Hay películas que cumplen las expectativas y otras que no. Y luego, también hay cine español (pero afortunadamente no vamos a hablar de ello). Que la película cumpla o no las expectativas depende, esencialmente, de que éstas sean más o menos elevadas; porque el cine comercial es cada vez más homogéneo en su banalidad y carencia absoluta de transgresión [1]. Más satisfactorio, en suma, a la par que previsible. Y sólo si el incauto espectador espera verse verdaderamente sorprendido por la película que ha ido a ver puede encontrarse decepcionado en un grado digno de mención.
El caso de Sherlock Holmes es paradigmático. Para que la película guste a un amplio espectro del público se convierte a Holmes en una mezcla entre superhéroe de Marvel [2] (“¡Siente el terror de enfrentarte a Capitán Deductivo Man!”) y el Dr. Gregory House, cuya función es pegar y recibir yoyah –materiales y dialécticas- más o menos en proporción similar, cautivarnos con su ingenio y con su mente deductiva, sí, pero sólo después de regalarnos con unos cuantos momentos Matrix [3], ralentizados en los que Holmes demuestra, por si quedaba alguna duda, que los macarras de discoteca son una especie más antigua que el mundo.
Por supuesto, si a algún despistado admirador de las novelas de Conan Doyle se le ha ocurrido recalar en esta película aún estará tirándose de los pelos. Afortunadamente, no es el caso del que esto escribe, a quien, de hecho, probablemente se le hayan pasado múltiples herejías para con el Holmes original (¡ni siquiera recalcan que era cocainómano!), además de las a todas luces evidentes.
Entrando en materia: la trama, por llamarla de alguna forma, es que hay un supermalo esotérico macabro que vuelve de la tumba y, en prueba de su maldad, orquesta una conspiración para dominar el mundo. Como la dominación del mundo no es una cuestión menor, decide apoyarse en una organización secreta que, en plan Club Bildeberg, ya rige de facto, como se nos recalca en varias ocasiones, los destinos del mundo. Con aparente facilidad se cepilla al mandamás de dicha organización y de paso a un inverosímil embajador de EE.UU. (cuya única función en la película es significar que EE.UU. son “los buenos”), que es quemado cual ninot de las Fallas [4].
Sin embargo, el malo, haciendo gala de su maldad, no se conforma con dominar el mundo entre bambalinas: quiere que todos sean conscientes de su poder y de que aquí el que manda es él. Para ello, nada mejor que dar un golpe de Estado al modo teniente coronel Tejero [5]: hacerse con el control del Parlamento británico (recuerden que entonces Gran Bretaña mandaba mucho, con el Imperio Británico en su apogeo, y no era el ridículo paisíllo venido a menos, como un Estado de EE.UU. cualquiera, que es ahora) con el apoyo de algunos poderes fácticos adscritos a la organización secreta que regenta y de la amenaza del uso de la fuerza (“gobernaré por el terror”, dice el malo como si esto no se le hubiera ocurrido a nadie antes que a él).
Sin embargo, ahí donde Tejero disparó unos cuantos tiros y se apoyó en una compañía de guardias civiles y un capitán general, el malo prefiere confiarlo todo a un engorroso y alambicado plan de envenenamiento masivo de los miembros del Parlamento, por aquello de hacer creer a todo quisqui que los poderes de las tinieblas están con él. Recuerden: “gobernaré con el terror” (particularmente ridículas son las escenas de fervor religioso por las calles de Londres, anunciando el inminente fin del mundo: ¿fervor religioso, en la Inglaterra victoriana? ¿Qué nos está pasando? ¿Qué clase de escándalo público, contrario a todo decoro, a toda moral pública, es este?).
La cosa, claro, sale mal, porque ahí está Sherlock Holmes para desbaratar los siniestros planes del malo. Lo hace con un proceso hipotético – deductivo que, Ustedes me perdonen, igual es que estaba medio dormido toda la película, pero no tiene sentido alguno.
Lo cual, que quede claro, no es malo per se, dado que permite centrarse más en las peleas barriobajeras y en las bellas estampas del Londres victoriano, con su suciedad, su podredumbre y sus huerfanitos. Esto último, junto con el personaje de Holmes, magníficamente interpretado por Robert Downing Jr. (un actor nacido para encarnar a Holmes, a Iron Man y, en general, a canallas simpáticos, tan ingeniosos como moral y físicamente acabados y sujetos a las bajas pasiones; es decir, como el propio Robert Downing Jr.), constituye lo mejor de la película. Lo peor, cuestiones menores: no tiene ritmo, ni historia, y además amenaza con generar secuelas.способы продвижения бренда [6]продвижение бренда примеры [7]