El noble arte de la pesca: Nunca Mais
Como todo español de bien, y en contra de lo que dicen las estadísticas y los expertos sobre la dieta mediterránea, mi ingesta de pescado es relativamente escasa. La clave de esta falta de respeto a uno de los cánones de españolidad más repetidos es que, a diferencia de quienes elaboran las estadísticas y los prudentes prohombres que levantan el país a base de alicatarlo, no considero al marisco, estrictamente, como pescado (de todos modos la verdad es que aunque así lo considerara tampoco se alteraría demasiado, en mi caso, la estadística) ni, abandonado el mileurismo, a las latas de atún de marca blanca. A fin de cuentas, no lo olvidemos, ha sido la guarrada importada de Japón de comer crudo pescado que ha iniciado su proceso de putrefacción a 250 euros el kilo y combinado con verduritas y algas a la que se ha apuntado todo el que se siente importante y connaisseur lo que ha incrementado en España, de verdad, el consumo de pescado. ¡Si hasta hay bandejistas de sushi Hacendado listas para tomar, en lo que es una demostración última de la acelerada decadencia de las esencias patrias! Así que no me miren mal por no comer demasiado pescado. ¡Soy español! ¡Ni que fuera vasco o gallego!
Desde esta perspectiva, un tanto distante, la pesca ha sido para mí el típico pasatiempo que sabes que tienen señores mayores a los que, de una manera u otra, miras con cierta sospecha por esa tendencia suya a pasarse días enteros en el espigón de cualquier pequeño puerto (o con asco cuando te los encuentras, como es dolorosamente frecuente, en medio de los TEUS de las empresas que nos traen abalorios desde China, ahí tan tranquilos, tirando la caña en medio de litros de fuel-oil) haciendo no se sabe muy bien qué. Pero la verdad es que entre que todos hemos tenido un tío o amigo de los padres que ha tratado de llevarnos a pescar de pequeños y que piensas que la cosa podría ser peor (podrían merodear a la puerta de colegios de primaria en vez de mirar torvamente a cualquiera que aparezca por el malecón, por ejemplo), la verdad es que uno no ve demasiado mal que esa buena gente se dedique a lo que se dedica.
Además, como cualquier español, también pensaba que había noble gente dedicada a esto de la pesca como profesión. Ves los barquitos, de madera, entrañables, con sus redes verdes y azules extendidas en el puerto y con nombres entre lo cursi y lo franquista y piensas en lo duro que ha de ser ese oficio, reafirmándote en que haces un favor al mundo comiendo poco pescado y evitando a esta buena gente hacerse a la mar. Cada vez que hay temporal, además, salen unos señores muy mayores, con el rostro surcado por las arrugas fruto de la edad y de una vida de esfuerzo azotada por el sol y el salitre, para expresar su preocupación porque no han podido salir a faenar, se van a arruinar y pidiendo ayuda al Gobierno. Cada vez que sube el petróleo y con ello el gasóleo, de nuevo, salen esos mismos señores muy mayores, con el rostro surcado por las arrugas fruto de la edad y de una vida de esfuerzo azotada por el sol y el salitre, para expresar su preocupación porque no han podido salir a faenar, se van a arruinar y pidiendo ayuda al Gobierno. También, si se negocia cualquier acuerdo con Marruecos, sea por lo que sea, las teles nos sacan otras vez a los señores mayores, con el rostro surcado por las arrugas fruto de la edad y de una vida de esfuerzo azotada por el sol y el salitre, para expresar su preocupación porque no han podido salir a faenar, se van a arruinar y aprovechando para pedir ayuda al Gobierno. Por último, y por no hacerlo largo, anualmente la UE y los ecologistas plantean exageradas medidas de protección ambiental (no pescar empleando cargas de Tytadine contaminado del 11-M, no pescar en parques naturales o reservas marinas y demás exageraciones de esas), lo que provoca que aparezcan los señores de siempre para, resumidamente, pedir ayudas al Gobierno. Entre lo españoles que son esos tipos, que llevan 40 años trabajando en un sector a pesar de su nula viabilidad económica que les condena, un año sí, otro también, a la ruina y la menesterosidad (a pesar de lo cual ellos ahí siguen, al parecer, simplemente para demostrar que tienen los cojones más grandes que nadie) y que se pasan todo el rato pidiendo pasta de los impuestos de los demás, como si fueran la Liga de Fútbol Profesional, ¿cómo va a caerte mal esa gente?
