Pagando justos por pecadores
El espectáculo económico en que el Reino de España se halla sumergido (año y medio seguido con pérdidas de PIB, que a estas alturas ha retrocedido ya en torno a un 6% desde su punto álgido) y del que parece que empezamos a vislumbrar el final de la caída (es decir, el momento en que dejaremos de seguir pendiente abajo, que no es necesariamente sinónimo de recuperación o mejora alguna, sino simplemente indicativo de que ya no se empeora más), que consiste en un panorama donde durante varios años el país ha de contar con unas tasas de paro cercanas al 20% y, después, ya veremos, ha venido acompañado de una letanía declamada por políticos y gurús varios particularmente repugnante: esa que dice que lo peor de la actual situación consiste en que acaban pagando “justos por pecadores”.
Al parecer, el modelo de capitalismo financiero desregulado que durante una década financió la orgía mundial y permitió su gloriosa adaptación española, a base de construir apartamentos y montar bares de diseño, fue consecuencia de una malvada conspiración de una elite jurídico-financiera que logró esquilmar a los pobres ciudadanos de los países desarrollados, que se pasaron esta década trabajando de sol a sol, produciendo a base de deslomarse con la ilusión de que por esa vía lograrían un futuro mejor para sí mismos y para sus hijos, para luego descubrir, al despertarse del sueño, que les habían robado sus sueños, que se iban al paro y que mientras los banqueros cobraban jugosos bonus ellos debían recurrir a los comedores sociales de la Iglesia para lograr algunos mendrugos de pan con los que alimentar a sus hijos.
Por lo visto, según esta exposición que en tan buen lugar deja a la población (y, en particular, en lo que nos resulta más cercano a todos nosotros, al buen pueblo español), hemos sido víctimas inocentes de un engaño masivo. Tanto más indecente cuanto quienes más se han enriquecido son los que han tenido un comportamiento moral más dudoso. Tanto más injusto cuanto quienes más están sufriendo ahora son quienes menos contribuyeron a poner en marcha el modelo piramidal de contrucción de riqueza en que se iba a convertir el capitalismo del siglo XXI.
Esta peculiar manera de analizar la crisis, que ha hecho fortuna, tiene la enorme ventaja de que no obliga a estigmatizar al inmigrante desahuciado porque su hipoteca de 1.500 euros mensuales no hay manera de pagarla con el sueldo de su mujer, que limpia escaleras, ahora que él se ha quedado en el paro porque en la construcción ya no le necesitan considerándolo un agente más, de clase de tropa, de la orgía indecente e inmoral en que la economía española estuvo sumida en los últimos años.
Tiene también la virtud de permitir compadecer al jovenzuelo que se dejó los estudios en cuanto acabó la ESO para ponerse a trabajar en la empresa de fontanería de un hermano de su padre y que estuvo unos añitos ganando su buen dinero, convenientemente gastado en “engrasar” la economía española inyectando capital en sectores altamente relacionados con el cambio productivo como son los bares, discotecas, concesionarios de marcas de lujo y camellos dedicados a la venta de otro tipo de sustancias psicotrópicas. Tampoco él ha tenido nada que ver con lo que ha pasado. Es un estafado más.
Como las clases medias, ese nuevo lumpenproletariado del sector servicios con carrera (de mierda), algún que otro máster (de pago y sin que se exijan demasiadas pruebas de aptitud más allá de aquél para que te den el título) y varios idiomas (acreditados con diversos y bizarros títulos, que otra cosa es ponerse a hablar en extranjero) que llevan años tratando de explotar al máximo los “chollitos” varios, con o sin IVA, que las nuevas oportunidades laborales del neo-capitalismo ofrecían y que, cómo no, han hecho sus pinitos en materia de especulación inmobiliaria como el que más. Los papás ayudaban un poquito y con los dos sueldos de mileuristas sumados se afrontaba una hipoteca a 50 años por un dúplex mono de la muerte en uno de esos barrios donde los pisos tienen piscina y piscina de pádel comunitaria. Son 400.000, pero se va a revalorizar inmediatamente.
Otro sector de los “justos” del sistema, ahora condenados a pagar los platos rotos de la crisis, son los asalariados y funcionarios que durante años han asistido a la orgía sin apenas catar ninguna de las delicias que otros sí tenían más a mano. Durante todo este tiempo han tenido que padecer la visión a su alrededor de la constante quiebra moral de una sociedad envilecida donde todos se querían enriquecer. Básicamente los tenemos por justos porque no pillaron cacho, pero tampoco mostraron nunca el más mínimo desacuerdo con el sistema. Al menos, no lo pareció mientras las cosas parecieron ir bien. Y eso que no puede decirse que el “modelo productivo” y sus “excesos morales” no se exhibieran con la más absoluta transparencia. Una exhibición que uno sólo se atreve a llevar tan lejos cuando se sabe totalmente impune. La mejor prueba de ello es la ausencia de la más mínima revolución electoral durante los años de la orgía que muy acentuadamente se produjo en España (y que era resaltada, precisamente, en términos elogiosos: “milagro español” y demás). El cuerpo electoral dejó claro, elección tras elección, su acuerdo con las grandes líneas de gobierno económico trazadas por quienes mandan, como demuestra el reiterado apoyo que las opciones políticas que representaban y representan el modelo obtuvieron elección tras elección.
