a todos, en plan impresentable, de que la cultura se ha de comprar y pagar, dado que ellos por definición están en venta [2]. Pero también, y sobre todo, de la primera reunión de quienes manejan el cotarro, con la Ministra que han colocado en el Gobierno para gestionar sus intereses privados lo mejor posible, después del sonado enfrentamiento con la sociedad civil y Álex de la Iglesia, que ha acabado dimitiendo como Presidente de la Academia de Cine de resultas de todo el follón, a cuenta de la inenarrable ocurriencia de Sinde y su ley [3]. Una norma cuyo objetivo es tan claro como impresentable: cargarse cualquier mínima dignidad que pudiera tener el colectivo del cine español entre el público para lograr un parche represivo y liberticida que sólo prolongará la agonía pero que, al menos, permitirá garantizar la jubilación con el riñón bien cubierto a la generación de empresarios, productores, guionistas (y sus respectivos entornos) que manejan el cotarro. Sí, claro, hablamos de Bollain y todo lo que rodea a su mundo.
La Gala era todo eso, pero lo era con la gracia de que esta buena gente se ha tenido que comer que Álex de la Iglesia, a quien pusieron allí para que quemara su buena imagen pública defendiendo el saqueo a manos llenas, les ha salido rana y presidía su último acto como Presidente de la Academia. Incluso, en tanto que tal, había tenido la ocasión de prepararla. Con lo que era gracioso ver los caretos de Sinde, Hipatia, Bollain y compañía, acojonados del primer al último minuto porque pensaban que a cada momento podía caerles algo y que De la Iglesia podía emplear la gala para ridiculizarlas, como sin duda habrían hecho ellos con él. No se dan cuenta de que la más eficaz manera de hacer el ridículo es, en su caso, dejarles actuar, darles cuerda para que se ahorquen. De todo eso iba la Gala.
Así pues no esperen aquí la excelente crónica tradicional de LPD sobre la Gala [4], los premios y demás cuestiones de índole cinematográfica. Quien esto escribe no se siente preparado para hablar con tino sobre el tema, pues, como la ingente mayoría de los españoles que pagamos la mayor parte del cotarro, este año no he visto ni una sola de las películas que se disputaban los premios, por ejemplo. Por no mencionar que prácticamente todas las supuestas estrellitas de nuestra industria me eran totalmente desconocidas. Descubrí que hay muchos señores de mediana edad que deben de mantenerse ahí arriba mucho tiempo y que en cambio las señoras suelen ser jovencitas pizpiretas. Pero no sabía muy bien ni quiénes eran unos ni quiénes otros. Desconocimiento que no quita para que la caspa y cutrerío de todo el espectáculo me resultara patente. Pero es que no hace falta ser un experto para sentir bochorno al ver el tipo de gala, incluyendo la presentación de Buenafuente y sus supuestos chistes, que en general daban más pena que otra cosa. Por mucha tensión que hubiera en el ambiente, y mucho cariño con el que uno se esforzaba en ver la actuación del cómico, la cosa bordeó casi siempre la vergüenza ajena. Como presente dos galas más, la carrera de Buenafuente empezará a amenazar liquidación.
De todos modos, no veníamos a hablar de eso. Porque, la verdad, esta gala no ha interesado a nadie en lo que a cine se refiere. Si quieren una prueba definitiva de hasta qué punto eso es algo secundario, piensen que la gran ganadora es una película catalana, rodada en catalán y que no se ha exhibido en el resto de España. Los de la Academia, más preocupados por sus batallas internas y linchar a De la Iglesia, el traidor, el convertido, el malvado San Pablo del Twitter han llegado al extremo de llegar a consentir algo así. ¡Si incluso Iciar Bollain parecía encantada de la vida después de fracasar en el reparto de premios, ya que al menos constataba cómo con su apoyo sin fisuras a Sinde y la dimisión de De la Iglesia recuperaba el control absoluto de los mecanismos de pillar subvenciones! (también es verdad que nunca lo ha perdido). Es que, mire Usted, lo importante es lo importante. Así que no pasa nada porque en medio del desconcierto los catalanes, por una vez, pillen algo en la gala.
Ahora bien, lo realmente notable fue, más allá de la cutrez generalizada del espectáculo y la mediocridad y despiste de muchas de las reinonas de nuestro cine, el show ofrecido por la clase política antes, durante y después de la gala. No nos referimos, claro está, a Pasqual Maragall, a quien no parece que el alzheimer, de momento, haya perjudicado mucho y que sigue demostrando allá por donde pasa más sentido común, del humor y bonhomía que cuatro Ministros de Cultura juntos. No sé, que lo hagan algo. Ministro de Sanidad no estaría mal.
