Historia Sagrada. 60
Moisés reparte cargos entre sus amigotes
(Éxodo 18, 1-27)
Ser el espolón de proa de Yaveh, el Elegido por Él para intermediar con los hombres y, ocasionalmente, para llevar a cabo los caprichitos del Señor, no es tarea fácil. Moisés se pasaba la vida de aquí para allá atendiendo a los pesaditos del Pueblo Elegido, al Señor, a Israel, al Señor, … ¿Y qué clase de vida era esa? Pues la vida de un workholic, siempre trabajando, siempre metido en las historias de los demás, arrimando el hombro desinteresadamente para ayudarles, … Moisés parecía un político español.
Pero, naturalmente, focalizar su vida en el trabajo comportó consecuencias, que aparecieron un buen día frente a la tienda de Moisés bajo la forma más terrorífica que cupiera imaginarse: el suegro de Moisés, Jetro (“sacerdote de Maidán”, según la Biblia, como diciendo “por si alguien duda de que el Señor le arregló a Moisés un matrimonio conveniente”), había decidido hacerle una visita.
El hombre llevaría años en su casa, en Maidán, preguntándose cuándo cojones se dignaría Moisés pasarse a ver a su mujer, Séfora, y a los dos hijos que había tenido con él, y aguantando además que Séfora, sin duda iluminada por el Señor, ante cualquier reproche soltase cosas como “no te metas con él, lo que pasa es que tiene mucho trabajo y por eso no ha venido, pero él es muy bueno y nos quiere mucho”. “Sí, ya veo cómo os quiere, por eso hace años que no se deja caer por aquí”. “¡Cállate! ¡Cállate! ¿Crees que no lo sé?”. Y ya teníamos el dramón montado.
Así que Jetro, decíamos, aparece en el campamento del Pueblo Elegido dispuesto a armarla, cubriendo de reproches a Moisés: esta es tu mujer, Séfora, ¿te acuerdas de ella? Y estos son tus dos churumbeles, ¿recuerdas siquiera cómo se llaman? Este de aquí Gersón (que significa, según la Biblia, “Forastero he sido en tierra ajena”), y este Eliezer (“El Dios de mi padre me ayudó, y me libró de la espada de Faraón”; las hostias de sus compañeros irían que volaban en el colegio); ¿qué pasa, es que Jehová, que tanto te habla, no te comunicó nombres más sencillitos?.
Apabullado por el cabreo de su suegro, los sollozos de su mujer y el coñazo que le estaban dando los dos críos (“¡Déjame tu vara! ¡Haz que hable la zarza ardiente! ¿Podrías enviar unos cuantos tábanos, o algo?”), Moisés se deshace en un mar de excusas: que si tienes que comprenderlo, papá, el Señor es muy absorbente; que si al fin y al cabo hemos liberado a nuestro pueblo; que si no te imaginas lo hijoputa que era Faraón, lo endurecido que tenía el corazón; que si estoy sometido a muchas presiones; que si es que tengo que administrar justicia y ocuparme de todo yo mismo, y que son 600.000 familias, papá, 600.000, … Al final Jetro (quizás porque ya había atado cabos pensando que, si Eliezer significaba eso de “El Dios de mi padre me ayudó, y me libró de la espada de Faraón”, igual era porque Moisés verdaderamente estaba inmerso en importantes negocios comunes con el Señor) se apiada y le da un buen consejo: pero, hombre de Él, no quieras centralizar todo el poder de decisión en ti; delega, hijo, delega. Y para que no se te suban a las barbas, monta un buen sistema piramidal jerarquizado en torno a ti; así hacemos las cosas en Maidán, y mírame, Moisés, mírame: ¡Sumo Sacerdote! ¡No doy un palo al agua y me hincho a asistir a saraos! ¡En la cresta de la ola!
Y así lo hizo Moisés, cautivado por las buenas razones aportadas por su suegro: “escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez”. Que hay que decir que para montar ese chiringuito tenía que contar con una tasa nada despreciable de varones virtuosos y “de verdad” dispuestos a sacrificarse por los demás (no llaman a este Pueblo “Elegido” por capricho), pero con la Ayuda de Él todo era posible.
Al final todo se arregla y Jetro se vuelve por donde ha venido (no queda claro si Moisés vuelve a encasquetarles a su mujer e hijos con el argumento de “es que aún me quedan muchos sacrificios que hacer en honor del Señor; muchas batallas que librar en defensa de mi Pueblo. ¡Ah, Señor, cuán pesada es esta carga…! ¡Con lo que me gustaría a mí hacer vida familiar, atender a mi esposa y jugar con Gersón y Eliezer, con lo avispadillos que son los chavales, en lugar de estar aquí, mandando y haciéndome imprescindible para el Señor y para toda esta gente!”), con lo que Moisés se pone manos a la obra para orquestar todo el aparataje administrativo.
Claro que montar un CGPJ en condiciones no es una cuestión menor, y no bastaba sólo con nombrar a las personas adecuadas; era preciso arbitrar un código, una serie de disposiciones legales a las que recurrir en caso de duda: ¿puedo yacer con mujer en sabbath? ¿puedo yacer con bestia en sabbath? ¿y en días laborables? Sí, amigos, por fin Él iba a aportar respuestas a estas y otras preguntas acuciantes. Por fin hemos llegado a “Los Diez Mandamientos”.
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Comentario de El Hugo (26/02/2010 10:34):
Mas, mas, necesito mas. Un chute de misticismo no es suficiente
Comentario de Sergio (28/02/2010 21:15):
Guillermo, eres un puto “crack”.
Comentario de hglf (04/03/2010 15:49):
Saludos
Yo tambien espero (y esperaré), la continuación de esta interesante historia jamas contada
Comentario de Yopino (09/03/2010 22:19):
No esperes hglf, yo te cuento ,el chico al final muere.
A alguno le sobra el tiempo y el talento.
Comentario de Gabriel (10/03/2010 15:32):
Bueno, eso de que el chico al final muere es cuando menos un poco discutible. Yo más bien diría que la historia tiene un final feliz, en plan E.T.
Comentario de Yopino (10/03/2010 20:16):
Yo creo que lo arreglan para dejar la posibilidad de una segunda parte.