Adolfo Suárez: ambición y destino – Gregorio Morán
Gregorio Morán es un veterano periodista español caracterizado por la hijoputez de su crítica (en forma y fondo), lo que le ha permitido hacer algo poco común en el periodismo patrio: decir lo que se le pasa por la cabeza en cada momento (dentro de un orden, claro; que estamos en España). Morán se dio a conocer a finales de la década de los setenta merced a la publicación de una biografía del entonces presidente Suárez, en general muy poco complaciente con el interfecto. Al escaso cariño de Morán por Suárez se unía su claro partidismo ideológico (que Morán, ex militante del PCE, en ningún momento pretende ocultar, aunque tampoco hace bandera de ello), extraordinariamente mordaz con los personajes políticos, apoyos y principios (por llamarlos de alguna forma) de la derecha española.
Este libro es la continuación, treinta años después, del anterior, que queda completado con la descripción de Suárez y el suarismo en la década de los ochenta. Nace en un momento en el que tiende a revisitarse a menudo la figura de Suárez, una vez el personaje ha sido amortizado políticamente (y desde hace años), su avanzado Alzheimer le ha convertido, a los efectos, en incapaz de interpretar su recorrido político y personal (incitando así a toda clase de biógrafos a hacer lo propio, con “barra libre” para decir lo que se les antoje), y el transcurso del tiempo y la revisitación del período de la Transición a la democracia le ha granjeado el reconocimiento de la clase política y de buena parte de la ciudadanía.
Frente a ello, Morán propone una interpretación que supone desmontar lo que él llama “el mito de Suárez” (y, de paso, también “el mito de la Transición”, ya saben: Su Majestad, resumiendo mucho, nos salvó a todos, y varias veces, además), es decir, el exagerado compendio de virtudes en que se ha convertido el personaje, reivindicado por todos (sobre todo por aquellos –la derecha española y el Monarca- que en su día se lo cepillaron, según la interpretación de Morán) y adornado, al parecer, únicamente por rasgos positivos, mientras que cuestiones tan espinosas como la relación de Suárez con Mario Conde (incluyendo la financiación del CDS por parte del ex banquero) sencillamente se obvian a la hora de hacer un balance del ex presidente.
El Suárez que perfila Morán en esta biografía viene a recoger un carácter típicamente español: la figura del meritorio, del chaval entusiasta, pelotillero y sonriente, que primero se busca un padrino y luego se pone a su servicio a cambio de que éste le ayude a medrar. Es fundamentalmente así como Suárez, gracias a su capacidad de trabajo, su indudable encanto personal y, sobre todo, su buena disposición y afán por caer bien a los que mandan, asciende vertiginosamente por el proceloso mundo de la política franquista, se torna a tiempo en “crítico” y “demócrata de toda la vida” y se convierte en el meritorio de lujo de Su Majestad y el entonces Presidente de las Cortes y gran artífice de la etapa inicial de la Transición, Torcuato Fernández Miranda. Ambos piensan que la juventud y buena imagen pública de Suárez servirán bien a sus propósitos.
Y, sobre todo, ambos piensan que Suárez, como buen meritorio, hará lo que ellos le digan, también después de llegar a la cúspide del poder; en particular, Fernández Miranda, quien, como tantos otros, cometió el error de despreciar a Suárez por sus carencias intelectuales. Las cuales, según Gregorio Morán, son muchas: Suárez no sabía nada de economía, ni de política exterior, ni hablaba ningún idioma que no fuese el castellano, ni tenia inquietudes artísticas o culturales, ni formación intelectual. Lo cual no significa, aclara Morán, que fuese un mindundi. Bien al contrario, Suárez se nos presenta como lo que siempre fue: un animal político con un gran sentido de la realidad (que pierde una vez el síndrome de la Moncloa se asienta en él, como luego ocurriría con González, Aznar y actualmente con Zapatero), capaz de transmutarse en lo que haga falta: primero falangista y cercano al Opus -¡a la vez, con el mérito que tenía eso en el franquismo!-; luego gestor del derribo del franquismo y demócrata al frente de un partido que no existe (UCD), que abarca la auténtica “mayoría natural” (el centro político) desde la acumulación de partidos políticos y partidillos que integran a demócratas cristianos, liberales, regionalistas e incluso socialdemócratas; posteriormente, jefe indiscutido de un nuevo invento centrista (el CDS), que Suárez acaba destruyendo precisamente por intentar que sus electores acepten el mismo principio que le mueve a él: los postulados ideológicos sirven para alcanzar el poder y así ejercerlo, y si no, se cambian. Por eso Suárez se dedica a pactar indistintamente con PP y PSOE y en pocos años consigue perder a la mayor parte de sus votantes (que le votaban, precisamente, desengañados por el PP o el PSOE).
