The wrestler (El luchador)
Pressing catch en los arrabales
Hay muchos deportes pero uno sólo verdadero. La mayoría se debaten entre los grandes movimientos de dinero, el dopaje y un espíritu competitivo que muestra lo peor y lo mejor del ser humano, coincidiendo casi siempre lo mejor con lo peor. Los grandes deportes profesionales se convierten en circos donde la publicidad, los intereses políticos y los endiosamientos de los jugadores trastornan la verdadera y genuina intención de la actividad física: humillar a los amigos del barrio. De esta forman destrozan su modesta esencia de acera y descampado, convirtiendo todo en un producto inflado artificialmente y más cercano a una corporación mundial que a aquello que permitió un día a Joselito birlarle la Susi a Manolito después de una dura carrera saltando jeringas de yonkis o durante un partidillo en el campo de cristales de litrona rota. Ante eso, como decimos, brilla el único deporte verdadero: la lucha libre americana o pressing catch.
Esta lucha es también un producto inflado artificialmente, como inflados por el dopaje estás sus contendientes. Y también es un circo de publicidad, intereses de todo tipo y endiosamiento de sus figuras. Sin embargo no busca subterfugios. Todo se sabe falso, amañado desde el principio. Los deportistas no compiten en el ring, sino que las victorias y derrotas se deciden en un despacho según el atractivo de cada luchador y el dinero que genera. Salen al combate disfrazados de superhéroes o supervillanos, no se golpean de verdad y responden a nombres tan chulos como “Hulk”, “El último guerrero”, “Marinero tarugo”, “El enterrador”, “Los sacamantecas” o “Terremoto”, fallecido hace unos años a causa del cáncer para consternación de aquellos que aprendimos lo que es la vida gracias a estos deportistas y a series como “Sensación de vivir” (la amistad y el amor es los importante una vez se tiene pasta) o “Los vigilantes de la playa” (cuidado con las rubias de tetas exageradas y las medusas). No engañan. No tratan de mentir. La mentira ya se conoce, como conocen los jóvenes de más de 30 años que viven con sus padres que los progenitores son los reyes, aunque esperan con ansia que les regalen una tele de plasma y la entrada para el coche cada seis de enero, por pura ilusión. Supone por tanto la combinación de la entrada irremediable en el mundo adulto (apuestas, anabolizantes, dinero a espuertas) sin que se pierda, a diferencia del resto de los deportes, el lazo que lo une a la infancia. El pressing catch nunca pierde los sueños y la esperanza del que fue un día un pequeño alegre y juguetón, pese a que más tarde sea un luchador colosal, deformado e irreconocible para su propia madre a causa de los golpes de silla, los laxantes de caballo, la hormona del crecimiento y las diversas enfermedades venéreas que pueden contagiar las chicas que salen al ring con los carteles que señalan cada número de asalto.
Precisamente de ahí parte “The wrestler (el luchador)”. Al principio, cuando ve al protagonista de espaldas y luego observa su rostro, el espectador sufre una ligera confusión, ya que puede creer que está en la segunda parte de “Máscara”, la película donde Cher era la madre de un joven que sufría una monstruosa malformación en el rostro debido a una enfermedad. Sin embargo el espectador recuerda que “Máscara”, interpretado por Eric Stoltz, moría a causa de esa enfermedad. ¿Cómo lo han resucitado unos endiablados guionistas que no saben ya qué inventar? Una consulta en Internet o un vistazo a los créditos del dvd (o al compañero de butaca si es uno de estos excéntricos que van al cine todavía) saca al espectador de su estupefacción para sumirlo en otra. Ese tipo es L.e.q.u.d.f.m.r., o “La entidad que un día fue Micky Rourke”. Detrás de su nueva cara marca Acme y de un cuerpo construido por Industrias Stark, se encuentra aquel “El chico” de “La ley de la calle” de Coppola, y el actor de “Manhattan sur”, “El corazón del ángel”, “Nueve semanas y media” o “37 horas desesperadas”. Se puede hacer la broma fácil sobre lo que habrán ahorrado en maquillaje, pero más bien es al contrario, lo que habrán tenido que gastar para que L.e.q.u.d.f.m.r pueda moverse por un mundo real en esta ficción y que sea creíble que de inmediato no salten las alarmas de la ciudad y corran despavoridos los ciudadanos hacia los refugios anti-Godzilla. A eso se le llama ambientación y, en plan cinéfilo, dirección artística.
