God save Brown
Parece, a estas alturas de la campaña, que hay cierto consenso en la opinión publicada nacional e internacional respecto de que Gordon Brown está amortizado como político, de que sus días al frente de los destinos del Reino Unido están acabados y de que el sello personal aportado al cargo por el escocés habrá sido el haber sido incapaz de mantenerse en el cargo, de ganar unas míseras elecciones y de mantener el rutilante legado de Tony Blair. Si el declive económico ya era una pesada carga que sobrellevar, la emergencia de los liberales como partido con opciones de lograr un nivel de votos comparable e incluso superior al de los laboristas ha acabado de definir las elecciones del jueves más como un entierro que como una pugna competitiva. O eso dicen.
Se supone que, a estas alturas de la campaña, los más previsibles resultados pasan por una victoria de los conservadores de Cameron, que se harían con un porcentaje de votos de entre un 30 y un 35%. Mientras tanto, liberales y laboristas pelean codo con codo por llegar en segunda posición, con ligera ventaja, según las encuestas de las últimas semanas, de los liberales. Ambos están rozando el 30% de los votos. El sistema electoral británico, uninominal mayoritario a una vuelta, provocaría, con esos resultados, si todo va como los medios de comunicación y expertos británicos sostienen, y por primera vez en décadas, un Parlamento sin una clara mayoría de gobierno. Y, surrealistamente, para rematar lo salvajemente desviado de la situación, ese Parlamento dispondría de una mayoría de diputados laboristas siempre y cuando éstos logren unos resultados no del todo lastimosos, cercanos al 30% mítico, y los conservadores no se vayan demasiado (digamos, a no más de 5 ó 6 puntos) en número de votos. Ése es, al menos, el consenso actual, aunque los expertos en el tema del otro lado del Atlántico, nuestros amigos de 538.com, a quienes tenemos cariño y respeto intelectual porque han generado y depurado sus modelos de análisis demoscópico en mundos serios y competitivos como el de las apuestas deportivas y el béisbol, para después dar el salto a la política y haber clavado los resultados de las pasadas presidenciales americanas, consideran que con esos previsibles resultados el partido que obtendría más diputados sería el de Cameron, que incluso rondaría la mayoría absoluta. Lo cual resolvería en gran medida los previsibles problemas de gobernabilidad derivados de la extravagancia de que el tercero fuera en realidad el primero. Que puede quedar muy bíblico pero no deja de ser un lío, máxime si los liberales demócratas, cabreados por tener más votos pero menos escaños que los laboristas, no están por la labor de apuntalar ni a Brown (a fin de cuentas, un perdedor y líder de un partido al que tendrían que aspirar por sustituir como una de las dos fuerzas políticas esenciales del Reino Unido) ni a Cameron (que es un pijo con poca gracia y un ideario muy alejado de unos liberales demócratas que, merced a la gracia del blairismo y de la tercera vía, es el menos conservador de los grandes partidos ingleses en no pocos asuntos, empezando por el manejo de la inmigración). Lo cual es muy comprensible, porque ser el apoyo parlamentario del gobierno que se va a comer lo que queda de crisis econonómica, con pinta de ser de lo más desagradable, cuando puedes estar en la oposición haciendo lo que en el mundo de la política europea es ya conocido como “un Mariano Rajoy”, esto es, permanecer tumbado a la bartola esperando a que el gobierno pierda credibilidad a chorros semana tras semana por no ser capaz de capear el temporal, requiere de muchas ganas de pillar una poltrona y, además, de una cierta falta de inteligencia estratégica a medio plazo notable.
En definitiva, que la cosa promete. Pero casi más interesante que lo que pueda pasar después de las elecciones y a partir de sus resultados, dado que todavía no los conocemos, es analizar cómo ha ido la campaña. Y, sobre todo, comentar lo que ha sido su traca final, resumen de la dinámica de fondo que ha enhebrado todo el esfuerzo electoral laborista. Nos referimos, claro está, al famoso y lamentable Bigotgate, que se supone que ha sepultado definitivamente la expectativas de Gordon Brown, a quien sólo un milagro puede rescatar.
Para quien no conozca el asunto, la cosa se resume en varios pasos:
1. Los asesores de Brown, a pesar de su conocida tendencia a meter la pata en público y a su falta de empatía con la gente por así decir “normal” (viejecitos, desempleados, gente que está por la calle esperando a que los medios de comunicación le saquen 10 segundos en la tele…), deciden sacar al pobre Primer Ministro a hacer la demagógica campaña al uso. En la calle, abrazando a abuelos y besando niños, diciendo a todo el mundo lo que quiere oír. Altos vuelos ideológicos de esos que se estilan ahora.
