Esta película cuenta, de entrada, con dos puntos fuertes a su vez asociados: por un lado, la historia que narra se inscribe en los años 30 del siglo pasado. Años convulsos en los que la historia se movió muy lentamente, y que toda aquella persona con un mínimo de sensibilidad gusta revisitar a menudo. Además, y dado que hablamos de ingleses, pueden Ustedes imaginarse que los nazis aparecen por ahí, aunque sea, en la mayoría de las ocasiones, implícitamente.
¡Ah, la naciología [1]! ¡Cómo nos gusta regodearnos en el estudio de los nazis y la II Guerra Mundial [2], de cómo llegaron tan alto por la vía de caer tan bajo en todo! Amigos naciólogos, estimado Nacho Vigalondo [3], con esta película tendremos ocasión de volver a mariposear en torno a lo de siempre.
Cabe aclarar, en cualquier caso, que la película no se centra demasiado en la naciología; de hecho, apenas hace referencia al notorio nazismo del rey Eduardo VIII y su amante estadounidense Wallis Simpson. En lugar de eso, la película se centra en su carácter frívolo y amante de la juerga y el vicio, enmarcados por el más terrible de los pecados a los ojos de un británico: Wallis Simpson era terriblemente vulgar (hablamos, naturalmente, de los británicos que salen en la literatura popular, con su monóculo y su levita, no de los salvajes que menudean en los pubs y campos de fútbol, o primero en unos y luego en otros). En este afán por quitar hierro a la germanofilia de los Duques de Windsor se le ve mucho el plumero a los guionistas, empecinados en dejar en buen lugar a la Casa Real. ¡Casi parece una coproducción con España!
Y, como cabría esperar, también deja muy bien al protagonista, el rey Jorge VI, que es un tío de puta madre, inteligente, formado y bondadoso, con algunos accesos de ira ocasionales y a los que se da poca importancia. O a su mujer Elizabeth, la inefable Reina Madre, el organismo biológico que ostenta el récord absoluto de ingestión de ginebra (vivió hasta los cien años, y por lo visto se pasó la mayoría de ellos trasegando que daba gusto verla). O sus niñas, entre ellas la futura Isabel II. ¡Qué ricura de niñas!
El drama en el que se centra la película, decíamos, es el del futuro rey Jorge VI, en principio no destinado a reinar, pero sí a tener algún papel de representación de la Corona (ya saben lo que trabajan las hermanas del Rey Juan Carlos I en España; ¡menudo trajín, si es que no paran!). Y allí tropieza de frente con su tartamudez, persistente a pesar de haber intentado todo tipo de remedios, a cual más estrambótico. Pero, cuando el hombre ya estaba a punto de tirar la toalla, conoce a un logopeda (que, como no podía ser menos, es simpático, ingenioso y siempre dispuesto a bajar a Su Majestad del pedestal) que consigue, tras muchos esfuerzos, que Jorge VI hable en público con razonable fluidez.
Aquí es donde yo me encontré el principal elemento de ciencia ficción de la película: ¿cómo? ¿que los problemas del habla se pueden corregir e incluso solucionar? ¿Pero qué me estás contando? ¡Jaja, cómo se pasan estos ingleses! ¡Pero si en España tenemos a un Monarca que lleva 50 años leyendo lo que le pongan por delante como si fuera el manual de instrucciones de una yogurtera! ¡Una clase política incapaz de entonar con un mínimo de naturalidad! (no es cuestión de recordar a Fraga, que hay niños leyendo esto, pero piensen en Zápátéró y su desconocimiento de la existencia de sílabas átonas) ¡Unos actores que, en el tiempo que les deja libre asistir a cenas de lobby con la ministra para discutir la estrategia contra los piratas y en pro de seguir viviendo de los impuestos y exacciones a los piratas, son incapaces de vocalizar una sola frase!
La película tiene un segundo aspecto de ciencia ficción quizás tangencial. Existe un personaje, el arzobispo de Canterbury, que es como todos los curas de las películas que no están financiadas por el Opus o la Comunidad de Madrid: pelotillero e intrigante. Pues bien, el actor que interpreta al arzobispo es, si no me equivoco, el protagonista de la mítica serie de los años 70 Yo, Claudio, de la BBC. Recuerdo que me tragué Yo, Claudio hace unos años y que cuando veía los últimos episodios, en el que salía caracterizado Claudio como un señor mayor, pensé: “Vive Dios, qué cosa más ridícula. ¿Quién puede creerse que este tío es un anciano? ¡Pero si se ve a la legua que es un joven maquillado! ¿Qué es esto, Regreso al Futuro II?”. Pues, señores, hay que decir las cosas como son: treinta años después, el actor de Yo, Claudio se parece muchísimo a la caracterización que interpretó en su día. ¿Lo habrán caracterizado para generar ese efecto o es que este señor, de mayor, parece una muñeca diabólica?
En cualquier caso, incluso estos ribetes de ciencia ficción contribuyen a la que es, sin duda, una película muy recomendable: entretenida, incluso entrañable, y enormemente inglesa, tanto en la representación de la Familia Real y los políticos británicos (todos ellos pertenecientes a la misma casta social e incluso familiar; ¡parecen los políticos catalanes!) como de las “clases populares” (una especie de familia dickensiana venida a más, que para algo estamos bien entrado el siglo XX). Eso sí, por piedad: véanla en versión original si tienen ocasión. No lo decimos por gafapastismo, sino por mera supervivencia. Si un doblaje normal es lo que es, imagínense lo que debe de ser el doblaje de una película sobre tartamudos y logopedas.translation services rates [4]russian jobs london [5]