Las virtudes políticas de Suárez, su éxito en la gestión inicial del proceso de Transición a la democracia, pero sobre todo su éxito electoral, le alejan de quienes fueron sus principales valedores. Al primero (Fernández Miranda) lo descabalga rápidamente; al segundo (el Monarca) no puede descabalgarlo (ya se encargó el Caudillo, que le colocó en el Trono, de que esto fuera casi imposible), pero sí puede pasar de él. Así que Suárez adopta una serie de decisiones, en el campo político y militar, que le granjean el odio eterno de los militares y la animadversión de Su Majestad. Decisiones, naturalmente, de todo punto acertadas (Estado de las Autonomías, supremacía del poder civil, legalización del PCE), pero que lo convierten en el personaje público más odiado por los ultras, muchos de los cuales militares; en un obstáculo para los aprendices de brujo de la UCD, que quieren sustituirle; y en un estorbo para el Monarca, que aprovechará la primera ocasión para obligarle a dimitir.
A principios de 1981, con la figura de Suárez muy deteriorada, merced a la crisis económica, a la ofensiva de ETA, a las insuficiencias del propio Suárez (quien se niega a debatir en el Parlamento, y cuando no le queda más remedio que hacerlo sale escaldado), y sobre todo debido a las continuas conspiraciones contra Suárez desde la propia UCD, Suárez presenta su dimisión, por razones nunca aclaradas, pero que según Morán se deben fundamentalmente a la presión del Monarca (embarcado en la genial “Operación Armada”, preceptor del Rey, a quien éste logra colocar, por de pronto, como Segundo Jefe del Estado Mayor). Suárez, contra su voluntad y obligado por el Monarca, dimite. Semanas después se produce el Golpe de Estado, que convierte a ambos, a Suárez y al Monarca (experto en nadar y guardar la ropa), en héroes: uno se enfrenta con gallardía a los golpistas que llevan años tachándole de cobarde; el otro sólo tarda ocho horas en hablar por televisión para desautorizar el golpe que él mismo ha perpetrado (podría decirse que el Monarca “Hizo un Caudillo”, es decir, emuló a su mentor intelectual y político, quien, en sus primeros pronunciamientos del 18 de julio, afirmaba sublevarse “en defensa de la República”).
Pese a ello, Suárez no logra volver a pilotar UCD, dado que el Monarca sigue insistiendo en que no hay nada que hacer (no sea que los militares se enfaden y vuelvan a sublevarse en su nombre) y el ala democristiana (Herrero de Miñón, Landelino Lavilla) está inmersa en la genial operación de fusión con Alianza Popular, en búsqueda de lo que entonces se llamó “La Mayoría Natural” de la derecha española, que daría como principales resultados:
– La desaparición de UCD y la asimilación de ésta por parte de AP (el partido que tiene 168 escaños se ve subsumido en el que tiene 9).
– La entrega incondicional del centro político “suarista” (para entendernos: apolítico mientras el que manda sea un gestor razonable de la cosa pública y no pegue gritos demasiado estentóreos) al PSOE, por muchos años, mientras que AP se queda anclada, durante una década, en el “techo de Fraga” (los 107 escaños).
El resto de su historia, que Morán alarga hasta 1991, con su dimisión como presidente del CDS, se caracteriza por la languidez, una larguísima travesía del desierto que sólo tiene un momento lucido (las Elecciones Generales de 1986, cuando el CDS consigue 19 escaños) que se apaga casi inmediatamente por las dinámicas del sistema político español y su tendencia al bipartidismo y, sobre todo, por los ya mencionados errores de Suárez.
Bueno, y a todo esto, ¿qué tal está el libro? Pues la verdad es que resulta muy entretenido. Morán escribe muy bien, al estilo tradicional de este país: con muchísima mala leche, excelentes dotes para la descripción de personajes y situaciones y un magnífico manejo del idioma, preciso y variado en su vocabulario, que se agradece particularmente. La narración de un personaje histórico tan importante y de la época que le ha tocado vivir resulta fascinante por momentos, en particular porque, aunque la época histórica es muy reciente, su confusión con el mito es también habitual.