Los últimos acontecimientos, con todo eso de Somalia, el Playa de Bakio y el Alakrana (hay que reconocer que, puestos a secuestrar barcos españoles, los esforzados piratas han elegido en esta ocasión un barco cuyo nombre, mucho mejor que el del primero, demuestra que tienen un mayor sentido de la estética y el espectáculo), a los que mi memoria añade los eventos de hace una década que a punto estuvieron de llevarnos a declarar la guerra a Canadá (al menos, eso es lo que proponía mucha gente para reparar nuestra honra, y probablemente no sin razón, dado que eliminada Italia por factores obvios, probablemente Canadá es la única nación del mundo a la que uno piensa que España podría derrotar militarmente), me han llevado a darme cuenta de que los señores mayores de la cara ajada por el sol y el salitre son puro atrezzo, como deben de serlo los barquitos que los Gobiernos autonómicos y confederaciones empresariales colocan en los puertecillos de todo el país y los figurantes contratados para corretear por los muelles haciendo como que trabajan (de hecho, piénsenlo, ¿acaso han visto alguna vez mucha actividad, pero actividad de verdad, no de señores mayores paseando y mirando inquisitivamente a todo chaval joven que se mueve, en un puerto pesquero español?, ¡nunca se puede detectar acción (pesquera) verdaderamente intensa!; la excusa oficial es que, claro, tú no lo ves porque trabajan de noche pero, ¿acaso es creíble?, ¿no será como el rollo de que los panaderos trabajan de madrugada para preparar el pan y que lo tengas del día y súper fresco por la mañana, algo que gracias a las grandes superficies ya hemos descubierto que es mentira, pues el pan está industrialmente realizado y basta descongelarlo y meterlo unos minutos en el horno). La conclusión es clara: ¡Los tienen ahí para que tengamos buena imagen de la pesca y pensemos en que es una actividad sostenible, a pequeña escala, de la que trabajan señores venerables y esforzados trabajadores, como tú y como yo, destinados a pagar impuestos para financiar el giro a la izquierda del Gobierno!
La realidad, como hemos descubierto, es que la pesca es una actividad industrial a gran escala organizada empresarialmente como el urbanismo: poniendo poco capital propio, contratando mucho africano para el trabajo duro y ganando una pasta a base de apropiarse de patrimonio común con el respaldo del Estado. Al parecer, ocultos tras los señores entrañables que piden ayudas al Gobierno hay una serie de prohombres destinados a crear riqueza y empleo que son los grandes suministradores de los taquitos de eso que sea lo que sea te dicen que es atún y que te envuelven en un alga para que te sientas bien con el mundo y contigo mismo a cambio de pagar un pastón. Y lo hacen con sabuduría. Primero montan unos barcos de acero de dimensiones que ni las humildes fragatas del Ejército español. Para lo cual pillan alguna subvención española si se lo encargan a los astilleros de casa y, lo construyan donde lo construyan, varios milloncejos de euros de ayudas a la pesca de la Unión Europea. Ya se sabe, crear riqueza es lo que tiene, que si lo haces a base de subvenciones es mucho más llevadero. Una vez pilladas las ayudas, y cuando se puede hacer sin perderlas, se buscan un pabellón de conveniencia (Bermudas, Panamá, España y demás países laxos en materia de hacer cumplir normas) y se contrata a una tripulación a base de subsaharianos, que como están acostumbrados a venir a Europa en patera no lo pasan mal tirándose meses en alta mar, controlados por cuatro o cinco españoles de confianza que hacen las veces de patrones del barco mientras está faenando. Y, una vez todo preparado, el barquito se larga durante meses a dedicarse a la artesanal actividad pesquera, tendiendo redes kilométricas e ilegales para pillar todo bicho viviente. Para que la actividad sea rentable, como es obvio, es básico, después, lograr rentabilizar esta ingente inversión (ayudas públicas, inmigrantes de mano de obra…) a base de capturar todo lo posible, de modo que el esfuerzo sea productivo. Y justamente ésa, devastar los mares con tronío y eficacia, es la prueba de que quien pesca sabe lo que se hace, aunque sea a costa de (o precisamente porque lo hace) quedarse con una proporción si cabe mayor de bienes que son de todos. Esto, en el fondo, por ponerlo en términos que cualquier español con estudios de primaria puede entender, es como el rollo de cualquier promotor inmobiliario de éxito, donde el verdadero éxito se mide por demostrar buenas artes para que te den licencia en la costa para eregir 25 plantas en vez de 8 y para ocupar el dominio público con algún bar, piscina y zona comercial aneja al complejo hostelero (cuando no el propio complejo en su integridad). Esto es, para lograr dedicarte, con el aval del Estado (ya sea mediante una revisión del plan parcial, ya sea con el respaldo de una fragata) y plena respetabilidad, al saqueo mientras todos aplaudimos y los beneficios empresariales se disparan a lo que en España es el mínimo exigible (un retorno del 150% de la inversión o así, porque por menos, ¿para qué te vas a mover de casa?).
