Alias
La mejor precuela de ‘Perdidos’
Alias es una serie que duró cinco temporadas (2001-2006), y cuya característica más reconocible, al mirarla retrospectivamente, es que su autor es JJ Abrams, es decir, “el tío de ‘Perdidos’”, el fan número 1 del flashback, el flashforward, de las musiquillas inquietantes, los giros de guión sorprendentes y las historias inexplicables. Pues bien: todo ello, aunque menos exageradamente, puede encontrarse también en Alias, un curioso cruce entre Perdidos y una de nuestras series favoritas, la parafascista 24.
El argumento es más que prometedor: una niña pija, Sydney Bristow, es invitada a participar en una supuesta sección secreta de la CIA. Como la niña, además de pija, es un poco tonta, no se le ocurre nada mejor que contarle a su prometido que trabaja para la CIA. El prometido, tan tonto como su novia, tal para cual, se pone a llamar por teléfono para fardar de novia – espía, de manera que los jefes de la protagonista se enteran de su indiscreción y, como no podía ser de otra manera, cortan por lo sano, ejecutando al prometido.
La niña, desconsolada, descubre además, a través de su padre, que a) él, su padre, trabaja en la misma agencia que ella (y tiene mérito que no lo supiese, tras varios años trabajando en la misma sede, pared con pared; ¿ni siquiera coincidieron en la máquina de café?); b) que no trabajan para la CIA, sino para una organización de superespías internacionales que, como es lógico, quieren dominar el mundo, y para ello, y para atraerse a jóvenes incautos que apunten maneras en el campo del espionaje, se hacen pasar por la CIA. Y c) que él, su padre, no sólo le ha ocultado que trabaje para la falsa CIA, sino también que es agente doble, pues también lo hace para la CIA genuina. A partir de ese momento, Sydney se convierte en agente doble, como su padre, para, codo con codo, acabar con los malvados superagentes que la han utilizado para dominar el mundo y que, sobre todo, le han dejado sin bodorrio en lontananza.
Como pueden ver, el argumento no puede ser más ridículo e increíble, es decir: tiene, como ven, mucho potencial. Pero, además, la cosa mejora. Uno ve un capítulo de Alias y parece que se esté leyendo una pieza de periodismo de investigación de cualquier diario español, plagada de conspiraciones, inconsecuencias, inexactitudes y nutridas descripciones de cosas que muy probablemente no hayan ocurrido nunca.
Alias es una conspiración dentro de otra conspiración, y dentro de ella otra, y otra más. Es, como dijo no sé quién a propósito de quién, “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Es, en resumen, Perdidos + 24:
– La gente nunca se muere. O mueren y luego vuelven, incluso varias temporadas después, porque en realidad fingieron su muerte, como en Falcon Crest (¡que ya es ser previsor, fingir la muerte de alguien cuando le rescindes el contrato al actor, por si luego vuelve años después, aunque hayas visto cómo le enterraban en la serie, cómo le mataban y le hacían la autopsia!); o, mejor aún, en realidad quien muere es una copia exacta del verdadero protagonista, que mientras moría su doble estaba por ahí escondido. Esto en Alias constituye un pozo sin fondo, inventándose incluso una máquina fotocopiadora de personas ad hoc, que utilizan oportunamente en diversas ocasiones.
– La familia. Ah, la familia. Seamos sinceros, amigos: ¿hay algo más importante que la familia? No hablamos, claro está, de una familia de maricones y pervertidos, sino de una familia normal, como debe ser. En Alias la exacerbación de la familia llega hasta un punto en el que uno se pregunta si no será Antonio María Rouco Varela quien en realidad le escribía los guiones a JJ Abrams. Todo gira en torno a Sydney, su padre (el mejor padre de la historia de la televisión; ¡qué padre! Todo lo hace bien, siempre tiene soluciones para todo, siempre está ahí. ¡Ni Darth Vader!), su madre, su hija, su hermana, … Y lo gracioso es que estos personajes van apareciendo sucesivamente como intersección de otras tantas conspiraciones.
