Una vez más, LPD vuelve a atinar en todas y cada una de las claves que nos llevarían a plantarnos en la final del Mundial (aspecto que, por otra parte, LPD también anticipó [1]). Alemania [2] venía como el equipo más destacado del Mundial, tras deshacerse de dos selecciones de pedigree, en claro contraste con el ingrato camino de España, plagado de equipos ultradefensivos y partidos coñazo. Todo estaba preparado, en consecuencia, para que pasase lo que pasó: una España curtida en mil batallas a cara de perro dominó de principio a fin, con una autoridad que ríase Usted de la policía española.
Con siete jugadores del Barcelona en la alineación inicial, con un juego extraordinariamente parecido al que ha convertido al Barça en lo que es ahora, conviene dedicar un emocionado recuerdo al que es, sin duda, el principal responsable de que, tras décadas de fracasos y mediocridad, la Selección española lleve dos años de gloria: el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.
Hace dos años, cuando la Roja era la patética banda de fracasados que se dirigía a la Eurocopa como quien va al matadero, Zapatero lo tuvo claro: “si gano las elecciones crearé un ministerio de Deportes”. Porque los problemas, en España, se arreglan creando un ministerio para acometerlos con la mínima seriedad y rigor que les corresponde. Y el fútbol español, amigos, era un problema.
Pero al ganar las elecciones Zapatero se dio cuenta de que nadie en el PSOE estaba dispuesto a coger la patata caliente del deportes español y La Roja. Todo el mundo prefería encargarse de actividades populistas y demagógicas, como el Ministerio de Educación o el de Economía. Así que Zapatero, con esa valentía que le ha hecho famoso, se dijo: “pues seré yo el ministro, qué carajo”. Y hete aquí que el pobre presidente, con la de trabajo que tiene, tuvo que echarse a las espaldas tan pesada carga, asistiendo a todos y cada uno de los eventos deportivos correspondientes. Lo demás, lo de gobernar el país y eso, pues hubo que dejarlo un poco de lado, pero joder, que hemos ganado la Eurocopa y podemos hacer lo propio con el Mundial. ¿Ustedes no lo prefieren acaso?
Con Zapatero llevando las riendas, y con Fernando Hierro al frente de la gestión deportiva, estaba claro que la cosa tenía que ir bien (¿para cuándo una cuarta vicepresidencia de Asuntos Deportivos?). Pero, con la excepción de LPD, que siempre creyó en España, casi nadie pensaba que llegaríamos tan lejos. Especialmente, después del partido contra Suiza [3].
Los demonios de toda la historia precedente de la Selección Española se agolpaban a la puerta, a pesar de haber conjurado ya el maleficio de los cuartos de final. Y, además, un último factor coadyuvó para terminar de acojonarnos ayer: España estaba jugando bien, incluso muy bien, con Xavi funcionando a toda máquina, Sergio Ramos protagonizando una subida estéril por la banda derecha tras otra e incluso Xabi Alonso cortocircuitando el juego menos de lo habitual; pero no terminaba de concretar. Y, desde las profundidades del patetismo español, muchos recordábamos que el mejor partido de España en cualquier competición es siempre el último, cuando España cae tragicómicamente eliminada a manos de unos italianos astutos o unos belgas grises con el autobús en la portería.
Afortunadamente, ayer no pasó lo que pasaba siempre, y por fin la afición de La Roja, más sacrificada que los “Sufridores” del Un, Dos, Tres (esa gente que Chicho Ibáñez Serrador metía en una jaula para que vieran lo que hacía la pareja concursante, cuyo premio se llevarían también; más de una pareja de sufridores acabó chillando desesperada, aferrada a los barrotes: “¡no cojas el perfume de Bigote Arrocet! ¡No lo hagas! ¡Escoge la caja que nos ha traído Arévalo, que tiene el apartamento en la Manga del Mar Menor!”), vio cómo la selección llegaba a la final de un Mundial; y lo hacía, además, por la puerta grande, pulimentando el parabrisas hasta el éxtasis, pero con paulatinamente más profundidad. La Roja tiene un problema de gol, está claro, pero como, sorprendentemente, defiende muy bien, más o menos la cosa se compensa.
