“Perros”, de Rien Poortvliet
Una novela como Dios manda: corta y con dibujos
Poca suerte han tenido los niños españoles desde hace décadas. Desde aquellos pequeñajos de la posguerra cuya máxima distracción era ir al parque de atracciones de Las Hurdes para montarse en cacharritos como el carrusel de la tuberculosis, la montaña de la difteria o la noria de la viruela hasta los actuales que se crían amamantados por una Play Station, han pasado los que serían los padres del baby-boom, criados para casarse pronto, tener familia pronto, ser de una pieza, y fracasar de una pieza a los 40 convirtiéndose en los mejores clientes con receta de la farmacia. El sonido de la chasca de los curas y su perfección para dar capones con ese aparato como fusta hizo que esa generación pasara de los Chiripitiflaúticos al ayuntamiento en cama de matrimonio presidida con un crucifijo con el único momento intermedio del primer cigarrillo, adicción que luego, al menos, los va matando antes de la decrepitud mientras se preguntan qué han hecho para merecer un segundo matrimonio y un carcinoma.
De esas camas surgieron los hijos del baby-boom, que antes de mesarse los cabellos ante el precio de la vivienda y unos sueldos irrisorios sufrieron un sutil lavado de cerebro para que no fuesen problemáticos en el futuro. La manipulación emocional se introdujo por algo tan aparentemente tierno como los dibujos animados. El infante chiquitito con sus pantalones de peto se creía recuperado de la muerte de la madre de Jackie y Nuca, cuando, ¡zasca!, moría el novio de Candy Candy. Ya cercano o inmerso en la pubertad, con proyecto de bigotillo falangista y gallos en una voz más propia de un simio al que otro simio retorciera el escroto con saña, ese muchacho quedaba rematado para siempre con la muerte de David el Gnomo y su mujer Lisa, quizá la más perversa de todas, puesto que jugaban con la idea de su transformación en árboles, algo que era como peor que la muerte, porque uno con su esqueleto al menos tiene dignidad y da susto, pero por todos los Santos qué se hace convertido en bellotero o lo que fuera eso. ¿Dar bellotas? ¿Es esa la eternidad? ¿Servir de retrete al zorro que te ha llevado hasta allí? (tu propio zorro encima, Cristo Bendito). Por si fuera poco a esos niños, para que no tuviesen la más mínima posibilidad, a menudo se les inyectaba vía vídeo o super 8 la muerte de la madre de Bambi. Eso se llama ahora educación emocional. Ahí están, ya adultos, con esas emociones desatadas ayudando a llevar el consumo de droga hasta límites de los que sólo un español es capaz, mientras desprevenidos reciben por retaguardia todo aquello que el sistema les ofrece en forma de colosales supositorios. Y no vamos a entrar en los estragos que causó Afrodita-A en la vida íntima y en los anhelos amorosos de tantas personas (en este vídeo a partir de 3:25 en un impresionante duelo lésbico). Si no hay un plan detrás de esto que baje Dios y lo vea. Ahí está esa generación llena de nostalgia de los 80, como un síndrome de Estocolmo colectivo sin explicación racional alguna mas que la autodestrucción.
Sé de lo que hablo. Durante todo un curso, en mi jardín de infancia, llamado Bambi con una crueldad nada disimulada, y perteneciendo a la clase Ratón Mickey, todos los martes nos ponían un episodio de Jackie y Nuca. Siempre el mismo. El de la muerte de la madre. Una y otra vez, niños desorientados, con el alma hecha leña y las únicas habilidades posibles de la pintura a dedo y el descalabre de occipucios ajenos mediante el lanzamiento de piedras, acababan anímicamente aniquilados, interpretando vestidos de indio la canción de Orzowei en la función de final de curso, función que vista hoy resulta un preámbulo diabólico de esta función que es la vida de caos y mileurismo, donde el traje de Orzowei va por dentro, pero su cancioncilla, con ese coro nanananananananá, martillea las cabezas en las noches de insomnio como reflejo de la gran estafa, cantada por los cuatro jinetes del Apocalipsis que se acercan desde la oscuridad del pasillo.
