La torre del orgullo – Barbara W. Tuchman

1890 – 1914. Una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial

Este libro se centra en las dos décadas del cambio de siglo que, retrospectivamente, son conocidas como La Belle Époque, y que también pueden leerse como incubadora de la I Guerra Mundial. Se trata de un período relativamente cercano y sobre el cual, en apariencia, sabemos bastante. Pero, en realidad, y comparativamente con lo que vino después (I y II Guerra Mundial, Revolución Rusa, Gran Depresión, Guerra Civil, …), si nos paramos a pensar lo más probable es que nos limitemos a tener una idea difusa del esta época, centrada en lo anecdótico (la Guerra de Cuba de 1898, el caso Dreyfus, y poco más).

La autora del libro, Barbara W. Tuchman, entrañable abuelita fallecida en 1989, era una periodista yanqui, reciclada como escritora de postín, conocida sobre todo por su magnífico libro sobre la I Guerra Mundial, “Los cañones de agosto”. Entre sus muchas virtudes, Tuchman destaca, en particular, por su extraordinaria capacidad para trazar perfiles de los protagonistas de la historia, a los que hace aparecer como si estuvieran en el salón de la casa de Usted, departiendo amigablemente sobre el daño que ha hecho el buenismo de Zapatero a nuestro país.

Si cabe reprocharle algo es que tiene una clara tendencia a condensar una época en un aspecto concreto, en el que se concentra. Así lo hace, por ejemplo, en la mencionada “Los cañones de agosto”, en donde explica pormenorizadamente el desarrollo del primer mes del conflicto, agosto de 1914 (donde la ofensiva alemana en el Oeste, que estuvo a punto de conquistar París, acabó frenada por los Aliados en la batalla del Marne, convirtiéndose en la posterior guerra de trincheras), para después ventilarse el resto del conflicto en cuatro páginas.

Y así lo hace en el presente libro, que dedica cada capítulo a un país o grupo diferente, pero en realidad recorre luego en su análisis un acontecimiento o personaje específico. Así, tenemos dos capítulos sobre Gran Bretaña, que se centran en su clase política; uno sobre EE.UU., focalizado en el parlamentarismo y, específicamente, en la figura de Thomas B. Reed (presidente de la Cámara de Representantes); uno sobre Francia (el caso Dreyfus); uno sobre Alemania (el compositor Richard Strauss); dos sobre la clase trabajadora (anarquistas y socialistas); y uno sobre las conferencias de paz de La Haya de la primera década del siglo XX.

¿Eso es todo? Dirá el lector. ¿Qué hay de Rusia? ¿Y de la guerra de los Boers? ¿Y de España? ¿Qué pinta España en todo esto, además del ridículo de Cuba y Filipinas? Pues de esto también habla, pero tampoco se crean Ustedes que mucho. Porque habla en un plano secundario, o a colación del recorrido vital de los personajes en los que se centra. Pero lo hace tan, tan bien que la autora sería perdonada incluso por el tipo de mentalidad obsesiva de “quiero que después de 1906 me cuentes 1907 y te dejes de florituras”. Y uno, que en realidad quería que en el capítulo dedicado a Alemania le hablasen de fervor nacionalista, producción de armamento y salidas de tono del Kaiser, descubre que la autora le proporciona todo esto y más, y además le aporta datos sobre la figura de Richard Strauss en cantidad suficiente como para que Usted pueda medio aparentar que sabe algo del tema.

Tal vez digan Ustedes: ¿Y a mí qué? ¿De qué me sirve esto? Aaaayy, amigo Usted, … ¿Eso es todo lo que ha aprendido de LPD en estos años? ¿Acaso no se da cuenta de que, simulando saber algo sobre este tipo de cosas, uno no sólo tiene alguna posibilidad más de ligar en determinados ambientes (cada vez más inhabituales, todo sea dicho), sino que, puesto que ya sabemos algo de música clásica, nos permite eludir la responsabilidad que todo listillo con pretensiones lleva sobre sus hombros de formarnos mínimamente en la materia?

Por no hablar de que luego Tuchman te cuenta cosas como que la mujer de Strauss, Paulina De Ahna, era una especie de Valkiria hiperdominante que ponía a parir a Strauss en público constantemente, le humillaba, denigraba y vilipendiaba y jamás tenía ningún gesto de afecto para con él, que aguantaba todo lo que le echasen con una entereza digna de mejor causa:

Evidentemente, a Strauss no le molestaba el carácter autoritario de su mujer. Durante las fiestas, frau Strauss no consentía que su marido bailase con otras mujeres. En el hogar desempeñaba su papel de ama de casa con ‘implacable fanatismo’, exigiendo a su marido que se limpiara los pies en tres esteras diferentes antes de trasponer el umbral. Todos los visitantes, fuese cual fuere su edad o categoría, recibían la misma orden: ‘Límpiense los pies’. (…) Cuando Paulina cantaba en las reuniones, acompañada al piano por su marido, las piezas solían terminar por prolongados movimientos de piano. Entonces ella extraía un gran pañuelo de encajes que agitaba delante de los asistentes, para desviarles la atención del pianista. En numerosas ocasiones explicaba con todo detalle, mientras Strauss escuchaba con sonrisa indulgente, la forma en que ella había contraído aquel matrimonio tan poco conveniente. Debía haberse casado con un joven húsar, y en lugar de eso estaba casada con un hombre cuya música ni siquiera podía compararse con la de Massenet. Durante un viaje a Londres en que Strauss dirigió Heldenleben, se propuso un brindis en honor del músico, y su mujer interrumpió, exclamando: ‘¡No, no! ¡Por la esposa de Strauss!’. Éste se limitó a lanzar una carcajada, gozando evidentemente con el deseo de primacía de su mujer (pp. 321 – 322).

