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España en el Mundial 2010 (y 7/4): delirio y éxtasis

Señores, semos campeones del Mundo. ¡El MEMYUC de las selecciones nacionales! ¿Qué se puede decir ante algo así? Ya tenemos una razón más para morir en paz. Que mira que ha costado, el puto Mundial, con España siempre ahí, en cuartos de final, o en octavos. Y, por una vez que llegamos a la final, afortunadamente, se activó el gen español conquistador y jodimos bien a la banda de desgraciados barriobajeros que se hacía pasar por Holanda.

No tiene mucho sentido que en LPD narremos, a estas alturas, los avatares del partido. Sólo cabe confirmar que, una vez más, Torres fue fundamental. Salió con el partido casi exangüe, inventó un centro medido al área que rechazó un defensa, la cogió Cesc, se la pasó a Iniesta y lo demás es historia: Iniesta puede retirarse ya del mundo del fútbol y dedicarse a grabar la próxima entrega de “Crepúsculo”, porque el chaval nos ha regalado… ¡Un Mundial! ¡La estrellita de las narices en la camiseta de La Roja para siempre jamás!

A partir de entonces comenzó el previsible desfile de miembros de la Familia Normal, a cual más campechano, y de los adláteres (LPD ya pronosticó, sin olvidar a uno solo, quiénes aparecerían por el palco y por los vestuarios [1]). Ya habíamos tenido el maravilloso preludio de disfrutar de los artículos especializados publicados por la clase política, en los que se nos explicaba la comunión de toda España con la Roja y con los postulados que la Roja y el político en cuestión defienden, así que estábamos curados de espanto.

Tan sólo el principal responsable, incluso más que el ministro de Deportes, de la victoria española supo dar una nueva muestra de la elegancia que le es consustancial e hizo mutis por el foro. Hablamos, naturalmente, de Florentino Pérez. El hombre que consiguió, tras los años de hegemonía madridista regentada con mano de hierro por Ramón Calderón, que el Barcelona armase un equipo legendario (primero con la amenaza de la vuelta de Pérez y después con su consumación) en torno a Guardiola.

Ha ganado la mejor generación, también la menos acomplejada, de la historia del fútbol español. Nos ha permitido superar toda una vida de traumas, patetismo y momentos para olvidar. Ha ganado, además, como gusta ganar ante un equipo asqueroso como fue Holanda, patibulario y rastrero como nuevas señas de identidad de la Naranja Mecánica (por fin, 36 años después, el mote hace honor a su fuente literaria, y no a la mariconada esa del “fútbol total” de los setenta): en el minuto 116, sin margen para responder, y cuando toda Holanda, ese país ridículo de fracasados perdedores (¡Figúrense! ¡Ni siquiera han ganado un Mundial!), acariciaba el sueño de los penalties.

Se sufrió mucho, sobre todo por culpa de los mayores archienemigos de la Selección española. El primero, el ya sabido: Florentino Pérez, que tenía medio inocuizados en el Real Madrid a los dos mejores jugadores holandeses, Sneijder y Robben, y decidió desembarazarse de ellos para dejar hueco en el vestuario a estrellitas de verdad, de las que ganan títulos y no hacen nada en los Mundiales, y por poco ambos nos la arman en la final. El segundo, el árbitro de la final, malo hasta decir basta con su buenismo dialogante de “como le sueltes otra patada de karate al plexo solar no tendré más remedio que expulsarte, y tú no quieres que pase eso, ¿verdad? Anda, dibújame en un papel tus pensamientos acomodados a los valores de convivencia que defendemos aquí”.