2. Brown se encuentra con una señora, ya con sus añitos a las espaldas, que decide aprovechar la ocasión para preguntarle, en 2 minutos, al Primer Ministro, por todo: deuda pública, impuestos, educación, gestión de la crisis del volcán e inmigración. Imaginen el nivel de la discusión. Hasta en las barras de bar menos reputadas los asuntos candentes se despachan y resuelven con algo más de atención. En un alarde de paciencia, Brown trata de ser amable, y lo es, así como de ir respondiendo a la batería de preguntas. Pero, sorprendentemente, en vez de decirle a la señora que tiene razón en todo le va introduciendo pequeñas matizaciones. ¡Craso error! ¿Quién se ha creído que es ese Brown? ¡Contradecir la sana expresión del pueblo llano! ¡Dónde vamos a ir a parar! ¿Si ya ni se reconoce como evidencia política de primer orden que cualquier ciudadano de a pie, siempre y cuando haya cámaras delante y estemos en campaña, tiene siempre razón, qué pasará con la civilización occidental?
3. Para acabar de rematar la cosa, la señora se queja de que se está todo poniendo perdido de personas, o lo que sean, del Este de Europa y que eso no puede ser. Que ella antes votaba a los laboristas, pero que una cosa es una cosa y otra dejar a la buena gente inglesa desamparada frente a las hordas eslavas. ¿Para eso ganamos la guerra a los europeos? ¿Dos veces? Brown aguanta como puede, pone buena cara y huye al coche.
4. Allí, creyéndose en la intimidad de su cubículo rodante de campaña (un Jaguar, eso sí, como los diputados del PSOE de la Filesa de los noventa, que incluso los británicos llegan, con retraso, eso sío, a nuestro nivel tarde o temprano), hablando con su asesora, se queja amargamente de que le hayan permitido perder tiempo con esa señora. A su juicio, la imagen es patética: el Primer Ministro teniendo que explicar en pildoritas de 15 segundos asuntos muy complejos a una señora mayor y preocupada por la agenda conservadora al uso (como es ley de vida, por otro lado) que, además, ¡va y resulta que dice que votaba a los laboristas, en pasado, como dejando claro que ahora ya no lo hará! A Brown le parece ridículo que le hayan puesto en esa situación y se queja. Pero, lo que le honra hasta cierto punto, casi lo hace más por el hecho de haber tenido que lidiar con estereotipos conservadores pelín reaccionarios que por el hecho de que aparentemente la señora no les vote ya. Y, entonces, Brown comete el error que todos dicen que le ha hundido definitivamente, al afirmar que la señora tiene bigotillo (la llama “that bigoted woman”).
5. La conversación se graba y los medios de comunicación la publican. Brown la escucha en la radio, se derrumba en directo, realiza una peregrinación para pedir perdón a la señora, que se pone muy digna y le manda a la mierda… Todos sus actos de pública constricción tienen el mismo efecto que tendría una rectificación de Inda ante sus lectores si Pellegrini ganara la Liga. O que tras la eliminación del Barça en la Champions además Eto’o marcara un gol en la final. Es decir, ninguno. Cuando en fútbol o política se mete por en medio la extravagante idea de ir contra los prejuicios del público el resultado sólo es incrementar el ridículo y la desgracia. Que alguien se ponga a ello sólo genera dos efectos. Demostrar que esa persona es una insensata o ha perdido la cabeza y, en cualquier caso, poner de relieve que por mucho que haga y luche ya no logrará nada, que con la rectificación y las disculpas no irá a ninguna parte. En una situación así, y es alucinante que los asesores de Brown no lo sepan, hay que hacer lo que haría Inda. O lo que hace la prensa de Barcelona que jaleó el fichaje de Ibrahimovic y la expulsión de Eto’o. Nunca reconocer el error, reafirmarse en que se tenía razón y, si es preciso, añadir dos huevos duros y recordar que Eto’o es negro. ¿O por qué creen que lo largamos, fichando además a cambio, por 40 milloncejos más, a un tío extravagante, y toda la afición del Barça aplaudía con las orejas?