Aquí, en cambio, y paradójicamente, en el único mito en el que podría achacársele que cae a Gregorio Morán es, precisamente, en el mito del que él afirma huir como de la peste: el mítico, valga la redundancia, “Mito de Suárez”, o la valoración acrítica del personaje. No es, ni mucho menos, lo que ocurre aquí, pero sí es cierto que Suárez, aunque sea por comparación con sus contemporáneos (sobre todo con los principales padres de la patria pertenecientes a la derecha española), sale bastante bien parado en la revisión del período que hace Morán. Y, como participante confeso y militante en dicho “Mito de Suárez”, no puedo menos que congratularme por ello. Porque, con todos sus defectos, incluso aunque no le hubiera tocado gestionar una época tan jodida, en lo político, lo económico y lo social, como la Transición española, es indudable que comportamientos como el del 23F son definitorios de un personaje, y en el legado de Suárez sólo esto debería ser suficiente para decantar la balanza a su favor.
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Comentario de Bah (04/07/2009 18:55):
Gracias por la reseña, Guillermo. Aunque tu salto al coso con el pecho desnudo y tentando al toro con los genitales al atribuir el 23-F a su Campechanía te va a costar no pocas críticas por aquí y, dios no lo quiera, lo mismo incluso una visita a la Audiencia Nacional.
Anoche emitieron en Televisión Española un documental laudatorio sobre Suárez. Yo soy joven y no viví sus años de gobierno, así que creo que estoy algo inmunizado a la heroización del personaje. De hecho llegó a resultarme tan excesiva la aclamación del ex-presidente que fui a mirar la prensa en internet por si se había muerto y no me había enterado. El caso es que viendo discursos de Suárez, pensaba precisamente en lo gran orador que era, especialmente en comparación con los políticos actuales y la manera en que dominaba los tempos y trucos de la imagen televisiva, muy lejos de sus suscesores con la excepción, quizá, de González. Es curioso que en un periodo en el que el culto a la imagen y la cultura audiovisual no había alcanzado las cotas actuales diese a un personaje así, que uno ve su discurso de despedida de la presidencia(autoreivindicativo, por cierto, pero a la española, reivindicando su lugar en la Historia) con los ojos enrojecidos y el semblante resignado y aún hoy sientes cierta simpatia por ese hombre maltratado injustamente que pareciera el mismísimo Churruca afrontando la muerte cara a cara en Trafalgar. En fin, nuestros últimos dos presidentes tampoco saben de economía, ni hablan idiomas, ni se enteran demasiado de lo que ocurre en el concierto internacional, y no parece que en el futuro esto vaya a cambiar, pero es que además ni siquera saben hablar en público y mucho menos ofrecer un discurso capaz de tocar la fibra sensible del votante, así que comprendo que algunos podáis tener cierta nostalgia por Suárez.
Comentario de Guillermo López (04/07/2009 20:32):
Gracias por tu comentario, Bah. Es cierto que Suárez utilizó mucho y bien la televisión pública (que entonces era la única y su influencia, por tanto, era inabarcable). Tuvo la enorme suerte de dirigir Radiotelevisión Española durante tres o cuatro años (del 70 al 73, creo), con lo que pudo aprender “el intríngulis” del medio. Eso explica en parte su dominio de la pantalla.
En lo de Su Campechanía, sobre todo en sus implicaciones penales, de haberlas, estoy cubierto (espero) por el hecho de que es el propio Morán el que viene a defender eso, y so “me limito a transmitirlo a mis lectores, no sin cierta aprensión, porque hay que ver, ¡Morán se mete con Su Majestad!”
Un cordial saludo
Comentario de l.g. (04/07/2009 21:41):
Pues yo creo recordar que alguna vez le he visto a Aznar hablando en francés y no se manejaba mal del todo. Y su inglés supongo que irá mejorando poco a poco (lo que no es tan difícil, vistos los comienzos), y está también el catalán en la intimidad. En fin, que tal vez haya que reivindicar al anterior presidente como un políglota avanzado.
Comentario de lluis (05/07/2009 09:01):
Quizá yo sea uno de los que, inconscientemente, también me crea el “mito de Suárez”.
Igual se debe a que la Trancisión la viví en la EGB, por lo que no tengo demasiados recuerdos en primera persona.