Pero no es mi intención hacer un análisis social, así que retomamos a David el Gnomo. Esta serie empezó a emitirse en 1985, producida por un equipo español, por lo que los gnomos eran siete veces más fuerte que tú y muy veloces, además estaban siempre de buen humor. Pesaban entre 250 y 300 gramos, lo que se toma la mitad de los españoles en cocaína a lo largo del año. La serie sin embargo estaba basada en los libros “Los gnomos” y “La llamada de los gnomos”, del escritor Will Huygen y el ilustrador Rien Poortvliet, ambos holandeses, por lo que la españolización de los enanos reflejaba una cierta venganza por diferentes derrotas de los Tercios de Flandes en tiempos de Felipe II.
Rien Poortvliet, excelente pintor y más conocido por esos libros sobre gnomos publicados en los años 70, también cuenta con otros libros, como uno sobre caballos, otro sobre animales de granja o del bosque y el que nos ocupa, titulado en España con el sencillo “Perros”, aunque el original se titula “Braaf”, que significa “Buen Perro” y obliga a agacharse si te lo dice un holandés para evitar los perdigones de saliva. Este libro se puede calificar sin exageración de auténtica joya.
El ilustrador hace también de escritor en “Perros”. Ambas facetas se combinan mediante excelentes dibujos y textos que imitan la escritura manuscrita, por lo que los dos elementos se mezclan con armonía, no se encuentran separados. Poortvliet nos cuenta la historia de varios de sus perros, a los que convierte en personajes de los que se puede leer bien como una pequeña novela ilustrada, bien como un cómic maravilloso y especial.
Los pointer Sep y Ezechiel, los salchicha Max y Gedeón, los terrier Jack Russell Timotheus y Manasse o los bóxer Urbano y Ambarino son los protagonistas de una narración salpicada de anécdotas sucedidas con otros perros y otros amos. Entre cada pequeña aventura o desventura, galerías de ilustraciones muestran las diversas razas. La vida de los hombres con sus perros, las costumbres de las mascotas, la responsabilidad del dueño hacia ella o el duelo tras su muerte están explicados con un sentido del humor constante y lleno de ternura, lo que convierte a este libro en una obra de enseñanza para niños excepcional, y en una maravilla para los adultos ya para siempre.
Este libro publicado en España por Ediciones Montena en 1984 es difícil de conseguir en español. No ha tenido reedición y sólo es posible gracias a un librero de viejo rastreador cherokee de los que son capaces de husmear el sendero por donde ha pasado la obra, que se nota en aquella ramita de fresno de Kentucky ligeramente doblada con respecto a un eje que sólo él puede ver, y eso en días de cuarto menguante siempre que el viento vaya para allá. “Perros” pide a gritos una reedición en castellano. Es una pena, ya que tiene un valor incalculable como libro educativo para fomentar el respeto a los animales en un país como España, donde atravesar a un toro con una espada se considera arte, a los galgos ahorcados frutos del árbol donde cuelgan, actividad de ocio al abandono de mascotas en las gasolineras o terapia contra el estrés al deslome de perros y gatos. En inglés y otros idiomas de infieles sí puede hallarse con facilidad en internet. Para casos como éste hay que utilizar una coletilla de vendedor charlatán: no se lo pierdan.
Compartir:
Tweet
Comentario de HORUS (08/12/2008 14:17):
“lo que convierte a este libro en una obra de enseñanza para niños excepcional, y en una maravilla para los adultos ya para siempre.”
Si deseas enseñar a los niños el mundo real,es mejor que lean la llamada de lo salvaje de Jack London ,es mas honesta…
Ley del garrote y colmillo.
Y si, los 80 tenian algo hortera pero original y divertido ahora solo hay horteras ,pateticos y sin gracia.
Recordemos que ULISES 31 hizo mas por leer la Odisea que varias reformas educativas juntas.
By Horus A proud god of Sun
Comentario de Il Venturetto (09/12/2008 10:43):
Un momento, un momento… ¿David el Gnomo ha muerto?
Me acabáis de joder la mañana.
By Il Venturetto, a proud follower of Horus y Alfredo M-G.
Comentario de Karraspito for President (11/12/2008 20:23):
Oh, Gran Horus, ¿y que me dices de “La Bola de Cristal”, donde se sugería a los niños que si no leían se podían convertir en burros, o que no vieran tanta televisión si querían tener más imaginación, o “El Planeta Imaginario”, un auténtico ejercicio de experimentación, mezcla de arte y ensayo, televisión didáctica, diseño y originalidad a raudales, y que me enganchaba irremisiblemente a la pantalla durante 20 minutos (los días que lo pillaba empezado, eso sí…)?