Historia Sagrada. 56

Las plagas (y VII). Matanza ritual y limpieza étnica (Éxodo 11, 1-10; 12, 1-51)

Todo el show de las plagas había estado muy entretenido, pero a Yaveh se le estaban agotando las ideas, a los egipcios el ganado, y a Faraón la paciencia: a ver si al hombre, harto de aguantar los continuos desplantes de Moisés y Aarón, se le cruzaban los cables y decidía exterminar al Pueblo Elegido, o algo. ¡Con lo que le había costado a Yaveh que creyesen en Él!

Por fortuna, Faraón, como buen bárbaro con falsos dioses, no correspondió a los israelitas con la misma moneda con que el Dios de éstos le gastaba todo tipo de putadas, limitándose a decir que no a todo (obra también, recuerden, del propio Él, que todo lo puede, no en vano “no se mueve una hoja de árbol sin que sea voluntad de Él”, así que lo de las pequeñas corruptelas sin importancia a ver si dejan de criticar y dar el coñazo, que Él quiere recalificar esos terrenos).

Y mira que Moisés le avisaba, tratando de acojonarle: que si esta vez morirían todos los primogénitos de Egipto, incluyendo, cuidado, a los primogénitos de las bestias (joder con las bestias egipcias, con perdón: ¡ni el propio Él lograba acabar con ellas, ni enviándoles hasta cuatro plagas específicamente diseñadas para exterminarlas! ¡Qué bestias!); que si los israelitas se irían de todas maneras y Faraón no podría hacer nada para impedirlo; que si ya puestos, pues oye, igual los israelitas aprovechaban para medrar un poquillo con el ganado de los egiptos, como el patriarca Abraham, y quizás hacerse con todo el oro y plata de Egipto (¡ya les avisé, Él quiere construir esos adosados a un precio inmejorable!). Pero nada de nada.

Así que Moisés prepara a su pueblo para lo que está por venir, y les informa de la instauración, al más puro estilo de las CC.AA., de una nueva tradición ancestral: a partir de ese momento los israelitas celebrarían por esas fechas la Pascua, en honor a Él, y lo harían sacrificando a un cordero y comiéndoselo enterito, incluyendo “su cabeza con sus pies y sus entrañas”, que no es cuestión de hacerle ascos a un jugoso cordero ni de afear el ritual de Yaveh. Éste, extraordinariamente puntilloso para estas cosas, especifica cómo ha de cocinarse el cordero, con qué condimentos, y en qué términos ha de ser ingerido. Se detiene también a describir los trajes regionales que habrán de vestir los israelitas para el ágape y la decoración del hogar.

Esto último era extraordinariamente importante. Los israelitas habían de untar la puerta y el dintel de sus casas con la sangre del cordero. Algo un poco asquerosillo, es cierto, pero en pro de un bien mayor: así Él sabría que en tal casa mora una familia israelita de pro y, en consecuencia, se abstendría de asesinar al primogénito. Por último, Yaveh se detiene en repetir una y otra vez, con la constancia del fanático, que el pan que acompañe al cordero no ha de tener levadura; que la levadura, ni olerla; que como pongan levadura al pan “atenersus a las consecuencias”, y así varios párrafos.

Como pueden ver Ustedes, Moisés y Él (bueno, ellos y el astuto sacerdote copista del Éxodo, que debía de tener una cabaña lanar que ríase Usted del honrado concejo de la Mesta castellana) habían sentado las bases de una hermosa tradición de cuyos parámetros, convenientemente actualizados siglos después, seguimos disfrutando los cristianos en la actualidad cuando cada año tenemos que esperar a que la Santa Iglesia se digne decirnos cuándo será esta vez el periplo vacacional de primavera, que no es cuestión de racionalizarlo en unas fechas estables ni nada por el estilo. Sólo quedaba, para que la tradición fuese efectiva, darle forma a la parte más importante: el asesinato y el robo.

Del asesinato se encargó Él, inimitable en su estilo en los tiempos antiguos (¡qué ha sido de ese Él del Antiguo Testamento, amigos! ¡El actual no aparenta tener ni media hostia, es todo amor y otra mejilla y así, claro, los neocon sólo me leen el Antiguo Testamento!). El robo lo cometieron los israelitas, tan ventajistas como el que más, tan pronto como Faraón, que estaba, como es comprensible, anonadado, transido por el dolor, les permite por fin marchar. Tras 430 años de exilio, según dice la Biblia, Faraón es magnánimo por fin y ¿esa es la respuesta del Pueblo Elegido? ¿Robar todo lo posible? Por supuesto, y no se me quejen, que el propio Yaveh había marcado el camino a seguir.

Según el Libro fueron más de 600.000 los israelitas que huyeron de Egipto, sin contar los niños. Como se les habían unido muchas personas en su marcha, advenedizos de otros pueblos distintos del Elegido (que, como es comprensible, se arrimarían al sol que más calienta, pleno de ganado y de joyas), Yaveh, siempre sabio, se saca de la manga una última ordenanza ligada a la celebración de la Pascua, que podemos resumir en: el que quiera cordero ya puede ir cortándose la polla. Es decir, circuncidarse, la que es, como ya sabrán, la piedra angular de todo el ritual judaico y el criterio básico para formar parte del Pueblo Elegido.

Yaveh y su pueblo se las prometían muy felices, pero los caminos del Señor son inescrutables (que es una forma fina de decir que no tienen ningún sentido ni lógica), y de entrada habrían de desembarazarse de Faraón, rencoroso como siempre, total, por unas cuantas bromitas de nada que le habían gastado.проверить популярность сайтаenglish translation google


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