Por lo menos, es de los que cuando han entendido que no lo quieren y que molesta a sus propios correligionarios se ha ido a su casa. Sin ser mucho, es algo que todavía queda más allá del saber hacer de los Fraga, Felipe, Aznar, Pujol o Arzallus, elementos que querrán “influir” incluso después de muertos.
Por lo demás, algún mérito tendría en conseguir que se implantasen unos mínimos de democracia en España sin que hubiese demasiados muertos.
Comentario de de ventre (06/07/2009 12:55):
hace un mes leí “anatomía de un instante” sobre el 23F, carrillo, mellado y sobre todo suárez. me gustó mucho y a pesar de no ocultar sus debilidades y ladinerías, dejaba al personaje en muy buen lugar, mejor parado que al rey, por cierto.
vaya, que se lo recomiendo a todo el mundo y sobre todo a mi vecina francisca.
j
Comentario de Dátil (07/07/2009 00:21):
Es un caballero. Contrasta en eso con sus sucesores hasta Zapatero, que también lo es.
Comentario de tabalet i dolçaina (07/07/2009 08:25):
Comentario para la difunta RBBE:
Ayer creo que un chulo putas enfarlopado, se paseo por el Bernabeu unos 80.0000 borregos según la prensa del movimiento acudieron al circo a ver el espectaculo.
Comentario de Eusebio (09/07/2009 19:26):
Me ha gustado mucho el comentario.
Pero a Morán hay que tomarlo con pinzas. Es un “vendedor de crecepelo” que quiere vender libros a base de sensacionalismo y del cuento de “derribar mitos”. Escribe de los temas más diversos y sus libros carecen generalmente del mínimo rigor. El que escribió sobre Ortega (mejor dicho “contra” Ortega) es lamentable. El que dedicó a Barrett es una impostura total; en el enlace pueden ver una crítica cotundente y muy divertida, no tanto por la crítica en sí como por los asombrosos disparates que el libro contiene: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63063
Ahora lanza ataques fuertes contra Suárez, contra el Rey y contra Suárez hijo, para armar escándalo e intentar vender libros. Has definido bien su estilo: la hijoputez.
Comentario de Mor (11/07/2009 11:38):
Menospreciar la figura de Suárez muestra una ceguera histórica preocupante. Le tocó lidiar con uno de los perídos más complicados de nuestro país (el paso de una dictadura militar a una democracia) y lo hizo más que bien, por mucho que a algunos no les guste.
Y sinceramente, si lo comparamos con el actual e inepto inquilino de la Moncloa…es que no le llega ni a la suela del zapato.
Comentario de lluis (11/07/2009 12:14):
Ni el de actual ni su inmediato antecesor. El de ahora por lo menos da risa (aunque sea por lo tonto), el otro daba miedo (y sin haber demostrado ser más habil).
Comentario de Andrés Boix Palop (12/07/2009 13:37):
Yo me he leído el libro con mucho interés. Presenta un análisis sociológico interesantísimo del franquismo y de cómo se funcionaba para ir ascendiendo en el Régimen. Permite comprender hasta qué punto perviven muchas de esas pautas y tradiciones, por no decir valores, en la España actual. Y da una opinión, como mínimo, heterodoxa, y bien que se agradece, de la historia del 23-F.
Lo que ocurre es que, conforme pasan los años, cada vez es más evidente que lo que otrora eran visiones heterodoxas sobre el 23-F acaban convertidas en análisis más sensatos que la verdad oficial. Y, a este paso, lo que cuenta Morán será dentro de unos años una cándida aproximación a lo que de verdad pasó, incluso con Armada permitiéndose el lujo de amenazar a Suárez con un golpe de estado, en la misma Zarzuela, como no dimitiera y diera paso a alguien de confianza. El libro de Cercas, todavía blandito con el monarca pero incapaz de tragar con las patrañas oficiales, que no resisten el más mínimo análisis serio, es prueba de esta tendencia.
Por último, he echado en falta en el libro un mayor cuidado respecto de la fase del CDS, su importancia, la figura de Conde y todos los trapicheos económicos del Suárez post-presidente. Porque reflejan muy bien lo que ha sido y es España, también, en cuanto a la oligarquía económica que dominaba, ya desde el franquismo, y sique dominando.
Es cierto que Morán va de original y de destructor de mitos. ¡Pero menos mal que tenemos por ahí a alguien que hace esa labor! Porque es básico tener estas visiones para, al menos, poder contrastar con la tradicional tendencia a la hagiografía hispana.