El resumen es sencillo: carrusel de caretos durante la gala. Iciar Bollain en plan reina madre de la industria, frunciendo el ceño y pasando factura mental a los díscolos. Se le leía el pensamiento: “sus vais a enterar”. González Sinde como Cruela de Vil, vestida de Cruela de Vil, con esa cara inexpresiva de persona con mucha vida interior y reflexionando sobre el próximo guión de comedia romántica infame que va a firmar y por el que pedirá una subvención, ya que para algo eso es arte, ¡es cultura!, de varios milloncejos. Y Leire Pajín que no se sabe muy bien a santo de qué decidió ir a la Gala, exhibiendo lo que Santiago Segura ha definido a la perfección como “cara de culo” cada vez que alguien hacía alguna referencia mínimamente crítica al asunto de la ley. De hecho, su cara de profundo odio era casi permanente, acentuada en cuanto alguien empleaba una oración subordinada, pues ella no sabe idiomas y no tenía pinganillo. ¡Y eso que en realidad no pasó nada, pues Buenafuente, en un ambiente de tensión que se notaba a la legua, no osó mojarse en absoluto, más allá de mentar la bicha en plan neutro un par de veces! El único momento de sonrojo fue el discurso de De la Iglesia, que dijo cuatro obviedades, que el rey va desnudo y tal y con ello logró causar un seísmo de magnitud 9.
Hay que comprenderlos. Estos angelitos, los pobres, esta gente, venían de asistir a una entrada en el Palacio Real donde varios cientos de personas les habían dejado claro cuál es el prestigio e imagen social que han logrado consolidar entre la ciudadanía, entre su público: cero. Los gritos y los cánticos que iban saludando la llegada de los diversos “artistas” eran más que evidentes. Tenemos un sector cinematográfico que no logra sobrevivir como industria y que necesita de la subvención para pagar los sueldazos que las reinonas del medio acaban pillando. Y que, a pesar de que viven, en consecuencia, de la gracia de los contribuyentes, se permite insultarlos. Por no mencionar que, incluso en el hipotético caso de que nuestros artistas lograran taquillazos regularmente, eso de ir por ahí llamando ladrones y piratas a los que tienen que pasar por taquilla para ver tus películas tampoco parece lo más inteligente del mundo. En fin, ellos verán.
Varias artistas (“artistas” es como se suele llamar en el medio a lo que antes de consideraban “actrices” cuando tienen unos treinta añitos o menos y visten con escotes de vértigo y faldas con rajas varias) se quejaban del machismo que suponía el grito de guerra con el que fueron recibidas algunas de nuestras estrellitas de tres al cuarto. “Esas tetas, les he pagado yo”. Resulta obvio que, lamentablemente, las mujeres son blanco más fácil siempre en esta sociedad. Pero también puede, y debe, entenderse el grito como una manifestación política que simplemente singulariza en alguna de las exhibiciones externas de poderío del sector (las mamas artificiales) una crítica de fondo. Hay que reconocer que la industria, machista como es, ha generalizado las operaciones de pecho entre las actrices de manera mucho más extendida que cualquier equivalente masculino. Unas tetas de silicona simbolizan mejor la imagen pública de nuestra “Kultura” que el abuso del Greysian 2000 (o como se llame).
La cuestión de fondo no es de machismo. La clave es que, si esta gente quiere, como dicen, que pasemos por caja y llamarnos ladrones en cuanto les apetezca, pues a todos nos parecerá muy bien… si viven de su trabajo y no de nuestro dinero. Vamos a las cifras de este año de recaudación y vemos que las películas españolas han logrado menos de 77,5 millones de euros. Mientras tanto, con cifras de 2009, la subvenciones estatales y autonómicas directas llegan a 121 millones de euros (si contáramos las indirectas la cifra se dispararía todavía más), a las que hay que sumar los casi 200 millones de euros que las televisiones, por ley, se ven obligadas a inyectar a fondo perdido en el cine español (197 millones de euros en 2008 según los últimos datos del Ministerio de Cultura).
Es decir, que de cada cuatro tetas operadas, en efecto, parece que los ciudadanos pagamos al menos tres de ellas. Asumido lo cual, habría que empezar a recomendar seriamente a nuestra gente del cine que pare el carro y que piense con tranquilidad hacia dónde creen que van de la mano de Sinde, de Pajín y de sus medidas para criminalizar e insultar a su público… que es el que está pagando el tinglado incluso a pesar de no ir a ver sus películas. Porque, a este paso, me temo que será por poco tiempo. Y eso no preocupa demasiado a quienes ahora mandan en el cine español, a quienes ya les vale con que el sistema aguante 10 ó 15 añitos más para poder acabar de comprarse los chalets en Menorca y esas cosas. Pero puede tener efectos devastadores para el futuro del audiovisual español y de nuestro cine. Lo que sería algo, como es obvio, desastroso. O eso es ritual decir e incluso pensar. El problema es que, a la vista de lo que hay por ahí, cada vez más estamos empezando a tener la tentación de pensar que, a lo mejor, pues tampoco pasaba nada. O nada especialmante grave. Total, que desaparecieran las pelis españolas de las webs de descargas tampoco iba a hacer que nadie se lamentara durante mucho tiempo…продвижение молодого сайта [5]wedding drawing ideas [6]