Planteado en estos términos el noble arte de la pesca, ¿acaso le extraña a alguien que la flota pesquera española sea la más potente y temida de todos los mares? Hemos esquilmado nuestros caladeros, hace décadas que logramos que el mayor banco de pesca del mundo, que empezaba en el golfo de Cádiz, haya retrocedido de tal manera que hasta pasado el Sáhara occidental no encuentras ni un pececillo (lo que tiene la ventaja de que desde hace una década ya no necesitamos firmar pacto pesquero alguno con Marruecos porque ¡ya no quedan peces!) e incluso una nación tan pacífica como Canadá tuvo que armar un barco de guerra por primera vez desde que EE.UU. les obligó a participar en la II Guerra Mundual cuando se dio cuenta de que gigantescos barcos pesqueros de bandera española se les metían en los mismos puertos pesqueros de Terranova y, para ahorrarse trabajo, optaban por robarles las redes a los pescadores canadienses e ir almacenándolas en sus enormes despensas, con lo que ahorraban trabajo e iban más rápido. Pero claro, todo lo bueno se acaba y como en este mundo globalizado la cosa está cada vez peor hubo que buscarse otras técnicas. Y así hace un par de décadas que los españoles descubrieron que esta encomiable labor de limpieza étnica de los mares era mejor realizarla en países sin armada que pudiera defender sus intereses y preferiblemente suficientemente pobres como para que los pescadores locales se hicieran a la mar en barquitas o zodiacs de tres al cuarto, a las que intimidar con sus portaviones atuneros y sus redes de deriva de 5 ó 6 kilómetros. De modo que, durante unos años, los pesqueros españoles (recordemos que reiteradamente se nos ha explicado, con orgullo, que “nosotros descubrimos esos caladeros”) y quienes se les unieron después en el saqueo han estado esquilmando las costas somalíes y dejando sin sustento a una población local ya de por sí depauperada.
El resto de la historia es conocida. Faenan en aguas tan cercanas a la cosa estos pesqueros que cuatro somalíes con K-47 pillados en el mercadillo se hacen con los buques pesqueros uno tras otro. Al menos así se resarcen mínimamente de las pérdidas causadas por la devastación que les provocamos. Y los países europeos, en plan imperialista y con lógica imperial y colonial irreprochable, han pensado que la manera de resolver el problema es con barcos de guerra. Como los ingleses en el XIX. Y con toda la razón. Porque, resumidamente, la ecuación es ésta: nosotros tenemos y ellos no, luego de algo nos tendrán que servir. El problema es que, al menos en teoría, si envías a la Marina a hacer esas cosas conviene hacerlo respetando la ley internacional. De modo que tenemos a nuestro Ejército patrullando por ahí, lo que nos cuesta un pastón, para proteger a unos barcos pesqueros que en cuanto pueden se van a las zonas donde no están las fragatas enviadas por España y la UE, es decir, se van a las zonas donde hay más pesca, que coinciden con las aguas territoriales somalíes. Claro, así no hay manera, porque incluso con dotación militar por ahí te secuestran barcos los cabrones de los africanos. Y con esto de la ONU y demás gilipolleces tampoco podemos empezar a bombardear. De momento. De ahí la solidaria y eficaz medida por la que luchan los armadores, consistente en embarcar a militares pagados por todos y “nasíos p’a matar” en los pesqueros. O la propuesta por la Ministra de Defensa, que propone “bloquear” los puertos somalíes donde se guarecen los piratas (una manera de decir “los puertos somalíes” sin que suene a lo que es: una agresión militar en la zona territorial de otro país). Menos mal que está Obama y no Bush, porque si no teníamos ya ataques preventivos contra Somalia para dejar claro quién manda aquí.
Yo no sé a todos Ustedes, pero a mí me parece que la solución más sensata empieza a pasar por dejar de comer sushi (sí, lo siento, pero es más guay salvar el planeta y la biodiversidad que comer pescado procesado por las multinacionales del mar dedicadas a depredar el planeta, cómprense ropita pijoprogre de comercio justo y lograrán el mismo efecto de ser modernos sin contribuir a cargarse los océanos), reconvertir el sector a la pacífica labor de las piscifactorías y dedicar las subvenciones actuales a pagar una jubilación decente a todos los trabajadores. Con lo que sobre, además, hacemos llegar el AVE a Galicia y al País Vasco con cuatro vías por sentido y catenaria de oro y platino y todos contentos.