No me he leído el libro sobre Ortega, pero tendré que hacerlo, porque son ya muchos los que me han hablado de él con opiniones encontradísimas.
Comentario de Sylvester Stalin (20/07/2009 12:12):
A Eusebio:
Antes de nada, no puedo elaborar ningún juicio sobre el último libro de Morán, por varios motivos, entre los que el hecho de no haberlo leído no es uno menor…
Tampoco sé si Gregorio Morán es un ser abyecto e indeseable o es un tipo cojonudo con el que pasar unas vacaciones en la playa. Pero sí he leído de él lo sufuciente y a fondo como para discrepar contigo. “El precio de la Transición” es para mí uno de los imprescindibles para entender el período histórico que abarca, lejos de la vulgata oficial de Victoria Prego y sus mariachis (que son muchos y diversos). Es riguroso, completo y honesto. Sus planteamientos resultan coherentes, y están apoyados en una abundante documentación bibliográfica y en un riguroso trabajo de fuentes primarias. Otra cosa es que su pluma, su estilo narrativo, o sus afilados ajustes de cuentas con algún personaje te gusten o no. Pero en conjunto el libro, como testimonio de su tiempo es incontestable. Acepto que sus conclusiones puedan ser más o menos afortunadas, pero su análisis histórico me parece impecable. ¿Que quiere vender libros? Toma, y yo. Supongo que por el mismo motivo que mi frutero me pone un kilo y cuarto de melocotones cuando yo le he dicho que sólo un kilo. No creo que sea una pretensión ilegítima.
Otra cosa sería que nos estafara con el contenido, o nos tomase el pelo publicando una mera recesión bibliográfica mediocre e interesada de lo ya publicado, como hace tanto historiador garbancero. En el mejor de los casos, historiador. En el peor, cualquier cretino pseudoperiodista o tertuliano totalmente indocumentado, cuya audacia sólo es comparable a su ignorancia, que sólo busca quedarse con nuestra pasta o relamer golosamente el esfínter de algún poderoso que le dispensó en su día algún trato de favor. Abundan los ejemplos: sólo hay que darse un garbeo por las librerías.
Aquella obra crítica con la Transición propició además un revisión entre los historiadores del tiempo presente, muchos de los cuales habían sido hasta entonces rehenes del discurso oficial y de las hagiografías dulzonas y cursis del Monarca Campechano, ya por propia voluntad o por otras circunstancias.
Con tanto mediocre con licencia para publicar por ahí, resulta satisfactorio tener algún que otro Gregorio Morán que echarse al espíritu.
Comentario de Manuel de la Fuente (20/07/2009 13:25):
Sí es cierto que la etapa del CDS flojea en el libro, como que está poco trabajada y la liquida pronto. A mí me da la sensación de que Morán acabó saturado de Suárez en el momento en que publicó su primera biografía, en 1979. Y que, a partir de ahí, se ha preocupado muy poco de volver sobre el tema. Porque el libro está muy documentado en lo que es Suárez hasta el año 1979 (muy bien explicado el franquismo y los primeros años de la transición), y luego pega un bajón. Del mismo día 23-F cuenta muy poco (se excusa en el libro de que eso es historia de la transición más que de Suárez) y para acabar rápido con el CDS viene a dar más o menos la misma excusa: que ya no se trata de la “ambición y destino”, el tema central del libro. Con todo, como en 1979 ya se había sentado el caldo de cultivo del 23-F con las “traiciones” de Suárez (legalización del PCE, etc.), el libro queda muy completo y, como decís, muy interesante. Yo también disfruté mucho su lectura.
Comentario de Eusebio (28/07/2009 12:08):
Para Sylvester Stalin.
Tengo que aceptar tu buena opinión sobre “El precio de la transición” pues confieso que no lo he leído. Después de leer el de Ortega y el de Barrett, no me quedó cuerpo para más Morán; tal vez me anime y haga el esfuerzo, a raíz de tu comentario.
Pero tanto el libro “contra” Ortega como el de Barrett caen exactamente en lo que señalas cuando dices: “otra cosa sería que nos estafara con el contenido, o nos tomase el pelo publicando una mera recesión bibliográfica mediocre e interesada de lo ya publicado”.
Y se puede comprobar fácilmente. Casi todo lo que Morán pretende haber “descubierto” sobre Barrett, está en internet, en http://www.ensayistas.org/filosofos/paraguay/barrett/ desde el año 2000.