Se sufrió, pero ya está. Y ya podemos dedicarnos a lo de siempre: la máquina de hacer interpretaciones calenturientas, iniciada ayer con motivo del paseíllo de Puyol y Xavi con la senyera. Al parecer, lo hicieron para provocar, porque son unos independentistas antiespañoles. O porque son unos vendidos al oro español y sacan la bandera para lavarse apresuradamente la cara, los muy cabrones. O algo. No entendí muy bien si era una cosa o la otra, o primero la una y después la otra, aunque al ver a Pedrito con la bandera canaria me di cuenta de que estaba solicitando tácitamente, y al mismo tiempo, la derogación del Estatuto de autonomía canario y, a poder ser, un referéndum independentista.

No se engañen (aunque Ustedes, sensatos como son, probablemente no se engañen): el Mundial no hará que España se funda en un cálido abrazo de unidad en la diversidad. Ni siquiera hará que el ministro de Deportes salve el cuello en las próximas convocatorias electorales. El Mundial no es, ni más ni menos, que el sueño de sucesivas generaciones de españoles que ayer, por fin, se hizo realidad, provocando que el que suscribe llorase como una nena metrosexual a la que le han robado su muñeca favorita. Más allá de eso, que evidentemente es muchísimo, a mí me parece que el Mundial sirve para dos cosas:

– España ha ganado el Mundial sin jugar demasiado bien, salvo el partido contra Alemania [2]. Pero, al menos, España ha intentado jugar bien, se supone que eso es lo que la define. Si el Mundial sienta cátedra, se acabará con la oleada de equipos y selecciones dedicados a practicar el catenaccio más vergonzante, plaga que en este Mundial ha alcanzado no sólo a selecciones que lo ejercen por costumbre y seña de identidad, como Italia, o porque no tienen más remedio, como Suiza [3] y Paraguay [4], sino a otras en principio alejadas de ese paradigma, como Portugal [5], Holanda [1] y Brasil. Lo cual, ocioso es decirlo, beneficiaría sobre todo a España, mucho más cómoda jugando en partidos abiertos. Que ahora estamos todos eufóricos y parece la cosa muy fácil, pero un Mundial es cosa muy seria y hay que esperar cuatro años para ganarlo de nuevo.

– Ahora que, por fin, tenemos palmarés y el resto del mundo no se reirá (al menos, no tanto) de nosotros, conviene dejar bien claro que el selecto club de países campeones del Mundial es mucho más selecto de lo que parece.

En primer lugar, los países que sólo han ganado “su” Mundial (Francia e Inglaterra) no deberían tener la puta estrellita. ¡Que se lo quiten! Que de todos es sabido que esos Mundiales, con los árbitros y la FIFA pasteleando a saco, no valen lo mismo. Desde LPD proponemos que Francia e Inglaterra se jueguen a partido único en terreno neutral cuál de los dos países puede seguir considerándose campeón (imagínense qué risa de partido, con las actuales Francia e Inglaterra).

En segundo lugar, y abundando en lo anterior, este axioma se intensifica hasta límites insospechados si el país que acoge el Mundial es una dictadura. El ejemplo emblemático es Argentina 78, pero Italia 34, con Mussolini al frente y el árbitro robándonos el partido de cuartos contra los anfitriones (eso eran robos y no los de ahora), también debería constar. Y sí, una democracia blandita también tiene potencial, pero piensen en el ejemplo paradigmático de sus limitaciones: España 82. El penalty de Juanito a tres metros del área tuvo su aquél, pero… ¿Creen Ustedes que el Caudillo, de haber llegado con vida al evento, habría tolerado que España se volviese de vacío de “su” Mundial?

Hechos estos ajustes, la cosa queda: Brasil 5, Italia 3, Alemania 3, Uruguay 2, Argentina 1, España 1. Como no hay más remedio que otorgarle a Brasil sus 5 Mundiales, habrá que ser pacientes para asaltar el liderato. Por lo pronto, dentro de cuatro años, Maracanazo. Mientras tanto, a disfrutar de lo más grande que tiene el Mundial: cachondearse de los que no lo han ganado, más conforme más gallitos y bocazas fueran previamente.загранпаспорт документы [6]chemicals translation company [7]

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