El caso es que, agravando la cosa con su patético periplo para disculparse, Brown ha acabado, al decir de todos, sentenciado. Ha incurrido en el mayor pecado que se puede cometer en una democracia moderna y mediática. Ha atentado contra los prejuicios populares. Y lo ha hecho en directo. Casi peor, lo ha hecho criticando en plan sincero a una votante, lo que es pecado mortal sin posibilidad de perdón. La expresión “bigoted” en inglés, por lo visto, es de lo más ofensiva, pues significa algo así como “intolerante reaccionario”. Es el origen, vamos, de nuestra expresión “bigotillo”. Y, como es sabido, un político nunca puede mentarle el bigotillo a un votante. Aunque lo lleve como Hitler, salude con el brazo en alto y apalee inmigrantes para desayunar sería de mal gusto, un error político mortal, señalar su existencia. ¡Qué mayor pruebe de alejamiento de la gente real, de la gente de la calle, que no entender sus preocupaciones, su intensa vida interior y las condiciones que le llevan a escupir cada vez que ve a alguien de tez oscura por ahí!
En tiempos como los actuales, en los que encontrar un líder político europeo que no haga que uno se ponga a llorar, no es que LPD vaya a ponerse a eregir estatutas de chapapote en honor a Brown, que tampoco es que lo merezca con su gestión “a la Zapatero” de la crisis económica, pero la verdad es que el episodio lo convierte en un tipo, al menos, simpático. Por su mala suerte. Por enfrentarse a las horcas caudinas del show media de nuestros días. Y por sincero, joder, por mucho que digan lo contrario.
Como en estos tiempos se supone, por delirante que sea la idea, que los políticos piensan en privado lo mismo que dicen en público, se ha interpretado, por increíble que pueda parecer a una persona más o menos sana intelectualmente, que la referencia al bigotillo de la señora consistía en un ejemplo inaceptable de doble moral. En cambio, la verdad, a poco que analice uno la situación desapasionadamente, se da cuenta de que es justo lo contrario. Brown, con educación y un punto de impaciencia, trata de explicar a la señora que, bueno, no crea, lo de apalear a los rumanos también puede tener sus lados negativos, eh. Lo hace de modo cortés, y en ningún caso le da la razón en ese asunto ni trata de exacerbar sus prejuicios. Al contrario.. Su queja en el coche es coherente con lo que piensa, lo que le dice y la línea de su campaña. ¿Dónde está la hipocresía? Lo lamentable, en realidad, son sus asesores que le meten en líos, no le apagan el micrófono y, encima, le obligan a correr a disculparse. ¿Por qué habría de diculparse Brown?
Una segunda tesis, que avala la necesidad de pedir perdón por el inaceptable comportamiento del Primer Ministro, es la que señala que es una cuestión de formas, no de fondo. El problema residiría en que Brown faltó al respeto a la ya afamada “bigoted woman” al referirse a ella en esos términos. En este sentido, quizás por la interferencia española, uno no puede conincidir con los críticos de Brown. Si imaginamos al político español medio llegando al coche, de charla con su asesor, en un contexto homologable, la cosa podría parecerse a alguna de estas opciones:
– “Desinfectante, por favor. Joder, la gorda ésa, qué mal olía, la cabrona. Hay que ver lo que hay que aguantar en campaña”.
– “La hijaputa de la abuela, qué pesada, no paraba con la cháchara. Joder, la próxima vez quitádmela de encima a la segunda pregunta, que esta gente se confía y mañana la tenemos dando el coñazo otra vez y pidiendo ayudas sociales en el ayuntamiento”.
– “Vaya tía fea, ja, ja, ja…. ¡Y se queja de que vengan inmigrantes del Este, la tía! A ver quién le hará caso, a la abuela cascarrabias, como no sea un ilegal que no tenga más remedio”
…..
Y ésas son, reconozcámoslo, opciones menos ofensivas que otras que a todos nos vienen a la mente.
En un contexto en que uno tiende a imaginarse a sus políticos en ese plan, llama la atención, por lo positivo, el exquisito respeto de Brown a la ciudadana, aunque mentara lo del bigotillo, caray. ¡Si el tío es un dechado de respeto, aunque tenga mala leche y un carácter fatal, según dice todo el mundo!
En cualquier caso, es cierto que en España no todos los políticos son iguales. Sería injusto generalizar. En un contexto semejante, la verdad, uno no se imagina a nuestros líderes comportándose como, en plan ventajista, acabamos de describir. Eso lo harían los politicastros de segunda fila, que en España son gente de muy poco nivel. Pero nuestros líderes, la verdad, demostrarían más de altura:
– Mariano Rajoy, muy probablemente, se lo tomaría con calma, le preguntaría por el fútbol y el Manchester United, para a continuación recomendarle que pierda cuidado por el asunto de la inmigración y que piense que, a fin de cuentas, los hijos de esa gente pueden llegar a jugar en la Premier y hacer competitiva a la selección inglesa.