La verdad es que aquí en España (y es de suponer que también en el resto de países de nuestro entorno) hay que reconocer que no hay prácticamente nadie que pueda llegar a padecer las consecuencias chungas de un sistema ajeno. Por injustas y duras que puedan ser los efectos de la crisis para algunos, todos ellos son directo resultado de un modelo asumido, apoyado y con el que se ha colaborado, de manera más o menos activa y con más o menos entusiasmo, pero casi siempre con bastante alegría.
Quienes más sufren las consecuencias de la crisis no están siendo los justos “que no tenían ninguna culpa de nada”. Están siendo, dentro de los que tenemos gran parte de la culpa, los más desprotegidos o la clase de mano de obra neo-escalvizada. Pero, simplemente, por pringados. No por justos. Si nos parece mal que los efectos negativos de la crisis se distribuyan de modo tan desigual conviene que asumamos que la razón de que así sea nada tiene que ver con la moral sino con la riqueza previa y el disfrute de ciertas posiciones, absolutas o relativas, de privilegio.
El discurso de los justos y los pecadores es, eso sí, mucho más eficaz que reconocer esta simple verdad. Consuela a los afectados, les libera de culpa y responsabilidad y, sobre todo, sienta las bases del modelo de recuperación por el que luchan denonadamente Gobierno, oposición, CEOE, sindicatos, FMI y demás parentela, con el aplauso de todos los “justos” del país: hay que tratar de volver a poner en marcha la rueda del crédito financiado en activos incomprensibles, reactivar el ladrillo y volver a sumergirnos en el dulce almíbar del copazo regenerador, a ver si así creamos empleo de nuevo, corre el dinerito fácil, empezamos a tener otra vez mucho “B” para pagar las letras del BMW y nos endeudamos para comprar un adosadito en la playa, que con lo que han bajado los precios de las promociones que no se han vendido recientemente la verdad es que ahora hay opotunidades muy interesantes.
Confiemos en que la salida de la crisis sea lo más rápida posible, en que no se demore demasiado y sobre todo en que permita un crecimiento, aunque sea modesto, que vaya más allá del “haber detenido la caída”. Porque es importante para que dejemos de tener que leer y escuchar tantas reflexiones sobre la injusticia con la que la vida y el sistema se ceba en los justos que han de pagar la factura de las juergas que se han corrido otros el que, cuanto antes, todos ellos puedan volver a una vida ordinaria de irresponsabilidad social y económica, gastando con moderada alegría y recibiendo alguna recompensa en forma de ladrillo o de cubata con la que dar marcha a la economía. Brindemos por ello y porque siga la juerga, que así sólo tendremos que comulgar con excesos y borracheras, pero no con la asquerosa moralina legitimadora en clave moral a partir de tratar a todo el mundo como si fuéramos todavía más idiotas de lo que demostramos ser.
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Comentario de Eye (29/11/2009 17:15):
Llego tarde, como siempre, pero alguien tiene que dejar el último mensaje.
Gracias por el artículo, dice exactamente lo que pienso, pero mejor… Yo también fui uno de esos lunáticos que ahorraba y le decía a la gente a mi alrededor, “estamos locos, nos vamos a pegar la gran ostia”. Tampoco importa mucho, a estas alturas. Por lo que veo a mi alrededor, no hemos aprendido nada, y volveremos a la ladrillocracia en cuanto tengamos la oportunidad: joder, la mayoría de las personas con las que hablo ni siquiera entienden que la vivienda estaba -y está- sobrevalorada, y que multiplicar los precios de un artículo si el poder adquisitivo de tus clientes no crece NO es un plan sensato.
PD: Una de los divertidos efectos secundarios del burbujón inmobiliario es que el precio de la tierra se ha multiplicado. Yo soy agricultor, y podría comprar tierra, ¡pero no tengo ninguna perspectiva realista de amortizar la inversión! Es una locura. Y el caso es que mi abuelo me contaba que, antiguamente, la tierra se amortizaba en diez o quince temporadas, y que si no era así es que habías pagado demasiado por ella. Hoy en día esto es im-po-si-ble, a no ser que cultives alguna planta mágica que produzca billetes de quinientos euros.
Así que nada, la única opción es arrendar.