Obviamente, saldrían levemente perdiendo nuestros esforzados armadores y patrones de barco, lo que hay que reconocer que es una injusticia. Pero estas cosas a veces pasan cuando vienen mal dadas. Hasta el ladrillo ha tenido que hacer una parada técnica por unos añitos y lo hemos aceptado entre todos a pesar de que en este caso estamos hablando no de economía sino, casi, de religión. Con lo cual, esos armadores entregados han de sacrificarse por el bien común (más aún, diría yo de lo que ya lo han hecho, joder: ¡Si ni siquiera han pedido (aún) que sea el Estado el que pague el rescate para recuperar el barco!). Creo que se lo pueden permitir, la verdad. Todavía recuerdo, con el primer secuestro, el del Playa de Bakio, cómo me impactaban las declaraciones de los familiares destinadas a presionar a opinión pública y medios de comunicación para que el Gobierno se viera forzado a actuar, realizadas por la familia de los oficiales del barco (estos barcos llevan más dotación que una corbeta española en tiempos de escasez de efectivos) desde unos chalets que equivalían a los que aquí en España se han construido estos últimos años los súper-héroes del ladrillo. Aunque hay que reconocer que en este segundo secuestro han mejorado la escenografía y no se transmite imagen de opulencia, seguro que habrá por ahí alguien que perderá dinero, mucho dinero, y eso conviene saberlo. Porque probablemente en ese caso habrá que “arreglarlo” con la genorosidad que sólo el Estado español sabe demostrar en estos casos.
Pues que se haga y que nos dejen en paz, joder. Que aquí hemos compensado con millonadas a las eléctricas para paliar el expolio al que las sometemos, a las sociedades de gestión de derechos de autor por todas las pérdidas que soportan debido al dinero que tienen que dedicar a contratar contables que les gestionen las ayudas públicas que reciben y a las empresas del automóvil por el trastorno espiritual que les ha supuesto, estos últimos meses, despedir a tanta gente. ¡Será por dinero! Se paga, y punto. Pero que nos dejen en paz.
Porque, sobre todo, lo que pedimos los españoles es que nos dejen tranquilos. Sin más ruedas de prensa de familias preocupadas, sin más tonterías que aguantar de supuestos especialistas en la materia, sin más ocasiones para que la Ministra de Defensa exhiba su mando en plaza. ¡Y menos mal que el Presidente del Gobierno todavía no ha sentido la necesidad de salir al rescate, aunque miedo me da pensar en lo que pueda ocurrir cuando vuelvan los empresarios-marineros! Y si para ello hay que pagar, pues se paga. Pero que luego, después de haber sufragado a cargo de todos la última ronda de esta orgía, no haya excusas. Que a partir de ese momento quede claro que quien se siga metiendo a tratar de robar en casa de somalíes hambrientos que han aprendido a usar una zodiac con motor fueraborda y que han pillado tres subfusiles en el mercado negro ha de saber que, a lo mejor, lo que pretende no es lo más prudente y que el Gobierno español no aconseja esa actividad ni concernido con ella. Y que se acabe de una vez.
Mientras tanto, por supuesto, habrá que tratar de desfacer el entuerto en que cierto juez de la Audiencia Nacional nos ha metido cuando decidió que iba a arreglar un problema más del mundo (el de la llamada piratería, en este caso) dando orden de que le llevaran a él a los piratas. “A mí, Sabino, que los arrollo”. Una vez constatado que quizás no fue la mejor decisión, y aprovechando que el juez se ha echado a un lado prudentemente, hagamos lo que haría cualquier persona sensata que tiene delante varios tipos con subfusiles y, a cambio de liberar a gente sin delitos de sangre, nos evitamos que puedan hacer daño a 30 tipos y nos pasamos por la piedra el Derecho, como se hace siempre en estos casos. Vale, perfecto. Pero que sea la última vez. Que no es que joda el ridículo, que también. Lo que toca los cojones, sobre todo, es la tomadura de pelo.
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Comentario de Karraspito for President (11/11/2009 19:12):
Hombre, dudo que fuera el mismo porque, como explico antes, el experimento fue un éxito desde el punto de vista científico y consiguió fusionar de hecho ambas especies en una, aunque comercialmente fuera un fracaso, que ahora que lo pienso es mejor así, porque de lo contrario habría contribuido a la orgía capitalista con un producto que ni siquiera sería un fruto natural de la tierra de la Madre Patria…
Jo, el que comenta usted, herr, menudo lumbrera, y concuerdo en lo metafórico del asunto. Aún así, nadie puede negar que los árboles que sobrevivieron, más adaptados al medio, seguramente daban unos frutos mucho más gordos de lo normal…