En resumen: Tuchman logra captar perfectamente el espíritu de la época, y lo hace en un libro cuya lectura resulta muy placentera, gracias también a una buena traducción (aunque con inexplicables errores sintácticos). Por supuesto, la autora no es imparcial, como muestra su indisimulada simpatía por el Imperio Británico, que ha forjado el imperio más grande de la historia (con control directo sobre la cuarta parte del territorio del planeta); y que lo ha hecho, además, granjeándose una fama, en un excepcional ejemplo del valor de las relaciones públicas, de Imperio “benigno”. Es la época en la que los británicos, en el apogeo de su poder, comienzan a darse cuenta, sin embargo, de que la decadencia, bajo la forma de Alemania dando por saco y las harapientas masas trabajadoras adquiriendo derechos políticos, está al llegar.

En cuanto a lo primero, Tuchman es una más de las personas que desprecian el belicismo y agresividad de Alemania (esta pobre gente nunca ha logrado caer bien a nadie; fíjense el pastón que han tenido que soltarnos con los Fondos de Cohesión para que les medio toleremos; total, por un par de deslices sin importancia que tuvieron el siglo pasado). Es ese el principal drama de Alemania también en la época reflejada por el libro: no le resultan simpáticos a casi nadie; ¿pero cómo va a caer bien a alguien un fanfarrón que pretende tener derechos adquiridos a ostentar la hegemonía sobre los demás?

Respecto de la clase trabajadora, la autora se ventila con brillantez el sinsentido anarquista (un movimiento político que dejaba de moverse en cada ocasión en la que era necesario adquirir una resolución de cualquier tipo, dado que en su propia naturaleza está la ausencia de cuadros directivos o jerarquía de alguna clase), que contrapone con el cada vez mayor posibilismo de los socialistas, que pierden afán revolucionario conforme ganan poder efectivo, sobre todo en la primera década del siglo XX.

Los socialistas se dan cuenta de que pueden mejorar ya las condiciones de vida de los trabajadores colaborando con el estado burgués, y muchos de ellos prefieren hacerlo a continuar, como hasta entonces, con la revolución social como único objetivo (y, por otra parte: a ver quién es el guapo, por muy dogmático que se pretenda, que renuncia a pillar una poltrona cuando se la ponen delante). Es decir, los socialistas comienzan a edificar ese exitoso doble lenguaje, el que combina un supuesto “programa de máximos” frente a la realpolitik, que les permite hablar, es un suponer, al mismo tiempo de “la peor derecha de Europa” y de que no hay nada más progresista que bajar impuestos a los ricos (salvo, quizás, subírselos a los pobres).

Como nueva demostración de esta dualidad, el libro termina mostrando cómo todos, incluyendo a los trabajadores, se acaban embarcando sin remedio en la oleada nacionalista preludio de la I Guerra Mundial, en una demostración palpable, la primera de muchas, de la poca fuerza que ostentaba en la práctica el internacionalismo que hasta entonces preconizaba la izquierda obrera, rápidamente destruido conforme comenzaron las primeras soflamas públicas de amor a la patria, en los momentos iniciales del conflicto.редизайн сайта


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  1. Comentario de Garganta Profunda (20/04/2010 07:16):

    “Es decir, los socialistas comienzan a edificar ese exitoso doble lenguaje, el que combina un supuesto “programa de máximos” frente a la realpolitik”

    Da gusto ver que no se han perdido las formas…

  2. Comentario de desempleado (20/04/2010 08:13):

    Leí dicho libro hace un par de años tras acabar con “los cañones de agosto” y recuerdo que me dejó una gratísima impresión. Precisamente ahora estoy leyendo otro sobre el tema: una historia de la “Gran Guerra” buena, buena. Se llama “1914-1918” (lo sé, el título no es muy original) y lo escribe David Stevenson. Desconozco si existe traducción. Cuanto más leo sobre dicho período más creo que el mundo occidental llegó a su cénit (en lo que a progreso moral se refiere) en 1914, desde aquel momento rodamos cuesta abajo. Obviamente me refiero a blancos con poderío.