Conviene añadir aquí un emocionado recuerdo a otro de los culpables de la victoria, la salvífica impronta del “Niño” Torres, en esta ocasión desde el banquillo. Gracias a él Alemania estableció una disposición táctica sobre el campo totalmente inadecuada para dominar el partido; gracias a él, a lo mal que está, pudimos disfrutar de Pedrito en la delantera (¡un partido once contra once, por fin!); gracias a él, a su lamentable estado de forma, incluso la prensa española y los vendedores de camisetas cejaron en su empeño, y con un poco de suerte también nos libraremos de él en la final.
Porque, con gran inteligencia, Pedrito impidió al final del partido que el Niño rematase una ocasión a puerta vacía que incluso él podría haber marcado. Contra toda evidencia, Pedrito fue egoísta, se afanó en regatear y regatear y, al final, la perdió. Y puede que un segundo gol nos hubiese dejado más tranquilos, pero hay que comprender a Pedrito, que se marcó un partidazo: si Torres marcaba al día siguiente la prensa sentenciaría: “Torres nos mete en la final”; “Torres resucita”; “Por fin Torres”. ¿Y saben quién tendría que cederle su puesto en el once titular a Torres?
España jugó, en resumen, como la vimos jugar en los mejores momentos de la Eurocopa. Mantuvo en todo momento el control del partido, abrió el campo, contó con varias opciones en ataque, y en ningún momento se vio inquietada en defensa por una Alemania que le había marcado cuatro, recordémoslo para poder reírnos de ellos a gusto (y lo que nos queda), a dos equipazos, firmes aspirantes al título, como Inglaterra y Argentina. En la primera parte fue un poco más parabrisas, pero se desmelenó en la segunda, un recital de juego y ocasiones que no recordábamos desde la semifinal contra Rusia en 2008.
Como la grandeza de ser español no está reñida en modo alguno con la bajeza de miras inherente al fútbol, dediquemos un momento a reflexionar sobre el lamentable partido que hizo la selección alemana, junto con Honduras [4], y a los efectos, el rival más flojito que ha tenido La Roja a lo largo de la competición. Acostumbrados a ganar dando espectáculo a Dinamarca y a perder, patéticamente o dando espectáculo, casi con cualquier rival de mayor entidad, quién nos iba a decir que precisamente Alemania [2], el monstruo de las galletas, el de “once contra once y al final siempre gana Alemania”, se convertiría en un equipo blandito; el sparring ideal para dar espectáculo y para legitimar la grandeza de La Roja, porque, “joder, que es Alemania”, y porque nos enfrentamos a ella una vez nos ha hecho el trabajo sucio y se ha desembarazado de los rivales más peligrosos (Turquía en la Eurocopa, Argentina ahora).
En fin, embargados por la felicidad y por una cierta incredulidad ante lo que estamos viviendo, no somos plenamente conscientes aún de la extraordinaria importancia de lo que se ha hecho: no es nada fácil llegar a la final de un Mundial, y, de hecho, España no lo había hecho nunca, que de eso estamos hablando aquí. Tal vez parezca fácil, pero piensen Ustedes que puede que pasen cuatro años, cuatro largos años, antes de volver a vivir este privilegio (habrá hondonadas de yoyah por estar en el palco el domingo; y tengan Ustedes en cuenta que la Familia Real, talismán donde los haya, ya se habrá apropiado de muchas entradas). También es verdad que, ocurra lo que ocurra, podremos estar cuatro años riéndonos de casi todas las selecciones que llevaban décadas haciendo lo propio con “La Roja”, que a fin de cuentas de esto va el honesto festival del nacionalismo cerril que es cualquier competición deportiva.
Desde LPD sólo tenemos un ruego dirigido a Hierro y al ministro de Deportes: sigan sin ser España un partido más, sólo uno. El partido contra Suiza ya nos dio todo lo que esperamos de España. Y aunque jugamos fuera de casa, contra la selección moral de los sudafricanos que siguen detentando el poder económico y social del país, que vinieron a trabajar honradamente, con el sudor de su frente, hace siglos y luego se amoldaron a las costumbres de la época dejando que otros trabajasen por ellos, España puede dar la campanada, la sorpresa, el Maracanazo, y hacerse con la Copa del Mundo (que ya tengo ganas de bordar esa estrellita hortera de “ganador de un Mundial” en la camiseta de La Roja; si incluso Inglaterra tiene una, ¿cómo vamos a dejar de tenerla nosotros?).birthday maker [5]сколько стоит сделать сайт [6]