– La insondable complejidad del alma humana. Todos los personajes guardan secretos, tienen un lado, o varios, inescrutables, un pasado de rica complejidad que ayuda a entender sus acciones en el presente, pero que también puede encontrarse uno en mitad de un capítulo y cambiar el sentido de la serie de cabo a rabo. Es decir, igual que en Perdidos, aunque por fortuna aquí JJ Abrams es más comedido y no da casi el coñazo con los dichosos flashbacks.
– Lo esotérico. ¿No les decía que aquí se notaba sobremanera la salvífica mano de Rouco Varela? Casi todas las tramas importantes tienen que ver con un personaje ficticio, “Milo Rambaldi”, que es una especie de Leonardo da Vinci pasado por un par de reuniones de los Peones Negros. Rambaldi inventó, se supone, un montón de cosas en la Italia del siglo XVI, adelantándose varios siglos a su tiempo. Para añadirle un ingrediente picantillo a su genialidad, los inventos de Rambaldi permitirían dominar el mundo o, al menos, ganar una millonada. Lamentablemente, en la mejor tradición del perro del hortelano, Rambaldi los enterró por todo lo largo y ancho del mundo, en lugares particularmente inaccesibles, y se entretuvo repartiendo por ahí enigmas explicativos de dónde estaban dichos objetos y para qué servían, como si esto fuese una gincana de un campamento de la Obra. Para acabarlo de arreglar, se supone que Rambaldi podía ver el futuro, o sabía qué iba a pasar, y en concreto indicó muy claramente que, en todo lo concerniente a sus objetos mágicos, la protagonista de la serie era el punto neurálgico de todos los agujeros negros de las invenciones de Rambaldi (que ya es casualidad, joder. Y yo que el otro día me encontré a un amigo de Valencia en el aeropuerto de París y ya creía que lo había colocado ahí alguien del CNI, para sonsacarme sutilmente –o sea, a hostias- las claves de acceso a LPD; aunque luego la cosa no pasó a mayores).
En resumen, Alias es una serie muy entretenida, que gustará particularmente a los fans de Perdidos (sobre todo ahora, que están a punto de quedarse huérfanos con el final de la serie) y que tiene detallitos muy interesantes para la gente de bien, como por ejemplo la cantidad de veces que sale España (¡si hasta hay un momento en que roban una potente arma biológica de factura española! ¡Imagínense, biología española! ¡La “recalifiquina”, una espora que destruye el terreno rural, lo aplana, cimenta y convierte en urbanizable!); por no hablar de la cantidad, obviamente mayor, en que lo que ocurre tiene que ver con Rusia, o con ex agentes rusos de la KBG (como, por ejemplo, la madre de la protagonista, personaje fascinante donde los haya), o con armas nucleares soviéticas.
En el lado negativo podríamos poner a la protagonista, un tanto ñoña (aunque justo es reconocer que el horrible doblaje a que la someten en España, como de maruja del barrio de Salamanca con la permanente y el collar de perlas, le hace un flaco favor) y, sobre todo, la resolución de la serie, cuyas dos primeras temporadas son estupendas, la tercera excepcional (pues a la trama en sí se une una espectacular batalla entre dos chorbas por quedarse con el mismo maromo), la cuarta un poco floja y la quinta, por desgracia, muy decepcionante. En parte, a causa de la cancelación de Alias, que obligó a cerrar tramas aprisa y corriendo, aunque mucho me temo que dentro de unos meses el cierre en falso de Alias pueda reproducirse en Perdidos, con oleadas de fans histéricos quemando retratos de JJ Abrams como si éste fuese Hipatia de Benidorm tras presentarse infructuosamente a la Secretaría General del PSOE, una vez descabalgado Zapatero
En resumen: ¿A qué están esperando, freaks de lo paranormal, obsesos de las conspiraciones, que creen que el Gobierno siempre es culpable, aunque quizás no tanto como las corporaciones y las potencias extranjeras?
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