  3. Comentario de Bah (20/04/2010 12:36):

    Pues yo creo, Desempleado, que el mundo occidental, o más correctamente dicho, Europa, ha ganado mucho en lo que a moralidad se refiere en los últimos 50 años. Aunque lo mismo estoy malinterpretando tus palabras. De ser así, como buen español no sólo negaré que sea un error mío, sino que sin duda se tratará de una malinterpretación tuya de tus propias palabras. Y de paso aprovecho lo dicho para enlazar con lo que comentna Guillermo sobre la buena prensa del Imperio británico. En pincipio creo que esa afirmacióne s ampliamente matizable, aunque coincido con la idea de fondo, pero lo que courre es que por aquí tendeis a leer mucha historiografía y otras hierbas procedentes de la Pérfida. Y es que es llamativo que probablemente el único país de Europa con pasado colonial donde todavía un porcentaje importante de la población y de la inteligentsia considera abiertamente que su imperio fue una fuerza positiva, un orguillo, Britannia rule the waves y todo eso es precisamente el R.U. Ni un poquito de vergüenza sienten, los muy mamones. Incluso en muchos sentidos me da la imrpesión de que aún conservan un racismo sociológico, de guante blanco y compatible con el lenguaje políticamente correcto, heredado de aquella época. Esto nos pasa a todos los europeos, pero mi impresión es que allí es mucho más marcado, sólo hay que leer con atención la sección internacional de cualquier periódico serio, qué decir de los tabloides. Lo mismo Karraspito, si nos lee, puede corregirme o apoyarme. Pero no creo que esa benevolencia venda tanto en otras partes, y mucho menos en los territorios colonizados por su civilizadora mano. Y todo este rollo lo suelto por el comentario del progreso moral, y es que las atrocidades de los imperios coloniales y adláteres durante la Belle époque (y después) alcanzan unos niveles de salvajismo sólo superado durante la Segunda Guerra Mundial(y habría que ver si por mucho o por poco). Unos escuchaban a Mozart después de cepillarse a unos cuantos untermenschen y otros se iban a tomar el té. Aunque sólo sea por una simple cuestión de proporción, el Imperio Británico tiene un buen record en este negociado.

    Un saludo.

  4. Comentario de galaico67 (20/04/2010 13:10):

    Sin ir más lejos, la rebelión Mau-May, en Kenia – o antes, con los cipayos-. Un par de cientos de blancos, a cambio de unos miles de kikuyos. Si te pillaban ayudando a un rebelde, jarabe de soga. Si te pillaban con un arma de fuego, jarabe de soga..el jarabe de soga era usado con prodigalidad en los buenos tiempos, para civilizar, se entiende.
    Si algo ha caracterizado a “Guayomini, di pua” ha sido la constancia y perseverancia en perseguir y eliminar a sus enemigos.

  5. Comentario de casio (20/04/2010 14:45):

    esa epoca es decisiva, no se olviden de lo que pasó en el temita cultural: Picasso empieza a cargarse 1000 años de perspectiva, Freud, primeros vuelos de los hermanos Wright, etc.

  6. Comentario de desempleado (20/04/2010 16:04):

    Quise decir “entre” blancos con poderío. Es obvio que todo el discurso tipo “white men’s burden” era para consumo interno. Utilizar gases contra razas inferiores era del todo lógico, eso sí, contra miembros de la raza civilizadora por excelencia, por supuesto, no.

  7. Comentario de Tácito (22/04/2010 09:50):

    Sin desmerecer al “Presente”, y a los “Cañones”… ¡ni un miserable comentario de “Un espejo lejano”!

  8. Comentario de Bah (22/04/2010 15:09):

    Parece que Clegg (aka “3/4 foreigner” según ciertos sectores de esa prensa británica que se supone debemos admirar) piensa de forma parecida a mí.

    “All nations have a cross to bear, and none more so than Germany with its memories of Nazism. But the British cross is more insidious still.
    A misplaced sense of superiority, sustained by delusions of grandeur and a tenacious obsession with the last war, is much harder to shake off. We need to be put back in our place.”

    No sé si porque tiene que concurrir a unas elecciones o porque no lo considera así no mete la puntilla hasta al fondo y evita menciones directas al imperio.

    PD: Perdona Guillermo si no te parece adecuado que ponga esto aquí. De hecho había pensado que iría mejor en el post sobre las elecciones británicas, pero en fin, así todo queda interconectado en LPD.

    Un saludo.

  9. Comentario de Mauricio (22/04/2010 20:42):

    La piratería como industria nacional, la trata de negros, el trato dado a aborígenes australianos, irlandeses, católicos…, la guerra del opio, la descolonización de India, Palestina, la guerra Boer, los primeros en utilizar gas en Iraq, etc, etc,… con la mitad de eso, los españoles, al menos algunos, tendrían para flagelarse impúdicamente en la plaza mayor del mundo y escribir sesudos ensayos de porque Dios se sirve de España para castigar el mundo.

  10. Pingback de La Página Definitiva » Elecciones británicas 2010 – seguimiento en directo (06/05/2010 18:12):

    […] algo parecido? ¿Y Gales? ¡Pero si tienen a Gales comiendo de su mano! ¿Otro homenaje, esta vez a Lloyd George (el único galés que conozco, primer ministro de su partido en la I Guerra Mundial)? ¿O es que, […]

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