En esa ambientación La Entidad no desentona. Se trata de un viejo luchador de pressing catch, The Ram (El Carnero, por su manera de embestir y sobre todo por su frente convexa), muy conocido 20 años atrás cuando llenaba estadios pero venido a menos con el tiempo, hasta el punto de vivir en una caravana completamente desahuciado y enganchado a todo tipo de anabolizantes. Se gana el sueldo con peleas locales en lugares destartalados y antros pequeños, donde ni siquiera existe tiempo para preparar las coreografías, por lo que los luchadores deciden poco antes de salir lo que van a hacer. Ante la falta de ensayos se decantan por acciones impactantes que derivan en más bofetones y golpes de la cuenta, incluida la utilización de alambres de espino o grapadoras. Si bien los combates siguen siendo de pega, se ve que para contentar al público hay que pasar ciertas líneas, tanto en estas luchas locales como en las multitudinarias y exitosas. Esto último lo cuenta La Entidad al señalar cicatrices de los tiempos gloriosos, algo que nos congratula más con el pressing catch según lo comentado en los primeros párrafos, ya que conecta con las peleíllas fingidas de los niños, que al final acaban en llanto y diversos retorcimientos de brazo que se hacen como quien no quiere la cosa pero con muy mala leche reconcentrada y oculta, además de muchas cuestiones edípicas interiorizadas que se exteriorizarán años más tarde en el diván del loquero y que sufrirán, como debe de ser, la pareja y los hijos, que para eso se tienen.
“The wrestler” muestra todo ese submundo del pressing catch, sus miserias y gran… sus miserias. Pero es fundamentalmente una película sobre las tres –ón: desesperación, desolación y autodestrucción. El personaje que interpreta Rourke no sólo es pobre, sino que está física y espiritualmente destrozado, más solo que la una, su hija no le habla y, para colmo, le da un infarto. Su actuación resulta excelente, y con cada uno de sus gestos (muecas por razones obvias) y movimientos del cuerpo, desde la manera de andar a la de vestirse o desvestirse en los combates, o incluso la de luchar, ofrece esa imagen de acabamiento que contrasta con una musculatura brutal. Además no se trata de una historia de redención habitual por dos factores bastante interesantes. El primero es que no hay redención, y el segundo que la película responsabiliza al protagonista de su estado, es decir, no es una pobre víctima de circunstancias adversas –un poco también- sino en su mayor parte de elecciones propias muy desafortunadas.
Para alegría de los espectadores también sale Marisa Tomei, que desde que cumplió 40 años se ha propuesto mostrar su bonito cuerpo maduro en todas las películas y desde diversos ángulos. Aquí lo hace de sobra puesto que es una stripper de la que el protagonista es cliente. Ambos se gustan y ofrecen un contrapunto partiendo del mismo sitio: dos personas casi sin oportunidades pero una, Rourke, como decimos profundamente autodestructiva, la otra, Tomei, que quiere aferrarse a las últimas y tangibles oportunidades. Además de enseñarlo casi todo, Marisa Tomei también realiza una extraordinaria interpretación dando vida a una mujer compleja que es a la vez pícara, seductora, erótica y mentirosa, y por otra parte asustada, mediocre, abnegada y buena madre, o sea, una superviviente en un mundillo degradante.
La película muestra la relación entre estos dos personajes, los intentos de La Entidad por recuperar a la hija a la que abandonó y todo lo que rodea a la lucha libre americana más sórdida. The wrestler es una gran película que queda al margen de los finales estereotipados y, por momentos, da auténtico miedo debido a los avatares que le suceden al personaje principal, donde la devastación y un futuro aciago aparecen con total cotidianeidad, sin aspavientos ni efectismos. Sólo se le puede reprochar a esta obra alguna concesión a la facilidad muy concreta, como cuando suena el clamor del público al entrar Rourke en su trabajo en un supermercado, clamor semejante al que hay cuando entra en los lugares donde combate. Si algunos momentos así son innecesarios, lo que quizá lastra más a una película centrada en el pressing catch es justo que dedica demasiado tiempo a las luchas, algo que rompe el ritmo y aburre en ocasiones. Por lo demás una excelente, conmovedora, durísima y emocionante obra sobre esa figura tan cinematográfica y “americana” del perdedor, rodada de forma sencilla y en algunos instantes cercana al documental o al reportaje, con un estilo muy diferente al que solía mostrar hasta ahora su director, Darren aronofsky, el mismo, aunque parezca mentira, de “Pi”.
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Comentario de paco (17/07/2009 09:15):
Buenas,
Interesante la opinión de la pelicula.
Pero… ¿por qué un perdedor?
El tio va al supermercado a currar, a probar esa vida de pagador-de-hipoteca, curro de 9 a 6 y lo mismo hasta familia. Y sentarse a esperar nuestro “cancer” o Alzeimer, lo que nos toque en la tómbola de la vida.
Y dice: ¡qué cojones! que le den por el culo que me estoy aburgesando… (suelta su dircusito de quemar ambos lados del camino) y a morir con las botas puestas.
Saludos
paco
Comentario de Karraspito for President (17/07/2009 16:02):
A mi me parece una interpretación magistral del bueno de Rourke, es lo que dice Alfredo, cada mínimo gesto, movimiento o actitud denotan derrota. El cabrón hizo que me creyera la historia, está enorme. Claramente, se debería haber llevado el Oscar al mejor actor…
Comentario de JEJEJE (19/07/2009 18:34):
Y además pasa de cenar con su hija, a la que lleva años sin ver, para follarse a una veinteañera y meterse rayas.