– ZP, muy probablemente, si los asesores no lo sacan de ahí cuanto antes, acabaría convencido de la penetrante visión política de la señora y le ofrecería trabajo. En la Fundación IDEAS, como mínimo. Y si la conversación se hubiera prolongado suficientemente y a los medios de comunicación la señora les hubiera caído en gracia, probablemente de Ministra o Secretaria de Estado.
– José María Aznar, por último, no habría comentado nada con los asesores una vez en el coche. Es de natural reservado. Pero nos los imaginamos recostando en su asiento, sintiendo cómo su musculatura se relaja, pensando que la señora, joder, tenía su puntillo, la muy cabrona. ¡Menos mal que hoy me he puesto una camisa ceñidita y así se ha podido dar cuenta de cómo de trabajados tengo pectorales y deltoides!
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Comentario de killthemosquito (03/05/2010 18:37):
totalmente de acuerdo con el análisis. No sé si es que yo también tengo vena de político español, pero lo cierto es que cuando escuche los comentarios de la señora del bigote, también pensé que mi respuesta habría estado más cercana a “jodida tía facha la gorda ésta”, que al educado comentario del señor brown.
Comentario de popota (03/05/2010 19:50):
Sería lamentabilísimo que se atribuyera la derrota de Brown a episodios como este, pero todo pinta que serán cosas como esta las que permitirán a los aún más blairistas quitárselo de encima y poner a uno aún peor, donde peor significa más favorable a guerras imperialistas, a recortar derechos civiles y a hacer de chicos de los recados de la City.
Comentario de Nacho Pepe (03/05/2010 20:28):
Estoooo lo de que “bigoted” en inglés tiene algún significado similar a “bigote” en español lo pones de coña ¿no?
Que no digo yo que etimológicamente tenga algo que ver pero… que yo sepa si dices bigot a ningún inglés le viene a la cabeza un “moustache”
¿Y por qué un montón de medios españoles se han emperrado en decir que la llamó “fanática”? Claro, es que “intolerante” en realidad es hasta… simpático, te doy la razón.
Comentario de Bunnymen (04/05/2010 11:05):
Pues muy acertado el análisis. Yo me pongo en la piel de Bronw, y si no me apagan el micrófono lo menos que me enmarronan es un “¡Puta vieja!”.
Eso si, también acertadísimo has estado en la segunda parte del análisis en la que dices que ya puestos mejor reafirmarse. Por lo menos así te confirmas como un líder fuerte frente a tu electorado más fanático y borreguil. Ese que te votara siempre aunque te pillen violando y acuchillando a una niña, mientras robas un maletín con el dinero de las pensiones de los ancianos y a la vez hablas con tu abogado para evadir los impuestos y poner las cuentas en Andorra.
En este ultimo caso nada más que decir “¡Lo hice por España, por las victimas de X (elija su opción empatico-demagógica favorita), y si, la vieja era una puta vieja y con bigoton !”. Las masas te aplaudirán entusiasmadas.
Vivimos tiempos intelectualmente pueriles. La educación y el respeto básico se confunden con debilidad.
Comentario de Otis B. Driftwood (04/05/2010 12:32):
Me ha parecido estar viendo un capítulo de The Thick of It. No digo más.
Comentario de Andrés Boix Palop (LPD) (04/05/2010 13:03):
Respira tranquilo, Nacho, pretendía ser una broma.
Otis, ¿es recomendable esa serie? Porque no me he atrevido a ponerme con ella, tras la decepción tremenda que, hace ya muuuchos años, resultó “The New Stateman”. Ten en cuenta que soy fan de “Yes, Minister” y “Yes, Prime Minister”, de modo que mi juicio se ve muy afectado por ello.
Comentario de Garganta Profunda (05/05/2010 08:19):
Hasta donde llega mi ingles de Colegio Público Apañoh, “bigot” viene a ser algo así como “intolerante”, no bigotuda…
Comentario de Andrés Boix Palop (LPD) (05/05/2010 10:22):
Repito, Garganta, que pretendía ser una broma, jugando con la simbología del “bigotillo español”. ¡Como para no estar al tanto de las múltiples variantes traductivas de “bigot” y sus correspondientes matices después de la matraca de estos días!
Por cierto, las últimas encuestas parecen reafirmar ligeramente el liderzgo tory, que se va por encima del 35%, así como un repunte laborista a costa de los liberal-demócratas. Paradójicamente, subir un poco no es bueno para los laboristas si los conservadores suben también, pues ello mina a los liberaldemócratas, que son los que pueden putear más a los conservadores.
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