De perdedor nada.
Comentario de Johnnie Alemania (19/07/2009 21:16):
Hombre! Una peli buena!
Comentario de Karraspito for President (20/07/2009 20:44):
De acuerdo con JEJEJE, esta derrotado (por las circunstancias) pero no es un perdedor. Hay un matiz…
Comentario de Nacho (22/07/2009 20:08):
No, si ahora resulta que un señor que vive en una caravana que se cae a cachos; que necesita llamar por teléfono desde cabinas inmundas porque no se puede costear un móvil; que necesita ponerse a trabajar de carnicero por horas ya que no puede dedicarse -por edad, forma física, anacronicidad, etc.- a su profesión de luchador de lucha libre; que es incapaz de que se enamoren de él más que al final (cuando ya no le sirve de nada); que no tiene una buena relación con su hija -él se lo buscó, sí, pero bien que trata de recuperarla-; y que se pasa toda la película más solo que la una -porque incluso la bailarina carnosa pasa de tomarse una cervecita con él, ya que no es más que un cliente-, es todo un ganador. Igualito que Cristiano Ronaldo. Si es que tenían que haberla ambientado en el Buddha o en Gabanna…(que eso no quiere decir que los que vayan a esos foros lo sean. Porque, a pesar de los miles de kilos que se llevan, las tías que se zumben, o lo guapos que sean, son todos malos “remalos”, y están solos en la vida aciaga que les ha tocado vivir).
Una cosa es que él no se dé por vencido, y de hecho el título juega con esa ambigüedad: luchador, dada su profesión liberal, y porque no se deja vencer por las circunstancias (sea resultado de sus propias decisiones pasadas, o de la vil sociedad). Pero de que el hombre está acabado, no cabe duda. ¡Pero si hasta lleva un genuino sonotone (aunque esto último es probable que sea para oír los zumbidos de los golpes del contrincante, aun con los ojos vendados, en plan diestro karateka)!
Y todo esto en el marco temporal y simbólico del árido invierno de la costa este, que no es moco de pavo. El invierno de sus días, de “our discontent”, etc. En verano hubiera sido otra cosa…
La película es sórdida, sórdida, además de un sabroso cóctel de tantos otros filmes anteriores. Porque…ya puestos a buscarle curro al hombre, ¿no le podían haber buscado uno de repartidor de pizzas? No. Le buscan uno de carnicero en un supermercado (el clásico butcher ya no existe en USA), para que todos nos acordemos de las industrias cárnicas que hicieron las delicias de los puños de Rocky. Nada, nada: carne eres, y en el sector cárnico trabajarás.
Luego, su relación con la hija: como no hay buen perdedor norteamericano que no vea afectada su relación con el núcleo familiar tradicional, pues nada, plantamos aquí un poquito de Million Dollar Baby, y arreglado. (No sea que el estereotipo “padre-putero-que-pasa-de-su-hija-por-la-fama-de-repartir-pseudoyoyah” se imponga).
A mí me da que esto es una reconstrucción del fin del sueño americano en plan Arthur Miller, sólo que el Willy Loman de turno se llama ahora “ariete” (que “The Ram” viene a ser eso, “ariete”, por analogía con las cabezas de carnero que se tallaban en el extremo de la madera).
Y al final, pues nos dejan con la duda. Todos imaginamos que el tío palma, sublimando con ello su pasión por su trabajo y su sueño (oh, the American Dream) pero no nos lo muestran no sea que a la peña se le quede en la cabeza eso de “persigue tu sueño -vinculado a tu profesión- y te dará un ataque al corazón”).
Y por lo demás, es una peli muy mojigata. ¿Porque alguien se cree que estos tíos no consumen drogas –exceptuando aquellas que les ponen fuertotes y recios? Igual, como no tienen pasta ni para vivir, pues tampoco para consumir, y es cierto que no lo hacen. Tampoco son puterillos: sólo van a los burdeles “a que les bailen”. ¡Mira qué lindo! “Así me toco un poco en la intimidad del espacio doméstico, con el recuerdo de la ilustre danzarina” (a la que otrora salvé del “verbal abuse” de los jóvenes desconsiderados de ahora, que no saben ni lo que es una buena moza caderona (aunque no mucho, que también ella pasa hambre).
Si estuviese ambientada en España, más que carniceros, los habrían situado como añejos porteros de discoteca, de amables modales y porte elegante. i.e. estereotipo tras estereotipo.
Comentario de Conrado Soriano (29/07/2009 17:45):
Típica película en la que al finalizar miras a los ojos de la persona acompañante, afirmáis ambos despreocupadamente que “está bien”, para poco a poco ir recordando escenas estúpidas, reírse del director, y así hasta llegar a la apoteosis del “si es que los americanos son gilipollas”. Y en verdad lo parecen.